El lunes 10 de agosto, una semana después de la explosión en el puerto de Beirut, el jefe del gobierno libanés, Hassan Diab, dimitió. Una decisión inevitable tras las primeras dimisiones de miembros de su Gobierno, y la reclamación constante de las y los manifestantes que regularmente ocupan el centro de Beirut, en particular el pasado fin de semana, exigiendo la dimisión de toda la clase política. Lo importante aquí no es el hecho de que unas corrientes políticas u otras intenten aprovecharse de una movilización que viene de lejos, sino el hecho de que en Líbano se esté dando una movilización popular que se mantiene desde octubre pasado, y que está poniendo en cuestión tanto el sistema económico y su cara más visible, los bancos, como el político y su división confesional.
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