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martes, 5 de noviembre de 2019

Tinkunaco 1.698/19 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Boletín diario del Portal Libertario OACA

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  • [Vídeo] Memoria contra la religión: Jean Meslier, un "padre" para el ateísmo
  • [Viñeta] Ni elecciones sindicales ni políticas
  • Liberar el presente. El anarquismo «pragmático» de Colin Ward
  • La verdadera Barcelona en llamas
  • [Poema] Camino a la irreverencia
  • [Cómic] Franquicias FRANCOLÍN
  • Cine e ideología: Las distopías ante el fin del mundo capitalista
Posted: 04 Nov 2019 10:52 AM PST
Hay quien ha definido al cura Meslier como el padre del ateísmo. En cualquier caso, con seguridad que fue un tipo especial con una obra tremendamente original y muy reivindicable. Poco después de su muerte, fue encontrado un manuscrito dirigido a sus antiguos feligreses, en el cual hacía gala de un materialismo y un ateísmo radicales. Esta voluminosa obra fue empezada cuando Meslier contaba ya 60 años, escrita pacientemente y con gran esfuerzo por las noches y a la luz de las velas, de la cual acabaría haciendo dos copias, también en las mismas condiciones. Dos o tres años después de acabar el libro, Meslier fallece y fue su sucesor en la parroquia de Étrepigny el que encuentra el manuscrito junto un par de cartas. En la primera de ellas, dirigida a su sucesor, le ruega que sea benévolo con la obra que ha legado a la posteridad. La otra carta, algo más extensa, tiene como destinatario al cura de la parroquia vecina, al cual pide que no pierda su obra y que sirva para enseñar a las personas a las que ellos como sacerdotes suelen dirigirse. Muy pronto, se suceden los rumores provocados por aquellas primeras personas que leen la obra, y a pesar del escándalo provocado, la obra se mantiene y acaba siendo distribuida poco a poco por todo el mundo. La propia historia de la difusión de la Memoria de Meslier es ya de por sí peculiar, ya que acaba cayendo en manos de Voltaire, el cual la resume y publica para darla a conocer. Sin embargo, la síntesis que realiza Voltaire es digna de reprobación, ya que desaparece la hondura de la obra, permaneciendo solo su parte atea y anticlerical, y eliminando toda referencia al materialismo y al igualitarismo. Hay que comprender que la feroz diatriba que Meslier lanza contra la religión resulta incompleta sin la crítica hacia la injusticia y la desigualdad.
https://www.youtube.com/watch?v=tGEMzFdiDQM
Capi Vidal

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Posted: 04 Nov 2019 10:45 AM PST
¿Vas a dejar que te engañen otra vez?
¡¡¡A CASCARLA!!!

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Posted: 04 Nov 2019 10:40 AM PST
« (…) siempre coexiste una sociedad anarquista (una sociedad que se organiza a sí misma sin autoridad) como una semilla bajo la nieve, enterrada bajo el peso del Estado y su burocracia, el capitalismo y su derroche, los privilegios y sus injusticias, el nacionalismo y sus lealtades suicidas, las diferencias religiosas y su separatismo supersticioso» (p. 41).
Si se mira la sociedad humana desde un punto de vista anarquista, «se descubre que las alternativas ya están ahí, en los intersticios de la estructura del poder dominante. Si se quiere construir una sociedad libre, todas las piezas se hallan al alcance de la mano» (p. 45).
Compré este libro [1] hace muchos años cuando salió editado por Tusquets en 1982, entonces apareció publicado con otro título, Esa anarquía nuestra de cada día, que poco tenía que ver con el original, Anarchy in action, respetado ahora, añadiendo un subtítulo. El libro fue publicado en 1973 y en España fue traducido en 1982.
No lo leí en su momento, se quedó en mi biblioteca a la espera de otro momento que ha llegado ahora, ya lo tenía seleccionado para leerlo en la edición de Tusquets cuando en una librería vi esta edición. Pensando que era otro lo compré con dudas y cuando llegué a casa comprobé que era el mismo, por supuesto lo he leído en la nueva edición pero pienso conservar ambas.
He explicado esta circunstancia personal, entre otras cosas porque es importante saber que Ward habla desde 1973 con la actualización realizada en 1982, es decir, hace alrededor de 45 años o casi cuarenta si tenemos en cuenta la edición en español. Pese a la distancia en años, su libro es muy actual, quizás más actual que nunca. Digo esto porque su anarquismo «pragmático» no ha sido bien visto por otras corrientes anarquistas. Quizás esta razón explique que su obra haya sido muy poco traducida al español.
¿En qué consiste su anarquismo «pragmático» muy asociado a Piotr Kropotkin? (echo mano del prólogo del editor, de la Introducción de Stuart White y de la del propio autor). Este anarquismo se nutre de tres ideas básicas (p. 17): el pluralismo, el anarquismo como parte integrante del presente y la preocupación por la resolución de problemas.
Sobre el pluralismo, entiende la anarquía como un espacio social en el que predominan las técnicas mutualistas y de cooperación autogestionada para responder a las necesidades y solventar los problemas de la sociedad en el presente. En ese espacio se puede entrar y salir libremente pero quien entra sabe que las personas se relacionan como iguales y trabajan cooperando para solucionar problemas. El sentido del anarquismo sería impulsar a la sociedad hacia una mayor anarquía en el mundo real, es decir, hacer más anarquistas las sociedades actuales para que las vidas mejoren aquí y ahora.
