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miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tinkunaco 1.270/21 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Boletín diario del Portal Libertario OACA 

 


  • Cuando ya es futuro
  • [Audio] La Nevera: Técnica y Tecnología. Cómo conversar con un tecnolófilo y Despido de Adrián Almazán
  • ¡Por "imperativo moral"! (Carta abierta a Félix Bolaños, Ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática)
  • Perú: A 9 años de la Matanza y Resistencia en La Parada
  • [Vídeo] La Categoría Decadencia en Spengler
  • Cuando Kropotkin conoció a Lenin
  • Insurrecciones en las intersecciones. Feminismo, interseccionalidad y anarquismo
  • ¿Nos equivocamos? - Murray Bookchin
  • Trabajo sexual: solidaridad, no salvación

Cuando ya es futuro

Posted: 02 Nov 2021 11:46 AM PDT

"… Yo no hago más que escribir una o dos palabras para el futuro. Solo me adelanto un instante, para retornar luego a las sombras…" Poetas futuros. Walt Whitman

La Historia y su análisis como estudio del pasado, contemplando si se quiere todas sus imperfecciones, es la única certeza que tenemos de los hechos acontecidos y la única evidencia, pues, de las causas que determinaron por qué llegamos hasta aquí. El estudio del pasado garantiza por lo tanto  un rumbo aleccionado con el que siga escribiendo su incierto relato la humanidad como especie que está sujeta a la selección evolutiva que hace posible la naturaleza y que el ser humano, sin embargo, contradice pues a sí misma la humanidad se devora. Sólo en el pasado y en el presente son visibles nuestros errores y aciertos; eso se debe a la conciencia histórica, a la herencia de la experiencia acumulada de viejos y recientes desafíos; por ella hasta hoy hemos sorteado en todos los pasados obstáculos por el mismo objetivo: ganar un segundo más a nuestro finito. Lo humano, neutro y evolutivo, nace en el presente; el pasado no se resuelve en su propio error contradictorio; es insuficiente.  El tiempo es indivisible, es un todo contínuo. Al igual que el pasado el futuro no se entiende sin el presente. Y siendo imprescindible para la comprensión de lo acaecido, debe de ser igual en el estudio profundo en los escenarios de posibles futuros. Tener tiempo, entre la incertidumbre de la emergencia global por el cambio climático del planeta, por la pandemia sufrida, aunque se obtenga de una rigurosa aproximación, puede ayudar a que la humanidad, como he dicho, siga escribiendo su relato.

Metodología de los futuros

Sohail Inayatullah Tamkang

University. New Taipei City, Taiwan.

"... Aunque resulte útil disponer de una teoría del futuro, aún sigue siendo necesario establecer un marco conceptual que nos permita comprender el futuro. Entre los distintos enfoques disponibles, se encuentra el de los Seis Pilares (Inayatullah 2008). El primer pilar consiste en la “Planificación del futuro”, cuyo método principal es el triángulo de futuros (Inayatullah 2002; 2007). El segundo pilar es el de la “Anticipación del futuro”, cuya metodología central consiste en el análisis de problemáticas emergentes (Molitor 2003). El tercer pilar es la “Temporización del futuro”, con la micro, meso y macrohistoria (Galtung e Inayatullah 1997) como “metodologías” más útiles. El cuarto pilar es la “Profundización en el futuro”, que se fundamenta en el análisis causal estratificado (Inayatullah 2004), aunque dicho análisis sea también una teoría de los estudios del futuro. El quinto pilar consiste en la “Creación de alternativas”, empleando como metodología más importante la planificación de escenarios. El sexto y último eje, la “Transformación del futuro”, tiene como metodologías más importantes la visión de futuro y la retrospectiva (Boulding 1995)". Fuente: https://www.bbvaopenmind.com/articulos/estudios-del-futuro-teorias-metodologias/

Huellas de Laetoli. Tanzania

Algunos filósofos e historiadores (ciencia) han comprendido que tienen que aceptar la transformación de la evolución natural de nuestra especie y centrar sus ambiciones científicas sobre los hechos que aún no han sucedido; explorar  en un tiempo que está cerca, en el inminente futuro que se extiende en el espacio de las dos décadas siguientes. Otros amplían a cincuenta años vista el campo de investigación. Es el espacio máximo del tiempo que se considera científicamente razonable para obtener una predicción solvente del acontecer en ciernes, pues creen que las proscripciones que rebasen ese espacio de tiempo quedan expuestas a conjeturas e hipótesis que conducen con frecuencia caminos sin destino que hace extraviar un tiempo vital para poder minimizar en lo posible lo inevitable y atenuar su impacto. Pero debemos hacer más, reducir la gravedad de manera radical de todo aquello que empeore su intensidad y asumir el fracaso con responsabilidad para que nunca más el egoísmo se anteponga a la propia vida que habita en nuestro maravilloso planeta. Para profundizar sobre esta cuestión debemos escuchar a los historiadores, su opinión científica sobre los escenarios probables en sus contextos. Tanto las referencias como en las realidades se debe fijar como objetivo de la investigación un hecho que aún no se ha producido, donde las evidencias del pasado pasan a ser probabilidades que se calculan por inferencias que evalúan y analizan las variables; sin olvidar las respuestas que se obtienen por caprichosos azares. La razón por la que es conveniente ese espacio de tiempo para el estudio de los futuros de dos décadas, es porque creen con razón que ese es el tiempo aproximado aún fiable de la prospección de los escenarios; las circunstancias envolventes y sus contextos en aconteceres que puedan proporcionar un resultado favorable sobre lo que va a suceder, si nada lo contradice. Empleando todos los medios disponibles que la tecnología posibilita y fusiona a la experiencia acumulada del pasado, como un continuo devenir.  Disponer de veinte años de acción simulada puede significar todo o nada, pero también, puede que un azar comprometido por la certeza soñada se haga aliado en la lucha contra el fracaso. El azar no atiende a razones. Su metodología es un misterio.

Dijo Aristóteles, como es sabido, en su Poética, que el historiador y el poeta sólo difieren más que el historiador estudia el hecho particular y singular que revela cuando encuentra las evidencias que prueban qué, cómo y cuándo. El hecho es incuso, inapelable. Sin embargo, el poeta generaliza el hecho en un escenario más amplio del contexto que le rodea. Los historiadores que se aventuran en un tiempo gaseoso y volátil como aquel que no ha llegado, deben crear su propio manual de prospección para historiar sobre un terreno que no pisa y que pone a prueba su capacidad para adaptarse a un tiempo en el que se ha de intuir, escurridizo, pero que tiene su continuidad desde el presente. La razón debe aprender a soñar, hechos y certezas. Dicen, que la inteligencia siempre tiene razón y que la intuición nunca se equivoca. Pasar de la evidencia de los hechos consumados del pasado, a las supuestas probabilidades de un futuro inmediato. La estadística razonada puede proporcionar un pronóstico fiable si los resultados son como los deseados y acertar en las decisiones que por ellos se tomen. Planear los futuros errores conlleva a detectarlos desde el presente continuo para que los corrija el futuro más cercano. En, "Jano vs. Clio. La Historia del tiempo… futuro", de Carlos Navajas Zubeldia, dice lo siguiente:

"… por un excepcional compromiso que se formuló en Venecia, entre el 2 y el 8 abril de 1971, en un seminario internacional titulado, -L'Historien entre l'ethnologue et le futurologue-. El historiador no tiene más remedio que generalizar; y al hacerlo aporta orientaciones generales para la acción ulterior, las cuales, aunque no predicciones específicas, son válidas a la vez que útiles. Pero no puede pronosticar acontecimientos específicos, porque lo específico es peculiar y por qué interviene el elemento accidental", agregaba este historiador, quien, como veremos más adelante, compartía un punto de vista semejante al de Lorenz Von Stein, aunque no lo citaba. "La predicción, si podemos llamarla así, sólo puede cumplirse de ocurrir acontecimientos peculiares, que no pueden, por su parte, pronosticarse", puntualizó. "Pero ello no significa [concluía Carr] que las inferencias deducidas de la historia acerca del futuro carezcan de utilidad, o dejen de tener una validez condicional que sirve tanto de guía para la acción como de clave para nuestra comprensión de cómo suceden las cosas." Carr se refirió asimismo a este problema al tratar de refutar el cuarto reparo: "Los seres humanos cuyo comportamiento pasa a ser objeto de análisis y de pronóstico podrán ser puestos en guardia con la predicción de las consecuencias que no desean, y ser inducidos por ella a modificar su acción de modo que el pronóstico, aunque correctamente basado en el análisis, resulte falso." Aunque este proceso podría realizarse también en sentido contrario. Diez años después de que se publicara la primera edición de What is History?, en el que intervino entre otros Hugues Trevor-Ropper, quien se mostró en favor de la historia empírica y en contra de la dogmática, que, al igual que la sociología, no tenía ninguna capacidad de predecir".

El profesor de la Universidad de la Rioja, Carlos Navajas Zubeldia, aborda sin complejos el reto como una progresión que nos hace crecer investigando aquello que puede ser, planificando los escenarios posibles que nos permitan anticiparnos desde el presente con datos objetivos que irrumpen en el imaginario como evidencias de un resultado probable. SIn embargo, podemos creer que esta necesidad a la que tienen que enfrentarse los historiadores corresponde únicamente a las generaciones que surgen del siglo XXI, pero ya lo insinuaron algunos historiadores relevantes del siglo pasado en sus últimas obras que nos dejaron como prólogo de la transformación que protagonizarán los jóvenes historiadores después de ellos. Con sus trabajos desde el presente hacen el ejercicio del proceso por el cual la historia gira ciento ochenta grados y enfoca su objetivo sobre un tiempo que está a punto de llegar... Los dos ejemplos que confirman lo que digo, son, "Las ambiciones de la historia" del historiador francés Fernand Braudel y "El futuro es hoy" del historiador norteamericano Jhon Luckas, cuyas lecturas provocaron en mí muchas dudas entonces, pero que hoy comprendo perfectamente cuáles fueron las intenciones de sus autores que intuyeron el movimiento de la historiografía que en estos momentos ya se está gestando en el primer cuarto del siglo XXI. Los profesores Braudel y Luckas han dedicado sus vidas a la docencia, a formar historiadores e historiadoras y les quedó tiempo para historiar, para hacer historia serena y pausada. En el caso del profesor Braudel, que dijo que a la historia debemos acercarnos a ella con una sonrisa en la boca. Braudel nos dejó, como el más valioso legado conceptual al dividir y clasificar el tiempo. En largos y cortos espacios que llama horizontes. Luckas es el guardián del lenguaje, que aportó a la historia, literatura. Al menos así lo siento; como el poeta con impulso historiográfico al que le está permitido soñar y pensar al mismo tiempo. Con esta inquietud hallé más referencias inspiradoras que he relacionado a través de tres lecturas de un filósofo y dos historiadores que se están implicando con sus trabajos en la transformación a la que hice alusión. Sin duda serán muchos más, pero no los he estudiado, aún, por lo que me limito a exponer aquellos que he leído y de los que puedo servirme como ejemplos. Que considero son demostraciones para poder teorizar con solvencia de los que, seguramente, son una ínfima parte de cuantos haya. Con esta apasionada reflexión que hago y comparto sobre una realidad que es toda una llamada a la buena voluntad que comparten otras y otros, individuos que desconozco, pero que el tiempo me va revelando sin que tenga que hacer un gran esfuerzo. Basta con tener los ojos abiertos de una conciencia vigilante machadiana; estar despierto, claro. Que comprendamos continuamente las realidades.

MÉTODO DE LOS ESCENARIOS

Desde que en las décadas de los años 50 y 60 del siglo XX apareciese en los EEUU el concepto conocido como Método de los Escenarios para la prospección de los posibles futuros hasta hoy, toda una literatura se ha estructurado sobre la necesidad del ser humano por conocer los designios que le reserve el futuro. En realidad ese futuro no existe pues no ha sucedido, pero, ¿podremos crearlo? Puede que sí, pero no será un único futuro peculiar y singular el estudiado, sino el de varios futuros imaginarios posibles, probables, utilizando además  nuestra intuición; múltiples subtipos de métodos adicionales a modo de herramientas en lo referente para proceder con las prospecciones que sustente el posibilismo de las variables, de posibles sucesos que rodean al objeto estudiado en cuestión cuyo resultado merezca ser una certeza avalada por un conocimiento profundo de las circunstancias que lo provocan, es decir, verificado y valorado para ser un prototipo creíble, que tengan por cualidad en su conjunto las intenciones que del estudio emanan: Las inesperadas.  Digamos, que se ajusten a su propósito, pues no será al no existir un futuro  absoluto de lo que no ha sucedido, pero tampoco es un vacío. Tal como yo lo interpreto para poder entender la prospección de las predicciones con una base científica. Es el momento de que los historiadores e historiadoras que estudian el pasado, sean de todos los tiempos, del tiempo continuo. También se contempla el rigor de los azares, en última instancia de las mejores o peores intenciones. Teniendo presente esta salvedad, si los motivos exigen una respuesta inmediata, urgente, debemos explorar en lo desconocido, es preciso. Si no abres la puerta nunca sabrás que hay al otro lado. Es conviene recordar que fue el azar, precisamente, el que nos hizo.

 

Acelerador de partículas CERN

colisionador de hadrones LHC

El filósofo Anthony C. Grayling y los historiadores, José David Sacristán y Yuval Noah Harari, son ejemplos a través de sus obras de la visión futura por la necesidad a la que hago referencia. Veamos. "Claves para entender el siglo XXI" ,  del filósofo inglés, Anthony C. Grayling, Su ensayo expone por orden alfabético los argumentos de aquellas ideologías y los movimientos sociales que considera que van a tener las claves políticas y sociales, posiblemente, del siglo XXI. El secretario honorífico de la academia británica de filosofía, desgrana desde la A a la Z aquellas tendencias que van a tener un protagonismo destacado en las sociedades futuras. Animalismo o Postanarquismo son dos tendencias sociales emergentes del estudio del filósofo Grayling que abarca el siglo XXI en su totalidad y está organizado en formato enciclopédico. El profesor de historia antigua y arqueología de la Universidad de Burgos, el burgalés José David Sacristán ha escrito varios ensayos en los que nos advierte de que no escuchar a los científicos,  tiene sus consecuencias que son cada vez más inciertas por su frecuencia y de peor pronóstico. En cada cumbre mundial sobre el clima los científicos se han pronunciado con informes demoledores de la situación del planeta, de las causas que le han llevado a una situación límite, pero los líderes mundiales han hecho oídos sordos a sus conclusiones. Tendrá sus consecuencias, ya son visibles, haber explotado al planeta hasta la extenuación y del que insisten que es finito. Que los recursos se terminan y la abundancia sin medida ya no se sostiene por el peso demográfico totalmente desproporcionado a lo que a los recursos existentes se refiere. Por esto es tan necesario poner tanto interés que los historiadores investiguen qué podemos sanar, qué amputar como una poda de madera muerta y cultivar como un jardín nuestro planeta. Si hemos provocado tanto dolor injustificado debemos de ser por la vida que alberga quienes más convencidos están de socorrerse. "Entre el fracaso y la utopía. Los próximos veinte años", el profesor Sacristán nos advierte de que estamos caminando por el filo de la navaja y que a un lado está la posibilidad de una reacción in extremis que permita sobrevivir al mayor número de seres vivos y, al otro lado, una nueva y oscura Edad Media impredecible por siniestra, de decadencia en la que se estará, posiblemente, a merced del más fuerte. Yuval Noah Harari y "Homo Deus". Profesor en la Universidad de Jerusalén, es un historiador de éxito por sus libros de ensayos históricos. De Yuval lo que más me cautiva es el trato que da a la historia cuando expone las respuestas que plantea, casi siempre por dos o tres causas, las que propicia tal o cual hecho. Además de permitir al lector que sea el último en modificar la historia al ofrecer varios puntos de vista evitando de este modo influir con su opinión y obliga al lector a pensar por sí mismo. Además de ser un gran comunicador y erudito del pasado, lo que avala ser un gran "oteador" que desde el presente continuo traspasa la línea del presente para mostrarnos desde su orilla cómo pueden ser los futuros que merezcamos de no poder remediarlo, o por el contrario, acercarnos a un tiempo futuro evolucionado donde parecen superados los imposibles de hoy. Un futuro donde el humano se ha hecho dios.

