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La
agresión de los anglosajones contra Rusia está asumiendo la forma de una
guerra financiera y económica. Pero Moscú se prepara para
las hostilidades armadas desarrollando su autonomía en el sector
agrícola y multiplicando sus alianzas internacionales. Thierry Meyssan
opina que, después de la creación del califato en el Levante, Washington
planea utilizar otra carta en septiembre –en San Petersburgo.
La capacidad de Rusia para mantener su estabilidad interna determinará
entonces los próximos acontecimientos.
Los medios de prensa occidentales casi no hablan de la guerra del Donbass y la población de sus países nada sabe sobre la envergadura de los combates, la presencia de militares estadounidenses en Ucrania, la cantidad de víctimas civiles ni la ola de refugiados. Los medios de la prensa occidental sí mencionan, aunque con retraso, los acontecimientos del Magreb y el Levante, pero los presentan como el resultado de una supuesta «primavera árabe» (o sea, en la práctica, de una toma del poder por parte de la Hermandad Musulmana) o como el efecto destructivo de una civilización naturalmente violenta. Y nos dicen que es más necesario que nunca acudir en ayuda de los árabes, incapaces de vivir en paz sin los colonos occidentales.
Rusia es hoy la principal potencia capaz de encabezar la Resistencia frente al imperialismo anglosajón. Para ello dispone de 3 herramientas: los BRICS, una alianza de rivales económicos que saben que sólo pueden crecer si se ayudan entre sí; la Organización de Cooperación de Shanghai, una alianza estratégica con China para estabilizar el Asia Central; y, finalmente, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, una alianza militar de Estados ex soviéticos.
En la cumbre de Fortaleza (Brasil), realizada del 14 al 16 de julio de 2014, los BRICS dieron el paso necesario, anunciando la creación de un Fondo de Reserva Monetaria –principalmente chino– y de un Banco BRICS como alternativas al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial, o sea como alternativa al sistema-dólar [2].
Incluso antes del anuncio, los anglosajones ya habían preparado su respuesta: la transformación de la red terrorista al-Qaeda en un califato con el fin de orquestar problemas e incidentes entre todas las poblaciones musulmanas de Rusia y China [3]. Prosiguieron su ofensiva en Siria y la extendieron además a Irak y el Líbano. Pero fracasaron en su intento de expulsar a los palestinos de Gaza hacia Egipto y acentuar la desestabilización de la región. Y, como punto final, siguen sin meterse con Irán para dar al presidente Hassan Rohani la posibilidad de debilitar la corriente antiimperialista de los khomeinistas.
Dos días después del anuncio de los BRICS, Estados Unidos acusó a Rusia de haber destruido el vuelo MH17 de la Malaysia Airlines sobre la región de Donbass, matando así 298 personas. Partiendo de esa suposición, completamente arbitraria, Estados Unidos impuso a los europeos el inicio de una guerra económica contra Rusia. Actuando a la manera de un tribunal, el Consejo de la Unión Europea juzgó y condenó a Rusia, sin la menor prueba y sin darle la posibilidad de defenderse. Y promulgó «sanciones» contra su sistema financiero.
Consciente de que los dirigentes europeos no están trabajando a favor de los intereses de sus propios pueblos sino en función de los intereses de los anglosajones, Rusia prefirió contenerse y se abstuvo –hasta ahora– de entrar en guerra en Ucrania. Apoya a los rebeldes con armas e información de inteligencia, acoge en su propio territorio a más de 500 000 refugiados, pero se abstiene de enviar tropas y de seguir el juego de la guerra. Y es probable que no intervenga antes de que la gran mayoría de los ucranianos se subleve contra el presidente Petro Porochenko, aunque eso implique no entrar en el país hasta después de la caída de la República Popular de Donetsk.
Ante la guerra económica, Moscú ha optado por responder con medidas similares pero no en el sector de financiero sino en el de la agricultura. Dos consideraciones le llevaron a preferir esa opción: En primer lugar, a corto plazo, los demás países BRICS pueden aliviar las consecuencias de las llamadas «sanciones» mientras que, por otro lado y a largo plazo, Rusia se prepara para la guerra y tiene intenciones de reconstituir completamente su agricultura para vivir en situación de autosuficiencia.
Los anglosajones también han previsto paralizar Rusia desde adentro. Primeramente, mediante la activación, a través del Emirato Islámico (ex EIIL), de grupos terroristas en el seno de su población musulmana y también organizando una oposición mediática en ocasión de las elecciones municipales del 14 de septiembre.