La anarquía en el presente pretende alejarse de la especulación sobre una sociedad futura para enraizarse en la vida cotidiana demostrando que las formas de autoorganización y de la iniciativa propia son más apropiadas, que las estatales y las del mercado, para afrontar los problemas y las necesidades.
Los planteamientos anarquistas pueden resolver problemas a través de modelos de solución de apoyo mutuo y de cooperativas autodeterminadas, en muchos campos, a Ward le interesa explorar estas posibilidades en la educación, la vivienda, el trabajo, el empleo, el bienestar social o la delincuencia.
Por tanto, Ward rechaza centrarse y debatir sobre objetivos infinitamente distantes (como puede ser una posible revolución total anarquista), es una buena manera de despegarse del presente y de refugiarse en un utopismo pasivo que no conduce a nada, para él es un engaño. El anarquismo debe partir de lo existente, del presente (habla, de hecho, de «liberar» el presente), por encima del rechazo total de la sociedad existente o de la prefiguración de una sociedad ideal.
Exige la centralidad del presente liberándolo del Estado y de los medios de comunicación, revalorizando lo mejor que puede haber en él: el apoyo mutuo, la solidaridad, la cooperación, el libre acuerdo, las derrotas a las actitudes dominantes y autoritarias, etc. Y es que para Ward el anarquismo es esencialmente una teoría de la organización que consiste en reafirmar al individuo y a la comunidad optando siempre por soluciones libertarias frente a las soluciones autoritarias.
Ward muestra su convicción, en la que coincide David Graeber y otras/otros anarquistas, de la preexistencia desde siempre de una sociedad anárquica, que se organiza sin autoridad y en la que la acción directa tiene un papel importante. Allí donde a lo largo del tiempo aparece una forma de actuación autónoma, antiautoritaria, solidaria, cooperativa, contraria a la dominación, etc, está la «semilla» anarquista, sean sociedades llamadas primitivas, capitalistas o socialistas. Esa es la única posibilidad de destruir al Estado y otras formas de organización autoritaria, comportándonos de otra manera, no siendo seres dependientes, consumidores, ovejas que se dejan llevar por la publicidad y los medios de comunicación. Solo si las personas rechazan ser gobernadas, adhiriéndose a los mismos valores que sus gobernantes (principio de autoridad, jerarquía y poder), se podrá destruir al Estado.
Partiendo de estas bases el libro está formado por catorce capítulos que repasan múltiples aspectos reales a partir de los cuales se puede ampliar el espacio de la anarquía: el Estado, el liderazgo, la federación, la vivienda, las familias, la educación, el juego, el estado del bienestar y otros aspectos.
[1] Colin Ward (2013): Anarquía en acción. La práctica de la libertad. Madrid, Enclave de Libros. Esta reflexión está basada en este libro.

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Posted: 04 Nov 2019 10:31 AM PST
Se han escrito, pensado y dicho tantas mentiras sobre los disturbios de Barcelona, que si llegaran a materializarse podrían verse desde el espacio con mucha más facilidad que la Gran Muralla China.
No me cuesta suponer que muchos de los que reproducen esas mentiras o bien no han pisado Catalunya desde que el lunes 14 de octubre se hacía pública la sentencia del procés y empezaban las movilizaciones o, si la han pisado, no se han enterado de nada. Pero estoy convencido de que los autoproclamados “profesionales de la información”, que sí la han pisado, que sí se han enterado de todo y que aún así intoxican deliberadamente, lo hacen respondiendo a los mandatos directos del poder y a una bien definida estrategia propagandística. Lo lamentable es descubrir que gran parte de la izquierda politizada, con sus columnas de opinión, comunicados, colectivos, sedes y asambleas, parecen estar analizando la realidad a través de dicha propaganda mediática.
La realidad de esta última reedición de La Rosa de Foc tiene muy poco que ver con lo que nos han contado o mostrado. Por un lado, uno esperaría al llegar a Barcelona encontrarse con una ciudad colapsada, con la “gente de orden” metida en su casa y la vida urbana completamente paralizada. La realidad, por el contrario, es que la gran mayoría de habitantes sigue con sus rutinas y hábitos callejeros normales. Esto no quiere decir, necesariamente, que no les interese lo que está pasando en su ciudad, ni que sean ajenos al conflicto. Al contrario, es el tema de conversación constante y es imposible saber si el vecino que apura un vermú en una terraza no está haciendo tiempo para sumarse a una movilización esa misma tarde. De hecho, es raro ver a alguien alarmarse por oír un pelotazo de goma a lo lejos o por ver a manifestantes corriendo por las calles. No sabría decir si es una cuestión de desconexión entre ambas realidades o de costumbre, de haberse habituado a lo inhabitual.
Pero la gran mentira sobre las llamas de Barcelona va mucho más lejos, o al menos más a las vísceras. ¿Comandos internacionales bien organizados y bien financiados detrás de los disturbios? ¿Un movimiento exclusivamente nacionalista motivado por aspiraciones supremacistas? La realidad de las barricadas y de la calle no tiene nada que ver con eso.
