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sábado, 1 de agosto de 2020

Tinkunaco 1.373/20 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Boletín diario del Portal Libertario OACA

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  • [Libro] Anarquismo y genómica social
  • (Ex)Presión Nº 17
  • Aplazado el XIII Encuentro del Libro Anarquista de Salamanca
  • ¿Debemos golpear a los fascistas? Reflexiones para estirar los límites del antifascismo
Posted: 31 Jul 2020 04:37 AM PDT
El conocimiento sobre la genómica social y el genoma humano abren el debate a las nuevas prácticas de control y bienestar social por parte de las corporaciones farmacogenéticas y laboratorios científicos, que abren hoy una nueva puerta comercial a la biotecnología molecular, al control de nuestros cuerpos y al acondicionamiento de nuestros genes. Incorporando así una nueva base de datos sobre la población y una nueva lucha contra la eugenesia social y científica autoritaria.

Descargar Libro [PDF]

Jorge Enkis
Editorial SDA
Autogestionada y Antiautoritaria

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Posted: 31 Jul 2020 04:15 AM PDT
Próximo a cumplirse 3 años de la desaparición y asesinato del compañero anarquista Santiago Maldonado, nunca serán suficientes las palabras para abarcar el dolor que genera la muerte en acción de un compañero en manos del enemigo y en el intento recuperador de los reformistas, pero sí podemos encontrar aquellas que hablan de nuestras convicciones, de la entrega aún en momentos donde todo parece cuesta abajo, de los compañeros que una y otra vez levantan la cabeza y en la oscuridad de la noche o en la lucha callejera encapuchada reivindican la memoria insurrecta, porque es ahí donde ni el lechuga ni ninguna compañera es olvidada, cuando no dejamos que el dolor supere nuestra entrega, cuando no claudicamos y afirmamos nuevamente la guerra social que la autoridad nos ha declarado hace ya largo tiempo.
El primero de agosto de 2017 no sólo demostró el cinismo del Estado Argentino y la hipocresía de sus colaboradores, también abrió pasos hacia la solidaridad, sentó precedentes que no podemos olvidar y necesitamos tener presentes, momentos de efervescencia, de encuentros de miradas eufóricas, de prepararse y estar dispuestas a todo incluso a pesar de la mirada enemiga en la espalda. Tanto en aquellos momentos, como ahora 3 años después, somos conscientes que no somos las primeras, pero creemos también que depende de nosotros no ser los últimos, hoy más que nunca nos enfrentamos a nuestra propia historia y la reafirmamos, tanto con sus aspectos positivos como aquellos negativos que necesitan afilarse, pero con la inquebrantable idea que nuestra memoria reivindicativa es la acción y la solidaridad es un arma que nunca dejaremos de empuñar.
QUE LA PANDEMIA NO APAGUE NUESTRA RABIA.
POR UNA MEMORIA ICONOCLASTA E INSURRECCIONAL.

Descargar (Ex)Presión Nº 17



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Posted: 31 Jul 2020 04:01 AM PDT
Desde la asamblea organizadora del Encuentro del Libro Anarquista de Salamanca,  hemos tomado la decisión de aplazar la edición de este verano al próximo año, por responsabilidad debido a la situación actual.
Nos vemos en el 2021, con las fuerzas retomadas y el objetivo claro de seguir promoviendo la cultura anarquista.  
Llevamos ininterrumpidamente desde el año 2008, en agosto,  celebrando la feria y esperamos que se siga realizando por muchos años más. Todas las personas que quieran colaborar se pueden poner en contacto con nosotras. También, además de la feria,  hemos venido organizando actividades culturales en otras fechas que esperamos poder retomar pronto. 
¡Adelante la XIII Encuentro del Libro Anarquista de Salamanca!
Salud y Libertad compañer@s.