Importantes sumas de dinero han llegado a todos los candidatos de la oposición en la treintena de grandes ciudades rusas implicadas en esas elecciones mientras que al menos 50 000 agitadores ucranianos, infiltrados entre los refugiados, están reagrupándose en San Petersburgo. La mayoría de esos individuos tienen la doble nacionalidad ruso-ucraniana. El objetivo es, evidentemente, reproducir en el interior del país las manifestaciones orquestadas en Moscú después de las elecciones de diciembre de 2011 –agregándoles la violencia como nuevo ingrediente– e imponer al país un proceso de «revolución de color», al que una parte de los funcionarios y de la clase dirigente sería favorable.
Para lograrlo Washington ha nombrado un nuevo embajador en Rusia, John Tefft, el mismo que preparó la «revolución de las rosas» en Georgia y el golpe de Estado en Ucrania.
Para el presidente Vladimir Putin será muy importante poder confiar en su primer ministro, Dimitri Medvedev, a quien Washington esperaba reclutar para derrocarlo.
Teniendo en cuenta lo inminente del peligro, Moscú parece haber logrado convencer a Pekín de aceptar la incorporación de la India, a cambio de la de Irán –pero también las de Pakistán y Mongolia–, a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Esa decisión debería hacerse pública durante la cumbre programada en Dusambé, capital de Tayikistán, para los días 12 y 13 de septiembre. Eso debería poner fin al conflicto de siglos entre la India y China e implicarlas en una cooperación militar. Ese drástico cambio de la situación, si se confirma, también pondría fin a la luna de miel entre Nueva Delhi y Washington, cuando este último esperaba distanciar a la India de Rusia ofreciéndole acceso a diversas tecnologías nucleares. La incorporación de Nueva Delhi a la OCS constituye también una apuesta por la sinceridad de su nuevo primer ministro, Narendra Modi, sobre quien pesan sospechas de haber estimulado actos de violencia antimusulmana, en 2002, en Gujarat, cuando dirigía ese Estado de la India.
Por otro lado, la incorporación de Irán, que constituye una provocación para Washington, aportaría a la OCS un conocimiento preciso sobre los movimientos yihadistas y los medios de contrarrestarlos. También en este caso, si se confirma debe reducir la voluntad iraní de negociar una pausa con el «Gran Satán», intención que motivó la elección del jeque Hassan Rohani a la presidencia de la República Islámica. En este caso, la apuesta sería por la autoridad del Guía Supremo de la Revolución Islámica, el ayatola Ali Khamenei.
La entrada de esos países a la OCS marcaría de hecho el inicio de un cambio de rumbo del mundo, que después de estar orientado hacia Occidente se orientaría hacia el Oriente [4]. Pero esa evolución tendría que contar con protección en el plano militar. Ese es el papel de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), conformada alrededor de Rusia pero que no incluye a China. A diferencia de la OTAN, la OTSC es una alianza clásica, compatible con la Carta de las Naciones Unidas ya que cada uno de sus miembros conserva la posibilidad de separarse de la OTSC si así lo desea. Y es basándose en esa libertad de los miembros de la OTSC que Washington ha tratado durante los últimos meses de comprar a varios de ellos, como Armenia. Pero la caótica situación que prevalece en Ucrania parece haber enfriado a los que podían soñar con una «protección» estadounidense.
Así que hay que prever un aumento de la tensión durante las próximas semanas.
A partir de su probable ampliación en septiembre de 2014,
la Organización de Cooperación Shanghai representará un 40% de
la población mundial.
La ofensiva de los anglosajones (Estados Unidos,
Reino Unido e Israel) por el control del mundo se mantiene
simultáneamente en dos direcciones: la creación del «Medio Oriente Ampliado» (Greater Middle East)
–con los ataques simultáneos contra Irak, Siria, Líbano y Palestina– y
el proceso destinado a separar a Rusia de la Unión Europea mediante la
crisis organizada por Washington en Ucrania.