Benjamín Lajo Cosido

memorialista

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[Audio] La Nevera: Técnica y Tecnología. Cómo conversar con un tecnolófilo y Despido de Adrián Almazán

Posted: 02 Nov 2021 11:32 AM PDT

Hemos vuelto compas! He aquí el Volumen 47 de La Nevera, primer volumen de la nueva temporada 2021-2022. En este programa hablamos en torno a la tecnología: ¿Quién no ha escuchado alguna vez eso de que las tecnologías no son buenas ni malas, que todo depende de cómo las usemos? ¿O que siempre la ha habido y siempre la habrá? Estos son algunos de los tópicos que atraviesan los discursos más habituales sobre la tecnología, poblados de mucha más mitología de lo que solemos imaginar... Todo apunta a que si nada cambia nuestra confianza sin fisuras en la tecnología, terminará siendo nuestra perdición. Mientras seamos incapaces de descender de las alturas a las que nos ha conducido el mito del progreso y no nos atrevamos a mirar a los ojos a nuestra situación real, seguiremos sin darnos cuenta de que lo que necesitamos son transformaciones éticas y políticas profundas, no más tecnologías. Y cuanto más alto nos lleve nuestra levitación mesiánica, más dura será nuestra caída. Para ello llamamos a Adrián Almazán para que nos hable de su libro "Técnica y tecnología. Cómo conversar con un Tecnolófilo" de la Editorial Taugenit. Además también hablamos de su reciente despido de la Universidad de Deusto por decir la verdad. Empieza la Nevera compas!

https://www.facebook.com/laNeverapodcast

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¡Por "imperativo moral"! (Carta abierta a Félix Bolaños, Ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática)

Posted: 02 Nov 2021 11:06 AM PDT

Señor Ministro,

En el Pleno del Congreso de los Diputados del jueves 14 de octubre, para justificar y defender el proyecto de Ley de Memoria Democrática del Gobierno, Usted ha dicho que con esta ley, “asimilable a las del resto de países que han tenido dictadura, seremos un país más humanitario, que no se olvida de los familiares y personas que perdieron la vida luchando por la defensa de los derechos de todos los españoles”, y que por ello es un “imperativo moral” apoyarla. 

Efectivamente, señor Bolaños, es un “imperativo moral” no olvidarse “de los familiares y personas que perdieron la vida luchando por la defensa de los derechos de todos los españoles”. Pero, ¿cómo conciliar este imperativo moral con las víctimas manteniendo en el ordenamiento jurídico el articulo 10 de la norma de 2007? Un artículo que las divide en víctimas de primera y de segunda al dividirlas arbitrariamente por la fecha de su muerte, anterior o posterior a 1968, y reparar a las anteriores a esa fecha con 9.900 euros y a las posteriores con 135.000 euros.

Una infame “diferenciación entre las víctimas anteriores al año 1968 y posteriores a esta fecha” (1) que no hace sino añadir en democracia otra injusta y dolorosa penalización a la ya infligida por el criminal franquismo a quienes dieron la vida por las libertades que hoy son constitucionales.

Sí, señor Bolaños, esta injusta y dolorosa penalización es la que  el Proyecto de Ley de Memoria Democrática del Gobierno inflige a “las víctimas anteriores al año 1968”; pues, aunque el articulo 10 -que el PSOE mantenía aún en su proposición de Ley de Memoria Histórica y Democrática de diciembre de 2017- no figura ya en  el Proyecto de Ley de Memoria Democrática del Gobierno, el hecho de no figurar literalmente no significa que no siga en vigor como medida desplegada desde la Transición. No solo por no explicitarse su abrogación en el texto de la nueva Ley, sino también porque en ésta, en el Capitulo III del Título I “sobre las víctimas”, se precisa, en lo que “se refiere a la Reparación”, que “Junto a las medidas que se han venido desplegando desde la Transición, y que permanecen en el ordenamiento jurídico, se incorporan actuaciones específicas…

¿Cómo apoyar pues  un proyecto de Ley de Memoria Democrática que mantiene “en el ordenamiento jurídico tan arbitraría e injusta “diferenciación entre las víctimas anteriores al año 1968 y posteriores a esta fecha”? 

Sí, señor Bolaños, ¿cómo aceptar que Lluis Companys, Julián Besteiro, Joan Peiró, Julián Grimau, Francisco Granados, Joaquín Delgado y todos los antifascistas ejecutados antes del 1 de enero de 1968 no merecen la misma reparación que el articulo 10 fija para todas las personas que perdieron la vida posteriormente a esa fecha en defensa de la democracia? 

¡Sí, señor Bolaños, es por “imperativo moral” que se debe poner fin a tan infame discriminación entre las víctimas de la represión franquista! Y es obvio que solo se pondrá fin a esa infamia -no considerar y reparar a todas las víctimas por igual- si en la nueva norma se fija -como lo pedía Unidas Podemos en su Proposición de Ley del 13 de julio de 2018 para reformar la Ley de Memoria Histórica de 2007- una reparación única para todas “las personas beneficiarias de quienes fallecieron o sufrieron lesiones incapacitantes por la represión franquista en su lucha contra la dictadura hasta el 15 de octubre de 1977”.

Una obviedad que ha incitado al Grupo Parlamentario Republicano a proponer, en su enmienda a la totalidad del anteproyecto de Ley de Memoria Democrática, la modificación del articulo 10 en estos términos: “Artículo 10. Reconocimiento de todas las personas fallecidas en defensa de la democracia. 1. Se reconoce el derecho a una indemnización por una cuantía de 135.000 euros a las personas beneficiarias de quienes fallecieron o desaparecieron por la represión franquista, a manos de funcionarios del Estado u organizaciones paramilitares, hasta el 27 de diciembre de 1978.”

Señor Bolaños, si el objetivo del Gobierno es ser “un país más digno y más humanitario que “atiende más a las víctimas y no se olvida de los familiares”el “imperativo moral” es poner fin a la infamia de “la diferenciación entre las víctimas anteriores al año 1968 y posteriores a esta fecha”, considerar y reparar en el ordenamiento jurídico a todas las víctimas por igual; puesto que, como Usted lo precisa, todas ellas “perdieron la vida luchando por la defensa de los derechos de todos los españoles”

Es de esperar pues que, como Usted lo anunció en ese Pleno, la “flexibilidad” del Gobierno en el trámite parlamentario será efectiva con las enmiendas de los grupos parlamentarios para atender más a las víctimas y sus familiares y poner fin a la arbitraria e infame “diferenciación entre las víctimas anteriores al año 1968 y posteriores a esa fecha”

No solo porque es un “imperativo moral” hacerlo  sino también porque el “imperativo contable” -que tanto preocupaba a Ramón Jauregui cuando se redactó la norma de 2007- ya no es justificable pasados 83 años desde el fin de la guerra civil y 44 desde el fin de la Dictadura; puesto que por razones biológicas han desaparecido casi todos los familiares con derecho a reparación (esposo/a, hijo/as) de las “víctimas anteriores al año 1968”. 

Sí, señor Bolaños: ¡Por “imperativo moral!

Octavio Alberola

(1) https://www.publico.es/entrevistas/joan-tarda-ley-memoria-democratica.html

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Perú: A 9 años de la Matanza y Resistencia en La Parada

Posted: 02 Nov 2021 10:56 AM PDT

“No hay peor fascista, que unx caviar ó empresarix asustadx”

Libertad a lxs presxs políticos del 25 y 27 de octubre del 2012

Empezaré aclarando que lo que se conoce como “La Parada” no es en sí el Mercado (Mercado Mayorista N° 1) que en 2012 la municipalidad de Lima y el Estado le bloqueó el acceso a camiones para desabastecerles de mercadería y dejen de ser un Centro Mayorista ya que su modelo de Progreso tenía ya al Mercado Santa Anita como nuevo y único Mercado Mayorista de verduras y hortalizas, sino es la zona donde se encuentra el Mercado Mayorista y sus afueras: corralones y calles que llegan hasta la av. 28 de Julio con Av. Nicolás Ayllón por un lado y por otros lados la Av. Aviación, bordes del Cerro San Cosme hasta Bauzate y Mesa aproximadamente.

Es decir, cuando se habla (o hablamos) de la gente de La Parada, no solo nos referimos a lxs mayoristas del Mercado N°1, sino a lxs minoristas que dentro de ese mismo mercado vendían junto con ambulantes dentro y fuera del Mercado. Y por supuesto a las zonas aledañas mencionadas en el primer párrafo.

Esto lo digo para derribar el argumento rebuscado de “¿por qué apoyas a lxs millonarixs y/o mafias de la Parada?” por parte de lxs que apoyaron y hasta ahora apoyan la matanza y posteriores represiones tanto a La Parada como a otras zonas aledañas donde el punto en común es que puedes adquirir productos de segunda mano que pueden ser donados, robados, o empeñados o manufacturados o re-manufacturados, o recogidos (por recicladores) en las calles de Lima de gente consumista que gusta estar a la moda no solo en ropa sino en otros productos los cuales se pueden encontrar en la famosa “Kachina” cuya existencia desea ser extinguida por quienes creen que el Progreso es lo mejor que nos puede y les puede pasar. Es en La Kachina donde se pagan las cuentas del tan ansiado Progreso, donde gente recicla y le da una nueva vida a lo que otrxs ya no usan, gente que enferma también no solo por el trago que ingieren (consecuencias del sistema) sino también por los olores que soportan para quemar plásticos metales etc y darles una nueva vida para quienes no puedan pagar lo que el Capital vende en puntos oficiales donde dichas enfermedades y explotación (humana, animal y de la Tierra) se invisibilizan.

Es cierto que lxs mayoristas y otrxs que pudieron, alquilaron puestos en Santa Anita, pero muchxs no pudieron hacerlo, por eso hasta hoy siguen en La Parada, luchando contra más desalojos y clasismo.

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Liberación Total

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[Vídeo] La Categoría Decadencia en Spengler

Posted: 02 Nov 2021 10:45 AM PDT

Presentación sobre la categoría decadencia en el texto "La Decadencia de Occidente" de Oswald Spengler. Ésto en el 2° Encuentro sobre Tecnologías Digitales aplicadas al Aprendizaje, en la UNAM.

https://www.youtube.com/watch?v=zFrmJjJrnrs

Erick Daniel Granados Monroy

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Cuando Kropotkin conoció a Lenin

Posted: 29 Oct 2021 12:19 PM PDT

Este es un texto de la profesora universitaria británica, filósofa y anarquista Ruth Kinna del 2017, que luego apareció publicado en Socialist History 52, editado por Kevin Morgan. Traducción del original en inglés por Tía Akwa.

Introducción

En 1970, el libertario de izquierda Maurice Brinton presentó una versión novedosa de la tesis histórica del vencedor en un intento de mostrar por qué el análisis histórico de la revolución rusa seguía siendo una tarea urgente. Brinton no estaba interesado en exponer la parcialidad de las narrativas soviéticas de la revolución o en presentar una crítica impulsada ideológicamente de eventos o decisiones pasadas. En cambio, quería recuperar la historia conceptual de la revolución. Argumentó que, nos guste o no, el socialismo posrevolucionario estaba impregnado del "espíritu, las tradiciones y las concepciones organizativas del bolchevismo"[1]. Quizás no todos éramos bolcheviques entonces, pero aun así habitábamos el mundo conceptual que ellos habían moldeado. El no poder apreciar cuán profundamente se habían moldeado los lenguajes del socialismo en el curso de las luchas revolucionarias pasadas llevó a los activistas políticos modernos a formular su política de manera imprecisa y débil. En lugar de cuestionar el significado de los principios legados por sus ídolos revolucionarios, los críticos repitieron perezosamente sus viejas demandas como si su sentido fuera claro. La historia se había reducido a un vehículo para el movimiento de los dedos desdentado y la energía crítica se había desviado hacia la confirmación de posiciones antibolcheviques profundamente arraigadas.

El argumento de Brinton resonó con una acusación hecha por el anarquista Volin mucho antes: que los bolcheviques habían usado propaganda para secuestrar consignas popularizadas por rivales políticos con el fin de promover políticas que estaban completamente fuera de lugar con las propuestas de la oposición[2]. Sin embargo, Brinton estaba interesado en el contenido de las ideas, no en su manipulación cínica. Estas críticas no eran mutuamente excluyentes, pero identificó a Volin como uno de los proveedores de la historia reductiva que estaba atacando. La preocupación particular de Brinton era sondear las demandas revolucionarias por el control de los trabajadores y mostrar cómo la campaña encabezada por los Consejos de Fábrica entre 1917 y 1921 había sido efectivamente detenida por la institucionalización bolchevique. Al observar que la demanda por el control de los trabajadores seguía siendo una consigna de la izquierda europea posterior al 68, tanto socialdemócratas como socialistas revolucionarios, distinguió la gestión de la producción de su control. La gestión significaba el "dominio total del productor sobre el proceso de producción"[3] e implicaba la asunción de todas las funciones de gestión por parte de la clase trabajadora. El control, por otro lado, marcó un mero cambio en la propiedad de los medios de producción –por ejemplo, la transferencia de la propiedad privada a la estatal– y por lo tanto fue consistente con la consolidación del poder burocrático. Habiendo hecho esta distinción, Brinton explicó la instigación del control estatal bolchevique y la desaparición de la gestión obrera no solo con referencia a la oposición que enfrentaron los Consejos de Fábrica, sino también por sus deficiencias internas. El movimiento de Consejos de Fábrica había sido "incapaz de proclamar sus propios objetivos... en términos claros y positivos". Llegar al final de la historia, aunque sea temporalmente, ha ayudado a algunos a reformular el comunismo soviético como una contraposición romántica del neoliberalismo. Sin embargo, incluso a los críticos más acérrimos les resulta menos fácil argumentar que el legado bolchevique en cualquiera de sus formas satura ahora el socialismo como antes. De hecho, las historias del libertarismo moderno trazan un cambio dramático de la suerte del bolchevismo y el resurgimiento del anarquismo, su némesis. Aparentemente burlado por los marxistas en las dos grandes internacionales socialistas del siglo XIX, aplastado en Kronstadt y derrotado durante las campañas makhnovistas en Ucrania –y finalmente en España– el anarquismo ha emergido de nuevo para capturar el corazón del movimiento altermundista. La 'batalla por Seattle' afirmó el predominio de las sensibilidades anarquistas en la política de los movimientos sociales y el 'giro anarquista' en la teoría política radical ha cimentado el resurgimiento del anarquismo. Entonces, ¿tiene algún sentido reflexionar sobre la historia revolucionaria rusa? Mi opinión es que el proyecto de Brinton, es decir, tratar de comprender lo que "realmente representaban las fuerzas en conflicto"[4],  en lugar de juzgar conjuntos de acciones históricas desde el punto de vista del presente, es tan instructivo hoy como lo fue hace 50 años .

Brinton vinculó la tendencia al ahistoricismo entre los socialistas a un sesgo antiintelectual. Irónicamente, sintió que esto había sido alentado por intelectuales de izquierda que tenían más que esconder y más que perder de una crítica históricamente informada. Desalentar el cuestionamiento conceptual arrojando una manta sobre el pasado convenía más a aquellos deseosos de afirmar su dominio ideológico sobre el movimiento revolucionario. El prejuicio ahistórico antiintelectual que observó en la década de 1970 ha sobrevivido al colapso del imperio soviético, incluso si la prioridad dada al activismo sobre la historia refleja un compromiso con el antipoder y un afán por disociar los movimientos políticos de sus pasados masculinos, blancos, heteronormativos y eurocéntricos. Pero si bien el desapego histórico ahora está impulsado por motivos diametralmente opuestos a los que detectó Brinton, todavía deja preguntas abiertas sobre la historia de la revolución que merecen ser abordadas. El tema que considero aquí gira en torno a la construcción del concepto de revolución.

Mientras que la idea de revolución sobrevive en la teoría y la práctica contemporáneas, en los círculos anarquistas/anárquicos la "política prefigurativa" se ha convertido en el idioma más popular para el cambio. La prefiguración, que describe ampliamente un compromiso para hacer que los medios y fines del cambio sean consistentes, está igualmente asociada con el desarrollo institucional, la organización horizontal y las prácticas de comportamiento ético. Expresando diferentes formas de activismo, la prefiguración es difícil de precisar con exactitud. Sin embargo, expresa dos ideas fuertes. Uno es el rechazo del vanguardismo leninista al viejo estilo, la dictadura de clase y el gobierno del partido. En este sentido, la prefiguración enmarca una relación medio-fin que distingue al anarquismo como una política de acción directa y organización de base. En otro sentido, la prefiguración implica el rechazo de formas de acción asociadas por turnos a la lucha de clases, la violencia y los cataclísmicos momentos emancipatorios. Aquí se extiende más allá de la crítica del leninismo para vincular el compromiso de realizar un cambio transformador con formas de rebelión y desobediencia que excluyen la gran revolución.

El encuentro de Kropotkin con Lenin, que se analiza a continuación, muestra cómo estos temas se basan en conceptos de revolución que se han historizado a través de la experiencia rusa. Este fugaz encuentro único también pone de manifiesto un contraste entre las ideas anarquistas y bolcheviques[5]. El riesgo de volver a la historia revolucionaria rusa para reexaminar los conceptos anarquistas y bolcheviques de la revolución es que fomenta una narrativa engañosamente bipolar. Sin embargo, el punto no es negar la complejidad de la revolución ni mostrar lo que separó a los anarquistas de los bolcheviques, y menos aún de los marxistas, como si no hubiera grises en esta relación. Más bien se trata de considerar lo que representó el análisis de la revolución de Kropotkin, avanzado en el curso de una lucha revolucionaria, y dónde se encuentran en relación con ella las ideas prefigurativas elaboradas a partir de entonces.

El contexto: ¿revolución o traición?

Kropotkin puso fin a 36 años de exilio casi continuo en Gran Bretaña cuando regresó a Rusia en junio de 1917. Su reunión con Lenin en mayo de 1919, dos años antes de su muerte, fue organizada por Vladimir Bonch-Bruevich, jefe de departamento del Consejo de Comisarios del Pueblo. Kropotkin era entonces una figura marginada, enajenada de la mayoría de los socialistas revolucionarios europeos debido a su decisión de respaldar a los aliados en su guerra contra las potencias centrales. Esta decisión había provocado un airado debate sobre la comprensión de la revolución por parte de Kropotkin y si, de hecho, era un revolucionario en absoluto. Trotsky resumió una opinión muy extendida cuando acusó al "jubilado" Kropotkin de negar "todo lo que había estado enseñando durante casi medio siglo"[6].  Este juicio condenatorio resonó fuertemente con la crítica del anarquista Errico Malatesta al "anarcochovinismo" de Kropotkin. Ambos argumentaron que al respaldar la guerra, Kropotkin le había dado la espalda a la revolución.