En primer lugar, la media de edad de quienes están protagonizando las protestas es llamativamente baja. Son jóvenes que a menudo no superan los 18 años. En las calles de Barcelona no es raro encontrar a chicas y chicos de 15 o 16 años llevando la iniciativa en las manifestaciones y en los enfrentamientos con la policía. La gran mayoría ha nacido en el siglo XXI, y nada tienen que ver con “revolucionarios profesionales”, “antisistemas de origen europeo” y demás mitos que los medios han hecho circular estos días. De hecho, ojalá hubiera más grupos organizados metidos en el conflicto. Porque hoy por hoy casi todo el peso de la lucha, también a nivel represivo, está recayendo sobre unos jóvenes que pueden parecer “expertos” de cara al exterior, pero que realmente no tienen más armas que la voluntad, el entusiasmo, el ensayo/error, el adiestramiento del día a día, la improvisación, la información boca-oreja y mucha rabia acumulada. Los tutoriales de Internet, el aprendizaje sobre el terreno y puede que un breve consejo de algún veterano aislado, están haciendo más por mantenerlos seguros y a salvo que ninguno de esos fantasmagóricos grupos bien financiados (aún nadie me ha contestado a cuánto se paga el contenedor en llamas) con los que todavía nadie se ha encontrado. La espontaneidad está marcando gran parte de la lucha y también muchas de las acciones concretas, con todo lo positivo, pero también peligroso, que tiene esto.
Por otra parte, ¿qué es lo que mueve a esta juventud a tomar las calles? Sería excesivamente simplista y caricaturizador reducirlo todo al nacionalismo catalán. Sí, ciertamente ese factor está muy presente y se deja notar, desde las banderas a las consignas. Sin embargo, sólo un análisis de brocha gorda podría defender que el patriotismo es lo que mantiene al 100% de los manifestantes en pie de guerra. La realidad es mucho más compleja y tiene que ver bastante con las fisuras en la narrativa del Estado.
Durante décadas a varias generaciones (los que nacimos entre 1978 y la primera década del 2000) se nos ha dicho, y a veces convencido, de que en democracia podía defenderse cualquier idea, incluso la independencia, siempre y cuando fuera de forma pacífica. Este era el caballito de batalla contra la izquierda abertzale en los años más duros de ETA. El mantra ha seguido repitiéndose hasta nuestros días. Las censuras y detenciones arbitrarias por delitos de opinión podían ir fisurando el relato, pero en casi todas partes y ambientes ha seguido incuestionable. El 1 de octubre de 2017 se abrió una importante grieta con la brutal represión policial que sufrió Catalunya el día del famoso referéndum. Pero fue el pasado lunes 14 de octubre cuando la música dejó de sonar, el telón cayó y la máscara se rompió. Miembros de la alta burguesía, cargos públicos, de partidos y asociaciones, gente con miles de votantes y seguidores a sus espaldas, personas que siempre han ejercido de bomberos ante procesos callejeros que no pueden controlar, pacifistas ad nauseam, eran condenados por el Tribunal Supremo a penas de cárcel de entre 13 y 9 años por defender la independencia. Esta sentencia provocaba dos conclusiones muy claras: primera, el soniquete de que “todo vale en democracia mientras no se use la violencia” había caído al suelo hecho añicos y se llegaba a la deducción de que si te podían caer varios años de cárcel por no hacer nada, mejor que te cayeran por “hacer algo”; segunda, si el Estado español podía hacer eso con los “próceres” del catalanismo, ¿que no podría hacer con el resto? Hay veces que la sensación de amenaza, de un terror que se abalanza sobre nosotros, nos lleva a recluirnos; otras, a enseñar los dientes. Es en esto último en lo que está la juventud catalana.
Muchos de estos jóvenes acompañaron a sus padres a votar el famoso 1-O, y los vieron sangrar, con las manos en alto, mientras la policía los apaleaba impunemente. El relato pacifista de sus mayores se había disuelto y ya no había forma de recomponerlo. Los pasos dados por el Estado español y su aparato policial-judicial han tenido mucho que ver, por tanto, con esta inversión de la corriente. Dinámica de la que tampoco escapan la Generalitat y los partidos independentistas, de derecha a izquierda. El fenómeno de la “independencia en diferido”, los paripés y proclamaciones simbólicas que evidenciaban más miedo a un pueblo catalán sin riendas que al propio Estado español, han hecho que el manifestante actual, incluso el independentista, sienta cada vez mayor aversión por unas instituciones y unos partidos cuyo prestigio se deteriora a pasos agigantados.
Sin embargo, ni siquiera esto abarca todas las motivaciones. En las manifestaciones hay también muchos jóvenes sin futuro, sin empleo, migrantes, cabreados por una Barcelona cada vez más inhabitable, concebida para ser consumida y no vivida. Jóvenes que antes de la sentencia ya estaban hartos de que los mossos les registraran y detuvieran por su color de piel. Jóvenes con empleos precarios que se lamentaban por tener que abandonar una manifestación o un corte de carretera porque tenían que entrar a trabajar en una feina de merda. Cuantos más de estos jóvenes se sumen al conflicto más se incidirá y profundizará en los aspectos sociales del mismo.
La actuación de la policía, tanto la nacional como los mossos, está deliberadamente forzando la radicalización de la situación. Más allá de lo visto en redes sociales (pelotazos de goma directamente al cuerpo, atropello de manifestantes, palizas a ancianos, pisar a detenidos en el suelo, porrazos en la nuca, detenciones arbitrarias, cargas indiscriminadas, persecuciones mientras lanzan carcajadas de psicópata por el megáfono de un coche patrulla, 4 personas tuertas por los citados pelotazos de FOAM), he podido comprobar personalmente la provocación sistemática empleada como táctica policial: he visto a mossos haciéndome directamente una peineta mientras pasaba a su lado; les he escuchado mandar a la gente “a tomar por culo con su jodida república”, en perfecto castellano, intentado marcar las sílabas, tanto como fuera posible, para intentar que un idioma se convierta, de por sí, en un insulto; les he visto abrir una barrera policial, con 100 metros de tierra de nadie a sus espaldas, en pleno prime time televisivo, para permitir que un “agente provocador” lanzara a la masa concentrada gritos de “¡arriba España!”, en un burdo intento de propiciar una agresión colectiva que justificara la carga de los antidisturbios. Todo esto, desde luego, no es casual y debe responder a una estrategia bien pensada. No obstante, es imposible mantener permanentemente la táctica de la tensión. Es verdad que a veces la cuerda cede, pero también es cierto que a veces se rompe con una sacudida violenta. Las consecuencias, entonces, no pueden preverse.