En esta carrera contra el tiempo parece que Washington quisiera
imponer el dólar como única moneda en el mercado del gas, la fuente de
energía del siglo XXI, como ya lo había hecho anteriormente en el
mercado del petróleo [1].Los medios de prensa occidentales casi no hablan de la guerra del Donbass y la población de sus países nada sabe sobre la envergadura de los combates, la presencia de militares estadounidenses en Ucrania, la cantidad de víctimas civiles ni la ola de refugiados. Los medios de la prensa occidental sí mencionan, aunque con retraso, los acontecimientos del Magreb y el Levante, pero los presentan como el resultado de una supuesta «primavera árabe» (o sea, en la práctica, de una toma del poder por parte de la Hermandad Musulmana) o como el efecto destructivo de una civilización naturalmente violenta. Y nos dicen que es más necesario que nunca acudir en ayuda de los árabes, incapaces de vivir en paz sin los colonos occidentales.
Rusia es hoy la principal potencia capaz de encabezar la Resistencia frente al imperialismo anglosajón. Para ello dispone de 3 herramientas: los BRICS, una alianza de rivales económicos que saben que sólo pueden crecer si se ayudan entre sí; la Organización de Cooperación de Shanghai, una alianza estratégica con China para estabilizar el Asia Central; y, finalmente, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, una alianza militar de Estados ex soviéticos.
Los dirigentes de los BRICS: Dilma Rousseff (Brasil),
Vladimir Putin (Rusia), Narendra Modi (India), Xi Jinping (China) y
Jacob Zuma (Sudáfrica).
En la cumbre de Fortaleza (Brasil), realizada del 14 al 16 de julio de 2014, los BRICS dieron el paso necesario, anunciando la creación de un Fondo de Reserva Monetaria –principalmente chino– y de un Banco BRICS como alternativas al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial, o sea como alternativa al sistema-dólar [2].
Incluso antes del anuncio, los anglosajones ya habían preparado su respuesta: la transformación de la red terrorista al-Qaeda en un califato con el fin de orquestar problemas e incidentes entre todas las poblaciones musulmanas de Rusia y China [3]. Prosiguieron su ofensiva en Siria y la extendieron además a Irak y el Líbano. Pero fracasaron en su intento de expulsar a los palestinos de Gaza hacia Egipto y acentuar la desestabilización de la región. Y, como punto final, siguen sin meterse con Irán para dar al presidente Hassan Rohani la posibilidad de debilitar la corriente antiimperialista de los khomeinistas.
Dos días después del anuncio de los BRICS, Estados Unidos acusó a Rusia de haber destruido el vuelo MH17 de la Malaysia Airlines sobre la región de Donbass, matando así 298 personas. Partiendo de esa suposición, completamente arbitraria, Estados Unidos impuso a los europeos el inicio de una guerra económica contra Rusia. Actuando a la manera de un tribunal, el Consejo de la Unión Europea juzgó y condenó a Rusia, sin la menor prueba y sin darle la posibilidad de defenderse. Y promulgó «sanciones» contra su sistema financiero.
Consciente de que los dirigentes europeos no están trabajando a favor de los intereses de sus propios pueblos sino en función de los intereses de los anglosajones, Rusia prefirió contenerse y se abstuvo –hasta ahora– de entrar en guerra en Ucrania. Apoya a los rebeldes con armas e información de inteligencia, acoge en su propio territorio a más de 500 000 refugiados, pero se abstiene de enviar tropas y de seguir el juego de la guerra. Y es probable que no intervenga antes de que la gran mayoría de los ucranianos se subleve contra el presidente Petro Porochenko, aunque eso implique no entrar en el país hasta después de la caída de la República Popular de Donetsk.
Ante la guerra económica, Moscú ha optado por responder con medidas similares pero no en el sector de financiero sino en el de la agricultura. Dos consideraciones le llevaron a preferir esa opción: En primer lugar, a corto plazo, los demás países BRICS pueden aliviar las consecuencias de las llamadas «sanciones» mientras que, por otro lado y a largo plazo, Rusia se prepara para la guerra y tiene intenciones de reconstituir completamente su agricultura para vivir en situación de autosuficiencia.
Los anglosajones también han previsto paralizar Rusia desde adentro. Primeramente, mediante la activación, a través del Emirato Islámico (ex EIIL), de grupos terroristas en el seno de su población musulmana y también organizando una oposición mediática en ocasión de las elecciones municipales del 14 de septiembre.
Importantes sumas de dinero han llegado a todos los candidatos de la oposición en la treintena de grandes ciudades rusas implicadas en esas elecciones mientras que al menos 50 000 agitadores ucranianos, infiltrados entre los refugiados, están reagrupándose en San Petersburgo. La mayoría de esos individuos tienen la doble nacionalidad ruso-ucraniana. El objetivo es, evidentemente, reproducir en el interior del país las manifestaciones orquestadas en Moscú después de las elecciones de diciembre de 2011 –agregándoles la violencia como nuevo ingrediente– e imponer al país un proceso de «revolución de color», al que una parte de los funcionarios y de la clase dirigente sería favorable.
