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martes, 25 de junio de 2019

Tinkunaco 967/19 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Boletín diario del Portal Libertario OACA

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  • La transformación de la esclavitud en trabajo asalariado
  • Estúpida retórica: algunas consideraciones sobre riesgo, libertad y educación
  • Aniversario del fallecimiento de Louis Lecoin, militante anarquista y antimilitarista
  • La crisis de los opiáceos y sus responsables
  • [Vídeo] ¡Disonancia cognitiva! ¿Por qué seguimos creyendo cosas absurdas?
  • [28J] Presentación de «Ser Territorio. La geografía y el anarquismo» en Madrid
Posted: 24 Jun 2019 10:55 AM PDT
Las diferentes investigaciones sobre la esclavitud y su abolición tienden a centrarse en las supuestas razones económicas que propiciaron su abolición. Asimismo, la propia esclavitud como sistema social es considerada desde el punto de vista de la producción, con lo que su surgimiento y desarrollo es enfocado desde la economía. Lo que aquí planteamos no es tanto un análisis de las causas que originaron esta institución sino más bien las razones de fondo que desembocaron en su abolición o, mejor dicho, en su transformación en la forma de trabajo asalariado como neoesclavitud moderna.
El origen de la esclavitud es la guerra. En tiempos antiguos el vencedor en una guerra esclavizaba al vencido que pasaba a servirlo. Las explicaciones economicistas, tanto liberales como marxistas, acostumbran a enfocarlo todo a partir de las formas de producción y su evolución histórica cuando la esclavitud como tal es una institución forzada, y por ello mismo no surge espontáneamente como resultado del desenvolvimiento de la economía. Se ha hablado mucho de las deudas contraídas por hombres libres como causa de la esclavitud, la penuria económica, etc., pero lo cierto es que todo esto tuvo una incidencia menor en la aparición de la esclavitud, lo que en la práctica desvía la atención de un hecho fundamental y decisivo que es que se trata de una institución que necesita de la coerción, y que sin ella no es factible. La guerra, y el Estado como forma de dominación resultante desarrollada por el grupo conquistador, es la causa fundamental de la esclavitud en la medida en que los vencedores aspiran a vivir a expensas de los vencidos.
Pero al margen de los errores que desde las teorías económicas que pretenden explicar la esclavitud, mucho mayores son los cometidos a la hora de explicar los motivos que desencadenaron su abolición. En lo que a esto respecta nos encontramos con complicadas, y a veces sofisticadas, teorías relacionadas con la productividad de la formación esclavista, de las relaciones económicas y comerciales inherentes a las sociedades esclavistas, etc. Todos estos análisis suelen caer también en el mismo error en el que incurren aquellas explicaciones acerca del origen de la esclavitud. Sin embargo, en este punto es necesario hacer alguna matización. En este sentido hay que reconocer un hecho incontestable, y este es que en toda sociedad esclavista la masa monetaria en circulación es menor que en aquellas sociedades en las que impera el trabajo asalariado, lo que dificulta la movilización de recursos. Allí donde la fuerza de trabajo no está salarizada la cantidad de dinero en circulación es bastante limitada, pues los esclavos están sometidos a un régimen paternalista en el que sus amos se encargan de proveerles los medios de existencia precisos para su conservación y, dado el caso, su reproducción. Esto implica alojamiento, comida, ropa, etc., algo que, por el contrario, el trabajador debe buscarse por su cuenta en la forma de producción capitalista con el salario percibido de su patrón. De esto se deduce igualmente que el grado de comercialización de la economía doméstica es menor, y por ello el tamaño del mercado también es menor pues se produce para abastecer los centros de poder político-económico, que son las ciudades, así como los mercados internacionales para obtener metálico o divisas extranjeras.
Sin embargo, esta escasa monetización y comercialización de la economía dificulta la movilización de recursos a la hora de preparar y hacer la guerra, pues esta actividad exige grandes inversiones de dinero en muy poco tiempo. Esto significa en muchos casos tener que recurrir a mercados internacionales para abastecerse de recursos de los que se carece para equipar y organizar un ejército, sobre todo si es de mercenarios. Por otro lado la base tributaria del Estado es limitada por dos razones: la demografía y la propia economía escasamente monetizada. En el plano demográfico al imperar la esclavitud las cantidad de personas susceptibles de pagar impuestos es mucho menor que, si por el contrario, imperase el trabajo asalariado. De sobra es sabido que ser esclavo es ser propiedad, y que las propiedades no tributan, únicamente sus propietarios. En el terreno de la economía nos encontramos con que la cantidad limitada de dinero disponible dificulta la recaudación de impuestos, y el pago de los mismos se concentra en una minoría esclavista que, a su vez, es la que ocupa los puestos de dirección del Estado. Juntamente con esto la cantidad de impuestos que se retraen de la economía es menor al ser también menor la cantidad de dinero disponible, siendo el mercado interior bastante limitado. Como consecuencia de esto en muchos casos es preciso recurrir al pago de tributos en especie algo que, a su vez, también dificulta la movilización de recursos. Unido a todo lo anterior está la problemática de costear los medios de dominación precisos que sostengan la sociedad esclavista, lo que inevitablemente se encarece cuando no hay mucho efectivo disponible.
Sin embargo, todo lo anterior es un aspecto secundario y no decisivo de las razones que empujaron a abolir la esclavitud. En cualquier caso sirve para poner de relieve que los argumentos de la supuesta baja productividad de esta forma de producción, junto a otros factores concomitantes, son bastante dudosos si se toma una perspectiva más amplia de la cuestión en términos estructurales y en su relación con el aparato estatal que crea, sostiene y reproduce la esclavitud. Por decirlo de alguna manera los factores económicos antes señalados únicamente establecieron unas condiciones favorables para la abolición de la esclavitud, pero en ningún caso constituyeron una causa suficiente para su supresión. Debido a todo esto consideramos que el factor decisivo que puso término a la esclavitud tiene que buscarse en la política y en la organización del conjunto de la sociedad.
