ANGELELLI: ¿POR QUÉ LO MATARON?
Luis Miguel Baronetto[1]
El martes 4 de agosto en el acto
conmemorativo del martirio del obispo Angelelli, que se realizará en la antigua
sede de la CGT,
Vélez Sarsfield 137, será presentado el Libro que compila la sentencia judicial
a prisión perpetua de Luciano B. Menéndez y Fernando Luis Estrella.
El juicio que condenó a los máximos
responsables del crimen de Mons. Angelelli fue el final de un largo camino con
muchos obstáculos. Este caso judicial se asemejó a tantos otros cuando las
víctimas quedan a la intemperie por la maraña de intereses que se conjugan para
impedir que se haga justicia. La historia de este expediente acreditó la
existencia de los factores de poder artífices de las campañas de difamación y
persecución que sufrió el obispo asesinado. Fueron los fuertes intereses
riojanos que se vieron amenazados por la pastoral diocesana. Despertar la
conciencia de los empobrecidos y contribuir a su organización para luchar por
una vida mejor fue el mayor delito que desordenaba la ancestral y apacible vida
de los poderosos de La Rioja:
Los terratenientes se quedarían sin peones si la actividad del Movimiento Rural
Diocesano seguía concretando la creación de cooperativas entre el campesinado
pobre y sin tierra, como los aglutinados en CODETRAL en el norte provincial. A
los dueños de la explotación minera se les reducirían las ganancias si el
sindicato de los mineros que se inició en la parroquia de Olta se fortalecía.
Los acopiadores de la nuez en el oeste terminarían con su vieja costumbre de
fijar precios bajos a los productores que se organizaron para la
comercialización en la Cooperativa Agrícola
de Campanas, cerca de Chilecito. Igual sucedería con el precio de la aceituna
en Aimogasta, cuando se aglutinaron en el Movimiento Severo Chumbita. Esas y
otras iniciativas como las compras comunitarias en los barrios de la ciudad
Capital o la organización de los centros vecinales para las reivindicaciones
barriales, inspiradas, alentadas y fortalecidas por el descubrimiento del
sentido liberador de las mismas antiguas creencias religiosas, constituían sin
duda fermentos para cambios profundos que acarrearía no sólo mejor calidad de
vida sino estructuras nuevas, más amplias y participadas, para los derechos
ciudadanos.
Había que terminar con esta manifestación
religiosa que traducida a los hechos de la vida cotidiana subvertía el orden
establecido, explotador, injusto y bendecido durante siglos por creencias
alienantes. Un obispo católico, jerarquía de la misma Iglesia que tantas veces
se benefició de esos poderes establecidos, vino a desestabilizar la
tranquilidad de la ordenada sociedad riojana. El mismo Niño Alcalde,
constituido en autoridad por indígenas en rebeldía y conquistadores españoles,
volvía cada año en la procesión del Tinkunaco a reinstalar el mensaje de la
fraternidad, de la igualdad constitutiva de los humanos.
La sociedad de privilegios no lo pudo tolerar.
Y maquinaron diversas formas para eliminar el peligro social que iba
extendiéndose como mancha de aceite al penetrar entre las piedras, los llanos y
los ranchos de las sedientas tierras riojanas. Desde agosto de 1968 hasta el 4
del mismo mes en 1976 - cuando lo acallaron - Enrique Ángel Angelelli recorrió
los caminos de la provincia sembrando la dignidad que debía crecer con el
esfuerzo y la participación de todas y todos. Fue la voz de los enmudecidos,
pero para que pudieran pronunciar en voz alta su propia palabra, gritando su
protesta, reclamando sus derechos.
Muchos de esos nuevos protagonistas dieron su
testimonio ante los jueces. Las declaraciones obrantes en el expediente
reafirmaron la peligrosidad de esa construcción colectiva que amenazó los
privilegios de los enriquecidos a costas de la opresión. Así lo fundamentó la
sentencia judicial en septiembre de 2014. Por eso éste fue siempre un juicio
incómodo, molesto, inconveniente para la alta sociedad riojana, la misma de
ayer, de hace treinta y ocho años, que sigue concentrando y tejiendo las redes
de los poderes en la provincia.
El obispo martirizado también fue intolerable
para sus pares, que lo abandonaron en soledad cuando más lo debieran haber
protegido por mandato evangélico. En el seno de la asamblea episcopal de mayo
de 1976 su denuncia de las violaciones a los derechos humanos en La Rioja no entró en el
temario. Al salir confesó con tristeza: “El Sanedrín me ha juzgado, el Sanedrín
me ha condenado”. Tampoco se quiso escuchar allí - hasta hace muy poco - al
único testigo directo, el sobreviviente Arturo Pinto, que acompañaba al obispo
en aquel fatídico viaje. Era preferible creer la versión de los asesinos,
porque también se sacaban de encima a quien con su testimonio al servicio de la
justicia, cuestionaba el silencio y la complicidad. “Es hora que abramos los
ojos y no dejemos que Generales del Ejército usurpen la misión de velar por la
Fe Católica”, escribió el 25 de febrero, un
mes antes del golpe militar. Y el 5 de julio, un mes antes del atentado, al
Nuncio Apostólico: “Me aconsejan que
se lo diga: nuevamente he sido amenazado de muerte. Al Señor y a María me
encomiendo. Sólo se lo digo para que lo sepa”. Pero Pío Laghi se guardó la carta, que
el 30 de julio quedó protocolizada en el sello de la Nunciatura con el N°
1737/76. Llegó al Vaticano
veinticinco años después. Fue la que encontró el Papa Francisco remitiéndola al
actual obispo de La Rioja
para ser incorporada al juicio. La sentencia judicial dijo: “…sin el apoyo de
sus hermanos del Episcopado, los interesados en la desaparición de Angelelli
encontraron el momento propicio para ejecutar el plan que terminaría con su
vida y con su labor en la
Diócesis”.
A Angelelli lo mataron porque siendo obispo de
la iglesia católica utilizó el poder institucional a favor de los pobres. La
religión dejó de legitimar su explotación y fortaleció su conciencia de
protagonismo. Fue peligroso porque su pastoral apoyó la organización de
cooperativas, gremios y comunidades, como tarea específica del mandato
evangélico. Tenían que asesinarlo para imponer el terror y producir la
dispersión. “La obra comunitaria alentada por Mons. Angelelli – dijeron los
jueces - es equívocamente asimilada a una filosofía comunista, llegándose por
ello a ser calificado de “subversivo”, y a partir de allí no se reparó en nada
para abatirlo”.
Pero no pudieron borrarlo. Quienes compartieron
la persecución fueron calificados por el Tribunal como testigos directos. Y se
acumularon las pruebas para sellar con el fallo judicial la convicción del
homicidio que se mantuvo viva en la memoria del pueblo.
Córdoba, julio de 2015
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