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Brasil:
El combate a la corrupción
como instrumento político
Roberto
Amaral
ALAI AMLATINA, 23/03/2018.- Una de las
características más distintivas de la historia
brasileña contemporánea es su carácter recurrente, sugiriendo
una secuencia de
farsas y tragedias, un perverso proceso circular que retarda
el desarrollo en
sus diversos planos, sea económico, político o social. No habrá sido por
casualidad –ni mucho menos
por capricho de los dioses– que hemos sido la única monarquía
del continente,
la última nación que se libró de la esclavitud y la última en
instalar la
República. Sin
embargo, una República
sin pueblo, sin voto, protectorado de la preeminencia de los
militares y de la
oligarquía rural que, con los ojos dirigidos a las bolsas de
valores de
Londres, comandaría el país, frustrando su desarrollo, hasta
la revolución de
1930. A este
movimiento cívico-militar le
tocó fracturar la alianza entre paulistas y mineiros,
productores de café y ganado, defensores de la economía
agroexportadora, alejada
de los intereses del país y, principalmente, de su pueblo.
La República
tutelada
El trasfondo de los problemas
sociales y estructurales
que acompañan a la historia brasileña desde la Colonia es el
carácter foráneo
de su clase dominante, cuyos intereses y ganancias jamás
estuvieron vinculados
al desarrollo nacional.
En las primeras décadas del
siglo pasado, la población
era predominantemente rural, y la economía dependía del
rentismo y de los precios
internacionales del café, con 'élites' económicas adversas a
la
industrialización y resistentes a cualquier desarrollo que
pudiera amenazar las
estructuras económico-políticas que garantizaban su poder. Es sobre ese escenario que
comienza a configurarse
lo que se podría llamar la clase media urbana: funcionarios
públicos, pequeños
y medianos comerciantes, intelectualidad emergente, etc. y los
jóvenes
militares.
En 1922, año de la Semana de
Arte Moderna, los
sentimientos moralistas de la clase media se encuentran con la
inquietud de la
joven oficialidad, simbolizada en el Levantamiento del Fuerte
de Copacabana, la
primera de una serie de irrupciones militares que se producen
hasta el golpe
del 1 de abril de 1964, vestíbulo de la dictadura militar que
sólo llegaría a término
en 1984. Con el
Levantamiento, surge el ‘tenientismo’[1]
del
cual nace la Columna Prestes (1924)[2]
e
incluso la revolución de 1930 que se desdobla (1937) en el
Estado Nuevo, la
dictadura que sobrevivirá hasta 1945.
La preeminencia de los
militares, garantes de los
gobiernos oligárquicos, se establece institucionalmente a
partir del golpe de
Estado del 15 de noviembre de 1889, conocido como Proclamación
de la República:
un acontecimiento de ellos, y sólo de ellos, es decir, sin
pueblo y sin
republicanos, que, al derribar la decadente Monarquía,
instauró la República de
los grandes terratenientes.
La República tutelada, apoyada
en un proceso electoral restringido
y corrupto, buscaba legitimidad en un padrón que no abarcaba
ni a las capas
medias de la población. En
1894, en la
primera elección directa para presidente de la República, el
candidato
victorioso, Prudente de Morais, se eligió con cerca de 270 mil
votos, lo que
representaba menos del 2% de la población brasileña.
Esa democracia sin pueblo y
sin voto sobreviviría hasta
1930, año de la revolución varguista que se transformará en
dictadura en 1937 y
se extenderá hasta 1945, cuando Getúlio Vargas, el dictador,
es depuesto por un
golpe militar.
Ruptura
constitucional
Esta pequeña introducción
tiene el propósito de poner de
manifiesto el encuentro del combate despolitizado a la
corrupción con los
golpes de Estado, de base militar o no, como el de 2016. Uno de los temas centrales
del levantamiento
de 1922 era la denuncia de la corrupción electoral y la
demanda de un sistema
electoral 'justo', es decir, sin fraude. Se establece entre los
militares,
mayoritariamente, la creencia de que los males del país
residían en la
corrupción (un crimen civil), tema que luego fue absorbido por
las corrientes políticas
de derecha, que dominaban el debate político, y pasarían a
frecuentar los
cuarteles militares. Así,
el combate a
la corrupción se transforma en instrumento político de
apelación a la ruptura
constitucional, invocada como necesaria para combatir la
corrupción, cuando su
objetivo ha sido el de impedir la continuidad de gobiernos,
llamados
'populistas', por haber dado lugar a la emergencia de las
masas.