Es obvio que nadie es esclavo por propia voluntad y que todo ser humano ansía ser libre, y si es libre aspira a seguir siéndolo. La esclavitud no tiene nada de natural pese a lo que afirmase Aristóteles de que existen individuos que nacen para dominar y otros que nacen para ser esclavos. Lo que suele ser pasado por alto es que la esclavitud, como sistema social, exige unas elevadas cantidades de coerción para mantener esclavizada a una considerable porción de la población, lo que hace que los medios de dominación encargados de aplicar la coerción sean muy grandes y la apliquen en grandes proporciones para mantener el orden constituido. A los esclavos, a fin de cuentas, les gustaría ser libres y en ocasiones buscan la forma de liberarse, lo que exige el uso sistemático, y a veces a gran escala, de la violencia para reprimir a los esclavos y mantenerlos sometidos. Es algo muy parecido a lo que ocurre en las cárceles donde se aplican altas dosis de violencia para mantener a los presos confinados, pues estos añoran la libertad.
El problema al que se enfrenta toda elite esclavista es siempre el mismo, esto es, la proporción numérica entre la cantidad de esclavos y la cantidad de propietarios de esclavos existente, así como la cantidad de medios de coerción precisos para mantener las jerarquías sociales. Ningún orden social esclavista ha pasado por alto esta circunstancia, lo que ha estado unido a otra contradicción no menos importante que es la necesidad de los esclavistas de tener la mayor cantidad posible de esclavos, pues su trabajo es lo que produce la riqueza de tal modo que a mayor mano de obra esclava mayor es la riqueza producida. Sin embargo, cuanto mayor es el número de esclavos mayor es la cantidad de recursos necesarios para costear los medios de coerción con los que conservar el orden social constituido. Vemos, entonces, una contradicción social de orden político entre quienes tienen los medios de dominación que gobiernan la sociedad, y una contradicción entre la base productiva de la economía y las necesidades políticas de la elite dirigente para contar con los instrumentos de coerción con los que mantener las jerarquías sociales imperantes.
En este punto es en el que debemos pasar a examinar las circunstancias sociales, políticas y económicas en las que se desarrolló la esclavitud después del derrumbamiento del imperio romano de Occidente en el año 476. En el ámbito occidental la debilidad del Estado romano, las sucesivas guerras civiles, la crisis demográfica, etc., hicieron que el régimen esclavista fuera cada vez más insostenible, a lo que hay que sumar una serie de movimientos sociales, culturales y religiosos que contribuyeron aún más a debilitar este modelo de sociedad. No fueron pocas las rebeliones de esclavos, basta con recordar incluso las que se produjeron mucho antes del colapso del imperio como la de Espartaco. Pero también es notable el creciente rechazo de la esclavitud entre diferentes sectores sociales como resultado de la influencia de la religión cristiana que, dicho sea de paso, comenzó siendo una religión de esclavos. Todo esto hizo que en Occidente, durante la época medieval, la esclavitud se diluyese hasta desaparecer prácticamente por completo. Por el contrario, el imperio romano de Oriente continuó siendo un régimen esclavista feroz, del mismo modo que el naciente mundo islámico con los sucesivos califatos contribuyó decisivamente a extender e incluso restablecer en algunos lugares el régimen esclavista. El Islam hizo especial mella en el norte y centro de África con la esclavización de los africanos, lo que posteriormente facilitó su comercialización en el Atlántico. Igualmente los mongoles, pueblo nómada islamizado, esclavizaron a cantidades ingentes de eslavos en torno al Mar Negro para su posterior venta a los otomanos y venecianos.
La llamada era de los descubrimientos en la que las potencias europeas se lanzaron a conquistar otros continentes se encontró con el problema de no contar con mano de obra suficiente para explotar las tierras conquistadas, y consecuentemente para hacer viables a largo plazo dichas colonias como fuentes de recursos y mercados cautivos. El tráfico de esclavos sirvió para abastecer dichas colonias de la mano de obra que precisaban, un tipo de mano de obra que las elites no encontraban en Europa occidental. Así es como se desarrolló el comercio de esclavos que eran comprados en África, donde los propios africanos habían sido esclavizados por sus congéneres, para ser exportados como mano de obra a las Américas. Esto explica que en Sudamérica y posteriormente en el sur de los futuros EEUU fuese establecida una extensa población esclava que trabajaba en plantaciones de algodón, tabaco, azúcar, café, etc.
El caso de EEUU es en cierto modo paradigmático pues tras la fundación del país, y con la redacción de su segunda constitución a finales del s. XVIII, la élite dirigente estadounidense llegó al compromiso de cesar el comercio de esclavos a principios del s. XIX, aunque la esclavitud fue conservada como así había quedado reconocida en la propia constitución. El motivo de esta medida no tenía nada que ver con razones filantrópicas, humanitarias o humanistas, sino que simplemente era el reflejo de una preocupación que existía en el seno de la élite americana en torno a un crecimiento excesivo de la proporción de población esclava en comparación con la población libre. Esto haría que a la larga la estabilidad social peligrase al no disponer de los suficientes medios para reprimir a los esclavos, lo que hacía cada vez más probable los estallidos de rebeliones y que la propia esclavitud se terminase aboliendo a sí misma. Sin embargo, al mismo tiempo persistió la otra contradicción a la que nos hemos referido antes derivada de la dependencia existente con la mano de obra esclava, especialmente en las regiones del sur de EEUU. Además, no hay que olvidar que eran los propietarios de esclavos los que copaban los cargos de dirección de los Estados del sur, y que constituían únicamente un 25% de la población blanca, con lo que esta institución era aún más impopular de lo que quepa pensar. Esta situación contradictoria, que se complementó con otros factores desestabilizadores como la adquisición de territorios en el Oeste, los desequilibrios geopolíticos entre el norte y el sur que desembocaron en la guerra de secesión, etc., no fue resuelta hasta que se introdujo la 13ª enmienda, y por unos motivos que no eran en absoluto filantrópicos.
