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viernes, 22 de marzo de 2019

Tinkunaco 474/19 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Boletín diario del Portal Libertario OACA

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  • Malatesta y el "mal menor"
  • 23 de marzo: Manifestación contra el macromatadero de Binéfar
  • [Madrid] Charla: Contra el transhumanismo, contra la mejora tecnológica del ser humano
  • La loca carrera de la domesticación
  • [Madrid] Viernes 22 marzo: Lectura de los "Sonetos teológicos", de Agustín García Calvo
Posted: 21 Mar 2019 01:19 PM PDT
El tema que quisiera abordar es el de la postura de Malatesta (y se podría decir de los anarquistas en general) respecto al principio del “mal menor”, así frecuentemente denominado tanto en política como en la vida cotidiana.
Este principio es comúnmente considerado como una expresión de realismo y sentido común. El hecho de que los anarquistas lo rechacen es a su vez considerado una confirmación de su falta de realismo y de sentido común. Por ello considero importante mostrar cómo en Malatesta este rechazo era dictado por consideraciones de realismo y de sentido común.
Comentaré dos ocasiones en las que Malatesta se opuso a la lógica del mal menor, en dos textos diferentes: el primero es la polémica de 1897 con Francesco Saverio Merlino, referente al parlamentarismo y la participación en las elecciones: el segundo es la polémica con Mussolini y con Kropotkin sobre el intervencionismo durante la Primera Guerra Mundial*. Intentaré mostrar cómo, en dos contextos tan diferentes, las argumentaciones de Malatesta son sustancialmente las mismas, y espero mostrar de esta manera cómo estas argumentaciones reflejan principios fundamentales de su anarquismo.
La polémica con Merlino comenzó antes de las elecciones que tuvieron lugar ese año, pero el punto de partida de la discusión sobre el mal menor fue tras las elecciones porque Malatesta expresó su complacencia por el éxito de los socialistas. Merlino aprovechó para manifestar que, si estaba permitido a los abstencionistas alegrarse de los avances de los socialistas, no le podría estar prohibido decir, antes de las elecciones, que era necesario hacer todo lo posible para favorecer ese avance: “Tus felicitaciones –escribe Merlino– No se habrían podido producir si algunos no hubiesen trabajado por el triunfo del socialismo en las elecciones”.
Malatesta responde que los abstencionistas se alegran cuando los socialistas democráticos triunfan sobre los burgueses, como se alegrarían de un triunfo de los republicanos sobre los monárquicos, o incluso de los monárquicos liberales sobre los clericales. “El bien y el mal –escribe Malatesta– son cosas relativas; y un partido por muy reaccionario que sea puede presentar el progreso frente a otro partido más reaccionario todavía. Nosotros nos alegramos siempre cuando vemos a un clerical que se convierte en liberal, a un monárquico que se hace republicano, a un indiferente que se convierte en cualquier cosa: pero de eso no se desprende que debamos hacernos monárquicos, liberales o republicanos, nosotros, que creemos estar más avanzados”.
Para Malatesta, reconocer las diferencias entre un partido y otro no significa ponerse a la cola de tal o cual partido. Malatesta reconoce la importancia de las libertades políticas, pero al mismo tiempo plantea que el mejor modo de obtenerlas y defenderlas es mantenerse en el terreno de la acción directa: “Habituar al pueblo a delegar en otros la conquista y la defensa de sus derechos es el modo más seguro de dejar vía libre al capricho de los gobernantes”.
“El parlamentarismo –continúa Malatesta– es mejor que el despotismo, es verdad; pero solo cuando representa una concesión hecha por el déspota por miedo a lo peor. Entre el parlamentarismo aceptado y ensalzado y el despotismo alcanzado por la fuerza con el deseo popular de liberación, mejor mil veces el despotismo”. Lo que cuenta para Malatesta es la disposición de ánimo.
Y para él las disposiciones de ánimo para la acción parlamentaria y para la acción directa son inconciliables. Al aceptar ambos métodos de lucha se está fatalmente destinado a sacrificar a los intereses electorales cualquier otra consideración. Si en el Parlamento se puede hacer algo bueno, ¿por qué los anarquistas tendrían que mandar a otros en vez de ir ellos mismos? En sustancia, lo que para Merlino debería ser un terreno de lucha accesorio, se convertiría en el terreno de lucha preponderante. “Esté Merlino seguro de esto: si hoy dijésemos a la gente que vaya a votar, mañana diríamos que voten por nosotros”.
Sustancialmente, el argumento de Malatesta es que no se puede ser parlamentarista a tiempo parcial. Si uno se convierte en ello, se acaba por serlo a tiempo indeterminado.
Vayamos ahora al debate sobre el intervencionismo. En 1914 Malatesta, aunque oponiéndose a la guerra, escribe que se esperaba la derrota de Alemania, ya que pensaba que la revolución estallaría con probabilidad en una Alemania vencida.
