El
domingo por la mañana despedimos en el Parque de la Memoria a Pipo y
Angelita, como siempre llamamos a José Federico Westerkamp y a Ángela
Muruzábal de Westerkamp.
Ellos fueron los padres de Gustavo, a quien detuvieron en octubre de 1975, cuando se presentó a la revisación médica para cumplir con el servicio militar obligatorio.
La prisión de su hijo despertó en Pipo y Angelita una militancia política impensada. Ambos eran científicos de renombre; él físico y ella química, y hasta ese momento eran destacados por sus actividades de investigación académica.
Angela Muruzábal se recibió en 1940 en la UBA con diploma de honor y medalla de oro, que no recibió por falta de presupuesto, según historió la licenciada María Ferraro en el boletín de la Fundación Síntesis que la homenajeó por su trayectoria hace algunos años.
Fue docente en las Universidades de Columbia y Nueva York, conoció y trató a Albert Einstein en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en New Jersey. En nuestro país trabajó con los médicos Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir en el Instituto de Fisiología de la UBA y participó de la fundación de la Universidad Tecnológica Nacional, donde hasta 1978 fue Jefa del Departamento de Química Orgánica.
José Federico Westerkamp se doctoró en Química en 1942,también en la UBA, donde conoció a Angelita, una de las pocas mujeres que cursaba esa carrera en aquella época.
“La UBA me dio muchas satisfacciones –decía a menudo Pipo– pero sobre todo me dio a Angelita, mi amor de toda la vida”. José siguió estudiando y obtuvo un Master en Ciencias Físico Matemáticas, que lo llevó a trabajar en el diseño del primer láser junto a Charles Townes, premio Nobel de Física en 1964.
Todos éstos logros de sus vidas académicas fueron soslayados en la despedida porque la humildad de ambos no lo hubiera permitido. Sí se recordó su militancia en la defensa de los derechos humanos, donde Pipo y Angelita volcaron sus esfuerzos luego de la detención del menor de sus dos hijos.
Ambos fueron miembros fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y del CELS, y ofrecieron su casa para todas las reuniones. Su condición de prestigiosos investigadores les facilitaba las denuncias en ámbitos internacionales y Pipo confeccionó la primera lista completa de los científicos presos y desaparecidos en la dictadura, para que que llegara a todos los parlamentos y personalidades del mundo que podían influir en la vida política argentina.
“Mi viejo ponía el cuerpo, no sólo las ideas”, dijo Gustavo en la mañana del domingo, abriendo la lista de los amigos y compañeros que recordaron a la pareja antes de arrojar sus cenizas al Río de la Plata.
“Fue detenido en dos oportunidades –continuó– y cuando yo ya había sido liberado siguió luchando por las causas justas. En el año 88, en el Congreso de Viena por la Paz, fue golpeado y demorado por defender a un estudiante que se peleaba en la calle con la policía. Papá no dudó en tomarlo del brazo al muchacho para arrancarlo de las manos policiales. A los dos les costó aceptar mis convicciones, pero no dejaron de reclamar mi libertad ni un solo día de los ocho años que estuve preso”.
Matías Westerkamp, hijo de Gustavo y guitarrista de la banda de Rock “La Condena de Caín”, contó que sus primeras lecturas “serias” nacieron en la casa de sus abuelos, y que Angelita le pagó los estudios de guitarra con Esteban Morgado. El bajista del grupo, Marcelo Di Giovanni, completó la anécdota: “El problema era que la abuela creía que Matías estudiaba guitarra para tocar tango, porque ella amaba el 2 x 4. Pero un día fuimos a visitarla con toda la banda y cuando subíamos en el ascensor, todos melenudos, en bermudas, tatuados y transpirando rocanrol, Matías nos advirtió: ‘Ojo muchachos, recuerden que nosotros somos una banda que toca Tango’.”
María Adela Antokoletz, de Madres Línea Fundadora, recordó emocionada el prendedor que Pipo le trajo como regalo del Congreso por la Paz de Sevilla, al que conserva como un tesoro. “Pipo siempre fue un luchador por la Paz, pero no una paz de “ommmm”, sino una paz construida desde la justicia social”.
Nelly Turlione, ex detenida y obligada al exilio durante años, relató que a su regreso al país Angelita y Pipo le regalaron sus primeros muebles, “eran pesados pero los cargaron y los llevaron en su propia camioneta. Eran así, no estaban solamente para tareas grandes, sino también para las más pequeñas”.
Casi sobre el final, Mirta Sgro compartió el momento de su liberación, luego de nueve años detenida.
“Fuimos con un grupo de compañeras a la casa de los Westerkamp para agradecerles su compromiso con nuestra libertad, y Angelita nos recibió con una vincha de flores para cada una, hechas con sus propias manos. Nosotras veníamos de muchos años de aislamiento, golpes y represión que habían blindado nuestras emociones. Y ella nos recibía con flores, un gesto de delicadeza, calidez y ternura que nos conmovió a todas.. Aún tengo esa guirnalda y la guardaré toda la vida”, terminó Mirta.
Remy Vicentini, otro luchador incansable y uno de los fundadores de “Familiares de Detenidos por Razones Políticas”, dijo las palabras finales. Sólo quedaba arrojar las cenizas al río, frente a la estatua que recuerda a Pablito Miguez, un adolescente de catorce años secuestrado y asesinado por la dictadura. Gustavo tomó las urnas y las esparció para que las aguas las recibieran.
