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Rafael Narbona
La Shoah no puede convertirse en el pretexto para continuar con las políticas de limpieza étnica en Cisjordania y genocidio progresivo en la Franja de Gaza. Acusar de antisemitismo a los que denuncian al Estado de Israel por sus crímenes contra el pueblo palestino, constituye un acto de cinismo...
El secuestro y asesinato de tres
jóvenes israelíes ha proporcionado a Benjamin Netanyahu el pretexto
ideal para intervenir de nuevo en Gaza. De momento, la Operación Margen Defensivo (en hebreo, Tsuq Eitan, que significa Precipicio Sólido)
ha causado la muerte a 165 palestinos y ha producido graves heridas en
algo más de un millar. Las cifras no cesan de aumentar y crecerán en las
próximas semanas. Entre los fallecidos, hay 30 niños, 17 mujeres y 12
ancianos. La mitad de los heridos son niños (221) y mujeres (225).
Entre
las víctimas de la barbarie yo incluiría a Mohamed Abu Kher, un
adolescente de 16 años al que el pasado 2 de julio unos extremistas
judíos quemaron vivo en un bosque de Jerusalén. Con insuperable cinismo,
Netanyahu ha responsabilizado a Hamás de las víctimas inocentes,
acusando a la organización islámica de utilizar a los civiles como
escudos humanos. Es el pretexto habitual de las guerras de agresión para
justificar su violencia sobre poblaciones indefensas. Hitler afirmó que
laOperación Barbarroja, lanzada el 22 de junio de 1941, era
una maniobra preventiva para salvar a Europa de una invasión inminente
de la Unión Soviética. En la última década, Israel ha asesinado a 2.000
palestinos en operaciones preventivas, mientras continuaba con su
política de expansión en Cisjordania y Jerusalén, y sometía a la Franja
de Gaza a inhumanas restricciones para convertir la zona en un lugar
inhabitable. Desde el triunfo de Hamás en las elecciones de 2006, Israel
ha mantenido un bloqueo intermitente que afecta a mercancías,
alimentos, materias primas, carburantes, medicamentos, suministros de
electricidad, agua y material de construcción.
Esta política ha incluido
cortes de energía que han dañado el funcionamiento de hospitales e
infraestructuras de saneamiento. Las restricciones alimenticias explican
que cerca del 33% de los niños y niñas de Gaza sufran malnutrición
crónica. Israel explota la Shoah como pretexto para su política de
genocidio y limpieza étnica en Gaza y Cisjordania. Por desgracia, esa
forma de proceder está reavivando la llama del antisemitismo. Sin el
apoyo de Estados Unidos, Israel sería un Estado paria.
“En las últimas 36 hora horas hemos destruido más de lo que destruimos en toda la Operación Pilar Defensivo”, han declarado las Fuerzas de Defensa de Israel (Tsahal),
alardeando de su eficacia. Sin embargo, no se puede hablar de guerra en
un sentido convencional, pues el potencial militar de los palestinos es
irrisorio. Los 250 cohetes lanzados desde Gaza en los últimos días por
las Brigadas Azedín al Kasam solo han provocado heridas por
esquirlas, si bien es cierto que su capacidad se ha incrementando,
alcanzando el norte de Israel. Según el ejército israelí, algunos
proyectiles se han quedado a 40 kilómetros de Haifa y otros han
impactado en Jerusalén y cerca de las instalaciones nucleares de
Dimona. Las sirenas antiaéreas han sonado en Tel Aviv, pero gracias al
sistema defensivo Cúpula de Hierrose han neutralizado los
cohetes. Se considera a Hamás una organización terrorista, pero la
violencia es inevitable cuando 1’8 millones de palestinos viven en 360
kilómetros cuadrados, soportando un paro que supera el 65% y una pobreza
que afecta al 90% de la población. Desde la victoria electoral de
Hamás, la Franja de Gaza se ha convertido en una gigantesca cárcel al
aire libre, que evoca los guetos judíos en las ciudades europeas
ocupadas por la Alemania nazi. El historiador, escritor y profesor
jubilado israelí Avner Cohen aseguró en un reportaje publicado por The Wall Street Journal el
24 de enero de 2009 que Israel financió a Hamás en sus inicios, pues
consideró que era buena alternativa para debilitar a la OLP. No es
posible corroborar las revelaciones de Avner Cohen o las hipótesis del
profesor e historiador judío Zeev Sternell, que ha aventurado
operaciones parecidas, pero muchos indicios apuntan que se repitió la
historia de los muyahidines armados y entrenados por Estados Unidos para
combatir a la Unión Soviética en Afganistán o del Inkatha Freedom Party, el partido zulú que obtuvo ayuda militar del gobierno racista de Sudáfrica para luchar contra su viejo rival, elCongreso Nacional Africano de
Nelson Mandela. Netanyahu ha movilizado a 40.000 reservistas, que
podrían combatir con las tropas ya desplegadas. No descarta la invasión
de Gaza.