El intervencionista Mussolini se aferró a esta frase argumentando que, si para los fines de la revolución era necesario que fuera vencida Alemania, quien trabajaba para la derrota de Alemania hacía tarea revolucionaria. Escribe Mussolini: “Si el triunfo de la Triple Entente es el ‘mal menor’, ¿no es interés del proletariado garantizar este ‘mal menor’ y evitar el ‘mal mayor’?”
Malatesta responde que espera la derrota de Alemania, “pero no he dicho que sea siempre útil participar en la realización de lo que uno se espera, ya que a menudo una cosa es útil a condición de que no cueste nada o, como mucho, que cueste menos de lo que vale material y moralmente. Nada es completamente equivalente en la naturaleza y en la historia, y todo acontecimiento puede actuar a favor o en contra de los objetivos que uno se propone: así en cualquier circunstancia se tiene una preferencia, un deseo sin que por ello convenga siempre dejar la vía directa propia y ponerse a favorecer todo aquello que se juzgue como posibilidad indirecta de ser útil”. Por ejemplo, se puede desear que vaya al poder cierto Gobierno más que otro (Hillary Clinton mejor que Donald Trump, por poner un ejemplo actual), pero ello no implica convertirse en apoyos activos de tal Gobierno.
El precio que se pagaría si así hiciésemos, escribe Malatesta, es el de la “abdicación voluntaria de las propias ideas y de la propia dignidad”. Es desviarse del camino propio, abandonar los propios fines para adherirse a los de otros, aunque sea temporalmente.
“Mejor la dominación extranjera alcanzada por la fuerza con el deseo popular de liberación –continúa Malatesta– que la opresión de un Gobierno autóctono aceptada dócilmente y casi con gratitud en la creencia de que nos libra de un mal mayor”.
Así como había hecho con Merlino, también a los intervencionistas objeta que la lógica de la posición en la que uno se coloca acaba por ser más fuerte que cualquier buena intención. En pocas palabras, que no existe la posibilidad de suscribir temporalmente otros fines. Y Malatesta por ello rechaza el argumento de que la opción intervencionista esté dictada por la excepcionalidad del momento: “Si se cree necesario el acuerdo con el Gobierno y con la burguesía para defenderse contra el ‘peligro alemán’, esta necesidad subsistirá incluso después de la guerra”. Por muy grande que pudiera ser la derrota alemana, nada habría podido impedir que los patriotas alemanes se prepararan para la revancha, a la que los demás países habrían tenido que responder con similar fiereza si no quieren ser cogidos otra vez por sorpresa. Así, el militarismo se convertiría en una institución permanente de todos los países. ¿Qué habrían hecho entonces los autodenominados anarquistas intervencionistas? ¿Habrían continuado definiéndose antimilitaristas, para convertirse en sargentos reclutadores del Gobierno a las primeras voces de guerra? Incluso se habría podido mantener que todo esto habría acabado cuando el pueblo alemán se hubiese desembarazado de sus dominadores. Pero los alemanes habrían tenido también la prudencia de esperar a que el militarismo fuese destruido en Rusia y en los otros países. Y así la revolución sería pospuesta a las calendas griegas, ya que cada uno habría esperado eternamente que fueran los otros quienes la comenzaran.
Resumiendo: escoger el mal menor significaba meterse en un jardín en el que no había salida. No existe la perspectiva de luchar temporalmente por el mal menor, para después emprender sucesivamente la lucha por la anarquía. Una vez emprendida la ruta del mal menor no se puede más que continuar en ella, abandonando por ello el anarquismo por tiempo indeterminado.
En la raíz de estas argumentaciones está la aguda conciencia de un fenómeno muy conocido y ampliamente debatido en sociología, el de la “heterogénesis de los fines”. En extrema síntesis, se trata de esto: cada acción intencional realizada para un cierto objetivo, sobre la base de las consecuencias de lo que se espera de esa acción, acaba siempre por generar consecuencias inesperadas, las llamadas “consecuencias imprevistas de la acción intencionada”. La necesidad de afrontar estos efectos colaterales da origen a otro fenómeno relacionado, el “abandono de los fines”, es decir, el hecho de que los medios tienden a convertirse en fines por sí mismos, en una espiral regresiva que continúa indefinidamente.
El antídoto malatestiano y anarquista a este problema consiste en abstenerse de acciones fundadas en cálculos oportunistas y atenerse por el contrario al principio de la coherencia entre fines y medios.
* Se puede leer la mayoría de los textos citados en este artículo en el libro de Errico Malatesta Nueva humanidad. Escritos para la difusión del anarquismo (Ediciones Antorcha, 2015).
Davide Turcato 
Publicado en el Periódico Tierra y Libertad, Marzo de 2019

