El género: una categoría útil para el análisis histórico
Por Joan W. Scott
Genero:
s. términos estrictamente gramatical hablar de personas o criaturas del
genero masculino y femenino, en el sentido del sexo masculino o
femenino, es una jocosidad (permisible o no según el contexto) una
equivocación.
(Fowler, Dictionary of Modern English Usage, Oxford, 1940)
QUIENES
quisieran codificar los significados de las palabras librarían
unabatalla perdida, porque las palabras, como las ideas y las cosas que
están destinadas a significar, tienen historia, Ni los profesores de
Oxford ni la Academia Francesa han sido capaces de contener por completo
la manera, de capturar y fijar los significados libres del juego de la
invención y la imaginación humanas, Mary WortIey Montagu añadía
mordacidad a su ingeniosa denuncia "del bello sexo" ("mi único consuelo
al pertenecer a este género ha sido la seguridad de no casarme nunca con
ninguno de sus miembros") mediante el uso impropio deliberado de la
referencia gramatical1. A través de los tiempos, las gentes
han hecho alusiones figurativas, mediante el empleo de términos
gramaticales, para evocar rasgos del carácter o de la sexualidad. Por
ejemplo, el empleo que ofrecía el Dictionnaire de la langue francaise,
de 1876, era: "On nesait de quel genre il est,s 'il est male ou
femelle, se dit d'un homme tres-caché, dont on ne connait pas les
sentiments"2.
Y Gladstone hacía esta distinción en 1878: "Atenea nada tiene de sexo, excepto el género, y nada de mujer excepto la forma"3. Más recientemente - demasiado recientemente para encontrar su sitio en los diccionarios o en la Encyclopedia of the Social Sciences- las
feministas, de una forma más literal yseria, han comenzado a emplear el
"género" como forma de referirse a la organización social de las
relaciones entre sexos. La conexión con la gramática es explícita y está
llena de posibilidades inexploradas. Explícita, porque el uso
gramatical comprende las reglas formales que se siguen de la designación
masculina o femenina; llena de posibilidades inexploradas, porque en
muchos lenguajes indoeuropeos existe una tercera categoría: asexuada o
neutra.
En su acepción
más reciente, "género" parece haber aparecido primeramente entre las
feministas americanas que deseaban insistir en la cualidad fundamental
social de las distinciones basadas en el sexo. La palabra denotaba
rechazo al determinismo biológico implícito en el empleo de términos
tales como "sexo" o "diferencia sexual". "Género" resalta también los
aspectos relacionales de las definiciones normativas de la feminidad.
Quienes se preocuparon de que los estudio académicos en torno alas
mujeres se centrasen de forma separada y demasiado limitada en las
mujeres, utilizaron el término "género" para introducir una noción
relacional en nuestro vocabulario analítico. De acuerdo con esta
perspectiva, hombres y mujeres fueron definidos en términos el uno del
otro, y no se podría conseguir la comprensión de uno u otro mediante
estudios completamente separados. Así, Natalie Davis sugería en 1975:
Me
parece que deberíamos interesarnos tanto en la historia de las mujeres
como de los hombres, que no deberíamos trabajar solamente sobre el sexo
oprimido, del mismo modo que un historiador de las clases sociales no
puede centrarse por entero en los campesinos. Nuestro propósito es
comprender el significado de los sexos, de los grupos de género, en el
pasado histórico. Nuestro propósito es descubrir el alcance de los roles
sexuales y del simbolismo sexual en las diferentes sociedades y
periodos, para encontrar qué significado tuvieron y cómo funcionaron
para mantener el orden social o para promover su cambio.4
Además,
y quizá sea lo más importante, "género" fue un término propuesto por
quienes afirmaban que el saber de las mujeres transformaría
fundamentalmente los paradigmas de la disciplina. Las estudiosas
feministas pronto indicaron que el estudio de las mujeres no sólo
alumbraría temas nuevos, sino que forzaría también a una reconsideración
crítica de las premisas y normas de la obra académica existente". Nos
damos cuenta -escribieron tres historiadoras feministas- de que la
inclusión de las mujeres en la historia implica necesariamente la
redefinición y ampliación de nociones tradicionales del significado
histórico, de modo que abarque la experiencia persona! y subjetiva lo
mismo que las actividades públicas y políticas. No es demasiado sugerir
que, por muy titubeantes que sean los comienzos reales, una metodología
como ésta implica no sólo una nueva historia de las mujeres, sino
también una nueva historia".5 La forma en que esta nueva
historia debería incluir y dar cuenta de la experiencia de las mujeres
depende de la amplitud con que pudiera desarrollarse el género como
categoría de análisis. Aquí las analogías con las clases (y las razas)
eran explícitas; claro está que los especialistas en los estudios en
torno a la mujer con mayores intereses políticos, invocaban regularmente
las tres categorías como cruciales para poder escribir una nueva
historia6. El interés por clase social, raza y género
apuntaba, en primer lugar, el compromiso del estudioso con una historia
que incluía las circunstancias de los oprimidos y un análisis del
significado y naturaleza de su opresión, y, en segundo lugar, la
comprensión académica de que las desigualdades del poder están
organizadas en al menos tres ejes.
La
letanía de clase, raza y género sugiere la paridad entre esos términos,
pero de hecho ése no es de ningún modo el caso. Mientras que, por lo
general, "clase" se apoya en la sofisticada teoría de Marx (desarrollada
además entretanto), de la determinación económica y del cambio
histórico, "raza" y "género" no comportan esas connotaciones. No existe
unanimidad entre quienes emplean los conceptos de clase. Algunos
estudiosos emplean los conceptos weberianos, otros usan la clase como
recurso heurístico temporal.
No
obstante, cuando invocamos las clases, trabajamos con o contra un
conjunto de definiciones que, en el caso del marxismo, implican una idea
de causalidad económica y una visión del camino a lo largo del que se
ha movido dialécticamente la historia. No hay la misma claridad o
coherencia en los casos de raza o género. En el caso de género, el uso
ha implicado un conjunto de posiciones teóricas como también de meras
referencias descriptivas a las relaciones entre sexos.
