«[…]
La Internacional fue fundada para remplazar las sectas socialistas o
semisocialistas por una organización real de la clase obrera con vistas a
la lucha […], la Internacional no hubiera podido
afirmarse si el espíritu de secta no hubiese sido ya aplastado por la
marcha de la historia […] Las sectas están
justificadas (históricamente) mientras la clase obrera aún no ha
madurado para un movimiento histórico independiente. Pero en cuanto ha
alcanzado esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente
reaccionarias. […] La historia de la Internacional también ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas […]
A fines de 1868 ingresó en la Internacional el ruso Bakunin con el fin
de crear en el seno de ella y bajo su propia dirección una segunda
Internacional titulada “Alianza de la Democracia Socialista”. Bakunin,
hombre sin ningún conocimiento teórico, exigió que esta secta particular
dirigiese la propaganda científica de la Internacional, propaganda que
quería hacer especialidad de esta segunda Internacional en el seno de la
Internacional. Su programa estaba compuesto de retazos superficialmente
hilvanados de ideas pequeñoburguesas arrebañadas de acá y de allá: […]
el ateísmo como dogma obligatorio para los miembros de la
Internacional, etc., y en calidad de dogma principal la abstención
(proudhonista) del movimiento político. Esta fábula infantil fue acogida
con simpatía (y hasta cierto punto es apoyada aún hoy) en Italia y en
España […] y también entre algunos fatuos, ambiciosos y hueros doctrinarios en la Suiza Latina y en Bélgica […]
Las resoluciones 1, 2, 3 y IX dan ahora al Comité de Nueva York armas
legales para terminar con todo sectarismo y con todos los grupos
diletantes, expulsándolos si llega el caso […]»
Marx, Carta a Friedrich Bolte, 23 de noviembre de 1871.[1]
Desde
la derrota del anarcosindicalismo español, la reiteración es un hecho
frecuente en el contexto babélico en que penosamente acontece la vida
del denominado «movimiento anarquista».[2] Como si se tratara de El Día de la marmota[3],
estamos condenados a repetir la misma experiencia de forma indefinida.
Una y otra vez, los desplazamientos ideológicos y las
conceptualizaciones ajenas cobran presencia en nuestras tiendas. Así —de
nueva cuenta—, emergen en el debate las nociones de «secta»,
«sectarismo» y «sectario». No tenemos la menor oportunidad de escapar de este círculo vicioso.
Al igual que a Phil Connors (Bill Murray) en la célebre comedia, todos
los días nos remachan la misma canción (¡a las seis de la mañana!),
obligados a repetirnos en un ciclo infinito del que no nos salva ni el
suicidio.
Quizá, para quienes provienen de las llamadas
«izquierdas» —que felizmente ya han evolucionado a posicionamientos
«libertarios»— y hoy comparten codo a codo la misma barricada, estas
imprecaciones siempre han estado ahí, al alcance de la mano. Listas para
esgrimirse a la menor provocación. Por lo que asumen que tales
palabrotas son parte de nuestro léxico o que se inscriben en una suerte
de vocabulario universal del que tenemos que servirnos por obligación.
Para las y los compañeros que llevamos algunos años en la lucha, es inevitable la sensación de déjà vécu
que provoca la remasterización de esta opereta bufa. En efecto, no es
la primera ocasión que tenemos que enfrentar estos epítetos y,
definitivamente, no será la última. Se repiten como mantra invocando la «aplastante marcha de la historia» (san Charlie de Tréveris, dixit).
La triste constatación, es que esta liturgia ocurre, incluso, en los
entresijos de la praxis —viva y actuante hoy mismo—, de la Tendencia Informal Anárquica(TIA).
Una tendencia donde no caben las prácticas uniformadoras como tampoco
tiene cabida la repetición; es decir, las intentonas frentistas ni las
tentativas de «unidad táctica» y «responsabilidad colectiva».