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Posted: 30 Jul 2020 06:51 PM PDT
AntinaziLa respuesta corta, sin rodeos, precisiones o argumentos es “sí, y no sólo golpearlos, sino también amedrentarlos privada y públicamente, negarles la entrada y el paso, insultarles, infiltrarse en sus organizaciones para destruirlas desde dentro y robarles información, boicotearles sus prácticas, tanto políticas como de otro tipo, exponerlos al ojo público, impedir sus reuniones y todos los etcéteras posibles. Todas las tácticas violentas y no violentas que permitan hacer desaparecer la lacra del fascismo deben ser tomadas como legítimas según la situación lo amerite por parte del movimiento antifascista”. Pero para llegar a la conclusión anterior debemos hacernos algunas preguntas.
En primer lugar, ¿qué es el fascismo y qué es ser un fascista?, ¿es acaso sinónimo con ser de derecha?, ¿es sinónimo con apoyar determinada forma de gobierno autoritario o totalitario?, ¿es significado de apoyar algún pensamiento discriminatorio (racismo, machismo, xenofobia, etc.)?, ¿implica acaso alguna forma de gobierno militarista? El consenso de los autores en torno al fascismo concede que el fascismo es una cuestión difícil de definir; que está compuesto por un entramado de teorías, principios y creencias no muy claramente interconectados y algunas veces hasta contradictorios entre sí. Por otra parte, resulta de Perogrullo que el fascismo es una forma de la “extrema derecha”[1]. La pregunta que no suele hacerse, sin embargo, es qué es aquello de la derecha que en este caso se ha “extremado” para llegar a ser fascismo ¿Son, por ejemplo, las versiones más extremas del liberalismo (el minarquismo o el anarcocapitalismo) exponentes del fascismo?, ¿qué tan extrema tiene que ser sea cual sea la versión de la derecha para ser considerada fascista?
No es una tarea insignificante atender las preguntas anteriores. De hecho, en las últimas décadas a la tarea de definir el fascismo se le han presentado nuevos desafíos debido a la fuerza que han tomado diversos movimientos de extrema derecha en el escenario de la política institucional: ya no estamos hablando de neonazis en las calles golpeando personas en situación de calle, sino de políticos intentando convertir los elementos de su ideología de odio en leyes de la república. Estos desafíos son claros ante el escaso desarrollo táctico del movimiento antifascista actual en contra del fascismo institucional, incluso a la hora de identificarlo. Resultaba sencillo (por lo menos al plantearlo) que el modo de combatir a un supremacista blanco que sale a golpear inmigrantes es amedrentarlo o golpearlo para que cese en su práctica; resulta menos claro qué hacer cuando el fascista es candidato para un municipio, una diputación o la presidencia.
A pesar de que la práctica de intentar dar cuenta de las características esenciales del fascismo como fenómeno político particular no carece de importancia, lo que quiero sugerir aquí es que, en realidad, los elementos más problemáticos del fascismo son compartidos en mayor o menor grados con todo el pensamiento de derecha en general, y que, por esto, la acción antifascista debería bien volcarse sobre toda la derecha sin mayores distinción. Y, por otro lado, como ya lo aventuré en el inicio, en términos de la persecución de las tácticas más adecuadas para hacer que el fascismo no avance y acabe desapareciendo, son posibles todas las acciones, incluyendo las violentas. En efecto, aspiro a dejar claro que la tarea de pretender vencer al fascismo institucional por vías únicamente pacíficas es algo insostenible, en nuestro contexto neoliberal de democracias burguesas. Sobre estas tesis argumentaré en lo que sigue.
Las democracias burguesas y el carácter ilustrado del anarquismo
Tanto el pensamiento liberal como el así llamado pensamiento “posmoderno” implican un aplanamiento de toda ideología, y en esto esas posiciones colaboran muy bien. De acuerdo a esta idea, no habría ninguna ideología o pensamiento político que pudiese mostrarse superior a otro por ser más verdadero, por representar los intereses genuinos de la humanidad en su conjunto, por comprender mejor la naturaleza humana o por ser aquél que vela por el mayor bienestar para todos: no, nada de eso. Todas las ideologías son, en alguna medida, válidas pues representan “un punto de vista” o “los intereses” de una persona o un grupo de personas. Y sobre este dogma se erige la concepción liberal de la política, de la democracia y de la lógica de los partidos políticos: cada quien debe apoyar al grupo que representa mejor sus intereses personales, o que conmueva mejor los sentimientos y los valores.