Las
historiadoras feministas, preparadas como la mayor parte de los
historiadores para sentirse más cómodas con la descripción que con la
teoría, han buscado pese a ello de forma creciente, formulaciones
teóricas de posible aplicación; así lo han hecho, al menos, por dos
razones. La primera, la proliferación de estudios concretos (case estudies)
en la historia de las mujeres parece hacer necesaria alguna perspectiva
de síntesis que pueda explicar las continuidades y discontinuidades, y
las desigualdades persistentes, así, como experiencia sociales
radicalmente diferentes. Segunda, la discrepancia entre la alta calidad
de la obra reciente en la historia de las mujeres y la persistencia de
su status marginal en el conjunto de este campo (tal como puede medirse
en los libros de texto, planes de estudios y trabajos monográficos),
indica los límites de los enfoques descriptivos que no se dirijan a
conceptos dominantes de la disciplina, o al menos que no se dirijan a
esos conceptos en términos que puedan debilitar su validez y quizá
transformarlos. No ha sido suficiente que los historiadores de las
mujeres probaran que éstas tenían una historia o que participaron en las
conmociones políticas más importantes de la civilización occidental. En
el caso de la historia de las mujeres, la respuesta de la mayor parte
de los historiadores no feministas ha sido el reconocimiento y luego la
marginación o el rechazo ("las mujeres han tenido una historia aparte de
la de los hombres; en consecuencia, dejemos que las feministas hagan la
historia de las mujeres que no tiene por qué interesarnos"; o "la
historia de las mujeres tiene que ver con el sexo y con la familia y
debería hacerse al margen de la
Historia
política y económica"). En cuanto a la participación de las mujeres, en
el mejor de los casos la respuesta ha sido de un interés mínimo ("mi
comprensión de la revolución francesa no cambia porque sepa que las
mujeres participaron en ella"). El desafío que plantean esas respuestas
es, en definitiva, de carácter teórico. Requiere el análisis no sólo de
la relación entre experiencia masculina y femenina en el pasado, sino
también de la conexión entre la historia pasada y la práctica histórica
actual. ¿Cómo actúa el género en las relaciones sociales humanas? ¿Cómo da significado el género a la organización y percepción del conocimiento histórico? Las respuestas dependen del género en tanto que categoría analítica.
En su mayor parte, los intentos de los historiadores de teorizar sobre el género han
permanecido dentro de los sistemas científicos sociales tradicionales,
empleando formulaciones tradicionales que proporcionan explicaciones
causales universales. Esas teorías han sido limitadas en el mejor de los
casos porque tienden a incluir generalizaciones reductivas o demasiado
simples que socavan el sentido no sólo de la comprensión que tiene la
disciplina de la historia de la complejidad de la causación social sino
también del compromiso feminista a un análisis que conduce al cambio.
Una exposición de dichas teorías pondrá de manifiesto sus límites y hará
posible proponer un enfoque alternativo.7Los enfoques que
utiliza la mayor parte de los historiadores pertenecen a dos categorías
distintas. La primera es esencialmente descriptiva, esto es, se refiere a
la existencia de fenómenos o realidades, sin interpretación,
explicación o atribución de causalidad. El segundo tratamiento es
causal; teoriza sobre la naturaleza de los fenómenos o realidades,
buscando comprender cómo y por qué adoptan la forma que tienen.
En su acepción reciente más simple, "género" es sinónimo de "mujeres".
En
los últimos años, cierto número de libros y artículos cuya materia es
la historia de las mujeres sustituyeron en sus títulos "mujeres" por
"género". En algunos casos, esta acepción, aunque se refiera vagamente a
ciertos conceptos analíticos se relaciona realmente con la acogida
política del tema. En esas ocasiones, el empleo de "género" trata de
subrayar la seriedad académica de una obra, porque "género" suena más
neutral y objetivo que "mujeres". "Género" parece ajustarse a la
terminología científica de las ciencias sociales y se desmarca así de la
(supuestamente estridente) política del feminismo. En esta acepción,
"género" no comporta una declaración necesaria de desigualdad o de
poder, ni nombra al bando (hasta entonces invisible) oprimido. Mientras
que el término "historia de las mujeres" proclama su política al afirmar
(contrariamente a la práctica habitual) que las mujeres son sujetos
históricos válidos, "género" incluye a las mujeres sin nombrarlas y así
parece no plantear amenazas críticas. Este uso de "género" es una faceta
de lo que podría llamarse la búsqueda de la legitimidad académica por
parte de las estudiosas feministas en la década de los ochenta.
Pero
esto es ,sólo una faceta. "Género", como sustitución de "mujeres" se
emplea también para sugerir que la información sobre las mujeres es
necesariamente información sobre los hombres, que un estudio implica al
otro. Este uso insiste en que el mundo de las mujeres es parte del mundo
de los hombres, creado en él y por él. Este uso rechaza la utilidad
interpretativa de la idea de las esferas separadas, manteniendo que el
estudio de las mujeres por separado perpetúa la ficción de que una
esfera, la experiencia de un sexo, tiene poco o nada que ver con la
otra. Además, género ,se emplea también para designar las relaciones
sociales entre sexos. Su uso explícito rechaza las explicaciones
biológicas, del estilo de las que encuentran un denominador común para
diversas formas de subordinación femenina en los hechos de que las
mujeres tienen capacidad para parir y que los hombres tienen mayor
fuerza muscular. En lugar de ello, género pasa a ser una forma de
denotar las "construcciones culturales", la creación totalmente social
de ideas sobre los roles apropiados para mujeres y hombres. Es una forma
de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades
subjetivas de hombres y mujeres. Género es, según esta definición, una
categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado8. Género
parece haberse convertido en una palabra particularmente útil a medida
que los estudios ,sobre el sexo y la sexualidad han proliferado, porque
ofrece un modo de diferenciar la práctica sexual de los roles sociales
asignados a mujeres y hombres. Si bien los estudiosos reconocen la
conexión entre sexo y (lo que los sociólogos de la familia llamaron)
"roles sexuales", no asumen una relación sencilla y directa. El uso de
género pone de relieve un sistema completo de relaciones que puede
incluir el sexo, pero no está directamente determinado por el sexo o es
directamente determinante de la sexualidad.
Esos
usos descriptivos del género han, sido empleados con frecuencia por los
historiadores para trazar las coordenadas de un nuevo campo de estudio.
Mientras los historiadores sociales se enfrentaban a nuevos objetos de
estudio, el género era
relevante para temas como las mujeres, los niños, las familias y las
ideologías de género. Este uso de género, en otras palabras, se refiere
solamente a aquellas áreas -tanto estructurales como ideológicas- que
comprenden relaciones entre los sexos. Puesto que, según las
apariencias, la guerra, la diplomacia y la alta política no han tenido
que ver explícitamente con estas relaciones, el género parece
no aplicarse a ellas y por tanto continúa siendo irrelevante para el
pensamiento de historiadores interesados en temas de política y poder.
Como consecuencia, se respalda cierto enfoque funcionalista enraizado en
último extremo en la biología, y se perpetúa la idea de las esferas
separadas (sexo o política, familia o nación, mujeres u hombres en la
escritura de la historia). Aunque en este uso el género defiende
que las relaciones entre sexos son sociales, nada dice acerca de por
qué esas relaciones están construidas como lo están, cómo funcionan o
cómo cambian. En su uso descriptivo, pues, género es un concepto
asociado con el estudio de las cosas relativas a las mujeres. El género es
un tema nuevo, un nuevo departamento de investigación histórica, pero
carece de capacidad analítica para enfrentar (y cambiar) los paradigmas
históricos existentes.
