SOBERANÍA Y MUNDIAL
Mario Elffman
Puede confundirse la identidad nacional, que suele tener poco que ver con la geografía, con la antropología y hasta con el lenguaje, con el comportamiento y los resultados de un torneo de futbol. No está ni bien ni del todo mal, se capta como una puesta en escena colectiva de la necesidad de adquirir, resaltar o imponer una personalidad.
Pensemos en qué condiciones, en medio de la guerra de Las Malvinas, nos interesábamos tanto por la suerte de nuestro seleccionado en el mundial del 82, o al menos, por el ‘resultado’ de un partido con Inglaterra, nuestro enemigo demoledor. Hagamos lo propio con el del 2002, cuando teníamos seleccionado pero no teníamos país. O poco menos.
En este 2014, justo cuando se desarrolla la primera fase de un nuevo mundial, se vuelven a dar condiciones para relativizar esa ‘identidad’ y tomar conciencia de que hay problemas más importantes en cuestiones de soberanía, de autodeterminación, y de dominación absoluta de un sistema financiero perverso e implacable.
Los muertos no pagan. Tampoco juegan al futbol. El espectáculo no es la vida, pero no tiene significados sin ella. El campeonato de España hace 4 años no incidió en su crisis, ni lo haría un hipotético triunfo de Portugal, o Grecia, ni de una Francia xenófoba y ultraderechizada, pero con un seleccionado repleto de descendientes del Africa Negra y de magrebíes.
No `pregunto qué nos pasa cada 4 años, sino qué vuelve a pasarnos hoy, cuando tanto la presidenta como el ministro de economía tienen que esperar para hablar que terminen los partidos, los comentarios de los partidos, los comentarios de los comentarios y la propia publicidad oficial que se les superpone.
¿Estamos tan locos como para no advertir que la mentada identidad es una cosa, y otra la cuestión de la soberanía? ¿Tanto como para no darnos cuenta que lo más importante no sucede en Belo Horizonte sino aquí a la vuelta, en Nueva York? Los muertos no se pelean por el 5,3,2 o el 4,3,3.
LA que muere es la soberanía. R.I.P. Y nosotros, de parranda.
En el pequeño y curioso cementerio de San Miniato al Monte, en Florencia, donde está el panteón familiar de Franco Zefirelli, hay una lápida con textos sumamente curiosos: se indica que la persona recordada murió el último día de su vida. Es tan curioso, tan obvio, tan elemental, que obliga a detenerse y releerlo, para intentar develar qué hay detrás de tanta ingenuidad y de tanta aparente torpeza.
¿Cuál es el último día de la vida de un país? ¿El de una derrota en el futbol? ¿el del control antidoping de Diego, que nos cortó las piernas?
El 30 de junio no sé què partido se juega en Brasil. Se juega el canje de la deuda argentina, en una cancha inclinada, con jueces algo más que parciales. Y nosotros, formando un equipo 11-0-0 delante de un arco de 70 metros de ancho.
¿Podemos ser indiferentes, otarios, y seguir dándole a la matraca y a las buvuzelas? ¿Podemos dedicar los espacios sobrantes a escuchar a los delincuentes que nos metieron en esto y ahora nos dan lecciones de acatamiento a los fallos de una justicia ‘independiente’.?
Yo no sé si hay que elegir. Pero yo elijo. No espero el milagro de Messi. El país, como tal, se puede hundir, y no como lo pronosticaba Tato Bores por el peso de las bolas de la gente, sino en función de los designios de lo peor (si es que hay ‘mejor’) del capital financiero.
En ésta, juego del lado de la soberanía, y me solidarizo plena y absolutamente con nuestro gobierno. Al carajo con todo lo demás.
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