Así pues, en el caso de EEUU hay que apuntar que Abraham Lincoln, quien sentía un gran desprecio hacia los negros, aprobó muy a su pesar la enmienda constitucional que abolió la esclavitud. Esto fue hecho al final de la guerra cuando ya era muy claro que el sur iba a ser derrotado. El motivo por el que fue abolida en este momento, y no antes, es porque tanto Lincoln como otros miembros del gobierno federal habían confiado en persuadir a las élites sureñas por medio de la guerra y otras medidas para se reintegrasen en la Unión, lo que finalmente no sucedió. Esto es lo que explica que la esclavitud fuese abolida en el último momento de la guerra, lo que tenía como principal propósito debilitar a la élite sureña al arrebatarle las bases de su poder. Los puestos políticos y funcionariales en los Estados del sur estaban restringidos y sólo podían acceder a estos cargos los propietarios de esclavos. Pero además de esto los distritos de los Estados del sur habían tenido una sobrerrepresentación en el congreso de los EEUU debido a que los esclavos computaban como población a la hora de determinar el número de representantes por cada distrito, cuando en la práctica los esclavos estaban desprovistos de derechos políticos. Por otra parte, no hay que perder de vista que el propio régimen esclavista estaba muy debilitado a nivel demográfico debido a que el crecimiento de la población esclava se había desplomado, lo que explica que en el periodo de la anteguerra las élites sureñas planteasen en más de una ocasión tomar Cuba por la fuerza para convertir la isla en un criadero de esclavos. La esclavitud en EEUU era inviable a largo plazo tanto por motivos estructurales ligados a la política, la economía, la situación internacional, etc., como por los desequilibrios demográficos que esta implicaba, tanto en lo que se refiere a la mano de obra esclava como a la cohesión social ligada al mantenimiento de las relaciones de dominación entre una mayoría negra y una minoría blanca.
Un ejemplo en el que la esclavitud fue abolida desde arriba para evitar que se aboliese a sí misma desde abajo es el de la Rusia zarista, en el año 1861. En ese momento el régimen social imperante, conocido como la servidumbre, que no era en nada sustancial diferente de la esclavitud que era practicada en otros lugares del mundo, recibía un gran rechazo como consecuencia no sólo de las condiciones en las que los propios rusos eran forzados a vivir, sino también por la gran cantidad de siervos que había en el país en comparación con la escasa cantidad de señores y los precarios medios de coerción de los que disponían. No hay que olvidar que la servidumbre se mantenía gracias a los altos niveles de violencia estatal aplicados contra la población. El fracaso de Rusia en la guerra de Crimea dejó el país en una situación política y social muy frágil, lo que produjo una honda preocupación en la élite zarista ante la posibilidad de que revueltas campesinas desestabilizasen el régimen y que, en definitiva, eso condujese a una situación de creciente desorden en la que la servidumbre se aboliese a sí misma. Por esta razón era preferible reconducir la situación de peligro mediante una abolición de este régimen impulsada desde arriba para, de este modo, reorganizar la dominación del Estado para adaptarla a las nuevas condiciones sociales. En términos generales la situación de los campesinos rusos no mejoró pues el reparto de tierras favoreció a los terratenientes, y el Estado incrementó su base tributaria al fiscalizar directamente a los campesinos. El Estado salió reforzado mientras que los antiguos siervos fueron empobrecidos, circunstancia que incrementó su dependencia del incipiente mercado y del emergente trabajo asalariado.
A grandes rasgos la abolición de la esclavitud simplemente fue reconvertida con la instauración y generalización del trabajo asalariado. De este modo la esclavitud fue puesta en la nómina. Las razones fundamentales que impulsaron este proceso fueron de orden político y social para la conservación del sistema de dominación, y consecuentemente las jerarquías sociales imperantes. Es un hecho que el trabajo asalariado constituye una forma de dominación impersonal mucho más sofisticada en la que el trabajador es controlado por medio del dinero, y por ello de su permanente necesidad de disponer de ingresos para pagar impuestos y facturas. El trabajo asalariado es, entonces, la esclavitud de siempre en unas condiciones de desarrollo histórico, social, económico y político cualitativamente distintas de las que caracterizaron al régimen esclavista tradicional. En la medida en que el trabajo asalariado requiere unos niveles mucho menores de coerción, y que la movilidad del individuo es mayor, también son mayores los niveles de consentimiento social a dicha forma de trabajo, lo que revierte en unos niveles de paz social y de estabilidad mucho mayores. La forma de producción capitalista, aún siendo una forma de producción que tiene una base coactiva, se basa en un tipo de orden social en el que el trabajador no es propiedad de nadie sino que puede tomar sus propias decisiones y organizar su propia vida. En este sentido cualquier persona puede dejar su trabajo cuando quiera, al mismo tiempo que recibe por este una contraprestación en la forma de salario. Las constricciones son diferentes pese a mantener al individuo en un estado de dependencia, pero con la particularidad de que formalmente dispone de una autonomía mayor.
El trabajo asalariado constituye un salto cualitativo en la explotación de la mano de obra, y pese a que formalmente el trabajador ganó autonomía a nivel individual, sin embargo, la perdió a nivel colectivo.[1] Esto lo comprobamos al constatar que como consecuencia del impulso de esta forma de trabajo el Estado incrementó su poder de manera exponencial, pues creció su base tributaria, con ella sus ingresos y dispuso desde entonces de unos medios de dominación más amplios y eficaces. Los mayores recursos que el Estado fue capaz de retraer a la sociedad permitieron su crecimiento con la proliferación de nuevas estructuras, el aumento de las ya existentes, la expansión de su burocracia, ejército, cuerpos policiales, tribunales, etc. El Estado, en definitiva, aumentó su poder en detrimento de la sociedad que fue, por el contrario, empobrecida.
Como puede deducirse de todo lo expuesto han sido factores extraeconómicos los que de manera decisiva influyeron tanto en la instauración del esclavismo como en su posterior abolición, o mejor dicho, en su posterior reconversión en trabajo asalariado. Estos factores han sido fundamentalmente de orden político, lo que manifiesta la naturaleza forzada de la esclavitud pero también del trabajo asalariado, pero en este último caso por medio de otros procedimientos. En cualquiera de los casos es el Estado el que instituye la esclavitud y el que la protege, lo que pone de manifiesto la importancia y necesidad de que toda lucha contra la opresión esté dirigida a desencadenar la revolución social que destruya las estructuras sobre las que descansa, esto es, el Estado. Por el contrario, toda actitud y práctica reformista, orientada a introducir mejoras parciales dirigidas a aumentar la autonomía formal del individuo en el marco de los límites preestablecidos por el Estado, sólo conduce a reorganizar en unas formas renovadas el sistema de dominación y su opresión. Por tanto, la revolución no es una opción sino una necesidad para conquistar la libertad e igualdad de un mundo sin Estados, clases sociales y capitalismo.
Esteban Vidal
Nota
[1] En cuanto a los efectos tremendamente nefastos que a diferentes niveles produce el trabajo asalariado sobre el individuo recomendamos la lectura de “La alienación del trabajo asalariado” en https://www.portaloaca.com/articulos/anticapitalismo/8398-la-alienacion-del-trabajo-asalariado.html

