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domingo, 6 de octubre de 2019

Tinkunaco 1.523/19 - Revista El Emilio - SUBJETIVIDAD, ARTE Y SIMBOLISMO - Por Víctor Leopoldo Martínez

SUBJETIVIDAD, ARTE Y SIMBOLISMO.


San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina, UNASUR-CELAC, EL EMILIO, Cultura y Educación

ESCULTURA DE POMÁN
V.L.M. 10
Por Víctor Leopoldo Martínez

Las expresiones culturales cargan en sus diferentes modos de comunicación tanto sea en el arte pictórico, música, escultura, danzas, literatura, etc, dos condicionantes íntimamente asociados a la personalidad del autor como individuo: la mirada objetiva  de  hechos y/o fenómenos (históricos, sociales, personales, naturales) y la subjetiva lectura e interpretación que hace de ellos. El resultado de esta conjunción termina confluyendo en lo que luego será una obra, cualquiera sea la expresión artística en la que se plasme.
En qué medida lo vivencial y formativo en términos sociales incide -o no- en la subjetividad de un artista (historia familiar-personal y formación cultural-educativa) es harina de otro costal, algo que a lo largo del tiempo  fue -y sigue siendo- material para discusiones e interpretaciones psico-sociológicas sobre las diferentes expresiones culturales a lo largo del tiempo.
¿El porqué de lo anterior? Muy simple; entra en juego una palabra que adquiere valor superlativo a la hora de expresar sentimientos y sensaciones por parte de un artista: libertad. En este aspecto el correcto uso y aprovechamiento de este valor tiene que ser bienvenido y no puede coartarse por prejuicio social  alguno. Toda creación artística no solo –salvo excepciones- se limita a una simple satisfacción egoica del autor; también puede buscar transmitir algo y/o pretender a la vez aceptación o rechazo “público” (sea este de elites sociales o mayorías popular) formando parte esto último de una  intencionalidad presente a la hora de esculpir, buscando despertar  conciencia crítica en sus receptores.
En razón de lo anterior, la verdadera creación nunca estará condicionada por los gustos o las preferencias de los destinatarios; si esto ocurre, la obra pasa a ser “por pedido”, a tener  “precio” como material de consumo: su posterior valoración pública excede la responsabilidad del creador quedando sujeta  al “negocio” entre la partes y a la intencionalidad de una de ellas que no es casualmente la del autor.    
Que por decisión propia  un creador quiera o desee plasmar en sus obras el sentir o el pensar de  individuos, sectores  sociales sea estos minoritarios o masivos y populares, o reflejar momentos históricos,  es parte del uso de esa libertad; del mismo modo ocurre con la subjetiva interpretación que de esos sentires o pensares libremente haga.  En general la objetividad con que alguien contempla y valora un fenómeno hecho obra  pone en conflicto la subjetividad del observador con la del artista  a la hora de crear.  Toda obra artística va a tener miles de lecturas según la subjetividad del o los contempladores. Las sensaciones y sentimientos que la misma despertará, pueden –o no- ser parte de la intencionalidad del artista al momento de crear. Pero no necesariamente un conflicto puede  ser motivo de discordia entre las partes; también puede ser el momento para incorporar otra mirada que bien puede ayudar a revisar preconceptos y estereotipos  valorativos en términos culturales.
Vayamos al ejemplo que motivaron esta reflexión.  
La reciente inauguración en la plaza central de una ciudad capital departamental  que cumplía sus 386 años de existencia, –con ofrenda floral incluida- de una escultura que muestra la imagen del supuesto fundador (Jerónimo Luis de Cabrera -nieto-; de origen español el hombre) con su bota pisando una urna (u objeto cerámico de barro), símbolo cultural de los originarios habitantes de esa localidad, hoy conocida como Pomán,  obra del escultor  Guillermo Gallo, despertó indignación en lugareños y generó una polémica que en lo personal no la veo ni quiero sentirla como agresiva.  sino como necesaria.
Digo “supuesto fundador”, porque en realidad, y según datos históricos se trató de un traslado del anterior asentamiento europeo llamado San Juan Bautista de Londres a este nuevo lugar ubicado a treinta leguas al este de aquel, al pie del cordón del Ambato  al que Cabrera nombró usando  el que tenía el anterior asentamiento atacado y destruido por el legendario cacique Chelemín; de ahí su nombre  de  San Juan de Rivera de Londres de Pomán.