Una segunda visión contrastante presentada recientemente por Sergey Saytanov sugiere igualmente que Kropotkin renunció a la revolución. Esto pinta a Kropotkin como un anarquista Eduard-Bernsteiniano, el principal marxista revisionista dentro de la Segunda Internacional, que abrazó el gradualismo en lugar de la revolución. Al confirmar la conclusión de Trotsky de que Kropotkin había revertido su posición juvenil, Saytanov interpreta al difunto Kropotkin como un anarquista reformista de principios, no como un revolucionario[7].  Este punto de vista excluye de manera similar la discusión de la política revolucionaria tardía de Kropotkin.

Otras dos evaluaciones mantienen abiertas las líneas de investigación. La evaluación crítica de Lenin pintó a Kropotkin como un revolucionario de mala reputación. Habiendo descrito a Kropotkin como un patriota anarquista que se colgó de los faldones de la burguesía durante la guerra, Lenin se reunió con él en 1919 para hablar sobre los principios y el carácter de la revolución. Al final de su encuentro, planteó la idea de publicar La Gran Revolución Francesa de Kropotkin , presentando el proyecto como una contribución a la ilustración socialista. Anteriormente, había pasado la propuesta más allá de Bonch-Bruevich, esta vez compartiendo su seria evaluación del valor educativo del libro: la entrega de cien mil copias a bibliotecas y salas de lectura de todo el país permitiría a las masas “comprender la distinción entre el anarquista pequeño-burgués y la verdadera cosmovisión comunista del marxismo revolucionario”[8]. Si Lenin era maquiavélico, quizás sostuvo que el anarquismo de Kropotkin era consistentemente pequeño-burgués. Desde esta perspectiva, el apoyo de Kropotkin a la campaña aliada era parte integrante de su degradado revolucionario anarquista. Emma Goldman, que había estado profundamente entristecida por la postura de Kropotkin durante la guerra, agregó un giro diferente a la evaluación de Lenin de su consistencia. Durante su visita a Kropotkin en Rusia, comparó su creciente desilusión con "la Revolución y en las masas" con su perdurable fe en su importancia, que no disminuyó ni siquiera con el golpe de octubre[9]. Desenganchando silenciosamente el vínculo proguerra / antirevolución que otros revolucionarios antiguerra invocaron para exponer la traición de Kropotkin, Goldman también desafió la crítica de Lenin a las tendencias pequeño-burguesas de Kropotkin como una caracterización errónea de su anarquismo. Según sus cálculos, Kropotkin, aunque estaba equivocado acerca de la guerra, seguía siendo un anarquista comprometido y un revolucionario. El apoyo que prestó al movimiento cooperativo y al anarcosindicalismo no solo fue coherente con su teorización anarquista de antes de la guerra, sino que también surgió de una preocupación práctica por reactivar las fuerzas que el terror bolchevique había logrado paralizar[10]. Como señaló Goldman, surgió directamente de su compromiso continuo con las luchas revolucionarias y su deseo de aprender de ellas.

Por su parte, Kropotkin presentó sus puntos de vista no como un rechazo a la revolución sino como una concepción alternativa. Su insistencia en que Lenin nombrara una cooperativa para imprimir ediciones baratas de su producción literaria y su negativa a aceptar 250.000 rublos de la State Publishing Company cuando la moneda “aún se mantenía bien” fue una medida no tan pequeña de la resistencia de su ética anarquista[11]. Cuando él y Lenin se conocieron, invocó la distinción entre medios y fines para sugerir que solo estaban en desacuerdo sobre los métodos. Quizás esto fuera falso; pero fue franco en su defensa de la revolución contra el concepto bolchevique de Lenin.

Dos conceptos de revolución

Parece poco probable que Kropotkin hubiera aprobado alguna vez lo que había oído sobre el compromiso de Lenin con la extinción del Estado, o que hubiera confundido el lema de Engels con una de las contribuciones más importantes y originales de Marx a la teoría del Estado, como Bonch-Bruevich reclamó. Siempre opuesto al marxismo y nunca siquiera temporalmente “deslumbrado” por el “brillo del bolchevismo” (como Goldman admitió que lo había sido), Kropotkin apodó a Lenin un jacobino antes de la guerra y continuó haciéndolo cuando habló con Goldman en marzo de 1920[12]. El bolchevismo, le dijo, fue el uso del terror de masas para el logro de ‘la supremacía política’[13].  Kropotkin estaba quizás más inclinado a sugerirle a Lenin que tenían más en común de lo que indicaba esta sincera opinión porque quería arrancarle concesiones; para aliviar la presión sobre las cooperativas locales en su ciudad natal Dmitrov, que los funcionarios del partido estaban cerrando afanosamente. Ciertamente, los intercambios con Lenin giraron en torno a su predicamento.

La reunión se abrió con un debate sobre la composición de las cooperativas. ¿Proporcionaron refugio a los aspirantes a capitalistas: kulaks, terratenientes, comerciantes y demás? El desacuerdo entre ellos sobre esta cuestión reveló una tensión más profunda sobre la educación socialista, la naturaleza de la autoridad y la destrucción del capitalismo. Ninguno de estos temas se abordó directamente. Lenin dirigió los intercambios en todo momento, determinando los temas principales y dando forma al curso de la discusión. Pero no dominó el debate porque Kropotkin enfrentó sus puntos de manera indirecta.

Para resumir: Kropotkin contrarrestó el plan de Lenin de desplegar trabajadores del partido con el fin de iluminar a las masas con una advertencia sobre los efectos venenosos de la autoridad no ilustrada y el autoritarismo; respondió al llamamiento de Lenin para transmitir información sobre individuos recalcitrantes en las cooperativas con la promesa de denunciar los abusos de poder burocráticos; siguió la franca defensa de Lenin de la guerra civil con un comentario sobre la necesidad de evitar las intoxicaciones del poder y la dominación de los trabajadores por los no trabajadores del partido. Hablando más allá de Kropotkin de manera similar, Lenin recibió la crítica de la autoridad de Kropotkin con una reflexión sobre la inevitabilidad de los errores o, como él mismo dijo, la imposibilidad de usar guantes blancos mientras se libra una revolución. Contrarrestó la valoración entusiasta de Kropotkin del potencial revolucionario de las cooperativas y los sindicatos industriales de Europa occidental rechazando el sindicalismo y relacionando el contrapoder de las cooperativas con el enorme poder armado de los estados capitalistas. Lenin respondió al respaldo de Kropotkin a la lucha, la "lucha desesperada", como un ingrediente esencial del cambio revolucionario, contrastando la inutilidad de las tácticas anarquistas (actos individuales de violencia) con la energía y el poder del "terror rojo masivo". La respuesta de Lenin a la crítica de Kropotkin a los trabajadores del partido en las organizaciones de trabajadores fue reiterar la necesidad de ilustrar a las masas analfabetas y atrasadas. Este retorno final motivó la oferta de Lenin de publicar la historia de la Revolución Francesa de Kropotkin.

En general, en este encuentro se pueden ver dos concepciones diferentes de la revolución. Cada uno fue informado por un compromiso activo en la lucha: el de Lenin fue moldeado por las demandas de coordinar la acción colectiva contra el capitalismo global, mientras que el de Kropotkin fue informado por el deseo de construir alianzas con instituciones de base, autoorganizándose para la sostenibilidad local en un período de revolución revolucionaria convulsión. La crítica de Kropotkin proporciona a los anarquistas modernos un montón de municiones contra el leninismo, pero es menos fácil ver cómo su concepto de revolución encaja con los modelos incrustados en la prefiguración.

Anarquía y revolución

Cuando Brinton reprendió a los antibolcheviques por reproducir "la historia del dedo acusador", no consideró cómo las tradiciones de oposición también habían enmarcado los mundos conceptuales que los socialistas revolucionarios habitaron después de la revolución. Quizás fue más fácil para los anarquistas construir esta tradición que para los revolucionarios no anarquistas antibolcheviques o no. Mientras que las tensiones creadas por el realineamiento de la izquierda revolucionaria con la fundación del Komintern también se sintieron en los círculos anarquistas, eventos como Kronstadt, la campaña makhnovista y la desilusión de Goldman agudizaron con fuerza el alineamiento antimarxista del anarquismo. La tesis de rupturas en la continuidad que intentó abrir una brecha entre el leninismo y el estalinismo, presentada por Victor Serge, Isaac Deutscher y otros, difícilmente preocupaba a los anarquistas. De hecho, los anarquistas apoyaron historias que combinaban versiones de la crítica jacobina que Kropotkin promovió para argumentar que la ruptura de Bakunin con Marx anticipó el análisis anarquista posterior de la organización revolucionaria leninista. El partido de vanguardia, el centralismo democrático, la dictadura proletaria y el régimen de partido único son parte integral de esta historia y proporcionan el contraste de la transformación anarquista. El horizontalismo, la acción directa y la descentralización, los ejes de la política anarquista, representan el reverso de los métodos bolcheviques.

Brinton también pasó por alto hasta qué punto el legado de la guerra dejó su huella en el anarquismo. Si el anarquismo, como otras corrientes de oposición, estaba impregnado del ethos, las tradiciones y las concepciones organizativas del bolchevismo, lo era como un movimiento revolucionario decididamente antibelicista. La agresión nazi reavivó un debate anarquista sobre la guerra y la revolución, pero su impacto fue trivial en comparación con las consecuencias de 1914. En 1939, la yuxtaposición antiguerra / antirevolución que había prevalecido contra Kropotkin fundamentó la política anarquista. Este cambio historizó la revolución como la toma violenta del poder, ejemplificada en la revolución rusa y el golpe bolchevique. En este entendimiento, la revolución anarquista implica el rechazo de las trampas organizativas del leninismo y el despliegue de la violencia.

Se pueden extraer dos modelos de cambio anarquista de estas historias críticas de la experiencia rusa. Cada uno evalúa la revolución anarquista por la consistencia interna de fines y medios, y rechaza el leninismo y el belicismo en nombre del cambio prefigurativo. Sus linajes se remontan a menudo a uno de los dos críticos pacifistas más vocales de Kropotkin. La versión de Malatesta aboga por la lucha de clases colectiva contra el capitalismo mientras rechaza la dictadura proletaria. La variación de Goldman exige una transformación cultural creativa. El concepto de Malatesta legitima la violencia de clase con fines anticapitalistas, mientras que el principio de Goldman excluye la violencia como expresión de la dictadura. Aunque guarda cierto parecido con la amplia conceptualización histórica antibolchevique, la idea de revolución que surge del encuentro de Kropotkin con Lenin contrasta con ambos modelos.

Sería extraño descubrir que en 1920 Kropotkin no se basó en la crítica antimarxista que había ensayado antes de la revolución cuando tuvo la oportunidad de discutir la política con Lenin; su análisis general del socialismo de Estado es claro en su denuncia del uso de la tortura y la toma de rehenes por parte de los bolcheviques[14]. Sin embargo, su disputa con Lenin tuvo un enfoque diferente a la posterior crítica histórica del leninismo. Kropotkin insistió en sus argumentos sobre el rechazo de la burocracia, el control del partido y la corrupción del poder en respuesta a las afirmaciones de Lenin sobre la educación proletaria. Kropotkin rechazó estas afirmaciones y de manera similar cuestionó la necesidad de acusar a los funcionarios del partido de la responsabilidad de eliminar a los enemigos de clase. Y cuando Kropotkin se puso en contacto de nuevo con Lenin más tarde, tomando en serio la ambigua invitación de Lenin de prolongar su intercambio, también se refirió a los efectos dañinos de la afluencia de "comunistas ideológicos" a los comités locales no partidarios y su desapego de los soviets. Dentro de la crítica organizativa de Kropotkin a la política del partido bolchevique había una defensa del autogobierno que se asemejaba a la idea de gestión que defendía Brinton. Además, al oponerse a la ingeniería social bolchevique, Kropotkin ató firmemente el autogobierno anarquista a la cooperación local, separando la revolución anarquista de la armonización de los intereses de clase. Los revolucionarios de Kropotkin no debían convertirse en comunistas, ni eran activistas anarquistas.

La violencia no era fundamental para el concepto de revolución de Kropotkin, aunque era fundamental para Lenin (como lo es, de diferentes maneras, también en los debates sobre la política prefigurativa). Al fijarse en los efectos globales de los cambios micropolíticos, Kropotkin minimizó la idea de la revolución como una guerra de clases, al tiempo que sugirió que Lenin tenía razón al prescindir de los "guantes blancos". Su análisis de la revolución se centró en la dislocación social, económica y política. Lo veía lleno de peligros y daños potenciales, pero ofrecía una oportunidad para que los oprimidos se liberaran de sus amos y tomaran el control directo de sus propios asuntos. Como señaló más tarde Alexander Berkman, este punto de vista comprometió a los 'kropotkinistas' a rechazar la institucionalización de la violencia 'en manos de la Tcheka', pero también a preferir el pragmatismo a la teorización abstracta[15]. La 'lucha desesperada' de la revolución enfrentó a los trabajadores ordinarios contra sus viejos y futuros opresores en condiciones de colapso social. Las preocupaciones que Kropotkin expresó a Lenin fueron que la supresión de las fuerzas locales por parte del Partido contribuyó en gran medida a la amenaza inminente de hambruna y amenazó aún más con interrumpir los escasos y ya interrumpidos suministros de leña, semillas de primavera y jabón. Su convicción era que el Terror Blanco zarista había extendido "un desprecio absoluto por la vida humana" e inducido "hábitos de violencia" entre los que ahora luchaban por mantenerse a sí mismos. Es probable que estas presiones intensifiquen la agresión habitual sobre el terreno[16]. Kropotkin creía que el deber de los revolucionarios era, por lo tanto, apoyar los esfuerzos constructivos de la población local para garantizar su bienestar y ayudar a mitigar las peores privaciones que conlleva la revolución. El impacto combinado de múltiples pequeños movimientos nunca fue calculable, pero siempre fue potencialmente revolucionario. Desde este punto de vista, la gran revolución fue un movimiento regresivo destinado a canalizar las fuerzas locales a través de la imposición de leyes. Si hubiera vivido para verlo, Kropotkin podría haber señalado la acumulación socialista primitiva como ejemplo. La revolución fue un proceso impulsado por la reconstrucción de la vida cotidiana en ausencia de autoridad. "Dondequiera que mires", le dijo Kropotkin a Lenin, "surge una base para la no autoridad"[17].

Notas:

[1] Maurice Brinton, The Bolsheviks and Workers’ Control, 1917–1921. The State and Counter-Revolution (Montreal: Black Rose, 1975 [1970]), p. iii.

[2] Volin, pseud. Vsevolod Mikhailovich Eichenbaum, The Unknown Revolution (Montreal: Black Rose, 1975 [1947]), p. 210.

[3] Brinton, p. vii.

[4] Ibid.

[5] Tomado de P.A. Kropotkin, Selected Writings on Anarchism and Revolution, ed. Martin A. Miller (Cambridge MASS: MIT Press, 1970), pp. 334–340

[6] Leon Trotsky, The History of the Russian Revolution: Vol. II, trans Max Eastman (Ann Arbor, 1957), p. 230

[7] Sergey V. Saytanov, The Argumentation of Peter Kropotkin’s Anarcho-Reformism in his Social-Political Anarchist Views (According to Russian Materials), trans. Natalia I. Saytanonva, (Moscow: Ontoprint, 2014)

[8] En Miller ed. p. 326

[9] Emma Goldman, Living My Life vol. II (New York: Dover, 1970 [1931]), p. 863

[10] Ibid. p. 864

[11] Ibid., p. 770

[12] Ibid., pp. 755; 770.

[13] Ibid., p. 864

[14] En Miller, pp. 338–9. Para un análisis de la teoría liberataria antiestatista de Kropotkin, véase David Shub, ‘Kropotkin and Lenin,’ The Russian Review, 12: 4 (October 1953), pp. 227–234.

[15] Alexander Berkman, The Bolshevik Myth, Diary 1920–22 Extracts (London: Virus, n.d. [1925]), p. 28

[16] P.A. Kropotkin, The Terror in Russia: An Appeal to the British Nation, (London: Methuen, 1909), p. 8

[17] En Miller, pp. 328–9

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Insurrecciones en las intersecciones. Feminismo, interseccionalidad y anarquismo

Posted: 28 Oct 2021 09:48 AM PDT

Texto del 2012 de Abbey Volcano y J. Rogue publicado en Quiet Rumours: An Anarcha-Feminist Reader, editorial AK Press. Traducción del original por Tía Akwa 

Necesitamos entender el cuerpo no como ligado a lo privado o al yo —la idea occidental del individuo autónomo— sino como ligado integralmente a las expresiones materiales de la comunidad y el espacio público. En este sentido, no existe una clara división entre lo corpóreo y lo social; en cambio, existe lo que se ha llamado una "carne viva [flesh] social".

