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Comunicación
de ultra-derecha, comediantes políticos y un mundo de cínicos
Trump:
la comedia y el terror de lo políticamente incorrecto
Veronica Leon-Burch y
Pedro Cagigal
ALAI AMLATINA,
27/01/2017.- Trump es presidente!
Aun
recuperándonos del shock y desconcierto, seguimos buscando
respuestas a lo que
pasó. Mucho se ha dicho del impacto del estatus de celebridad de
Trump, de las
fallas en la campaña demócrata, de la imagen pro-establishment
de
Clinton, de los wikileaks o del obsoleto colegio electoral. A
pesar del voto
popular, Trump gana por todas estas razones y muchas más, hasta
pueden culpar a
Rusia si desean. Aquí buscamos complementar estas visiones desde
las distintas
estrategias discursivas construidas en lo que parece ser un
nuevo espectro de
comunicación política mucho más polarizada en EE.UU. Por una
parte, los medios
de ultra-derecha florecen, abonados por décadas de retórica
populista republicana usando a los migrantes, las minorías y la
regulación
gubernamental como chivos expiatorios frente a una política
económica
desfavorable para las mayorías. Por otra parte, sin estar en el
extremo opuesto
del espectro ideológico, la comedia liberal aparece como una
suerte de
respuesta. Ambos han permitido distintos tipos de desfogues
“políticamente
incorrectos”, los unos apelando a la comedia y los otros al
terror: al miedo y
al conflicto. Pero ¿cuál es la diferencia entre “crooked” (chueca) Hillary y “small hands” (manos
pequeñas) Trump? Veremos cómo, en última instancia, la
estrategia
comunicacional de ultra-derecha parece mucho más efectiva en
movilizar.
La
comunicación política ha cambiado radicalmente con los medios
digitales. A
pesar de que accedemos a mucha más información, parece más
difícil que nunca
decidir dónde depositar nuestra confianza. Mientras Facebook se
convierte en fuente de noticias para muchos,
circulan artículos, posts de blogs de opinión, noticias falsas u humorísticas, memes, etc., sin nada que
los diferencie
entre ellos. A la vez, se han evidenciado muchas de las agendas
y grupos de
poder detrás de los grandes medios, poniendo también en crisis a
una industria
que, mal que bien, todavía responde a ciertos filtros y
obligaciones. En campañas
políticas, el uso de trols, campañas
de descrédito y desinformación ya se piensan como
indispensables. Las noticias
falsas circulan más que las reales, y no solamente por que
responden a agendas
ideológicas, sino por ser un atajo para cosechar o monetizar
likes. ¿Cómo
podemos crear sentido de lo que pasa? Ante esta profunda
crisis de
credibilidad, parecería que la verdad se ha vuelto insuficiente
y que lo
que importa es encontrar un
mensaje efectivo.
Para no caer en una política post-verdad, necesitamos no sólo
mecanismos de
información 'verificada', sino además construir discursos que
movilicen.
Los
grupos de extrema derecha a nivel global han aprovechado muy
bien esta crisis
de credibilidad, construyendo un discurso populista movilizador
desde hace
décadas, que los llevó a cosechar triunfos en 2016. En el caso
de Trump, su
discurso movilizador tiene como trasfondo décadas de populismo
republicano. Con
el 'Reaganomics' y la agenda neoliberal, surge un discurso que
busca apelar a
las masas haciendo abstracción de la política económica:
moralista –centrado en
temas como el aborto y la homosexualidad-, anti-intelectualista
-negando a la
ciencia y el rigor académico- y basado en el miedo, culpando a
los migrantes y
minorías de la delincuencia y el desempleo. Este populismo llevó
a la
consolidación de una facción más radical del partido, con el Tea Party y más
recientemente los supremacistas
blancos, rebautizados como alt-right, ganándoles terreno
a los republicanos
moderados y del establishment. La audacia de Trump
consistió en traducir
esa retórica en ofertas concretas como el muro y la deportación
masiva. Su
eslogan, tomado de Reagan, de “hacer América grande de nuevo” es
un
significante vacío que invita a cualquiera a llenarlo de sus
propios deseos
individuales. La gente le agradeció por “decir las cosas como
son”, que no
tenía nada que ver con la verdad, sino con decir públicamente lo
que muchos
decían en privado. Y es que tras décadas de esfuerzo liberal por
imponer una
suerte de 'cultura de la tolerancia', no se resolvieron los
problemas
estructurales de la desigualdad. Al contrario, las condiciones
de vida de las
clases trabajadoras han empeorado significativamente. Es así que Trump logra apelar a un
sentimiento
generalizado de insatisfacción con un discurso “anti-sistema”
que ataca a lo
políticamente correcto y de paso a los medios que lo sustentan.