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Posted: 24 Jun 2019 10:35 AM PDT
Será que esa mi estúpida retórica
tendrá que oírse, tendrá que sonar
por más de mil años?
Caetano Veloso – “Podridos Poderes”
La pedagogía libertaria es, antes que cualquier cosa, una educación para la libertad y la solidaridad [1]. Es importante que la concibamos de esa forma, articulando libertad y solidaridad, para que ella no pierda su dimensión de emprendimiento colectivo. Como intentaré demostrar, la libertad anarquista presupone necesariamente lo otro; no es, de forma alguna, una visión individualista de libertad y precisamente ahí entra la solidaridad.
Pero me gustaría, antes que eso, colocar una cuestión: ¿cuál es la función de la educación?
Los filósofos, a lo largo de la historia, ya nos mostraron que el hombre sólo se hace humano por la educación. Ella es, por tanto, un proceso de inserción de los individuos en el universo de la cultura, haciendo de cada uno de ellos un ser humano. Lo que vemos a lo largo de los tiempos es que la educación ha sido pensada, propuesta e impuesta como un proceso de ajuste de los individuos a un medio social dado. No se trata, por tanto, sólo insertar los individuos en el universo de la cultura, sino que también de insertarlos en el contexto de una máquina social establecida, de presentarles un territorio definido, cual gran palco con escenografía lista y los papeles debidamente distribuidos, a los cuales cada uno debe ajustarse.
La pedagogía libertaria es creada precisamente para hacer frente a este emprendimiento de ajuste social: descontentos con una sociedad que explota, que excluye, que violenta, que mutila, que quiere hacer de todos los individuos piezas de una misma máquina, los anarquistas apuestan y siguen apostando a la posibilidad del cambio, buscando un proceso educativo que permitía que las personas se construyan a sí mismas en el contexto de un grupo social, pero avizorando la libertad y solidaridad. Para usar una expresión de Guattari, una verdadera revolución molecular.
Herbert Read afirmaba que hay apenas dos posibilidades para la educación: formar a los individuos para ser aquello que son o para que sean aquello que no son. La pedagogía autoritaria invierte en la segunda opción: quiere hacer de cada uno una pieza de máquina o “un ladrillo en el muro”. Recordando el film The Wall, ¿qué hizo Alan Parker a partir de la música de Pink Floyd? En ese clip de larga duración, los niños víctimas de la educación autoritaria inglesa (un estereotipo de toda educación autoritaria) son mostrados como muñecos que van de a poco perdiendo sus rostros (señal de individualidad) y, encaminadas por una correa móvil, son lanzados en un inmenso moledor de carne.
La pedagogía libertaria opta por la primera alternativa: educar a los individuos para que sean aquello que verdaderamente son. Esto es, respetando y preservando las características particulares de cada uno, armonizándolas con el colectivo. De esa forma, ella opta por la libertad, por la autonomía, y no por el encuadre en la máquina social.
Ahora, debemos preguntar: ¿pero qué es la libertad? Esa palabra da origen a las más diversas interpretaciones; ¿quién no conoce el más célebre dictado que afirma que mi libertad termina donde comienza la del otro? Pero si mi libertad termina, ¿es libertad? En otras palabras, ¿hace sentido hablar de límites/grados de libertad? Si mi libertad limita la tuya y la tuya limita la mía, ¿no seremos ambos prisioneros en la misma celda social?
Es esa visión totalmente diseminada y desperdigada de una comprensión individualista de la libertad, vehiculada por la filosofía política burguesa clásica. Rousseau, uno de sus mayores exponentes, definía la libertad como una característica natural del hombre, lo que significa que todos nosotros somos libres, ya desde el nacimiento. Crítico de la sociedad corrompida en que vivía, el filósofo ginebrino afirmaba que la sociedad nos aprisiona, arrancando de nosotros esa libertad natural. Era necesario, entonces, que construyésemos una nueva sociedad, que no impusiese amarras para la naturaleza humana libre. Mas, en esa sociedad, tendríamos que aprender a convivir, unos no invadiendo lo espacios de otros, ya que esa libertad sería particular y debería estar encima de cualquier cosa. Ese es el fundamento del liberalismo y de su nuevo hermano, el neoliberalismo.
En la visión de Rousseau, si la libertad es una característica, un regalo natural de cada uno de nosotros, basta que la sociedad (que, como creación humana es meramente artificial) no interfiera en ella, a través de un exceso de leyes y reglamentaciones. En el campo de la educación, ella defiende un proceso educativo individual, alejando a los niños de la convivencia social, hasta que la libertad natural esté consolidada y su carácter plenamente formado, cuando ya no podrá seguir siendo corrompida. Por eso, la propuesta rousseniana fue conocida como una educación negativa.
Preocupados también por la transformación social, los anarquistas van, en tanto, a construir otra concepción de libertad, no como dádiva natural, sino como construcción y práctica social. Para Proudhon, la libertad es resultante de una oposición de fuerzas, una afirmación, una necesidad, y otra de negación, la espontaneidad. Cuanto más simple es un ser vivo, más regido por la necesidad está; cuanto más complejo, está más influenciado por la espontaneidad. Esa fuerza de espontaneidad comprende su grado máximo en el ser humano, el más complejo de todos, recibiendo justamente el nombre de libertad. Más el hombre no es pura espontaneidad y sí el resultado de una composición de fuerzas de la naturaleza, sólo pudiendo ser libre por causa de la síntesis de esa pluralidad de fuerzas.
Proudhon desarrolla una “dialéctica pluralista”: la libertad es el resultante de una síntesis de diversos componentes, antagónicos o complementarios, siendo que la síntesis es siempre más fuerte, más compleja que sus componentes iniciales. Pero él se aleja de las concepciones burguesas, como la de Rousseau, cuando afirma la existencia de dos tipos de libertad. El primer tipo sería la libertad simple, que es experimentada por los bárbaros, que no conocen una sociedad ampliamente desarrollada, y también por aquellos que, a sí mismo, viviendo en una sociedad, no son plenamente conscientes de su estado, hallando ellos que se bastan a sí mismos. El segundo tipo sería la libertad compuesta, la verdadera libertad, aquella vivida en sociedad. Ella presupone, para su existencia, la convergencia de varias otras libertades, que se complementan, resultando en una libertad mayor para toda la sociedad.
Según el anarquista francés, en la perspectiva de los bárbaros el máximo de libertad corresponde al máximo de aislamiento, cuando no hay nadie para limitar la libertad del individuo. Por otro lado, en el punto de vista social, cuando la libertad y solidaridad se equivalen, el máximo de libertad significaría el máximo de relación posible con otros hombres, pues desde esta perspectiva las libertades no se limitan, sino que se auxilian, se complementan. De esta forma, mi libertad comienza junto con la del otro y juntas ellas son más fuertes. Libertad es, así, comunión con otro y no oposición al otro. La libertad es también la propia condición de existencia de la sociedad: es porque son libres que los hombres escogen vivir juntos para auxiliarse mutuamente y superar con mayor facilidad las vicisitudes naturales. Y, viviendo en sociedad, los hombres se vuelven más libres.