Ante este arraigo fundamental del relativismo moral en la democracia burguesa liberal resulta imperioso reivindicar la raíz profundamente anarquista del antifascismo y, a la vez, el carácter eminentemente ilustrado del anarquismo, como un pensamiento político y un conjunto de valores y principios que reivindican de manera radical la posibilidad de la humanidad de liberarse de la opresión y de constituir una sociedad racionalmente organizada, y que tal posibilidad le pertenece a la humanidad en su conjunto.
No debemos temer ante esta reivindicación ilustrada y humanista del anarquismo (que, por cierto, proviene de los anarquistas más dispares[2]). La tradición ilustrada, continuadora del pensamiento racionalista griego, es aquella que ha pretendido poner a la humanidad en su centro, aquella que ha decidido dejar de lado la tradición, la mitología, la religión y la autoridad de los ancianos, por el pensamiento crítico, la observación directa, el debate, la ciencia, la argumentación y la democracia directa. Es también la tradición que se ha preguntado por el mejor modo de alcanzar una sociedad racionalmente organizada, donde cada quien pueda vivir del mejor modo posible, reconociéndole su valor como persona[3]. Es en el seno de estas reflexiones que surge el anarquismo, como aquella ideología que ha comprendido de manera radical que sólo el comunismo libertario, que destruye la institucionalidad represora del Estado y el capitalismo, el que puede avanzar en conseguir bienestar completo a la humanidad[4]. En esa misma época es también donde surge el liberalismo, que en su origen buscaba garantizar la libertad a costa de las autoridades religiosas, económicas y políticas; y después mutó en un individualismo que buscaba convertir todo en mercancía, sacrificando todos los valores humanos[5].
Dada esta reivindicación, es necesario evitar aquí cualquier forma de relativismo. Los anarquistas que han luchado y muerto por realizar, como decía Fabbri, el “ideal humano”, no pueden pensar que su ideología es sólo una más dentro del abanico de las posibles. Los anarquistas se han tomado en serio la tarea de responder a la pregunta por la sociedad libre, racional y democrática, y han respondido con la radicalidad necesaria, sin temer a que el estado de cosas actual sea demasiado lejano a cómo debería ser, sin temer a echarse encima a los grandes poderes políticos y económicos, y sin temer a utilizar los medios disponibles necesarios para alcanzar ese fin. El anarquismo para los anarquistas no es sólo una opción, sino que además es la única opción que puede evitar la barbarie y la miseria (como el actual desenvolvimiento de los acontecimientos mundiales nos lo está mostrando).
Cualquiera que provenga de una tradición que defiende la democracia directa sabe que uno de los grandes problemas de las democracias liberales representativas radica en que, debido al grandísimo tamaño de las comunidades urbanas, es imposible que se escuche la opinión de todos y cada uno, así como que se pueda llevar a cabo una discusión racional en torno a los mejores modos de organizar la sociedad (tal es el ideal griego de democracia)[6]. Lo único que la democracia representativa puede ofrecer es la elección sin argumentos de un representante que la mayoría de las veces proviene tanto de una elite económica, como de una elite política. Y esto tiene dos problemas evidentes: 1) en primer lugar, el representante, más allá de sus buenas intenciones, siempre velará por el bienestar de los suyos (esto es claro en toda la historia de la política democrática) y, 2) obliga a los ciudadanos a tener que delegar la responsabilidad sobre los asuntos que le competen a la autoridad estatal y la burocracia (en la URSS los proletarios no tenían control sobre lo que el Estado hacía con la porción que éste tomaba de su sueldo; en el capitalismo los ciudadanos no pueden decretar por sí mismos cuarentena total y un congelamiento del pago de las cuentas del alquiler en caso de una plaga mundial).