- Wendy Harcourt y Arturo Escobar[1]

El nacimiento de la interseccionalidad

En respuesta a varios feminismos estadounidenses y esfuerzos de organización feminista, el Colectivo Combahee River[2], una organización de lesbianas feministas-socialistas negras[3], escribió una declaración que se convirtió en la partera de la interseccionalidad. La interseccionalidad surgió de la política feminista negra a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 y a menudo se entiende como una respuesta a la construcción del feminismo dominante en torno a la idea errónea de una "mujer universal" o "sororidad" [sisterhood][4]. En el corazón de la interseccionalidad se encuentra el deseo de resaltar la ilimitada cantidad de formas en que categorías y lugares sociales como la raza, el género y la clase se cruzan, interactúan y se superponen para producir desigualdades sociales sistémicas. Dada esta realidad, hablar de una experiencia universal de las mujeres se basaba obviamente en premisas falsas (y típicamente reflejaba las categorías más privilegiadas de mujeres, es decir, blancas, no discapacitadas, de “clase media”, heterosexuales, etc.).   

Inicialmente concebida en torno a la tríada de "raza / clase / género", la interseccionalidad fue ampliada más tarde por Patricia Hill Collins para incluir ubicaciones sociales como nación, capacidad, sexualidad, edad y etnia[5]. En lugar de ser conceptualizada como un modelo aditivo, la interseccionalidad nos ofrece una lente a través de la cual ver la raza, la clase, el género, la sexualidad, etc. como procesos que se constituyen mutuamente (es decir, estas categorías no existen independientemente unas de otras; más bien, se refuerzan mutuamente) y las relaciones sociales que se manifiestan materialmente en la vida cotidiana de las personas de manera compleja. En lugar de categorías distintas, la interseccionalidad teoriza las posiciones sociales como configuraciones superpuestas, complejas, interactuantes, que se cruzan y, a menudo, se contradicen. 

Hacia una crítica anarquista de la interseccionalidad liberal

La interseccionalidad ha estado, y a menudo sigue estando, centrada en la identidad. Aunque la teoría sugiere que las jerarquías y los sistemas de opresión se entrelazan, se constituyen mutuamente y, a veces, incluso son contradictorios, la interseccionalidad a menudo se ha utilizado de una manera que nivela las jerarquías y opresiones estructurales. Por ejemplo, "raza, clase y género" a menudo se ven como opresiones que todos experimentan en una variedad de formas y grados, es decir, nadie está libre de las asignaciones forzadas de identidad. Este concepto puede ser útil, especialmente cuando se trata de lucha, pero las tres "categorías" a menudo se tratan únicamente como identidades, y como si fueran similares porque son "opresiones". Por ejemplo, se plantea que todos tenemos una raza, un género y una clase. Dado que todos experimentan estas identidades de manera diferente, muchos teóricos que escriben sobre la interseccionalidad se han referido a algo llamado "clasismo" para complementar el racismo y el sexismo.

Esto puede llevar a la noción gravemente confusa de que la opresión de clase debe ser rectificada por los ricos tratando a los pobres de manera “más amable” sin dejar de mantener la sociedad de clases. Este análisis trata las diferencias de clase como si fueran simplemente diferencias culturales. A su vez, esto conduce a la estrategia limitada de “respetar la diversidad” en lugar de abordar la raíz del problema. Este argumento excluye un análisis de la lucha de clases que ve al capitalismo y la sociedad de clases como instituciones y enemigos de la libertad. No queremos “llevarnos bien” con el capitalismo aboliendo el esnobismo y el elitismo de clases. Más bien, deseamos derrocar colectivamente al capitalismo y acabar con la sociedad de clases. Reconocemos que hay algunos puntos relevantes planteados por las personas que están hablando sobre el clasismo; no queremos pasar por alto la estratificación del ingreso dentro de la clase trabajadora.

Organizarnos dentro de una clase trabajadora que es extremadamente diversa como la de los Estados Unidos requiere que reconozcamos y tengamos conciencia de esa diversidad. Sin embargo, creemos que es inexacto combinar esto con tener poder sistémico sobre los demás: gran parte de la llamada clase media puede tener una ventaja financiera relativa sobre sus pares peor remunerados, pero eso no es lo mismo que explotar o estar en un posición de poder sobre ellos. Este análisis de clase basado en la sociología confunde aún más a las personas al inducirlas erróneamente a creer que su "identidad" como miembros de la "clase media" (un término que tiene tantas definiciones que lo hace irrelevante) los pone en alianza con la clase dominante/opresores, contribuyendo a la falta de conciencia de clase en los Estados Unidos. El capitalismo es un sistema de explotación en el que la gran mayoría trabaja para ganarse la vida mientras que muy pocos se la ganan siendo propietarios (es decir, ladrones). El término clasismo no explica la explotación, lo que lo convierte en un concepto defectuoso. Queremos el fin de la sociedad de clases, no una sociedad donde las clases se “respeten” unas a otras. Es imposible erradicar la explotación mientras exista la sociedad de clases. Para acabar con la explotación también debemos acabar con la sociedad de clases (y todas las demás jerarquías institucionalizadas).

Los teóricos que utilizan la interseccionalidad con frecuencia pasan por alto este tema crítico para pedir el fin del "clasismo". Más bien, como anarquistas, pedimos el fin de toda explotación y opresión, y esto incluye el fin de la sociedad de clases. Las interpretaciones liberales de la interseccionalidad pasan por alto la singularidad de la clase al verla como una identidad y tratarla como si fuera lo mismo que el racismo o el sexismo al agregar un “ismo” al final. Erradicar el capitalismo significa el fin de la sociedad de clases; significa guerra de clases. Del mismo modo, la raza, el género, la sexualidad, la discapacidad, la edad —la gama de relaciones sociales ordenadas jerárquicamente— son únicas a su manera. Como anarquistas, podríamos señalar esas cualidades únicas en lugar de nivelar todas estas relaciones sociales en un solo marco.

Al ver la clase como “una identidad más” que debería ser considerada en el intento de entender las “identidades” de los demás (y las propias), las concepciones tradicionales de interseccionalidad hacen un flaco servicio a los procesos liberadores y la lucha. Si bien la interseccionalidad ilustra las formas en que las relaciones de dominación interactúan y se apoyan entre sí, esto no significa que estos sistemas sean idénticos o puedan combinarse. Son únicos y funcionan de manera diferente. Estos sistemas también se reproducen entre sí. La supremacía blanca está sexualizada y clasificada por género, la heteronormatividad está racializada y clasificada. Las instituciones y estructuras opresoras y explotadoras están estrechamente entrelazadas y se sostienen unas a otras. Resaltar sus intersecciones, sus costuras, nos brinda ángulos útiles desde los cuales derribarlos y construir relaciones más liberadoras, más deseables y más sostenibles con las que comenzar a modelar nuestro futuro.

Una interseccionalidad anarquista propia

A pesar de haber notado este error particularmente común de los teóricos y activistas que escriben bajo la etiqueta de interseccionalidad, la teoría tiene muchas cosas que ofrecer que no se deben ignorar. Por ejemplo, la interseccionalidad rechaza la idea de una opresión central o primaria. Más bien, como se señaló anteriormente, todas las opresiones se superponen y, a menudo, se constituyen mutuamente. Interpretado en los niveles estructural e institucional, esto significa que la lucha contra el capitalismo también debe ser la lucha contra el heterosexismo, el patriarcado, la supremacía blanca, etc. Con demasiada frecuencia, la interseccionalidad se utiliza únicamente como una herramienta para comprender cómo estas opresiones se superponen en la vida cotidiana de personas para producir una identidad que les sea única en grado y composición.

Lo que es más útil para nosotros como anarquistas es usar la interseccionalidad para comprender cómo se puede utilizar la vida cotidiana de las personas para hablar sobre las formas en que las estructuras e instituciones se cruzan e interactúan. Este proyecto puede informar nuestros análisis, estrategias y luchas contra todas las formas de dominación. Es decir, los anarquistas podrían usar la realidad vivida para establecer conexiones con procesos institucionales que crean, reproducen y mantienen relaciones sociales de dominación. Desafortunadamente, una interpretación liberal de la interseccionalidad excluye este tipo de análisis institucional, por lo que si bien podríamos tomar prestado de la interseccionalidad, también necesitamos criticarla desde una perspectiva claramente anarquista.

Vale la pena señalar que realmente no existe una interpretación universalmente aceptada de la interseccionalidad. Como el feminismo, requiere un modificador para ser verdaderamente descriptivo, por eso usaremos el término “interseccionalidad anarquista” para describir nuestra perspectiva en este ensayo. Creemos que una perspectiva antiestatal y anticapitalista (así como una postura revolucionaria con respecto a la supremacía blanca y el heteropatriarcado) es la conclusión lógica de la interseccionalidad. Sin embargo, hay muchos que se basan en la interseccionalidad, pero adoptan un enfoque más liberal. Nuevamente, esto se puede ver en las críticas al "clasismo" más que al capitalismo y la sociedad de clases, y la frecuente ausencia de un análisis acerca del Estado[6]. Además, en ocasiones también existe una tendencia a centrarse casi exclusivamente en experiencias individuales en lugar de sistemas e instituciones. 

Si bien todos estos puntos de lucha son relevantes, también es cierto que las personas criadas en los Estados Unidos, socializadas en una cultura profundamente egocéntrica [Self-centered], tienen una tendencia a centrarse en la opresión y represión de los individuos, a menudo en detrimento de una cultura más amplia, de una perspectiva más sistémica. Nuestro interés radica en cómo funcionan las instituciones y cómo se reproducen las instituciones a través de nuestra vida diaria y patrones de relaciones sociales. ¿Cómo podemos rastrear nuestras "experiencias individuales" hasta los sistemas que las (re)producen (y viceversa)? ¿Cómo podemos rastrear las formas en que estos sistemas se (re)producen entre sí? ¿Cómo podemos aplastarlos y crear nuevas relaciones sociales que fomenten la libertad?

Con un análisis institucional y sistémico de la interseccionalidad, los anarquistas tienen la posibilidad de resaltar el tejido social mencionado en la cita inicial. Y si vamos a dar una explicación completa de esta carne viva social, las formas en que las jerarquías y las desigualdades se entrelazan en nuestro tejido social, seríamos negligentes si no destacáramos una omisión flagrante en casi todo lo que se ha escrito en las teorías interseccionales: el Estado. No existimos en una sociedad de iguales políticos, sino en un complejo sistema de dominación donde algunos son gobernados, controlados y manejados en procesos institucionales que los anarquistas describen como El estado. Gustav Landauer, quien discutió este arreglo jerárquico de la humanidad donde unos gobiernan a otros en un cuerpo político por encima y más allá del control del pueblo, vio al Estado como una relación social[7].

No somos solo cuerpos que existen en identidades asignadas como raza, clase, género, habilidad y lo demás que está en la lista de la compra del supermercado. Somos también sujetos políticos en una sociedad gobernada por políticos, jueces, policías y burócratas de todo tipo. Los anarquistas podrían, entonces, extender un análisis interseccional que dé cuenta de la carne viva social con fines insurreccionales, ya que nuestra miseria está incrustada en instituciones como el capitalismo y el Estado que producen, y son (re)producidas, por la red de identidades utilizadas para organizar a la humanidad en agrupaciones ordenadas de opresores y oprimidos.

Como anarquistas, hemos descubierto que la interseccionalidad es útil en la medida en que puede informar nuestras luchas. La interseccionalidad ha sido útil para comprender las formas en que las opresiones se superponen y se manifiestan en la vida cotidiana de las personas. Sin embargo, cuando se interpretan a través de marcos liberales, los análisis interseccionales típicos a menudo asumen innumerables opresiones para funcionar de manera idéntica, lo que puede excluir un análisis de clase, un análisis del Estado y un análisis de nuestras instituciones gobernantes. Nuestra evaluación es que las experiencias cotidianas de opresión y explotación son importantes y útiles para la lucha si utilizamos la interseccionalidad de una manera que pueda abarcar los diferentes métodos a través de los cuales la supremacía blanca, la heteronormatividad, el patriarcado, la sociedad de clases, etc., funcionan en la vida de las personas, en lugar de simplemente enumerándolos como si todos operaran de manera similar.

Es verdad, la historia de la heteronormatividad, de la supremacía blanca, de la necesidad de la sociedad de clases debe entenderse por sus similitudes y diferencias. Además, deben entenderse cómo han funcionado cada una de esas opresiones para (re)formarse entre sí, y viceversa. Este nivel de análisis se presta a una visión más holística de cómo funcionan nuestras instituciones gobernantes y cómo eso informa la vida cotidiana de las personas. Sería un descuido no utilizar la interseccionalidad de esta manera.

De la abstracción a la organización: libertad reproductiva e interseccionalidad anarquista

Las formas en las que el capitalismo, la supremacía blanca y el heteropatriarcado —y la sociedad disciplinaria en general— han requerido el control de los cuerpos se han detallado en gran medida en otro lugar[8], pero nos gustaría ofrecer un poco de historia con tal de ayudar a construir un argumento de tal forma que un análisis anarquista e interseccional pueda beneficiar la organizión por la libertad reproductiva. La libertad reproductiva, que usamos como una interpretación explícitamente antiestatal y anticapitalista de la justicia reproductiva, sostiene que una simple posición "pro-elección" no es suficiente para un enfoque revolucionario de los "derechos" reproductivos. Trazar cómo la raza, la clase, la sexualidad, la nacionalidad y la capacidad se cruzan y dan forma al acceso de una mujer a la salud reproductiva requiere una comprensión más profunda de los sistemas de opresión, que Andrea Smith describe en su libro Conquest[9]. Mirar la historia del colonialismo en las Américas nos ayuda a comprender las complejidades de la libertad reproductiva en el contexto actual. El Estado como institución siempre ha tenido un gran interés en mantener el control sobre la reproducción social y, en particular, las formas en que los pueblos colonizados se reproducían y no se reproducían. Dada la historia de esterilización forzada de nativos americanos, así como de afroamericanos, latinos e incluso mujeres blancas pobres[10], podemos ver que el simple acceso al aborto no aborda el tema completo de la libertad reproductiva[11]. Para tener un movimiento revolucionario integral, debemos abordar todos los aspectos del problema: poder tener y mantener hijos, acceso a atención médica, vivienda, educación y transporte, adopción, familias no tradicionales, y así. Para que un movimiento sea verdaderamente revolucionario debe ser inclusivo; el movimiento a favor del derecho a decidir con frecuencia se ha olvidado de abordar las necesidades de los marginados. ¿El caso de Roe contra Wade[12] cubre las complejidades de la vida de las mujeres y las madres en prisión?    

¿Qué pasa con las experiencias de las personas indocumentadas? Las personas trans* llevan mucho tiempo luchando por una atención médica que sea inclusiva[13]. Simplemente la defensa del derecho al aborto legal no une a todos los afectados por el heteropatriarcado. De manera similar, la “elección” legal donde los abortos son procedimientos costosos no ayuda en nada a las mujeres pobres y destaca la necesidad de aplastar el capitalismo para acceder a libertades positivas. Los defensores de la justicia reproductiva han abogado por un enfoque interseccional de estos temas, y un análisis feminista anarquista de la libertad reproductiva podría beneficiarse al utilizar un análisis interseccional anarquista. 

Un análisis interseccional anarquista de la libertad reproductiva nos muestra que cuando una comunidad comienza a luchar unida, requiere una comprensión de las formas en que las relaciones de gobierno operan juntas para tener un sentido holístico de aquello contra lo que están luchando. Si podemos descubrir las formas en que las relaciones sociales de opresión y explotación funcionan juntas y forman el tapiz que es la vida diaria, estaremos mejor equipados para romperlas. Por ejemplo, para analizar las formas en que las mujeres de color han sido objetivo particular e históricamente de esterilizaciones forzadas, se requiere comprender cómo el heteropatriarcado, el capitalismo, el Estado y la supremacía blanca han trabajado juntos para crear una situación en la que las mujeres de color sean atacadas corporalmente a través de programas sociales como bienestar, experimentos médicos y eugenesia.

¿Cómo ha funcionado el racismo y la supremacía blanca para apoyar al heteropatriarcado? ¿Cómo se ha racializado la sexualidad de manera que haya facilitado a los colonizadores permanecer sin culpa por la violación, el genocidio y la esclavitud, tanto histórica como contemporáneamente? ¿Cómo se ha determinado el género de la supremacía blanca con imágenes como Mammy y Jezabel?[14] ¿Cómo se ha racializado y dividido el género en el Estado de bienestar con una agenda para matar al cuerpo negro?[15] Las opresiones sistémicas, como la supremacía blanca, no pueden entenderse sin un análisis de cómo esos sistemas son genéricos, sexualizados, clasificados, etc. De manera similar, este tipo de análisis puede extenderse para comprender cómo el heteropatriarcado, la heteronormatividad, el capitalismo, el Estado: todas las relaciones humanas de la función de dominación. Este es el peso detrás de un análisis interseccional anarquista.  

Un análisis interseccional anarquista, al menos la forma en que estamos utilizando este punto de vista, no centraliza ninguna estructura o institución sobre otra, excepto por el contexto. Más bien, estas estructuras e instituciones operan para (re)producirse unas a otras. Ellos son el uno para el otro. Entendida de esta manera, una estructura central o primaria de opresión o explotación simplemente no tiene sentido. Más bien, estas relaciones sociales no se pueden separar y declarar a una "central" y a las otras "periféricas". Y son interseccionales. Después de todo, ¿de qué sirve una insurrección si algunos de nosotros nos quedamos atrás?

