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viernes, 27 de enero de 2017

Tinkunaco 0306/17 - Re: [alai-amlatina] Trump: la comedia y el terror de lo políticamente incorrecto

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Comunicación de ultra-derecha, comediantes políticos y un mundo de cínicos
Trump: la comedia y el terror de lo políticamente incorrecto
 
Veronica Leon-Burch y Pedro Cagigal
 
ALAI AMLATINA, 27/01/2017.-  Trump es presidente! Aun recuperándonos del shock y desconcierto, seguimos buscando respuestas a lo que pasó. Mucho se ha dicho del impacto del estatus de celebridad de Trump, de las fallas en la campaña demócrata, de la imagen pro-establishment de Clinton, de los wikileaks o del obsoleto colegio electoral. A pesar del voto popular, Trump gana por todas estas razones y muchas más, hasta pueden culpar a Rusia si desean. Aquí buscamos complementar estas visiones desde las distintas estrategias discursivas construidas en lo que parece ser un nuevo espectro de comunicación política mucho más polarizada en EE.UU. Por una parte, los medios de ultra-derecha florecen, abonados por décadas de retórica populista republicana usando a los migrantes, las minorías y la regulación gubernamental como chivos expiatorios frente a una política económica desfavorable para las mayorías. Por otra parte, sin estar en el extremo opuesto del espectro ideológico, la comedia liberal aparece como una suerte de respuesta. Ambos han permitido distintos tipos de desfogues “políticamente incorrectos”, los unos apelando a la comedia y los otros al terror: al miedo y al conflicto. Pero ¿cuál es la diferencia entre “crooked” (chueca) Hillary y “small hands” (manos pequeñas) Trump? Veremos cómo, en última instancia, la estrategia comunicacional de ultra-derecha parece mucho más efectiva en movilizar.
 
La comunicación política ha cambiado radicalmente con los medios digitales. A pesar de que accedemos a mucha más información, parece más difícil que nunca decidir dónde depositar nuestra confianza. Mientras Facebook se convierte en fuente de noticias para muchos, circulan artículos, posts de blogs de opinión, noticias falsas u humorísticas, memes, etc., sin nada que los diferencie entre ellos. A la vez, se han evidenciado muchas de las agendas y grupos de poder detrás de los grandes medios, poniendo también en crisis a una industria que, mal que bien, todavía responde a ciertos filtros y obligaciones. En campañas políticas, el uso de trols, campañas de descrédito y desinformación ya se piensan como indispensables. Las noticias falsas circulan más que las reales, y no solamente por que responden a agendas ideológicas, sino por ser un atajo para cosechar o monetizar likes. ¿Cómo podemos crear sentido de lo que pasa? Ante esta profunda crisis de credibilidad, parecería que la verdad se ha vuelto insuficiente y que lo que importa es encontrar un mensaje efectivo. Para no caer en una política post-verdad, necesitamos no sólo mecanismos de información 'verificada', sino además construir discursos que movilicen.
 
Los grupos de extrema derecha a nivel global han aprovechado muy bien esta crisis de credibilidad, construyendo un discurso populista movilizador desde hace décadas, que los llevó a cosechar triunfos en 2016. En el caso de Trump, su discurso movilizador tiene como trasfondo décadas de populismo republicano. Con el 'Reaganomics' y la agenda neoliberal, surge un discurso que busca apelar a las masas haciendo abstracción de la política económica: moralista –centrado en temas como el aborto y la homosexualidad-, anti-intelectualista -negando a la ciencia y el rigor académico- y basado en el miedo, culpando a los migrantes y minorías de la delincuencia y el desempleo. Este populismo llevó a la consolidación de una facción más radical del partido, con el  Tea Party y más recientemente los supremacistas blancos, rebautizados como alt-right, ganándoles terreno a los republicanos moderados y del establishment. La audacia de Trump consistió en traducir esa retórica en ofertas concretas como el muro y la deportación masiva. Su eslogan, tomado de Reagan, de “hacer América grande de nuevo” es un significante vacío que invita a cualquiera a llenarlo de sus propios deseos individuales. La gente le agradeció por “decir las cosas como son”, que no tenía nada que ver con la verdad, sino con decir públicamente lo que muchos decían en privado. Y es que tras décadas de esfuerzo liberal por imponer una suerte de 'cultura de la tolerancia', no se resolvieron los problemas estructurales de la desigualdad. Al contrario, las condiciones de vida de las clases trabajadoras han empeorado significativamente. Es así que Trump logra apelar a un sentimiento generalizado de insatisfacción con un discurso “anti-sistema” que ataca a lo políticamente correcto y de paso a los medios que lo sustentan.
 
