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La violencia institucional es una de las asignaturas pendientes de la democracia argentina, las cifras lo demuestran: en los últimos 12 años murieron 1.893 personas en hechos de violencia institucional con participación de integrantes de fuerzas de seguridad.
Estos datos los suministra la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional, la cual a través de una red de abogados, estudiantes de derecho, promotores y voluntarios, atiende consultas y asesora sobre casos de gatillo fácil, abuso y hostigamiento policial.
Desde su web señalan que “miles de pibes de los barrios más empobrecidos de nuestra Patria fueron y son víctimas del accionar policial, amparados en la demagogia punitiva que estigmatiza al joven humilde como el germen de todos los males de la sociedad y que es repetida constantemente por los grandes medios de comunicación”. En ese marco, y buscando promover la desarticulación de los imaginarios y discursos entorno al villero, al pibe pobre de los barrios, es que César González, conocido también por su seudónimo Camilo Blajaquis, tomó la palabra.
“La primera vez que robé, compré un par de pizzas porque en mi casa estábamos cagados de hambre. Hoy los pibes roban porque quieren pertenecer, yo robaba un auto y sentía que pertenecía”.“Los discursos siempre son mucho más fáciles que las prácticas, tener un discurso progresista, de Derechos Humanos, es fácil, pero es muy difícil llevarlo a la práctica, y se cae cuando nos cruzamos de vereda cuando vemos que vienen dos morochos de gorrita. Pero esto también me pasa a mi, yo también tengo miedo si estoy solo en una estación a la 1 de la mañana, porque estoy atravesado por la lógica de esta sociedad que dice que hay que tenerle miedo a alguien, y ese alguien hoy es el pibe chorro, el morocho, un otro, un enemigo”.
César González vive en la villa Carlos Gardel, en Morón, y de sus 26 años, cinco los pasó preso, entre los 14 y los 21. Ahí, entre institutos de menores y cárceles, nació Camilo Blajaquis. “Yo fui uno de esos pibes que estando preso pudo, paradójicamente, despertar. Fue el lugar donde nunca imaginé que iba a encontrar la vida, el amor por la vida, por mi mismo, por el otro, y lo encontré en un lugar donde el amor está prohibido, donde para sobrevivir hay que odiar. Estuve dos años creyendo eso del odio, agarrándome a palazos y puñaladas, hasta que un profesor me dio unos libros y eso me cambió la vida. Empecé a darme cuenta de lo funcional que era al sistema ese odio por mis compañeros, por mis hermanos, porque esos pibes no eran mis enemigos sino mis hermanos”.
Realidad mediatizada
Al igual que pasa en Santa Fe con muchos barrios del cordón noroeste de la ciudad, las villas y barrios del conurbano bonaerense son carne de cañón de los grandes medios, quienes encuentran allí el origen de gran parte de los malos que acosan al resto de los ciudadanos, a la gente de bien. Y cuando no son las noticias del mediodía las que muestran esta “realidad”, son grandes producciones como El puntero o Elefante Blanco. Todas hechas en la villa, con villeros, pero para un público muy diferente.Miles de pibes de los barrios más empobrecidos fueron y son víctimas del accionar policial, amparados en la demagogia punitiva que estigmatiza al joven humilde y que es repetida por los grandes medios.“La televisión, cuando muestra la vida de las villas, lo muestra como algo exótico y que poco tiene que ver con la realidad. Cuando filman ahí le dan trabajo a la gente de la villa, pero no los hacen representarse a sí mismos, les hacen hacer de un tipo de villero, el que ellos quieren mostrar, el que vende. Yo no niego que en mis películas muestro cosas parecidas, muestro la violencia, la droga, pibes que hablan con jerga, pero la diferencia es que yo no lo hago como un fin en sí mismo, yo estoy muy contento de saber que en ninguna de mis dos películas la violencia sucede y no hay una explicación atrás”. Sobre la violencia agrega: “No es excusa el contexto, pero sirve para entender. Yo estaba muy resentido con la vida por no haber tenido nada, porque mi infancia haya sido cirujear, tener que usar esa ropa que encontraba, no tener para comer, llegar a la adolescencia y no tener algo para ponerte cuando ya querés empezar a ganar con las pibas. Ser tan miserable económicamente me generó mucho resentimiento, y la verdad que yo nunca robé ni por paco ni por otra droga, yo robaba porque quería pertenecer, entrar a ese sistema que la sociedad, la televisión, me decían que tenía que vivir”.
A través de sus películas, que ya tiene dos, sus cortos, libros y el ciclo que tuvo en canal Encuentro, César intenta no sólo mostrar una realidad más cercana, cruda pero humana, de la vida en las villas, sino utilizar esos medios para llegar a los pibes que, como él en algún momento, no ven otra salida más que la droga y la delincuencia. “A esos pibes, pibes chorros, la gente de mi mismo barrio los quiere ver muertos. Yo fui uno de ellos y sé que puedo mostrarles que hay otra cosa. Si yo hoy estoy acá es porque alguien confió en mi cuando le lleve mi primer poema y me dijo que era hermoso, una persona que nunca me hizo sentir un monstruo. Porque nos hacen creer eso, necesitan que creamos que somos los malos, y vos te la crees”.
Contextos
“Yo la primera vez que robé, compré un par de pizzas porque en mi casa estábamos cagados de hambre. Hoy eso ya no es el común, no hay una pobreza extrema como en los 90, hoy los pibes roban porque quieren pertenecer, yo robaba un auto y lo tenía por 20 minutos y me sentía que pertenecía… Toda la sociedad, la tele, la publicidad en las calles, dicen que ser es tener, ¿por qué el pibe de la villa no va a tomar ese mensaje también?”.Este Tercer Encuentro por una Seguridad Popular y Democrática, organizado por el Inadi Delegación Santa Fe junto a la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional, el Centro de Acceso a la Justicia, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el Servicio Público Provincial de la Defensa Penal y ATE, se realizó a pocos días del balotaje y César González no dejó de dedicarle unas líneas al tema: “todos los candidatos, menos el Frente de Izquierda, plantearon la seguridad desde la mano dura, desde ver quién aumentaba la cantidad de policías en la calle. Pero yo veo que en mi barrio hay mucha menos delincuencia que en el 98 o el 2001. En esa época salían a robar casi todos, porque había hambre. Hoy en mi barrio tenemos gas, cloacas, asfalto, se vive mejor, hoy se ve mucha gente yendo a la universidad, algo que no existía en los barrios hace algunos años atrás, entonces ¿cómo puede haber más delincuencia? Ahí, en ese discurso, los números no cierran. Y eso, esa mentira, esa estigmatización, también es violencia”.
Publicada en Pausa #166, miércoles 25 de noviembre de 2015
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