LA HORA DE LOS PUEBLOS
La Asociación Latinoamericana de Abogados Laboralistas (ALAL), en su Declaración de la Habana (octubre de 2008), alertaba sobre las consecuencias de una crisis endógena y estructural del sistema capitalista, que se viene desarrollando sin pausa desde la quiebra de Lehman Brothers.
Denunciábamos en esa oportunidad la actitud de los gobiernos de los países centrales, que corrían presurosos a salvar a los banqueros de la debacle que ellos mismos habían ayudado a causar, mientras se retornaba a la vieja receta neoliberal de descargar los efectos de las crisis sobre las espaldas de los trabajadores, convidados de piedra en las épocas de bonanza económica, pero socios imprescindibles en los momentos de zozobra.
Es demasiado ingenuo pensar que los responsables de la crisis podrán aportar soluciones para superarla. En realidad, lo justo sería que sean juzgados como criminales, por todo el dolor causado a sus pueblos. En lugar de ello han sido premiados con billones de dólares arrancados del patrimonio social, lo que prueba, una vez más, los valores perversos que nos rigen. Dos premios Nóbel de economía (Stiglitz y Akerloff) han dicho: “Tanto banqueros como políticos han gozado de plena inmunidad para sus crímenes y no se puede confiar en que serán ellos los que nos sacarán de esta situación. ¿Vamos a confiar en quienes nos metieron en este lío nos sacarán de él? Sólo nos pueden hundir más y ese es el problema. Los banqueros deben ir a la cárcel”.
También decíamos que estábamos frente a un enorme desafío y una gran oportunidad, porque la crisis, esta crisis, ponía en duda los postulados fundantes del orden social vigente, y demostraba palmariamente las falacias del discurso dominante. Pasábamos del discurso único, que pretendía colocar en la irracionalidad cualquier intento de cuestionamiento, a la imperiosa necesidad de la humanidad de replantearse los fundamentos éticos y morales de una sociedad estructuralmente injusta y desigual. Tan injusta y tan desigual, que no es aventurado decir que más que una crisis económica, lo que estamos viendo es una crisis de todo un orden social. Es una crisis moral, cultural, política y económica.
Tres años después podemos afirmar que la realidad ha superado nuestros peores presagios. Con impudicia los sectores sociales dominantes se han lanzado a un nuevo proceso de despojo a los trabajadores, de sus derechos y de sus conquistas sociales. Cuando parecía lógico esperar una profunda revisión de los pilares del sistema capitalista, nos encontramos con que se avanza por el mismo camino, con la misma lógica y con la misma irracionalidad, hacia la agudización de un modelo de explotación de los trabajadores.
Medidas de un ajuste draconiano afectan a los trabajadores de Grecia, España, Portugal e Irlanda; y la ofensiva se extiende hacia todo el planeta, siguiendo la lógica de la globalización. Las recetas y las medidas de “austeridad”, son las mismas que padecieron los trabajadores latinoamericanos durante los años 90, y que fracasaron estrepitosamente: desregulación, flexibilización, recortes salariales, el aumento del desempleo como factor de disciplinamiento social, cooptación de la dirigencia sindical, desactivación de la Seguridad Social, privatización del patrimonio social, reducción de la cobertura previsional y de salud, incremento de la “productividad” laboral sin medidas compensatorias, desprotección de los grupos sociales vulnerables, retroceso del Estado, y violencia. Mucha violencia.
El llamado Estado de Bienestar con el que el capitalismo intentó neutralizar la amenaza del comunismo, continúa siendo desmontado sin pausa por el neoliberalismo, envalentonado por el derrumbe de la experiencia soviética, y por la supuesta ausencia de un modelo alternativo.
Vivimos una coyuntura histórica paradojal y, por lo tanto, muy confusa. En el mundo hay 200 millones de desocupados, de los cuales 80 millones son jóvenes, lo que constituye un verdadero récord. Hay 1.500 millones de trabajadores vulnerables por su inestabilidad laboral, mientras 1.200 millones de seres humanos trabajan, pero sobreviven con menos de 2 dólares diarios. Son datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que le permiten decir a Juan Somavía, su Director General, que “el modelo de crecimiento se ha vuelto económicamente ineficiente, socialmente inestable, políticamente insostenible y nocivo en términos medioambientales. Ha perdido legitimidad. La gente exige, y con razón, mayor justicia en todos los aspectos de su vida. Esto sin duda es una causa de las revueltas populares en el mundo árabe y de las protestas en varios países industrializados y otras regiones” (diario Clarín, Argentina, edición del 06/06/2011, p. 20).