Mientras tanto, el portavoz de las Brigadas de Azedín al Kasam ha
manifestado unas condiciones para el alto el fuego que no parecen
irracionales ni desorbitadas: “Pedimos el fin de la agresión en
Jerusalén y Cisjordania, el fin de la agresión contra la Franja de Gaza,
la liberación de los prisioneros del intercambio por [el soldado Gilad]
Shalit que han vuelto a ser detenidos, y el compromiso con todos los
términos del alto el fuego alcanzado en 2012 tras la operación Pilar
Defensivo”. Mahmud Abbas ha tardado en reaccionar, pero al final se ha
expresado con contundencia: “Es un genocidio, matar a familias enteras
es un genocidio perpetrado por Israel contra nuestro pueblo”. Netanyahu,
un político sin escrúpulos y salpicado por la sombra de la corrupción,
había mantenido recientemente un pulso con su ministro de Relaciones
Exteriores, el ultra Avigdor Lieberman, otro político enredado en tramas
de corrupción que se ha mostrado partidario de bombardear con armas
nucleares Teherán, la presa de Aswan y Beirut. Lieberman reivindica que
los árabes asentados en Israel pierdan su derecho de ciudadanía y
considera que el problema palestino se resolvería bombardeando los
centros comerciales, bancos y gasolineras de Cisjordania y Gaza: “No
dejar piedra sobre piedra… destruir todo”. Lieberman es el líder del
partido Israel Beitenu(Nuestra Casa Israel) que
gobierna con el Likud y nunca ha ocultado su descontento con la política
excesivamente indulgente de Netanyahu, incapaz de tratar a los
palestinos con la necesaria mano dura. Netanyahu, maestro de la intriga
política, intenta asegurar su mayoría en la Knéset con una
demostración de fuerza, sin importarle que las bombas no discriminen
entre civiles y combatientes. El asesinato de Gilad Shaar, Neftalí
Fraenkel y Eyal Yifrah (los tres jóvenes israelíes con edades
comprendidas entre los 16 y los 19 años que aparecieron tiroteados
después de ser secuestrados mientras realizaban autostop en la
Cisjordania ocupada), se ha convertido en una baza política de primer
orden.
Netanyahu no ha querido perder la
oportunidad de mostrar a la sociedad israelí su determinación a la hora
de adoptar cruentas represalias. Además, necesitaba neutralizar la
reconciliación de Hamás con Al Fatah, que el pasado junio cumplieron la
promesa de componer un gobierno de unidad, después de reconciliarse
meses atrás, superando la disputas que entre 2006 y 2007 desembocaron en
un enfrentamiento armado, con un coste de 600 vidas. La OLP aceptó la
integración de Hamás en la coalición y se acordó convocar elecciones
legislativas conjuntas en la Franja de Gaza y Cisjordania. Los 17
ministros del Gobierno de acuerdo nacional juraron sus cargos en la
Mukata de Ramala, con la presencia de Mahmud Abbas, presidente de la
Autoridad Nacional Palestina (ANP) y líder de Al Fatah. Abbas, también
conocido por su apodo Abu Mazen, manifestó: “Es el fin de la escisión
del pueblo palestino que ha hecho un daño catastrófico a nuestros
objetivos”. Al mismo tiempo, anunció que se celebrarían elecciones a
principios de 2015 y que se respetarían los acuerdos firmados con
Israel. Ismail Haniyah, líder de Hamás, celebró la “histórica unidad
palestina”, pero se negó a cambiar su política: “Nunca reconoceremos a
Israel. El nuevo Gobierno de reconciliación no provocará la renuncia a
la lucha armada”. Se ha dicho que Hamás pactó porque había perdido el
apoyo de Egipto, después del golpe militar que acabó con el gobierno
islamista de Mohamed Morsi, ingeniero y líder del Partido Libertad y Justicia fundado por los Hermanos Musulmanes.
