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Javier Arribas, Luis Cárdenas y Giovanny Manosalvas
La ideología
disfrazada de economía. Parece evidente pero insisten en ello de forma
directamente proporcional a la prolongación de sus intereses.
Una, de la multitud de pruebas que
encontramos, es la declaración realizada por la Secretaria General del
partido del actual gobierno en fecha 17 de Mayo de 2013 donde insiste:
"cómo es posible que aquellos que protestan (contra la LOMCE) no quieran
modificar un modelo educativo que ha hecho que España tenga un 50% de
paro juvenil". Resulta, cuanto menos paradójico, que el modelo educativo
que ha dado lugar a la generación más y mejor preparada de la historia
de España sea responsable del desempleo juvenil. Una vez más pretenden
hacernos confundir ideología con economía.
En estos años de crisis hemos visto
congelación de las pensiones, retraso de la edad de jubilación,
reducción del gasto publico, recortes en los servicios del estado del
bienestar, merma de los fondos para la prevención de la pobreza y la
exclusión social, reforma laboral, venta de patrimonio, privatización de
servicios, congelación de salarios y un más que largo etc. El
sufrimiento social comienza a rozar niveles agónicos (el 4 de Marzo de
2013 Grecia ha engrosado la lista de países emergentes abandonando el
título de país desarrollado). Semejante filosofía del dolor parece
inspirada en la leyenda de Vlad III; pero ¡ no debemos marchar tan lejos
! porque resulta estar inspirada en la escuela económica de “los
Chicago boys”(1970) y otros padres del neoliberalismo, partícipes de la
ortodoxia económica quienes pensaban que todo sufrimiento social cumple
un objetivo económico necesario, dolor redentor predecesor de un mundo
mejor (Ramonet, 2012)[1].
Sin embargo continua siendo ansiadamente ingenuo pretender hacer pasar
las decisiones como política económica cuando se trata de economía
política, es decir, se trata de decisiones ideológicas que orientan la
materia económica como siempre ocurrió y –por mucho que lo enmascaren-
deberá seguir ocurriendo pues cosa bien distinta es a quién beneficia
dicha orientación económica.
Es por ello necesario mostrar y probar
que los ajustes no van dirigidos a la reducción de la deuda. Haciendo un
seguimiento de la deuda y de todos los bienes y servicios producidos en
un año por cada país (en términos brutos –PIB-) se observan los
siguientes resultados:
Lo primero que constatamos es que todos
los países aumentan su ratio deuda/PIB a partir de la crisis económica.
Sin embargo, la tendencia durante la década inmediatamente anterior
(1997-2007) ha sido levemente ascendente salvo en dos países Irlanda y
España (presentan ratios descendentes explicándose por el incremento de
la actividad económica que permitió una reducción de la deuda).
Para entender lo anterior partimos de la
base esencial de que los estados realizan diversas actividades que para
que puedan llevarse a cabo necesitan dinero. Para ello se puede optar
por distintas vías:
- Cobrar por la venta de los bienes o servicios que producen las empresas públicas.
- Obtener dinero mediante la emisión de deuda (bonos, letras u obligaciones).
- Recaudar impuestos, representando en realidad en torno a 4/5 partes de los ingresos públicos. (Buendía, 2012)[2]
Tras la implantación internacional de
las políticas neoliberales a través de sus portavoces políticos Margaret
Thatcher y Ronald Reagan (4 de mayo 1979 y 20 de enero de 1981 juran el
cargo respectivamente), se procede a la aceptación incuestionable de la
doctrina del “déficit cero” (la versión europea actual utiliza un burdo
eufemismo “pacto de estabilidad y crecimiento” firmado en Ámsterdam
1997). Esto da lugar a una austeridad mal entendida (no hace falta
plantearse que nadie debería estar a favor de derrochar). Sin embargo, a
través de la simple ecuación «austeridad = déficit cero» se dio lugar a
que durante décadas se redujese la actividad y participación del sector
público lo que conllevo la desaparición de bienes y servicios o al
encarecimiento de éstos al ser privatizados. Ésto se sumó a una
reducción de impuestos al capital – no tanto en las rentas del trabajo- y
a una elevación de los impuestos indirectos a pagar por todos los
sujetos sin diferencia de su poder de compra; luego para mantener el
mismo nivel de vida –aun de forma ilusoria- comenzó “la carrera por el
crédito”.
La crisis actual no puede entenderse
como una crisis aislada, sino como una continuación de las crisis
sucedidas con anterioridad a las que, en su huída hacia delante, se
parapetan ideológicamente a partir de los 80 en el neoliberalismo más
conservador.
Las economías europeas sufrieron una
caída de la productividad entre mediados de los setenta y el año 2007
respecto al periodo anterior (1960-1975). Se dio un aumento del empleo
en segmentos de baja retribución y un incremento del número de horas en
media de trabajo. Los salarios, tendencialmente, perdieron peso en el
PIB frente al capital (en la UE15 paso de un 62.57% en 1960 a 58.67% en
2013) pero llamativamente se incrementaba el consumo con gran voracidad.
Esta contradicción sólo se pudo dar a través del aumento del crédito,
muy especialmente desde el año 2000. (Vilariño, 2011)[3].
En este gráfico analizamos los intereses que se pagan por los bonos a 10 años:
Se observa con claridad meridiana como a
partir de la entrada en el euro existe un proceso de convergencia de
todos los países que, al llegar la crisis financiera, se transforma en
disociación absoluta.
