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Gilberto López y Rivas
(México)
Terrorismo global de Estado
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Para poder explicar el fenómeno de terrorismo global de Estado es necesario observar sus implicaciones con el fascismo, pues existe una relación estrecha entre am- bos. De hecho, una definición clásica de fascismo, que se produce en 1935 por la Internacional Comunista plantea que “Fascismo en el poder es la dictadura abierta y terrorista de los elementos mas reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.”1 Esto es, el terror de la burguesía para prote- ger sus intereses estratégicos, utilizando las variantes nacionalis- tas, el apoyo de clases medias descontentas y sectores desclasados del movimiento obrero.
El terrorismo del capital financiero nazi – fascista, por ejemplo, se desarrolló en un espacio internacional multipolar que guardaba un precario equilibrio y chocó con una amplia alianza de potencias capitalistas y con la enorme fuerza socialista de la época represen- tada en la Unión Soviética. Además, el fenómeno fascista, con su aniquilamiento de las “razas inferiores”, comunistas, minorías ét- nicas, homosexuales, discapacitados, etcétera, y su expansionismo territorial, era un proyecto imperialista de dimensiones limitadas. “El mundo” de mediados del siglo XX no había alcanzado las dimen- siones globalizadas del actual.
También, la identificación de fascismo para definir el fenómeno que se manifiesta a partir de las guerras neocoloniales a Afganistán e Irak es necesaria, porque no se ha generado todavía un término más adecuado para caracterizarlo. La ideología y la práctica política supremacistas del grupo que encabezó George W. Bush en su pasa- da presidencia guardan grandes similitudes con el fascismo, (tales como el predominio del militarismo y la creencia ciega en la tecnología militar, el favoritismo hacia las grandes corporaciones en la distribución de contratos militares, el racismo que se expresa en el genocidio de pueblos enteros, el ultra nacionalismo, el darwinismo social, etcétera), aunque, naturalmente, la coyuntura histórica de principios del siglo XXI es muy distinta a la del siglo XX.
En 1998 se llevó a cabo la Convención de la Organización de la Conferencia Islámica sobre la lucha contra el terrorismo interna- cional. Dicha Convención elaboró un documento que en su artículo primero puntualiza que terrorismo es: “Cualquier acto de violencia o amenaza, prescindiendo de sus motivaciones o intenciones, perpetrado con el objetivo de llevar a cabo un plan criminal individual o colectivo con el fin de aterrorizar a la gente o amenazarla con causarle daño o poner en peligro su vida, honor, libertad, seguridad, derechos.” A ren- glón seguido la declaración manifiesta en el artículo 2. “La lucha de los pueblos, incluida la lucha armada contra el invasor extranjero, la agresión, el colonialismo y la hegemonía, que persigue la liberación y la autodeterminación de acuerdo con los principios del derecho inter- nacional no se considerará un crimen terrorista.”
Los estadounidenses tienen otra visión del terrorismo, la cual se expresa en la siguiente definición: “Violencia premeditada, con motivación política, perpetrada contra objetivos no combatientes por grupos no estatales o por agentes estatales clandestinos, habitual- mente con el propósito de influir en una población.”2
La anterior definición olvida algo fundamental: La situación latente en el lugar del acto catalogado como terrorista, y, en consecuencia, la naturaleza defensiva u ofensiva del acto violento. Tal definición también olvida referirse al Estado como una entidad que puede infundir terror directamente y no de forma sólo “clan destina”. Con lo anterior, los estrategas estadounidenses (a los que hay que sumarles los europeos) intentan evadir su responsabilidad en sus acciones violentas dirigidas contra otras naciones en sus lances neocolonialistas e imperialistas. Esta es la razón por la cual los representantes de Estados Unidos y de otros países capitalistas se negaron a que se ampliara la definición de terrorismo a los actos cometidos por los Estados en el debate sobre el tema en la Organi- zación de Naciones Unidas.
Distintos analistas, entre ellos Noam Chomsky y William Schulz (dirigente de Amnistía Internacional en Estados Unidos), aseguran que existe una forma de terrorismo de Estado, pues cuenta con el soporte del aparato estatal para su puesta en práctica. Chomsky asegura que existen varios tipos de terrorismo: Terrorismo internacional, terrorismo a gran escala (dirigido contra un grupo numeroso de personas), terrorismo a pequeña escala (enfocado hacia individuos), terrorismo individual y terrorismo de Estado.
Acerca de este último, Schulz señala que existen tres niveles fundamentales de la represión del sistema social de clases: El primero pasa por una estructura económica, el segundo nivel es el del ejercicio de la represión sistémica “ordinaria” del Estado y el tercer nivel es el de represión estructural que perpetra el Estado en violación de las normas del derecho nacional e internacional.3.
Esto es, el terrorismo de Estado se ve obligado a transgredir los marcos ideológicos y políticos de la represión ‘legal’ (la justificada por el marco jurídico tradicional) y debe apelar a ‘métodos no convencionales’, a la vez extensivos e intensivos, para aniquilar a la oposición política y la protesta social, sea ésta armada o desarmada.
