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¿Son neutrales las redes sociales?
Jorge
Majfud
ALAI
AMLATINA, 19/10/2017.- En una
conferencia dada en 1981, Ayn Rand, la autora
de cabecera del actual presidente de la cámara de representantes
de Estados
Unidos, Paul Ryan, y de los conservadores cristianos, leyó:
“Ningún poder
externo puede destruir al capitalismo y sus empresarios. Solo un
poder interno:
la moral. Más concretamente, el poder de una idea depravada,
aceptada como
principio moral: el altruismo. Esa teoría moral según la cual un
hombre debe
sacrificarse por otros. El altruismo es una teoría de profundo
odio, contra el
hombre, contra el éxito. El altruismo es enemigo del
capitalismo”.
La
idea del egoísmo como el motor de los negocios es razonable,
pero no es, como
la ideología capitalista quiso establecerlo, necesariamente el
motor del bienestar
de las sociedades. Los mismos economistas capitalistas han
estudiado desde hace
décadas los efectos de las “externalidades” por el cual un
excelente negocio
puede ser realizado no solo en detrimento del resto sino de los
mismos
beneficiados a largo plazo.
Para
bien y para mal, el beneficio propio sigue siendo el corazón
ideológico y
práctico de los dueños de mega compañías como Google, Facebook,
etc. Con una
diferencia: ya no se trata de mentir para vender Coca Cola o
McDonald’s sino de
formas más extendidas y profundas de pensar y de sentir.
Las
tecnologías digitales, que pueden servir para democratizar la
información
(Wikipedia es un ejemplo), para denunciar injusticias o hacerle
la tarea
difícil a un dictador al viejo estilo del siglo XX, también
sirven para lo
contrario: para manipular, todo debajo del manto de la
pretendida neutralidad
tecnológica.
El
caso de las redes sociales es uno de esos ejemplos,
probablemente el más
significativo. No basta con demostrar que el gobierno ruso
manipuló la opinión
de los votantes estadounidenses valiéndose de estos
instrumentos. Es necesario
preguntarse, además, ¿cuál es la razón existencial de los dueños
y
administradores de esas mega sociedades en cuyas redes vive,
literalmente, la
mitad de la población mundial?
Es
uno, básicamente: las ganancias. Es un negocio y funciona como
tal.
Pero
¿no son los negocios una actividad pragmática, sin ideología?
Tal vez los
negocios sí, pero no los mega negocios.
Cuando
uno habla con individuos que formaron parte de grandes compañías
trasnacionales
y conoce sus familias, no queda otra posibilidad que reconocer
que son buenos
padres, buenos esposos, buenos hijos, donantes regulares para
causas nobles.
Los individuos suelen ser muy buenos, pero cuando son gerentes
de poderosas
compañías de sodas, de tabaco, o de fast foods, cumplen una
función,
y su primer objetivo es que dicha compañía no quiebre. Es más:
el objetivo es
que el volumen de ganancias crezca sin parar, más allá de si el
tabaco, el
azúcar y las grasas recicladas matan a cientos de miles de
personas por año. La
moral individual casi no importa; los individuos no explican la
realidad. Es el
sistema para el cual trabajan.
Lo
mismo compañías como Facebook, Twitter o Instagram. Zuckerberg
es un buen
muchacho, realiza donaciones millonarias (que en muchos casos es
como si un
obrero donase diez dólares a los afectados por un huracán). No
obstante, su
equipo de ingenieros y psicólogos trabaja día y noche para
maximizar las
ganancias maximizando el número de los nuevos clientes sin
importar que para
ello deban desarrollar estrategias de dependencia psicológica,
sin importar que
varios estudios insistan que Facebook produce depresión, sin
importar que
varias investigaciones hayan mostrado el carácter adictivo de
esta actividad.
Como la nicotina o el azúcar, las que fueron camufladas por las
tabacaleras y
todavía lo son por las gaseosas carbonatadas. Como el alcohol,
el consumidor
compulsivo satisface una necesidad creada mientras niega el
problema y presume
de su libertad.
Como
en la economía actual, la clave del éxito de las megaempresas no
radica, como
se repite hasta el hastío, en satisfacer una demanda existente
sino en crearla,
ya que las demandas suelen no existir antes del producto.
Miles
de millones de usuarios de las redes sociales han sido atrapados
por unos
muchachos de California, también por otra razón. Desde
vendedores de lapiceras
hasta actrices y vendedores de libros casi nadie puede
prescindir de ellas
porque es allí a donde se han mudado los consumidores. Un diario
que no tenga
una página en FB o en Twitter para distribuir sus noticias y
artículos
prácticamente no existe o existe a medias. Es decir, para los
amantes de las
redes y para quienes las detestan, son imprescindibles. Incluso
para hacer conocer
un artículo crítico de ellas mismas, como lo puede ser este. Por
no entrar a
hablar de las infraestructuras, como los cableados
internacionales, que
dependen cada vez más de estas paraestatales.
Las
redes sociales son un medio y una tecnología que no tienen nada
de neutral.
Poseen su propia lógica, sus propios valores y su propia
ideología.
Deberíamos
preguntarnos, cómo y cuáles son los posibles efectos de estas
súper
concentradas redes y negocios en la realidad social y
psicológica. Aparte de la
adicción y las depresiones individuales, podemos sospechar
efectos sociales.
Cuando en los 90s veíamos a Internet como el principal
instrumento para una
Democracia directa en algún futuro por venir, no previmos los
efectos
negativos. ¿Son la creación de burbujas sociales uno de esos
efectos? Los
usuarios (¿individuos?) suelen eliminar con un solo click un
“amigo”
molesto. Esto, que parce muchas veces lo mejor, tiene un efecto
acumulativo:
hace que los individuos se rodeen de gente que piensa como
ellos. Así se crean
sectas, burbujas, mientras el individuo se vuelve intolerante
ante la
discrepancia o la opinión ajena. El producto, el nuevo
pseudo-individuo, no
sabe debatir. El insulto y el odio afloran a la velocidad de la
luz. Así, las
redes se convierten en fábricas de odio y de seudo amistades. La
probabilidad
de que viejos amigos terminen por insultarse por meras
cuestiones de opinión es
muy alta a medida que progresa cualquier conversación y degenera
en discusión.
El diálogo, antes probable cuando se estaba cara a cara con un
café mediante,
desaparece y aflora el amor propio, el Ego herido por cualquier
punto y coma de
más.
Claro
que el odio y el egoísmo es tan antiguo como andar a pie, pero
es probable que
esté potenciado hoy con las redes antisociales. A partir de
estas coordenadas
mentales, quizás podríamos comprender mejor la ola fascista en
los países donde
surgieron y predominan estas redes y no reducirlo todo a una
reacción contra la
antigua inmigración. Tal vez no es casualidad que el surgimiento
del nazismo en
la Alemania de los ‘30 coincida con la explosión de la radio y
la propaganda en
los cines.
Las
actuales redes antisociales, instrumentos democráticos (de
solidaridad y
altruismo) son hoy los transmisores favoritos del odio. Que
estén gobernadas por
mega sectas multibillonarias, cuyo objetivo central son las
ganancias
económicas, no debe ser casualidad.
Hay
que tomarse en serio la confesión de Ayn Rand.
-
Jorge Majfud es escritor uruguayo estadounidense, autor de
Crisis y otras
novelas.
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