LA VIGENCIA DE
ANGELELLI
Luis Miguel Baronetto[1]
Si algo no pudieron lograr los asesinos de
Mons. Angelelli fue borrarlo del mapa. Hoy está presente en muchos lugares
donde en vida no llegó. Hay calles, rutas, escuelas, comedores escolares,
guarderías, barrios, villas que enarbolan su nombre con orgullo. El mayor
fracaso militar fue la resurrección del obispo asesinado. Cuando lo destinaron
como obispo de La Rioja
en agosto de 1968 pensaron lo mismo. Creían que se sacaban de Córdoba un
estorbo que resultaba molesto al catolicismo tradicionalista de la ciudad de
las campanas. El obispo, que primero fue asesor de la juventud obrera católica
y luego encarnó un estilo episcopal de cercanía con los pobres, vio potenciada
su actuación en aquella provincia empobrecida por la escandalosa hegemonía del
poder feudal que concentraba tierras, poder y privilegios.
Esos fueron los sectores que plantaron la
semilla de su asesinato. Y la hicieron crecer con la difamación y las mentiras,
que se expandió en el diario El Sol, con escribas a los que todavía no les
llegó la mano de la justicia. No fueron los únicos. Los dueños de los
latifundios de La Costa
y del oeste riojano hicieron su parte atacando las iniciativas de organización
cooperativa que impulsaba el Movimiento Rural Diocesano. Fueron las
cooperativas de Campanas, de producción y comercialización de la nuez, en el
oeste, cerca de Chilecito. La
Comisión de Productores “Severo Chumbita”, de Aimogasta, que
pretendía proteger los precios de la aceituna contra los zánganos intermediarios
que menospreciaban su trabajo. Y el proyecto más importante, la CODETRAL – Cooperativa de
Trabajadores Amingueños Limitada - que quería la tierra para los peones y
pequeños productores de Aminga y Anillaco, propugnando la expropiación del abandonado
latifundio de Azzalini, el más rico en agua que garantizaba la producción
suficiente de la vid como para salir de la esclavitud a la que estaba sometida
la población de la zona. No fue casual la agresión más violenta sufrida por el
obispo Angelelli, con improperios y pedradas, en las fiestas patronales de
Anillaco el 13 de junio de 1973, en pleno gobierno democrático. Los
terratenientes siempre trascienden los sistemas de gobierno. Soportan o compran
las democracias y se sienten más cómodos en las dictaduras. Fue también un 13
de junio de 1976, cuando Anillaco fue declarada “capital de la Fe” por los “cruzados” que gestionaron
el desfile militar encabezado por el coronel Osvaldo Pérez Battaglia, principal
responsable de la represión en La
Rioja que se fue impune a la tumba. El obispo diocesano
alcanzó a impedir la celebración de la misa, en la digna reivindicación de su
misión que pretendía ser usurpada por los militares. Pero el capellán Pelanda
López bendijo el desfile.
Cuestionar la propiedad de la tierra en pocas
manos fue el gran delito del obispo condenado a muerte por la mezquina ambición
de los poderosos. No lo hacía desde ninguna ideología ajena a su fe y sus
convicciones, que emanaban del Evangelio de Jesucristo y de la doctrina social
de la Iglesia
asumida en serio. No a media agua y para quedar bien con los pobres. “Si, tengo
miedo – le confesó a sus padres en junio de 1976 cuando los visitó en Córdoba –
pero no puedo esconder el Mensaje debajo de la cama”. Si ese mensaje hubiese
quedado reducido a palabras, seguramente que molestaría a pocos. Y podía ser
fácilmente acallado con prebendas. Lo peligroso fue que se transformó en
acción, especialmente a partir de 1971. Su misa radial fue prohibida, algunos
de sus sacerdotes detenidos. Y Angelelli pasó a ser “satanelli”,
“tercermundista”, “marxista” para los planfletarios a sueldo. Fue cuando el
obispo se extendió a lo largo y a lo ancho de la provincia, y se multiplicó en
miles de riojanos que asumieron su protagonismo en las cooperativas. Y en los
barrios se organizaron los centros vecinales. También en FATRE, el sindicato de
los peones rurales en La Costa;
o en AOMA, cuando los mineros se juntaron en la parroquia de Olta para defender
su sindicalización y sus derechos, sumándose a la CGT de los Argentinos, que a
nivel nacional lideraba Raimundo Ongaro y en La Rioja encabezaba Plutarco
Schaler, del diario El Independiente con el asesoramiento del Dr. Ricardo
Mercado Luna. La palabra se transformó en acción. Y la acción en organización
colectiva.
