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Las
sanciones de Trump contra Venezuela ¿Será posible la
recuperación económica?
Mark
Weisbrot
ALAI AMLATINA,
08/09/2017.- Las
sanciones impuestas la semana pasada por el
gobierno de Trump han cambiado significativamente la situación
económica a la
que se enfrenta Venezuela, y las opciones en materia de
políticas abiertas al
gobierno para recuperarse de una profunda depresión. Esto se
suma a los daños inmediatos
y al sufrimiento que causarán en cuanto a una agudización de
la escasez de
alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad,
junto al daño a la
economía.
Previo a estas
últimas sanciones, el gobierno
contaba con la posibilidad de poner en
marcha un programa de recuperación económica que pudo haber
reiniciado el
crecimiento económico. A diferencia de la mayoría de los
países que sufren una
crisis de balanza de pagos, Venezuela no necesariamente
tendría que pasar por
un periodo de “ajuste estructural”, como solía llamarse hasta
que los programas
del FMI dieron a este término una mala reputación. Con este
tipo de ajuste, los
niveles de vida suelen caer, al menos a corto plazo, porque el
país tiene que
recortar las importaciones para equilibrar las cuentas
externas. Pero las
importaciones en Venezuela ya se han visto recortadas en más
de 75 por ciento
desde 2012. Esta es una cifra asombrosa. Para comparar, Grecia
ha recortado sus
importaciones por aproximadamente 31 por ciento después de
sufrir una depresión
por la mayor parte de los últimos siete años, es decir dos
veces la duración de
la depresión actual en Venezuela.
Esto significa que
la economía venezolana podría
comenzar a recuperarse con bastante celeridad en respuesta a
las reformas
adecuadas, sin tener que sufrir nuevas reducciones en la
producción o en el
empleo. Por lo menos esa era la situación hasta el pasado
viernes, cuando Trump
emitió su orden ejecutiva.
El ajuste que
requiere Venezuela tiene que ver
principalmente con los precios relativos, y en particular su
tipo de cambio.
Esto lo podemos constatar al observar lo ocurrido durante los
últimos cinco
años. Para octubre de 2012, la inflación se ubicaba en una
tasa anual de 18 por
ciento, y el precio de un dólar en el mercado negro era de Bs.
13. Hoy en día,
la inflación se alza a más de 600 por ciento para el pasado
año, y un dólar
cuesta más de 17.000 BF.
Ambas tendencias
se refuerzan mutuamente en lo
que se denomina una espiral “inflación-depreciación”. A medida
que aumenta la
inflación a nivel nacional, más gente busca hacerse de
dólares; mientras más
los compran, más se dispara el precio del mercado negro. Esto
aumenta el costo
de las importaciones, lo cual aumenta la inflación, y el ciclo
se mantiene.
Si vemos los datos
de los últimos cinco años,
este proceso ha sido más o menos continuo; hubo algunas pausas
en la espiral
cuando el gobierno indicó que iba a abandonar este sistema de
tipo de cambio
disfuncional, pero después se reanudó. Hoy en día, el gobierno
todavía regala
más del 90 por ciento de sus dólares a una tasa de10 BF por
dólar. Normalmente
sirve para la importación de comida, medicina y otros
artículos esenciales.
Pero se puede imaginar los fuertes incentivos para la
corrupción cuando un
dólar que cuesta 10 BF se puede vender por más de mil veces
ese precio en el mercado
negro.
No cabe duda de
que el colapso de los precios
del petróleo que tuvo lugar en 2014 hizo que todo fuera mucho
más difícil para
Venezuela, ya que el petróleo representaba el 95 por ciento de
sus
exportaciones y la mayor parte de los ingresos del gobierno.
Pero Venezuela
entró en recesión ese año cuando el petróleo aún estaba por
encima de los 100
dólares el barril, debido al fracaso de la política económica.
Y la respuesta
al colapso del precio del petróleo, especialmente al mantener
un sistema de
tipo de cambio económicamente letal, aseguró una catástrofe
prolongada.
La única forma de
escapar a esta situación es
flotar la moneda y dejar que llegue a un equilibrio. Una vez
que haya tocado
fondo, es de esperar que buena parte de los ahorros que tienen
los venezolanos
en dólares, principalmente en el extranjero, volvería al país,
ya que todo es
barato en dólares y tendrían la certeza de que el tipo de
cambio se habría
estabilizado. Esto fue lo que ocurrió en Argentina luego de
que flotara su moneda,
lo cual derivó en una gran devaluación a principios de 2002.
En el caso de
Venezuela, la estabilización de la moneda pondría fin a la
actual espiral
inflación-depreciación y eliminaría por completo el mercado
negro del dólar.
Por otra parte, el
tipo de cambio no es el único
ajuste de precios relativos que requeriría la economía.
Existen muchos
controles de precios disfuncionales que no han logrado su
propósito y tendrían
que eliminarse. En 2015, por ejemplo, la inflación alcanzó un
180 por ciento anual.