Bakunin parte de esa concepción de Proudhon y la profundiza. A la idea russoniana de libertad como una característica natural del hombre, él opone la idea de la libertad como una construcción eminentemente social, posible apenas en sociedad. Para él, la libertad es el punto de llegada del hombre, y no el punto de partida, como quería Rousseau, pues en la aurora de la humanidad, estando el hombre aún inconsciente de sí, no era más que una marioneta en las manos de las fuerzas naturales. Su vida era regida por el principio de la necesidad; él hacía aquello que era necesario para garantizar su sobrevivencia, vivía bajo el yugo de la fatalidad. Como el proceso cultural y el desenvolvimiento de la civilización, el hombre va de a poco libertándose de las fatalidades naturales, construyendo su mundo y conquistando su libertad.
La concepción materialista de Bakunin muestra que la libertad, aunque sea una de las facetas fundamentales del hombre, no es un hecho natural, pero sí un producto de la cultura, de la civilización. En otras palabras, en cuanto el hombre produzca cultura, o sea, se autoproduce, conquista también la libertad. De ese modo, el hombre y la libertad, nacen juntos: uno es creación del otro, uno sólo existe por el otro. Cuanto más el hombre se “humaniza”, más libre es él, cuanto más libre, más humano. Se concluye entonces que, al asumirse plenamente humano, conquista el máximo de libertad. Pero el máximo de libertad, como mostró Proudhon, ocurre apenas cuando todos los individuos son libres, pues las libertades se complementan, se auxilian. Una sociedad socialista libertaria –anarquista– sería, entonces, la realización del hombre completo, libre y señor de sus habilidades.
Bakunin muestra aún que la libertad, más allá de ser un producto social es también un producto colectivo. Dice él que “la libertad de los individuos no es un hecho individual, es un hecho, un producto colectivo. Ningún hombre podría ser libre fuera de sí sin el concurso de toda la sociedad humana”, pues ser libre es también ser reconocido por el otro como libre; si no hay nadie que me reconozca como tal, no tengo cómo adquirir conciencia de ella.
Por otro lado, sólo puedo considerarme verdaderamente libre en medio de hombres libres, pues una libertad que se sustente sobre la opresión –y no libertad de otro– no puede ser verdadera. La esclavitud de otro es una barrera para mi libertad, pues es una animalidad que disminuye mi humanidad. La libertad individual, la capacidad que cada uno debe tener para no obedecer a nadie y determinar sus actos a través de sus propias convicciones, sólo es válida cuando es reconocida por otras consciencias igualmente libres. En palabras de Bakunin, “sólo soy verdaderamente libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres […] Mi libertad personal, así confirmada por la libertad de todos se extiende hasta el infinito”.
Es en esa concepción de libertad que la educación anarquista debe fundamentar sus proyectos de pedagogía libertaria, y no en aquella concepción individualista burguesa de Rosseau, que sirve de base para la llamada escuela nueva.
Es en el concepto anarquista de libertad que el riesgo está presente. Asumir la libertad es asumir el riesgo, asumir la libertad es proyectarse, lanzarse en un futuro abierto, en un horizonte de eventos ilimitados. Y si todo puede acontecer, es porque ese hecho es arriesgado, porque debe ser audaz y creativo. Gusto de pensar como el filósofo Jean Paul Sartre, uno de los que contemporáneamente se dedicaron más al tema de la libertad. Para él, no somos necesariamente libres; la libertad es el fundamento del ser del hombre. Y la libertad es una cosa mucho más simple: la capacidad de escoger. Todos tenemos que hacer elecciones, y haciéndolas estamos ejercitando la libertad. Pero si la libertad es una característica humana por excelencia, ella sólo se vuelve acto cuando la ejercitamos.
Es por eso que la libertad, para Sartre, sólo se da en situación. Ella es siempre acto (un acto de elección), realizado en medio de otros seres humanos, en el mundo. Aquí podemos conectar a Sartre y Bakunin. El acto de escoger implica la más absoluta responsabilidad por el acto y por todas sus consecuencias. Es por eso que la libertad aterroriza a muchos que huyen de ella. Ser libre es ser también, necesariamente, responsable. Nuestra sociedad autoritaria está sustentada, dentro de otros pilares, justamente en el hecho de que muchas personas prefieren obedecer, para poder dejar la responsabilidad sobre los hombros de quien ordena, del que asume la libertad y las responsabilidades que ella implica.
La pedagogía autoritaria, practicada en las escuelas, en las familias y en los demás dispositivos sociales, nos forma para que seamos aquello que no somos, para obedecer la máquina social de producción. Pero nos ofrece en cambio muchos chivos expiatorios sobre los cuales lanzar las responsabilidades que no queremos abrazar: los países, los patrones, los políticos, etc. etc.
La pedagogía libertaria, a su vez, pretende enseñarnos la libertad. Sí, porque ella necesita ser aprendida. Y, más que aprendida, necesita ser construida y conquistada, en un proceso que debe ser, necesariamente, colectivo. Aprender la libertad y aprender a hacer elecciones, asumir las responsabilidades por ellas y por aquello que de ellas deriva. Aprender la libertad y aprender a convivir con el riesgo, y aprender a gustar del riesgo, es aprender el placer de vivir en la cuerda floja, sin nunca saber el resultado del próximo paso. La pedagogía libertaria hace, así, una pedagogía del riesgo, en cuanto la pedagogía autoritaria se resume en una pedagogía de la seguridad.
Volviendo a las dos posibilidades de educación, ahora utilizando una terminología “robada” de Guattari y Deleuze, podemos decir que la pedagogía autoritaria se constituye en un proceso de subjetivación, que provee a los individuos un panorama social y los territorializa en ese panorama, haciéndoles ser aquello que se espera de ellos. Es, por lo tanto, un mecanismo de construcción heterónoma de los sujetos. Y la pedagogía libertaria busca un proceso de singularización, en el cual el individuo se construye a sí mismo en diálogo activo con otros y con el medio que le rodea. Es, por tanto, un mecanismo autónomo que desterritorializa el sujeto. La territorialización de la pedagogía autoritaria provee la seguridad de un mapa ya dado, con los caminos trazados de antemano. La pedagogía libertaria, a su vez, apuesta por un mapa a ser construido en la medida que se vive, una desterritorialización que implica la construcción de territorios siempre nuevos, nunca definitivos, en el riesgo y en el placer de un viaje a ciegas, de un vuelo sin instrumentos, absolutamente abierto para la creatividad.
Silvio Gallo
Nota
[1] Silvio Donizetti de Oliveira Gallo es un pedagogo y anarquista brasilero. Es autor de diversas publicaciones, entre las cuales destacamos Anarquismo: uma introdução filosófica e política(Rio de Janeiro: Achiamé, 2000) y Educação do Preconceito – ensaios sobre poder e resistência(Campinas: Editora Alínea, 2004). El presente ensayo, traducido desde el portugués por Maximiliano Astroza-León, fue escrito en 2003 para una exposición y publicado por primera vez en Pedagogía Libertária. Anarquistas, Anarquismos e Educacão (São Paulo : Editora Imaginario – Editora da Universidade Federal do Amazonas, 2007. Pp. 260 – 265).
Texto incluido en la compilación Educación anarquista. Aprendizaje para una sociedad libre, Santiago de Chile, Edit.Eleuterio, 2012.