Algunos
historiadores, desde luego, se dieron cuenta de este problema y de ahí
los esfuerzos por emplear teorías que pudieran explicar el concepto de
género e interpretar el cambio histórico. En realidad el desafío estaba
en reconciliar la teoría, formulada en términos generales o universales,
y la historia, comprometida con el estudio de la especificidad
contextual y el cambio fundamental. El resultado ha sido extremadamente
ecléctico: apropiaciones parciales que viciaron la capacidad analítica
de una teoría particular o, lo que es peor, el empleo de sus preceptos
sin conciencia de sus implicaciones; o bien explicaciones de cambio que,
por estar encajados en teorías universales, ilustraban sólo temas
inmutables; o estudios maravillosamente imaginativos en los que, sin
embargo, la teoría se encuentra tan oculta que impide que esos estudios
sirvan como modelos para otras investigaciones. Dado que con frecuencia
no se han extraído todas las implicaciones de las teorías que los
historiadores han bosquejado, parece que vale la pena invertir algún
tiempo en hacerlo. Sólo a través de un ejercicio así podemos evaluar la
utilidad de esas teorías y, quizá, enunciar una aproximación teórica más
potente.
Las
historiadoras feministas han empleado diversos enfoques para el análisis
del género, pero pueden reducirse a una elección entre tres posiciones
teóricas.9 La primera, esfuerzo completamente feminista,
intenta explicar los orígenes del patriarcado. La segunda se centra en
la tradición marxista y busca en ella un compromiso con las críticas
feministas. La tercera, compartida fundamentalmente por
posestructuralistas franceses y teóricos angloamericanos de las
relaciones-objeto, se basa en esas distintas escuelas del psicoanálisis
para explicar la producción y reproducción de la identidad de género del
sujeto.
Los teóricos
del patriarcado han dirigido su atención a la subordinación de las
mujeres y han encontrado su explicación en la "necesidad" del varón de
dominar a la mujer. En la ingeniosa adaptación de Hegel que ha hecho
Mary O'Brien, definiría esta denominación del varón como el efecto del
deseo de los hombres de trascender su alienación de los medios de
reproducción de las especies. El principio de continuidad generacional
restaura primacía de la paternidad y oscurece la función verdadera y la
realidad social del trabajo de las mujeres en el parto. La fuente de la
liberación de las mujeres reside en "una comprensión adecuada del
proceso de reproducción", la apreciación de la contradicción entre la
naturaleza de la función reproductora de las mujeres y la mistificación
ideológica (que el varón hace) de la misma.10 Para Shulamith Firestone, la reproducción era también la "trampa amarga" para las mujeres.
Sin
embargo según su análisis, más materialista, la libe ración se
alcanzaría con las transformaciones en Ja tecnología de la reproducción,
que en un futuro no demasiado lejano podría eliminar la necesidad de
los cuerpos de las mujeres como agentes reproductores de la especie11.
Si
la reproducción era la clave del patriarcado para algunas, para otras
la respuesta estaba en la propia sexualidad. Las atrevidas formulaciones
de Catherine MacKinnon eran al propio tiempo suyas y características de
una determinada perspectiva: "La sexualidad es al feminismo lo que el
trabajo al marxismo: lo que nos es más propia, pero más quitada". "La
objetificación sexual es el proceso primario de la sujeción de las
mujeres, Asocia acto con palabra, construcción con expresión, percepción
con imposición, mito con realidad. El hombre jode a la mujer; sujeto,
verbo, objeto"12. Continuando con su analogía de Marx,
MacKinnon, en lugar del materialismo dialéctico, proponía la promoción
de la conciencia como método del análisis feminista. Al expresar la
experiencia compartida de la objetificación, razonaba, las mujeres
vendrían a comprender su identidad común y, por consiguiente, se
aprestarían a la acción política. Para MacKinnon, la sexualidad así
entendida se situaba fuera de la ideología, y podía revelarse como un
hecho experimentado no mediatizado. Si bien las relaciones sexuales se
definen como sociales en el análisis de MacKinnon, nada hay excepto la
desigualdad inherente de la misma relación sexual que pueda explicar por
qué el sistema de poder opera como lo hace. La causa de las relaciones
desiguales entre los sexos son, en definitiva, las relaciones desiguales
entre ]os sexos. Aunque se diga que la desigualdad de la cual la
sexualidad es la fuente está englobada en un "sistema completo de
relaciones sociales", sigue sin explicarse cómo funciona este sistema13.
Las
teóricas del patriarcado se han enfrentado con la desigualdad de
varones y mujeres desde vías interesantes, pero sus teorías presentan
problemas para los historiadores. En primer lugar, mientras ofrecen un
análisis desde el propio sistema de géneros, afirman también la primacía
de ese sistema en toda organización social. Pero las teorías del
patriarcado no demuestran cómo la desigualdad de géneros estructura el
resto de desigualdades o, en realidad, cómo afecta el género a
aquellas áreas de la vida que no parecen conectadas con él. En segundo
lugar, tanto si la dominación procede de la forma de apropiación por
parte del varón de la labor reproductora de la mujer o de la
objetificación sexual de las mujeres por los hombres, el análisis
descansa en la diferencia física. Cualquier diferencia física comporta
un aspecto universal e inmutable, incluso si las teóricas del
patriarcado tienen en cuenta la existencia de formas y sistemas
variables de desigualdad de género.'144 Una teoría que se
apoya en una única variable de diferencia física plantea problemas para
los historiadores: asume un significado consistente o inherente para el
cuerpo humano -al margen de la construcción social o cultural- y con
ello la ahistoricidad del propio género. En cierto sentido, la historia
se convierte en un epifenómeno, que proporciona variaciones continuas al
tema inmutable de la desigualdad permanente del género.
Las
feministas marxistas tienen una perspectiva más histórica, guiadas como
están por una teoría de la historia. Pero cualesquiera que hayan sido
las variaciones y adaptaciones, la exigencia auto impuesta de que
debería haber una explicación "material" para el género,
ha limitado, o al menos retardado, el desarrollo de nuevas líneas de
análisis. Bien se plantee una solución de las llamadas de sistema duales
(que afirma que los dominios del capitalismo y el patriarcado están
separados pero interactúan recíprocamente) o bien se desarrolle un
análisis más firmemente basado; en la discusión marxista ortodoxa de los
modos de producción, la explicación de los orígenes y cambios en los
sistemas del género se plantea al margen de la división sexual del
trabajo, Al final, familias, hogares y sexualidad son todos productos de
modos de producción cambiantes. Así es como concluía Engels sus
exploraciones sobre los Origins of the Family15 y ahí es
donde se basa en último extremo el análisis de la economista Heidi
Hartmann. Insiste ésta en la importancia de considerar el patriarcado y
el capitalismo como sistemas separados pero que interactúan. Sin
embargo, como su razonamiento revela, la causalidad económica tiene
prioridad y el patriarcado se desarrolla y cambia siempre en función de
las relaciones de producción. Cuando sugiere que "es necesario erradicar
la propia división del trabajo para acabar con la dominación del
varón", quiere decir la terminación de la segregación del trabajo por
sexos16.