Somavía agrega que “a medida que la recuperación económica avanza, en muchos lados es como si la crisis jamás hubiese existido. Al aplicar las mismas políticas de antes se ignora un hecho fundamental: fueron precisamente este tipo de políticas las que por poco funden la economía mundial”.
Nosotros adicionamos que hay más de 1.000 millones de personas que, según la FAO, padecen hambre y desnutrición. Que el 39% de la población mundial no tiene agua corriente ni baño en su hogar, y que el 13% no tiene acceso a fuentes de agua limpia. Que el 50% de los habitantes del planeta no disponen de una cobertura de salud mínimamente adecuada, y que el 20% se apropia del 75% de la riqueza, mientras en la base de la pirámide social el 40% sólo posee el 5% de esa riqueza.
La aparente paradoja de esta coyuntura histórica es que la propuesta de las elites gobernantes sea profundizar este modelo social, aplicando las mismas recetas que provocaron una devastación social en América Latina en los 80 y 90, como lo reconoce expresamente Somavía.
En realidad, el actual proceso histórico no es otra cosa que la cabal demostración del agotamiento del paradigma neoliberal. Es sólo el viejo orden social que se resiste al cambio, pese a su incapacidad para dar respuestas a las necesidades de la humanidad y a la evolución de su conciencia social. Sus viejos o nuevos ropajes no alcanzan a disimular su claro anacronismo.
Hay un nuevo paradigma que está en plena gestión. Hay algo aún sin forma ni nombre, que está impregnando el ambiente social, pasándole por encima a dirigencias y estructuras caducas y corruptas, y que rechaza el realismo cínico y maquiavélico que invita a la resignación y a no hacer nada, o a medidas gatopardistas que proponen que algo cambie para que todo siga igual.
No sólo no estamos ante “el fin de la historia”, sino que la humanidad avanza decididamente hacia un nuevo paradigma social, que pretende dar respuestas a incógnitas no resueltas por el neoliberalismo. Pero la etapa histórica que nos toca vivir es la de la colisión de ambos paradigmas, plagada por lo tanto de confusión y perplejidad y, fundamentalmente, muy violenta. Los intereses asociados al viejo orden social luchan desesperados para no perder sus prebendas y privilegios. Pero, como bien se ha dicho, la parte más oscura de la noche es la que precede al amanecer.
Por todo ello, quienes integramos la ALAL, lejos de entregarnos al desánimo o a la desilusión, apostamos a la consolidación del nuevo paradigma y, desde nuestro saber (abogados laboralistas) y desde nuestro lugar (Latinoamérica), estamos proponiendo al movimiento obrero y a los gobiernos de la región, un nuevo modelo de relaciones laborales, diferente y opuesto al que pretende consolidar el neoliberalismo. Ello en el marco de un auténtico proceso de integración latinoamericana, que lleve a la construcción de la Patria Grande con la que soñaron los héroes de nuestra Independencia.
Un modelo de relaciones laborales de cara al siglo XXI, que es el siglo de los derechos humanos, apoyado en principios y valores diferentes y opuestos al modelo vigente en la mayoría de nuestros países. A una visión puramente economicista del mundo del trabajo, le oponemos un sistema en el que el ser humano ocupa el centro del escenario. El trabajo deja de ser sólo factor de producción y objeto del mercado laboral, para convertirse en la actividad productiva y creadora del individuo, en la que la persona que la realiza se compromete íntegramente: física, mental y espiritualmente. Por tal motivo, en el contrato de trabajo la actividad humana prometida es inseparable de la persona que la realiza. Bien se ha dicho que lo que se hace y el que lo hace, son indivisibles.
Pensar así, nos lleva como de la mano a sostener que en el trabajo en relación de dependencia está en juego la dignidad que es inherente a la persona que lo realiza. Y de ahí a redimensionar los conceptos de empresa y de trabajador, hay un solo paso.