Notas:

[1] Harcourt, Wendy, and Arturo Escobar. 2002. “Women and the politics of place.” Development 45 (1): 7–14.

[2] Combahee River Collective Statement. 1977. In Anzalduza, Gloria, and Cherrie Moraga (Eds). 1981. This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Color. Watertown, Mass: Persephone Press. Disponible en circuitous.org

[3] “Refusing to Wait: Anarchism and Intersectionality.” libcom.org

[4] Por ejemplo: Crenshaw, Kimberlé W. 1991. “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color.” Stanford Law Review, 43 (6): 1241–1299.

[5] Véase Purkayastha, Bandana. 2012. “Intersectionality in a Transnational World.” Gender & Society 26: 55–66.

[6] “Refusing to Wait: Anarchism and Intersectionality.”

[7] Landauer, Gustav. 2010. Revolution and Other Writings, traducción de Gabriel Kuhn. Oakland: PM Press

[8] Para obtener más análisis sobre cómo la raza, el género y la sexualidad moldearon el capitalismo y el colonialismo en los EE. UU., véase: Smith, Andrea. 2005. Conquest: Sexual Violence and American Indian Genocide. Cambridge, MA: South End Press.

[9] Smith, Andrea. 2005. Conquest: Sexual Violence and American Indian Genocide. Cambridge, MA: South End Press.

[10] Por ejemplo: rockcenter.msnbc.msn.com

[11] Por un buen libro que muestre ejemplos y la historia de la justicia reproductiva, véase: Silliman, Jael M. 2004. Undivided Rights: Women of Color Organize for Reproductive Justice. Cambridge, Mass: South End Press.

[12] El caso Roe contra Wade o Roe vs. Wade es el nombre del caso judicial de 1973, por el cual la Corte Suprema de los Estados Unidos despenalizó el aborto inducido en ese país [Nota de la traductora].

[13] Trans* generalmente significa: Transgénero, Transexual, genderqueer, No binario, Genderfluid, Genderfuck, Intersex, Tercer género, Travesti, Travesti, Bisexual, Hombre trans, Mujer trans, Agender.

[14] Hill Collins, Patricia. 1991. Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics of Empowerment. New York: Routledge. [Nota de la traductora]: Mammy y Jezabel son estereotipos de mujeres negras en Estados Unidos.

[15] Roberts, Dorothy E. 1999. Killing the Black Body: Race, Reproduction, and the Meaning of Liberty. New York: Vintage.

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¿Nos equivocamos? - Murray Bookchin

Posted: 28 Oct 2021 09:39 AM PDT

Texto de Murray Bookchin publicado en Telos, vol. 65, otoño de 1985, págs. 59-74, titulado "Were we wrong?". Traducción del original por Tía Akwa.

Boockchin¿Es posible que la izquierda se haya equivocado sobre el desarrollo capitalista y el cambio revolucionario? ¿Es posible que el capitalismo del siglo XX no esté "moribundo" y que la Revolución Rusa no marcó el comienzo de una “era de guerras y revoluciones”, como predijo Lenin?; ¿Que el capitalismo no se desenvuelve según una dialéctica "inmanente" en la que se encuentran las "semillas" de su propia destrucción? ¿Será que estamos en una incesante “fase ascendente” del capitalismo?

Con desesperación procedemos —Hungría en 1956, París en 1968, Checoslovaquia en 1969, Polonia a principios de la década de 1980— a la búsqueda de pruebas de un proletariado revolucionario sin ver la trágica marginalidad de estos acontecimientos. Recurrimos a China, Cuba, el sudeste de Asia, Portugal y Nicaragua en busca de evidencia de una "era revolucionaria" o los conflictos de Corea y Vietnam en busca de evidencia de una "era asolada por la guerra" sin ver sus limitaciones nacionalistas. Tratamos de reconocer cuán ambiguos son en relación con el hecho más amplio de un capitalismo enormemente expandido, la medida en que el mercado ha profundizado su alcance en los aspectos más íntimos de la vida social, la sorprendente estabilidad del sistema como un todo, su escalofriante sofisticación tecnológica que ha hecho sin sentido todas las imágenes de revoluciones insurreccionales en los principales centros del capitalismo.

Tampoco podemos seguir usando "traiciones" para explicar los fracasos de las cuatro generaciones pasadas. Un patrón de traición tan consistente sugiere una debilidad interna en la “perspectiva” socialista tradicional del capitalismo, y la revolución que plantea más preguntas de las que responde. El proyecto socialista es realmente frágil si la traición puede ocurrir con tanta facilidad y si el "éxito" produce rasgos burocráticos tan constrictivos y reaccionarios que la historia es mejor por sus fracasos. La Revolución Rusa fue una catástrofe cuya sombra ha ensombrecido todo el siglo y vive en nuestros sueños más como una pesadilla que como una visión de esperanza.

Las respuestas no se encuentran en el quietismo y la derrota. No es derrotista reconocer que nuestras expectativas eran injustificadas y los análisis que las alimentaron fueron igualmente erróneos. Tampoco es posible la acomodación si el capitalismo sigue siendo irracional hasta la médula; que siempre ha sido así (a pesar de los argumentos de Marx sobre su "papel progresista" en sentido contrario); y que siempre ha estado en desacuerdo con un potencial permanente de libertad y equilibrio ecológico. Pero antes de que se pueda ver ese potencial y se desarrolle una práctica relevante a partir de los esfuerzos por realizarlo, debemos despejar la niebla ideológica que oscurece nuestro pensamiento. Esta niebla surge de una coyuntura de fuerzas que ha sido seriamente mal juzgada por los radicales durante más de un siglo y de una mala interpretación de los fenómenos que abarcan los últimos cuatro siglos.

Los fracasos del análisis clásico

Ya sea que se elija llamar al capitalismo "progresista" y "permanentemente revolucionario", para usar las palabras de Marx, o un "mal históricamente necesario", para usar las de Bakunin en lo que respecta al Estado, el hecho es que la Primera Guerra Mundial abrió una era completamente nueva en la teoría social radical. El terrible derramamiento de sangre de la guerra planteó serios desafíos a la exuberante creencia en el progreso que el siglo anterior asoció con el nuevo orden social. Al mismo tiempo, las convulsiones revolucionarias del período 1917-23 despertaron nuevas esperanzas sobre la inminente probabilidad de una sociedad racional: del socialismo y la emancipación humana. El universalismo y el humanismo del proyecto socialista tal como fue formulado en ese momento no tienen ningún simil en el nuestro. Claramente, se acordó, el capitalismo había dejado de ser "progresista" o "históricamente necesario" independientemente de si era "malvado" o no. Si tuvo una “fase ascendente” caracterizada por avances dramáticos en la tecnología y la desmitificación de todos los vínculos humanos tradicionales, y entre la humanidad y la naturaleza, definitivamente no había entrado en una “fase descendente” que garantizara su autoextinción.

El proyecto socialista fue muy específico sobre el cambio en el ciclo del desarrollo capitalista. En su "fase ascendente", el capitalismo presumiblemente había establecido las precondiciones técnicas para el socialismo. Parecía fomentar el internacionalismo secularizando todos los lazos y experiencias humanas, dando pasos de gigante en el desarrollo cultural y político, ampliando la productividad y las necesidades humanas, racionalizando la experiencia y la producción y, sobre todo, creando una clase especial, el proletariado, cuyos intereses y aflicciones la condujeron inexorablemente hacia la abolición del sistema salarial, el capitalismo y la sociedad de clases como tal. Incluso si fuera razonable suponer que sin conciencia de clase el proletariado no podría convertirse en una "clase hegemónica" más que el campesinado más quietista, los teóricos socialistas enfatizaron que los "eventos objetivos" –y en opinión de Lenin, un partido de revolucionarios conscientes– proporcionarían la autorreflexión que podría haber hecho posible una revolución proletaria exitosa.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial proporcionó evidencia concluyente del fracaso de este enquistado análisis. Por casi diez años antes de la guerra, el capitalismo mundial había alcanzado un período sin precedentes de estancamiento y declive. La economía estaba congelada en crisis que parecían crónicas e intratables. El nivel de vida, el empleo, las esperanzas de recuperación y la creencia en la legitimidad del orden social había caído a un mínimo histórico en comparación con la era anterior a la Primera Guerra Mundial. Tras el colapso financiero de 1929, el proletariado emergió de manera casi explosiva como fuerza social. Aunque en gran medida a la defensiva, las insurrecciones obreras lideradas por socialistas estallaron en Austria y España (1934); las huelgas generales barrieron Francia, marcadas por el izado de banderas rojas sobre las fábricas (1935); Las ocupaciones de plantas y las luchas combativas con la policía en los Estados Unidos crearon la ilusión de una crisis casi insurreccional, reforzada por el malestar agrario en el que los agricultores armados cerraron las subastas y obstruyeron el movimiento de productos durante las huelgas de los agricultores con barricadas en las carreteras. A pesar de reveladores fracasos, este movimiento podría reclamar éxitos definitivos aunque ilusorios: la elección del Frente Popular en Francia y España; el reconocimiento de los sindicatos industriales en Estados Unidos; y, finalmente, los efímeros logros de la Revolución española en 1936-37, que dieron un ejemplo sin precedentes de autogestión obrera y campesina. Rara vez un movimiento de masas insurgente había logrado tanta perseverancia y militancia. De hecho, el fascismo no sólo parecía una expresión de una crisis general en el orden social capitalista que exigía una vigorosa imposición de controles totalitarios, sino también una reacción defensiva de una burguesía tradicional ante un creciente y cada vez más amenazador movimiento obrero cuya militancia parecía estar al borde de la revolución social absoluta.

El capitalismo en la década de 1930 también parecía ser un ejemplo de libro de texto “materialista histórico” de un orden social que había sobrevivido a su legitimidad. No solo la década estuvo estancada económicamente y devastada por el conflicto de clases; también estaba tecnológicamente estancada. A juzgar por la literatura de la época, se podría argumentar de manera convincente la noción de Marx de que "las fuerzas materiales de producción" habían "entrado en conflicto con las relaciones de producción existentes". La tecnología estaba sujeta a fuertes restricciones corporativas y monopolísticas que impedían la innovación. El capitalismo, al parecer, ya no podía realizar su función "históricamente asignada" de promover las "condiciones previas materiales" para la libertad; de hecho, parecía bloquear su desarrollo. Presumiblemente, se necesitaba una revolución socialista para devolver a la sociedad a la historia, es decir, para restaurar el impulso de los avances tecnológicos que el orden social burgués ya no podía sostener.

Finalmente, el estallido de la Segunda Guerra Mundial fue visto como la culminación de la “crisis crónica del capitalismo”, su clímax y literalmente el campo de batalla para una resolución de la llamada “cuestión social”. La deserción masiva de los liberales de izquierda a la causa militar aliada no provocó desesperación entre los movimientos radicales ya contraídos de los años cuarenta. La Segunda Guerra Mundial, decían los marxistas tradicionales, era simplemente una continuación de la Primera Guerra Mundial, una aventura imperialista que reabriría todas las heridas que causaron que su predecesora terminara en una revolución social. De hecho, esta segunda guerra se visualizó ahora como un conflicto de corta duración. Las masas proletarias de la década de 1940, presumiblemente más educadas por sus experiencias durante el período de entreguerras de decadencia capitalista, conflicto social, revoluciones, la dieta habitual de "traiciones calculadas [treachery]" y "traiciónes [betrayal]" servida por la socialdemocracia y el estalinismo, y un sentido ampliado de la solidaridad de clase y el internacionalismo, actuarían para cambiar la sociedad con mayor determinación que la generación anterior. Dado un período de tiempo razonable, los bloques imperialistas contendientes en el conflicto mundial revelarían su “bancarrota” y un movimiento obrero subterráneo, incluso en la Alemania fascista (para algunos, especialmente en la Alemania fascista) retomaría los hilos colgantes de 1917-18 y pronto terminará la guerra en revolución social.

Es difícil transmitir cuán tenazmente este escenario fue sostenido por la generación de radicales de entreguerras. Casi toda la teorización radical de un siglo alimentó estas visiones de cambio social y la secuencia detallada de pronósticos que el movimiento socialista revolucionario proyectó para el futuro en 1940 y hasta bien entrada la guerra misma. Del mismo modo, las dudas sobre este análisis y su resultado dieron lugar a reacciones igualmente trascendentales. Trotsky, más que cualquiera de los bolcheviques, mantuvo la perspectiva clásica de la época, de hecho, del propio movimiento obrero tradicional. Poco antes de su muerte, afirmó que la guerra planteaba desafíos muy convincentes a la tradición radical. Después de expresar la confianza ritualista habitual en el escenario anterior y las certezas de su resultado, se centró en las implicaciones de un resultado alternativo. Si el capitalismo salía intacto de la guerra, advirtió, el movimiento revolucionario tendría que reexaminar sus premisas más fundamentales. Su asesinato en 1940 excluyó la posibilidad de tal reevaluación por parte de sus seguidores. Pero sus palabras persiguen obstinadamente todo el proyecto revolucionario tal como se desarrolló desde los días de las primeras insurrecciones obreras. La escalofriante confrontación de Trotsky con el fracaso del proyecto le permitió ver la Segunda Guerra Mundial como una prueba de una visión tradicional marxista y leninista de toda la historia del desarrollo capitalista.

La Segunda Guerra Mundial no terminó temprano. Duró casi seis años. No terminó en revoluciones. Los trabajadores alemanes lucharon hasta las puertas del búnker de Hitler en Berlín sin siquiera un motín significativo. Lejos de exhibir alguna evidencia significativa de solidaridad de clase e internacionalismo, la guerra se libró en términos mayoritariamente nacionalistas y por ideales que recuerdan al “patriotismo” del siglo XVIII, a menudo descendiendo a un irredentismo salvaje e incluso al racismo, sin los cánones racionalistas y utópicos de la Ilustración.

Lo que es aún más notable: el capitalismo emergió de la Segunda Guerra Mundial en una posición más fuerte que en generaciones pasadas. Aunque la guerra devoró entre 40 y 60 millones de vidas, el orden social que cobró este número sin precedentes nunca fue cuestionado seriamente. Con la excepción de Rusia y España, países cuyo "proletariado" consistía en gran parte en campesinos con overoles, el socialismo y el anarquismo no habían logrado orientar al proletariado europeo hacia la revolución social. En los 50 años que siguieron al último de los levantamientos obreros, no hay evidencia de que la larga experiencia del socialismo proletario haya fomentado algún avance en la libertad humana. De hecho, en nombre del socialismo, los Estados totalitarios gobiernan hoy una inmensa porción del mundo con una crueldad tan funesta como la de sus antecedentes.

La innovación tecnológica, a su vez, adquirió un impulso que ha hecho añicos todas las limitaciones, tanto morales como económicas, que la sociedad podría plantear contra su elevación a la preeminencia en la mente humana. Señalar una maduración de las condiciones materiales para el socialismo, el comunismo o el anarquismo como justificación de este avance raya en el humor negro. Hoy en día se puede presentar un caso sólido a favor del ludismo de Adorno en Minima Moralia; de hecho, quizás uno más fuerte que lo que propuso. Nunca antes la innovación tecnológica ha surgido tanto como una fuerza por derecho propio para detener cualquier tendencia hacia la realización de la "verdadera sociedad". La sofisticación del armamento actual reduce los modos insurrectos de cambio social al romanticismo, mientras que las esperanzas de hegemonía del proletariado son poco más que mera nostalgia. Pero lo que hoy acecha al socialismo proletario incluso más que el final de la barricada como algo más que un símbolo es el declive numérico del propio proletariado industrial: el cambio en la personalidad misma de lo que una vez se llamó trabajo asalariado. Este proletariado se enfrenta ahora a una casi extinción a causa de la cibernetización, una realidad que es quizás un testimonio más persuasivo del carácter arcaico del socialismo clásico y el anarcosindicalismo que el mito de que esta clase jugará un papel central en el cambio social. Atrás quedaron los días en que la tecnología podía verse como una fuerza promotora del socialismo. La innovación tecnológica ha cobrado vida propia y puede aducirse no solo como un medio de regulación económica y política, sino como un factor causal del colapso ecológico. Está formando una historia que se puede escribir en gran parte de manera autónoma: como la historia de una avalancha de dispositivos que hacen impotente al ciudadano, sofocan la expresión individual y sumergen la creatividad personal. El capitalismo claramente se ha estabilizado, asumiendo que alguna vez fue inestable. Y lo ha hecho al establecerse como un dato social que ahora es tan incuestionable como lo era el feudalismo en el siglo XII. Es decir, el capitalismo disfruta ahora de una validez psicológica que hace que sus funciones estén tan libres de desafíos, de hecho, de la conciencia, como las operaciones del sistema nervioso autónomo. El fracaso del análisis clásico es igualmente completo y perturbador, ya que también ha tenido un papel significativo en la legitimación del capitalismo mediante su propia interpretación de los orígenes y la evolución del capitalismo.