Las
primeras discusiones entre feministas marxistas giraron en torno al
mismo conjunto de problemas: el rechazo del esencialismo de quienes
argumentaran que las "exigencias de la reproducción biológica"
determinan la división sexual del trabajo bajo el capitalismo; la
futilidad de Incluir los "modos de reproducción" en las discusiones de
los modos de producción (sigue siendo una categoría por oposición y no
asume un status análogo al de los modos de producción); el
reconocimiento de que los sistemas económicos no determinan directamente
las relaciones de género, y de que realmente la subordinación de las
mujeres precede al capitalismo y subsiste en el socialismo; y a pesar de
todo lo anterior, la búsqueda de una explicación materialista que
excluya las diferencias físicas naturales17. Un Importante
Intento por romper este círculo de problemas procede de Joan Kelly,
quien en su ensayo "The Doubled Vision of Feminist Theory", afirma que
los sistemas económicos y de género interactúan para dar lugar a
experiencias sociales e históricas; que ninguno de ambos sistemas fue
causal, pero que "operaron simultáneamente para reproducir las
estructuras socioeconómicas dominadas por el varón, de (un) orden social
concreto". La sugerencia de KeIly de que los sistemas de género
tuvieron una existencia independiente proporcionó una apertura
conceptual crucial, pero su compromiso de permanecer dentro de un
entramado marxista la llevó a acentuar el rol causal de los factores
económicos incluso en la determinación del sistema de género: "La
relación entre los sexos actúa de acuerdo con y a través de las
estructuras socioeconómicas, como también la relación sexo/género."18 Kelly
introdujo la idea de una "realidad social de base sexual", pero tendió a
recalcar más bien la naturaleza social que la sexual de esa realidad, y
con frecuencia, "lo social", según el uso que ella hace, estaba
concebido en términos de relaciones económicas de producción
La exploración de mayor alcance de la sexualidad entre las feministas marxistas americanas se encuentra en Power of Desire, volumen de ensayos publicado en 198319.
Influidas por la atención creciente a la sexualidad entre los
activistas políticos y estudiosos, por la insistencia del filósofo
francés Michel Foucault en que la sexualidad se produce en contextos
históricos, y por la convicción de que la "revolución sexual" en curso
requería análisis serios, las autoras hicieron de la "política sexual"
el centro de su indagación. Al hacerlo así, plantearon la cuestión de la
causalidad y presentaron soluciones diversas al problema; en realidad,
lo más apasionante de esa obra es la falta de unanimidad analítica, su
sentido de tensión analítica. Si bien los autores individuales tienden a
resaltar la causalidad de los contextos sociales (término este por el
que suelen entender "económicos"), sin embargo incluyen sugerencias
acerca de la importancia de estudiar la "estructuración psíquica de la
identidad de género". Si en ocasiones se habla de "ideología de género"
para "reflejar" estructuras económicas y sociales, hay también un
reconocimiento crucial de la necesidad de comprender el complejo
"vínculo entre la sociedad y la estructura psíquica permanente"20.
Por una parte, las editoras respaldan; propuesta de Jessica Benjamin de
que la política debe prestar atención a "los componentes eróticos y
fantásticos de la vida humana", pero por otra, ningún ensayo, aparte del
de Benjamin, trata de lleno o con seriedad las consecuencias teóricas
que plantea.21 En lugar de ello, a lo largo del volumen está
vigente el supuesto tácito de que el marxismo puede extenderse para
acoger debates de ideología, cultura y psicología, y que esta expansión
tendrá lugar a través del tipo de estudio concreto de los hechos
emprendidos en la mayor parte de los artículos. La ventaja de un
planteamiento como éste reside en que evita diferencias marcadas de
posición, y la desventaja en que deja intacta una teoría ya
completamente articulada que reconvierte unas relaciones basadas en los
sexos en relaciones de producción.
La
comparación de los esfuerzos marxistas-feministas americanos,
exploratorios y de contenido relativamente variado, con los de su
contrapartida inglesa, más estrechamente ligados a la política de una
tradición marxista fuerte y viable, revela que los ingleses han tenido
mayores dificultades para desafiar las restricciones de explicaciones
estrictamente deterministas. Esta dificultad puede apreciarse en su
máxima expresión en los recientes debates, aparecidos en New Left Review,
entre Michel Barret y sus críticos, que le reprochaban haber abandonado
el análisis materialista de la división sexual del trabajo bajo el
capitalismo22. Puede verse también en la sustitución de la
wilson", en New Left Review, 150, marzo-abril de 1985, pp147-153; Jane
Lewis, "The Debate on Sex and Class” en New Left Review, 149,
enero-febrero de 1985, pp. 108-120. Véase también Hugh Armstrong y Pat
Armstrong, tentativa feminista inicial de reconciliar psicoanálisis y
marxismo, por la elección de una u otra de esas posiciones teóricas, y
ello en estudiosos que al principio insistieron en la posibilidad de la
fusión23. La dificultad de las feministas inglesas y
americanas para trabajar dentro del marxismo es evidente en las obras
que he mencionado. El problema con que se enfrentan es el opuesto al que
plantea la teoría patriarcal. Dentro del marxismo, el concepto de
género ha sido tratado durante mucho tiempo como el producto accesorio
en el cambio de las estructuras económicas; el género carece de status analítico independiente propio.
La
revisión de la teoría psicoanalítica requiere la especificación de las
escuelas, puesto que los diversos enfoques tienden a clasificarse por el
origen nacional de sus fundadores y de la mayoría de practicantes. Hay
una escuela anglo-americana, que trabaja dentro de los términos de las
teorías relaciones-objeto. En los Estados Unidos, Nancy Chodorow es el
nombre que más fácilmente se asocia con este enfoque. Además, la obra de
Carol Gilligan ha tenido un fuerte impacto entre los estudiosos
americanos, incluidos los historiadores. La obra de Gilligan arranca de
la de Chodorow, aunque está menos interesada en la construcción del
sujeto que en el desarrollo moral y el comportamiento. En contraste con
la escuela anglo-americana, la escuela francesa se basa en la Iectura
estructuralista y posestructuralista de Freud en términos de teorías del
lenguaje (para las feministas, la figura clave es Jacques Lacan).
Ambas
escuelas están interesadas en los procesos por los que se crea la
identidad del sujeto; ambas se centran en las primeras etapas de
desarrollo del niño en busca de las claves para la formación de la
identidad del género. Los teóricos de las relaciones-objeto hacen
hincapié en la experiencia real (el niño ve, oye, se relaciona con
quienes cuidan de él, en particular, por supuesto, con sus padres),
mientras que los posestructuralistas recalcan la función central del
lenguaje en la comunicación, interpretación y representación del género.
(Por "lenguaje", los posestructuralistas no quieren decir palabras sino
sistemas de significados -órdenes simbóIicos- que preceden al dominio
real del habla, la lectura y la escritura)
Otra
diferencia entre las dos escuelas de pensamiento se concentra en el
inconsciente, que para Chodorow es en último extremo sujeto de la
comprensión consciente y no lo es para Lacan. Para los lacanianos, el
inconsciente es un factor crítico en la construcción del sujeto; además,
es la ubicación de la división sexual y, por esa razón, de la
inestabilidad constante del sujeto con género. En los últimos años, las
historiadoras feministas han recurrido a estas teorías porque sirven
para sancionar hallazgos específicos con observaciones generales o
porque parecen ofrecer una importante formulación teórica sobre el género.