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Posted: 24 Jun 2019 10:29 AM PDT
Tal día como hoy, el 23 de junio de 1971 muere en París, Louis Lecoin militante anarquista y antimilitarista, considerado el padre de la objeción de conciencia al servicio militar en Francia. Había nacido el 30 de septiembre de 1888 en Saint-Amand-Montrond (Francia).
Nacido en una familia modesta, de joven estudió tres años en la granja-escuela de Laumoy, cerca de Morlac, de donde salió diplomado en agricultura.
En 1905 va a instalarse en París donde se iniciaría en temporadas de jardinero, de albañil o empleado en cementeras. En esta época, ya preocupado por los problemas sociales, fue condenado a cinco años de prisión por haber publicado un cartel antimilitarista.
Liberado, fue incorporado en 1907 al Ejército, pero rechazó actuar contra los ferroviarios entonces en huelga. Un Consejo de Guerra en Bourges le condenó de nuevo a seis meses de prisión, pero, como rechazó las sucesivas nuevas incorporaciones, pasará 12 años encarcelado por insumisión, antes de ser indultado en 1920.
Se casó con Marie Morand, hija de un militante anarcosindicalista, y ambos irán al Midi.
En agosto de 1921 asistió en Lille al Congreso de la Confederación General del Trabajo (CGT) y, ante el rechazo de los dirigentes cegetistas a dejar expresarse libremente a los representantes de los sindicatos revolucionarios, sacó su revólver y puso en marcha unos cuantos disparos. Restaurado el orden, hizo un discurso pacifista ante León Jouhaux y su grupo, todos ellos sindicalistas partidarios de la guerra. Aunque partidario de la no violencia y opuesto a la guerra y los conflictos, no se acobardaba ante nada.
Partidario de defender todo lo referente al movimiento anarquista, pidió la liberación de Émile Cottin, joven anarquista de 23 años que disparó 10 tiros sobre Clemenceau el 19 de febrero de 1919. En una nota de extrema violencia dirigida al presidente Poincaré, afirmaba que éste era «el más repugnante bonastre de la época» y que «estaba manchado con la sangre de quince millones de hombres muertos a causa de la guerra ». Evidentemente fue encarcelado y comenzó una huelga de hambre, que gracias a las numerosas protestas y la movilización de la opinión pública, obligó al gobierno a ceder y sólo pasó seis meses encarcelado.
Robert Lazurick, futuro alcalde de Saint-Amand-Montrond, asumió su defensa y finalmente sólo estuvo retenido siete días. Cuando estalló la II Guerra Mundial, en septiembre de 1939, publicó un panfleto con el título liberación y expulsión de los activistas.
Durante el «Caso Sacco y Vanzetti» luchó vehementemente contra su ejecución, al tiempo que defendió los militantes anarquistas españoles Ascaso, Durruti y Jover, de una más que probable extradición. Bajo su impulso, el asunto de los «tres mosqueteros», que así eran llamados los tres anarquistas españoles, tuvo un gran eco y por miedo a no convertir el caso en una cuestión de Estado, el gobierno Poincaré cedió y ordenó la liberación y expulsión de los activistas. Como no pudo evitar la ejecución de Sacco y de Vanzetti, vestido con un uniforme de la American Legion se metió en una reunión donde el gobierno francés estaba invitado y gritó muy fuerte: «¡Viva Sacco y Vanzetti!» Fue nuevamente encarcelado y acusado de «apología de hechos calificados como criminales».
Cuando estalló la II Guerra Mundial, en septiembre de 1939, publicó un panfleto con el título ·”Paix immédiate. Nouveau manifieste contre la guerre”, que le llevó de nuevo a la cárcel y no fue liberado hasta el 1943. En 1958, tras la muerte de su compañera a causa de un problema cardíaco, volvió a París.
Dejó a Louis Dorleta de responsable de su revista “Défense de l’Homme”, que continuará hasta el 1970. Después, junto con Dorleta, fundará el semanario “Liberté”, con el fin de crear campaña para el reconocimiento del estatuto de objetor de conciencia en plena guerra de Argelia, cuando los objetores, la mayor parte religiosos, eran encerrados en las cárceles.
Después de numerosos años de campaña, obtuvo la liberación de los objetores que hubieran sido más de cinco años encarcelados. Pero la campaña se alargaba a causa de esta guerra colonial. Después de muchas presiones, el general De Gaulle confió la redacción del estatuto de objetor Louis Lecoin a Nicolas Faucier y Albert Camus, pero el texto quedó congelado.
El 22 de junio de 1962 decidió ponerse en huelga de hambre hasta obtener el estatuto, con el apoyo del periódico “Le Canard Enchaîné”. La huelga de hambre dura 22 días, Louis Lecoin tenía 74 años. Finalmente el gobierno cedió y el proyecto de Ley fue entregado a la Cámara, fue rápidamente discutido y considerablemente modificado por los parlamentarios y esto a pesar de las enérgicas protestas de Louis Lecoin que asistió a la discusión parlamentaria. El estatus de objetor de conciencia, aunque fuera muy distinto del original, fue finalmente votado. Pasado un tiempo, una nueva ley ponía obstáculos para la difusión y divulgación de la ley de objeción. Después participó en varias campañas y comités, como la de «España Libre», en defensa del antiesclavismo y del desarme unilateral. En 1964 fue propuesto para el premio Nobel de la Paz, pero insistió que fuera retirado para favorecer Martin Luther King.
Louis Lecoin murió el 23 de junio de 1971 en París (Francia) y días después, el 29 de junio, una concentración de casi mil personas asistió a sus exequias y a su incineración en el cementerio parisino de Père-Lachaise; entre los presentes se encontraban Bernard Clavel, Eugène Descamps y Yves Montant.