No obstante, los precios de los alimentos que estaban sujetos
a controles de
precio, aumentaron casi el doble. Además, miles de millones de
dólares en
alimentos subvencionados cruzaban la frontera en contrabando
hacia Colombia.
Los subsidios del
gobierno a la energía
doméstica, que incluyen electricidad y gasolina prácticamente
gratuitas,
también tendrían que reducirse con el tiempo. Son bastante
elevados:
proporcionalmente al tamaño de la economía, viene siendo casi
equivalente a
toda la recaudación de impuestos sobre la renta y corporativos
en Estados
Unidos. El dinero que se gasta en dichos subsidios podría
destinarse a
subsidiar alimentos a los consumidores de forma directa.
Sin embargo, la
orden ejecutiva de Trump cambia
dramáticamente la situación. Incluso si Venezuela llegara a
estabilizar el tipo
de cambio y su economía, y ésta volviera al crecimiento, se le
negarían los
préstamos, las inversiones, e incluso las fuentes propias de
ingresos, como los
dividendos de la empresa CITGO en EE.UU. que pertenece a
Venezuela. Esto hace
que una recuperación sostenida se vuelva casi imposible sin
ayuda externa, o un
nuevo gobierno que cuente con la aprobación del gobierno de
Trump.
Precisamente para
eso están diseñadas las
sanciones: destruir aún más la economía y asegurarse de que no
se puede
recuperar. No cabe duda alguna en este sentido. Las sanciones
también empujan
al país hacia un default, lo cual generaría toda una nueva
serie de problemas
financieros graves, incluyendo el posible embargo de activos
petroleros
venezolanos a nivel internacional, junto a una merma en el
precio del crudo del
país.
Otra forma en que
las sanciones impiden la
recuperación es hacer imposible una reestructuración de la
deuda. Dicha
reestructuración sería otra manera de darle a Venezuela un
margen de respiro al
llegar a un acuerdo voluntario con los acreedores, a modo de
posponer los pagos
de deuda actuales a cambio de nuevos bonos. Sin embargo, la
orden ejecutiva de
Trump le prohíbe a instituciones financieras y a individuos el
participar en
tales nuevas emisiones de bonos.
Si damos un paso
atrás y vemos a Venezuela desde
lo lejos, ¿cómo puede un país con 500 mil millones de barriles
de petróleo y
cientos de miles de millones de dólares en otros minerales en
su subsuelo ir a
la quiebra? La única forma de que algo así pueda suceder es si
el país se ve
aislado del sistema financiero internacional, afectando los
préstamos y la
inversión. De lo contrario, Venezuela podría vender o incluso
canjear parte del
petróleo o minerales en su subsuelo, con el fin de obtener los
dólares
necesarios. Los $ 7,5 mil millones en oro que se
conservan en las reservas del Banco Central podrían servir
rápidamente de
garantía para un préstamo. En los últimos años, el
Departamento del Tesoro de
EE.UU. ejerció su influencia para asegurarse de que los bancos
que querían
financiar un canje, como por ejemplo JP-Morgan Chase y Bank of
America, no lo
hicieran.
Pero ninguna de
las anteriores opciones se
encuentran disponibles para un gobierno que se enfrenta a una
expulsión del
sistema financiero internacional, tal como lo impone
actualmente el gobierno de
Trump. Ciertamente, Venezuela ya había sido en gran parte
excluida de los
mercados internacionales de bonos para nuevos préstamos, antes
de la orden
ejecutiva de Trump, pero no se trataba de algo
irreversible. (En fechas tan
recientes como el año pasado, una reestructuración de la deuda
que habría
pospuesto miles de millones de dólares en pagos casi llegó a
concretarse). Hoy
por hoy, la falta de acceso a los mercados financieros
internacionales por
parte de Venezuela es irreversible, por lo menos mientras que
Trump o su
sucesor así lo deseen.
¿Qué se puede
hacer? Ahora que el gobierno de
Trump se ha comprometido firme y abiertamente a un cambio de
régimen mediante
la destrucción de una ya debilitada economía venezolana, queda
claro que
Venezuela tendrá que buscar ayuda externa para poder
sobrevivir, tal como lo
hizo Nicaragua, cuando Ronald Reagan (de igual modo, sin
motivo legítimo y
buscando un cambio de régimen violento) declaró un embargo
económico en contra
de ese país en 1985. Por supuesto, estamos en un mundo
diferente al de la
Guerra Fría de los años 80 (a pesar de los
paralelos que se vienen acumulando
en los últimos tiempos), pero
todavía existen otros países que cuentan con una política
exterior
independiente, entre los cuales destaca China. Al tener la
mayor economía del
mundo, China podría ayudar a Venezuela a sobrevivir estas
sanciones
unilaterales.