Los
medios liberales, por su parte, quedaron en evidencia en la
campaña de 2016.
Sin dejar nunca de priorizar sus ratings, le dieron una
cobertura desmedida al
candidato celebridad que despreciaban, sabiendo que lo
beneficiaba. A la vez,
intentaban desacreditarlo de manera cada vez más
explícita y ansiosa, poniendo de manifiesto su sesgo
político -cada vez
menos alejados del estilo Fox News-, lo que avivaba la
desconfianza en
los medios. Trump supo capitalizar esta cobertura mediática
alimentándola
constantemente con escándalos, mientras invertía mínimos
recursos en los
grandes medios y se concentraba en estrategias de medios
digitales y mítines.
Steve Bannon, jefe de campaña de Trump y anterior cabeza del
exitoso portal de
ultra-derecha Breitbart News, jugó un rol clave.
Si el
discurso de Trump no era del todo nuevo, su estilo tampoco. La
ultra-derecha
viene desarrollando un estilo agresivo y sin pelos en la lengua,
ligado a
procesos organizados de troleo, desinformación e intimidación en
línea. Esto ya
se venía cosechando desde las radios locales, donde locutores
enfurecidos y
constantemente indignados han tenido un gran acceso a las
familias de la clase
obrera. Llevan un mensaje claro, menos filtrado, de un
pensamiento nacionalista
y de supremacía blanca muy arraigado en E.U., combatiendo día a
día la norma de
lo políticamente correcto impuesta por los liberales y sus
medios. Para muchos americanos
estas radios se volvieron su principal acercamiento a la
comunicación política.
Este fenómeno migró de forma casi natural a las redes sociales
donde surgen
jóvenes celebridades y además cualquiera puede opinar sin filtro. En este espacio menos
regulado, se exacerban
la agresividad y la desinformación. La noticias falsas florecen,
extrapolando
los temores sembrados por el discurso republicano moralista,
anti-intelectualista y de miedo. Se generaliza el troleo como
forma de
amedrentar e inmovilizar al oponente, ya que el trol no permite
ningún tipo de
debate, obligándonos a ignorar y permitir cualquier odio que
despliegue. Con el
respaldo de estos medios, además de blogs y páginas como
Breitbart News, se ha
generado todo un tejido comunicacional de base, con sus propios
hashtags en
código y cultura de memes, permitiendo una viralidad instantánea
sin mayor
esfuerzo. La campaña de Trump supo aprovechar muy bien esta
eficiente red
comunicacional, a diferencia de los liberales y su estrategia
comunicacional
más vertical.
¿Es un chiste o es
en serio?
Frente
a esta potente maquinaria de comunicación de derecha, en un
contexto en que la
comunicación de izquierda sigue siendo marginal y de poco
alcance, ha sido la
visión crítica de la comedia liberal que, por su masividad y
accesibilidad, ha
servido de contrapeso. Varios comediantes políticos que salieron
del Daily
Show con Jon Stewart, han seguido una línea de
investigación periodística
con una atractiva combinación de crítica y sátira. La crítica
entendida como
una denuncia basada en un análisis serio; y la sátira, como un
cómico reproche
irreverente. Este formato permite decir lo que los noticieros no
pueden,
exponiendo, de paso, el sesgo de los grandes medios. Muchos, en
especial los
jóvenes, se basan en estos programas para conocer y tener una
visión crítica de
los sucesos políticos.