Morsi fue el primer presidente elegido democráticamente en la historia
de Egipto, pero el 3 de julio de 2013 el general Abdelfatah Al-Sisi,
comandante en jefe del Ejército desde la Revolución de 2011 y Ministro
de Defensa, le derrocó e inició una escalada represiva que incluyó
varias masacres (casi 600 manifestantes abatidos por las fuerzas
antidisturbios) y macro-juicios que hasta ahora se han saldado con dos
sentencias históricas. El mismo juez ha dictado 529 sentencias de muerte
en un proceso y 683 en otro, incumpliendo todas las garantías legales.
En Oriente Medio, ningún tribunal había actuado con tanta dureza. Morsi
se encuentra en Borg El Arab, una prisión de alta seguridad en
mitad del desierto, acumulando cargos por su actitud desafiante contra
la justicia y el gobierno militar. Después del encarcelamiento de Morsi,
las nuevas autoridades destruyeron la mayoría de los túneles de
contrabando entre el Sinaí y Gaza, lo cual debilitó a Hamás y forzó las
negociaciones con Al Fatah. Cuando se produjo la reconciliación entre
las dos fuerzas palestinas, Netanyahu declaró: “Hoy, Abu Mazen ha dicho
sí al terror y no a la paz. Es la continuación de su política de rechazo
a la paz”.
No está de más recordar que el Estado de
Israel se construyó sobre una operación de limpieza étnica apenas
conocida y que se ha excluido de los libros de texto de los niños y
niñas israelíes por decisión gubernamental. Para el pueblo palestino, la
presunta guerra de independencia de 1948 constituyó una catástrofe, que
representó la expulsión de sus hogares de algo más de 700.000 personas.
Esta tragedia se denomina Nakba y constituye un crimen contra la
humanidad. El 10 de marzo de 1948 un grupo de once hombres (viejos
líderes sionistas y jóvenes oficiales de la Haganá o el Irgún)
se reunieron a primera hora de la mañana en la desaparecida “Casa Roja”
de Tel Aviv para organizar la expulsión sistemática de la población
palestina de amplias áreas del futuro Estado de Israel, que se crearía
el 14 de mayo de ese mismo año. Por la tarde, se enviaron las órdenes a
las diferentes unidades militares, detallando los métodos que
permitirían cumplir el objetivo fijado: asedio y bombardeo de las aldeas
palestinas, expulsión de la población civil, incendio y demolición de
las casas particulares, propiedades, bienes y comercios, colocación de
minas entre los escombros para evitar el regreso de sus habitantes. Se
tardó seis meses en completar la misión. El balance es desolador:
711.000 palestinos expulsados de sus hogares, 531 aldeas destruidas,
once barrios urbanos despejados de árabes, al menos 24 masacres, que
incluyeron violaciones, torturas y fusilamientos en masa. Según la Cruz
Roja Internacional, la masacre de Deir Yassin le costó la vida a 254
civiles, casi todos ancianos, mujeres y niños. Sucedió algo semejante en
al-Damaymah, con un centenar de víctimas. Los pueblos de Eilaboun,
Saliha, y Farradiya enarbolaron banderas blancas, pero las milicias
judías penetraron en el interior, violando a las mujeres y fusilando a
los hombres en edad militar, basándose en que cualquier niño o anciano
capaz de sostener un arma podía ser un combatiente. No se trata de
excesos cometidos al calor de una guerra colonial, sino órdenes directas
de David Ben-Gurión, que sería Primer Ministro de Israel entre 1948 y
1954. En un informe elaborado en 1949 por el Ministerio de Asuntos
Exteriores de Israel, se valoró el problema de los refugiados palestinos
en términos puramente darwinistas, que recuerdan los planteamientos de
los nazis para justificar el exterminio de judíos, gitanos, eslavos y
presuntos asociales: “Los más aptos y flexibles sobrevivirán de acuerdo
con el proceso de selección natural. El resto simplemente morirán.
