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Juan Francisco Coloane
Derrocar el gobierno sirio y liquidar su estado es la operación
terrorista internacional de mayor envergadura desde el atentado a las
torres gemelas el 11 de septiembre de 2001.
De llegar al objetivo se estaría legitimando una combinación
armada en donde el terrorismo tiene papel protagónico y así se estaría
sentando un precedente único. Naciones Unidas ha tenido una
responsabilidad mayor al no haber detenido a tiempo ese alto influjo de
terroristas en suelo sirio proveniente de países prominentes que forman
el organismo.
La operación tiene el sello neoconservador y la situación describe bien el actual escenario internacional de una transición compleja. Desde el ocaso del mundo bipolar rígido, observamos la construcción de una multipolaridad con rasgos indefinidos y el nuevo orden mundial con un sistema de equilibrios se ve cada vez más esquivo. La supremacía como doctrina prevalece encarnada en las nuevas y antiguas potencias. El ímpetu por la supremacía tiene un ejemplo paradigmático en la invasión de Estados Unidos e Irak en 2003 sin la aprobación de Naciones Unidas. Esta invasión fue la principal expresión del ideologismo neoconservador en la política mundial. Se podía invadir un país antagónico, hacerlo trizas, el mundo no se venía abajo y se generaba un proceso político nuevo.
Las coordenadas de la globalización estimulan conductas expansivas a través de la concentración del poder económico y bélico y en Irak 2003 quedó demostrado: Los 27 países de la coalición invasora experimentaron en algún grado el rol de potencia. La coalición de países empeñada en derrocar al gobierno Sirio, encarnan esa necesidad de ejercer supremacía para aplastar a otro estado. Esto es completamente antagónico a la Carta de la Naciones Unidas y es una violación al derecho internacional, dos materias a la cuales el neoconservadurismo se opone firmemente. En el sustrato ideológico la ONU no sirve y el derecho internacional es una cortesía.
El multilateralismo post Guerra Fría se ha visto sobrepasado por el ideologismo neoconservador que ha ocupado un rol protagónico en la política internacional en las últimas tres décadas. A partir de las intervenciones militares en Afganistán, Irak, Libia y la actual agresión a Siria, los fundamentos políticos más extremistas del neoconservadurismo se han posicionado a nivel global y expresan en toda su magnitud una ambición por la supremacía ideológica.
Esta guerra inventada para derrocar el gobierno en Siria con el expediente que fuere, usando terroristas, mercenarios, insurgentes sirios, operativos de infiltración, imposturas, mentiras, engaños, bloqueo económico y comunicacional, es fiel expresión de ese neoconservadurismo que viene funcionando en tándem con el sionismo para desestabilizar una zona clave como son los estados en el mundo Árabe e Islámico.
Durante la gran confrontación en el mundo bipolar que compartían Estados Unidos y la Unión Soviética entre 1945 y 1990, los ejes principales de la preocupación internacional consistían en paz, supremacía y poderío nuclear. Se le encapsuló en un rótulo que hizo y hace todavía historia: guerra fría. Es una guerra especial que suponía ser poco letal y a la cual se le decretó una falsa defunción porque su espíritu no solo está incólume, el arsenal disponible es cada vez más sofisticado.
Con todo, después del desplome soviético el panorama descrito cambió sustancialmente. El “polo vencedor”, (hablar de vencedores y vencidos en 2013 es inconducente) propuso que el centro de la preocupación internacional consistiría en libertad, democracia y mercado. No era el equivalente a los tres sustitutos de lo anterior, sin embargo explicaban el nuevo mundo que se avecinaba. No había el peligro de la destrucción nuclear, la paz se concebía como sin amenazas, y no había disputa por la supremacía global. Se trataba ahora de expandir libertad, democracia y mercados.
Se inaugura el mundo de Hansel y Gretel que “Tras la muerte de la bruja, los niños toman de la casa perlas y piedras preciosas y parten a reencontrarse con su familia. Su vida de miseria había terminado. Desde ese día no sufrieron más hambre y todos vivieron juntos y felices para siempre”. El cuadro es muy diferente. Si la estructura de poder multinacional llamada Naciones Unidas se visualizara como una nación, sería el país con menos soberanía y sobre cuyos derechos y obligaciones se han cometido aberrantes violaciones a principios fundacionales.
El multilateralismo, especialmente aquel representado por Naciones Unidas tiene en la contingencia de Siria un test clave para su futura legitimidad. De no encontrar una solución política sustentable, la crisis de inestabilidad en la región vista con amplitud, podría durar más de 20 años. En la medida de que el organismo no asuma un liderazgo que represente efectivamente a un amplio sector de naciones con posturas diversas, la gestión fallida significará un retroceso aún mayor que el infringido por la invasión a Irak en 2003.
Hasta el momento ese liderazgo se ha reducido a la dinámica ideológica del Consejo de Seguridad y a los cinco países con poder para vetar. Es allí donde se ha programado y cuyo resultado es lo que vemos. El estado Sirio está en su derecho de protegerse de la agresión externa, ha hecho todo lo posible en contener un “modelo” nuevo de intervención vía terrorismo y ahora le toca el turno al organismo fabricado para construir paz y soluciones políticas y que hasta ahora no lo ha logrado.