Un problema de fondo para definir al terrorismo es considerar que en la gran mayoría de los casos el derecho se tuerce y se retuer- ce a favor de los grandes intereses y, lamentablemente, perjudica a los débiles. Antístenes, considerado uno de los siete sabios de la antigüedad griega, aseguraba que efectivamente las leyes aseme- jaban una telaraña, porque los ricos y poderosos podían romperla, mientras los pobres y débiles se enredaban en ella. ¿Qué podemos pensar de un Estado, como el estadounidense, que ha acumulado un enorme poder destructivo al ponerlo en la balanza de la justicia? ¿Qué decir de las invasiones a Afganistán e Irak, donde el go- bierno estadounidense ni siquiera se tomó la molestia de declarar la guerra, quebrantando el sistema internacional consagrado en la Organización de Naciones Unidas? ¿Cómo meter en el mismo rasero a los kamikazes palestinos y al Estado de Israel, cuando este último realiza una guerra de ocupación y aniquilamiento del pue- blo palestino, violentando cuanta recomendación de la ONU se ha elaborado para detener la guerra de exterminio?
Si se da una posición contrapuesta a la hora de definir el terroris- mo, inevitablemente se tienen que observar las condiciones objetivas de las situaciones particulares en las que se desarrolla. No podemos promover justicia en un espacio en el que se ponen a convivir leones con corderos. Este tipo de justicia es parcial, pues beneficia única y exclusivamente a quien detenta el poder militar y económico por so- bre la soberanía y autodeterminación de los pueblos. El sometimiento creado por los países militar y económicamente avanzados por sobre las naciones subordinadas, inevitablemente lleva a una signifi- cación de este proceso como indicador del sometimiento imperialista e, inevitablemente, a la lucha de clases en el ámbito interno.
Sin embargo, utilizar como estrategia prioritaria la acción aisla- da y beligerante en contra de los ejércitos de ocupación o la dictadura de la burguesía es contraproducente, pues se niega la posibilidad del crecimiento coordinado de un movimiento masivo en contra de la violencia ejercida por los enemigos, pues se le arrebata a la comunidad la voluntad requerida para actuar en conjunto. Trotsky, desde los inicios del siglo XX, sostenía: “Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión.”4
Y prosigue: “Nos oponemos a los atentados terroristas porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que nos debe saldar el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a un funcionario llamado ministro. Aprender a considerar los crí- menes contra la humanidad, todas las humillaciones a que se ven sometidos el cuerpo y el espíritu humanos, como excrecencias y expresiones del sistema social imperante, para empeñar todas nuestras energías en una lucha colectiva contra este sistema: ése es el cauce en el que el ardiente deseo de venganza puede encontrar su mayor satisfacción moral.” (Ibid.)
También, es necesario deslindar las acciones revolucionarias del terrorismo. El terrorismo finalmente obedece a los intereses de las clases dominantes. Se han presentado en no pocos lugares del planeta, situaciones de degradación de las actividades revolucionarias. Fenómenos de bandidismo, secuestros de población civil, agresiones a pueblos indios, colusión con el narcotráfico y lumpenización de los elementos revolucionarios, indican el siempre latente peligro de desvirtuar los objetivos revolucionarios, si no media el ejercicio per- manente del imperativo ético y los principios humanistas que caracterizan al socialismo libertario.
Estados Unidos ha elevado el terrorismo al rango de política estatal global, más dañina y peligrosa para la humanidad porque es llevada a cabo por un aparato especializado y diversificado de subversión y con el apoyo de la maquinaria bélica del más grande Estado capitalista. A este respecto, Marta Sojo escribe: “Ningún terrorismo es justificable, pero el de Estado es de los más execrables porque utiliza todos los recursos del aparato oficial para ejer- cer la violencia de manera ilegitima contra sus pretendidos enemigos. Hoy por hoy, este fenómeno es apreciado como uno de los más serios de la contemporaneidad. Hay escasas descripciones de la acepción, pero lo cierto es que con el tiempo, dadas las sistemá- ticas violaciones de los derechos humanos a escala universal por las autoridades que deben garantizarlos, el termino ha adquirido especial fuerza”.5
La Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en in- glés) desde su fundación en 1947 ha sido el órgano fundamental del gobierno estadounidense para realizar las tareas de la “guerra sucia” que no puede ser caracterizada más que como “terrorismo”, si tomamos la definición de este término del propio Buró Federal de Investigaciones (FBI) estadounidense como “el uso ilegal de la fuerza o la violencia contra personas o propiedades para intimidar o coaccionar a gobiernos, a la población civil o un segmento de la misma, en la persecución de objetivos sociales o políticos.”6.
Este te- rrorismo de Estado global no puede ser enfrentado con otro terro- rismo, si no con la organización revolucionaria y conciente de todo el pueblo, como sujeto protagónico fundamental, encaminada a establecer un mundo en el que el terrorismo sea una pesadilla de un pasado ya superado.
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