Algunos persistirán, pero la mayoría se convertirán en basura humana, la
escoria de la tierra y se hundirán en los niveles más bajos del mundo
árabe” (Archivos del Estado de Israel, Ministerio de Asuntos Exteriores, nº 2444/19). Años
más tarde, Menájem Beguín, Primer Ministro entre 1977 y 1983, declaró:
“No hubiera existido el Estado de Israel sin Deir Yassin”. No es un
comentario sorprendente en los labios del antiguo líder del Irgún y el
máximo responsable del atentado contra el Hotel Rey David, que causó la
muerte de 91 personas -17 judíos- el 22 de julio de 1946. El objetivo
era destruir los documentos incautados por los ingleses, después de
invadir la Agencia Judía y, de paso, destruir el cuartel general del
ejército y el gobierno civil británicos.
La Nakba solo fue la continuación de las
campañas de hostigamiento de las milicias sionistas contra la población
palestina durante los últimos años del mandato británico. Antes del 15
de mayo, 250.000 árabes abandonaron su lugar de residencia, huyendo de
los atentados y los actos de sabotaje, que incluyeron el envenenamiento
de los suministros de agua con tifus. El millón y medio de palestinos
que actualmente gozan de ciudadanía israelí representan casi el 20% de
la población y, dada la baja tasa de natalidad de los judíos y el alto
número de nacimientos en las familias árabes, esa cifra podría subir
hasta un 25% en 2025. Esa perspectiva despierta miedo y rechazo entre
los judíos. Cerca del 70%, desearía su traslado forzoso a Jordania,
Siria, Gaza o Cisjordania. Conviene recordar que los judíos sufrieron
varios pogromos cuando los ingleses aún gobernaban Palestina. Los
disturbios de Jaffa, la matanza de Hebrón, la masacre de Safed o la
masacre de Tiberíades acontecieron entre 1920 y 1939, costando la vida a
más de 400 judíos, casi siempre ancianos, mujeres y niños. Amin
al-Husayni, Gran Muftí de Jerusalén, instigó el odio hacia los judíos y
promovió las matanzas. El Gran Muftí se entrevistó con Hitler en
noviembre de 1941, pidiéndole que bombardeara Tel Aviv y exterminara a
los judíos del norte de África que en ese momento se hallaban bajo la
autoridad de la Francia de Vichy y la Italia fascista. Al-Husayni fue
uno de los arquitectos del Holocausto, pues durante su estancia en
Berlín sugirió que el genocidio se organizara de una forma sistemática y
masiva.
Además, aconsejó que fueran asesinados los 400.000 judíos
alemanes que el Tercer Reich había previsto deportar a Palestina. Su
recomendación tuvo éxito. Los judíos alemanes acabaron sus días en
campos de exterminio, sin llegar a pisar Eretz Israel.
¿Cómo resolver el actual conflicto entre
judíos y palestinos? En primer lugar, quiero dejar muy claro que
repudió las tesis racistas y antisemitas. La Carta Fundacional de Hamás
(18 de agosto de 1998) afirma en su Preámbulo: “Israel existiría, y
continuará existiendo, hasta que el Islam lo destruya, de la misma
manera que destruyó a otros en el pasado”. Más adelante, leemos: “El Día
del Juicio no llegará hasta que los musulmanes no luchen contra los
judíos y les den muerte”. Mahmud Ahmadineyad, Presidente de la República
Islámica de Irán entre 2005 y 2013, ha repetido varias veces la frase
del ayatolá Jomeini: “El Estado de Israel debe ser borrado del mapa”.