El fracaso de la historiografía clásica

La contribución del análisis clásico a la legitimación del capitalismo es más evidente en la forma en que el socialismo ha asumido las formas institucionales del capitalismo reciente. Existe una inquietante similitud entre la centralización del Estado bajo el capitalismo y los objetivos socialistas clásicos. Esto se remonta al propio El capital de Marx, que a pesar de su brillante análisis de la mercancía, proyecta el desarrollo capitalista en una fase tan afín a la concepción del socialismo de su autor que la obra deja de ser auténticamente crítica en el sentido de proporcionar un punto de partida en favor de la liberación social. Al contrario: la obra entra en complicidad inconsciente con el desarrollo del capitalismo hacia su “maduración” aún desconocida. No es el análisis de Marx lo que pone la mercancía en la mano, sino que la mercancía que toma posesión del análisis y la sutileza de Marx lo lleva a reinos implícitos que él nunca podría haber anticipado o considerado deseables.

Pero el verdadero fracaso del "materialismo histórico" es mucho más profundo. El "análisis de clase" de Marx, una dimensión todavía activa de su corpus teórico, plantea problemas que no han sido tratados adecuadamente por la mayoría de sus acólitos. Su "análisis de clase" se estructura en torno a la noción fundamental de que la "dominación de la naturaleza" no puede lograrse sin la "dominación del hombre por el hombre", una visión implícita de la naturaleza cuyas implicaciones prácticas han moldeado profundamente la tradición clásica.

En la visión social más amplia de Marx, las clases eran indispensables para separar a la humanidad del "salvajismo", para traerla a la historia y formar las condiciones materiales previas para la liberación: la liberación no solo del dominio del hombre por el hombre, sino del dominio de la naturaleza que hizo el dominio humano "históricamente necesario". Dentro de esta dialéctica enrevesada, el socialismo clásico permaneció ciego a los problemas ecológicos y de género, los cuales están vinculados no solo con el surgimiento de clases y la explotación, sino que están arraigados aún más fundamentalmente en el surgimiento de la jerarquía y la dominación. En consecuencia, los intentos de formular una ecología socialista y un feminismo para seguir el ritmo de los movimientos sociales de nuestros días tienden a ser meras invenciones. Aunque los socialistas sectarios critican estos movimientos por carecer de un análisis de clase, todavía estamos inundados de destellos de Marx sobre ecología y mujeres que rozan la caricatura. El análisis de clase de Marx refleja una noción de mercado muy victoriana, de hecho burguesa, de la naturaleza como un reino de dominación, ceguera, rivalidad y recursos escasos que alguna vez definieron todas las disciplinas importantes de la época, desde la economía hasta la psicología. La imagen ecológica más contemporánea de la naturaleza, particularmente de los ecosistemas, como no jerárquica, autoformativa, mutualista y fecunda ha eludido la perspectiva marxista con el resultado de que los socialistas estadounidenses de hoy se sienten más cómodos con el periodismo de André Gorz, para quien los problemas "ecológico" surgen de la “caída de la tasa de ganancia” que con los trabajos de ecofilosofía más incisivos que precedieron a su Ecología como política.

Este problema va mucho más allá del peso que las nociones del siglo XIX imponen al análisis socialista clásico. Tampoco puede ser visto sólo como el resultado de una remodelación del marxismo con conceptos que son ajenos a sus ideas centrales. Más bien, lo que es más relevante aquí es el daño que ha causado el “análisis de clase” de Marx al formular una nueva interpretación del desarrollo capitalista y la política necesaria para enfrentarlo. Nos vemos obligados a preguntarnos si la teoría radical está bien servida por una imagen del desarrollo social basada principalmente en intereses económicos en conflicto basados ​​en la propiedad o el control de la propiedad. Como alternativa a esto, podríamos considerar la posibilidad de que el capitalismo en sí mismo represente una excepción a un desarrollo social más generalizado basado en el estatus y las formas en que el proceso de socialización y la sociedad en su conjunto definen la posición del individuo en la comunidad humana y mantienen el lugar del individuo en él.

¿De hecho, ha revelado el capitalismo realmente el interés personal material que presumiblemente ha guiado a la sociedad bajo la máscara de la ideología durante miles de años, como afirma Marx, o más bien ha creado ese interés en una dispensación social básicamente diferente que reemplazó los acuerdos de estatus con clases? Como observa Karl Polanyi, el hombre “no actúa para salvaguardar su interés individual en la posesión de bienes materiales; actúa para salvaguardar su posición social, sus reivindicaciones sociales, sus activos sociales”. Por tanto, el núcleo del análisis social es el lazo social primordial para el cual las relaciones económicas son simplemente un medio muy variable en lugar de la "base" de la interacción social. Para ir más allá de la observación de Polanyi, podemos ver que su vínculo social puede seguir un camino libertario o autoritario. De hecho, una vez que las primeras sociedades igualitarias comenzaron a derrumbarse, el camino libertario, entrelazado con el autoritario, surge de las profundidades subterráneas en períodos de agitación social y luego se sumerge en eras de estabilidad social.

La noción de que la sociedad precapitalista era principalmente una sociedad de órdenes, no simplemente de clases, no es nueva, pero sus implicaciones, así como sus premisas, aún no se han explorado completamente. La propia comunidad y el lugar que ocupamos en ella es uno de los atributos más humanos que poseemos. También es la forma en que nos situamos largo de nuestra vida, la forma en la que se proyecta el cuidado familiar más allá de la familia en el contexto más amplio de zumbidos una relación. Así, casi todas las sociedades precapitalistas proyectaban las relaciones familiares y de parentesco en la vida social. A pesar del crecimiento de un concepto puramente jurídico de ciudadanía y un concepto racionalista de la política, el linaje mantuvo una enorme importancia en las comunidades seculares. Las monarquías trataron los territorios bajo su control más como patrimonios que como naciones o culturas, y fue por estas normas biosociales que la gente “ordenó” su vida económica en órdenes sociales, no de acuerdo con elementos económicos que los habrían estructurado como clases.

Debemos tener claramente presente esta distinción entre una sociedad de órdenes y una sociedad de clases, en la medida en que tiene importantes implicaciones políticas y prácticas. Un análisis de clase basado exclusivamente en intereses económicos confunde la historia y desvía la práctica. Las distorsiones y regresiones sociales ya no pueden explicarse principalmente por las relaciones de propiedad, ni pueden rectificarse únicamente con medidas socioeconómicas, como la nacionalización, la colectivización o la "democracia en el lugar de trabajo". Porque lo que hace estallar todas estas soluciones ofrecidas a la naturaleza contaminada de la sociedad moderna es el legado abultado de las relaciones de mando y obediencia; en una palabra, la jerarquía como el sustrato más básico de todas las relaciones de clase.

Para desarrollar más plenamente el contraste entre sociedades de estatus y sociedades de clases, es necesario rechazar por completo la idea de que el capitalismo como sociedad de clases podría haber surgido orgánicamente dentro del “útero” del feudalismo, una sociedad de órdenes. La singularidad del capitalismo debe hacerse clara a la luz de la sociedad tradicional en su totalidad, orientada en torno a la familia y el estatus. Ningún mundo precapitalista estaba equipado para hacer frente a la formidable irresponsabilidad social y cultural que fomentaría una economía de mercado descontrolada. No es necesario aceptar los cánones del laissez-faire para reconocer que un mercado sin restricciones éticas, culturales e institucionales habría horrorizado a la gente incluso en el mundo comercial del Renacimiento, con sus matizados estándares para el comercio. La identificación del mercado con el capitalismo, de hecho, sólo resulta de una reelaboración sumamente engañosa del hecho histórico. Los mercados existieron durante siglos en muchas formas diferentes, pero se integraron cuidadosamente en comunidades más grandes, más exigentes y socialmente más legítimas que estructuraban la vida en torno a órdenes, unidos en gran medida por lazos de parentesco y artesanía. Estos elementos del tribalismo temprano y de las sociedades aldeanas nunca desaparecieron por completo del mundo precapitalista. Fue precisamente el capitalismo, el mercado descontrolado, el que se convirtió en sociedad o, más precisamente, comenzó a devorar a la sociedad como un cáncer, una malignidad que amenazaba la existencia misma del vínculo social. Solo en el siglo XX, especialmente en los Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo emergió de su posición como fuerza predominante en la sociedad para convertirse en un sustituto de la sociedad, corroyendo todos los lazos familiares y de parentesco, y reduciendo a la población en su conjunto a compradores y vendedores en un mercado universal en constante expansión.

El capitalismo, siempre un sistema dormido en el contexto más amplio de los órdenes sociales precapitalistas, irrumpió esencialmente en el mundo en un período de decadencia social radical. El sistema feudal de órdenes que las monarquías absolutistas de Europa aparentemente mantenían unidas había caído en completa decadencia. En el siglo XVIII, Europa existía en lo que era poco más que un vacío social dentro del cual el capitalismo podía crecer y, en última instancia, florecer, un período en el que hubo una erosión general de todas las costumbres, entre ellas las tradiciones que inhibían el crecimiento y la autoridad de los propios estratos burgueses. El capitalismo comenzó a emerger como una economía predominante que se alimentaba de los cadáveres en descomposición de todas las sociedades tradicionales orientadas al estatus. Complació a los vicios de una nobleza decadente, ante el despilfarro de una corte maligna, ante las indulgentes pretensiones de las nuevas riquezas y sobre la miseria de las masas abandonadas –campesinos, obreros, gremiales y lumpenproletarios– que el feudalismo había dejado de lado para valerse por sí mismos con los decadencia del sistema patronal y su tradicional nexo de derechos y deberes. Los buenos "burgueses" del mundo feudal en decadencia y la era del absolutismo –la llamada "burguesía naciente"– no estaban menos orientados hacia el estatus, y posteriormente no menos pro-realeza [royalists], que las "clases" a las que se suponía que debían oponerse y desplazar. No hay nada que demuestre que estos burgueses nacientes fueran capitalistas en un sentido único que no sea su deseo de acumular capital con miras a comprar títulos que los convertirían en parte de la nobleza o adquirir tierras que validarían su estatus noble.

Tampoco hay mucha evidencia de que los burgueses nacientes tuvieran aspiraciones políticas que “históricamente” los enfrentaran a las estructuras de estatus tradicionales del Antiguo Régimen. Muy al contrario: su hostilidad se dirigió principalmente contra la arrogancia de la nobleza, contra ella exclusivamente, no contra el principio de ennoblecimiento y oligarquía como tal. Tampoco la burguesía mostró inclinaciones republicanas, mucho menos democráticas. Su aborrecimiento por las masas no era menos salvaje, de hecho a menudo más, que el de la nobleza, que a menudo incluía individuos urbanos ilustrados acribillados por un sentimiento de culpa por su riqueza y prerrogativas. Inglaterra, no Estados Unidos, era el ideal político de la burguesía francesa: una monarquía constitucional estructurada en torno a una aristocracia colaborativa unida a una clase media industrial y comercial socialmente móvil. El republicanismo fue considerado casi universalmente por la Ilustración como la puerta a la licencia política y la democracia simplemente se equiparó con "anarquía", una palabra que moteó el vocabulario de los políticos revolucionarios a lo largo de la década de 1790.

El énfasis de los historiadores radicales en París durante la Revolución Francesa hace que sea difícil llevar la revolución a una perspectiva clara. París era el centro administrativo de la monarquía y el patio de recreo urbano de la aristocracia francesa, una ciudad que albergaba prósperos establecimientos financieros que complacían a la corte y empresas familiares dedicadas a la producción de artículos de lujo. Los verdaderos centros de la vida burguesa francesa, en particular la industria textil en torno a la cual se desarrollaría la revolución industrial, eran ciudades como Lyon y Amiens, que, junto con los centros comerciales como Burdeos y los principales puertos marítimos como Marsella y Toulon, reflejaban con mayor precisión que París el espíritu burgués del período revolucionario, un imán para los elementos más radicales de la intelectualidad [intelligentsia] y los barrios miserables y los tugurios en decadencia ocupados por una enorme pequeña burguesía compuesta por profesionales, comerciantes, impresores, artesanos y una masa socialmente amorfa de jornaleros y lumpenproletarios, los conocidos sans culottes.

Todas estas ciudades eran amargamente antijacobinas y, a menudo, militantemente pro-realeza. La supresión de los sans-culottes de Lyon en mayo de 1793 fue obra, en palabras de Lefebvre, de “la burguesía que había permanecido monárquica” así como de los partidarios del antiguo orden de otros estratos de la población. “Amiens nunca se volvió sólidamente republicana”, señala Lynn Hart en su libro sobre la cultura política de la revolución. De hecho, aún en 1799, cinco años después de que los termidorianos contrarrevolucionarios hubieran despachado a Robespierre y los jacobinos, la ciudad fue desgarrada por disturbios contra el reclutamiento que resonaron con denuncias como “¡Abajo los jacobinos! ¡Larga vida al rey! ¡Viva Luis XVIII! Incluso los estólidos burgueses termidorianos encontraron en Amiens una vergüenza. Los puertos marítimos girondinos y las ciudades comerciales de Marsella y Toulon reprimieron a los jacobinos (de ninguna manera la facción más radical de la revolución) con el mismo vigor con que París reprimió a los girondinos. De hecho, Toulon se había vuelto tan pro-realeza en 1793 que esa ciudad se entregó a los ingleses en lugar de someterse a la autoridad del París revolucionario.

La imagen de la revolución francesa o, para estos efectos, de las revoluciones inglesa o estadounidense como “burguesas” es una proyección simplista de los prejuicios ideológicos actuales sobre el pasado[1]. No es útil simplemente notar que la burguesía se benefició a largo plazo de estas revoluciones. Esto nos dice muy poco sobre las fuerzas, los motivos y los ideales de la era revolucionaria, una era abierta por los puritanos ingleses en la década de 1640 y finalizada por los anarcosindicalistas españoles en la década de 1930. Labradores ingleses, los granjeros estadounidenses y, sobre todo, los campesinos franceses fueron los beneficiarios inmediatos de estas revoluciones, nada menos que la burguesía primitiva. Sin duda, la burguesía se convirtió en última instancia en la mayor beneficiaria de las revoluciones, pero la supremacía total le llegó de manera muy desigual a lo largo del tiempo y de forma muy mixta. La "Revolución de 1800" jeffersoniana fue en gran parte una victoria política de los estratos agrarios estadounidenses: los intereses de la burguesía estadounidense estaban más directamente vinculados al autodenominado "Partido Federalista" de Hamilton que al Partido Republicano de Jefferson, y el poder político en Estados Unidos como en Inglaterra se mantuvo por la nobleza, ocasionalmente en conflicto directo con los financieros, comerciantes e industriales que no iban a obtener el control completo de la república hasta la Era de la Reconstrucción. Decir, como hace Hunt, que “la Revolución Francesa colocó a la burguesía en la silla política porque los funcionarios revolucionarios… eran comerciantes con capital, profesionales con habilidades, artesanos con sus propias tiendas o, más raramente, campesinos con tierra” es para hacer una bolsa de sorpresas con la palabra “burgués” –de hecho, para usar la palabra más en un sentido feudal como burgueses que en un sentido moderno, como capitalistas. Este tipo de “burguesía” no fue en ningún sentido una clase estable, sino un popurrí de estratos muy dispares que se unificó más por lo que no era (es decir, nobles y sacerdotes) que lo que parecía ser. Era simplemente el Tercer Estado. Agregar, como hace Hunt, que era “antifeudal, antiaristócrata y antiabsolutista” es plantear la cuestión de qué constituye una auténtica burguesía. Es de suponer que no los industriales de Amiens y los comerciantes de Toulon, si Hunt tiene razón. Menos de todos los termidorianos parisinos que tan voluntariamente entregaron el estado francés a Napoleón, quien, en palabras del propio Lefebvre, “se reconcilió con la Iglesia, perdonó a los emigrados y tomó a su servicio a todos ellos, aristócratas y burgueses, personas pro-realeza y republicanos, que estaban dispuestos a apoyarlo”.

El hecho es que los teóricos radicales decidieron calificar las revoluciones de la Ilustración como burguesas y abordar el absolutismo monárquico como preparatorio para el surgimiento de un capitalismo predeterminado. Perry Anderson debía tratar el absolutismo como un fenómeno básicamente feudal para apoyar una teoría muy infundada de las etapas de la historia. Esta es la teleología con fuerza, una teleología que niega cualquier espontaneidad a la historia clavándola en la dura y astillada cruz de la necesidad. Que la historia puede tener sentido y dirección se vulgariza en un concepto de ley natural histórica que opera en los asuntos humanos con la siniestra causalidad que se atribuye a su operación en imágenes de la naturaleza socialmente condicionadas. El capitalismo, en efecto, deja de ser el resultado de un proceso social y se convierte en su sustancia misma. El hecho de que el capitalismo sea el sistema más asocial y maligno que ha surgido en la experiencia humana es en gran parte el resultado de la decadencia de la historia y no un producto de la elaboración de la historia mundial. Es un "orden social" que florece cancerosamente sobre los cadáveres de las sociedades tradicionales. Hoy, la interacción entre los centros tradicionales del capitalismo y el mundo no capitalista difiere significativamente de períodos anteriores, cuando el contacto entre los dos era más equitativo. Como una célula metastásica, la mercancía ha hecho su trabajo y las puertas de las sociedades tradicionales se han abierto de par en par a la explotación sin restricciones.

