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Silvia Ribeiro
Las manifestaciones en todo el mundo nos recuerdan que pese a las muchas violencias, los pueblos, las comunidades indígenas, rurales y urbanas resisten
El 17 de abril de 1996, en Eldorado dos Carajás, Amazonia, mil 500 campesinos sin tierra que protestaban pacíficamente por sus derechos fueron violentamente reprimidos por la Policía Militar de Pará, Brasil. Por mano policial, a favor de latifundistas y financiado por la minera Vale –la tercera mayor del mundo– fueron asesinadas 19 personas, tres más murieron posteriormente y 69 fueron heridas, con secuelas hasta hoy día. Sólo dos comandantes fueron condenados, el resto sigue impune, incluidos los autores intelectuales.
Para nunca olvidar esa masacre, punta del iceberg de muchas formas de represión continua contra campesinos y desposeídos, que corroe abierta o subterráneamente todo el continente, y tampoco olvidar las razones, realidades y sueños de sus luchas, La Vía Campesina declaró el 17 de abril como día internacional de las luchas campesinas.
Reflejando la diversidad de este movimiento –el más grande en la historia de la agricultura, con 164 organizaciones campesinas, presente en 73 países con 200 millones de personas– se realizaron este día acciones y eventos por todo el mundo, desde manifestaciones a ferias agroecológicas e intercambios de semillas. Este año, el lema central elegido fue la defensa de las semillas campesinas.
Es un tema crucial porque las semillas campesinas son el origen de todas las redes alimentarias, base del sustento de toda la humanidad. También son las semillas la llave de toda la cadena alimentaria industrial, que del campo al supermercado es dominada por unas decenas de trasnacionales. Por ambas razones, por disputar a las y los campesinos este componente esencial de la sobrevivencia y las culturas, y para controlar la alimentación de todos, el mayor mercado global, las trasnacionales han desplegado una batería de agresiones, desde la imposición de semillas transgénicas a leyes para privatizarlas y criminalizar el uso e intercambio de semillas campesinas.
El 15 de abril pasado, en un evento organizado en México por Ceccam, Jóvenes ante la Emergencia Nacional, la Red en Defensa del Maíz, la activista de la India Vandana Shiva, nos recordó cómo todo el proceso de apropiación de las semillas por parte de las trasnacionales está signado por la violencia. Desde aislar y manipular genes y patentarlos –un artilugio que atenta contra la naturaleza colectiva de las semillas, creadas y cuidadas por millones de campesinas y campesinos a lo largo de 10 mil años–, insertarlos a la fuerza en semillas con las que nunca se hubieran cruzado naturalmente, hacer que esa semilla sea resistente a venenos, otra violencia contra la gente y la naturaleza. Para imponer todo esto, que conlleva serios impactos ambientales, de salud y económicos contra los campesinos, agricultores, consumidores y la soberanía de los países, hizo falta la violencia encubierta de la corrupción, para sacar leyes y normas que los legalizaran pese a que va contra todo interés público, violencia en represión a quienes resisten, la violencia del control de mercados y engaños de promesas sobre transgénicos que nunca se cumplieron ni se cumplirán.
También la violencia de la contaminación transgénica, que además del daño que provoca a las semillas y la biodiversidad, convierte en culpables a las víctimas, que pueden ser juzgados por "usar" genes patentados por las empresas. Shiva recordó que la contaminación transgénica, en particular en centros de origen (como maíz en México, arroz en Asia, berenjena en India), es una estrategia de Monsanto y las trasnacionales de transgénicos, para crear "situaciones de hecho" que empujen su legalización y creen resignación. A contrapelo de sus agresiones, la resistencia contra transgénicos crece y la mayoría no los permite: sólo 10 países tienen 98 por ciento de los transgénicos cultivados.
Las manifestaciones en todo el mundo nos recuerdan que pese a las muchas violencias, los pueblos, las comunidades indígenas, rurales y urbanas resisten, construyen, se organizan para su defensa y siguen afirmando la consigna que levantó la Vía Campesina: las semillas son de los pueblos, al servicio de la humanidad, y por la autonomía, la diversidad y la soberanía alimentaria, siguen luchando contra los agronegocios y sus agrotóxicos, contra las leyes de privatización de las semillas, por la comunidad, la tierra, el agua y contra las agresiones a los territorios, sean de trasnacionales de agronegocios, mineras, petroleras y empresas de fracking, megaproyectos carreteros u otros. Como una afirmación de esas luchas, La Vía Campesina compartió el 17 de abril un video con el llamado desde su Congreso global en 2013,
En México, la resistencia contra los transgénicos sigue creciendo desde las raíces, en las comunidades, en los barrios y de muchas otras formas. Una más de ellas, es el llamado del artista Francisco Toledo, que en una carta al presidente, por razones de salud y muchas otras, por la voz de la ciencia, de los campesinos, de la gente de las ciudades, demanda rechazar los transgénicos, "porque contaminar el maíz es herir el corazón de México". Prometió enviar un millón de firmas. Puede sumar la suya en el sitio de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, www.uccs.mx , quienes también han enviado al Ejecutivo cartas con múltiples argumentos científicos sobre los daños que provocan los transgénicos y por qué es vital que no se permita su liberación.
Con tanta vida ante tanta muerte, va un recuerdo especial a Zohelio Jaimes, campesino y luchador imprescindible, fundador de la Unorca y mucho más. Su sonrisa solidaria y su camino seguirán vivos en todas estas luchas.
* Investigadora del Grupo ETC
La Jornada
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