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jueves, 7 de noviembre de 2019

Tinkunaco 1.713/19 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Boletín diario del Portal Libertario OACA

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  • Si no entiendes la rabia, es que ya estás muerto
  • "Las tres revoluciones que viví". Capítulo 1
  • Otoño libertario:"La familia Grossi y la Revolución española…" + "La industria cinematográfica..."
  • 7 de noviembre, presentación del libro 'Londres-Sarajevo'
Posted: 06 Nov 2019 12:25 PM PST
La rabia forma parte de nosotros, de cualquier ser emocional. Está ahí y hay que saber utilizarla, sobre todo, hay que saber para qué utilizarla. Desde cualquier institución de la sociedad democrática (sea la escuela, los medios de información o cualquier gurú psi del siglo XXI) te conminarán a gestionarla, a expulsarla lejos de ti para poder crecer como persona y convertirte en alguien mejor. Luego te sonreirán y te apuntaran en la lista de incautos ciudadanos ejemplares de la que formamos parte casi todos. Nuevamente, obrarán su magia y tú saldrás convencido de que todo está en ti. Sin embargo las causas seguirán ahí y tarde o temprano volverán. La frustración y la percepción de injusticia son los precursores habituales de la rabia, por tanto, no hace falta ser muy espabilado para comprender que las toneladas de injustica sobre las que se edifica la sociedad moderna no dependen de uno mismo para ser erradicadas, hace falta más, muchísimos más. No sería difícil que cualquiera de nosotros estableciera un listado con una docena de cuestiones (desde las más cercanas hasta las más lejanas si es que se puede hacer esta distinción en un mundo tan globalizado donde todo nos afecta a todos) en las que perciba claramente la injusticia. Probablemente, algunas de ellas nos frustren y, otras tantas, nos indignen. Cuando estas cuestiones se van acumulando, la rabia aparece y se hace necesario tomar partido. 
Existen diferentes vías para hacerlo, mejor dicho se nos ofrecen diferentes vías. Desde lo personal a lo global. Si todo falla, queda el camino institucional porque en toda sociedad democrática existe la forma de cambiar el estado de las cosas: vota, afíliate, manifiéstate… pero hazlo siempre dentro de un orden, dentro del marco que otros han establecido. Pero si quieres darte cuenta, pronto descubres que todo eso es una vía muerta, no lleva a ningún lugar. Cambian las personas, los partidos, las leyes, lo que quieras, pero el resultado siempre es el mismo: tú pierdes. Todos lo sabemos. Y la rabia aumenta.
Hace tiempo, podías conformarte, aceptar el papel de comparsa y tratar de seguir con tu vida mientras el futuro esplendoroso que te prometían llegaba. Pero pasaron las generaciones y las promesas se han desvanecido. La precariedad se ha convertido en el modo de vida habitual, la exclusión y la marginalidad son el pan de cada día para cada vez más gente que por toda respuesta obtiene la indiferencia social (en el mejor de los casos) o la represión, física, legal, económica… (en el resto de casos). Y la rabia aumenta.
Y no sólo aumenta, sino que se extiende. Los que se creían a salvo, los que se consideraban ejemplares porque siempre hicieron lo que estaba mandado, descubren que también van a caer. Que ya están cayendo, que no tienen nada que ofrecer a las generaciones venideras porque nada tienen ya. Y la rabia aumenta.
Y llega el día que desborda. Una simple chispa que enciende la mecha y el orden salta por los aires. La rabia toma la vida para posibilitar que nos volvamos a sentir humanos, con esperanza en algo mejor. Cuando esto ocurre ya no importa qué fue lo que encendió la mecha, sino lo rápido que se propaga el fuego, la amplitud de la onda expansiva. Aparecen sentimientos y emociones que creíamos olvidados, que ya no existían y las fuerzas surgen de donde no las había. Lo que parecía improbable, se torna real y lo que parecía imposible, empieza a atisbarse en el horizonte, tomando forma. En ese momento, las normas preexistentes dejan de tener valor, la justicia deja de estar ligada a la ley para aparecer en su verdadera forma: la solidaridad entre iguales. Es en esos instantes en que la rabia recorre su camino y deja ver el verdadero rostro que aguarda al final de ese camino: la libertad.

