ANGELELLI: MÁRTIR “IN ODIUM
FIDEI”
Luis Miguel Baronetto[1]
El martes 4 de agosto evocaremos
el martirio del Obispo Angelelli. El 21 de abril de 2015 el Vaticano dio el
visto bueno para iniciar el proceso de beatificación por su martirio. Con ello
se abrió la investigación que deberá dar sustento a la proclamación de
“bienaventurado”, una categoría en la escala de la santidad, que confirma la
virtuosidad de una vida ejemplar para ser puesta a consideración de los
creyentes.
El proceso judicial según las normas de la Iglesia católica es por
martirio. Si bien buena parte del pueblo cristiano afirmó el asesinato del
obispo desde el mismo 4 de agosto de 1976, la modalidad disfrazándolo de
“accidente fortuito” hizo necesario el pronunciamiento de la justicia civil,
que en julio de 2015 dio su veredicto, probó el atentado fatal y condenó a los
responsables del crimen.
En la tradición de la iglesia desde los inicios
de la persecución – religiosa y política – por parte de imperio romano, las
comunidades refugiadas en las catacumbas conmemoraban a sus miembros que habían
sido víctimas de la violencia imperial. Se hacía presente la memoria de los
martirizados no para rendir culto a los muertos, sino para recuperar su
testimonio de fidelidad al Dios padre de todos. Esta afirmación comunitaria
aparecía como herética ante la sacralización del Emperador, porque lo bajaba
del pedestal divino para igualarlo en la condición humana. Esa herejía era
sancionada con la muerte violenta, sino se abjuraba de la fe en el único Dios,
que iguala a los humanos. Lo religioso no estaba disociado de la política. La
comunidad creyente, por su parte, conmemoraba el martirio de uno de los suyos,
porque en él se reconocía y de este testimonio se fortalecía.
Pero la memoria de los mártires no es una
exclusividad de los cristianos. Otros colectivos humanos han sabido, han
querido y han necesitado recuperar la memoria de aquellos a quienes se les
arrebató la vida en la coherencia de la lucha. La historia del movimiento
obrero da cuenta de sus mártires, expresión culmen de las luchas colectivas por
sus reivindicaciones, como los “mártires de Chicago” o tantos otros. Algo
similar con el movimiento estudiantil. Una manera de recuperar la propia
historia para avanzar en sus conquistas sociales, evitando ser ganados por el
olvido. Son los procesos populares los encargados de proclamar su martirologio.
El
reconocimiento oficial de la
Iglesia del martirio es por haber sido eliminado “in odium
fidei”. “Por odio a la fe”, en la persecución y castigo a los creyentes de una
fe religiosa, en contextos políticos determinados, donde afloran las
contradicciones ideológicas, políticas, económicas y también específicamente
religiosas. En Latinoamérica, donde la histórica composición religiosa y cultural
de su identidad cristiana ha traspasado las diferentes clases sociales, se dio
la particularidad de que las dictaduras que reprimieron las luchas de los
pueblos se han reivindicado como defensoras de la “civilización occidental y
cristiana”. En esa persecución, las mayorías populares por su parte, se
sintieron motivadas por creencias religiosas de igual signo. Los teólogos
afirman que es la fe la que motorizó las luchas por los valores evangélicos de
la solidaridad y la justicia. Por eso son mártires en la fe por la justicia y
la paz.
En este contexto no resulta un detalle menor
que los jueces, - que no son teólogos, ni corresponde que lo sean - en el fallo
del juicio por el homicidio a Angelelli no hicieron lugar a la solicitud de las
querellas de aplicar el agravante de “odio religioso” (Código Penal, art. 80,
inc. 4), porque – dice la sentencia- “si bien ambos
sacerdotes eran ministros de la religión católica, apostólica y romana, se dio
la paradoja que también proclamaban públicamente su pertenencia a dicha
religión los más altos dirigentes del régimen cívico-militar que había usurpado
el poder el 24 de marzo de 1976, que -entre los objetivos que se había trazado-
señalaba como uno de los más destacados el de defender el estilo de vida
‘occidental y cristiano’ de la sociedad argentina. En realidad, Enrique
Angelelli y Arturo Pinto fueron víctimas del ‘terrorismo de Estado’ por haber
sido catalogados en los informes de inteligencia como pertenecientes al
movimiento de ‘Sacerdotes del Tercer Mundo’, que en varios documentos oficiales
de la época eran tildados de ‘marxistas’ o ‘comunistas’, y se les adjudicaba
una ideología que los hacía peligrosos y eran ubicados entre los sectores de
opositores políticos del régimen dictatorial, encuadrados en la flexible
categoría de ‘elementos subversivos’, donde cabían militantes de partidos
políticos, movimientos estudiantiles, sindicales, religiosos, etc.,
considerados ‘enemigos’, seleccionados como ‘blancos’ u ‘objetivos’ y debían
ser aniquilados por el plan sistemático de eliminación instrumentado por el
‘terrorismo de Estado’.”
Pretendieron
deslegitimar su función episcopal, calificando su pastoral evangélica con
etiquetas ideológicas ajenas a su identidad. Pero lo concreto es que su
martirio – como todos - no puede considerarse fuera del contexto
histórico-político-social de la época.
“In odium fidei” significa valorar la fidelidad
del obispo Angelelli a las motivaciones evangélicas que lo impulsaron a un
compromiso tan contundente como la violencia de su muerte. Y reafirma que la
misión de los cristianos, es decir de la Iglesia misma, es ser “signo de contradicción”[2] en el seno de la sociedad
azotada de miserias y desigualdades. Pero además reconocer el martirio de
Angelelli es poner en el tapete la vida de una comunidad diocesana asumiendo “el dolor de un pueblo que
busca y clama la liberación traída por Cristo”.[3] Y en
ese empeño el martirio es sin duda un posibilidad cierta.
Los mártires siempre están situados en el
escenario del conflicto. Desde el mismo martirio del Maestro Jesús, con la
inscripción sobre su cruz que especificó el motivo: INRI, Jesús Nazareno Rey de
los Judíos, la acusación político-religiosa que le acarreó la condena a muerte.
El creyente opta por la buena noticia de la liberación anunciada a los pobres o
adopta una religión alienante, tranquilizadora de la conciencia individual.
Los victimarios mataron en defensa de la
“civilización occidental y cristiana”. Y las víctimas fueron asesinadas
encarnando la fe de Jesús. ¿Se trata acaso de creyentes de una misma fe? ¿La fe de Jesús no pondría en tela de juicio los
fundamentos de la “civilización occidental y cristiana”? ¿No es
sospechosa la coincidencia que en esta parte del hemisferio con predominio del
sistema capitalista, la propiedad privada sea considerada “derecho natural”, de
orden divino?
Córdoba, 15 de julio de 2015
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