Los medios liberales, por su parte, quedaron en evidencia en la campaña de 2016. Sin dejar nunca de priorizar sus ratings, le dieron una cobertura desmedida al candidato celebridad que despreciaban, sabiendo que lo beneficiaba. A la vez, intentaban desacreditarlo de manera cada vez más explícita y ansiosa, poniendo de manifiesto su sesgo político -cada vez menos alejados del estilo Fox News-, lo que avivaba la desconfianza en los medios. Trump supo capitalizar esta cobertura mediática alimentándola constantemente con escándalos, mientras invertía mínimos recursos en los grandes medios y se concentraba en estrategias de medios digitales y mítines. Steve Bannon, jefe de campaña de Trump y anterior cabeza del exitoso portal de ultra-derecha Breitbart News, jugó un rol clave.
 
Si el discurso de Trump no era del todo nuevo, su estilo tampoco. La ultra-derecha viene desarrollando un estilo agresivo y sin pelos en la lengua, ligado a procesos organizados de troleo, desinformación e intimidación en línea. Esto ya se venía cosechando desde las radios locales, donde locutores enfurecidos y constantemente indignados han tenido un gran acceso a las familias de la clase obrera. Llevan un mensaje claro, menos filtrado, de un pensamiento nacionalista y de supremacía blanca muy arraigado en E.U., combatiendo día a día la norma de lo políticamente correcto impuesta por los liberales y sus medios. Para muchos americanos estas radios se volvieron su principal acercamiento a la comunicación política. Este fenómeno migró de forma casi natural a las redes sociales donde surgen jóvenes celebridades y además cualquiera puede opinar sin filtro. En este espacio menos regulado, se exacerban la agresividad y la desinformación. La noticias falsas florecen, extrapolando los temores sembrados por el discurso republicano moralista, anti-intelectualista y de miedo. Se generaliza el troleo como forma de amedrentar e inmovilizar al oponente, ya que el trol no permite ningún tipo de debate, obligándonos a ignorar y permitir cualquier odio que despliegue. Con el respaldo de estos medios, además de blogs y páginas como Breitbart News, se ha generado todo un tejido comunicacional de base, con sus propios hashtags en código y cultura de memes, permitiendo una viralidad instantánea sin mayor esfuerzo. La campaña de Trump supo aprovechar muy bien esta eficiente red comunicacional, a diferencia de los liberales y su estrategia comunicacional más vertical.
 
¿Es un chiste o es en serio?
 
Frente a esta potente maquinaria de comunicación de derecha, en un contexto en que la comunicación de izquierda sigue siendo marginal y de poco alcance, ha sido la visión crítica de la comedia liberal que, por su masividad y accesibilidad, ha servido de contrapeso. Varios comediantes políticos que salieron del Daily Show con Jon Stewart, han seguido una línea de investigación periodística con una atractiva combinación de crítica y sátira. La crítica entendida como una denuncia basada en un análisis serio; y la sátira, como un cómico reproche irreverente. Este formato permite decir lo que los noticieros no pueden, exponiendo, de paso, el sesgo de los grandes medios. Muchos, en especial los jóvenes, se basan en estos programas para conocer y tener una visión crítica de los sucesos políticos.
 
Sin embargo, traicionando su irreverencia frente al poder, los comediantes cayeron en la trampa de la polarización al apoyar explícitamente a la candidata del establishment desde las primarias, comportándose como los medios de los que se mofaban. Samantha Bee sigue actuando como la “traductora enojada” de Hillary, John Oliver hizo una cuestionable representación de la candidata Jill Stein, sin mencionar la cobertura a Sanders en general. Que todos manejaran un discurso similar (incluso los mismos chistes) revela que realmente tenían pavor a un Trump presidente. Pero los intentos por alertar sobre los graves peligros detrás de sus propuestas y retórica acabaron siendo opacados por las bromas sobre sus manos pequeñas, su color naranja, su cabello o los “tontos” que lo apoyan. Les fue muy difícil conjugar el código del miedo con el de la comedia ¿Cómo vamos a temerle a Trump si nos hace reír tanto? La experta del mensaje del miedo, como vimos, es la ultra-derecha.
 
¿Cuál es la diferencia entre el “crooked Hillary” y el “small hands” Trump? El primero tenía una clara connotación política de corrupción, respaldado por una orquestada campaña de noticias reales y falsas. El segundo es un insulto infantil que se sigue explotando hasta el aburrimiento sin aportar en nada al debate. ¿Cuál es la diferencia entre Trump tildando a los mexicanos de violadores y Amy Schumer diciendo en un stand-up que no sale con mexicanos porque lo prefiere consensual, o el denigrante retrato de éstos en series como American Dad o Family Guy? El mensaje de fondo es el mismo, solo que el primero usa el código del terror para generar miedo, y los otros usan el del humor, banalizando estereotipos. Durante la campaña de 2016 también entró en crisis este flirteo de la comedia liberal con lo políticamente incorrecto al evidenciarse estos paralelos, no solo por parte de los seguidores de Trump, sino desde los mismos comediantes. Lewis Black se pregunta cuál será su trabajo ahora, pues cuando la realidad supera el absurdo “¿cómo satirizas lo que ya es satírico?”. Trevor Noah hizo una recopilación de frases de Trump para afirmar que es un comediante de stand-up: su tono, su ritmo, sus punch-lines, solo faltan las risas enlatadas.
 