Video:
https://www.youtube.com/watch?v=WNAPbuwLMHg#t=175
Para lograrlo Washington ha nombrado un nuevo embajador en Rusia, John Tefft, el mismo que preparó la «revolución de las rosas» en Georgia y el golpe de Estado en Ucrania.
Para el presidente Vladimir Putin será muy importante poder confiar en su primer ministro, Dimitri Medvedev, a quien Washington esperaba reclutar para derrocarlo.
Narendra Modi, nuevo primer ministro de la India.
Teniendo en cuenta lo inminente del peligro, Moscú parece haber logrado convencer a Pekín de aceptar la incorporación de la India, a cambio de la de Irán –pero también las de Pakistán y Mongolia–, a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Esa decisión debería hacerse pública durante la cumbre programada en Dusambé, capital de Tayikistán, para los días 12 y 13 de septiembre. Eso debería poner fin al conflicto de siglos entre la India y China e implicarlas en una cooperación militar. Ese drástico cambio de la situación, si se confirma, también pondría fin a la luna de miel entre Nueva Delhi y Washington, cuando este último esperaba distanciar a la India de Rusia ofreciéndole acceso a diversas tecnologías nucleares. La incorporación de Nueva Delhi a la OCS constituye también una apuesta por la sinceridad de su nuevo primer ministro, Narendra Modi, sobre quien pesan sospechas de haber estimulado actos de violencia antimusulmana, en 2002, en Gujarat, cuando dirigía ese Estado de la India.
Por otro lado, la incorporación de Irán, que constituye una provocación para Washington, aportaría a la OCS un conocimiento preciso sobre los movimientos yihadistas y los medios de contrarrestarlos. También en este caso, si se confirma debe reducir la voluntad iraní de negociar una pausa con el «Gran Satán», intención que motivó la elección del jeque Hassan Rohani a la presidencia de la República Islámica. En este caso, la apuesta sería por la autoridad del Guía Supremo de la Revolución Islámica, el ayatola Ali Khamenei.
El ayatola Ali Khamenei
La entrada de esos países a la OCS marcaría de hecho el inicio de un cambio de rumbo del mundo, que después de estar orientado hacia Occidente se orientaría hacia el Oriente [4]. Pero esa evolución tendría que contar con protección en el plano militar. Ese es el papel de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), conformada alrededor de Rusia pero que no incluye a China. A diferencia de la OTAN, la OTSC es una alianza clásica, compatible con la Carta de las Naciones Unidas ya que cada uno de sus miembros conserva la posibilidad de separarse de la OTSC si así lo desea. Y es basándose en esa libertad de los miembros de la OTSC que Washington ha tratado durante los últimos meses de comprar a varios de ellos, como Armenia. Pero la caótica situación que prevalece en Ucrania parece haber enfriado a los que podían soñar con una «protección» estadounidense.
Así que hay que prever un aumento de la tensión durante las próximas semanas.
[1] «¿Qué tienen en común las guerras de Ucrania, Gaza, Irak, Siria y Libia?», por Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada (México), Red Voltaire, 8 de agosto de 2014.
[2] «Las semillas de una nueva arquitectura financiera», por Ariel Noyola Rodríguez, Red Voltaire, 1º de julio de 2014. “Sixth BRICS Summit: Fortaleza Declaration and Action Plan”, Voltaire Network, 16 de julio de 2014.
[3] «¿Yihad mundial contra los BRICS?», por Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada (México), Red Voltaire, 18 de julio de 2014.
[4] “Russia and China in the Balance of the Middle East: Syria and other countries”, por Imad Fawzi Shueibi, Voltaire Network, 27 de enero de 2012.
[2] «Las semillas de una nueva arquitectura financiera», por Ariel Noyola Rodríguez, Red Voltaire, 1º de julio de 2014. “Sixth BRICS Summit: Fortaleza Declaration and Action Plan”, Voltaire Network, 16 de julio de 2014.
[3] «¿Yihad mundial contra los BRICS?», por Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada (México), Red Voltaire, 18 de julio de 2014.
[4] “Russia and China in the Balance of the Middle East: Syria and other countries”, por Imad Fawzi Shueibi, Voltaire Network, 27 de enero de 2012.
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