LA “CÁSCARA” Y EL CONTENIDO.
San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina, UNASUR-CELAC, EL EMILIO, de nuestra redacción
Por Victor Leopoldo Martinez
¿Cuándo comienzan las clases?
-Empecé preguntándole. Su nombre, Luciana. Así se inició aquella breve
charla con esa nena de ojos vivaces, de unos doce años aproximadamente,
que está a punto de iniciar sus estudios secundarios. Hija adoptiva de
un trabajador lugareño, vive en un bello pueblo metido en hermosa
quebrada con el típico río de aguas cristalinas en su profundidad
rocosa.
Es uno de
los tantos pueblos que aparecen entre cerros donde nativos y lugareños
aprovechan y disfrutan los majestuosos paisajes de mi
provincia-Catamarca. Sin mayores pretensiones urbanísticas se trata de
un caserío habitados por no más de 150 familias tan trabajadoras en
rutinas de campo como solidarias entre ellos. Comunidad orgullosa de
tener una escuela (lógicamente pública, puesta por el Estado) a la que
con esfuerzo ayudaron a que tuviera su propio Jardín de Infante
(educación inicial) y desde hace un par de años aumentar el número de
aulas para tener su propia escuela secundaria. Claro está, fuente de
trabajo para “gente de afuera” ya que ni la/el directivo ni su cuerpo
docentes son del lugar; ni surgieron del seno de aquella comunidad.
Detalle no menor, en la mayoría de las veces y casos no valorado y nunca
agradecido por estos beneficiados “externos”.
El 6 de marzo. -Me respondió de manera lacónica y con la mirada perdida en algún lugar del paisaje lugareño. ¿Estás contentas con iniciar esta nueva etapa? ¿Qué útiles necesitas? –Le
pregunté. Familia humilde, de bajo recursos, como son todos los del
lugar que no pertenecen al club de los “patrones propietarios de
tierras” de la zona. Mi pregunta partió de un convencimiento personal:
este tipo de sueños argentinos merecen todo mi respeto, solidaridad y la
ayuda que pueda ofrecer, que este dentro de mis posibilidades y a mi
alcance.
¡Sí! Me contestó –Tenemos que ir con mi Mamá a la ciudad porque tiene que comprarme el uniforme.
¿Qué uniforme? Le pregunté -¡El que tenemos que llevar los del secundario: pantalón gris, camisa blanca, buzo gris y zapatos negros!
-me respondió con aire casi exultante pero a la vez denunciador de su
necesidad de pertenencia, de no ser la diferente del resto de sus
futuros compañeros, ni siquiera en esa “apariencia” que dan los
uniformes.
Un molesto
cosquilleo recorrió todo mi cuerpo ante tamaña respuesta. Era
inevitable; soy docente, pero muy crítico de nuestro sistema educativo.
Una vez más volví a corroborar que en cualquier lugar de nuestra Patria –
hasta en los lugares más recónditos- nunca falta un docente carente de
sentido común que priorice la “cáscara” por encima del “contenido”.
¡Docentes que no son culpable, claro está! Son productos de lo que les
enseñaron; de una educación que hace a su formación cultural. Como seres
sociales son otro producto más de la cultura del consumo y la
apariencia. Nada original ni nuevo. En los “60” del siglo pasado, los de
la “Fray”, teníamos la obligación de usar aquel uniforme de pantalón
gris, camisa blanca, corbata azul y blazer azul. Con él desfilé en
alguna de aquellas “Fiestas Patrias”. Hoy, esa ridícula obligación sigue
vigente.
Es de
dominio público que el año lectivo corre serio riesgo de no comenzar en
tiempo y forma porque los gremios docentes están en un lógico “pie de
guerra” ya que sus paritarias, en los hechos, fueron dadas de “baja” en
tanto el ministro del área del gobierno nacional le puso techo al
aumento salarial, techo calculado ridículamente sobre la base de una
hipotética inflación a futuro, sin tener en cuenta que la inflación
pasada ya se comió todo el poder adquisitivo del salario docente durante
el 2016.
La realidad
indica que hoy por hoy existe una inflación galopante donde los
artículos de primera necesidad se fueron por las nubes y siguen
ascendiendo, que los aumentos del costo de todos los servicios públicos
brindados por privados a quienes se les condonan deudas fiscales nunca
pararon desde el 1/01/16, que salarios y jubilaciones prácticamente
permanecen congelados. Lógicamente esto hace que el bolsillo de
cualquier trabajador o jubilado –incluido los docentes- se vean vaciados
en los primeros 15 días del mes.
En tiempos
de bonanza económica donde la sociedad en su conjunto –algunos con
mucho, otros con poco- tenía “con qué” (fondos, dinerillos) darse
algunos gustos, la cuestión se podía entender… Y hasta cierto punto.
Pero no es la situación por la que comenzó a atravesar la mayoría del
pueblo argentino a partir del 10 de diciembre del 2015. El verso de la
“pesada herencia” recitado por el gobierno nacional PRO solo puede ser
sostenido por algunos –para nada inocentes en términos de beneficiados
sectoriales- a fuerza de menoscabo intelectual, mucha imbecilidad y/o
una alta cuota de perversión.
Sobre esta
realidad ¿Se puede aceptar y entender la pretensión de un directivo de
“escuela pública RURAL” que los alumnos de su establecimiento vayan
“uniformados”? ¿Con el gasto que eso implica? ¿Adónde figura y está
normada esa exigencia dentro de los requisitos para recibir educación
“libre y gratuita?
En la
educación privada el envoltorio (el uniforme) hace a la diferencia.
Dentro de las “reglas de mercado” es comprensible. Los negociantes de la
educación conocen y usufructúan adecuadamente ese deseo y amor de
ciertos argentinos por “diferenciarse” del resto –inigualable estupidez
humana si las hay- y “aprovechan” de ella. Pero… ¿En la educación
pública también? ¿Y los contenidos? El educando ¿aprende más cuando va
“uniformado”? La clave de una “buena educación” es “uniformar”
(estructurar) al educando ¿primero por afuera y luego mentalmente dentro
del establecimiento?
Nadie puede
negar que nuestra educación es tan estratificante como diferenciadora.
La cultura del consumo trabajada pedagógicamente desde los medios
alimenta esa diferenciación al darle valor superlativo el “tener”; el
párvulo abreva desde su más tierna infancia eso de “según cuanto tengas,
será tu valor social”; y si no tenés, aparenta tenerlo, disfrázate.
Esto, el “envoltorio”, la “cascara”, la imagen juega un papel
fundamental para aquellos que aprovechan esa estupidez humana.
Que la
educación es una “mercadería” dentro del sistema privado a esta altura
del partido ya nadie duda; tampoco la lamentable calidad que brinda
dicho sistema aunque esa estupidez señalada más arriba haga que sus
consumidores crean que la “educación pública” no brinda esa “excelencia”
de la que ellos creen ser merecedores. Con solo mirar a nuestro actual
presidente de la República, ministros y asesores (todos surgidos de
claustros privados) creo que tenemos sobradas muestras. ¡Vaya con la
excelencia y la eficiencia del sistema educativo privado!
Lo grave de
todo esto es que esa estupidez también llegó y se aquerenció incluso
hasta en la propia educación pública y encima en los lugares más
recónditos de nuestra amada Patria donde un para nada “ilustre”
desconocido directivo comienza su tarea pedagógica anual enseñando a los
lugareños que las “cascaras” son tan o más importantes que los propios
contenidos.
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