Sin embargo, es necesario ver que aquí se nos presenta un problema de carácter mucho más fundamental, que está arraigado en el núcleo de la democracia burguesa, esto es, el hecho de que ésta no ocurre con una base de buena fe, asumiendo de un inicio la persecución de un bienestar para toda la comunidad, y de que cada quien tenga lo que necesita para vivir del mejor modo posible en ella. De hecho, todo lo contrario. La política liberal promueve un modelo donde cada quien debe votar velando por su propio interés particular, tornando la política en una materia de competencia más que de solidaridad, coordinación y entendimiento. De hecho, en este contexto, todo acto de solidaridad es transmutado en mera caridad: quien quisiese velar por los otros, por ejemplo, por los más desfavorecidos, votando al candidato que los beneficiará, sabe que ese velar por los otros puede ir en desmedro de su propio estilo de vida; como quien dona parte de su sueldo a una causa social.
¿Por qué tener esto claro es relevante para saber si deberíamos o no golpear a los fascistas? Porque demuestra la ingenuidad de la izquierda electoralista y pacifista. Un izquierdista pacifista podría argumentar que la derecha (y con ella la extrema derecha fascista) debe ser vencida en las urnas, refutada argumentativamente en los debates, mostrando a los electores los beneficios que trae votar por la izquierda. Sin embargo, pacifistas de tal estilo ignorarían que el pensamiento de derecha es beneficioso para los grandes poderes económicos y para la clase dominante en general. Y si el asunto se trata precisamente de competir, ¿quiénes estarán mejor preparados para esa competición? ¿Será la izquierda con los apoyos individuales de la clase trabajadora o será la derecha, útil para las corporaciones, los bancos y los grandes medios de comunicación?
No nos confundamos. Es perfecto intentar ganar en el terreno argumentativo e incluso en las urnas[7]. Todo eso involucra la tarea de la propaganda anarquista, que debe ser incesante. Pero es ingenuo pensar que sólo aquello podría bastar cuando todo está dispuesto para perder: todos los espacios de debate en el mundo contemporáneo son favorables a los intereses de la clase dominante y, por consiguiente, a la derecha: los medios de comunicación, las universidades, las revistas académicas, las artes, las redes sociales, etc. Las reglas del juego han sido establecidas por la burguesía, y es precisamente a ella a la que le beneficia este contexto de competición política. Pensar que estamos al mismo nivel es una ingenuidad. Pensar que todo lo que la violencia militante logre puede ser absorbido por el electoralismo, es aún más ingenuo.
La derecha y los fascistas
Ahora bien, podría ser que incluso algunos izquierdistas electoralistas crean que repeler expresiones cotidianas de fascismo como golpear neonazis que atacan inmigrantes es legítimo; después de todo está dentro de los límites de la autodefensa, y aquello que el neonazi hace no deja de ser un delito. Sin embargo, no mucho más lejos puede ir la acción antifascista, pues en tal caso se estaría procediendo mediante violencia ilegítima: mientras los fascistas no cometan crímenes violentos, no amerita a proceder violentamente frente a ninguna de sus acciones. Se suele escuchar entre los izquierdistas “moderados” que golpear a los fascistas podría convertirlo a uno también en fascista. Ante esto se nos presenta la tarea de demarcar la derecha fascista inaceptable (que puede repelerse como un acto de autodefensa) de la derecha aparentemente legítima.
Volvamos sobre la pregunta original, si el fascismo pertenece a la derecha ¿qué significa ser de derecha? Muchos podrían sugerir que tiene que ver con tener determinadas posiciones respecto de distintos temas (el aborto, el mercado, el matrimonio gay, el Estado, la religión, etc.). Sugiero que definirla de este modo tiene la limitación de no ser suficientemente general para abarcar todos los matices dentro de la derecha. Un liberal radical y un conservador radical pueden tener opiniones muy distintas, por ejemplo, sobre el aborto; el Frente nacional francés se opone a las políticas provenientes de la Unión Europea favorables a las corporaciones internacionales y a la globalización capitalista, mientras que Vox en España se manifiesta a favor; el nazismo de Hitler era un esoterismo anticatólico, que contrasta absolutamente con el nacionalcatolicismo de Franco. Además, intentar definir a la derecha de esta manera no nos provee de criterios para evaluar si una respuesta nueva frente a un eventual problema social nuevo es una respuesta derechista o izquierdista. No podríamos valernos de las posturas históricas sobre distintos tópicos que la derecha y la izquierda han asumido, precisamente porque nuevas problemáticas políticamente relevantes pueden aflorar.