El conflicto, en síntesis, tiene algunos aspectos que desde el punto de vista subversivo (lo siento, pero no tengo otro) marca un antes y un después: la ruptura emocional de la gran mayoría de los manifestantes con el Estado español es prácticamente absoluta; aunque el divorcio con las instituciones y partidos catalanes, y con sus plataformas sociales, aún no es completo, entre los jóvenes crece el descontento y se dan los primeros síntomas de separación; el mito de la nostra policia, reforzado especialmente tras los atentados de las Ramblas del 17 de agosto (2017) y del 1-O, se resquebraja la primera semana de protestas después de todo lo relatado; la línea roja marcada por el pacifismo empieza a desdibujarse y la censura de acciones hipócritamente consideradas “violentas” se considera fuera de contexto en círculos cada vez más amplios (es complicado considerar violento la quema de un contenedor1 cuando cada día de movilización arroja uno o dos manifestantes mutilados).
A pesar de que estos disturbios suponen un punto y aparte (aún es pronto para valorar su magnitud en nuestra historia contemporánea, pero ya podemos confirmar que ha roto ciertas barreras que por ejemplo nunca tocó el Movimiento 15-M), sería absurdo caer en idealizaciones. Por un lado supondría una exageración afirmar que detrás de todos los manifestantes hay una pulsión política o reivindicativa. Hay también un factor lúdico, de ocio, que, sin ser mayoritario, no es irreal. En ocasiones ese factor no está reñido con la solidaridad y el compromiso en la lucha callejera y, aunque parezca paradójico, estos elementos pueden llegar a compenetrarse de forma bastante natural. Sin embargo, la imagen de jóvenes con vasos de alcohol en la mano, haciéndose un selfie con sus parejas y amigos delante de una barricada en llamas, reduciendo los disturbios a un momento más de una noche de fiesta, no es sólo propaganda. Pero este es un fenómeno que guarda más relación con nuestro modelo social que con este conflicto concreto, de hecho, en una ciudad tan turistificada como Barcelona, he llegado a ver a familias de turistas asiáticos haciéndose fotos delante de contenedores volcados.
Otro elemento desconcertante es la aparente falta de un objetivo o plan concreto. Debe de haberlo, pero casi nadie parece conocerlo. Una pregunta común, en los cortes de carreteras, las manifestaciones y los propios disturbios era: “¿y ahora qué?”. Muchos eventos acaban convirtiéndose en un deambular sin rumbo fijo, ante la ausencia de una finalidad definida. De hecho a veces pensaba, seguro que ingenuamente, que el primer sujeto o colectivo que expusiera un programa estratégico con puntos asumibles se llevaría el gato al agua. Esta dinámica me hacía darle vueltas a dos cuestiones: primera, la necesidad, ya mencionada, de una hoja de ruta ajena a las instituciones y a las organizaciones que éstas manejan; segunda, preguntarme dónde estaban “los míos”, las organizaciones y colectivos anarquistas.
Seguramente deben de haber muchas individualidades desparramadas en cada movilización, pero eché en falta la presencia coordinada de los grupos libertarios. Los compañeros anarquistas con los que traté me explicaron que esto era muy difícil dada la configuración atomizada del movimiento anarquista de la ciudad. Aún así me extrañó que, ante acontecimientos de tanto calado social y político, no surgiera un rudimentario acuerdo de mínimos. Ojalá las mentiras de la prensa, sobre el fuerte peso de los anarquistas en las protestas, se aproximaran a la verdad.
Si algo nos enseñó el 15-M es que los movimientos políticos siempre rinden cuentas ante la historia. El 15-M no fue un movimiento revolucionario y estuvo muy lejos, como el actual movimiento catalán, de ser perfecto y estar exento de contradicciones (para eso habrá que esperar al Paraíso revolucionario). Sin embargo, allá donde los anarquistas participaron las ideas libertarias bien definidas confluyeron con las intuitivas, el movimiento anarquista creció o se fortaleció (ejemplo es la FAGC en Gran Canaria) y pudo dejar su impronta en los acontecimientos. Donde el anarquismo se inhibió, si no tenía de por sí demasiada vida autónoma previa, acabó siendo representado como un conjunto de inútiles cascarrabias únicamente interesados en perorar y en poner palos en la rueda del movimiento. Proyectarse, no como un movimiento de lucha social, sino como un grupúsculo puramente dialéctico, no puede hacerse sin pagar un precio histórico y social muy elevado.
Aquellos anarquistas, y miembros de la llamada izquierda en general, que hoy cargan contra la juventud catalana están cometiendo el mismo error que ya cometieron con el 15-M. Toda la vida hablando de tomar las calles y las plazas, de despertar y levantarse, de barricadas y disturbios, y cuando esto pasa les pilla con los pantalones bajados porque no ha habido una mínima preparación, ni siquiera una mínima convicción, de que se pudiera pasar de los discursos y las teorías abstractas a la realidad práctica. Cogidos por sorpresa, y sin mucho interés en moverse demasiado (ni a nivel de replanteamientos ideológicos ni de actividad inmediata), adoptan la cómoda postura de cuestionarlo todo pero sin hacer nada. Con esa actitud se están posicionando, tanto antes como ahora, como el ala derecha de los movimientos sociales, cuando no como el ala izquierda de los movimientos reaccionarios. No están comprendiendo a su juventud, reduciendo su propia ideología “revolucionaria” a un artefacto senil, pretérito, impracticable, que no arrastra ni una pizca de la utilidad que pudo tener en el pasado.
