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lunes, 20 de febrero de 2017

Tinkunaco 0567/17 - EL EMILIO - LA “CÁSCARA” Y EL CONTENIDO.

LA “CÁSCARA” Y EL CONTENIDO.

San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina, UNASUR-CELAC, EL EMILIO, de nuestra redacción


Victor L Martinez 2

Por Victor Leopoldo Martinez

¿Cuándo comienzan las clases? -Empecé preguntándole. Su nombre, Luciana. Así se inició aquella breve charla con esa nena de ojos vivaces, de unos doce años aproximadamente, que está a punto de iniciar sus estudios secundarios. Hija adoptiva de un trabajador lugareño, vive en un bello pueblo metido en hermosa quebrada con el típico río de aguas cristalinas en su profundidad rocosa.

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Es uno de los tantos pueblos que aparecen entre cerros donde nativos y lugareños aprovechan y disfrutan los majestuosos paisajes de mi provincia-Catamarca. Sin mayores pretensiones urbanísticas se trata de un caserío habitados por no más de 150 familias tan trabajadoras en rutinas de campo como solidarias entre ellos. Comunidad orgullosa de tener una escuela (lógicamente pública, puesta por el Estado) a la que con esfuerzo ayudaron a que tuviera su propio Jardín de Infante (educación inicial) y desde hace un par de años aumentar el número de aulas para tener su propia escuela secundaria. Claro está, fuente de trabajo para “gente de afuera” ya que ni la/el directivo ni su cuerpo docentes son del lugar; ni surgieron del seno de aquella comunidad. Detalle no menor, en la mayoría de las veces y casos no valorado y nunca agradecido por estos beneficiados “externos”.

El 6 de marzo. -Me respondió de manera lacónica y con la mirada perdida en algún lugar del paisaje lugareño. ¿Estás contentas con iniciar esta nueva etapa? ¿Qué útiles necesitas? –Le pregunté. Familia humilde, de bajo recursos, como son todos los del lugar que no pertenecen al club de los “patrones propietarios de tierras” de la zona. Mi pregunta partió de un convencimiento personal: este tipo de sueños argentinos merecen todo mi respeto, solidaridad y la ayuda que pueda ofrecer, que este dentro de mis posibilidades y a mi alcance. 

¡Sí! Me contestó Tenemos que ir con mi Mamá a la ciudad porque tiene que comprarme el uniforme.

¿Qué uniforme? Le pregunté -¡El que tenemos que llevar los del secundario: pantalón gris, camisa blanca, buzo gris y zapatos negros! -me respondió con aire casi exultante pero a la vez denunciador de su necesidad de pertenencia, de no ser la diferente del resto de sus futuros compañeros, ni siquiera en esa “apariencia” que dan los uniformes.

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Un molesto cosquilleo recorrió todo mi cuerpo ante tamaña respuesta. Era inevitable; soy docente, pero muy crítico de nuestro sistema educativo. Una vez más volví a corroborar que en cualquier lugar de nuestra Patria – hasta en los lugares más recónditos- nunca falta un docente carente de sentido común que priorice la “cáscara” por encima del “contenido”. ¡Docentes que no son culpable, claro está! Son productos de lo que les enseñaron; de una educación que hace a su formación cultural. Como seres sociales son otro producto más de la cultura del consumo y la apariencia. Nada original ni nuevo. En los “60” del siglo pasado, los de la “Fray”, teníamos la obligación de usar aquel uniforme de pantalón gris, camisa blanca, corbata azul y blazer azul. Con él desfilé en alguna de aquellas “Fiestas Patrias”. Hoy, esa ridícula obligación sigue vigente.

Es de dominio público que el año lectivo corre serio riesgo de no comenzar en tiempo y forma porque los gremios docentes están en un lógico “pie de guerra” ya que sus paritarias, en los hechos, fueron dadas de “baja” en tanto el ministro del área del gobierno nacional le puso techo al aumento salarial, techo calculado ridículamente sobre la base de una hipotética inflación a futuro, sin tener en cuenta que la inflación pasada ya se comió todo el poder adquisitivo del salario docente durante el 2016.

La realidad indica que hoy por hoy existe una inflación galopante donde los artículos de primera necesidad se fueron por las nubes y siguen ascendiendo, que los aumentos del costo de todos los servicios públicos brindados por privados a quienes se les condonan deudas fiscales nunca pararon desde el 1/01/16, que salarios y jubilaciones prácticamente permanecen congelados. Lógicamente esto hace que el bolsillo de cualquier trabajador o jubilado –incluido los docentes- se vean vaciados en los primeros 15 días del mes.

En tiempos de bonanza económica donde la sociedad en su conjunto –algunos con mucho, otros con poco- tenía “con qué” (fondos, dinerillos) darse algunos gustos, la cuestión se podía entender… Y hasta cierto punto. Pero no es la situación por la que comenzó a atravesar la mayoría del pueblo argentino a partir del 10 de diciembre del 2015. El verso de la “pesada herencia” recitado por el gobierno nacional PRO solo puede ser sostenido por algunos –para nada inocentes en términos de beneficiados sectoriales- a fuerza de menoscabo intelectual, mucha imbecilidad y/o una alta cuota de perversión.      

Sobre esta realidad ¿Se puede aceptar y entender la pretensión de un directivo de “escuela pública RURAL” que los alumnos de su establecimiento vayan “uniformados”? ¿Con el gasto que eso implica? ¿Adónde figura y está normada esa exigencia dentro de los requisitos para recibir educación “libre y gratuita?

En la educación privada el envoltorio (el uniforme) hace a la diferencia. Dentro de las “reglas de mercado” es comprensible. Los negociantes de la educación conocen y usufructúan adecuadamente ese deseo y amor de ciertos argentinos por “diferenciarse” del resto –inigualable estupidez humana si las hay- y “aprovechan” de ella. Pero… ¿En la educación pública también? ¿Y los contenidos? El educando ¿aprende más cuando va “uniformado”? La clave de una “buena educación” es “uniformar” (estructurar) al educando ¿primero por afuera y luego mentalmente dentro del establecimiento?

Nadie puede negar que nuestra educación es tan estratificante como diferenciadora. La cultura del consumo trabajada pedagógicamente desde los medios alimenta esa diferenciación al darle valor superlativo el “tener”; el párvulo abreva desde su más tierna infancia eso de “según cuanto tengas, será tu valor social”; y si no tenés, aparenta tenerlo, disfrázate. Esto, el “envoltorio”, la “cascara”, la imagen juega un papel fundamental para aquellos que aprovechan esa estupidez humana.      
  
Que la educación es una “mercadería” dentro del sistema privado a esta altura del partido ya nadie duda; tampoco la lamentable calidad que brinda dicho sistema aunque esa estupidez señalada más arriba haga que sus consumidores crean que la “educación pública” no brinda esa “excelencia” de la que ellos creen ser merecedores. Con solo mirar a nuestro actual presidente de la República, ministros y asesores (todos surgidos de claustros privados) creo que tenemos sobradas muestras. ¡Vaya con la excelencia y la eficiencia del sistema educativo privado!

Lo grave de todo esto es que esa estupidez también llegó y se aquerenció incluso hasta en la propia educación pública y encima en los lugares más recónditos de nuestra amada Patria donde un para nada “ilustre” desconocido directivo comienza su tarea pedagógica anual enseñando a los lugareños que las “cascaras” son tan o más importantes que los propios contenidos.

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