Los comediantes, desde sus respectivas minorías, eran los que podían burlarse de su gente, mostrando vulnerabilidad al aceptar y reforzar estereotipos, ayudando así a aligerar tensiones entre culturas. Sí los judíos somos tacaños, los negros somos vagos, los latinos pillos, pero somos divertidos también, nos podemos relacionar, nos parecemos a ti aunque no lo suficiente, tenemos una serie de defectos para tu comodidad, somos el perfecto Otro. El humor ha servido para crear lazos y también ha tenido un gran potencial disruptivo. Ha jugado un rol contra-hegemónico histórico, particularmente en momentos en que el poder ha estado rodeado de un aura de sacralidad. El problema aparece con la saturación, cuando todos nos hemos convertido en satíricos humoristas, cuando el humor se ha vuelto la forma 'aceptable' de decir lo indecible, ya no para burlarse del poder o de uno mismo, sino para reprochar al otro. En un contexto en que se ha vuelto mucho más difícil desacralizar al poder, ya que el poder es el primero en ironizar para parecer más atractivo e inofensivo, la comedia necesita desplegar mucha más creatividad para generar una incidencia crítica. Con la construcción de una nueva subjetividad neoliberal individualista y descomprometida, el cinismo se ha generalizado. En este mundo de cínicos, todos los políticos son corruptos, todo Estado es perverso, todas las noticias son ficticias y buscamos satisfacción en las desgracias, porque es imposible cambiarlas y lo único que queda es burlarse. Nuestra auto-complacencia es tal, que ya ni podemos interesarnos en las noticias o la política si no son entretenidas. En este mundo cínico es mucho más fácil apelar a un voto en contra que inspirar un voto a favor.
 
Así, en las redes sociales la sátira se potencia como forma de moralizar a la sociedad a través de la burla. Al igual que el troleo, se vuelve un medio para inmovilizar. Y si los supremacistas blancos se volvieron especialistas del troleo y la desinformación, los liberales, alardeando de una superioridad intelectual, ridiculizan al pensamiento conservador y desestiman cualquier crítica a las políticas identitarias. La ultra-derecha siempre ha sabido desplazar el conflicto social hacia el Otro, no necesita muletillas cómicas para saltarse lo políticamente correcto: es realmente irreverente. Sus códigos de miedo y conflicto logran provocar pasiones y movilizar acciones. Mientras, los liberales han intentado pacificar el conflicto social sin realmente enfrentar las causas estructurales que lo sustentan, en parte para su propia tranquilidad y confort. Su sátira tiende a generar cinismo e inacción; nos basta con burlarnos para sentirnos políticamente activos. Donald Trump encajó perfectamente en el cinismo tanto de la ultra-derecha como de la comedia liberal: el implacable irreverente para los unos y el inagotable material de comedia para los otros. Trump es un cínico, pero no del tipo chistoso. Es un cínico por sus descaradas contradicciones y mentiras, por cómo ejerce su poder. Él lleva lo políticamente incorrecto a un monstruoso plano de lo real, destrozando el juego de la comedia y el simulacro de la tolerancia.
 
Es importante remarcar que, a pesar de los triunfos de la ultra-derecha a nivel global, en general no superan el 25% del electorado. Aunque no representan a las mayorías, lo que sí logran es movilizar a su base a las urnas, en medio de un ausentismo generalizado. Si bien la comedia liberal ha jugado un rol importarte en denunciar ciertos problemas e injusticias frente a un público masivo, ha demostrado ser insuficiente como respuesta a la estrategia comunicacional de ultra-derecha. Aun cuando intenta llamar a la acción, generalmente no pasa de generar 'clicktivismo' o revuelos efímeros. Por una parte, porque es un negocio de entretenimiento y responde a esa lógica, sin generar ni pertenecer a un auténtico tejido comunicacional de base. Por otra parte, porque no logra plantear un discurso movilizador y más bien alimenta la cultura del cinismo que lleva a la apatía y el desencanto. El cinismo es el triunfo de “no hay alternativa”, destruye la utopía. Pero la movilización política necesita un horizonte, se nutre de esperanza. La debilidad del liberalismo está en aferrarse a su zona de confort y a su llamado “pragmatismo”, que es en realidad una falta de fe en una transformación profunda. Los demócratas perdieron optando por la candidata que representaba sus propios intereses y la continuidad, en una elección dónde la principal consigna era el cambio. Pero el éxito del socialista Sanders en las primarias, con sus estrategias de base como el crowdfunding y sus concentraciones masivas, demostraron que hay un enorme potencial movilizador desde la izquierda. Para contrarrestar el discurso enfurecido de la ultra-derecha y levantar traseros cínicos de sus sofás se necesita una utopía abarcadora que genere pasiones. Pero no del tipo fugaz y visceral como las que provocan las redes sociales, sino afectos de largo aliento, que conmuevan y generen compromiso. Una comedia más creativa y radical que sea realmente disruptiva sería de gran ayuda.
 
 
 

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