Después de sufrir persecuciones y matanzas durante siglos, es
comprensible que el pueblo judío reivindicara el derecho a constituirse
como nación en un estado libre y soberano. A estas alturas, apostar por
la destrucción de Israel es una aberración moral, pues condenaría a seis
millones de judíos a vivir como parias, expuestos a soportar nuevas
masacres. En segundo lugar, considero que la Shoah no puede convertirse
en el pretexto para continuar con las políticas de limpieza étnica en
Cisjordania y genocidio progresivo en la Franja de Gaza. Acusar de
antisemitismo a los que denuncian al Estado de Israel por sus crímenes
contra el pueblo palestino, constituye un acto de cinismo que solo
contribuye a alimentar los prejuicios antisemitas. El victimismo del
Estado de Israel solo es una obscena forma de manipulación, que no logra
ocultar el carácter racista y militarista de una sociedad cada vez más
intolerante y con escasa capacidad de autocrítica. Pienso que la única
resolución ética y justa del conflicto ha sido formulada –entre otros-
por el historiador Ilan Pappé y el activista Michel Warschawski, ambos
israelíes. Israel no debería ser un Estado judío, sino un Estado
binacional y laico que integrara con los mismos derechos a árabes y
judíos en los territorios de la Palestina histórica. Warschawski afirma
que es necesario abandonar el dogma de “un Estado, una cultura, un
pueblo” para construir un “Estado plural, donde vayan de la mano una
ciudadanía compartida y el reconocimiento de identidades colectivas
diversas”. En ese proceso, la minoría árabe de Israel puede desempeñar
un papel esencial: “El Estado sigue siendo un Estado judío, con
prácticas y estructuras discriminatorias, pero la minoría palestina ha
pasado de una situación de atomización e invisibilidad a ser una minoría
nacional que reivindica la igualdad ciudadana en un país que pretende
ser judío pero también democrático”. El director de cine israelí Haim
Bresheeth también es partidario de un Estado binacional, laico y
democrático. En su opinión, Cisjordania y la Franja de Gaza son
auténticos bantustanes, semejantes a los de la Sudáfrica del apartheid.
Bresheeth opina que sería necesario someter a Israel a un boicot
económico y cultural para acabar con esta situación.
Hamás niega haber asesinado a los tres
jóvenes israelíes secuestrados en la Cisjordania ocupada. Algunos
apuntan que se trata de una Operación de Bandera Falsa. Es una hipótesis
arriesgada, pero hay muchos cabos sueltos: ¿por qué unos adolescentes
hacían autostop en la zona C de Cisjordania, un escenario de guerra con
grandes riesgos? ¿cómo pudo producirse un secuestro en una zona
altamente militarizada con múltiples controles del Tsahal y el Shin Bet?
¿por qué se subieron los jóvenes a un coche conducido por un palestino
–según la versión oficial-, cuando está prohibido que los palestinos
circulen por ese lugar?, ¿no es más probable que el conductor fuera
judío? Las autoridades israelíes han informado que se utilizó un
Hyundai, pero si es así, ¿no tendría que circular con matrícula israelí
(de color plata, blanco y verde) y en ningún caso amarilla (el color
asignado a los matrículas palestinas)? No es posible averiguarlo, pues
el coche fue pasto de las llamas supuestamente para eliminar pruebas e
indicios. Cuando Hamás ha realizado un secuestro, siempre ha exigido el
canje de presos palestinos para liberar al rehén y, en las actuales
circunstancias, una acción de este tipo solo contribuye a malograr una
nueva etapa basada en un gobierno conjunto con Al Fatah. Solo un
arrebato de locura puede explicar una iniciativa tan absurda y
perjudicial.