Pipo y Angelita están juntos de nuevo. Como toda la vida.
Ellos fueron los padres de Gustavo, a quien detuvieron en octubre de 1975, cuando se presentó a la revisación médica para cumplir con el servicio militar obligatorio.
La prisión de su hijo despertó en Pipo y Angelita una militancia política impensada. Ambos eran científicos de renombre; él físico y ella química, y hasta ese momento eran destacados por sus actividades de investigación académica.
Angela Muruzábal se recibió en 1940 en la UBA con diploma de honor y medalla de oro, que no recibió por falta de presupuesto, según historió la licenciada María Ferraro en el boletín de la Fundación Síntesis que la homenajeó por su trayectoria hace algunos años.
Fue docente en las Universidades de Columbia y Nueva York, conoció y trató a Albert Einstein en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en New Jersey. En nuestro país trabajó con los médicos Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir en el Instituto de Fisiología de la UBA y participó de la fundación de la Universidad Tecnológica Nacional, donde hasta 1978 fue Jefa del Departamento de Química Orgánica.
José Federico Westerkamp se doctoró en Química en 1942,también en la UBA, donde conoció a Angelita, una de las pocas mujeres que cursaba esa carrera en aquella época.
“La UBA me dio muchas satisfacciones –decía a menudo Pipo– pero sobre todo me dio a Angelita, mi amor de toda la vida”. José siguió estudiando y obtuvo un Master en Ciencias Físico Matemáticas, que lo llevó a trabajar en el diseño del primer láser junto a Charles Townes, premio Nobel de Física en 1964.
Todos éstos logros de sus vidas académicas fueron soslayados en la despedida porque la humildad de ambos no lo hubiera permitido. Sí se recordó su militancia en la defensa de los derechos humanos, donde Pipo y Angelita volcaron sus esfuerzos luego de la detención del menor de sus dos hijos.
Ambos fueron miembros fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y del CELS, y ofrecieron su casa para todas las reuniones. Su condición de prestigiosos investigadores les facilitaba las denuncias en ámbitos internacionales y Pipo confeccionó la primera lista completa de los científicos presos y desaparecidos en la dictadura, para que que llegara a todos los parlamentos y personalidades del mundo que podían influir en la vida política argentina.
“Mi viejo ponía el cuerpo, no sólo las ideas”, dijo Gustavo en la mañana del domingo, abriendo la lista de los amigos y compañeros que recordaron a la pareja antes de arrojar sus cenizas al Río de la Plata.
“Fue detenido en dos oportunidades –continuó– y cuando yo ya había sido liberado siguió luchando por las causas justas. En el año 88, en el Congreso de Viena por la Paz, fue golpeado y demorado por defender a un estudiante que se peleaba en la calle con la policía. Papá no dudó en tomarlo del brazo al muchacho para arrancarlo de las manos policiales. A los dos les costó aceptar mis convicciones, pero no dejaron de reclamar mi libertad ni un solo día de los ocho años que estuve preso”.
Matías Westerkamp, hijo de Gustavo y guitarrista de la banda de Rock “La Condena de Caín”, contó que sus primeras lecturas “serias” nacieron en la casa de sus abuelos, y que Angelita le pagó los estudios de guitarra con Esteban Morgado. El bajista del grupo, Marcelo Di Giovanni, completó la anécdota: “El problema era que la abuela creía que Matías estudiaba guitarra para tocar tango, porque ella amaba el 2 x 4. Pero un día fuimos a visitarla con toda la banda y cuando subíamos en el ascensor, todos melenudos, en bermudas, tatuados y transpirando rocanrol, Matías nos advirtió: ‘Ojo muchachos, recuerden que nosotros somos una banda que toca Tango’.”
María Adela Antokoletz, de Madres Línea Fundadora, recordó emocionada el prendedor que Pipo le trajo como regalo del Congreso por la Paz de Sevilla, al que conserva como un tesoro. “Pipo siempre fue un luchador por la Paz, pero no una paz de “ommmm”, sino una paz construida desde la justicia social”.
Nelly Turlione, ex detenida y obligada al exilio durante años, relató que a su regreso al país Angelita y Pipo le regalaron sus primeros muebles, “eran pesados pero los cargaron y los llevaron en su propia camioneta. Eran así, no estaban solamente para tareas grandes, sino también para las más pequeñas”.
Casi sobre el final, Mirta Sgro compartió el momento de su liberación, luego de nueve años detenida.
“Fuimos con un grupo de compañeras a la casa de los Westerkamp para agradecerles su compromiso con nuestra libertad, y Angelita nos recibió con una vincha de flores para cada una, hechas con sus propias manos. Nosotras veníamos de muchos años de aislamiento, golpes y represión que habían blindado nuestras emociones. Y ella nos recibía con flores, un gesto de delicadeza, calidez y ternura que nos conmovió a todas.. Aún tengo esa guirnalda y la guardaré toda la vida”, terminó Mirta.
Remy Vicentini, otro luchador incansable y uno de los fundadores de “Familiares de Detenidos por Razones Políticas”, dijo las palabras finales. Sólo quedaba arrojar las cenizas al río, frente a la estatua que recuerda a Pablito Miguez, un adolescente de catorce años secuestrado y asesinado por la dictadura. Gustavo tomó las urnas y las esparció para que las aguas las recibieran.
Pipo y Angelita están juntos de nuevo. Como toda la vida.
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