Cada vez más, los historiadores que trabajan con el concepto de
"cultura de mujeres" citan las obras de Chodorow o de Gilligan como
prueba y explicación de sus interpretaciones; quienes desarrollan la
teoría feminista miran a Lacan. En definitiva, ninguna de esas teorías
me parece completamente operativa para los historiadores; una
consideración más rigurosa de cada una de ellas puede ayudar a explicar
por qué.
Mis reservas
acerca de la teoría de las relaciones-objeto proceden de su literalidad,
de su confianza en que estructuras relativamente pequeñas de
interacción produzcan la identidad del género y generen el cambio. La
división familiar del trabajo y la asignación real de funciones a cada
uno de los padres, juegan un papel crucial en la teoría de Chodorow. La
consecuencia de los sistemas occidentales dominantes es una neta
división entre varón y mujer: "El sentido femenino básico del yo está
vinculado al mundo; el sentido masculino básico del yo está separado"24.
De acuerdo con Chodorow, si el padre estuviera más implicado en la
crianza y tuviera mayor presencia en las situaciones domésticas, las
consecuencias del drama edípico podrían ser diferentes.25
Esta
interpretación limita el concepto de género a la familia y a la
experiencia doméstica, por lo que no deja vía para que el historiador
relacione el concepto (o el individuo) con "otros sistemas sociales de
economía, política o poder. Por supuesto, queda implícito que el
ordenamiento social que requiere que los padres trabajen y las madres se
ocupen de la mayor parte de las tareas de la crianza de los hijos
estructura la organización familiar. No está claro de dónde proceden
esos ordenamientos y por qué se articulan en términos de división sexual
del trabajo. Tampoco en oposición a la asimetría se plantea la cuestión
de la desigualdad. ¿Cómo podemos explicar, dentro de esta teoría, las
persistentes asociaciones de la masculinidad con el poder, el valor
superior asignado a los hombres sobre las mujeres, la forma en que los
niños parecen aprender esas asociaciones y evaluaciones, incluso cuando
viven fuera de familias nucleares o en familias en que las
responsabilidades de los padres se dividen con equidad entre marido y
esposa? No creo que podamos hacerlo sin prestar atención a los sistemas
simbólicos, esto es, a las formas en que las sociedades representan el género,
hacen uso de éste para enunciar las normas, de las relaciones sociales o
para construir el significado de la experiencia. Sin significado, no
hay experiencia; sin procesos de significación no hay significado (lo
que no quiere decir que el lenguaje lo sea todo, sino que una teoría que
no lo tiene en cuenta ignora los poderosos roles que los símbolos,
metáforas y conceptos juegan en la definición de la personalidad y de la
historia humana).
El
lenguaje es el centro de la teoría lacaniana; es la clave para instalar
al niño en el orden simbólico. A través del lenguaje se construye la
identidad de género. Según Lacan, el falo es el significante central de
la diferencia sexual.
Pero
el significado del falo debe leerse metafóricamente. Para el niño, el
drama edípico se manifiesta en términos de interacción cultural, puesto
que la amenaza de castración incluye el poder y las normas Legales (del
padre). La relación del niño con la ley depende de la diferencia sexual,
de su identificación imaginativa (o fantástica) con la masculinidad o
la feminidad. En otras palabras, la imposición de las normas de
interacción social son inherentes y específicas del género, porque la
mujer tiene necesariamente una relación diferente con el falo que el
hombre. Pero la identificación de genero, si bien siempre aparece como
coherente y fija, es de hecho altamente inestable. Como las propias
palabras, las identidades subjetivas son procesos de diferenciación y
distinción, que requieren la eliminación de ambigüedades y de elementos
opuestos con el fin de asegurar (y crear la ilusión de) coherencia y
comprensión común. La idea de masculinidad descansa en la necesaria
represión de los aspectos femeninos -del potencial del sujeto para la
bisexualidad- e introduce el conflicto en la oposición de lo masculino y
femenino. Los deseos reprimidos están presentes en el inconsciente y
son una amenaza constante para la estabilidad de la identificación de
género, al negar su unidad y subvertir su necesidad de seguridad.
Además, las ideas conscientes de masculino y femenino no son fijas, ya
que varían, según el uso del contexto. Existe siempre conflicto, pues,
entre la necesidad del sujeto de una apariencia de totalidad y la
imprecisión de la terminología, su significado relativo y su dependencia
de la represión26. Esta clase de interpretación hace
problemáticas las categorías de "hombre" y "mujer", al sugerir que
masculino y femenino no son características inherentes, sino
construcciones subjetivas (o ficticias). Esta interpretación implica,
también que el sujeto está en un proceso constante de construcción y
ofrece una forma sistemática de interpretar el deseo consciente e
inconsciente, al señalar el lenguaje como el lugar adecuado para el
análisis. En este sentido, la encuentro instructiva.
Estoy
preocupada, no obstante, por la fijación exclusiva sobre cuestiones del
"sujeto" y por la tendencia a reificar el antagonismo que se origina
subjetivamente entre varones y mujeres como hecho central del género.
Además aunque hay apertura en la noción de cómo se construye "el
sujeto", la teoría tiende a universalizar las categorías y la relación
entre varón y mujer. Para los historiadores, el resultado es una lectura
reductiva del testimonio del pasado. Aun cuando esta teoría toma en
consideración las relaciones sociales al vincular la castración con la
prohibición y la ley, no permite introducir una noción de especificidad y
variabilidad histórica. El falo es el único significante: el proceso de
construcción del sujeto genérico es predecible, en definitiva, porque
siempre es el mismo. Si como sugiere la teórica del cine Teresa de
Lauretis, necesitamos pensar en términos de constitución de la
subjetividad en contextos sociales e históricos, no hay forma de
especificar esos contextos dentro de los términos propuestos por Lacan.
Realmente, también en la tentativa de Lauretis, la realidad social (esto
es, "las [relaciones] materiales, económicas e interpersonales que son
de hecho sociales y, en una perspectiva más amplia, históricas") parece
hallarse fuera, aparte del sujeto27. Falta un modo de concebir la "realidad social" en términos de género.
El problema del antagonismo sexual tiene dos aspectos en esta teoría.
Primero,
proyecta una cierta cualidad independiente del tiempo, incluso cuando
se haya historizado tan bien como lo ha hecho Sally Alexander, La
lectura de Lacan llevó a Alexander a concluir que "el antagonismo entre
los sexos es un aspecto ineludible de la adquisición de la identidad
sexual… Si el antagonismo está siempre latente, es posible que la
historia no ofrezca una solución definitiva, sino sólo la remodelación
constante, la reorganización de la simbolización de la diferencia y de
la división sexual del trabajo"28.Quizá mi utopismo incurable
me haga vacilar ante esta formulación o quizá yo no haya abandonado la
"episteme" de lo que Foucault llamó la Edad Clásica. Cualquiera que sea
la explicación, la fomulación de Alexander contribuye a fijar la
oposición binaria de varón y mujer como la única relación posible y como
aspecto permanente de la condición humana. Consagra más bien que
cuestiona aquello a lo que Denise Riley se refiere como "el desagradable
aire de constancia de la polaridad sexual". Escribe: "La naturaleza
construida históricamente de la oposición [entre varón y mujer] produce
entre sus efectos precisamente ese aire de oposición invariable y
monótona hombres/mujeres"29.