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Posted: 06 Nov 2019 12:13 PM PST
Primera entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví', publicada originalmente en lamarea.com
Llevo una hora despierta. Todavía no es de día. Todos roncan. Qué mala noche. Qué mal verano. Qué lento y qué maloliente es viajar como clandestina.
El pastelazo lo recuerdo como si lo estuviese estampando ahora mismo, como recuerdo los ojos de incredulidad de Johnson, su mueca congelada en el tiempo. Se me acelera el corazón al recordar los bramidos de los guardaespaldas, aterradores. Nunca he corrido tan rápido, nunca había saltado por encima de un coche en marcha. Las siguientes semanas son una colección de escenas inconexas. Manolo y yo jugándonos la vida escondidos en barcos, en camiones, caminando de noche entre un escondite y el siguiente. Y el siguiente, y el siguiente. 
Todavía no perdoné a Manolo el haberme manipulado, pero de momento no me veo con otra salida práctica que viajar con él. Dice que a partir de Topeka ya nos arreglaremos para llegar a la frontera Sur, y que en territorio anarquista será todo fácil. Querría creerle. Por fin esta mañana Manolo consiguió los papeles y pudimos coger un tren hacia al oeste. 
Nos juntamos ocho personas en un compartimento que es todo plástico pegajoso, todos con los zapatos fuera y doble calcetín, quien lo tiene, para evitar olores desmayantes. Aún así, anoche fue una noche de calor y poca ventilación. Tres de nuestros compañeros de vagón son obreros de la construcción en busca de trabajo en el proyecto Climate Remediation 2060 en San Francisco. Son grandes, ruidosos. Pasaron toda la tarde de gritos y risotadas sobre sus fiestas. Pastillas, la epidemia cronificada de nuestro tiempo, la vía química para la evasión de lo intolerable. Y yo toda la tarde pensando cómo convencerles de que me dejaran dormir pero con miedo a meterme en líos. En más líos. 
Finalmente, los obreros callaron y dormí un rato. Pegajosa. Torcida. Asustada. Entre lo mejor del sueño y lo peor del insomnio, giré la cabeza y vi que uno de los obreros se quedó con el torso desnudo y dormía con la cabeza enterrada en los brazos, luciendo su espalda dura, curvada y pulida. Atractivo. Inquietante. Y luego, de repente, repulsivo, al fijarme en su barba gruesa y mullida como una alfombra, e igual de antihigiénica. 
Increíble que siendo hija de migrante chicana nunca había pensado en lo lento y lo sucio que es el viaje. Mi mamá nunca me contó detalles de cómo llegó ella desde México. Hay muchas cosas que nunca me dijo.
¿Voy a volver a abrazar a mi mamá? ¿Mamita? ¿No te voy a volver a ver?
He pasado mi infancia con mi mamá, estudiando, preparándome. Cultivando mi ambición. 
Mis cuadernitos privados desbordaban de mis pasiones: la mecánica cuántica y los negocios. Quería idear nuevos algoritmos cuánticos para análisis de datos de mercado. Desarrollar el Neuromarketing basado en Monte Carlo cuántico de cadenas post-Markov. Nada más, y nada menos. Cuadernito tras cuadernito llenos de planes para ser una gran emprendedora científica e industrial.
Pero todo eso se acabó. Todo eso, ya nunca más.
Hace ya un mes que quemé todos mis diarios de infancia. Todo mi pasado y todos mis planes de futuro. Hace ya un mes que deshice mi vida en miguitas. Los primeros 16 años de mi vida fui María Freeman, hija de Melanie Freeman. La chicana, la hija de la camarera, la hija de la mexicana. Ahora para el mundo soy «M.F., the Radical Baker Girl». Buscada por el Estado, condenada por los medios, ridícula ante la opinión pública. Por haber querido proteger mi futuro me han condenado a perderlo. Pero lo dijo Ronald Reagan: «¿si no nosotros, quién? ¿si no ahora, cuándo?»
Soy una fugitiva. No, mucho peor, soy una niña morena y pobre que le pasteló la cara a un blanco rico y poderoso. Soy una chicana que, cuando la policía le grita «para», corre. Lo que me espera no es una jaula, es una una bala en la espalda. Y lo que me vuelve loca no es que le pastelé la cara a un señor importante y que me persigan las autoridades, aunque me muera de miedo. Lo que me vuelve loca es que estuve a punto de acuchillar a un ser humano. ¿Cómo se supera eso? Todavía no estoy bien. 