Sin
embargo, traicionando su irreverencia frente al poder, los
comediantes cayeron
en la trampa de la polarización al apoyar explícitamente a la
candidata del establishment
desde las primarias, comportándose como los medios de los que se
mofaban.
Samantha Bee sigue actuando como la “traductora enojada” de
Hillary, John
Oliver hizo una cuestionable representación de la candidata Jill
Stein, sin
mencionar la cobertura a Sanders en general. Que todos manejaran
un discurso
similar (incluso los mismos chistes) revela que realmente tenían
pavor a un
Trump presidente. Pero los intentos por alertar sobre los graves
peligros
detrás de sus propuestas y retórica acabaron siendo opacados por
las bromas
sobre sus manos pequeñas, su color naranja, su cabello o los
“tontos” que lo
apoyan. Les fue muy difícil conjugar el código del miedo con el
de la comedia
¿Cómo vamos a temerle a Trump si nos hace reír tanto? La experta
del mensaje
del miedo, como vimos, es la ultra-derecha.
¿Cuál
es la diferencia entre el “crooked
Hillary”
y el “small hands”
Trump? El primero
tenía una clara connotación política de corrupción, respaldado
por una
orquestada campaña de noticias reales y falsas. El segundo es un
insulto
infantil que se sigue explotando hasta el aburrimiento sin
aportar en nada al
debate. ¿Cuál es la diferencia entre Trump tildando a los
mexicanos de
violadores y Amy Schumer diciendo en un stand-up que no sale con
mexicanos
porque lo prefiere consensual, o el denigrante retrato de éstos
en series como
American Dad o Family Guy? El mensaje de fondo es el mismo, solo
que el primero
usa el código del terror para generar miedo, y
los otros usan el del humor,
banalizando estereotipos. Durante la campaña de 2016 también
entró en crisis
este flirteo de la comedia liberal con lo políticamente
incorrecto al
evidenciarse estos paralelos, no solo por parte de los
seguidores de Trump,
sino desde los mismos comediantes. Lewis Black se
pregunta cuál será
su trabajo ahora, pues cuando la realidad supera el absurdo
“¿cómo satirizas lo
que ya es satírico?”. Trevor Noah hizo una recopilación de
frases de Trump para
afirmar que es un comediante de stand-up: su tono, su ritmo, sus
punch-lines,
solo faltan las risas enlatadas.
Los
comediantes, desde sus respectivas minorías, eran los que podían
burlarse de su
gente, mostrando vulnerabilidad al aceptar y reforzar
estereotipos, ayudando
así a aligerar tensiones entre culturas. Sí los judíos somos
tacaños, los
negros somos vagos, los latinos pillos, pero somos divertidos
también, nos
podemos relacionar, nos parecemos a ti aunque no lo suficiente,
tenemos una
serie de defectos para tu comodidad, somos el perfecto Otro. El
humor ha
servido para crear lazos y también
ha tenido un gran
potencial disruptivo. Ha jugado un rol contra-hegemónico
histórico,
particularmente en momentos en que el poder ha estado rodeado de
un aura de
sacralidad.
El problema aparece con la saturación, cuando todos nos hemos
convertido en
satíricos humoristas, cuando el humor se ha vuelto la forma
'aceptable' de
decir lo indecible, ya no para burlarse del poder o de uno
mismo, sino para
reprochar al otro. En un contexto en que se ha vuelto mucho más
difícil
desacralizar al poder, ya que el poder es el primero en ironizar
para parecer
más atractivo e inofensivo, la comedia necesita desplegar mucha
más creatividad
para generar una incidencia crítica. Con la construcción de una
nueva
subjetividad neoliberal individualista y descomprometida, el
cinismo se ha
generalizado. En este mundo de cínicos, todos los políticos son
corruptos, todo
Estado es perverso, todas las noticias son ficticias y buscamos
satisfacción en
las desgracias, porque es imposible cambiarlas y lo único que
queda es
burlarse. Nuestra auto-complacencia es tal, que ya ni podemos
interesarnos en
las noticias o la política si no son entretenidas. En este mundo
cínico es
mucho más fácil apelar a un voto en contra que inspirar un voto
a favor.