Por esto propongo la siguiente hipótesis: ser de derecha es creer que las jerarquías y el menor bienestar de un determinado grupo de sujetos está justificado por algún mecanismo. De este modo, son actitudes derechistas el creer, por ejemplo, que unos merecen menos bienestar debido a las leyes del mercado, o debido a la suerte, o debido a que no se esfuerzan lo suficiente; que unos merecen ser jefes de otros, también por el mercado; que los inmigrantes no son prioridad en términos de salud y educación, debido a su nacionalidad o a su situación migratoria; que los hombres deben gobernar a las mujeres, por el sexo; que los blancos deben oprimir a los negros, por la raza, etc., etc. De este modo obtenemos una definición general que nos permite apreciar porqué desde los anarcocapitalistas hasta los conservadores a ultranza son ambos de derecha[8]. En un escenario donde son implantadas a la perfección las políticas provenientes de la derecha pueden existir aún jerarquías, tanto económicas, de poder o de otro tipo[9].
Y aquí emergería la necesidad de definir el fascismo. Como indiqué antes, ha habido diversos intentos de realizar esta hazaña. Muy famosas, por ejemplo, son la 14 características descritas por Umberto Eco en El fascismo eterno. Sin embargo, quiero desestimar la importancia de estas definiciones exclusivamente en lo que respecta a los intereses del movimiento antifascista, para hacer notar que, en realidad, aquello que es realmente peligroso y detestable del fascismo es, precisamente, que es de derechas. Las especificidades finas que lo caracterizan como un fenómeno particular, son de un interés más académico que político. Un neonazi golpeando inmigrantes, en última instancia, tiene la misma gravedad que una política que prescribe deportar a los inmigrantes o recluirlos en campos de concentración (como en Estados Unidos y Bélgica). Una banda de fascistas puede causar incluso menos daño que una política que favorece los desahucios, o que privatiza las pensiones de vejez. La suma de las muertes provocadas por personas que no pueden pagar sus tratamientos médicos debe hacer varios holocaustos nazis en no mucho tiempo.
El hecho de que las políticas derechistas provengan de una autoridad “democráticamente electa” no resta en lo absoluto lo reprobable de tales políticas y la necesidad imperiosa de detenerlas de manera radical. Es probable que prácticamente ningún derechista razonable (en caso de haberlo) esté de acuerdo con que un neonazi mate a un inmigrante, aun cuando la mayoría de la población de la zona consienta ese asesinato. No deberíamos considerar como legítima la política que emana de un gobierno de derecha cuando el mecanismo por el cual éste llegó ahí está claramente viciado.
Lo anterior demuestra no sólo que el real problema con el fascismo es el hecho de que es una instancia radicalizada del pensamiento de derecha, sino que en última instancia toda la derecha tiene el talante de aquellas cosas que reprobamos del fascismo. Si esto no había sido apreciado antes, creo que sólo radicaba en que no contábamos con una definición suficientemente clara de la derecha y del fascismo a la vez, que permitiera ver en qué medida están profundamente interrelacionados.
¿Debemos golpear a los derechistas?