Con el objetivo de obtener financiación la venta de deuda se puede producir a través de:
1. La adquisición por parte de un organismo público (Ej. Bancos centrales).
2. La venta de deuda en los mercados a inversores privados.
Resulta que en la Unión Europea se da
un comportamiento anómalo ya que se impuso el pensamiento económico
predominante –neoliberal- a través del cual impera la conciencia de que
el mercado es el único regulador e indicador optimo de todas las
actuaciones. Lo que ocurre es que el mercado es juez y parte cuestión
que, voluntariamente, se omite con una constancia exasperante, por lo
cual su objetividad es imposible. Como resultado de lo anterior
obtenemos la existencia de un Banco Central Europeo (BCE) que no puede
actuar como tal ya que legislativamente se prohíbe realizar la primera
de nuestras opciones “que la deuda sea adquirida por un organismo
público”, de esto da reflejo:
Art.123 TFUE (Tratado de Funcionamiento
de la Unión Europea): “Queda prohibida […] la concesión de cualquier
otro tipo de créditos por el Banco Central Europeo y por los bancos
centrales de los Estados miembros, denominados bancos centrales nacionales,
en favor de instituciones, órganos u organismos de la Unión, Gobiernos
centrales, autoridades regionales o locales u otras autoridades
públicas, organismos de Derecho público o empresas públicas de los
Estados miembros, así como la adquisición directa a los mismos de
instrumentos de deuda por el Banco Central Europeo o los bancos
centrales nacionales.
Art.21.1 Estatutos del BCE: Con arreglo a lo dispuesto en el artículo 123 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea,
queda prohibida la autorización de descubiertos y la concesión de otro
tipo de créditos por parte del BCE o de los bancos centrales nacionales
en favor de instituciones, órganos u organismos de la Unión, Gobiernos
centrales […].
Esto nos conduce ante la segunda opción
“la venta de deuda a los inversores en mercados privados”. Para ello se
requiere que el estado sea capaz de convencerles para que la compren,
debiendo considerarla atractiva e interviniendo dos factores:
La rentabilidad.
El riesgo asociado a esos títulos públicos.
Para un mejor entendimiento se presenta el siguiente gráfico:
Hay 5 países cuyos intereses por la
financiación de la deuda comienzan a crecer alarmantemente. Estos son
Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia. Además, resulta llamativo
que en todos estos países los intereses comienzan a crecer según se van
adoptando más medidas de ajuste (la expresión “ajuste” hace referencia a
un suceso pasajero al contrario de lo que esta ocurriendo, siendo la
expresión real “ajustes permanentes de corte fondomonetaristas”).
(Arrizabalo, 2013)[4]
Al llegar a este punto de lectura
comenzamos a constatar una realidad abrumadora y familiar. Una idea
recurrente que siendo más que una sospecha se transforma en certeza.
Las medidas de ajuste permanente que se
adoptan estabilizan -desciende el nivel de crecimiento- el tipo de
interés pero esto no resuelve el problema de la deuda. El tipo de
interés sube porque el riesgo de impago sube (tal y como vimos
anteriormente).
Los recortes hacen descender el déficit
primario porque aumenta el déficit financiero. Luego esto representa el
camino a ninguna parte ya que el volumen de deuda sigue aumentando. La
deuda a nivel europeo y de los países desarrollados se esta
incrementando por la necesidad de financiación que tienen los estados al
disminuir sus ingresos por la caída de la actividad económica, ingresos
fiscales, etc. y por la necesidad de incrementar sus gastos por los
estabilizadores automáticos (es decir, hacer frente a los compromisos
sociales de prestaciones por desempleo, ayudas a sectores
desfavorecidos, ayudas asistenciales etc).
El auténtico problema es la caída de la
actividad económica. Los estabilizadores serán positivos si la economía
va bien, si el PIB crece, y éste no puede crecer mientras el gasto
público caiga y mientras las rentas salariales sigan en descenso. Uno de
los problemas de una economía de capital financiero o financiarizada
(predominio del sector financiero sobre el conjunto de la economía) es
que primero te estimula a través del crédito y luego te bloquea.
Para compensar la deuda hay que tener
superávit, esto es un PIB elevado y positivo, luego si el objetivo es
reducir la deuda no se está consiguiendo. Además hay que tener en cuenta
que es un ratio -volumen de deuda/PIB- por tanto si el PIB desciende el
ratio aumenta.
No es problemático vivir con un 80% de
deuda –el caso de Japón resulta esclarecedor porque durante tres
décadas, 1980-2011, ha pasado del 80% al 230%- si no que en realidad el
problema es el coste de devolución (el interés).
Hay que tener claro que en cualquier
sociedad se produce para efectuar una reposición (el gasto efectuado) y
crear, además, un excedente para poder iniciar el siguiente periodo
productivo. Resulta imprescindible tener el control sobre el excedente
pues será esencial para el desarrollo pero en este caso el excedente se
dirige por completo a pagar los intereses de la deuda. Luego, supone un
estrangulamiento en el medio y largo plazo resultando inocuo para
reducir la deuda. El resultado final es que quedaremos desvirtuados
siendo siervos dependientes en vez de sociedades soberanas; de ahí la
continua insistencia en disimular ideología con economía.
[3] Vilariño Sanz, Ángel (2011): “Economía política de la crisis”, Cap. I, Pág. 24, editorial Complutense, Madrid.
[4] Arrizabalo Montoro, Xabier
(2013): “Capitalismo y economía mundial (Bases teóricas y análisis
empírico, para la comprensión de los problemas económicos del siglo
XXI”, editorial Trotta, Madrid, en prensa.
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