La TIA
se reafirma en la crítica y el conflicto permanente con todas y cada
una de las formas y estrategias del poder; en la experimentación
constante y la búsqueda incasable de la liberación total; en el marco de
la guerra contra todo lo existente a través de la práctica continuada
de la insurrección individual. Todo lo cual, debería entenderse como una
tensión constante —no una realización—, incitada por quienes no alojan
esperanzas en Revoluciones salvadoras ni regímenes por-venir y,
hacen a un lado TODA la mitografía. Conscientes que la Anarquía no
puede reducirse al decimonónico «asalto al cielo» ni a la trasnochada
«trasformación» de ciertas estructuras; mucho menos, a la instauración
de un sistema de (auto)gobierno ni al modo de (auto)gestión de la
producción. Léase: las prácticas onanistas en torno al Comunismo libertario.
Sin
embargo, estas anotaciones no deben concebirse como un pontificado que
se ejerce desde el confort de la neutralidad y/o la abstracción
ideológica, sino que aspiran ser una reafirmación de principios
profundamente autocrítica. Yo también (en algún momento de mi vida) caí
en la trampa de la «unidad táctica» y renegué de nuestro «sectarismo» en
aras de «la unidad de las luchas revolucionarias», cuya concreción
resultaba ser el desiderátum de las reflexiones de época. Basta una lectura rápida de los desvaríos frentistas de Guillén[4],
para aquilatar el tamaño monumental de las desvirtuaciones sesenteras,
setenteras y, hasta ochenteras, del recién bautizado «anarquismo
revolucionario», fuertemente influenciado por la Autonomía leninista.[5]
Pero
aquellos experimentos que hoy nos resultan enteramente absurdos —a
cuatro décadas de distancia—, no eran producto de la repetición. Muy al
contrario, pretendían reorganizar el campo de entendimientos y
significaciones de una cosmovisión anárquica que enfrentaba
desplazamientos y reubicaciones conceptuales en busca de condiciones
favorables que le permitieran abandonar el inmovilismo al que había sido
condenado el «movimiento». Se enfrentaba, entonces, una transformación
societaria con profundos cambios en la configuración de clases, actores y
potenciales «sujetos revolucionarios»; en un contexto donde el trabajo
comenzaba a perder su condición central.[6]
El propio Estado se alejaba de aquél papel vigoroso que sustentaba el
principio de autoridad, atravesando un proceso de redefinición de su rol
histórico.
A la luz de estos eventos, el resurgir de la
desfachatez anárquica animó un conjunto de prácticas transgresoras
impregnadas de hedonismo —con su inocultable afición por la libertad
intransigente, su pertinaz aliento insurreccional y su talente
parricida—, que sustituyeron de inmediato y sin demasiados cargos de
conciencia, los modelos acéticos y sacrificiales de los recipientes
organizativos tradicionales (ya fuesen sindicatos libertarios,
federaciones de síntesis o partidos especificistas), animados por la
informalidad y el placer de la acción anárquica. A la vez que dejaba
constancia del imperioso esfuerzo de contrastación, refutación e incluso secesión
de la hegemonía revolucionaria de la época (definida por la ortodoxia
marxiana-leninoide), remarcando los elementos de distinción
teórico-práctica que nos convierten, desde tiempos inmemoriales, en una
«secta»; o sea, en una especie distinta y en una expresión radical de ruptura; lo que nos ha permitido siempre reconocer y desarrollar nuestra singularidad.
Aquella
herejía nos hizo acreedores entonces, como nos había hecho antes y nos
vuelve a hacer ahora, del apelativo «sectarios». Es decir, quienes
alimentan la «doctrina que se aparta de la ortodoxia» o se «secciona».
Esta
acusación, no solo se nos imputaba desde la visión eclesiástica
totalizadora del fascismo rojo que sometía las luchas por aquellos años,
sino se esgrimía también desde las desvirtuaciones pragmáticas del
anarcoleninismo, en impúdica armonía con la gramática del frentismo
anti-imperialista. Lamentablemente, muchos compañeros y compañeras
huyeron de nuestra «secta» enarbolando banderas ajenas y se sumaron al
redil de la «Iglesia». Algunos ofrendaron sus vidas, impregnados de fe,
consolidando dictaduras; otrxs, hoy militan en partidos electoreros como
el Partido por la Victoria del Pueblo.[7]
Desde luego, más allá de sus pretensiones hegemónicas, estas «opciones»
ideológicas y organizativas —trazadas en cada uno de estos ámbitos—,
estaban demasiado emparentadas con la especialización vanguardista, el
reformismo socialdemócrata y la demagogia populista (según los casos),
como para que los «sectarios» de ayer, de hoy y de siempre las
consideráramos atractivas.
Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.
(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa»).
Notas
[1] «Briefe und Auszüge aus Briefen von Joh. Phil. Becker, Jos». Traducido del alemán. Dietzgen, Friedrich Engels,
Karl Marx und A. an F. A. Sorge und Andere, Stuttgart, 1906; disponible en ruso en Marx, K. y Engels, F.; Obras Escogidas, 1ª ed., t. XXVI, Moscú, 1935. En español se encuentra recogido en C. Marx y, F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos,
Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II. Se puede consultar una versión
íntegra de esta carta en la edición digitalizada de KCL, Bakunin,
Mijail; La Libertad: https://circulosemiotico.files.wordpress.com/2012/10/bakunin-la-libertad.pdf (consultado: 18/10/2021).
[2] Un ente
extremadamente heterogéneo, incapaz de producir las modificaciones
críticas, metodológicas y organizativas que permitan la reaparición
protagónica de la Anarquía en nuestro tiempo y el desarrollo de su
potencia negativa.
[3] Groundhog Day (El día de la marmota en Argentina, Chile, México y Venezuela; Hechizo del tiempo en el resto de Latinoamérica y, Atrapado en el tiempo
en el Estado español), es una comedia de ciencia ficción
estadounidense, realizada en 1993 bajo el sello Columbia Pictures. Fue
dirigida por Harold Ramis, con libreto del propio Ramis en coautoría con
Danny Rubin y, protagonizada por Bill Murray (Phill) y Andie MacDowell
(Rita).
[4] Vid., Guillén, Abraham; Desafío al Pentágono. La guerrilla latinoamericana, Editorial Andes, Montevideo, 1969; Estrategia de la guerrilla urbana, Ediciones Liberación, Montevideo, 1970 y; Lecciones de la guerrilla latinoamericana, en: Hodges Donald C. y Guillén, Abraham, Revaloración de la guerrilla urbana, Ediciones El Caballito, México, D.F., 1977.
[5]
No olvidemos que la hegemonía marxista-leninista tiene más de siete
décadas; durante este prolongado período ha impuesto sus expresiones
modélicas en nombre de la «unidad revolucionaria» produciendo
descomunales desvirtuaciones en nuestras tiendas. Tales desvirtuaciones,
llevaron al Movimiento 2 de Junio a diluirse en la Fracción del Ejército Rojo (RAF) y las Revolutionäre Zellen (Células Revolucionarias) —huyendo del «sectarismo» en el marco del frentismo revolucionario— y a operar con apoyo de la Stassi y la KGB, hasta concluir sus días como mercenarios a las órdenes de Saddam Hussein y Al-Fatah,
presumiendo el más pedestre antisemitismo. Indudablemente, para estas
agrupaciones anti-imperialistas no había contradicción en colaborar y
coordinarse con los esbirros de la policía secreta alemana y soviética.
Desde su perspectiva frentista, en contra del «sectarismo», todas estas
agencias represivas eran aliados «tácticos». Como diría Joaquín Sabina:
“Siempre que luchan la KGB contra la CIA, gana al final, la policía”.
[6]
Esto fue así, al menos en aquellas sociedades que poseían una
extraordinaria acumulación de bienes disponibles y habían alcanzado «un sorprendente desarrollo tecnológico» (para expresarlo dentro de las aspiraciones de época) .
[7] Un bochornoso ejemplo es la otrora Federación Anarquista Uruguaya (FAU) y su degeneración —huyendo del «sectarismo»— en partido electorero (Partido de la Victoria del Pueblo). Para mayor información Vid., https://es.wikipedia.org/wiki/Partido_por_la_Victoria_del_Pueblo (consultado: 18/10/2021).
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