China emitió un
fuerte comunicado condenando
las últimas sanciones de Trump. China apoyó las últimas
sanciones del Consejo
de Seguridad de la ONU contra Corea del Norte en agosto, a
iniciativa del
gobierno de EE.UU. (Probablemente haya sido un error). Pero al
igual que el
resto del mundo, los chinos entienden que las sanciones contra
Venezuela no son
otra cosa que un evidente intento de derrocar a un gobierno
soberano. Si las
sanciones de Trump se sometieran a votación ante la Asamblea
General de la ONU,
obtendrían un nivel de apoyo cercano al del embargo de EE.UU.
contra Cuba. La
última vez que Estados Unidos votó sobre esa cuestión, en el
año 2015, 191
países votaron a favor de
condenar el embargo,
mientras que sólo Israel
apoyó a Estados Unidos.
Hasta ahora,
ningún gobierno que no sea de Trump
ha expresado su apoyo para estas sanciones contra Venezula.
China cuenta con
más de 3 billones de dólares en
reservas y le ha prestado decenas de millardos de dólares a
Venezuela, de los
cuales la mayor parte ha sido cancelada, y se espera que el
resto se pagará en
envíos petroleros.
Puede que China
esté dispuesta a ayudar. No hay
forma de saber lo que el gobierno en Beijing estaría dispuesto
a hacer, pero
tendría sentido para el gobierno venezolano acercarse a éste
con un plan
económico que brinde ciertas garantías de que su dinero no se
desperdiciaría.
Esto implica un plan que incluye las reformas básicas
necesarias para
estabilizar el tipo de cambio y la inflación, a modo de
permitir la reanudación
del crecimiento económico. Los chinos son famosamente reacios
a decirle a
cualquier gobierno soberano cuáles han de ser sus políticas
económicas, y no
colocarían condiciones de este tipo en cuanto a préstamos o
inversiones — a
diferencia del gobierno de Estados Unidos o el FMI o el Banco
Mundial,
dominados por Estados Unidos
Pero puede que
China esté más dispuesto a ayudar
a Venezuela en esta situación si se les presenta un plan
sensato que apunte a
la recuperación económica. También tendría sentido que
Venezuela se acerque al
Partido Comunista de China, ya que puede influir en las
decisiones del gobierno
chino y a veces adopta un enfoque más solidario en las
relaciones
internacionales.
Contrarrestar las
sanciones ilegales (tanto en
derecho estadounidense como internacional) de Trump
beneficiaría a todos los venezolanos. Evidentemente, en cuanto
a efectos
inmediatos, cualquier ayuda que logre aliviar la escasez de
alimentos y
medicinas sería importante, y podría contrarrestar el impacto
de las sanciones
sobre la recuperación económica. Por otra parte, los préstamos
y la ayuda china
también podrían coadyuvar a una solución negociada. Aunque ni
la oposición
venezolana ni el gobierno hicieron concesiones significativas
durante las
negociaciones a finales del año pasado, hay poco incentivo
para que la
oposición negocie siempre que puedan contar con un deterioro
económico
continuo. Una recuperación de la economía haría que dicho
incentivo reaparezca
para la oposición.
China tiene
intereses nacionales propios en no
querer que toda Suramérica vuelva a estar dominada por el
gobierno de EE.UU.,
como lo estuvo el siglo pasado, sobre todo con un presidente
cada vez más
agresivo, volátil, y perturbado al mando. Pero en este caso,
sus intereses
coinciden con el interés del mundo en general, en el que la
soberanía nacional
y el derecho a la autodeterminación son de vital importancia,
habiéndose conseguido
con mucho esfuerzo. Mientras que Trump busca posibles
escenarios de acción
militar en todo el mundo, a modo de salvar su fracasada
presidencia, el pueblo
estadounidense también tiene interés en cualquier cosa que
ayude a resolver un
conflicto que él ya ha anunciado como un posible blanco
militar.
La gran mayoría
del establishment en materia de
política exterior y los medios de comunicación de EE.UU. no
logran entenderlo,
ya que ven el mundo desde el prisma del poder estadounidense,
como solían hacer
durante la Guerra Fría; sufren de un exagerado sentido de su
importancia,
capacidad y benevolencia; y poco les importa la soberanía o la
autodeterminación de naciones “menores”. Esto los lleva a
cometer muchos
errores funestos y violentamente destructivos, como en los
casos de Irak,
Afganistán, Siria y Libia. Su apoyo a un cambio de régimen en
Venezuela está
entre esos errores.
Venezuela es un
país polarizado, y es casi
seguro que el conflicto requerirá una solución negociada, si
ha de evitarse una
guerra civil. Una mediación internacional con la participación
de terceros
aceptados por ambos bandos podría ayudar, junto a actores
neutros y éticos que
pueden jugar un papel importante, como el Papa Francisco,
quien ha hecho llamados al
diálogo en repetidas ocasiones. Pero el futuro de
Venezuela debe ser decidido por
los venezolanos, preferiblemente por vía de elecciones
democráticas. No es algo
que Donald Trump deba decidir.
- Mark Weisbrot es
codirector del Centro de Investigación en Economía y Política (Center for Economic and Policy Research, CEPR)
en Washington, D.C. y
presidente de la organización Just
Foreign Policy.
También es autor del libro “Fracaso. Lo que los ‘expertos’ no entendieron
de la economía global” (2016, Akal, Madrid).
(Traducción
por George Azariah-Moreno.)
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