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Posted: 21 Mar 2019 12:47 PM PDT
Desde la Plataforma ciudadana contra el macromatadero de Binéfar que se ha establecido en forma de campamento protesta, hemos convocado una manifestación como rechazo de la apertura del que pretenden que sea el mayor matadero de Europa.
Este matadero asesinará 30.000 animales cada día, ocasionando también un desastre medioambiental contra la flora y fauna endémica, y un gasto exagerado de agua para el mantenimiento de tan enorme infraestructura.
El campamento tiene un posicionamiento antiespecista, ya que estamos contra cualquier actuación humana que conlleve el sufrimiento y la esclavitud del resto de los animales.
La manifestación tendrá lugar este sábado día 23 de marzo a las 18 horas en la plaza de España en Binéfar.
Convocamos a colectivos sensibles con esta causa para que se unan a la manifestación y la difundan en sus redes.
Igualmente esperamos que asistáis y participéis en el campamento si os sentís identificadxs con la causa.

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Posted: 21 Mar 2019 12:40 PM PDT
Sábado 23 a las 18:30h. Local Anarquista Motin (Matilde Hernández 47, metro Oporto)
Desde mediados del siglo pasado la casta tecno científica está desarrollando una nueva ideología, una nueva forma de ver el mundo: el transhumanismo. Una vez colonizada y dominada la naturaleza el objetivo es ahora el ser humano. Pretenden y persiguen la fusión hombre – máquina, la inmortalidad, la conquista de otros planetas, acabar con los límites físicos y biológicos que nos hacen humanos, en definitiva, el mejoramiento tecnológico del ser humano. Pretenden crear un mundo hipertecnologizado donde nada escapa al control tecno científico, por ello pretenden crear al humano perfecto: aquel que ellos han diseñado en sus laboratorios. La Inteligencia artificial, el big data, los cyborg, la realidad virtual, las prótesis tecnológicas, la reproducción biotecnológica ya son parte de nuestra realidad, parte del proyecto transhumanista… Queremos seguir siendo humanos: rechazamos la artificialización de lo vivo, la mercantilización y robotización de los cuerpos, queremos nacer, vivir, reproducirnos y morir dignamente, sin estar presxs en estos dispositivos de asistencia mecánica. Rechazamos el aumento indefinido de nuestra dependencia de las innovaciones que nos privan de nuestra libertad más básica. Queremos detener la devastación del mundo en lugar de adaptar nuestros cuerpos a un entorno destrozado, queremos ser humanos imperfectos, vivir nuestras propias experiencias en y ser incontrolabes, queremos un mundo libre y salvaje.