Lo mismo le ocurrió a algunos de la “vieja guardia” libertaria con los jóvenes que protagonizaron el Mayo del 68. Eran incapaces de analizar una explosión social de ese tipo –que no habían organizado directamente ellos, sino la nueva generación militante– sin quitarse las lentes de sus planteamientos clásicos. Podían entender que las banderas negras volvían a las calles y reconocían que el interés por lo libertario estaba resurgiendo, pero eran incapaces de comprender enteramente el proceso, de sentir afinidad por unos jóvenes tan diferentes de sus antecesores y por un lenguaje completamente nuevo. Por eso trataban a los protagonistas de las luchas con cierto desdén y adultismo, considerando que su radicalismo se curaría con la edad2. Esto, aunque a la larga pudiera ser cierto, no es nunca una buena forma de acercarse a un proceso. Lo lamentable y paradójico es que muchos de los que participaron en el Mayo del 68 juzgan hoy a la juventud catalana con la misma severidad con la que se les enjuició a ellos entonces. Al final los jóvenes les dirán lo mismo que ellos dijeron en su día a otros censores: “[…] preferimos trabajar en acuerdo con centenares de revolucionarios que, sin llevar la etiqueta de anarquistas, lo son para nosotros mucho mas que ciertos burócratas”3.
En definitiva, hemos de huir de estas actitudes como de la peste. El anarquismo debe aprovechar estas situaciones para mostrarse práctico y resolutivo, como una opción de desbloqueo real en las reflexiones y en las calles. Ojalá todas las energías que se invierten en discusiones bizantinas sobre entelequias se invirtieran en desarrollar una hoja de ruta, un programa, entendible y asumible, que viniera a proponer cosas tan concretas como que los disturbios no cesarán hasta que no haya una amnistía que abarque no sólo a los presos del procés sino a todos los detenidos estos días (inasumible para el Estado español, pero al menos marca un objetivo) y se empezaran a generar las estructuras necesarias para mantener la tensión un tiempo indefinido. Si somos incapaces de generar algo tan “macro”, quizás sería interesante concentrarnos en diseñar una estrategia de objetivos concretos en las movilizaciones. Tomar un espacio, ocupar una institución, colapsar un recurso, como pasó con el aeropuerto de El Prat el primer día de movilizaciones, es un objetivo claro, con principio y fin. La dinámica de “barricada-carga policial-correr” y vuelta a empezar puede ser muy útil a nivel de aprendizaje y de generar músculo revolucionario, pero es muy difícil mantenerla durante prolongados períodos de tiempo. Los jóvenes que están en esto por ese aspecto lúdico que comentaba antes, abandonarán las calles cuando la cosa deje de ser “divertida”. Los jóvenes con compromiso político y los que se mueven por motivos sociales, sí seguirán ahí cuando la “novedad” se acabe, pero un movimiento no puede sobrevivir asumiendo un coste tan elevado a niveles represivos. Con una media de 30 detenciones al día (200 detenidos en 6 días) se corre el peligro de agotarse. Es por eso importante replantearse la táctica y la estrategia, en qué incidir y qué cambiar.
Y si no estamos para reflexionar sobre nada de esto, es importante que al menos estemos en las calles, que se note nuestra presencia, no renunciar a la propaganda por el hecho. Desde fuera puede parecer que carece de importancia, pero estar ahí, y no renunciar al discurso propio, es vital. Y lo he podido comprobar personalmente. De lo más pequeño a lo más grande, en cualquier momento puedes ahondar en un conflicto, radicalizar una situación, mostrar eficacia o experiencia. Tu comportamiento habla más de tu propuesta política y social que ningún discurso. Cuando un grupo de manifestantes se sientan y empiezan a entonar de nuevo el “som gent de pau”, es importante que una presencia discordante les recuerde que sentados invitan a que carguen y que dejan expuesta una zona del cuerpo tan sensible como la cabeza. Cuando los cánticos capacitistas y machistas se abren paso, es necesario romper esa dinámica e introducir consignas anticapitalistas o libertarias que sirvan de contrapeso. Cuando un grupo de jóvenes corren descamisados y a cara descubierta huyendo de las sirenas, es difícil que se olviden del militante anarquista que les hizo un tutorial in situ sobre cómo taparse completamente el rostro y la cabeza con las camisetas que colgaban de sus cinturas. Cuando los ánimos están inflamados después de cantar Els segadors, no está de más recordar a quienes te rodean que la letra de ese himno la compuso un antiguo anarquista llamado Emili Guayavents (1899) y que de ahí viene lo de: “com fem caure espigues d’or/quam convé seguem cadenes4 y disfrutar de cómo los pibes y pibas que te han escuchado empiezan a comentar el dato. Cuando un fascista se embosca para reventar una manifestación, puede suponer un cambio de perspectiva entre los presentes que sea un anarquista el primero en detectar la jugada y en expulsar al “agente provocador”. Todo esto, aunque apenas suponga una minúscula gota más en la corriente, es importante para alimentar el cauce y empujarlo fuera de las aguas mansas.