Esta larga discusión sobre las llamadas revoluciones burguesas, el desarrollo capitalista y la distinción entre sociedades de estatus y de clases no ha sido guiada por una preocupación abstracta por el registro histórico, sino por razones explícitamente políticas. Considerar las revoluciones inglesa, estadounidense y francesa como “burguesas” ha sido muy dañino políticamente, lo que ha resultado en una exploración altamente economicista de la era revolucionaria. George Rude, para tomar un ejemplo, ha correlacionado tan estrechamente las fluctuaciones del precio del pan con el comportamiento de la multitud en la Revolución Francesa que los sans culottes emergen más como estómagos que como seres humanos vitales y políticamente preocupados. El tratamiento bien intencionado de Charles Beard de la Revolución Americana está tan sesgado por la preocupación por el interés de clase que su perspicaz corrección de relatos históricos puramente ideológicos adolece de un crudo determinismo económico. Tales oscilaciones del péndulo pueden ser necesarias para corregir las exageraciones de ambos relatos (un idealismo de ojos estrellados en un extremo y un crudo interés propio en el otro), pero han ido demasiado lejos. El hecho de que hombres como el inglés Leveler, John Lilburne o el terrateniente estadounidense radical Dan Shays se preocuparan por cuestiones sociales más importantes que el costo del pan o las ejecuciones hipotecarias agrícolas tiende a perderse en una maraña de datos estadísticos destinados a demostrar el predominio de los intereses materiales sobre los ideológicos y culturales. Shays 'Rebellion, de David P. Szatmar, señala que Shays y los campesinos que lo siguieron a la insurrección en 1787 se levantaron contra los Estados Unidos recién fundado para preservar una forma de vida compleja, no solo para intimidar a los comerciantes de Boston que amenazaban con despojarlos de sus tierras.

El lado siniestro de la historiografía radical se ha explorado repetidamente. Si la historia usa a la humanidad para cumplir sus propios fines, entonces el sufrimiento, la crueldad y el despotismo pueden justificarse en nombre del progreso y, en última instancia, de la libertad. La ideología, la ética, la cultura, la política y, por supuesto, los líderes, se sienten movidos a actuar más allá de su propia comprensión de los eventos por la “astucia de la razón” de Hegel. Lenin, al suponer el partido y su conciencia política al movimiento objetivo de la historia —una historia que tiene una previsión, una legitimidad y un fin propios— no negó este concepto hegeliano del Espíritu en la historia. Simplemente burocratizó el Espíritu con un aparato de revolucionarios profesionales auto-ungidos que ejecutaron conscientemente los designios de la historia en el interés último de las masas ignorantes. El resultado de esta lógica autoritaria fue la usurpación de la Revolución Rusa por un partido que profesaba representar los intereses objetivos del proletariado, a menudo en el curso mismo de la represión del proletariado.

Hemos pagado este “materialismo” sofocando todas las dimensiones éticas y humanistas de la historia. Hemos contado las estadísticas de crecimiento económico y productividad en "sociedades socialistas" en yuxtaposición con las estadísticas de asesinatos en masa y la formación de poblaciones enteras de trabajadores esclavos para emitir nuestro veredicto final sobre el "éxito" o el "fracaso" de estas instituciones presuntamente “socialistas”. La libertad no juega ningún papel en este recuento. Más que cualquier otra ideología moderna que no sea el fascismo, el socialismo ha cambiado la libertad por la “justicia distributiva”, un intercambio que ha envenenado su propia imagen de todo lo humano , convirtiendo a la sociedad misma en una mera máquina de conquista de la naturaleza. Lo que es más desconcertante hoy es la interpretación y la política que se derivan de esta visión desastrosa de la historia. Si las revoluciones inglesa, estadounidense y francesa no son revoluciones burguesas, ¿qué son? Si la era revolucionaria clásica ha llegado a su fin, ¿qué tipo de política se sigue de esto? Finalmente, si el proletariado no es una clase revolucionaria, ¿cuál es el “sujeto histórico” que transformará una sociedad jerárquica y explotadora en una igualitaria, sin clases y libre?

Hacia una nueva agenda radical

El capitalismo es un sistema permanentemente contrarrevolucionario, a pesar de las opiniones de Marx en sentido contrario. Ahora bien, aquí rescató o impulsó el espíritu de cooperación humano que existía en las sociedades más despóticas y las comunidades más parroquiales del pasado; en ningún momento su sentido de la caridad se extendió más allá de una manipulación utilitaria de las masas. Pocos de sus beneficios materiales, avances técnicos o riqueza se utilizaron para mejorar la condición humana. El capitalismo fue una plaga para la sociedad desde el momento en que comenzó a surgir. Casi todos los intentos de detener el desarrollo del capitalismo desde el principio fueron más progresistas que el papel progresista imputado al modo de producción burgués. Los luditas tenían esencialmente razón. No fueron reaccionarios cuando intentaron detener el avance rapaz de la Revolución Industrial. También lo eran los socialistas y comunistas crítico-utópicos, los proudhonianos y los fourieristas, sobre los que Marx y Engels colmaron su desprecio en el Manifiesto Comunista. Incluso la aristocracia inglesa que redactó la Ley de tierras de Speenham de 1795 tenía razón, por más egoístas que fueran sus motivos, cuando intentaron evitar que el campesinado se entregara en masa al sistema salarial. Y los populistas rusos tenían razón cuando intentaron rescatar la aldea, en particular sus características mutualistas, de las tribulaciones del industrialismo capitalista.

La lista es casi interminable. En gran parte, consiste en la tendencia libertaria oculta en la historia que trató de proporcionar una alternativa a la tierra de Speenham, así como al sistema salarial, al trabajo manual agotador y al trabajo en las fábricas que corroe el alma, al parroquialismo y al mercado mundial. sistema. Pensar que la miseria urbana actual es la única alternativa a la pobreza rural es caer en una trampa que paraliza tanto el pensamiento creativo y la práctica que la teoría radical ya no puede distinguir lo que es de lo que podría ser. Movimientos hicieron existen de que las sociedades opuestas de estado, así como las sociedades de clases, el feudalismo y el capitalismo, estancamiento tecnológico, así como la innovación tecnológica sin sentido. En el siglo XX, uno piensa en Rusia y España, los populistas y los anarquistas, como ejemplos sorprendentes de movimientos sociales altamente morales que intentaron eludir el desarrollo capitalista sin acceder a las características opresivas de las sociedades autocráticas y cuasi feudales. La “tercera vía” que ofrecían estos movimientos fue simplemente reprimida, no solo por el estado (estalinista y fascista) sino por los propios historiadores radicales, cuya historia de izquierda fue a menudo muy selectiva y sesgada hacia el socialismo convencional de nuestro tiempo.

En cualquier caso, esto está claro: debemos reconocer la naturaleza permanente y retrógrada del capitalismo desde sus inicios. Debemos verlo como un sistema saprofítico[2] que es por definición asocial, y reconocerlo como un mecanismo que morirá por sí solo como un cáncer que destruye a su huésped. Tenemos que entender que la interpretación económica de la historia y la sociedad es la extensión del espíritu burgués en la totalidad del zumbido de una condición. El capitalismo no decaerá. O destruirá la sociedad tal como la conocemos, y posiblemente gran parte de la biosfera junto con ella, o será corroída, debilitada y vaciada por las tradiciones libertarias. Sería difícil explicar por qué el "Cuarto Mundo" ha ofrecido una resistencia tan masiva a las "bendiciones" del industrialismo a menos que invoquemos el poder de tradiciones sólidas, formas de vida arraigadas, valores, creencias y costumbres profundamente arraigadas. Sería difícil explicar por qué los campesinos proletarios de Barcelona quemaron dinero y despreciaron todos los atractivos de la opulencia después de que la ciudad cayó en sus manos sin invocar el poder moral de sus creencias libertarias, una sensibilidad que a menudo contrastaba con la pragmática mentalidad de sus líderes.

La única era revolucionaria en la que podemos prever un futuro para un cambio radical es la que yace detrás de nosotros. Ningún ciclo de revolución socialista o anarquista seguirá el llamado ciclo "burgués" iniciado hace unos tres siglos. El arsenal de nuestro tiempo se ha desarrollado mucho más allá de los modelos insurreccionales clásicos en los que se ha fijado la teoría radical tradicional que hace impensable la recurrencia de otra España o Rusia. De hecho, ninguna discusión creativa sobre una política radical puede comenzar sin reconocer el cambio que este simple hecho técnico ha introducido en el “arte de la insurrección”, para usar las palabras de Trotsky.

Del mismo modo, el único agente sobre el que podemos prever un cambio radical futuro surge de la fusión de los grupos tradicionales en una esfera pública, un cuerpo político, una comunidad imbuida de un sentido de continuidad y renovación cultural y espiritual. Esta comunidad, sin embargo, se constituye sólo en el acto siempre presente de un esfuerzo siempre dinámico de público y autoafirmación que produce un agudo sentido de individualidad. Así la colectividad se funde con la individualidad para producir seres humanos equilibrados (rounded) en una sociedad equilibrada (rounded). La acción directa asume la forma de democracia directa: las formas participativas de libertad que descansan en asambleas presenciales, rotación de funciones públicas y, cuando sea posible, consenso.

Dicha comunidad debe suponer que la solidaridad supera el estatus o los intereses de clase, que su forma de vida puede absorber los intereses centrífugos que separan al ser humano del ser humano, que una ética compartida imparte la conciencia, la conciencia y la simpatía necesarias para anular el sentido de la individualidad, que corre el riesgo de degenerar en egoísmo y esa ansia por las preocupaciones privadas tan característica de la era terapéutica contemporánea. Ningún proletariado se ha ajustado jamás a estos estándares de propiedad social y política como fenómeno de clase. De hecho, la clase está tan íntegramente ligada al interés que excluye la capacidad de expresar preocupaciones ampliamente humanas. Por lo tanto, nunca existió la posibilidad de que el proletariado, particularmente el hereditario que tenía una larga tradición de clases detrás, pudiera hablar en nombre del interés general de la sociedad. Es de notar que el individuo, que se conglomera tan fácilmente en una existencia de clase mediante la historiografía radical, tiende a comportarse con mayor decencia que la masa. La negación del papel del individuo en la historia ha tenido el siniestro efecto de negar la integridad moral de la persona en contraste con el papel asignado a las masas como fuerzas en la historia y de demoler el único brazo que tiene el pueblo contra los efectos degradantes de la "civilización": la ética personal, la etiqueta simple, la singularidad psicológica y la intimidad humana del cuidado y la comprensión que pueden desafiar los excesos monstruosos con la resistencia y la deslegitimación personal, del día a día.

Esto nos lleva de vuelta a lo que no era burgués en las llamadas revoluciones burguesas: la dimensión utópica de la libertad humana, la igualdad y la fraternidad que aterrorizó al burgués real en las conspiraciones pro-realeza de Hamilton en Estados Unidos y, finalmente, la disolución de la república en la Autocracia napoleónica en Francia. Los campesinos estadounidenses y los parisinos sans culottes no se levantaron contra sus gobernantes porque estuvieran interesados ​​en liberar el comercio o fomentar la acumulación de capital. Se levantaron para defender su propia concepción de un ideal claramente ético: libertad de la autoridad arbitraria, un mundo intensamente comunitario que fomentaba las relaciones entre su gente, humanidad en el trato con los individuos independientemente de su estatus y riqueza, de hecho, un retorno a la regulación del comercio (como lo demuestran las demandas de los sans culottes de controles de precios y la creencia de Shays en el derecho de los terratenientes a la tierra independientemente de las implicaciones legales). Según todos los estándares del materialismo histórico, eran reaccionarios que creían en una economía moral y trataban de aferrarse a los derechos y deberes tradicionales tal como los interpretaban. Rebelarse significaba literalmente restaurar antiguas libertades, formas de vida comunales y responsabilidades. En la medida en que estas revoluciones fueron invariablemente más allá de las instituciones privilegiadas del constitucionalismo inglés, no fueron más burguesas de lo que fue proletaria la toma del poder por los bolcheviques. Fueron, ante todo, revoluciones republicanas o democráticas impuestas a la burguesía, una clase que resistió vigorosamente sus rasgos libertarios. La burguesía no hizo estas revoluciones; cargó con ellas hace dos siglos.

La tensión entre la tradición revolucionaria a la que incluso la burguesía debe hacer sus reverencias y la realidad corporativa que se opone a ella constituye el mayor obstáculo para la supremacía desenfrenada del capital. Como las haciendas generale que bloquearon la monarquía francesa en 1789, la burguesía lleva sobre sus hombros la herencia de sus inicios como un peso de plomo. Más importante aún, esta herencia ajena es también la mística que da legitimidad moral a la realidad de la burguesía, por lo demás incolora y prosaica. La aversión de los estadounidenses por el Estado, su mitología de autosuficiencia, control local e individualismo son a la vez el disfraz de la rapacidad burguesa y la espada de Damocles que pende sobre la burguesía. La identificación de la familia con la granja familiar, de la individualidad con la propiedad, de la autosuficiencia con el trabajo por cuenta propia, de la libertad con el control local y la tiranía con el Estado, el servicio militar obligatorio, la vigilancia y la intervención policial en la política: todo limita a la empresa capitalista en Estados Unidos y son tan obstructores como egoístas.

Así, se puede argumentar con fuerza la necesidad de reconocer el contenido libertario oculto del Sueño Americano: la posibilidad de democratizar la república y radicalizar la democracia. Aquí yace una agenda radical, arraigada en la tensión entre corporativismo y republicanismo, centralismo y democracia, sociedad burguesa y sociedad libertaria, que puede crear desde las fallidas “perspectivas” del pasado una nueva lectura del futuro. Una nueva política libertaria debe surgir de los escombros de la izquierda clásica. La política en su sentido original presuponía una esfera pública muy distinta –la comunidad, ya sea un pueblo, un barrio o una ciudad articulada en barrios– en la que los residentes pasivos podrían transformarse en ciudadanos activos en virtud de su acceso directo a las palancas de poder. Por tanto, la política no puede separarse de una escala operativa que la fomenta: la comunidad. Al carecer de esta escala operativa, se marchita o, peor aún, se transforma en parlamentarismo y delegación de todo el poder a políticos profesionales. La política, así concebida, es municipalista o no existe en absoluto.

El municipalismo es una política estructurada en torno a la asamblea del cuerpo ciudadano, no en torno a sus representantes. Colectiva e individualmente, debe adquirir un sentido de sí mismo, su personalidad social, su forma. Es una política que no solo debe involucrar a los ciudadanos en la administración comunal; también debe educarlos en la vida pública.

Política, así concebida, es el núcleo comunizador [communizing core] de la comunidad, el proceso de formación-ciudadana, la escuela en la que se desarrolla el carácter, así como el arte de la ciudadanía. Es el medio para expandir la propia competencia en el sentido plenamente humano del término y no solo en el sentido de habilidades en el desempeño de responsabilidades.

La recreación de la polis tiene muchos aspectos. Baste decir que la sensibilidad ecológica se fomenta por la interdependencia de un padre y un hijo, de los niños entre sí y con los adultos, por una producción concebida como una relación simbiótica, no dominante, con herramientas que se mueven con la veta de la sustancia y sus variadas posibilidades, no forzándose a sí mismos en la “materia prima” y torturándola sin piedad hasta convertirla en meros objetos de utilidad. Finalmente, una sensibilidad ecológica incluye una política de ciudadanía creativa que abre una nueva esfera tanto para la educación como para la administración, una política de autorrealización y solidaridad.

En última instancia, la democratización de la república y la radicalización de la democracia solo se pueden lograr como un movimiento municipalista unido confederalmente en oposición al Estado-nación centralizado. Por lo tanto, se moverá hacia una forma radical de municipalismo libertario o degenerará en otra forma de parlamentarismo liberal que terminará en la política corporativa imperante. El contraste entre la política y el parlamentarismo, entre la gestión de la polis y el arte de gobernar, no puede delinearse de manera demasiado tajante. En esta distinción, el papel de la conciencia es decisivo. La política consiste tanto en el logro de la autorreflexividad de las metas y procesos como en las funciones sociales que desempeña y las formas de libertad que institucionaliza.

Con este fin, la polis debe crearse a partir de unidades más pequeñas, grupos de personas para quienes el cultivo de la conciencia es una vocación por derecho propio. La educación dentro de este grupo es tanto un esfuerzo por realizar la autorreflexividad que entra en una ciudadanía auténticamente creativa como el medio de movilizar a las personas para una nueva praxis. La autoreflexividad no puede ser separada de la autoadministración sin reducir el grupo a una academia celular en un extremo o un grupo de afinidad en el otro. La formación de un sujeto colectivo que no esté agobiado por el bolchevismo autoritario se logra así en la elaboración de la subjetividad como emprendimiento participativo. En última instancia, esta nueva agenda radical es tan significativa como el campo de fuerza y ​​la confrontación que crea entre dos poderes: el Estado corporativo centralizado y los municipios descentralizados.

Si la disolución del Estado no es una posibilidad inminente, la creación de un contrapoder en la forma de la confederación municipalista libertaria es una posibilidad razonable en algún momento en el futuro. En cualquier caso, el problema de la discriminación entre política y arte de gobernar, la naturaleza de la participación de uno en los movimientos de liberación y, finalmente, la distinción entre el municipio y el Estado mismo, plantean problemas que deben resolverse teniendo debidamente en cuenta la naturaleza del desarrollo capitalista.