Díez días antes del secuestro, Tamir Pardo, jefe del
Mossad, declaró al periódico israelí Haaretz: “¿Qué sucedería si –dentro
de una semana- fuesen secuestrados tres jóvenes de 14 años en una de
las colonias?”
Esa predicción se cumplió con una exactitud inverosímil.
¿Simple casualidad? Una clarividencia tan asombrosa contrasta con las
cinco horas que tardó en intervenir la policía israelí, después de
recibir una presunta llamada de auxilio desde el interior del coche
donde viajaban los adolescentes. En la grabación presentada por los
militares, Gilald Shaar exclama a los pocos minutos de iniciar el
trayecto: “Estoy secuestrado”. Las autoridades no atribuyeron
credibilidad a la llamada y ni siquiera investigaron su procedencia,
algo extraño cuando la ley establece severas sanciones para los mayores
de doce años que realicen falsas llamadas a los servicios de seguridad.
El desinterés inicial se convirtió poco después en una gigantesca
movilización. Durante quince días, miles de soldados israelíes
rastrearon la zona, pero los cadáveres solo habían sido semienterrados
en una zona de terrazas agrícolas de la aldea de Beit Kahil, en el área
de Khirbet Aranava, que se encuentra en la periferia norte de Hebrón. De
inmediato, Netanyahu responsabilizó a Hamás y anunció un castigo
ejemplar. El 18 de junio el diario gratuito Israel Today publicaba:
“Responsables de Naciones Unidas y de las autoridades palestinas
observan que Israel podría haber montado la historia de los tres jóvenes
secuestrados por Hamás. […] No hay pruebas claras de que los tres
colonos israelíes hayan sido secuestrados. Mientras más tiempo pasa van
apareciendo más análisis que consideran que es otra operación de bandera
falsa realizada por los israelíes. Eso recuerda la divisa del Mossad:
‘Haz la guerra engañando al enemigo’. Cuando analizamos los indicios
disponibles podemos comprobar que el ‘secuestro’ proporciona a Israel
una oportunidad para golpear brutalmente a los jefes y los civiles
palestinos”. Algunos analistas han apuntado que “cada vez que el
gobierno israelí se mete en un callejón sin salida [esta vez los
desencuentros entre Netanyahu y Lieberman, la reconciliación de Hamás y
Al Fatah y ciertos conflictos con la diplomacia estadounidense], sus
enemigos acuden al rescate para sacarlo de dificultades” (Kevin Barrett,
sitio web norteamericano Veterans Today). “Es una marca de fábrica: en
cuanto Estados Unidos presiona a Israel para que abandone las colonias o
detenga la construcción de nuevas colonias… estalla alguna bomba”. El
diario suizo Zürcher Tagesanzeiger afirma: “…el secuestro de los tres
jóvenes se produjo en el momento más propicio para Israel, según el
experto en Oriente Medio Pascal de Crousaz. Y no aporta nada a Hamás”.
Incluso la emisora de radio alemana Deutschlandfunk planteó una incómoda
pregunta al embajador israelí: “No hay pruebas y es evidente que no
existe ninguna pista clara… ¿y a pesar de eso ya se sabe que fue Hamás?”
Puede parece inverosímil que el Mossad
organice un secuestro y asesine a tres jóvenes judíos o que tal vez todo
se trate de un simple montaje, sin víctimas reales. En la Red Voltaire,
Gerhard Wisnewski apunta: “Es posible que los servicios secretos
israelíes se hayan limitado a montar un suceso mediático, o sea
solamente una farsa sin víctimas. Varios testigos han considerado que la
ceremonia fúnebre más parecía una simple puesta en escena dada la falta
de lágrimas y que los ataúdes parecían estar vacíos” (11-06-04). Solo
son teorías, pero algo marcha mal en Israel cuando Avraham Burg, ex
presidente del parlamento israelí, protestó hace años contra las
agresivas campañas militares de Ariel Sharon, afirmando: “Israel ha
entrado en un proceso de decadencia moral. Un F-16 ataca un edificio en
el que viven inocentes y los oficiales dicen que no les quita el sueño.