Precisamente
esa oposición, con todo su tedio y monotonía, es lo que (para volver al
lado angloamericano) ha fomentado la obra de Carol Gilligan.
Expuso
GilIigan los caminos divergentes de desarrollo, moral que seguían
chicos y chicas, en términos de diferencias de “experiencia (realidad
vivida). No es sorprendente que los historiadores de las mujeres hayan
recogido las ideas de Gilligan y las hayan utilizado para explicar las
"diferentes voces" que su trabajo les, ha llevado a escuchar. Los
problemas derivados de esa apropiación son numerosos y están
relacionados lógicamente30. El primero es un deslizamiento
que se produce a menudo en la atribución de la causalidad: el
razonamiento se mueve desde una afirmación como "la experiencia de las
mujeres les lleva a hacer elecciones morales contingentes a contextos y
relaciones", a esta otra "las mujeres piensan y escogen de este modo
porque son mujeres". En esta línea de razonamiento está implicada la
noción ahistórica, si no esencialista, de mujer. Gilligan y otros han
extrapolado su descripción, basada en una pequeña muestra de escolares
americanas de finales del siglo XX, a una declaración sobre todas las
mujeres. Esta extrapolación es evidente en especial, pero no
exclusivamente, en las discusiones de algunos historiadores sobre la
"cultura de las mujeres", cuando recogen testimonios desde las primeras
santas hasta las modernas activistas de la militancia obrera y los
utilizan para probar la hipótesis de Gilligan sobre una preferencia
universal de las mujeres por lo relacionado31. Este uso de
las ideas de Gilligan contrasta vivamente con las concepciones más
complejas e historizadas de la "cultura de las mujeres" presentadas en
el Symposium de Feminist Studies, de 198032.
Realmente,
la comparación de ese conjunto de artículos con las formulaciones de
Gilligan revela hasta qué punto es ahistórica su definición mujer/hombre
como oposición binaria universal que se autorreproduce, fijada siempre
del mismo modo, Al insistir en las diferencias fijas (en el caso de
Gilligan, al simplificar los datos con resultados distintos sobre el
razonamiento sexual y moral, con el fin de subrayar la diferencia
sexual), las feministas contribuyen al tipo de pensamiento al que desean
oponerse. Aunque insistan en la reevaluación de la categoría "mujer"
(Gilligan sugiere que las elecciones morales de las mujeres pueden ser
más humanas que las de los hombres), no examinan la propia oposición
binaria.
Necesitamos
rechazar la calidad fija y permanente de la oposición binaria, lograr
una historicidad y una deconstrucción genuinas de los términos de la
diferencia sexual. Debemos ser más autoconscientes acerca de la
distinción entre nuestro vocabulario analítico y el material que
deseamos analizar. Debemos buscar vías (aunque sean imperfectas) para
someter continuamente nuestras categorías a crítica y nuestros análisis,
a la autocrítica. Si empleamos la definición de deconstrucción de
Jacques Derrida, esta crítica significa el análisis contextualizado de
la forma en que opera cualquier oposición binaria, invirtiendo y
desplazando su construcción jerárquica, el lugar de aceptarla como real o
palmaria, o propia de la naturaleza de las cosas33. En
cierto sentido, por supuesto, las feministas han estado haciendo esto
durante años. la historia del pensamiento feminista es la historia del
rechazo de la construcción jerárquica de la relación entre varón y mujer
en sus contextos específicos y del intento de invertir o desplazar su
vigencia. Las historiadoras feministas están ahora en condiciones de
teorizar sobre su práctica y desarrollar el género como categoría analítica.
El interés en el género como
categoría analítica ha surgido sólo a finales del siglo XX. Está
ausente del importante conjunto de teorías sociales formuladas desde el
siglo XVIII hasta comienzos del actual. A decir verdad, algunas de esas
teorías constituyeron su lógica sobre analogías a la oposición de hombre
y mujer, otras reconocieron una "cuestión de la mujer", y otras, por
último, se plantearon la formación de la identidad sexual subjetiva,
pero en ningún caso hizo su aparición el género como
forma de hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales. Esta
omisión puede explicar en parte la dificultad que han tenido las
feministas contemporáneas para incorporar el término género en los
cuerpos teóricos existentes y para convencer a los partidarios de una u
otra escuela teórica de que el género pertenece
a su vocabulario. El término género forma parte de una tentativa de las
feministas contemporáneas para reivindicar un territorio definidor
específico, de insistir en la insuficiencia de los cuerpos teóricos
existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y
hombres. Me parece significativo que el uso de la palabra género haya
surgido en un momento de gran confusión epistemológica, que en algunos
casos adopta la forma de una desujación desde los paradigmas científicos
a los literarios entre quienes se dedican a las ciencias sociales
(desde el énfasis sobre las causas a otro centrado en el significado,
con la discusión de los métodos de investigación, frase del antropólogo
Clifford Geertz)34, y en otros casos, la forma de los debates
acerca de la teoría, entre quienes afirma la transparencia de los
hechos y quienes insisten en que toda la realidad se interpreta o se
construye, entre quienes defienden y quienes cuestionan la idea de que
el "hombre" es el dueño racional de su propio destino. En el espacio que
este debate ha abierto y junto a la crítica de la ciencia desarrollada
por las humanidades, y la del empirismo y el humanismo por los
posestructuralistas, las feministas no sólo han comentado a encontrar
una voz teórica propia sino que también han encontrado aliados
académicos y políticos. Dentro de este espacio debemos formular el género como categoría analítica.
¿Qué
deberían hacer los historiadores que después de todo han visto
despreciada su disciplina por algunos teóricos recientes como reliquia
del pensamiento humano? No creo que debamos renunciar a los archivos o
abandonar el estudio del pasado, pero tenemos que cambiar algunas de las
formas con que nos hemos acercado al trabajo, ciertas preguntas que nos
hemos planteado. Necesitamos examinar atentamente nuestros métodos de
análisis, clarificar nuestras hipótesis de trabajo y explicar cómo
creemos que tienen lugar los cambios. En lugar de buscar orígenes
sencillos, debemos concebir procesos tan interrelacionados que no puedan
deshacerse sus nudos.
Por
supuesto, identificamos los problemas que hay que estudiar y ellos
constituyen los principios o puntos de acceso a procesos complejos. Pero
son los procesos lo que debemos tener en cuenta continuamente. Debemos
preguntarnos con mayor frecuencia cómo sucedieron las cosas para
descubrir por qué sucedieron; según la formulación de la antropóloga
Michelle Rosaldo, debemos perseguir no la causalidad universal y
general, sino la explicación significativa: "Me parece entonces que el
lugar de la mujer en la vida social humana no es producto, en sentido
directo, de las cosas que hace, sino del significado que adquieren sus
actividades a través de la interacción social concreta"35.