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Posted: 24 Jun 2019 09:59 AM PDT
drogaCualquiera que haya visto las series The Wire1 o The Corner sabe que Estados Unidos tiene un grave problema de drogas desde hace décadas, en gran parte debido a la enorme concentración de pobreza y las desigualdades sociales que asolan al país desde su fundación. La ira de barrios guetizados, condenados a la marginación y poblados principalmente por afroamericanos y latinoamericanos, se ha contenido gracias a las drogas, que se erigen como única vía de escape.

La Guerra contra la Droga

Al problema de la droga le siguió un remedio que resultó ser peor que la enfermedad: la Guerra contra la Droga, iniciada por Nixon en los 60. Según su asesor, John Ehrlichman, la idea detrás de esta ofensiva era “acabar con cualquier movimiento izquierdista y desestabilizar a las comunidades negras”. Durante los años de Reagan y Bush padre aumentaron las operaciones militares en el extranjero (Panamá, Nicaragua, Granada) y durante la Administración Clinton las penas por tráfico de drogas se dispararon con la clara e indisimulada intención de penalizar a las personas negras. Así, desde 1986, la posesión de 5 gramos de crack (que se consume con mayor habitualidad en barrios negros) se penaliza de la misma manera que la posesión de 500 gramos de cocaína en polvo (una sustancia más habitual entre gente blanca rica)2. Claramente hay una mayor tolerancia a la droga de los blancos que a la de los negros.
Los efectos de estas políticas perduran en la actualidad. Según The New England Journal of Medicine, un millón de estadounidenses son encarceladas al año como consecuencia de la Guerra contra la Droga y un 20% de todos los afroamericanos del país ha pasado por prisión en algún momento de su vida, con todo lo que ello conlleva (concretamente, la pérdida del derecho a votar y el trabajo esclavo para el Estado).
Desde la década de los 80, millones de personas han sido aplastadas por el rodillo judicial y policial en Estados Unidos; millones han muerto por culpa del consumo de la heroína, la cocaína y el crack y la falta de medios e interés en asistirles; y millones de habitantes de los pueblos de Latinoamérica, África central y del norte, el sudeste asiático y Oriente Medio han sufrido la intervención militar de este país que invierte 51.000 millones de dólares anuales en esta absurda guerra. Pero hasta aquí es business as usual, la forma que tienen los yankis de decir todo bien, don’t worry, es lo que hay.

Un nuevo fenómeno: muertes por opiáceos

Sin embargo, una nueva epidemia empezó a sacudir al país hará unos cinco años: la de los opiáceos. Se trata de medicamentos analgésicos, recetados por médicos, que tratan dolores intensos o crónicos. Pero son tan adictivos que cuando se acaba el tratamiento el paciente sale a buscarlo a la calle, donde acaba, a menudo, adquiriéndolo en forma de heroína (se estima que un 75% de los consumidores habituales de heroína lo eran antes de opiáceos legalmente recetados, como la vicodina) o fentanilo, un ingrediente que puede llegar a ser hasta cien veces más potente que el caballo y la morfina3, pero mucho más barato.
72.000 norteamericanas fallecieron en 2017 por sobredosis de drogas, entre 30 y 40.000 de ellas por opiáceos. Un aumento del 10% respecto del año anterior. Unas 2,5 millones de personas, a día de hoy, son adictas a estas sustancias. Esto ha provocado que la esperanza de vida de la población de EEUU haya ido retrocediendo paulatinamente durante los últimos años, hasta llegar a niveles de la Primera Guerra Mundial: a los 78,6 años (frente a 86,3 años en España).
Sus consumidores lo son de todos los perfiles imaginables: de entornos urbanos, rurales, de todas las etnias y clases sociales. Según un estudio de 2017, la mitad de los hombres en paro consumen estas drogas a diario, y los estados que concentran más sobredosis son los del cinturón industrial del sur del país. Pero, y aquí está la sorpresa del fenómeno, sobre todo afecta a la población blanca de clase media. De hecho, según datos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), la comunidad blanca muere por sobredosis un 50% más que la negra y un 167% más que la hispana. Quizás por esto haya alarmado tanto a la opinión pública y haya llevado a Trump a decretar una emergencia nacional, algo que no ha hecho por el consumo de otras sustancias que afectan a minorías raciales.
Y ésta es la gran diferencia respecto de la epidemia del crack o del caballo: la crisis de los opiáceos se ha considerado un problema de salud pública, mientras que la de las drogas más convencionales se ha abordado como un problema de criminalidad. Nadie va a la cárcel por posesión de vicodina, pero sí por posesión de hachís, cocaína o heroína. A las adictas a los analgésicos se busca curarlas, no encerrarlas. Una noticia positiva, pero motivada por el racismo.