La ideología neoconservadora (en Estados Unidos), de la cual el presidente Barack Obama no ha podido librarse, consiste en impedir que surja un poder que antagonice a Estados Unidos en lugares considerados como estratégicos. De manera más generalizada, se trata de que ningún poder le haga frente, como fue el caso de la Unión Soviética. Siria se atrevió a oponerse y ha remecido el escenario político mundial y el ímpetu neoconservador. Le toca el turno al multilateralismo para desprenderse de los efectos de la ola neoconservadora de las últimas tres décadas o más.
La operación tiene el sello neoconservador y la situación describe bien el actual escenario internacional de una transición compleja. Desde el ocaso del mundo bipolar rígido, observamos la construcción de una multipolaridad con rasgos indefinidos y el nuevo orden mundial con un sistema de equilibrios se ve cada vez más esquivo. La supremacía como doctrina prevalece encarnada en las nuevas y antiguas potencias. El ímpetu por la supremacía tiene un ejemplo paradigmático en la invasión de Estados Unidos e Irak en 2003 sin la aprobación de Naciones Unidas. Esta invasión fue la principal expresión del ideologismo neoconservador en la política mundial. Se podía invadir un país antagónico, hacerlo trizas, el mundo no se venía abajo y se generaba un proceso político nuevo.
Las coordenadas de la globalización estimulan conductas expansivas a través de la concentración del poder económico y bélico y en Irak 2003 quedó demostrado: Los 27 países de la coalición invasora experimentaron en algún grado el rol de potencia. La coalición de países empeñada en derrocar al gobierno Sirio, encarnan esa necesidad de ejercer supremacía para aplastar a otro estado. Esto es completamente antagónico a la Carta de la Naciones Unidas y es una violación al derecho internacional, dos materias a la cuales el neoconservadurismo se opone firmemente. En el sustrato ideológico la ONU no sirve y el derecho internacional es una cortesía.
El multilateralismo post Guerra Fría se ha visto sobrepasado por el ideologismo neoconservador que ha ocupado un rol protagónico en la política internacional en las últimas tres décadas. A partir de las intervenciones militares en Afganistán, Irak, Libia y la actual agresión a Siria, los fundamentos políticos más extremistas del neoconservadurismo se han posicionado a nivel global y expresan en toda su magnitud una ambición por la supremacía ideológica.
Esta guerra inventada para derrocar el gobierno en Siria con el expediente que fuere, usando terroristas, mercenarios, insurgentes sirios, operativos de infiltración, imposturas, mentiras, engaños, bloqueo económico y comunicacional, es fiel expresión de ese neoconservadurismo que viene funcionando en tándem con el sionismo para desestabilizar una zona clave como son los estados en el mundo Árabe e Islámico.
Durante la gran confrontación en el mundo bipolar que compartían Estados Unidos y la Unión Soviética entre 1945 y 1990, los ejes principales de la preocupación internacional consistían en paz, supremacía y poderío nuclear. Se le encapsuló en un rótulo que hizo y hace todavía historia: guerra fría. Es una guerra especial que suponía ser poco letal y a la cual se le decretó una falsa defunción porque su espíritu no solo está incólume, el arsenal disponible es cada vez más sofisticado.
Con todo, después del desplome soviético el panorama descrito cambió sustancialmente. El “polo vencedor”, (hablar de vencedores y vencidos en 2013 es inconducente) propuso que el centro de la preocupación internacional consistiría en libertad, democracia y mercado. No era el equivalente a los tres sustitutos de lo anterior, sin embargo explicaban el nuevo mundo que se avecinaba. No había el peligro de la destrucción nuclear, la paz se concebía como sin amenazas, y no había disputa por la supremacía global. Se trataba ahora de expandir libertad, democracia y mercados.
Se inaugura el mundo de Hansel y Gretel que “Tras la muerte de la bruja, los niños toman de la casa perlas y piedras preciosas y parten a reencontrarse con su familia. Su vida de miseria había terminado. Desde ese día no sufrieron más hambre y todos vivieron juntos y felices para siempre”. El cuadro es muy diferente. Si la estructura de poder multinacional llamada Naciones Unidas se visualizara como una nación, sería el país con menos soberanía y sobre cuyos derechos y obligaciones se han cometido aberrantes violaciones a principios fundacionales.
El multilateralismo, especialmente aquel representado por Naciones Unidas tiene en la contingencia de Siria un test clave para su futura legitimidad. De no encontrar una solución política sustentable, la crisis de inestabilidad en la región vista con amplitud, podría durar más de 20 años. En la medida de que el organismo no asuma un liderazgo que represente efectivamente a un amplio sector de naciones con posturas diversas, la gestión fallida significará un retroceso aún mayor que el infringido por la invasión a Irak en 2003.
Hasta el momento ese liderazgo se ha reducido a la dinámica ideológica del Consejo de Seguridad y a los cinco países con poder para vetar. Es allí donde se ha programado y cuyo resultado es lo que vemos. El estado Sirio está en su derecho de protegerse de la agresión externa, ha hecho todo lo posible en contener un “modelo” nuevo de intervención vía terrorismo y ahora le toca el turno al organismo fabricado para construir paz y soluciones políticas y que hasta ahora no lo ha logrado.
La ideología neoconservadora (en Estados Unidos), de la cual el presidente Barack Obama no ha podido librarse, consiste en impedir que surja un poder que antagonice a Estados Unidos en lugares considerados como estratégicos. De manera más generalizada, se trata de que ningún poder le haga frente, como fue el caso de la Unión Soviética. Siria se atrevió a oponerse y ha remecido el escenario político mundial y el ímpetu neoconservador. Le toca el turno al multilateralismo para desprenderse de los efectos de la ola neoconservadora de las últimas tres décadas o más.
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