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Guerra
de despojo
territorial y acaparamiento de tierras
Polette
Rivero Villaverde
ALAI
AMLATINA, 08/09/2017.- Las
disputas por la tierra y el territorio forman parte de los
conflictos más
antiguos de la humanidad, y al mismo tiempo que ésta, han ido
cambiando de tal
manera que podemos identificar las formas y métodos de despojo
predominantes,
así como los sujetos antagónicos que protagonizan estas luchas
en cada fase
histórica.
Es
posible afirmar que en el siglo XXI asistimos a una nueva guerra
por el
territorio y la tierra. Se
visibilizó
con la crisis de 2007-2008, cuando de forma masiva comenzaron a
difundirse a
través de algunos medios y organizaciones independientes, las
denuncias de
comunidades latinoamericanas y africanas, sobre los despojos que
los gobiernos y
las empresas estaban llevando a cabo a fin de ocupar sus
territorios. A esta
“fiebre por las tierras” se le
denominó acaparamiento de tierras o land
grabbing en inglés.
En
breve se entendió que los nuevos despojos territoriales eran más
complejos que
los de otras etapas históricas.
En parte
porque los sujetos más activos en las compras de tierras son
grandes empresas
transnacionales que han consolidado como nunca su poder, y se
encuentran
respaldadas por sus gobiernos, su brazo armado y económico, y
por sus instituciones
internacionales, Banco Mundial (BM), Fondo Monetario
Internacional (FMI), etc.
También
encontramos adquiriendo miles de tierras a sujetos que
tradicionalmente no
estaban vinculados con el sector primario.
Grandes fondos de capital provenientes de bancos como
Goldman Sachs,
personajes poderosos como George Soros, ex funcionarios
públicos, fundaciones
como la de la Universidad Harvard, fondos de pensión de los
trabajadores de
países como Estados Unidos y Canadá, encontraron en la compra de
tierras un
refugio ante la caída de la cuota de ganancia que generó la
crisis, y a su vez,
un sector que a partir de los altos precios de los alimentos, el
petróleo y los
minerales estratégicos, estaba generando importantes ganancias
por el mercado especulativo.
Mientras
los problemas de hambre se agudizaban para la mayor parte de la
población
mundial, las corporaciones que dominan el mercado alimentario
como Cargill,
Bunge, Monsanto, Syngenta, entre otras, registraban ganancias
récord de hasta 400%
más. A su vez, países
petroleros pero
sin tierras de cultivo, como los Emiratos Árabes, Qatar, etc., y
países con una
creciente clase media, realizan aún grandes inversiones en
tierras periféricas;
es el caso de China e India.
Dimensión
de los acaparamientos
de tierra
La
medición de las transferencias de tierra no es sencilla. Generalmente los
interesados en esta
sistematización acuden a las notas periodísticas para dar
seguimiento, lo que
en parte resulta disperso, parcial y a veces poco riguroso. En países como Brasil se
cuenta con cifras
oficiales de extranjerización de tierras, pero en otros como
México los rubros
jurídicos no visibilizan la privatización y extranjerización de
los territorios. No
obstante, retomemos algunos datos para dimensionar
el problema.
A
inicios de agosto de 2017, Land Matrix, un observatorio que
monitorea la compra
de tierras desde el año 2000, reportaba que, de un total de 1
345 acuerdos
concluidos a nivel mundial, se habían transferido 49 238 484
hectáreas de tierras
para cultivos, programas verdes, minería, carreteras, turismo,
etc. El acaparamiento de
tierras cobró una
dimensión global, lo podemos encontrar en los cinco continentes,
pero es un
proceso que predomina en la periferia.
De
acuerdo con el seguimiento de la organización GRAIN, entre 2006
y 2015, los
países de América Latina en los que se encontró acaparamiento de
tierras
destinado a cultivos alimentarios, abarcaron una superficie de 3
927 450
hectáreas, mediante 59 adquisiciones. Se
trata exclusivamente de inversiones extranjeras, donde Brasil
encabeza la lista
con 2 727 502 hectáreas; seguido por Argentina con 513 116;
Paraguay con 208
549; Colombia con 154 660; Uruguay con 144 178; Perú con 80 149;
Venezuela con
60 000; Bolivia con 57 845; Jamaica con 30 000; y Belice con 1
600.
El
origen de las inversiones extranjeras para compras de tierras en
América Latina
es muy diverso: Estados Unidos, China, Singapur, Japón, Corea
del Sur, Arabia
Saudita, India, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda, Francia,
Alemania, Reino Unido,
Canadá, Italia, Portugal, entre otros. Pero
también se registra un acaparamiento de tierras intrarregional,
en donde
capitales brasileños y argentinos están a la cabeza. Brasil incluso es uno de
los países que
acapara tierras junto con Japón en África.
