LEONARDO BOFF - ***La “democracia” de los sinvergüenzas (2017-08-08)*** ---CORRUPCIÓN PASIVA ---NATURALEZA DE LA DEMOCRACIA ---DEMOCRACIA DE BAJÍSIMA INTENSIDAD ---INTERCAMBIO DE BENEFICIOS ---INTERESES CORPORATIVOS ---FINANCIAMIENTO CAMPAÑAS ---GOLPE PARLAMENTARIO ---POLITICA SOCIAL TRANSFORMADORA ---LÓGICA IMPERIAL ---DERECHOS PARA TODOS O PRIVILEGIOS PARA ALGUNOS ---SOCIEDAD MENOS MALVADA
La “democracia” de los sinvergüenzas
2017-08-08
Es difícil quedarse
callado después de haber presenciado la funesta y desvergonzada sesión
de la Cámara de los Diputados que votó contra la admisión de un proceso
del STF contra el presidente Temer por crimen de corrupción pasiva.
Lo que la sesión mostró fue la real naturaleza de nuestra democracia que se niega a sí misma.
Si la medimos por los
predicados mínimos de toda democracia que son: el respeto a la
soberanía popular, la observancia de los derechos fundamentales del
ciudadano, la búsqueda de una equidad mínima en la sociedad, la
incentivación a la participación, el bien común, además de una ética
pública reconocible, ella se presenta como una farsa y la negación de sí
misma.
Ni siquiera es una
democracia de bajísima intensidad. Esta vez se reveló, con nobles
excepciones, como una cueva de gente denunciada por crímenes, de
corruptos y ladrones a la orilla del camino para asaltar los centavos de
los ciudadanos.
¿Cómo iban a votar a
favor de la apertura de un juicio al presidente por el Supremo Tribunal
Federal si cerca del 40% de los diputados actuales hacen frente a varios
tipos de procesos ante la Corte Suprema?
Existe siempre una conspiración secreta entre los criminales o acusados como tales, al estilo de las famiglie de la mafia.
Nunca en mi ya larga y
cansada existencia oí que algún candidato vendiese su sitio o se
deshiciese de alguno de sus bienes para financiar su campaña, sino que
recurrió siempre a empresarios y a otros adinerados para financiar su
millonaria elección.
La caja 2 se
naturalizó y las propinas fabulosas fueron creciendo de campaña en
campaña a medida que aumentaban los intercambios de beneficios.
Esta vez, el palacio
de Planalto se transformó en la cueva principal del gran Alí-Babá que
distribuía bienes a cielo abierto, prometía subsidios por millones e
incluso ofrecía otros beneficios para comprar votos a su favor.
Este solo hecho
merecería una investigación de corrupción abierta y escandalosa a los
ojos de los que guardan un mínimo de ética y de decencia, especialmente
de la gente del pueblo que se quedó profundamente horrorizada y
avergonzada.
Efectivamente, ningún brasilero merecía tanta humillación hasta el punto de que tantos sintieran vergüenza de ser brasileros.
Los parlamentarios,
incluidos los senadores, representan antes los intereses corporativos de
los que financiaron sus campañas que a los ciudadanos que los
eligieron.
Hemos tenido ya
suficiente distancia temporal como para poder percibir con claridad el
sentido del golpe parlamentario dado con la complicidad de parte del
estamento judicial y con apoyo masivo de los medios de comunicación
empresariales: desmontar los avances sociales en favor de la población
más pobre, que fue siempre, desde la colonia, al decir del mayor
historiador mulato Capistrano de Abreu: «castrada y recastrada, sangrada
y desangrada».
Y también el de alinear a Brasil con la lógica imperial de los USA en lugar de tener una política externa «activa y altiva».
Las clases
oligárquicas (Jessé Souza, ex-presidente exonerado del IPEA por el
actual presidente, nos da el número exacto: 71.440 supermillonarios,
cuya renta mensual, generalmente por la financierización de la economía,
alcanza los 600 mil reales por mes), nunca aceptaron que alguien venido
de abajo y representante de los supervivientes de la tribulación
histórica de los hijos e hijas de la pobreza, llegase a ocupar el centro
del poder.
Se asustaron al
verlos presentes en los aeropuertos y en los centros comerciales,
lugares de su exclusividad. Debían ser devueltos al lugar de donde nunca
deberían haber salido: la periferia y la favela.
No sólo los quieren lejos, van más allá: los odian, los humillan y difunden este inhumano sentimiento por todos los medios.
El pueblo no es el
que odia, lo confirma Jessé Souza, sino los adinerados que los explotan y
con tristeza y por obligación legal les pagan sus miserables salarios.
¿Por qué pagarles, si pueden trabajar siempre gratis como antiguamente?
Historiadores de la
talla de José Honorio Rodrigues, entre otros, han mostrado que siempre
que los descendientes y actualizadores de la Casa Grande perciben
políticas sociales transformadoras de las condiciones de vida de los
pobres y marginados, dan un golpe de estado por miedo a perder su nivel
escandaloso de acumulación, considerado uno de los más altos del mundo.
No defienden derechos para todos, sino privilegios de algunos, es decir, los de ellos. El actual golpe obedece a esta misma lógica.
Hay mucho desaliento y
tristeza en el país. Pero este padecimiento no será en vano. Es una
noche que nos va a traer una aurora de esperanza de que vamos a superar
esta crisis rumbo a una sociedad –en palabras de Paulo Freire– «menos
malvada», y donde «no sea tan difícil el amor».
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