Para alcanzar el significado, necesitamos considerar tanto los sujetos
individuales como la organización social, y descubrir la naturaleza de
sus interrelaciones, porque todo ello es crucial para comprender cómo
actúa el género,
cómo tiene lugar el cambio. Finalmente, necesitamos sustituir la noción
de que el poder social está unificado, es coherente y se encuentra
centralizado, por algo similar al concepto de poder en Foucault, que se
identifica con constelaciones dispersas de relaciones desiguales,
constituidas discursivamente como "campos de fuerza" sociales36.
Dentro de estos procesos y estructuras, hay lugar para un concepto de
agencia humana como intento (al menos parcialmente racional) de
construir una identidad, una vida, un entramado de relaciones, una
sociedad con ciertos límites y con un lenguaje, lenguaje conceptual que a
la vez establece fronteras y contiene la posibilidad de negación,
resistencia, reinterpretación y el juego de la invención e imaginación
metafórica.
Mi
definición de género tiene dos partes y varias subpartes. Están
interrelacionadas, pero deben ser analíticamente distintas. El núcleo de
la definición reposa sobre una conexión integral entre dos
proposiciones: el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es
una forma primaria de relaciones significantes de poder. Los cambios en
la organización de las relaciones sociales corresponden siempre a
cambios en las representaciones del poder, pero la dirección del cambio
no es necesariamente en un solo sentido. Como elemento constitutivo de
las relaciones sociales basadas en las diferencias percibidas entre los
sexos, y el génerocomprende
cuatro elementos interrelacionados: primero, símbolos culturalmente
disponibles que evocan representaciones, múltiples (y menudo
contradictorias) -Eva y María, por ejemplo, como símbolos de la mujer en
la tradición cristiana occidental-, pero también mitos de luz y
oscuridad, de purificación y contaminación, inocencia y corrupción. Para
los historiadores, las preguntas interesantes son cuáles son las
representaciones simbólicas que se evocan, cómo y en qué contextos.
Segundo, conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de
los significados de los símbolos, en un intento de limitar y contener
sus posibilidades metafóricas. Esos conceptos se expresan en doctrinas
religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, que afirman
categórica y unívocamente el significado de varón y mujer, masculino y
femenino. De hecho, esas declaraciones normativas dependen del rechazo o
represión de posibilidades alternativas y, a veces, tienen lugar
disputas abiertas sobre las mismas (debería constituir una preocupación
para los historiadores el conocimiento del momento y circunstancias en
que tienen lugar). Sin embargo, la posición que emerge como predominante
es expuesta como la única posible.
La
historia subsiguiente se escribe como si esas posiciones normativas
fueran producto del consenso social más bien que del conflicto. Ejemplo
de esta clase de historia es el tratamiento de la ideología victoriana
de la domesticidad como si hubiera sido creada de entrada, en su
totalidad, y ante la que sólo se hubiera reaccionado más tarde, en lugar
de considerarse que fue tema constante de grandes diferencias de
opinión. Otro tipo de ejemplo proviene de los grupos religiosos
fundamentalistas contemporáneos, que han vinculado por la fuerza su
práctica a la restauración del rol de las mujeres que se supone más
auténticamente "tradicional", cuando de hecho hay pocos precedentes
históricos para el desempeño indiscutible de tal papel. La intención de
la nueva investigación histórica es romper la noción de fijeza,
descubrir la naturaleza del debate o represión que conduce a la
aparición de una permanencia intemporal en la representación binaria del
género. Este tipo de análisis debe incluir nociones políticas y
referencias a las instituciones y organizaciones sociales, tercer
aspecto de las relaciones de género.
Algunos
estudiosos, sobre todo antropólogos, han restringido el uso del género
al sistema del parentesco (centrándose en la casa y en la familia como
bases de la organización social). Necesitamos una visión más amplia que
incluya no sólo a la familia sino también (en especial en las complejas
sociedades modernas) el mercado de trabajo (un mercado de trabajo
segregado por sexos forma parte del proceso de construcción del género),
la educación (las instituciones masculinas, las de un solo sexo, y las
coeducativas forman parte del mismo proceso) y la política (el sufragio
universal masculino es parte del proceso de construcción del género).
Tiene poco sentido obligar a esas instituciones a retroceder hacia una
posición de utilidad funcional en el sistema de parentesco, o argumentar
que las relaciones contemporáneas entre hombres y mujeres son
construcciones de antiguos sistemas de parentesco, basados en el
intercambio de mujeres37. El género se
construye a través del parentesco, pero no en forma exclusiva; se
construye también mediante la economía y la política que, al menos en
nuestra sociedad, actúan hoy día de modo ampliamente independiente del
parentesco.
El cuarto
aspecto del género es la identidad subjetiva. Estoy de acuerdo con la
formulación de la antropóloga Gayle Rubin de que el psicoanálisis ofrece
una teoría importante sobre la reproducción del género, una descripción
de la "transformación de la sexualidad biológica de los individuos a
medida que son aculturados"38. Pero la pretensión universal del psicoanálisis me hace vacilar.
Aun
cuando la teoría de Lacan pueda ser útil para pensar sobre la
construcción de la identidad de género, los historiadores necesitan
trabajar de un modo más histórico. Si la identidad de género se basa
sólo y universalmente en el miedo a la castración, se niega lo esencial
de la investigación histórica. Además, los hombres y mujeres reales no
satisfacen siempre o literalmente los términos de las prescripciones de
la sociedad o de nuestras categorías analíticas. Los historiadores, en
cambio, necesitan investigar las formas en que se construyen
esencialmente las, identidades genéricas y relacionar sus hallazgos con
una serie de actividades, organizaciones sociales y representaciones
culturales, históricamente específicas. Los mejores esfuerzos en este
campo han sido, hasta ahora, y, el no debe sorprendernos, las
biografías: la interpretación de Lou Andreas Salomé por parte de Biddy
Martin, el retrato que Kathryn Sklar hace de Catherine Beecher, la vida
de Jacqueline Hall escrita por, Jessie
Daniel Ames y el examen de Charlotte Perkins Gilman a cargo de Mary Hill39.
Pero
también son posibles los tratamientos colectivos, como han demostrado
Mrinalini Sinha y Lou Ratté en sus respectivos estudios sobre los
periodos de construcción de la identidad de género en los
administradores coloniales británicos en la India y sobre los hindúes
educados en Gran Bretaña que se revelaron como dirigentes nacionalistas y
antiimperialistas40.