No duermo tres horas de un tirón desde hace un mes. No estoy segura de que vaya a volver a estar bien. ¿Me persiguen con razón? Soy un peligro para el Estado. Soy peligrosa para esta sociedad. ¿Voy a ser peligrosa para cualquier sociedad? Igual mi sitio está en una jaula.No tuve tiempo de respirar, menos aún de rehacer mis planes de futuro. Esto es lo primero que escribo en semanas. Yo, que escribía cada día. Soy una fugitiva maldormida, maloliente y malescribiente. Esto ya no es un diario. Cuando termine con esta página iré al baño químico a destruirla. Sigo necesitando escribir para calmar mis brotes de ansiedad, pero ya no me puedo permitir registrar mi propia historia.
Alejandro Gaita
Investigador en magnetismo molecular y computación cuántica. Sobre ciencia, racionalidad, mundo académico y temas sociales.

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Posted: 05 Nov 2019 02:52 PM PST
Os ofrecemos el programa del 4º fin de semana del Otoño libertario de CNT-AIT Madrid (Pl. Tirso de Molina 5):
-> Viernes 8 de noviembre (19h.)
Coloquio "La familia Grossi en la Revolución y en la Guerra de España (1936/1939). El antes y el después".
Ponente: Silvia Grossi (militante de CNT Vigo)
En 1926, la familia Grossi formada por el abogado penalista y activista socialista libertario Carmine Cesare Grossi, su compañera Maria Olandese, la soprano dramática con quien compartía su vida, su activismo y tres hijos: Renato de 10 años, Ada de 8 y Aurelio de 7, escapan de Nápoles, abandonándolo todo, perseguidos y amenazados de muerte por los “squadristi” (los “camisas negras” del fascio). Llegan al puerto de Buenos Aires y reconstruyen sus vidas de la mejor de las maneras, no obstante el padre, la madre y los hijos, desde la adolescencia, engarzan su aparente bienestar con la propaganda activa contra el creciente fascismo (y el nacimiento y asentamiento del nazismo en Alemania) y la lucha clandestina en favor de cuantos represaliados de cualquier nacionalidad y procedencia van apareciendo en sus vidas de una u otra forma.
El 11 de agosto de 1936, abandonan, una vez más, todo lo que habían conseguido en Buenos Aires y, zarpan, vía Amberes, con destino a Barcelona, consiguiendo cruzar la frontera por Portbou el 30 de septiembre de 1936.
Carmine Cesare Grossi, más conocido como Cesare, y su hija Ada montarán la emisora “Radio Libertà” que alcanzaba Italia con las noticias que venían desde los frentes de toda España, desatando la ira de Mussolini y de los jerarcas fascistas; Renato y Aurelio combatirán en el Ejército Popular en unidades formadas mayoritariamente por miembros de CNT; María Olandese irá por distintos hospitales de Barcelona a cuidar a los milicianos heridos, a las víctimas de los bombardeos y organizará junto a Ada conciertos para todos ellos, para los que habían quedado inválidos, así como para los que regresaban a Barcelona de permiso del frente.
Así, día a día, y mucho más, hasta el 26 de enero de 1939, cuando con la entrada del ejército fascista por Montjuich, escapan a pie desde Barcelona a Francia.
Después, la deportación a los campos de concentración; las cárceles; la imposición, ya en esa Francia “democrática” de 1940, de ingreso de Renato en el manicomio de Lannemezan (Altos Pirineos) y de ahí a la Italia fascista, de un manicomio a otro, lo que destruirá su vida.
“Los Grossi no son una familia. Son una célula de combate”, la frase de la OVRA (Organización para la vigilancia y la represión del Antifascismo, o sea la policía secreta del Reino de Italia, bajo el régimen de Benito Mussolini durante el reinado de Vittorio Emmanuele III) que siguió sin tregua a los Grossi en Argentina, Europa (incluida España) desde su fundación, en 1927, y hasta su disolución, en 1943, marcando a fuego a la única familia extranjera (italiana) que, al completo, luchó voluntariamente en/desde Barcelona (y, que se sepa, en España) desde los inicios de la Revolución hasta el final de la Guerra.
