MEMORIA DE MARCELO SARRAILH
SE NOS FUE UN AMIGO
“Se nos fue un amigo” me dijo el Turco por teléfono el pasado jueves 23. Y le respondí enseguida: “Murió Marcelo”. Sí, se nos fue un amigo. Sabíamos que las varias veces postergada operación era difícil y podía complicarse.
Enseguida se agolparon las distintas imágenes, fotos mentales que la memoria fue guardando desde mis primeros años de filosofía, apenas llegué al Seminario Mayor de Córdoba. Marcelo vivía en las habitaciones de abajo y cursaba las últimas materias de los estudios eclesiásticos.
Entre los seminaristas se comentaba en aquella época de entusiasta renovación conciliar unida al fuerte compromiso con los pobres, el polo de atracción que ejercía aquel gran profeta italo-latinoamericano Arturo Paoli, el hermanito de Jesús, desde su casa de Fortín Olmos, en el corazón de la cuña boscosa del norte santafesino. Aquel foco de espiritualidad revolucionaria encarnada entre los hacheros de los quebrachales ya era mirado entonces con malos ojos por la dictadura de Onganía, que varias veces le cayó encima. Allí fue Marcelo, como varios otros amigos, a hacer su experiencia de convivencia evangélica. Fue así consolidando la opción por los pobres que lo alimentó para consagrar su vida en el sacerdocio, fiel hasta el final, hasta el paso pascual de hace pocos días.
Fue designado en la Parroquia del Pilar, donde el movimiento de jóvenes del párroco Qüinto Cargnelutti, iba creciendo desde su fe irradiada en lo social y lo político. Su encuentro con los jóvenes reafirmó las opciones de compromiso de aquellos años. Creyó, como decía Mons. Angelelli, que los pobres y los jóvenes eran los profetas de la sociedad. Los campamentos en el refugio de Los Gigantes y otros lugares de las sierras, donde serán sembradas sus cenizas, fortalecieron sus energías y dinamismo histórico con la transformación social que reclamaban las realidades de injusticias de los empobrecidos por la opresión.
Pero nunca abandonó su bajo perfil. No era un figurón; y aborrecía la exhibición mediática que colocaba primero al mensajero tapando las fotos de la miseria de los pobres, que eran elocuentes en si mismas para la denuncia profética de las injusticias sociales.
Cuando salí de la cárcel y me sumé a las movilizaciones en reclamo por las violaciones a los derechos humanos, lamenté la ausencia de referentes cristianos en las calles que clamaban verdad y justicia. Sobresalía el cura Nasser en la CONADEP y el P. Felipe Moyano Funes en la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos); pero no eran de acompañar el recorrido por las calles de aquellas primeras Madres de Plaza de Mayo y Familiares en Córdoba. Por eso cuando lo ví a Marcelo, como uno más del montón, le sugerí ubicarse en las primeras filas. Rehusó. No quiso. “Prefiero ser como el fermento en la masa”, argumentó. Y estuvo en todas. Cada 24 de marzo. Cada 10 de diciembre.
Imperceptible; pero imprescindible para fortalecer el camino. Así lo sentimos quienes lo conocimos. Traía consigo la experiencia de su larga estadía en Chile, contra la dictadura de Pinochet. Y la compartió con nosotros en la primera nota que escribió para la revista Tiempo Latinoamericano.
Desde sus lugares pastorales: Primero Los Plátanos y después Villa Azalais, acompañó nuestro crecimiento, que pretendía extender la memoria de nuestro gran obispo mártir Enrique Angelelli. Marcelo presidió la concelebración de la misa cuando organizamos los primeros homenajes en la Iglesia Santo Domingo. Aquí mismo, en esta parroquia, sembró la semilla de Angelelli; y desde entonces tenemos a Valdemar, el Turco, a quien entusiasmó para incorporarse a Tiempo Latinoamericano.
En la intimidad lo apodamos “El Pitufo”. Una referencia cariñosa a esa apariencia un tanto protestona, refunfuñando a veces, demasiado seria, que ocultaba su chispa caústica y su comentario punzante revelador de convicciones muy profundas e intransigentes ante la hipocresía, el doble discurso….como era para él hablar de los pobres sin abandonar la vida bacana.
Tuvo conflictos con la institución en la que se mantuvo hasta el final consagrando su vocación de servicio al Evangelio y a los pobres, como había aprendido de Angelelli desde los años de seminario, cuando fue su rector. Y se mantuvo fiel, trascendiendo las mezquindades de jerarquías incomprensivas e intolerantes que menospreciaron su entrega generosa. ¡Ojalá los sacerdotes más jóvenes pudieran contagiarse de su ejemplo en la fidelidad, más allá de las adversidades e incomprensiones que sufrió! Aceptó la marginación que se le hizo, asumiendo el dolor de aquella incomprensión a la tozudez de su opción por los pobres. Parecía ser que la opción debía hacerse entre la institución eclesiástica y los pobres. Falsa antinomia negadora de la enseñanza evangélica que coloca a los pobres en el centro de las preocupaciones pastorales. El lugar que le negó la institución lo encontró en los ámbitos donde él había sembrado su ejemplo y su testimonio de fe comprometida. Por eso lo tuvimos en nuestros encuentros fraternales de los martes en la Casa Mons. Angelelli de Tiempo Latinoamericano. Por eso compartió sus reflexiones pascuales publicadas en nuestra revista, y también algunos vinos que amenizaban nuestras conversaciones sobre la realidad eclesial, social y política. Por eso también acompañó todos los años, cada 4 de agosto, la peregrinación a Punta de Los Llanos para celebrar en tierra riojana el martirio de nuestro querido Pelado, obispo asesinado y negado por sus pares.
Después marchó al interior y sus familiares le dieron cobijo cuando los años le reclamaron algo de cuidado a su salud, que empezó a deteriorarse. Pero no dejó de hacer sus largos viajes. A Buenos Aires para participar de los encuentros de los Curas en la Opción por los Pobres, como único de Córdoba que se sumó a ese grupo. Y a Córdoba para integrarse al Consejo Editorial de nuestra Revista, aprovechando la venida para renovar el encuentro con los viejos amigos.
Marcelo, con su bicicleta y con su boina, perteneció a esa generación de sacerdotes que como el Cura Vasco colocaron en primer lugar a los pobres. De esos que quedan pocos; pero deberán multiplicarse si es cierto que el Dios de la Biblia es el Dios de la vida. Esa vida en abundancia, del evangelio de San Juan, que les sigue negada a los más pobres, los predilectos de Jesús. Ese es el desafío. Allí germinará la semilla. Esa será su resurrección. Marcelo vive en el corazón de los que aman a los pobres. ¡Aleluia! ¡Aleluia! ¡Aleluia!
Córdoba, 24 de mayo de 2013
Luis Miguel Baronetto
Leído en la Misa, el 25 de mayo en la Parroquia Preciosísima Sangre. Villa Azalais, Córdoba.
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