Lo repito: no estamos ante una revolución, ni estamos tampoco ante una lucha perfecta. Ninguna lo es, ninguna lo será. Los agoreros que en cada revuelta o movilización social denuncian que “no durará”, que “fracasará” o que “no es una revolución integral”, siempre tienen y van a tener razón. La tienen ahora con respecto a los disturbios de Catalunya, la tuvieron hace poco en relación al 15-M, la tuvieron hace mucho cuando hablaban del Mayo del 68, pero también la habrían tenido si hubieran estado vivos el 19 de Julio de 1936 y hubieran podido recorrer las calles de Barcelona. Todas las revoluciones y conatos de revoluciones que se han producido, a lo largo de la historia de la humanidad, o han fracasado o han sido traicionadas, y muchas de ellas han sido lo suficientemente parciales como para que el término revolución les quede, tal vez, demasiado grande. Los agoreros no aciertan porque sean unos “genios clarividentes”, lo hacen porque su horizonte analítico tiene, en realidad, la misma complejidad que la de recordarnos que todos vamos a morir5. La cuestión es si, conociendo esa obviedad, el alto porcentaje de fracaso, desmovilización y represión que nos espera, merece la pena moverse, tensionar la situación, ganar peso, experiencia y número de cara al futuro, llevar los acontecimientos hasta sus límites, luchar sin idealizaciones ni esperanzas vagas o, por el contrario, quedarse cruzados de brazos, criticando desde la distancia, y esperando a que nos llegue la muerte. Como decía Simone Weil: “no me gusta la guerra, pero en la guerra siempre me pareció que lo más horrible era la situación de los que permanecían en la retaguardia”6.
Al regresar de Barcelona una compañera del Sindicato de Inquilinas me preguntó: “al final, los que están en las calles, ¿quiénes son? ¿Son independentistas o son antisistema?”. Y le tuve que contestar lo que vi: son pueblo, simplemente pueblo, un pueblo que está empezando a perder el miedo. Esa es la verdad sobre las llamas de Barcelona.
Ruymán Rodríguez (FAGC)
Notas:
1 La táctica de la criminalización ha tratado, como siempre, de arrastrar a la gente por las tripas, y los medios no han parado de difundir las cifras del Ayuntamiento de Barcelona que estima en un millón y medio de euros el gasto por los contenedores quemados. La reacción de mucha gente ha sido la de no explicarse como un Ayuntamiento puede comprar a un precio tan elevado unos simples contenedores. ¿Se los compra acaso a Swarovski?
2 Para conocer más sobre el conflicto ideológico y generacional que supuso el Mayo del 68 dentro del movimiento libertario, es recomendable leer el capítulo (“1968. La revuelta antiautoritaria en Europa” pp. 219-246) que Octavio Alberola y Ariane Gransac le dedican a dicho acontecimiento en su libro El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974) (2004, Ed. Virus). En dicho libro también se explica que el desencuentro se escenificó ostensiblemente en el Congreso Anarquista de Carrara (Italia) de 1968. Para más información sobre dicho congreso y sus cuitas internas recomiendo el artículo de Luis Nuevo “Congreso Anarquista Internacional de Carrara de 1968. El anarquismo delante del espejo” para la Redacción de Noticias de Alasbarricadas.org (http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/40594).
3 Escrito de los editores de Noir et Rouge leído en el citado Congreso de Carrara, ibíd.
4 “Como hacemos caer espigas de oro/cuando conviene segamos cadenas”.
5 En realidad, nadie conoce la fórmula exacta para que una revuelta vaya a más y pueda amenazar con transformar verdaderamente las cosas. De hecho, es casi imposible de prever. Como explica Éric Hazan en el capítulo “Politización” (pp. 21-42) de su ensayo La dinámica de la revuelta (reeditado este mismo octubre del 2019 por Virus Editorial), ni siquiera el nivel de politización del pueblo es un factor clave para ello. Hubo momentos históricos en los que las revoluciones fueron más provocadas por el hambre y la desesperación que por la politización de las masas (Francia 1789, Rusia 1917), otros en los que politización confluyó con factores económicos y sociales (España 1936) y otros donde a pesar del alto nivel de politización no ocurrió nada a efectos revolucionarios (Italia en la década de los 70). La revolución es y será siempre un campo abierto a la experimentación, donde la historia sirve de pista pero no de brújula.
6 En H.M. Enzensberger, El corto verano de la anarquía, 1998, p. 170, Ed. Anagrama.

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Posted: 04 Nov 2019 10:14 AM PST
¡Qué necios los sentidos!
Existencia caduca
que hace que me revuelva
entre las sábanas
de mi cama...
¿Qué clase de percepción
tengo yo en realidad?
¡Si me parece todo mentira!
¡Me parece todo una ficción
astutamente entretejida!
¿Qué será si todo
en nuestras vidas
es un sueño o, quizás...,
una pesadilla?
¿Qué hemos venido
a hacer aquí,
a esta Tierra
maltrecha y hastía?
Un mundo se me hace eterno...
De bellos sentimientos muero y
de sentir odio y nauseas
me encuentro enfermo.
No todos los días
respiro tranquilo,
si es, quizás, por una actitud
por la que no me descuido,
que para mí
siempre ha existido
el libre albedrío,
y es por cuidar mis actos
por lo que siempre
he sido tan rígido conmigo.
Pero...
¿Con qué sentido?
Si es por agradar
al Cielo y a los Santos
juro que he perdido el tiempo,
si es por agradar a mis seres queridos
juro que he de pensar más en mí mismo,
si es por agradarme a mí mismo
¡bueno! ¡Qué egoísta he sido! ¿No?