La pregunta que se desprende de lo anterior es, ¿entonces deberíamos golpear a todos los derechistas? Para responder aquello es necesario observar que las mismas motivaciones que los anarquistas desplegamos para la insurrección violenta, estas son, acabar con la violencia estatal sistemática y estructural y la miseria de la sociedad de clases, son las motivaciones que los antifascistas despliegan al momento de boicotear una organización fascista. Nuestro fin siempre ha sido y será alcanzar la anarquía y el comunismo, y permitirle en ello a la humanidad completa la liberación de sus ataduras. Tomar por la fuerza un latifundio para que la comunidad se lo reapropie para mejorar sus condiciones de vida (como los zapatistas) o resistir por las armas en Rojava el avance del estado islámico que aspira a constituir una sociedad jerárquica basada en la religión y al ejército turco que busca lo mismo, pero sumándole medidas neoliberales, tiene el mismo fin que repeler y destruir organizaciones fascistas y neonazis que siembran la desconfianza y la discriminación en nuestros vecindarios: es una violencia que busca reivindicar el derecho de cada persona de vivir del mejor modo posible, sin distinciones, contra aquellas tendencias que buscan instaurar jerarquías y beneficiar a unos a costa del bienestar y la vida de otros, y todo ello por medio del ejercicio de la violencia.
En segundo lugar, como ya indiqué, sabemos bien que el campo de juego político ha sido diseñado por la burguesía para fomentar la competencia de intereses y garantizar su victoria. De este modo, pretender derrotar al verdadero enemigo, a la derecha, por medio de vías electorales y exclusivamente pacíficas es sólo muestra de gran ingenuidad. A sabiendas además que la mayoría de los ámbitos de la institucionalidad, desde la policía hasta los medios masivos de comunicación y las escuelas son favorables al pensamiento de derecha.
Esto nos obliga a tener que repensar la táctica antifascista de ahora en adelante, a sabiendas que los derechistas que se presentan a las elecciones y sus militantes no son dignos de respeto como sujetos políticos, sino que orbitan el mismo peligro que una banda de neonazis y que Hitler y Mussolini mismos. Los movimientos antifascistas de los distintos territorios han delineado tácticas contra las organizaciones fascistas existentes en función de sus particularidades. En ocasiones surte efecto gritar más fuerte que ellos en sus actos, en ocasiones bloquearles el paso, en ocasiones golpearlos, en otras infiltrarse en sus organizaciones para generar discordia entre ellos, etc. Sin embargo, la actitud hacia los derechistas institucionales ha sido ambigua, pienso por una errónea creencia que es una “derecha respetable”. Es momento de que acabe aquello y la acción antifascista extienda sus tentáculos tácticos a toda la derecha en general. Dado que la derecha tanto en el ámbito cultural y mediático como en el ámbito electoral corre desde un inicio con gran ventaja, es necesario proceder por los medios necesarios para avanzar en su desaparición de la arena política.
Con esto, téngase en cuenta, no estoy sugiriendo que sea necesario asesinar políticos de derecha o golpear ancianos o familias que hayan votado a la derecha. Tampoco considero que tales cosas sean demasiado efectivas. En general, creo que es relativamente sencillo distinguir entre los militantes activos de la derecha –aquellos que tienen más o menos claridad de las implicancias irracionales en un nivel económico y político de su ideología– y aquellos que han caído presos de propaganda invasiva y mentirosa en favor de la derecha. Nuevamente: nuestro trabajo de propaganda y la transmisión del mensaje de que otro mundo es posible si nos organizáramos es una tarea de nunca acabar. Llevar a refutación y al ridículo los argumentos de la derecha en el plano intelectual, y mostrar lo nocivo, repulsivo y equivocado que es el mundo al que aspira la derecha en el plano moral, es una algo que debemos seguir haciendo. Más allá de esto, debe verse que el fin de la acción antifascista sobre la derecha tiene el mismo fin que ha tenido siempre respecto del fascismo: amedrentarles de modo tal que no puedan llevar a cabo sus fines políticos. Aquí es útil desde boicotear materialmente las sedes de partidos, los actos públicos, las redes sociales, etc.: la creatividad es el límite.