Aunque
estas cifras nos dan una idea del problema, cientos de casos no
están
registrados ni se conocen públicamente. Si
a las tierras acaparadas para cultivos alimentarios agregáramos
las que se
destinan para megaproyectos mineros, carreteros, urbanos,
turísticos, de
energía (como el fracking
y las
represas), agrocombustibles, etc., las cifras se elevan
considerablemente.
En
México, por ejemplo, la mayor parte de los despojos de tierra
son para
desarrollos turísticos y de minería a cielo abierto; en este
último caso, del
año 2000 al 2012 se concesionaron en los territorios indígenas
alrededor de 2
173 141 hectáreas para minería, de acuerdo con Eckart Boege. Otro ejemplo es Brasil,
donde sólo retomando
12 contratos registrados por Land Matrix sobre compras de
territorios por parte
de extranjeros para proyectos mineros, de energía renovable y de
conservación
en los últimos años, se genera una cifra de 698 344 hectáreas
acaparadas.
Los
siguientes retos
Desde
2014 los precios de los alimentos y los energéticos bajaron, lo
que hizo que la
inversión extranjera en tierras destinadas a estos propósitos se
desacelerara,
no obstante, el despojo territorial continúa.
Las preguntas que tenemos que hacernos son por qué y para
qué.
En
primer lugar, hay que decir que es probable que la acumulación
por despojo que
caracteriza esta fase histórica llegó para quedarse por un
tiempo más largo. La
crisis de 2007 puso una alerta a los
grandes capitales formados alrededor de la financiarización por
el nivel de vulnerabilidad
que tiene este tipo de riqueza; en respuesta han ido generando
nuevos
mecanismos para continuar mercantilizando la naturaleza, desde
el aire con los
servicios ambientales, hasta las semillas.
Esto
implica que los Estados que compiten en la guerra
intercapitalista, así como
sus empresas y sus emisarios, los organismos internacionales,
están haciendo
una fuerte campaña a fin de institucionalizar los despojos
territoriales. Desde
hace diez años el BM y la FAO se
apresuraron a establecer una serie de “principios de
responsabilidad” para los
inversionistas, a la vez que promovían la compra de tierras,
procurando con
ello invisibilizar la ilegitimidad y la violencia de estos
procesos y crear una
imagen “positiva” del despojo. Habrá
que
estar pendiente sobre la articulación de los nuevos discursos
que procuren
legitimar ideológicamente esta barbarie.
Otros
riesgos son los nuevos mega acuerdos que comienzan a extenderse
por el mundo, como
el Acuerdo Transpacífico (TPP) que no podemos dar aún por
muerto. Con estos nuevos
mecanismos se establecen
condiciones muy desiguales entre los países centrales y la
periferia; se otorgan
mayores privilegios y certezas jurídicas, económicas y armadas a
las
inversiones extranjeras. ¿De
qué se les
protege? De los pueblos, de su organización y resistencia. Esta nueva
institucionalidad colonial
internacional debe ser un tema primordial para los movimientos
sociales, los
académicos y partidos de izquierda.
Entre
los nuevos proyectos de despojo territorial ocupan un lugar
central los vinculados
con el agua. Al estilo
de Hubert
Humprey, senador del Congreso de Estados Unidos en la década de
1970, quien
decía en tono cínico que había escuchado decir que la gente
podría volverse
dependiente de su país para alimentarse, por lo que sería
estupenda la dependencia
alimentaria de otros países, hoy algunos de los mayores
inversionistas opinan
lo mismo con relación al agua. Desde
hace pocos años Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Citigroup,
Deutsche Bank,
Credit Suisse, HSBC, y otros, están invirtiendo en el
acaparamiento de los
territorios donde se encuentran las reservas de agua. Según la organización
Amigos de la Tierra, en
2015 Colombia vivía más de 72 conflictos por la privatización
del agua, Brasil
58, Ecuador 48, Argentina 32, Perú 31 y Chile 30.
Finalmente,
es preciso que en tanto fase de transición donde el capitalismo
no ha acabado
por definir un modelo dominante de acumulación, surjan por un
lado las preguntas
oportunas sobre lo que están haciendo las élites del poder, y
por otro lado se tome
acción sobre la urgencia de articular un movimiento social más
amplio en
defensa del territorio y la vida.
Se
necesita poner freno a las guerras del capitalismo.
Polette
Rivero
Villaverde:Doctoranda
en el Programa de Posgrado de Estudios Latinoamericanos e
integrante
del Laboratorio de estudios sobre empresas transnacionales del
IIEc, ambos de
la UNAM.
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