Si bien es cierto que el término “fundación” se refiere a esa “toma territorial” para establecerse en un lugar, toda la zona ya estaba habitada previamente por originarios que fueron despojados de sus tierras por los  apropiadores europeos que se dedicaron a “fundar” fuertes como símbolos de  esa “propiedad privada” que venían a implantar culturalmente. Cuando digo culturalmente digo la necesidad implícita que trae consigo toda conquista para una futura colonización.
Nos guste o no, todos nosotros, , somos producto de esa colonización. Lengua, religiosidad, conceptos urbanísticos y arquitectónicos, hábitos y valoraciones culturales dan cuenta de ello. Especialmente en nuestro país ya que el mestizaje fue más contundente en relación al resto de América Latina donde la pureza en cuanto a  especies humanas (detesto la palabra razas) se mantuvo a pesar de los avatares que debieron y siguen soportando.
El hecho puntual  de Pomán no solo desnudó quizá la improvisación de una decisión política que me la imagino sin maldad alguna y como lógica consecuencia de esa colonización señalada en el párrafo anterior; también  intentó homenajear a un supuesto “fundador” desde la óptica cultural del conquistador europeo. El  conflicto generado se  presentó gracias a la bienvenida revisión histórica que por suerte –y todavía de manera aislada y sectorial- se está presentando (y entre los cuales me incluyo como hurgador). Esa revisión es algo que nos debemos los argentinos desde hace casi un siglo. El tiempo, junto a pruebas y testimonio nos van mostrando lo falseado de ese pasado que nos inculcaron vía “educación civilizadora”.
Ahora bien, esta dicotomía no se resuelve con valoraciones descalificatorias de unos para con otros. Solo la búsqueda de la verdad histórica de manera documental y su aceptación zanjará esas diferencias aunque sea de manera relativa ya que la verdad absoluta nunca será alcanzada.  Al fin y al cabo no son muchos los descendientes de aquellos originarios que todavía se encuentran entre nosotros. En cambio la mayoría  descendemos de aquellos conquistadores. El haber tenido la suerte de ser nativo de estas tierras nos hace parte de esa bella mezcla cultural que nos obliga a reconocer aciertos y errores, grandezas y miserias humanas que exceden con creces límites territoriales. Si a las miserias se las encuentra a cada paso y en cualquier lugar de este continente como muestras de los horrores cometidos por  aquella conquista y colonización, sería de una torpeza inadmisible desconocer la grandeza de un bello y respetuoso proyecto político llevado adelante por los Jesuitas que también llegaron junto a toda aquella conquista.
Así como el escritor Joselín Cerda Rodríguez junto el artista Raúl Guzmán pusieron y  ponen en cada una de sus obras la impronta cultural de los pueblos originarios de la zona para dejar testimonio de una parte de nuestra historia que la “oficial” negó y  sigue negando ajustándose a la premisa impuesta por Sarmiento -“civilización y barbarie”-, se me ocurre pensar que no es responsabilidad del autor de esta escultura el enclave decidido para su instalación. Desde lo personal y basándome en la subjetiva interpretación de la obra que a mi entender muestra la perversa intencionalidad del conquistador, quizá el enclave adecuado debió ser la entrada de la ciudad de Pomán con Cabrera mirando ese lugar que venía a avasallar, y en la plaza central del pueblo la imagen de un cacique originario lugareño listo y desafiante, mirando y dispuesto a enfrentar  a ese invasor.
Pero esto último es pura elucubración, más que subjetiva,  del que esto escribe. No me parece justo abrir un juicio descalificador sobre la obra del Lic. Gallo  que según mi muy modesta opinión me resultó impactante por lo simbólico: La cultura del invasor pisando, aplastando la cultura de los originarios. Recién ahora sale a la luz que acá no hubo un encuentro de dos culturas; una le pasó por encima a otra a sangre y fuego. El rescate de la cultura sojuzgada es tarea nuestra para llevar un poco de paz y justicia para con los olvidados de esta tierra.                     

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