ANGELELLI:
“NO PUEDO ESCONDER EL MENSAJE”
Luis Miguel Baronetto[1]
El
acto de homenaje a Mons. Angelelli se realizará en la antigua sede de la CGT, Vélez Sarsfield 137, el
martes 4 de agosto a las 19,30 hs. En la oportunidad se presentará el Libro de
la sentencia judicial sobre el homicidio, y se le brindará un reconocimiento
especial al P. Guillermo “Quito” Mariani por ser la primera voz pública que
afirmó el crimen el 6 de agosto, en las exequias del obispo en La Rioja. También se
realizará una muestra de la documentación de los servicios secretos militares y
policiales sobre el obispo Angelelli.
“Sí,
tengo miedo; pero no puedo esconder el Mensaje debajo de la cama”. Estas palabras dichas en confidencia a su
familia cordobesa en junio de 1976 tensionaron su vida entre el instinto de
preservación y las responsabilidades de su fe evangélica.
Nadie en sano juicio busca que lo maten. El
mandato es amar la vida y hacerla crecer en dignidad. Tener miedo es asumir en
plenitud la condición humana. No es debilidad, sino conciencia de las propias
limitaciones. La misión de producir cambios portadores de justicia, fraternidad
y paz es para todos los que asumiendo con fidelidad el compromiso se juegan
hasta el final. “No basta llenar la boca
con la palabra pueblo – dice Angelelli -;
sino que exige ayudarle a caminar con el mayor desinterés y jugarse hasta la
sangre, si es preciso”.[2]
“No
tengo vocación de mártir ni de héroe”, repetía el Pastor riojano cuando en comunidad se reflexionaba sobre
las amenazas y las persecuciones. El martirio no es una aspiración legítima,
sino la consecuencia, inevitable a veces, de las opciones de vida que se
mantienen con coherencia, provocando la ira de los poderosos. No es asumirse
como manso cordero que va al matadero; aunque se esté predispuesto a enfrentar
el futuro adverso al poner primero la vida de la comunidad antes que el propio
pellejo. No se trata de una muerte buscada, sino cargar con las consecuencias
del compromiso en el servicio a los hermanos empobrecidos. “Siendo vasos de barro - dice Angelelli -, en nosotros hay una presencia viva de un Dios que es Padre que nos hace
jugar la misma vida por los demás hasta la muerte si es necesario.”[3]
En ese servicio, no cualquier Mensaje provoca
el martirio; sino el que resulta molesto y cuestionador del orden establecido,
provocando la represión violenta. El Mensaje de Angelelli se expresa en sus
palabras. Pero a las palabras se las puede llevar el viento, o no ser
escuchadas. El Mensaje resulta intolerable cuando produce acciones comunitarias
organizadas en la lucha por la dignidad de la vida. A los hechos de la realidad
el viento no se los puede llevar. Quedan instalados como historia. No se trata
de buenos discursos, sino de transformarse – por el Mensaje – en referentes de
un pueblo que abre sus ojos a su realidad de injusticias y decide caminar hacia
el cambio de raíz por una sociedad igualitaria y fraternal. Este es el origen
del martirio, reivindicado posteriormente como testimonio referencial; no por
la muerte, sino por la vida.
El martirio no es para superhombres, ni
personas extraordinarias; sino la consecuencia lamentable para los que se
mantienen fieles a las motivaciones impulsoras a una militancia sin
mezquindades, ni especulaciones. Pero se celebra el martirio como memoria
imprescindible para seguir animados por esos testimonios, como forma de
despertar la sensibilidad, acrecentar la esperanza y fortalecer las
convicciones.
Cuando el Mensaje de Mons. Angelelli empezó a
expresarse en acciones, se inició la persecución, la difamación y las amenazas.
Provenía de católicos que se autodenominaron “defensores de la fe”. Esa fe
evidentemente nada tenía que ver con la encarnada por el obispo Angelelli y su
comunidad diocesana. No era la suya una fe en una religión de ritos fríos,
pomposos y distantes, donde la “salvación” se obtenía por la formalidad de las
reglas que poco tenían que ver con el origen del cristianismo. La de Angelelli
fue fe profunda en el amor capaz de arriesgar su vida en defensa de los más
débiles. Y esto no porque se sintiera más fuerte, sino porque el otro, el
próximo, que no puede sostenerse por sí mismo para caminar, necesita de la
solidaridad para alcanzar la justicia. La fe de Angelelli es una apuesta a la
esperanza. No en lo inalcanzable, sino como proceso viviente en un camino que
se sabe dificultoso, pero posible; y con las fuerzas necesarias para seguir
avanzando. Es la misma fe de Jesús, el Dios encarnado que asume la condición
humana, con sus grandezas y debilidades, haciendo explícita su misión: “He
venido para que tengan vida, y vida en abundancia”. (Jn. 10,10). Una fe que
para ser auténtica exige vivirse en comunidad, compartiendo bienes, sufriendo
padecimientos, celebrando los triunfos de la vida sobre la muerte, en cada
lucha ganada, en cada encuentro de pueblo.
En la persona del obispo Angelelli se resume el
hombre que se sabe limitado, frágil, llevando el Mensaje “en vasos de barro”[4]; pero dispuesto a asumir
el rol de Pastor de una comunidad. “La Iglesia deberá jugarse
hasta el martirio si fuere necesario, en el cumplimiento de la misión, para que
los hombres y los pueblos sean siempre templos vivos de Dios y tratados como a
tales.”[5]
La sacralidad inviolable de “templos vivos”,
obliga a “jugarse hasta el martirio” por la dignidad de “hombres y
pueblos”. Angelelli lo tomó en serio.
Los mártires son presentados ante la comunidad
creyente y la sociedad en general como ejemplares, no para imitar porque cada
vida y sus circunstancias históricas son irrepetibles. Pero sí para señalar que
si uno tan humano como cualquiera es capaz de aportar a una causa justa, todos
estamos invitados, y hasta urgidos a hacer con generosidad el propio camino en
aquella senda, sin especular con el propio destino individual.
Estas reflexiones sobre el martirio no
parecieran adecuadas en tiempos democráticos, porque la represión y las
persecuciones no afloran – en general - en su peor crudeza. Sin embargo la
violencia que consume vidas humanas se presenta como una constante histórica,
en la medida que la lucha por la justicia, y la fidelidad de muchos en su
búsqueda resulta una exigencia ante las desigualdades evitables.
Córdoba, 17 de julio
de 2015
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