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Barry Grey
El periodista ganador del Premio Pulitzer, Seymour Hersh, publicó un artículo que demuestra que Barack Obama mintió conscientemente al decir que el gobierno sirio había llevado a cabo el ataque con gas sarín en áreas pobladas de Siria en junio de este año.
El detallado relato de Hersh, basado en información entregada por oficiales militares y de inteligencia estadounidenses, activos y retirados, fue publicado el domingo pasado en el London Review of Books. El artículo, titulado “¿El sarín de quién?”, expone como un fraude calculado la propaganda emitida día tras día por la administración de Obama y repetida, sin crítica alguna, por los grandes medios de comunicación en un período de varias semanas, a fin de crear un pretexto para atacar militarmente al régimen del presidente Bashar Al Assad.
El artículo también revela diferencias dentro del Estado en relación al lanzamiento de una guerra aérea, que según un asesor de operaciones especiales de alto nivel “proveería, lo más probable, un estrecho apoyo aéreo al Frente Al Nusra (afiliado a Al Qaeda)”.
Al final, las diferencias internas sobre el inicio de una acción militar directa, sumada a la enorme oposición popular de otra guerra no provocada en Medio Oriente, llevó a la administración a retractarse y aceptar un plan ruso para el desmantelamiento de las armas químicas sirias. Esto fue seguido por una apertura de las conversaciones con el principal aliado de Siria en la región, Irán.
El relato de Hersh sobre la manipulación sistemática de información de inteligencia, dirigida a empujar al pueblo estadounidense a otra guerra basada en mentiras, subraya que el retiro de Obama desde Siria no significa, de forma alguna, un retiro del militarismo. En vez de eso, refleja un cambio provisorio de tácticas en relación a las metas hegemónicas de Estados Unidos en la región rica en petróleo de Medio Oriente, y la decisión de enfocar más recursos diplomáticos y militares en la dirección de Washington para aislar y contener a quienes considera sus antagonistas más críticos: Rusia y, sobre todo, China.
“Barack Obama”, escribe Hersh, “no contó toda la historia este otoño cuando trató de armar el argumento de que Bashar Al Assar era responsable del ataque con armas químicas cerca de Damasco, el 22 de agosto. En algunas instancias, omitió información de inteligencia importante, y en otras presentó presunciones como hechos. Más importantemente, falló en reconocer algo conocido para la comunidad de inteligencia de Estados Unidos: que el Ejército sirio no es el único partido de la guerra civil de ese país con acceso al sarín, el gas nervioso que un estudio de la ONU concluyó – sin establecer responsabilidades – que había sido usado en el ataque de cohete”.
“En los meses antes del ataque, las agencias de inteligencia norteamericanas produjeron una serie de reportes altamente clasificados, culminando en una Orden de Operaciones formal – un documento de planificación que precede a una invasión de territorio – citando evidencia de que el Frente Al Nusra, un grupo jihadista afiliado con Al Qaeda, se las había arreglado para crear sarín y era capaz de fabricarlo en cantidad”.
“Cuando el ataque ocurrió, Al Nusra debió haber sido el sospechoso, pero la administración escogió información de inteligencia selectivamente para justificar un ataque contra Assad”.
Hersh cita el discurso de Obama emitido en televisión el 10 de septiembre, en el que afirmó categóricamente que, “Sabemos que el régimen de Assad fue el responsable” del ataque con gas sarín en Ghouta del este, que según reportes mató a cientos de personas. En el discurso, Obama aseguró que la inteligencia estadounidense había rastreado los preparativos del gobierno sirio para el ataque con varios días de anticipación a la ocurrencia del mismo.
Como documenta Hersh citando sus fuentes militares y de inteligencia (que permanecen en el anonimato por razones obvias), el gobierno estadounidense no tuvo conocimiento avanzado del ataque con sarín. En su lugar, usó información de inteligencia de un ejercicio sirio con gas sarín para cocinar un escenario y presentarlo como inteligencia en tiempo real del ataque del 21 de agosto.
Hersh cita otra de sus fuentes que compara esta falsificación de información con el incidente del Golfo de Tonkin de 1964, en el que la administración Johnson revirtió la secuencia de intervenciones de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) para justificar el lanzamiento de ataques bomba en Vietnam del Norte.
Quizás más grave que el uso selectivo y falsificación de información, fue la decisión de ignorar y ocultar una serie de reportes de inteligencia de la primavera y verano pasados, que concluyeron que los “rebeldes” jihadistas respaldados por Occidente tenían la capacidad de adquirir y usar gas sarín.
Estos incluyen análisis de la CIA que habían sido informados a la Casa Blanca, y la Orden de Operaciones solicitada por el Estado Mayor Conjunto que concluyó que tropas estadounidenses eventualmente desplegadas para requisar las armas químicas podrían enfrentar a fuerzas rebeldes “capaces de atacar… con sarín, ya que podían de producir el gas letal”.
Las revelaciones de Hersh demuestran lo que ya era obvio para cualquier observador imparcial y moderadamente informado – que la propaganda de guerra sobre un ataque de gas del gobierno sirio eran mentiras que pretendían justificar la agresión militar y un cambio de régimen.
El régimen sirio no tenía razones para llevar a cabo dicho ataque. Estaba derrotando militarmente a las fuerzas “rebeldes” sunitas, que eran odiadas y rechazadas por la mayoría de la población por saquear y asesinar, indiscriminadamente, a cristianos y chiitas. El ataque ocurrió a pocas millas de los cuarteles de Naciones Unidas en Damasco, donde inspectores de armas químicas habían sido invitados por Assad para comenzar a investigar ataques anteriores con gas. En mayo, Carlo del Ponte, un miembro del Comité de Investigación Independiente de la ONU sobre Siria, reportó la existencia de evidencias “fuertes y concretas”, de que tales ataques anteriores habían sido ejecutados por fuerzas respaldadas por Occidente.
Los “rebeldes” ligados a Al Qaeda y sus patrocinadores estadounidenses, franceses, británicos y saudíes, sin embargo, tenían toda razón de ejecutar una atrocidad de la cual eran eminentemente capaces para justificar la intervención occidental y evitar su derrota. El gobierno de Obama nunca fue capaz de exhibir una pieza concreta de evidencia que demostrara la participación del régimen de Assad en el ataque químico.
El artículo de Hersh nos entrega una devastadora exposición de los medios estadounidenses, que no esperaron un minuto para formar parte de la propaganda de guerra. A sólo horas del último ataque con sarín, tanto el Washington Post como el New York Times publicaron editoriales que proclamaban como un hecho la culpabilidad del gobierno sirio, exigiendo una respuesta militar. “Periodistas” de televisión sobornados promovieron la línea del gobierno buscando modificar la opinión pública detrás de la nueva guerra.
Hersh indica que nueve días después del ataque con gas sarín, la Casa Blanca invitó a un selecto grupo de reporteros de Washington y les entregó una “evaluación de gobierno”, que él describe como un “argumento político para reforzar el caso de la administración contra el gobierno de Assad”. El periodista señala que hubo “al menos un reportero crítico, Jonathan Manday, el corresponsal de seguridad nacional de McClatchy Newspapers”.
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