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Posted: 21 Mar 2019 12:29 PM PDT
“El burgués representa el perfecto animal humano domesticado”
Aldous Huxley
Vivimos en tiempos grises. El debilitamiento de las formas comunitarias de relación y el auge del individualismo nos abocan a la soledad en masa. La adhesión a las modas comerciales y las banderas nacionales son formas desesperadas de recoser nuestras identidades desgarradas. A menudo nos cuesta encontrarle sentido a una existencia fragmentada entre trabajos precarios, consumismo tedioso e intentos de evasión en garitos o viajes, que nos dejan sabor amargo al volver a la realidad. El modelo social en que vivimos solo ofrece sucedáneos mercantiles a nuestros deseos más profundos. Solemos aceptar esta situación miserable como la única posible, porque hemos sido domesticados, desde pequeños, para ello.
Las instituciones estatales y empresariales tienen como objetivo principal perpetuarse a sí mismas; para eso deben ser las únicas mediadoras en las relaciones entre las personas. Por esa razón, toda relación comunitaria que ponga obstáculos a sus planes supone una amenaza que debe ser eliminada, sea fagocitándola, negándola o criminalizándola. Las formas culturales que no encajan en la lógica mercantil o estatalista son acusadas de ser infantiles, inmaduras, arcaicas o de tener mal gusto, como pasa, por ejemplo, con la cultura de los migrantes, la del colectivo gitano o la tradición obrera.
El modelo social capitalista se basa en la explotación de una parte de la población para beneficio de otra la desigualdad y la opresión son la base de las relaciones sociales en el Capitalismo. Esta dinámica daña nuestras vidas, provoca ansiedad, depresión y fragmentación de la personalidad. El remedio mágico que ofrecen las instituciones para superar la frustración y las insatisfacciones es aspirar a ser clase media. Nos venden continuamente la idea de una especie de paraíso terrenal al que podemos acceder si nos adaptamos a la cultura de la clase media. Pero tratar de adaptarse a ella implica un proceso de aculturación y reprogramación que suele intensificar los efectos tóxicos causados por el propio modelo social.
Aspirar a ser clase media implica aceptar el proceso domesticador como algo beneficioso. Entendemos la domesticación como el proceso que nos moldea, de la cuna a la tumba, con el objetivo de convertirnos en piezas funcionales para el modelo social actual. La familia, la escuela, el puesto de trabajo, las redes y medios de comunicación, el sistema jurídico-penal, la institución sanitaria... son algunas de las principales entidades que nos domestican. Las técnicas varían pero el objetivo es el mismo y consiste en fomentar valores, hábitos y opiniones que refuercen el modelo actual de relaciones y reprimir los que lo cuestionen. Si la libertad es la vida, la existencia domesticada es solo supervivencia, una forma de muerte en vida. Lo que realmente hay detrás del ideal de la clase media es una huida enfermiza de la realidad, una huida que nos lleva a vivir de forma todavía más miserable.
El ideal de la clase media es una ilusión producida por las élites para unificar a la población en torno al Estado y al Capitalismo. Es, también, un espejismo artificial que trata de ocultar las fracturas y conflictos sociales bajo la suave apariencia de gradaciones en la escala social. Es, en definitiva, una versión falsa y corrupta de la sociedad sin clases. El ideal de la clase media no se corresponde con las condiciones socio-económicas de la mayoría de la población (en relación a ingresos, propiedades, control relativo sobre el trabajo o redes de contactos) sino que es propio de sectores como el de las profesiones liberales, los funcionarios medios, los empresarios o los directivos. Está formado por un conjunto de ideas, valores, gustos y hábitos propios de estos sectores que se presentan como la llave para que cualquiera pueda ascender socialmente. En realidad el ascensor solo funcionó algún tiempo y para muy pocos; arriba no queda sitio. Asumir la cultura de clase media suele implicar dinámicas de autonegación y falta de autoestima para quienes no se ajustan a sus exigencias, sea por las condiciones económicas, el entorno social, los gustos, las formas de expresión, el aspecto físico, etc.
El ideal se empezó a difundir a principios del siglo XX, en momentos de crisis y conflictividad social intensos. Para retomar el control de la situación, entre otras medidas, se fomentó el crecimiento de las organizaciones estatales y empresariales, y se impulsó el comercio. Al principio, el ideal de la clase media sirvió para colonizar las almas del emergente sector de los empleados precarios (secretarias, administrativos, dependientes de comercios, etc.). El ideal debía hacer que se identificasen con sus jefes (gerentes, directivos, etc.) y no con el resto de trabajadores, a los que se acusaba de ser torpes, vagos, irresponsables y de tener mal gusto. Tras la II Guerra Mundial comenzó el despliegue de las políticas sociales estatales (el llamado Estado del bienestar) y la promoción del consumismo de masas. En este contexto, el sindicalismo y la izquierda estatalista contribuyeron a arrastrar a muchos sectores de la clase trabajadora hacia el ideal de la clase media y, con ella, a la aceptación resignada del modelo social capitalista.