No era el obispo en soledad, predicando en el
desierto. Era el contagioso y entusiasmante testimonio que se agigantaba en el
crecimiento de la conciencia liberadora de los pobres. Los riojanos escarbaban
en su propia historia las antiguas luchas montoneras de Facundo, Felipe Varela
y el Chacho Peñaloza. Y allí encontraban su raíz para fortalecerse en la
organización y el reclamo.
Ese Angelelli multiplicado en miles de voces y
brazos construyendo su propio destino era más peligroso que la violencia de las
armas con que los poderosos acostumbraron a reprimir y acallar los reclamos de
los desposeídos. Ese era el Obispo que necesitaban eliminar. Su crimen fue
construido durante los años de su episcopado riojano, y encontró la mano
ejecutora al instaurarse el terrorismo de estado. Pero no se asesina un obispo
todos los días en un país que confiesa su catolicismo, hasta en su ley
fundamental.
Fue posible porque las cúpulas eclesiásticas abandonaron a su
hermano de báculo y de mitra; y se lo entregaron en bandeja a los asesinos, que
de esa forma purificaban con sangre la “civilización occidental y cristiana”.
Fue el discurso del 25 de mayo de 1976 del vicecomodoro Fernando Luis Estrella,
condenado a prisión perpetua por el crimen del obispo Angelelli: “Debemos adherirnos
al occidentalismo cristiano…pero siempre que ese occidentalismo cristiano sea
verdaderamente cristiano como Cristo quiere el mundo, y no como el hombre
zorro disfrazado de oveja quiere que sea Cristo.” Con este subrayado se
publicó al día siguiente. El modo de defender esos valores lo predicó el Nuncio
Apostólico en Tucumán: “En ciertas situaciones la autodefensa exige tomar
determinadas actitudes, y en este caso, habrá de respetarse el derecho hasta
donde se puede.” (27-6-76). El crimen estaba autorizado. Y Pío Laghi no envió a
Roma la carta de Mons. Angelelli del 5 de julio donde le decía que había sido
“nuevamente amenazado”. La misma que encontró ahora el Papa Francisco
aportándola a la causa judicial.
¿Para que sirve esta evocación? ¿Cuál es su vigencia?
Las secuelas del neoliberalismo todavía exigen compromiso capaz de acompañar la
marcha de los despojados, aunque los obstáculos sean poderosos. La memoria de
Angelelli nos interpela recordándonos que los derechos no se obtienen por
dádivas, sino por organización y lucha de los olvidados en las orillas de las
ciudades o en las tierras donde viven amenazados por el arrebato. Esta memoria
del obispo, pastor de tierra adentro, nos desafía a todos a “poner el oído en
el pueblo”; e interpela a los que enarbolando un catolicismo ritualista,
olvidan las exigencias simples y profundas del Evangelio predicado por Aquel
que terminó crucificado, pero resucitó para contagiar la “vida y vida en
abundancia.” (Juan,10,10).
Córdoba, 30 de julio de 2014
[1] Director de la Revista Tiempo Latinoamericano,
Córdoba; y Querellante en la causa judicial por el asesinato de Mons.
Angelelli. Autor de “Vida y Martirio de Mons. Angelelli”, Ed. Tiempo
Latinoamericano, 2da. ed., 2006.
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