Reconozco que
me encuentro en un atolladero,
que a ser “buenecito” me enseñaron;
a no protestar,
a obedecer siempre al amo,
y a rezar todas las noches
un Padre Nuestro...
Pero yo me siento
más bien gamberro,
desobedecer
para mí es lo primero,
protestón
me llamaban de pequeño
y una iglesia
yo no piso ni en sueños.
Por eso me he debido
quedar maltrecho,
porque en esta mentira
sólo viven los “buenos”
y las “malas”
¡al Infierno!.
¡Vaya maniqueísmo más pedante
nos tienen preparado!
Mientras, “los amos del mundo”
matando, robando, torturando...
¡Por eso digo que esta vida
me parece una mentira
y si es un sueño,
roza la pesadilla!
Lo tienen muy bien montado,
alegan que somos incapaces
de gobernarnos y su
autoridad terrenal
nos imponen diciendo,
que ellos, son los más aptos,
y como, además,
nuestras almas
“se pudren en el pecado”
se inventan a Dios
para vigilarnos.
Camino de jachisino
he seguido por un tiempo,
en “la Lorca” he servido
y aunque quizás
sólo en mi locura
ese camino ha existido,
creo, que lo que me sucedió,
tiene mucho sentido,
pues Todo no deja de ser una ilusión
y solo nosotras
somos dueñas de nuestro destino,
todo lo demás,
si alguna vez ha existido,
que se aparte del camino,
que yo, ingobernable siempre,
de mil tormentas he nacido.
-Richie punk-

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Posted: 04 Nov 2019 10:02 AM PST
Título: Franquicias FRANCOLÍN.
Una nueva historieta visual realizada por el compañero Alfonso "El Seta" de El Seta Producciones.

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Posted: 31 Oct 2019 10:48 AM PDT
La industria del cine y la política
¿Cuáles son las últimas series y películas que has visto en los últimos años? Probablemente, entre vuestras respuestas se encuentren títulos como Blackmirror, El cuento de la criada, Westworld o The Walking dead. Todas ellas, grandes producciones, gozan de gran popularidad en plataformas como Netflix y HBO. Las distopías están de moda. Si indagamos en otras productoras audiovisuales, encontramos que, incluso Disney cuenta con la suya propia: Wall-E, dirigida a los más pequeños; así como, destinada a los adolescentes, la productora Lionsgate nos ofrece Los juegos del hambre. Desde Japón, adentrándonos en el mundo anime, podemos disfrutar de Psycho-pass. Tampoco el panorama nacional está exento de distopías, el director José Luís Cuerda ha dedicado su última película Tiempo después a este género, así como A3media está a punto de estrenar La valla. Finalmente, incluso la gran pantalla ha rescatado títulos como Blade runner o Mad max.
Podríamos pensar que la industria cinematográfica ha encontrado otro filón televisivo que exprimir económicamente, ya que, como hemos visto, actualmente estamos hiperestimulados con material audiovisual de tema distópico. Si nos preguntamos por qué, recibimos una rápida respuesta: el mundo en el que vivimos no es muy esperanzador. Pero analicemos más profundamente:
La industria del cine y la televisión, en su versión más comercial, nunca está despolitizada. Siempre existe un interés que la promueve, un interés que se proyecta de arriba a abajo. Basta recapitular en la historia: el cine anticomunista de la guerra fría con obras como Doctor Zhivago (basado en la novela de Borís Pasternak) o el cine de robótica y ciencia-ficción que nos preparó para ser una sociedad que aceptara la implantación de la tecnología en el día a día, con entusiasmo, como bien demandaba el mercado de trabajo. Ejemplos de ello podrían ser El coche fantástico o Regreso al futuro; el cine de emprendedores como En busca de la felicidad o Joy: el nombre del éxito que extiende la ideología neoliberal de la falsa meritocracia, así como un cine que nos relata las hazañas de multimillonarios y falsos filántropos como Steve Jobs: Una última cosa. Finalmente, en un momento de crisis sistémica, cuando las tensiones entre el hegemón mundial, EEUU, y su aspirante al trono, China, se recrudecen con las sanciones de Trump a Huawei, aparece el último bombazo de HBO Chernobyl, una serie que pretende recordarnos la tragedia ocurrida en Ucrania durante 1986, desde una óptica y narrativa descaradamente anticomunista, propia de la guerra fría. Todos estos ejemplos han procurado generar opinión social. Si nos centramos exclusivamente en la guerra fría, vemos como la labor del cine con propaganda anticomunista en las últimas décadas ha provocado cambios como el que se representa en la gráfica:
Distopías en el momento presente
Una vez comprendida la función performativa del cine, cabe preguntarnos, ¿de dónde nace este interés creciente por las distopías, de una incomprensión colectiva ante un futuro incierto o, más bien, de una industria con fines políticos y propagandísticos?