La carrera de la domesticación exige un esfuerzo continuo para adaptarse al ideal de la clase media, y requiere el sacrificio de todo lo que desentone con él. Este proceso disuelve las formas comunitarias, y nos convierte en una masa de corredores aislados y aturdidos. El ideal de la clase media funciona como un chubasquero mental que debe insensibilizarnos respecto a lo que pasa a nuestro alrededor y al medio en que vivimos. Solo debemos preocuparnos por lo que nos suceda a nosotros y nuestro núcleo mas cercano (familia y amigos) y a veces ni eso. Ponerse este chubasquero aporta cierta impermeabilidad, una forma de inmunidad que es lo opuesto a la comunidad. Establecer relaciones comunitarias supone asumir compromisos y lealtades que rebasan nuestro ámbito personal y nos vinculan con lo social. Al debilitar las formas comunitarias de relación, la carrera degrada el compromiso y el apoyo mutuo convirtiéndolos en preferencias circunstanciales y opciones para el tiempo libre.
La carrera de la domesticación nos empuja a aceptar la desigualdad social como un mal necesario, con la meritocracia como coartada. Si ayer se justificaban las desigualdades por cuestiones de sangre, hoy la moda es hacerlo con frases del tipo; se lo merecen porque se lo han currado mucho. Esto nos aboca a estar engrosando nuestro currículum durante toda la vida para poder vendernos bien en una sociedad basada en la competición. Al fomentar la competitividad hasta el extremo, se promueve indirectamente el culto al cuerpo, la hinchazón del ego y los aspectos narcisistas de la personalidad. Se fomenta, en definitiva, una personalidad frágil, superficial y que se mantiene siempre alerta, desconfiada hacia potenciales competidores.
La carrera contrarreloj, para ascender socialmente, se acaba convirtiendo en el sentido único de la vida. El territorio es percibido como espacio de competición y mercadeo. Las viviendas se convierten en módulos de aislamiento para recobrar fuerzas. En el exterior, la imagen del espacio público cívico y cordial deberá encubrir la conflictividad social y la miseria. El trabajo y el consumo se vuelven los medios principales para lograr acceder al ideal, al tiempo que nos aportan formas sucedáneas de identidad individual y colectiva. Todo ello a costa de la destrucción de un entorno natural que está al borde del colapso.
La carrera nos empuja a desechar la imaginación y los deseos profundos y, a cambio, nos anima a potenciar la razón instrumental como la única forma de pensar. Esta forma de razonamiento está guiada por la lógica de lo que le convenga a uno en cada momento sin tener en cuenta los efectos que nuestras decisiones tienen sobre nuestro entorno. La razón instrumental, entendida como guía principal de la propia vida, debilita las formas de relación menos mercantilizadas, las que menos contaminadas están por las jerarquización social, y por eso nos aísla. El pensamiento positivo, que es parte también de la filosofía de la carrera, es una fe que culpabiliza a las personas de su propia situación y sabotea la capacidad crítica. El pensamiento positivo es el complemento perfecto de la razón instrumental porque nos aísla de nosotros mismos, disuadiéndonos de buscar el origen de nuestros propios malestares y adoptando en cambio esa sonrisa boba tan propia de la cultura de la clase media. El control, el orden y la asepsia obsesivos son, también, parte de la filosofía de la competición y tratan de mitigar la ansiedad de los corredores. El ideal de clase media lleva a percibir el entorno como una amenaza permanente, es un ideal miedoso que necesita sentir que está todo controlado y en orden. El ideal promete al aspirante inmunidad frente a las condiciones de vida de la mayoría explotada, de ahí la importancia de la asepsia.
