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Pep Castelló
A quienes se creen con derecho a imponer su ley allá donde vayan
El ciclo del año da lugar a
conmemoraciones históricas de victorias y derrotas que para bien de la
convivencia en paz deben ser reflexionadas. Año tras año los vencedores
celebran gozosos sus victorias, en tanto que los vencidos guardan
memoria de lo acaecido. Fechas como el 12 de octubre y el 11 de
setiembre marcan hitos en la historia de la España victoriosa, de la
América invadida y de la Cataluña derrotada. Gloria y provecho para los
invasores. Humillación, sumisión, ultraje, explotación y ninguneo para
los originarios. Distanciamiento entre pueblos que se acrecienta en cada
celebración.
En la naturaleza humana la codicia anda
de la mano con la crueldad. Apropiarse de lo ajeno, ya sea con engaño o
con violencia, pero siempre con desprecio del sufrimiento causado es
algo que nadie quisiera para sí, pero que no duda en darlo por válido
cuando le beneficia. Mucho nos falta para alcanzar un grado de humanidad
que permita vivir en paz y armonía a unos pueblos con otros.
Creerse con derecho sobre algo que se ha
logrado con violencia, ya sean territorios o bienes, no es sino
legitimar esa forma de relación humana, tanto entre individuos como
entre pueblos. Las sociedades que así hagan no podrán evitar que la
violencia permanezca de forma más o menos solapada o evidente en su
seno. Sus leyes y su forma de vivir estarán impregnadas de ella, la cual
caerá inexorablemente tanto sobre extraños como sobre propios.
La violencia es el recurso del cual echa
mano la falta de raciocinio. Existen diversas formas de pensar y de
vivir; quizá tantas como individuos. La confrontación de ideas nos
permite a los humanos reconsiderar nuestro propio pensar y de ese modo
ir construyendo día a día un pensamiento colectivo con que gobernarnos.
Pero cuando esa confrontación no se da, cuando las ideas no se vierten
en palabras sino que el pensamiento dominante impone silencio al
disidente, el instinto se convierte en regla suprema y la convivencia se
rige por la ley del más fuerte. Y ahí los humanos actuamos como
auténticas bestias.
Como bestias se comportan quienes
valiéndose de cuantos recursos tienen a su alcance insisten en tener
sometidos a otros seres humanos; a seguir poseyendo territorios que
fueron capturados mediante acciones de armas; a seguir imponiendo sus
leyes a quienes sus antepasados impusieron las propias tras derogar por
la fuerza las que legítimamente tenían. Y como bestias se comportan
quienes siguen celebrando las gestas guerreras que les dieron esas
ilícitas posesiones. Ese orgullo que con soberbia exhiben no es sino
oprobio, deshonor, indignidad para nuestra condición humana.
Desde el siglo XV acá son infinidad las
acciones guerreras de conquista y ocupación que se han dado en nuestro
mundo. Son muchos los pueblos extinguidos y los que han sobrevivido en
territorios ocupados y gobernados por quienes les agredieron y
vencieron. Quienes tras las acciones guerreras ocuparon dichos
territorios son en su mayoría quienes ahora los pueblan y consideran
suyos. De ahí el trato que en muchos de ellos se da aún hoy día a los
originarios sobrevivientes.
Esas relaciones de poder que ejercen los
invasores sobre los invadidos no son sino violencia. Una violencia
legalizada por los vencedores, pero violencia pura. No cabe otro nombre
para designar tal proceder. Quienes de ella echan mano para beneficiarse
de la situación creada pueden no ser personas violentas en su hacer
personal, pero son personas que se amparan en la violencia. No hace
falta matar el pollo para ser causante de su muerte; basta con comerlo.
Casi todos los pueblos invasores dan por
buena la situación presente y se niegan a mirar las causas del
atropello en el cual se fundamentan. Son pocos los pueblos que renuncian
al beneficio de la violencia. Los más de ellos apelan a la paz y la
exigen a los originarios invadidos. Una paz que impuso en su día el
vencedor y que ahí sigue humillando y sojuzgando.
Cabe señalar que ese no es camino para
la convivencia. La convivencia se basa en la paz y ésta exige erradicar
la violencia de la sociedad en la cual se asienta. Requiere reflexión,
debate abierto en el seno de ella. No se puede seguir diciendo “esto es
así porque así lo hicieron nuestros antepasados”. No. La injusticia
requiere reparación, sea cual sea el origen de ella. En tanto esa
reparación no se dé, el pueblo invadido seguirá viviendo humillado y
quienes en la invasión se afinquen serán culpables siquiera sea por
pasiva, aunque quizá también por activa, de esa violencia que humilla al
originario invadido.
En este 12 de octubre de 2013, quienes a
uno y otro lado del océano Atlántico sientan orgullo de su españolidad
tienen mucho que reflexionar. Ojalá esta celebración les ayude a
hacerlo.
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