Estamos carcomidos. Yo no puedo olvidar que en nuestro gobierno hay tres
tipos de ministros. Unos quieren la guerra con Siria; otros, con el
conjunto del mundo árabe, y los terceros, la guerra sin más”. Para los
gobiernos, la guerra nunca es un problema cuando hay en juego intereses
políticos o económicos. En Cisjordania, las colonias judías controlan
las zonas más fértiles y los recursos hídricos, mientras los palestinos
sobreviven a duras penas en tierras improductivas, cercados por
carreteras que les aíslan e incomunican, pues la ley prohíbe que
circulen por ellas. En las aguas de la Franja de Gaza se ha descubierto
petróleo y yacimientos submarinos de gas. Los pescadores palestinos
soportan restricciones que les impiden alejarse más de tres o seis
millas, con el pretexto de que una distancia mayor facilitaría el
tráfico de armas. El aeropuerto internacional que se inauguró en Gaza en
1998 se encuentra fuera de servicio desde septiembre de 2000, cuando el
ejército israelí destruyó sus pistas de aterrizaje e instalaciones como
castigo a la segunda Intifada. Está claro que Israel no escatima medios
para forzar la emigración de los palestinos hacia otros países o
mantenerlos en una situación de impotencia semejante a la de cualquier
pueblo nativo confinado en una reserva. Si es necesario romper huevos
para hacer esta tortilla, se asume el coste, como hizo Boris Yeltsin en
1999, cuando una serie de atentados contra edificios de apartamentos en
las ciudades rusas de Buynaksk, Moscú y Volgodonsk causaron 307 muertos y
1.700 heridos. Se atribuyeron los atentados a la milicia islamista
liderada por Ibn al-Khattab y Shamil Basáyev, pero ambos negaron toda
responsabilidad en las explosiones, alegando que luchaban contra el
ejército ruso y no contra mujeres y niños. Los atentados sirvieron de
pretexto para iniciar la segunda guerra de Chechenia y facilitar el
ascenso al poder de Vladimir Putin. De inmediato, surgieron las
sospechas de que el FSB –sucesor del KGB- había organizado una operación
de bandera falsa. El diputado Yuri Shchekochikhin presentó dos mociones
para iniciar una investigación parlamentaria, pero la Duma rechazó la
iniciativa. Una comisión pública independiente dirigida por el diputado
Serguéi Kovaliov interpeló al gobierno, pero éste se negó a responder a
sus preguntas. Dos miembros de la comisión –Sergei Yushenkov y Yuri
Shchekochikhin- serían asesinados años más tarde, corriendo la misma
suerte de Anna Politkóvskaya, asesinada el 7 de octubre de 2006 por
denunciar las violaciones masivas de los derechos humanos en la guerra
de Chechenia.
Dos tercios de las víctimas de la Operación Margen Defensivo son
civiles. Las bombas han alcanzado incluso a un centro para
discapacitados del norte de la Franja de Gaza, matando a dos jóvenes e
hiriendo de extrema gravedad a otros cinco. El goteo de víctimas
inocentes continuará hasta que Israel decida que es suficiente. No se
descarta una invasión terrestre, pero el Tsahal sabe que sufriría muchas
bajas y una nueva ocupación solo podría mantenerse con una política
represiva a gran escala. El pueblo judío necesita un hogar, pero el
precio de este anhelo no puede ser la destrucción de otro pueblo. Es
imposible mirar el futuro con esperanza, pero sin esperanza no hay
futuro. En este caso, solo encuentro un poco de esperanza en una frase
del filósofo judío Emmanuel Lévinas: “El rostro es lo que no se puede
matar o, al menos, eso cuyo sentido consiste en decir: No matarás”.
Si la sociedad israelí mira al rostro de los palestinos y descubre su
humanidad, tal vez se atreva a exigir a su gobierno que deje de matarlos
con bombas arrojadas desde cuatro mil metros de altura.
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