El futuro siempre será algo incierto, de hecho, si de algo nos informan las predicciones es de las condiciones del presente, no es casualidad que la obra magna de George Orwell, 1984, se escribiera durante la reconstrucción de una Europa que en menos de medio siglo había sufrido dos guerras mundiales. Actualmente, es lógico que la opinión social, occidental, se torne pesimista: desde un punto de vista ecológico, el sistema capitalista ha chocado de frente con los límites materiales del planeta. Vivimos rodeados de plástico, los casquetes polares están derritiéndose y la escasez de agua junto al aumento de las temperaturas predicen un panorama catastrófico. Películas como Mad max son el presagio de hacía donde nos puede llevar esta situación. En lo económico presenciamos la mayor desigualdad del reparto de la riqueza de la historia, según Oxfam el 0,7% de la población mundial posee el 45,2% de la riqueza global. Los juegos del hambre y su sociedad organizada entorno a capitolio-distritos son muestra de ello. En el plano político, presenciamos una deriva hacia la extrema derecha, ante la incapacidad de comprender y predecir nuestro mundo, opciones como Trump, Bolsonaro o Salvini se muestran como respuestas atractivas. Pareciera que a pesar de tener muchísima información hubiéramos tocado techo: guerras que generan millones de refugiados, desigualdades de raza, de clase, de género… Todo esto, porque, ante todo, lo material es la base de nuestro sistema socio-económico. El cuento de la criada cumple todas estas premisas, sobre todo en género, se nos presenta Gilead como una alternativa ecofascista de lo más aterradora. Por último, nos topamos con la combinación valores-tecnología. Los avances de las últimas décadas han sido enormes, tanto en lo positivo como en lo negativo: desde impresoras 3D que prometen crear comida, ropa o edificios en tiempos record, hasta sistemas de reconocimiento facial que ponen en riesgo nuestra privacidad. Por ello, no podemos evitar preguntarnos: ¿Sabremos darle un buen uso? ¿Contribuirá a mejorar la vida? Si echamos un vistazo a capítulos de Blackmirror, Westworld o Psycho-pass, veremos como el abuso de la tecnológica relega la vida a un segundo plano, con el fin de mantener un sistema económico. Lo cual puede llegar a provocarnos un eterno escalofrío.
En un contexto como el que acabamos de analizar, no es de extrañar que nuestras series favoritas estén impregnadas de una ideología política con fines propagandísticos. La necesidad política de crear una opinión social que adapte nuestra sociedad a los cambios venideros se presenta imprescindible. ¿Cómo? Mediante tres maniobras performativas:
En primer lugar, ofrecernos una explicación a la actual situación de crisis (económica, social, ecológica…) en la cual la responsabilidad es individual, no sistémica. Un discurso similar al de las élites económicas ante la última crisis financiera en España: los culpables de la crisis son los individuos que han vivido por encima de sus posibilidades, no el sistema que ha promovido esas tendencias. En segundo lugar, la normalización de situaciones poco deseables para cualquier ser humano, como los recortes de derechos, la precarización, la desigualdad económica, nuevos hábitos de consumo consecuencia de la escasez… Dicha normalización se produce mediante la constante lluvia de imágenes de situaciones concretas. Por ejemplo, la primera vez que los informativos nos mostraron imágenes de un naufragio de pateras en el mediterráneo nos consternó, revolvió e indignó, hasta que poco a poco, imagen tras imagen y día tras día, somos capaces de mirar esos sucesos como naturales. Otro ejemplo paradigmático podría ser la creciente publicidad de los productos alimenticios basados en insectos, así como los ecofriendly, las dietas vegetarianas o veganas… es posible que en el futuro, una parte de la población cambie sus hábitos, pero dicho cambio no será producido por una cuestión de valores (ecologismo, conciencia animal…) sino más bien por una cuestión de clase inducida. Nuestras elites seguirán disfrutando de su despilfarro habitual. En tercer y último lugar, eliminar la idea de que otros futuros son posibles. Cada alternativa al futuro que se nos ofrece es diferente, pero todas tienen algo en común: la pérdida de nuestras libertades. Pareciera que se pretende extirpar las utopías de la psique colectiva.
Pensar las utopías: la crisis como una ventana de oportunidad
Toda crisis implica el cuestionamiento de un sistema, ya sea en su ámbito material o inmaterial. Ante la posible situación de colapso que se nos presenta, la óptica desde la que observemos puede marcar la diferencia, podemos limitarnos a ser meros analistas de un presente turbio que se ennegrece cada segundo, o, por el contrario, ver en dicho colapso una oportunidad, el contexto ideal para pensar utopías. Empecemos por plantearnos qué significado queremos darle a la palabra utopía. Cualquier persona, imagina todos los días un futuro maravilloso. El problema reside en el abismo que separa su propia realidad de dicho futuro, asumido como un imposible. Llegados a este punto, resulta inevitable recordar una conversación de la serie Mad Men ambientada en la década de los sesenta: Rachel Menken, relata a Donald Draper cómo en la universidad estudió la etimología de la palabra utopía. Los griegos tenían dos palabras eutopos que significa “buen lugar” y utopos que significa “lugar imposible”. Si bien estamos acostumbrados a utilizar la palabra utopía como una idea bonita pero imposible, aprovechando esta coyuntura, instauraremos como significado principal “el buen lugar”. De modo que no solo imaginaremos lugares futuros preciosos, sino que, estructuraremos cuáles van a ser los pasos para llegar hasta allí.
Resultaría genuino que, de repente, aparecieran producciones con nuestros y nuestras directoras, actrices y demás profesionales de la industria cinematográfica realizando una serie sobre cómo la humanidad lucha a contrarreloj contra el cambio climático, implantando medidas diferentes en todos los lugares del mundo; películas sobre cómo la conciencia social (de clase, de raza, de género, de orientación, animalista, ecologista…) se planta frente a un sistema económico dañino para la inmensa mayoría de la población mundial y comienza a darle prioridad a la vida, dejando de lado las finanzas, buscando un mundo en el que todas y todos tenemos la misma valía como seres. Protagonistas que nos guíen por el camino que hemos de recorrer y que nos conciencien de la importancia y el trasfondo de nuestros pasos.
Teresa Cabrera Sánchez y Hugo Cuevas Soria.
@TcsAmelie y @CusoHugo

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