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miércoles, 15 de julio de 2015

Tinkunaco 1032/15 - ANGELELLI: MÁRTIR “IN ODIUM FIDEI”



ANGELELLI: MÁRTIR “IN ODIUM FIDEI”

Luis Miguel Baronetto[1]

El martes 4 de agosto evocaremos el martirio del Obispo Angelelli. El 21 de abril de 2015 el Vaticano dio el visto bueno para iniciar el proceso de beatificación por su martirio. Con ello se abrió la investigación que deberá dar sustento a la proclamación de “bienaventurado”, una categoría en la escala de la santidad, que confirma la virtuosidad de una vida ejemplar para ser puesta a consideración de los creyentes.

El proceso judicial según las normas de la Iglesia católica es por martirio. Si bien buena parte del pueblo cristiano afirmó el asesinato del obispo desde el mismo 4 de agosto de 1976, la modalidad disfrazándolo de “accidente fortuito” hizo necesario el pronunciamiento de la justicia civil, que en julio de 2015 dio su veredicto, probó el atentado fatal y condenó a los responsables del crimen.

En la tradición de la iglesia desde los inicios de la persecución – religiosa y política – por parte de imperio romano, las comunidades refugiadas en las catacumbas conmemoraban a sus miembros que habían sido víctimas de la violencia imperial. Se hacía presente la memoria de los martirizados no para rendir culto a los muertos, sino para recuperar su testimonio de fidelidad al Dios padre de todos. Esta afirmación comunitaria aparecía como herética ante la sacralización del Emperador, porque lo bajaba del pedestal divino para igualarlo en la condición humana. Esa herejía era sancionada con la muerte violenta, sino se abjuraba de la fe en el único Dios, que iguala a los humanos. Lo religioso no estaba disociado de la política. La comunidad creyente, por su parte, conmemoraba el martirio de uno de los suyos, porque en él se reconocía y de este testimonio se fortalecía.

Pero la memoria de los mártires no es una exclusividad de los cristianos. Otros colectivos humanos han sabido, han querido y han necesitado recuperar la memoria de aquellos a quienes se les arrebató la vida en la coherencia de la lucha. La historia del movimiento obrero da cuenta de sus mártires, expresión culmen de las luchas colectivas por sus reivindicaciones, como los “mártires de Chicago” o tantos otros. Algo similar con el movimiento estudiantil. Una manera de recuperar la propia historia para avanzar en sus conquistas sociales, evitando ser ganados por el olvido. Son los procesos populares los encargados de proclamar su martirologio.

  El reconocimiento oficial de la Iglesia del martirio es por haber sido eliminado “in odium fidei”. “Por odio a la fe”, en la persecución y castigo a los creyentes de una fe religiosa, en contextos políticos determinados, donde afloran las contradicciones ideológicas, políticas, económicas y también específicamente religiosas. En Latinoamérica, donde la histórica composición religiosa y cultural de su identidad cristiana ha traspasado las diferentes clases sociales, se dio la particularidad de que las dictaduras que reprimieron las luchas de los pueblos se han reivindicado como defensoras de la “civilización occidental y cristiana”. En esa persecución, las mayorías populares por su parte, se sintieron motivadas por creencias religiosas de igual signo. Los teólogos afirman que es la fe la que motorizó las luchas por los valores evangélicos de la solidaridad y la justicia. Por eso son mártires en la fe por la justicia y la paz.

En este contexto no resulta un detalle menor que los jueces, - que no son teólogos, ni corresponde que lo sean - en el fallo del juicio por el homicidio a Angelelli no hicieron lugar a la solicitud de las querellas de aplicar el agravante de “odio religioso” (Código Penal, art. 80, inc. 4), porque – dice la sentencia- “si bien ambos sacerdotes eran ministros de la religión católica, apostólica y romana, se dio la paradoja que también proclamaban públicamente su pertenencia a dicha religión los más altos dirigentes del régimen cívico-militar que había usurpado el poder el 24 de marzo de 1976, que -entre los objetivos que se había trazado- señalaba como uno de los más destacados el de defender el estilo de vida ‘occidental y cristiano’ de la sociedad argentina. En realidad, Enrique Angelelli y Arturo Pinto fueron víctimas del ‘terrorismo de Estado’ por haber sido catalogados en los informes de inteligencia como pertenecientes al movimiento de ‘Sacerdotes del Tercer Mundo’, que en varios documentos oficiales de la época eran tildados de ‘marxistas’ o ‘comunistas’, y se les adjudicaba una ideología que los hacía peligrosos y eran ubicados entre los sectores de opositores políticos del régimen dictatorial, encuadrados en la flexible categoría de ‘elementos subversivos’, donde cabían militantes de partidos políticos, movimientos estudiantiles, sindicales, religiosos, etc., considerados ‘enemigos’, seleccionados como ‘blancos’ u ‘objetivos’ y debían ser aniquilados por el plan sistemático de eliminación instrumentado por el ‘terrorismo de Estado’.”

Pretendieron deslegitimar su función episcopal, calificando su pastoral evangélica con etiquetas ideológicas ajenas a su identidad. Pero lo concreto es que su martirio – como todos - no puede considerarse fuera del contexto histórico-político-social de la época.  

“In odium fidei” significa valorar la fidelidad del obispo Angelelli a las motivaciones evangélicas que lo impulsaron a un compromiso tan contundente como la violencia de su muerte. Y reafirma que la misión de los cristianos, es decir de la Iglesia misma, es ser “signo de contradicción”[2] en el seno de la sociedad azotada de miserias y desigualdades. Pero además reconocer el martirio de Angelelli es poner en el tapete la vida de una comunidad diocesana asumiendo “el dolor de un pueblo que busca y clama la liberación traída por Cristo”.[3] Y en ese empeño el martirio es sin duda un posibilidad cierta.

Los mártires siempre están situados en el escenario del conflicto. Desde el mismo martirio del Maestro Jesús, con la inscripción sobre su cruz que especificó el motivo: INRI, Jesús Nazareno Rey de los Judíos, la acusación político-religiosa que le acarreó la condena a muerte. El creyente opta por la buena noticia de la liberación anunciada a los pobres o adopta una religión alienante, tranquilizadora de la conciencia individual.

Los victimarios mataron en defensa de la “civilización occidental y cristiana”. Y las víctimas fueron asesinadas encarnando la fe de Jesús. ¿Se trata acaso de creyentes de una misma fe? ¿La fe de Jesús no pondría en tela de juicio los fundamentos de la “civilización occidental y cristiana”? ¿No es sospechosa la coincidencia que en esta parte del hemisferio con predominio del sistema capitalista, la propiedad privada sea considerada “derecho natural”, de orden divino?

Córdoba, 15 de julio de 2015



[1] Autor de Vida y Martirio de Mons. Angelelli, Ed. Tiempo Latinoamericano, 264 págs., 2da. edición, 2006.
[2] Misas Radiales de Mons. Angelelli, 16 de septiembre de 1973, T. III, pág. 167.
[3] Misas Radiales de Mons. Angelelli, 1 de enero de 1972, T. III, pág. 18.

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