En el nuevo paradigma de relaciones laborales que propone la ALAL, la empresa deja de ser esa estructura autocrática que se identifica con el titular de los medios de producción, y en la que uno manda y los demás obedecen, para ser vista como un espacio de relaciones laborales democráticas y participativas. El trabajador ya no es un simple engranaje, fácilmente reemplazable, de una maquinaria manejada desde arriba por manos cuyo dueño desconoce. Deja de ser un sujeto dócil y sumiso, sin voluntad propia, para convertirse en un individuo activo y participativo, que se involucra en todas las decisiones que hacen a la vida de la empresa.
Si el trabajador se involucra y compromete íntegramente en el contrato laboral, entonces resulta inadmisible un modelo de relaciones laborales que pretende que deje sus derechos como individuo y como ciudadano, en la puerta de la fábrica. Por el contrario, el hecho de insertarse en una relación de poder, que lo hace más vulnerable, obliga a reafirmar la plena vigencia de los derechos humanos que le son inherentes. Ciudadano en la sociedad y ciudadano en la empresa.
En este nuevo paradigma laboral, al individuo con una inserción precaria en la empresa se le contrapone la idea de una efectiva estabilidad laboral, concebida como la madre de todos los derechos. El derecho de todo individuo a tener un proyecto de vida, o sea a pensar el futuro desde un piso firme, es inconcebible en un marco laboral inestable.
En nuestro modelo, la remuneración del trabajador ya no es el precio del trabajo humano, fijado por el mercado y sin garantías de su efectiva percepción. El salario es, fundamentalmente, el medio de subsistencia de la persona que trabaja en relación de dependencia, y de su familia. Y si está vinculado con la subsistencia, entonces está directamente relacionado con el derecho a la vida, que es el primer derecho humano. Un derecho de tal jerarquía debe estar rodeado de todas las garantías posibles, entre ellas la solidaridad de todos los que en la cadena productiva se benefician o aprovechan con el trabajo ajeno, y la existencia de fondos que cubran eventuales insolvencias.
En este mismo orden de ideas, la protección de la vida y la salud del trabajador debe ser un tema central en el nuevo paradigma. Siendo su único patrimonio y fuente de los ingresos económicos que permite su subsistencia, este derecho humano no puede medirse en función de pautas económicas o costos laborales.
Para garantizar la plena efectividad de todos los derechos individuales, la vigencia irrestricta de la libertad y de la democracia sindical es condición indispensable. Para ello es fundamental y prioritario poner punto final a los despidos, persecución, represión y asesinatos de los dirigentes sociales y sindicales, que no se entienden sino en un marco de fuerte complicidad del Estado, a lo que se suma la actividad, como mínimo complaciente, de los organismos internacionales, que prefieren mirar para otro lado.
No practican la libertad y la democracia sindical, aquellos gobiernos latinoamericanos que reprimen a los auténticos representantes de los trabajadores, que desactivan sus sindicatos, que desconocen el derecho de huelga con reglamentaciones inadmisiblemente restrictivas, y que cuentan con la complicidad de sindicatos blancos o amarillos y de burócratas sindicales corruptos.
Como se advierte, ante esta nueva ofensiva que el neoliberalismo ha lanzado contra los derechos de los trabajadores, la ALAL propone doblar la apuesta y, en lugar de volver a las trincheras defensivas, dejar de decir sólo lo que no queremos y pasar a diseñar un modelo de sociedad diferente, comenzando por reformular las relaciones laborales a partir de valores y principios diferentes, en un proceso de auténtica integración latinoamericana. Pero una crisis global del sistema capitalista y una nueva ofensiva contra los derechos de los trabajadores, a escala planetaria, obliga a pensar en respuestas a ese mismo nivel. Por ello el movimiento sindical mundial debe retornar al internacionalismo que predicaba en sus orígenes, pero de manera efectiva. Se tienen que abandonar las prácticas sindicales meramente declarativas y los devaneos revolucionarios de papel, para pasar a liderar las luchas sociales por la construcción de una sociedad más justa.
La ALAL, pone a disposición de los trabajadores la propuesta de un nuevo sistema de relaciones laborales, para que sea analizada y debatida por ellos, pues solamente con su unidad, conciencia y fuerza se podrá hacer realidad, como se ha demostrado históricamente. Están frente a una gran oportunidad, porque los recientes acontecimientos en Estados Unidos (Wisconsin), el mundo árabe y en Europa, permiten pensar que está muy cerca
LA HORA DE LOS PUEBLOS
Latinoamérica, junio de 2011.
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