En los últimos años, los cambios en el modelo de producción y el auge de la meritocracia han transformado el ideal de la clase media. Hoy junto al ideal clásico, se ofrece una versión alternativa perfectamente integrada y complementaria a la clásica. Es la nueva cara del Capitalismo ilustrado, cívico y ecologista; el ideal de clase media vestido con los ropajes de la contracultura de los años 60. Esta versión del ideal ofrece la posibilidad de ambicionar privilegios y logros profesionales, pero sin las restricciones del modelo clásico respecto a los gustos, valores, cultura o aficiones. La nueva versión percibe la vida entera como una carrera con su preparación técnica, sus pruebas y su éxito final en la autorrealización. El modelo alternativo es autocomplaciente y cordialmente superficial, porque trata de evitar el conflicto a toda costa. Para compensar esta superficialidad el aspirante alternativo busca desesperadamente lo auténtico, lo natural, lo cultural o espiritualmente enriquecedor, aunque sea en versión franquicia y a un precio impagable. Los aspirantes a este ideal deben volcarse en su trabajo con pasión, pero cultivando alguna actividad para el tiempo libre que los distinga de la multitud, algún deporte, afición cultural, actividad creativa o política que les permita verse como espíritus libres. Este modelo es ciudadanista, cívico y domesticado, se muestra tibio ante los conflictos sociales pero se indigna con las injusticias llamativas. Ante un mundo que se percibe como demasiado problemático y antipático, el nuevo ideal se repliega hacia un hedonismo domesticado, un consumismo anti-consumista y una rebeldía de escaparate.
Hemos sido domesticados desde niños y la cultura de clase media se filtra a todos los ámbitos, porque es la cultura dominante. Los efectos de esta imposición nos enferman individual y colectivamente. Vivir con un sueldo habitual, el mas común en torno a los mil euros, y estar expuestos a la cultura de las élites nos deja desamparados en una tierra de nadie. Para quienes además, asumen esa cultura como propia, las contradicciones entre lo que viven y sus aspiraciones suele conducirles a la frustración y la depresión.
La cultura de clase media es narcisista, fomenta la superficialidad y acaba provocando un vacío interior y el aislamiento respecto del entorno. Este ideal es como un espejismo al que uno no acaba de llegar por mucho que corra. En el proceso, el aspirante suele volcarse en los estudios, el trabajo, el consumo, el aspecto físico o la psico-cosmética como recursos desesperados para calmar la ansiedad.
La carrera exige que los aspirantes estén alerta permanentemente, que sean más competitivos y voraces. Todos contra todos y sálvese quien pueda podrían ser buenos lemas para este proceso. El aspirante teme a los competidores, al contexto económico, a la pérdida de sus capacidades y tiene sobretodo miedo de fracasar, de convertirse en un perdedor, de quedarse rezagado en la carrera. Esta lógica enfermiza lleva a una forma de vida atenuada y miserable. El meollo del asunto es que la cultura de clase media es nihilista y menosprecia la vida. La domesticación nos convierte en seres parecidos a los muertos vivientes de las películas, depredadores siempre hambrientos, con el corazón y el cerebro descompuestos.
Existen otras vías, otras formas de hacer y otras culturas más saludables y acordes con la vida. Estas otras opciones no son fáciles, y no garantizan que nos libremos de la domesticación así como así, pero desde el primer momento se alejan del gris plomizo de la sumisión. Son aperturas hacia horizontes más amplios, hay mejores aspiraciones que la de convertirse en clase media.
Creemos que el proceso de domesticación intoxica nuestras vidas, y que el ideal de clase media las vuelve más miserables. Sospechamos que las cosas podrían ser de otra manera, mejores, y que luchar por transformar la realidad ya aporta un sentido nuevo y profundo al día a día.
Si queremos dignificar nuestras vidas la mejor manera es tejer relaciones de cooperación y compartencia, en las que tengamos y asumamos la capacidad autónoma de decidir, cada vez más, sobre nuestros propios asuntos. Entendemos lo comunitario como un compromiso común, un conjunto de obligaciones, dones y lealtades. Es una forma de relacionarnos en la que el apoyo mutuo, el hoy por ti y mañana por mí, supera los límites de la familia y los amigos para incluir a otros explotados y oprimidos. Son relaciones que se re-crean a cada momento en conflicto con lo estatal, con lo privado y sobretodo con la indiferencia. La autonomía en este contexto es la capacidad para poner en común, debatir y actuar desbordando continuamente la lógica, el lenguaje y las prácticas propias del Estado y del Mercado. La autonomía es un proceso de maduración colectiva, de búsqueda continua y de lucha para no dejarse atrapar por las redes de la dominación.
El Capitalismo es un modelo que desprecia la vida, la domesticación degrada nuestra existencia y el ideal de clase media solo ofrece sucedáneos tóxicos que provocan patologías sociales. Luchar por llevar vidas más dignas es la mejor manera de salir de esta dinámica enfermiza. Pero, para eso, deberemos primero abandonar el ideal de clase media, dejar de ser aspirantes y salirnos de la loca carrera de la domesticación.
Biblioteca Social Contrabando
Valencia, marzo de 2019