Pali Guíñez
Notas 
[1] Los anarquistas (como Volin en La revolución desconocida) y los liberales (como Hayek en Caminos de servidumbre) pueden estar de acuerdo que gobiernos como el de Stalin o Mao fueron autoritarios y totalitarios en un sentido sustantivo. Sin embargo, a partir la revisión de los autores que han hecho el esfuerzo de proveer notas esenciales del fascismo –por lo menos yo no tengo constancia de ello- no es posible caracterizar razonablemente tales dictaduras de fascistas. Siempre al fascismo le está aparejado, pareciera, un antimodernismo, algún compromiso con la tierra, la nación, la tradición y, como es característico de toda la derecha (como mostraré más adelante), la idea de que la existencia de la jerarquía y el hecho de que unos sean merecedores de menor bienestar son cosas justificadas. En efecto, pareciera que quienes caracterizaran a Stalin como un fascista homologa fascista con dictador o con defensor de un régimen totalitario, ignorando el fenómeno particular del fascismo.
[2] Por ejemplo, Bookchin y Taibo.
[3] Esta inquietud es clara tanto en Platón (por ejemplo, La república) como Aristóteles (Ética a NicómacoPolítica).
[4] Una objeción usual por parte del pensamiento de derecha radica en la presunta “soberbia” que implicaría creer el saber cuáles son los ideales correctos por los cuales se debe luchar y que la anarquía y el comunismo son presentados como “verdades absolutas”, como si no hubiese nada nuevo por aprender. El problema es de índole filosófica, por un lado, y de la comprensión errónea de los conservadores acerca de los valores anarquistas. El pensamiento conservador carece de una adecuada teoría del progreso moral y por eso sólo puede fluctuar entre reconocer que hay valores fijos e inamovibles (la iglesia, la familia, la tradición, etc.) o que no existe ninguno válido. Quienes somos defensores del anarquismo y del comunismo libertario no defendemos un determinado “modelo”, de aplicación universal e inamovible. Radica en la comprensión de que sólo mediante la abolición de las jerarquías arbitrarias y de la propiedad privada podrán evitarse de manera radical las lógicas que hacen que unos dominen a otros, ya sea por la fuerza o por la billetera. ¿Implica esto que no hay nada en qué mejorar? En lo absoluto. Teniendo claro que nuestros valores son la libertad, la autogestión y la autorrealización de cada ser humano queda mucho por determinar dependiendo del contexto y tiempo concretos en que vivamos. Las discusiones, por ejemplo, en torno al mejor modo de organizar una economía en los momentos en que el Estado y el capitalismo sean abolidos es una discusión viva, que congrega a muchos economistas anarquistas de buena fe (por ejemplo, Michael Albert, Robin Hahnel, Kevin Carson, etc.). El progreso moral es una realidad: hoy tenemos claridad que la homosexualidad no es algo condenable y antes no la teníamos. ¿Es posible acaso plantear que no hay progreso y que nuestro saber moral es fijo? Para nada, es probable que en el futuro la ulterior reflexión sobre nuestro estilo de vida nos revele cómo prácticas muy arraigadas son en última instancia nocivas y deben modificarse. Eso es claro. Ahora bien, que nuestro conocimiento moral pueda progresar no implica en ningún caso que podrá volver a plantearse que los homosexuales deben ser eliminados, ya sabemos que eso no es así.
[5] Chomsky, “Objetivos y visiones”
[6] Este es precisamente el aprendizaje que se obtiene de la obra de Bookchin.
[8] Esta definición permite también definir de manera opuesta la izquierda: una búsqueda incesante por la abolición de las jerarquías y alcanzar un bienestar para todos, con independencia de cualquier característica particular de los individuos. Esta tendencia a abolir las jerarquías por supuesto que debe traducirse en vías concretas para ser llevadas a cabo, y ahí aparecen las diferencias de método y táctica. No debe olvidarse que el mismo Lenin en El Estado y la revolución reconocía que no era posible conseguir los fines de una sociedad sin clases y libre mientras exista el Estado.
[9] Es muy tentador pensar que como parte esencial de la definición de la derecha se debería poner en el centro la defensa a ultranza del capitalismo. Esto se apoya sobre todo por la motivación histórica de que los conservadores extremos siempre han entendido mejor con la derecha liberal cuando se trata de derrotar a la izquierda. Aquí conviene destacar cómo el fascismo utiliza expresiones y léxicos provenientes del aparataje de izquierda pese a que la realidad luego sea otra (cf. Antifa, Mark Bray).

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