El horizonte que unifica las
fuerzas conservadoras
(auto-denominadas 'liberales') es la 'moralización de las
costumbres políticas'
(cortina de humo para el golpismo) que, a partir
principalmente de los años 50
del siglo pasado, pasa a contar con la acción de los grandes
medios de
información. Su papel,
desde siempre,
pero que se acentúa principalmente luego de la
redemocratización de 1946
(primeras elecciones tras la caída de la dictadura del Estado
Nuevo), es la
construcción del discurso ideológico unificador del
pensamiento
conservador-reaccionario, fundado en el combate a la
corrupción, en la
manipulación de los conceptos de ética, libertad y democracia.
Les corresponde: 1)
crear las condiciones
subjetivas para el golpe (al que la derecha recurre cada vez
que se ve amenazada en sus intereses)
y 2)
legitimarlo mediante la construcción autónoma de la narrativa.
En el año 2016 (contra
el lulismo), como en
1954 (contra Vargas, el hombre y lo que él representaba), como
contra Juscelino
Kubitscheck en los años del desarrollismo (1956-1961), como en
la preparación
de 1964, contra João Goulart y lo que representaba como
promesa de desarrollo
nacional autónomo, distribución del ingreso y emergencia de
las masas, el
eterno fantasma que provoca las pesadillas de las clases
dominantes.
A partir del gobierno
constitucional y democrático de
Vargas (1951-1954) y hasta el derrocamiento del lulismo
(2003-2016), se
registra el avance del pensamiento de centro-izquierda,
caracterizado por la
emergencia de las masas asociada a un proyecto de desarrollo
nacional autónomo.
Tesis inaceptables para
la derecha
brasileña. Se repiten
los golpes con la
misma justificación de la lucha contra la corrupción.
La victoria de la campaña
contra Vargas, en 1954, se
centraba en la denuncia de un 'mar de lodo’ que correría en
los inexistentes 'poros'
del Palacio del Catete, sede del gobierno. Lo que en realidad se
combatía era el proyecto
de desarrollo nacional autónomo y de protección de las clases
trabajadoras.
El gobierno de Juscelino fue
atacado, como corrupto,
desde el primer día, y volvió a ser objeto de investigaciones
bajo la
dictadura. Igual que
en el caso de
Vargas y João Goulart, nada sería comprobado, pero el
presidente tuvo que
enfrentarse a dos levantamientos militares y cerca de 10
pedidos de impeachment.
Su sucesor, el
candidato de la derecha Jânio
Quadros, el efímero, tenía como símbolo de campaña una escoba
y como lema
"acabar con el robo".
João Goulart (1961-1964) ya
era combatido desde su tiempo
de Ministro de Trabajo (1953) y desde siempre acusado de
‘populista’ y
corrupto. En su
gobierno avanzaron los
esfuerzos hacia la emergencia de las masas y la efectividad de
una política
exterior independiente, proyectos fatales en la contingencia
brasileña. La larga
campaña para su deposición (1964)
acusaba a su gobierno de subversivo y corrupto.
La Historia no se repite, sino
como farsa o tragedia,
pero al menos ella es recurrente. Maquiavelo
decía que a los hombres les gusta rehacer caminos ya
recorridos.
La denuncia de corrupción fue
el arma de la derecha
brasileña para justificar la destitución de Rousseff en 2016,
pero esta vez sus
objetivos son más profundos. Con
la
cantaleta de siempre, se trata de destruir el símbolo de la
emergencia de las
masas, el ex presidente Luiz Inácio da Silva, a quien se trata
de destruirlo difamándolo
como corrupto, es la imagen que de él intenta dibujar la
conspiración del
sistema empresarial en alianza con los medios y el poder
judicial.
En el caso de la destitución
de Rousseff y del intento,
en marcha, de destruir la imagen del ex presidente Lula y de
lo que representa,
hay un hecho inusitado: fueron las fuerzas de la corrupción,
simbolizadas en la
figura de Michel Temer y de la cuadrilla que tomó por asalto
el poder que, en
nombre del combate a la corrupción, comandaron el golpe y
ahora maniobran la
condena moral de Lula. (Traducción: ALAI)
Roberto
Amaral es escritor, politólogo,
ministro de Ciencia y
Tecnología en el primer gobierno de Lula.
Artículo publicado en la
Revista América Latina
en Movimiento 531 (marzo
2018): La
corrupción: Más allá de la
moralina
[1]
Nombre
dado al movimiento
político-militar y a la serie de rebeliones de jóvenes
oficiales (en la
mayoría, tenientes) del Ejército Brasileño en el
inicio de la década de 1920.
https://es.wikipedia.org/wiki/Tenentismo
[2] Movimiento político militar
cuyo máximo exponente fue
el capitán Luiz Carlos Prestes, que alcanza una
tremenda popularidad y que
posteriormente ingresa en el Partido Comunista
Brasileño y llega a ser su
Secretario General. https://es.wikipedia.org/wiki/Columna_Prestes
URL
de este
artículo: https://www.alainet.org/es/articulo/191810
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