->Sábado 9 de noviembre (19h.)
Coloquio "La industria cinematográfica en la II República y en la Revolución española".
Ponente: Rafa Toba (Militante de Unión Anarcosindicalista de Coruña)
La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931, trajo algunos cambios en la sociedad española. Uno de los catalizadores de estos cambios vino desde la cultura de masas, con un aumento de los espectáculos públicos y en especial, con las producciones y exhibiciones cinematográficas. La llegada del cine sonoro aumentó las producciones y facilitó la creación de una industria con miles de trabajadores. La mayoría de estos trabajadores estaban afiliados en el SUEP (Sindicato Único de Espectáculos Públicos) de la CNT.
Las consecuencias históricas de esta presencia anarcosindicalista en la industria de espectáculo, en la España anterior al golpe fascista de 1936, son un hecho único a nivel mundial. La posterior Revolución española del 19 de julio será filmada por los propios revolucionarios, demostrando al mundo la eficacia y la capacidad constructiva de los trabajadores cuando son ellos quienes controlan la industria.
Un análisis de este periodo será el objeto de esta charla, repasando las principales producciones, directores y guionistas, así como el funcionamiento interno de la industria del cine revolucionario. La charla estará dividida en cuatro partes de unos 20 minutos cada una. Y de forma cronológica:
  • II Republica, “La edad de oro” del cine español. (1931 a 1936)
  • Revolución, Contrarrevolución e intervención soviética. (1936 a 1937)
  • Cine de guerra y propaganda, “La otra guerra”. (1937 a 1939)
  • Epílogo. (1939 a 1945)
Más información en: https://otono.cntmadrid.org/ 

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Posted: 05 Nov 2019 02:19 AM PST
El jueves, 7 de noviembre, presentamos en la sede de la FAL (C/. Peñuelas 41) el libro Londres-Sarajevo de la Editorial Volapük. Será a las 19:30 h. y contaremos con el autor, Isaak Begoña y con la escritora Araceli Pulpillo.
Londres-Sarajevo es el tránsito vivencial de un joven llegado a la capital inglesa en los primeros años noventa, que compartirá sus dificultades y motivaciones con otras desplazadas desde, en ese momento de conflicto bélico, la resquebrajada Yugoslavia. Junto con gentes de otros lugares compartirán la misma precaridad laboral, la dureza de una adultez sobrevenida, la condición de emigrantes en una exultante Inglaterra neoliberal… Aunque, por otra parte, desde la más innata humanidad, aflorarán las cadenas de cuidados entre iguales, la solidaridad okupa de los squats, la intensa vida cultural y comunitaria de los barrios londinenses, etc.
Nuestro protagonista convive con refugiadas bosnias, lo que unido a sus distintos viajes al territorio exyugoslavo, le da oportunidad de acercarnos, a través de ricas referencias históricas y literarias, a la idiosincrasia del crisol balcánico, reflexionando sobre el irredentismo nacionalista y sus intereses reales, así como las fatales consecuencias para el pueblo, que conecta momentos pasados y actuales de la vieja Europa.
Isaak Begoña consigue un dinámico ritmo narrativo a partir de la alternancia temporal y espacial, enlazando secuencias de un modo magistral, inundando las páginas de este libro de su estilo atrevido y directo.
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Isaak Begoña (Madrid, 1972) pasó su infancia en Guadalajara. Actualmente vive en Olmeda de las Fuentes, un pueblecito de La Alcarria madrileña.
Guarda forestal, camarero, traductor y hombre anuncio (“Compro Oro”) son algunas de las ocupaciones que ha ido desempeñando a lo largo de su vida. Tras licenciarse en Filología Hispánica ejerció la enseñanza en el programa de profesores bilingües para Estados Unidos. Después de impartir clases de lengua y literatura en las escuelas públicas de Chicago regresó a Europa. En los últimos años se ha dedicado a la docencia, a viajar y al cuidado de sus dos hijas pequeñas.
Londres–Sarajevo, su primera novela, nos llega armada de una radical primera persona y un punto de vista que conecta el pasado reciente de Bosnia con la España más actual.

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