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Posted: 21 Mar 2019 10:05 AM PDT
Viernes 22 marzo, 19:30h.
Lectura de los "Sonetos teológicos", de Agustín García Calvo
Lectura, recitación, comentario, discusión
Se trata de un intento de dejarse oír estos versos de los “Sonetos teológicos”, de quitar estorbos para que ellos digan lo que digan y lleven adonde lleven: de hacer que suenen en alta voz, de ver qué oscuridades presentan, de intentar aclararlas hasta donde buenamente se pueda, de entender algo de cómo hacen lo que hacen.
Los “Sonetos teológicos” están publicados al principio del Sermón de ser y no ser de A. García Calvo (Zamora, ed. Lucina, 7ª ed. 1995), y dicen así:

I
Enorgullécete de tu fracaso,
que sugiere lo limpio de la empresa:
luz que medra en la noche, más espesa
hace la sombra, y más durable acaso.
 
No quiso Dios que dieras ese paso,
y ya del solo intento bien le pesa;
que tropezaras y cayeras, ésa
es justicia de Dios: no le hagas caso.

¿Por lo que triunfo y lo que logro, ciego,
me nombras y me amas?: yo me niego,
y en ese espejo no me reconozco.

Yo soy el acto de quebrar la esencia:
yo soy el que no soy. Yo no conozco
más modo de virtud que la impotencia.

y II
Pero no cejes, porque no se sabe
cuándo pierde el amor, dónde la tierra
volteando camina, ni qué encierra
mensaje del que nadie tiene clave.

Pues el Libro Mayor (y eso es lo grave)
del Debe y el Haber nunca se cierra,
y acaso acierte el que con tino yerra;
ni es nada el mundo hasta que el mundo acabe.

Si te dicen que Dios es infinito,
di que entonces no es; y si finito,
que lo demuestre pués y que concluya.

Pero no hay Dios ni hay Ley que a contradanza
no se pueda bailar. Tu muerte es tuya.
Tu no saber es toda tu esperanza.

en LaMalatesta, c/Jesús y María, 24 de Madrid

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