Así,
en las redes sociales la sátira se potencia como forma de
moralizar a la
sociedad a través de la burla. Al igual que el troleo, se vuelve
un medio para
inmovilizar. Y si los supremacistas blancos se volvieron
especialistas del
troleo y la desinformación, los liberales, alardeando de una
superioridad
intelectual, ridiculizan al pensamiento conservador y desestiman
cualquier
crítica a las políticas identitarias. La ultra-derecha siempre
ha sabido
desplazar el conflicto social hacia el Otro, no necesita
muletillas cómicas
para saltarse lo políticamente correcto: es realmente
irreverente. Sus códigos
de miedo y conflicto logran provocar pasiones y movilizar
acciones. Mientras,
los liberales han intentado pacificar el conflicto social sin
realmente
enfrentar las causas estructurales que lo sustentan, en parte
para su propia
tranquilidad y confort. Su sátira tiende a generar cinismo e
inacción; nos
basta con burlarnos para sentirnos políticamente activos. Donald
Trump encajó
perfectamente en el cinismo tanto
de la ultra-derecha como de la comedia liberal: el implacable
irreverente para
los unos y el inagotable material de comedia para los otros.
Trump es un
cínico, pero no del tipo chistoso. Es un cínico por sus
descaradas
contradicciones y mentiras, por cómo ejerce su poder. Él lleva
lo políticamente
incorrecto a un monstruoso plano de lo real, destrozando el
juego de la comedia
y el simulacro de la tolerancia.
Es
importante remarcar que, a pesar de los triunfos de la
ultra-derecha a nivel
global, en general no superan el 25% del electorado. Aunque no
representan a
las mayorías, lo que sí logran es movilizar a su base a las
urnas, en medio de
un ausentismo generalizado. Si bien la comedia liberal ha jugado
un rol
importarte en denunciar ciertos problemas e injusticias frente a
un público
masivo, ha demostrado ser insuficiente como respuesta a la
estrategia
comunicacional de ultra-derecha. Aun cuando intenta llamar a la
acción,
generalmente no pasa de generar 'clicktivismo' o revuelos
efímeros. Por una
parte, porque es un negocio de entretenimiento y responde a esa
lógica, sin
generar ni pertenecer a un auténtico tejido comunicacional de
base. Por otra
parte, porque no logra plantear un discurso movilizador
y más bien alimenta la cultura del cinismo que lleva a la apatía
y el
desencanto. El cinismo es el triunfo de “no hay alternativa”,
destruye la
utopía. Pero la movilización política necesita un horizonte, se
nutre de
esperanza. La debilidad del liberalismo está en aferrarse a su
zona de confort
y a su llamado “pragmatismo”, que es en realidad una falta de fe
en una
transformación profunda. Los demócratas
perdieron optando
por la candidata que representaba sus propios intereses y la
continuidad, en
una elección dónde la principal consigna era el cambio. Pero el
éxito del
socialista Sanders en las primarias, con sus estrategias de base
como el crowdfunding
y sus concentraciones masivas, demostraron que hay un enorme
potencial
movilizador desde la izquierda. Para contrarrestar el discurso
enfurecido de la
ultra-derecha y levantar traseros cínicos de sus sofás se
necesita una utopía
abarcadora que genere pasiones. Pero no del tipo fugaz y
visceral como las que
provocan las redes sociales, sino afectos de largo aliento, que
conmuevan y
generen compromiso. Una comedia más creativa y radical que sea
realmente
disruptiva sería de gran ayuda.
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