El capitalismo no es un orden social en decadencia; es un orden en constante expansión que crece más allá de la capacidad de cualquier sociedad para contener sus estragos y hacer frente a sus actividades depredadoras. Si el capitalismo no es abolido de una forma u otra, aniquilará la vida social como tal o, al menos, hará un excelente trabajo para socavarla junto con la biosfera de la que depende toda la vida. Las revoluciones que tan fácilmente designamos como burguesas, es decir, las revoluciones que crearon suficiente inestabilidad social para eliminar las restricciones tradicionales al crecimiento del capitalismo, no fueron apreciadas por la burguesía. Más bien, lo cargaron con una herencia que ahora constituye un obstáculo importante para su dominio completo y sin control.

Lo que atrae a los estadounidenses hoy no es el lado decorativo de su sueño, sino su lado auténticamente libertario. La ideología todavía cuenta lo suficiente en los Estados Unidos para unir a una sociedad altamente industrializada y cada vez más centralizada en la camisa de fuerza de una constitución en gran parte agraria, individualista y todavía algo federal con todas las tradiciones que apoyan esta imagen. La propiedad nacionalizada o incluso colectivizada puede resultar tan onerosa para la mayoría de los estadounidenses como la propiedad corporativizada y monopolística. El control municipal de los recursos económicos, en cambio, es mucho más fácil de aceptar. La actual retirada del Estado-nación de la participación con las localidades, tanto económica como políticamente, plantea el tema del control municipal de manera más conmovedora que en cualquier otro momento de la historia estadounidense, y la inquietud pública que acompaña al crecimiento del poder estatal es un desiderátum en un mundo cada vez más totalitario.

Murray Bookchin

Notas

[1] Pérez Zagorin desinfla con desdén la descripción de Eric Hobsbawm de la Revolución Inglesa como una "revolución burguesa" resultante de una crisis crónica dentro del feudalismo que forma el correlato materialista histórico de la "crisis crónica" dentro del capitalismo. Lo que está mal con la tesis de Hobsbawn, dice Zagorin, "es la ausencia de evidencia que pueda demostrar la actualidad de una crisis general en los términos descritos". Los detalles de la crítica de Zagorin son demasiado numerosos para repetirlos aquí. Tampoco es posible abordar aquí las libertades que Hobsbawn toma al tratar con los movimientos precapitalistas, en particular su atroz tratamiento del anarcosindicalismo español en Primitive Rebels. Cf. Pérez Zagorin, Rebels and Rulers, 1500-1660 (Cambridge: Cambridge University Press, 1982) y mi The Spanish Anarchists (Nueva York: Harper and Row, 1977).

[2] Que se alimenta de materia orgánica muerta. [Nota de la traductora]

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Trabajo sexual: solidaridad, no salvación

Posted: 28 Oct 2021 09:31 AM PDT

Texto del 2012, la autora firma como Una trabajadora sexual australiana tambaleante. Traducción del original en inglés [Sex work: Solidarity not salvation] por Tía Akwa.

Se está llevando a cabo un debate en curso en círculos anarquistas y feministas sobre la legitimidad del trabajo sexual y los derechos de las trabajadoras sexuales. Las dos principales escuelas de pensamiento se encuentran casi en polos opuestos entre sí. Por un lado está el enfoque abolicionista liderado por feministas, como Melissa Farley, quien sostiene que el trabajo sexual es una forma de violencia contra las mujeres. Farley ha dicho que "si vemos la prostitución como violencia contra las mujeres, no tiene sentido legalizar o despenalizar la prostitución". Por otro lado, están las activistas por los derechos de las trabajadoras sexuales que ven el trabajo sexual como algo mucho más cercano al trabajo en general de lo que la mayoría cree, que creen que la mejor manera de avanzar para las trabajadoras sexuales es en la lucha por los derechos y la aceptación social de las trabajadoras y para lxs activistas de escuchar lo que las trabajadoras sexuales tienen que decir. En este artículo discutiré por qué el enfoque abolicionista discrimina a las trabajadoras sexuales y se aprovecha de su condición de marginación, mientras que el enfoque de derechos ofrece la oportunidad de marcar diferencias sólidas en los derechos laborales y humanos de las trabajadoras sexuales.

Un ejemplo del tipo de argumentos presentados por los defensores del abolicionismo es el siguiente:

“El concepto de la 'elección' de las mujeres para vender sexo se construye de acuerdo con el pensamiento neoliberal y de libre mercado; la misma escuela de pensamiento que pretende que los trabajadores tengan verdaderas 'opciones' y control sobre su trabajo. Sugiere que las mujeres eligen vender sexo y, por lo tanto, deberíamos centrarnos en cuestiones relacionadas con la seguridad de las trabajadoras sexuales, la capacidad de ganar dinero y la persecución por parte del estado. Si bien la seguridad y los derechos de las mujeres son primordiales, el argumento a favor de los burdeles regulados por el estado y la sindicalización es reformista en el mejor de los casos, ingenuo y regresivo en el peor. Incluso la propuesta de ‘burdeles colectivos’ ignora la naturaleza de género de la prostitución y su función de apoyo a la dominación masculina.

 Una respuesta anarquista debería exigir la erradicación de todas las prácticas de explotación y no sugerir que se puedan hacer más seguras o mejores". (Tomado de un folleto distribuido por abolicionistas en el taller de trabajo sexual en la London Anarchist Bookfair de 2011).

Un enfoque tambaleante [wobbly] exige la erradicación de todas las prácticas de explotación, no solo las que benefician al que aboga por el cambio o las que le resultan particularmente desagradables. Trabajar bajo el capitalismo es explotador, o eres explotado o vives de la explotación de otros; la mayoría de nosotros hacemos ambas cosas. El sexo bajo el capitalismo y el patriarcado se mercantiliza con demasiada frecuencia y se utiliza como medio de explotación. El trabajo y el sexo en sí mismos no son ninguna de estas cosas. Luchar contra el trabajo sexual en lugar de luchar contra el capitalismo y el patriarcado no aborda la explotación en su totalidad. Centrarse en la naturaleza de género del trabajo sexual no cambiará la sociedad de género en la que vivimos; en todo caso, refuerza el mito de que la división de género es una parte natural de la vida que debe solucionarse. También silencia a los trabajadores sexuales que no encajan en las nociones de género de la trabajadora del sexo femenino, un grupo que están muy convenientemente ignorado siempre que desafían el discurso abolicionista en el trabajo sexual.

Los abolicionistas han acusado cualquier enfoque que no sea el de ellos como fundamentalmente reformista y, por lo tanto, no se ajusta a los principios del anarquismo. Sin embargo, ¿no es tratar de acabar con una industria porque el sistema patriarcal capitalista de nuestro tiempo se alimenta de ella, en lugar de luchar por la emancipación de todos los trabajadores, en sí reformista?

La antropóloga Laura Agustín sostiene que el movimiento abolicionista tomó fuerza en un momento a partir de que las teorías del asistencialismo estaban ganando popularidad entre la clase media que sentía que tenía el deber de mejorar a la clase trabajadora (sin abordar la legitimidad del sistema de clases en su conjunto). Las mujeres de clase media, en particular, encontraron una salida a su propia opresión de género, al posicionarse como las "salvadoras benevolentes" de los "caídos", ganando así posiciones y reconocimiento en la esfera pública dominada por los hombres que nunca antes pudieron haber alcanzado.

Hay más de unos pocos remanentes de la clase media, casi misionera, con el deseo de “salvar” implantando la propia perspectiva moral sobre los “caídos” en el movimiento abolicionista actual. No solo les da a las personas una forma de sentirse como si estuvieran rescatando a los más necesitados, sino que lo hace sin exigirles (en la mayoría de los casos) que cuestionen sus propias acciones y privilegios. La visión de alguien vestido con prendas fabricadas en talleres clandestinos con un iPhone, iPad y muchos otros dispositivos fabricados en condiciones espantosas que piden la abolición de la industria del sexo nunca deja de confundirme. Debe ser una de las pocas industrias que la gente está pidiendo que se destruya debido a los peores elementos que contiene. Pueden reconocer que el trato de los trabajadores en las fábricas de Apple equivale a esclavitud, y que los casos de violación y agresión sexual de los fabricantes de prendas de vestir en algunas fábricas equivalen a esclavitud sexual, pero sostienen que la abolición de cualquiera de las industrias no es deseable, que la ropa y la tecnología producidas en masa, a diferencia del sexo, son esenciales para nuestra vida moderna. ¿Esencial para quién puedo preguntar? ¿A los trabajadores que fabrican esos productos? No utilizan los productos que producen como esclavos, no se benefician de su empleo más de lo que lo hace una trabajadora sexual en su país. Parece que la esencialidad de un producto se juzga a través de la lente del consumidor, no del trabajador, a pesar de que esto es algo que quien sea abolicionista acusa solo a los oponentes de la abolición del hacer. Pedir la abolición del trabajo sexual sigue siendo, en gran medida, una forma de que las personas se posicionen en un papel aparentemente desinteresado sin tener que hacer el arduo trabajo de cuestionar su propio privilegio social. Esta es una posición fundamentalmente asistencialista y reformista.

¿El sexo (o la capacidad de participar en él si así lo desea) no es tan esencial para la vida o al menos para la felicidad y la salud como cualquiera de los anteriores? El sexo es una parte importante de la vida, una parte en la que las personas deben tener la libertad de disfrutar y participar, no una parte que se considere mala, sucia y vergonzosa. No estoy diciendo que nadie deba estar obligado a proporcionar sexo a otra persona a menos que quiera, pero señalo que tratar de justificar la abolición de la industria del sexo con el argumento de que el sexo no es esencial cuando hay tantas industrias que producen cosas que nosotros no necesito es increíblemente débil. También, de nuevo, se centra más en el consumidor que en el trabajador. En lugar de centrarnos en lo que piensa la trabajadora sexual sobre su trabajo, lo importante que es, cómo les hace sentir, se nos dice que nos centremos en el hecho de que el consumidor realmente no lo necesita. El trabajador se reduce a nada más que un objeto, un objeto que necesita salvarse lo quiera o no.

¿Ningún trabajador puede disfrutar de aspectos de su trabajo a pesar del capitalismo? ¿Ninguna mujer puede disfrutar del sexo a pesar del patriarcado? Si la respuesta es que pueden, entonces ¿por qué es tan difícil de creer que hay trabajadoras sexuales que eligen y / o disfrutan de su trabajo a pesar del capitalismo y el patriarcado, no por ellos? Los abolicionistas me han dicho que esto no es posible dentro de la industria del sexo, que cualquier trabajador que disfruta de su trabajo, o incluso aquellos que no lo disfrutan pero lo ven como una mejor oportunidad que cualquier otra cosa disponible para ellos, solo lo hace por misoginia internalizada. Que si se liberaran de esto, adoptando una mentalidad abolicionista (se acusa a cualquier otra postura de estar fundada en la misoginia internalizada y por lo tanto inválida) verían la verdad. Suena muy parecido a un dogma religioso y, a menudo, se lo trata con tanto celo. El enfoque abolicionista se niega a valorar o incluso reconocer la inteligencia, la capacidad de acción, las experiencias y el conocimiento de las trabajadoras sexuales. Esta es la discriminación que se hace pasar por feminismo. Si quieres igualdad para las mujeres, debes escuchar a todas las mujeres, no solo a las que dicen lo que quieres escuchar.

Los abolicionistas parecen ver a las trabajadoras sexuales que no están de acuerdo con ellas como a las que el patriarcado les ha lavado el cerebro demasiado para abogar por sí mismas, o que estas trabajadoras sexuales específicas no son representativas de las experiencias de la mayoría de las trabajadoras sexuales. Como anarquista, considero que todo el trabajo bajo el capitalismo es explotador, y que el trabajo sexual no es una excepción. Sin embargo, no creo que el trabajo que involucre sexo sea necesariamente más explotador o dañino que otras formas de esclavitud asalariada. Esto no quiere decir que no existan terribles violaciones de los derechos de los trabajadores dentro de la industria del sexo; hay y son violaciones por las que quiero luchar. (Al reconocer estas violaciones, no estoy diciendo que no haya experiencias maravillosas entre los trabajadores y también entre los trabajadores y los clientes).

Si uno se toma en serio el respeto y la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales, entonces tenemos que ver qué métodos funcionan. No vivimos en una utopía anarquista en la que nadie se vea obligado a trabajar en trabajos que de otro modo no haría para salir adelante, así que no veo el sentido de gastar energía debatiendo si el trabajo sexual existiría en una sociedad anarquista y cómo se vería; si comienza a recortar energía que podría gastarse defendiendo los derechos de las trabajadoras sexuales en el aquí y ahora.

Los abolicionistas a menudo se han quejado de que los activistas de derechos humanos usan un lenguaje para legitimar la industria usando términos como "cliente" en lugar de "Juan" y "trabajadora" en lugar de "prostituta". Las trabajadoras sexuales y los activistas de derechos se han alejado de los términos antiguos, ya que son términos que se han utilizado a menudo para desempoderar y discriminar a los trabajadores, mientras que "cliente" y "trabajadora sexual" son mucho más neutrales en cuanto a valores. Los abolicionistas no son inocentes de usar el lenguaje para promover su agenda. A menudo, el término "prostituta" se utiliza para describir a las trabajadoras sexuales. Esto posiciona al trabajador como una víctima sin agencia. Una vez que ha posicionado a alguien como sin agencia, se vuelve más fácil ignorar su voz, creer que sabe lo que es mejor para ellos y que está haciendo, o defendiendo, por ellos.

Otra acusación contra los activistas de derechos es que anteponen los deseos del cliente a las necesidades y la seguridad del trabajador, o que intentan legitimar los intercambios sexuales comerciales (algo que los abolicionistas no consideran un servicio legítimo). No he encontrado que este sea el caso: la mayoría de los activistas de derechos son o han sido trabajadoras sexuales, o tienen vínculos estrechos con trabajadoras sexuales, y su enfoque principal es los derechos, las necesidades y la seguridad de las trabajadoras sexuales. Por ejemplo, Scarlet Alliance, el organismo nacional de defensa de las trabajadoras sexuales, está formado por trabajadoras sexuales actuales y anteriores. Las personas que tendrían interés en la explotación laboral, como los empleadores, no son elegibles para unirse.

El hecho de que no se centren en etiquetar a los clientes (la clientela es demasiado diversa para pintar con una sola etiqueta de todos modos) no refleja cuán importantes son las necesidades y la seguridad de las trabajadoras sexuales. De hecho, debido a que son primordiales para el movimiento de derechos, el enfoque no está en emitir juicios morales sobre los clientes, sino en la organización laboral y la defensa de los trabajadores. Ignorar la gran cantidad de cambios que pueden realizar los trabajadores organizándose y defendiendo juntos a favor de moralizar las razones por las que existe la industria y si es un servicio esencial es sacrificar los derechos y el bienestar de los trabajadores por beneficios teóricos.

Al final del día, el abolicionista está usando su poder y privilegio social para aprovechar la posición marginada de las trabajadoras sexuales, algo de lo que acusan a sus clientes. La diferencia es que no buscan gratificación sexual sino moral. El enfoque abolicionista no ayuda a las trabajadoras sexuales ni las empodera. Más bien, este enfoque les da un papel y los penaliza si se niegan a desempeñarlo. El enfoque de los derechos de las trabajadoras sexuales funciona de la misma manera que todos los movimientos de derechos de las trabajadoras y contra la discriminación han funcionado mediante el empoderamiento, el apoyo y la solidaridad.

No existe un plan anticapitalista sobre cómo erradicar mejor la explotación, sino varias escuelas de pensamiento, a menudo sus propias escuelas internas, sobre cómo alcanzar una sociedad libre. Creo que cuando se trata de erradicar la explotación en el lugar de trabajo, el sindicalismo es el enfoque que mejor se adapta a la lucha que tenemos entre manos. Cuando el lugar de trabajo es el de un burdel, club de striptease, esquina de la calle, habitación de motel, etc., los fundamentos de la lucha no son diferentes de los de otros esclavos asalariados. Las trabajadoras sexuales deben poder sindicalizarse; todavía no existe un sindicato de trabajadoras sexuales. Si bien me encantaría que hubiera un sindicato de trabajadoras sexuales, también creo que la creencia de que todas las trabajadoras son iguales, que todos somos esclavos asalariados, que estamos todos juntos en esta lucha y que son los patrones los enemigos, hacer de la Industrial Workers of the World [Trabajadores Industriales del Mundo] un sindicato ideal para los trabajadores marginados que caen en las grietas de los sindicatos existentes. Dicho esto, realmente es el sindicato ideal para todos los trabajadores. Acciones como unirse a la Industrial Workers of the World y usar la fuerza de un sindicato, en lugar de una sola voz, para abogar por el cambio es una forma en que las trabajadoras sexuales pueden pelear su batalla. Lo otro se unirse a Scarlet Alliance, la máxima organización nacional de trabajadoras sexuales en Australia. Al igual que la Industrial Workers of the World, los patrones no pueden unirse, lo que significa que los intereses de Scarlet Alliance son únicamente los intereses de los trabajadores, no los de los patrones o los abolicionistas. Son acciones como esta, acciones que empoderan a las trabajadoras sexuales, las que necesitamos para combatir la discriminación y la marginación que existe.

Si los activistas se toman realmente en serio los derechos de las trabajadoras sexuales, nos escucharán incluso si lo que tenemos que decir es difícil de escuchar y nos apoyarán incluso si no les gusta lo que hacemos. Solo cuando todos los trabajadores se unan, tendremos el poder de luchar contra el capitalismo y los patrones. No pedimos salvación sino solidaridad.

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