10 de agosto de 2018
Imagen: Télam
“... se proceda al traslado directo de la Sra. Milagro Sala hacia el Complejo Penitenciario Federal III, perteneciente al SPF ubicado en ... provincia de Salta”
Martes 7 de agosto. Noche. Finalizada la audiencia en la nueva farsa judicial a la que está sometida Milagro Sala junto con decenas de integrantes de la Organización Barrial Tupac Amaru, ordena el “juez” Pablo Pullén Llermanos –ejecutor judicial de la persecución que Gerardo Morales y todo su gobierno perpetran contra Milagro– que la trasladen de inmediato. Cientos de kilómetros en soledad. Soledad: las fuerzas represivas no son compañía, son multiplicadoras de soledad. Cientos de kilómetros recorridos en la oscuridad, sin certeza del destino. Así fue el “traslado” de Milagro.
Sin explicación. Sin justificar, ni siquiera para conservar las formas ante las instancias internacionales que vienen condenando el encarcelamiento de Milagro Sala. Solo la voluntad de Morales que impera en Jujuy desde diciembre de 2015. El mismo día en que “aparece” otra tanda de “cuadernos”. Los cuadernos, que se ha transformado en el privilegiado instrumento para falsificar acusaciones. Armas modernísimas las fotocopias. El mismo día en que un arrepentido de 2016 se arrepintió de su arrepentimiento y en la audiencia demolió las falsedades que suscribió años atrás. Lo encarcelaron por “falso testimonio”. ¿Será que aquella primera declaración no salió de su boca sino de la pluma de los escribas de Morales, que él firmó sin leer, y que tampoco leyó antes de la audiencia de ayer, y entonces ahora dijo la verdad?
Traslado.
Noche de traslado.
Ser subido a un vehículo oscuro. Violencia, silencio, soledad. Sin por qué ni para qué.
Un recorrido más corto o más largo ¿Quién sabe cuál será el punto de llegada?
Desde marzo del 76 “traslado” pasó a tener otro significado que el del diccionario.
“Traslado”. Uno de los nombres con que la dictadura nombró el desemboque del crimen de la desaparición.
“Miércoles, a veces los jueves. El silencio de la Capucha más silencio. Solo la voz del Pedro. Sonaban las cadenas del nombrado, los pasos del verde sacándolo de la cucha, la puerta del tercer piso –clanc, clanc– 10, 20, ¿30 veces? ‘Traslado’ a un campo de recuperación en el sur...”. Escribí “El ritual de los miércoles” en marzo de 1995, cuando el genocida Scilingo comenzó su raid para hacer públicos algunos de los crímenes de la dictadura en busca de más impunidad, no para reclamar justicia.
Anoche, cuando oí la noticia del “traslado” de Milagro, hice dos recorridos paralelos.
Cientos de kilómetros desde un tribunal de injusticia de Jujuy, ¿hacia dónde? En un vehículo oscuro, en una noche oscura, sola, sin porqué ni para qué, sin saber si llegaría a ese supuesto destino fijado por Pullén Llermanos.
Pocos pasos desde la cucha hasta la puerta del tercer piso en el Casino de Oficiales. Bajar al sótano; subir los escalones que precedían a “la puerta de los traslados”. El empujón hasta la oscura caja del camión que cerraban con lona. ¿El destino? “Un campo de recuperación en el sur” al que nunca se llegaba.
Esos recorridos me atravesaron, me atraviesan, aunque no haya hecho ninguno de los dos.
No fui del tribunal de injusticia de Jujuy al penal de Salta. Estoy acá.
No fui sacada de Capucha, ni subida a un camión estacionado en el playón de la Esma y llevada hasta el destino final decretado por los genocidas. Estoy viva.
Pero estos recorridos me atraviesan. Atraviesan mi cuerpo y mi memoria. No puedo dejar de asociarlos, aunque no sean lo mismo.
“Traslado”, eufemismo para esconder el asesinato dictatorial tras el interminable goteo de horas, días, semanas, meses, de secuestro y desaparición en el campo de concentración, tortura y exterminio que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada.
“Traslado”, eufemismo que usa un sicario de Morales para prolongar una tortura que lleva ya casi mil días con sus noches. Tiene los mismos objetivos que la de la dictadura: quebrarla, destruir su humanidad para torturarla más. Si no la quiebran, llevarla a la muerte. No solo a Milagro. Se trata de matar la semilla sembrada en Jujuy que floreció en organización, en participación, en asunción de derechos por parte de los pobres, los indios, los negros, los que la “sociedad blanca” de Jujuy solo toleraba para servirse de ellos.
Alguien dirá: “¿no estás exagerando?, vivimos en democracia”. Me adelanto a responder: no exagero. Vivimos bajo un gobierno constitucional, no democrático. El estado de excepción que rápidamente Morales impuso en Jujuy se ha extendido a todo el país. La diferencia entre la dictadura y esto que vivimos hoy es que la primera se impuso por las armas, Macri llegó por los votos. Pero hay otra diferencia, a nuestro favor: hoy tenemos muchas más herramientas de lucha, de participación y organización en nuestras manos. Y las estamos utilizando. La “marea verde” lo certifica.
Una vez más Milagro, en ese momento extremo en que la suben al oscuro camión, nos brinda su resistencia. Ella grita “¡Abajo Morales, abajo Macri, abajo la represión, abajo las fuerzas armadas!”.
Una vez más apelo al poema escrito en 1988 por el compañero Arturo Chacho Vázquez en el que solo inserto el nombre de Milagro, para interpelar, para interpelarnos:
¿Quién se da por vencido? ¿Quién no da más?/¿Quién escucha y se guarda para tiempos mejores?/¿Quién se conforma con su pedacito de libertad al fiado?/Hermanos: no aflojemos. Miremos a Milagro./Milagro Sala no se baja de sus sueños./Fíjense: apuesta al pueblo. A nosotros apuesta./A nosotros apuesta. ¿Está claro?
* Sobreviviente del CCDTyE ESMA.
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