Buscando a los culpables más obvios

¿Cómo se ha podido llegar a esta situación? ¿Quién es el responsable de esta epidemia? Como ocurre con todo, existen diferentes culpables, con diferentes grados de responsabilidad, algunos son fáciles de identificar y otros, menos.
La respuesta más obvia es señalar con el dedo a la industria farmacéutica que manufacturó estas pastillas y las repartió entre la población. Sin duda, estos hombres malvados trajeados, sacados de la película El Jardinero Fiel, con sus millonarios beneficios y su absoluto desprecio por la vida humana, son los principales culpables.
Algunas empresas han recibido multas cuando se las ha pillado cometiendo algún tipo de irregularidad. La farmacéutica McKesson, por ejemplo, pagó una ridícula sanción de 13 millones de dólares cuando se descubrió que en el pueblo de Kermit (West Virginia), de 400 habitantes, se estaban recetando prescripciones médicas para comprar pastillas de opiáceos desde una farmacia que las entregaba directamente en las ventanillas de los coches (no hacía falta bajarse) y se llegaron a vender 3 millones de dosis de hidrocodona. Argumentaron que sólo vendían a las vecinas, lo cual saldría a una media de 75.000 pastillas por habitante si todas las residentes de Kermit consumieran esta droga. Una investigación reveló que había personas que recorrían cientos de kilómetros para acudir a la farmacia de McKesson a comprar recetas falsas y frascos de pastillas.
Sin embargo, la responsabilidad de varias de las empresas parece una tontería al lado de la de la familia Sackler, dueña de la empresa farmacéutica Purdue Pharma, la cual dio el pelotazo económico con el lanzamiento del medicamento contra el dolor OxyContin (oxicodona) en 1996.
En un primer momento, durante la década de los 90, la mayoría de médicos del país se negaba a recetar estos analgésicos, considerando que eran demasiado fuertes y que crearían adicciones. Pero la familia Sackler desarrolló una potente campaña de promoción de su medicamento, con médicos difundiendo vídeos introduciendo el revolucionario concepto de la pseudoadicción: “la pseudoadicción es la búsqueda de huir del dolor por parte del paciente y que se confunda con adicción a la droga, cuando lo único que quiere es que acabe su sufrimiento4.
https://www.youtube.com/watch?v=5pdPrQFjo2o
Auspiciada por miles de médicos mercenarios a sueldo de la industria, esta droga se convirtió en un gran éxito que eliminó el dolor de muchos pacientes, a cambio de engancharlos mediante recetas que no necesitaban. Pero los Sackler son grandes filántropos del arte y han donado parte de sus gigantescos beneficios (su fortuna actualmente ronda los 14.000 millones de dólares) al Metropolitan (con su dinero se creó el ala egipcia), al Guggenheim de Nueva York, a la Universidad de Columbia, al Louvre de París y a la Tate de Londres, lo cual les ha granjeado un enorme respeto y un exquisito tratamiento mediático. Una imagen que sólo se ha visto mancillada en los últimos tiempos gracias al trabajo de denuncia de centenares de activistas.
Recientes investigaciones han descubierto que los Sackler conocían los efectos adictivos de su sustancia, pero que los ocultaron. También se sabe que Richard Sackler sobornó a miles de médicos para que recetaran sus pastillas cuando no eran necesarias, ni recomendables. Solo en 2018 se recetaron 250 millones de cajas de opiáceos en el país. Una especie de Walter White de traje y corbata y con más pelo.
Por todo esto, Purdue Pharma, convertido en el chivo expiatorio de la crisis, llegó a un pacto en marzo de este año con el gobierno por el que aceptó desembolsar 270 millones de dólares.
https://www.youtube.com/watch?v=-qCKR6wy94U
Unos días después, el laboratorio israelí Teva hizo lo propio y acordó pagar 85 millones de dólares. Pero el notición llegó a principios de mayo de este año, cuando un jurado de Boston condenó a John Kapoor, fundador y líder multimillonario de la farmacéutica Insys Therapeutics, por sobornar a médicos para que recetasen a sus pacientes un peligroso analgésico que no necesitaban: el aerosol Subsys. Elaborado a partir de fentanilo, el Subsys había sido aprobado para pacientes con cáncer terminal. Pero la empresa dirigió sus esfuerzos de ventas a un mercado mucho más grande y rentable: el de las personas con dolor crónico cuya vida no está en riesgo. Según el jurado, Insys contribuyó así a la epidemia de opiáceos que tantas vidas ha costado.

Los culpables invisibles

Ahora bien, por mucho que nos podamos regocijar en el hecho de que estos vampiros vayan cayendo, debemos tener muy presente que la crisis de los opiáceos no se debe exclusivamente a un malvado plan de cuatro millonarios sin escrúpulos que querían forrarse a base de aniquilar a toda una generación. El propio sistema ostenta una importante parte de la culpa. Porque en un país sin sanidad pública, en el que para operarse una persona tiene que hipotecar sus bienes y en el que un tratamiento de rehabilitación o de reducción del dolor sólo se encuentra al alcance de los más ricos, la solución inmediata y más fácil es la de empezar a tomar analgésicos para hacer la vida un poco más soportable, hasta acabar bajando al parque, completamente enganchado al jaco o a la morfina.
Si empezamos a ampliar la lista, nos quedamos sin espacio en el papel. Porque tenemos que incluir a los legisladores que se niegan a regular una sanidad pública accesible, a las aseguradoras, a los hospitales, a los lobbies, a los think-tanks ultraliberales y conservadores, a las empresas que no quieren pagar una seguridad social y a quienes en este lado del Atlántico buscan desmantelar la sanidad pública. Todos ellos son culpables.
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1 Analizamos esta genial serie en www.todoporhacer.org/serie-the-wire/
2 Esto se explica magistralmente en el documental 13th (www.todoporhacer.org/documental-13th/)
3 Fijaos si es potente el fentanilo, que una inyección de este analgésico (junto con otras drogas) fue usada en el estado de Nebraska para ejecutar al preso Carey Dean Morre en 1997.
4 Extraído del vídeo “I got my life back”, de Purdue Pharma en 1998.

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Posted: 24 Jun 2019 09:39 AM PDT
El que la gente siga creyendo en cosas sin sentido es un poco para volverse loco. No hablamos necesariamente de cuestiones místicas y/o abstrusas, sino de evidencias puestas delante de las narices, pero que en lugar de hacer tambalearse las creencias provocan que la gente se enroque aún más en ellas.
Existe un proceso psicológico que puede ayudarnos a comprender esta peculiar actitud. La llamada "disonancia cognitiva" viene a sostener que, si una información innovadora entra en conflicto con nuestras actitudes, creencias y conocimientos, derivará en una angustia mental que solo se aliviará reinterpretando la nueva entrada perturbadora.
https://www.youtube.com/watch?v=-ktOLviYUgU

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Posted: 23 Jun 2019 09:35 AM PDT
El próximo viernes 28 de junio la librería libertaria LaMalatesta nos ofrece la posibilidad de acercarnos a un interesante debate con la excusa de la presentación el libro «Ser territorio. La geografía y el anarquismo». En esa cita, La Neurosis o Las Barricadas Ed. pretenden acercarnos a algunos análisis clásicos y contemporáneos del movimiento libertario sobre los problemas que supone la organización territorial en el capitalismo industrial y posindustrial: privatización del territorio, descomposición de los vínculos en la megaurbe, destrucción medioambiental, despersonalización de las relaciones humanas, etc. Todo esto apenas son unos apuntes que queremos que sirvan de punto de partida para un debate sobre las formas de resistir a la deshumanización de nuestros tiempos. Os recordamos que la cita es en la librería LaMalatesta (Calle Jesús y María 22)* el próximo viernes 28 de junio a las 19.30 h. La entrada, como siempre, es libre.
*Metro Tirso de Molina o Lavapiés.

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