La
primera parte de mi definición de género consta, pues, de esos cuatro
elementos y ninguno de ellos opera sin los demás. Sin embargo, no operan
simultáneamente de forma que uno sea simplemente el reflejo de los
otros, De hecho, una cuestión para la investigación histórica sería
conocer cuáles son las relaciones entre los cuatro aspectos. El esquema
que he propuesto del proceso de construcción de las relaciones de género
podría usarse para discutir sobre clases, razas, etnicidad, o por la
misma razón; cualquier proceso social, Mi intención era clarificar y
especificar hasta qué punto necesitamos pensar en el efecto del género
en las relaciones sociales e institucionales, porque este pensamiento no
se ejerce con frecuencia de modo preciso o sistemático. La teorización
del género, sin embargo, se desarrolla en mi segunda proposición: el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder. Podría mejor decirse que el género es el campo primario dentro del cual o por medio del cual se articula el poder. No es el género el
único campo, pero parece haber sido una forma persistente y recurrente
de facilitar la significación del poder en las tradiciones occidental,
judeo-cristiana e islámica, Como tal, puede parecer que esta parte de la
definición pertenece a la sección normativa del argumento, y sin
embargo no es así, porque los conceptos de poder, aunque puedan
construirse sobre el género,
no siempre tratan literalmente al propio género, El sociólogo francés
Pierre Bourdieu ha escrito sobre cómo la "división del mundo", basada en
referencias a "las diferencias biológicas y sobre todo a las que se
refieren a la división del trabajo de procreación y reproducción", actúa
como "la mejor fundada de las ilusiones colectivas", Establecidos como
conjunto objetivo de referencias, los conceptos de género estructuran la
percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la vida
social41. Hasta el punto en que esas referencias establecen
distribuciones de poder (control diferencial sobre los recursos
materiales y simbólicos, o acceso a los mismos), el género se implica en la concepción y construcción del propio poder. El antropólogo francés Maurice Godelier lo ha expresado así:
No
es la sexualidad lo que obsesiona a la sociedad, sino la sociedad la
que obsesiona la sexualidad del cuerpo. Las diferencias relativas al
sexo entre los cuerpos son evocadas continuamente como testimonios de
relaciones y fenómenos sociales que nada tienen que ver con la
sexualidad, y no sólo como testimonio de, sino también como testimonio
para; en otras palabras, como legitimación42.
La
función legitimadora del género funciona de muchos modos. Bourdieu, por
ejemplo, muestra cómo en algunas culturas la explotación agrícola se
organizó de acuerdo con conceptos de tiempo y temporada que se asentaban
sobre definiciones específicas de la oposición entre masculino y
femenino. Gayatri Spivak ha hecho un análisis agudo de los usos del
género en algunos textos de escritoras británicas y americanas43.
Natalie Davis ha mostrado la forma en que los conceptos de masculino y
femenino están relacionados con la comprensión y crítica de las normas
del orden social en los comienzos de la Francia moderna44. La
historiadora CaroIine Bynum ha arrojado nueva luz sobre la
espiritualidad medieval a través de la atención que ha prestado a las
relaciones entre los conceptos de masculino y femenino, y el
comportamiento religioso. Su obra nos facilita una importante
perspectiva sobre las formas en que dichos conceptos informaron la
política de las instituciones monásticas y a los creyentes individuales45.;
Los historiadores del arte han abierto un nuevo campo mediante la
lectura de las implicaciones sociales de los retratos realistas de
mujeres y hombres.46 Esas interpretaciones se basan en la
idea de que los lenguajes conceptuales emplean la diferenciación para
establecer significados y que la diferencia sexual es una forma primaria
de diferenciación significativa47. Por tanto, el género facilita
un modo de decodificar el significado y de comprender las complejas
conexiones entre varias formas de interacción humana. Cuando los
historiadores buscan caminos por los que el concepto de género legítima y
construye las relaciones sociales, desarrollan la comprensión de la
naturaleza recíproca de género y sociedad, y de las formas particulares y
contextualmente específicas en que la política construye el género y el género construye la política.
La política es sólo una de las áreas en que puede usarse el género para
el análisis histórico. Dos son las razones por las que he escogido los
siguientes ejemplos, relativos a la política y al poder en su sentido
más tradicionalmente aceptado, esto es, en el perteneciente al gobierno y
a la nación-estado. Primera, porque el territorio está virtualmente
inexplorado, puesto que el género ha
sido considerado antitético para los asuntos reales de la política.
Segunda, porque la historia política -todavía estilo dominante de la
investigación histórica- ha sido la plaza fuerte de la resistencia a la
inclusión de material e incluso de problemas sobre las mujeres y el género.
Se ha empleado el género literal
o analógicamente en teoría política para ,justificar o criticar el
reinado de monarcas y para expresar la relación entre gobernante y
gobernado. Podría haberse esperado que los debates de los contemporáneos
sobre los reinados de Isabel I en Inglaterra y Catalina de Médicis en
Francia se detuvieran en el problema de la capacidad de las mujeres para
el gobierno político, pero en el periodo en que parentesco y monarquía
estaban totalmente relacionados, las discusiones sobre los reyes varones
se preocupaban igualmente de la masculinidad y la feminidad48.
Las analogías con la relación matrimonial proporcionan fundamento a los
argumentos de Jean Bodin, Robert Filmer y Jonh Locke. El ataque de
Edmund Burke a la Revolución francesa se construye en torno a un
contraste entre las repugnantes y sanguinarias brujas Sans-culottes;
("furias de infierno, con la forma denostada de las mujeres más viles")
y la delicada feminidad de María Antonieta, quien escapó del populacho
para "buscar refugio a los pies de un rey y marido" y cuya belleza
inspirara un día el orgullo nacional. (Con referencia al papel apropiado
a lo femenino en el orden político, escribía Burke: "Para hacernos amar
nuestro país, nuestro país debería ser hermoso.")49. Pero la
analogía no lo es siempre respecto al matrimonio o incluso a la
heterosexualidad. En la teoría política islámica medieval, los símbolos
del poder político aludían con mayor frecuencia al sexo entre hombre y
muchacho, sugiriendo no sólo formas de sexualidad aceptables, próximas a
las que la última obra de Foucault describía para la Grecia clásica,
sino también la escasa relevancia de las mujeres para cualquier noción
de política y para la vida pública50. Para que este último
comentario no sugiera que la teoría política refleja simplemente la
organización social, parece importante hacer notar que los cambios en
las relaciones de género pueden ser impulsados por consideraciones de
necesidades de Estado. Un ejemplo llamativo es el argumento de Louis de
Bonald sobre por qué fue derogada la legislación acerca del divorcio de
la Revolución francesa:
Lo
mismo que la democracia política "permite al pueblo, la parte débil de
la sociedad política, alzarse contra el poder establecido", así el
divorcio, "verdadera democracia doméstica", permite a la esposa, "la
parte débil, rebelarse contra la autoridad marital" [ . . . ] "Con el
fin de mantener el Estado ( fuera del alcance de las manos del pueblo,
es necesario mantener la familia fuera del alcance de las manos de
esposas y niños".51
Bonald
comienza con una analogía y luego establece una correspondencia directa
entre divorcio y democracia. Al prestar oídos a argumentos muy
anteriores acerca de la familia bien ordenada, como fundamento del
Estado bien ordenado, la legislación que consagraba esta consideración
redefinía los límites de la relación conyugal. De un modo similar, en
nuestros tiempos, a los ideólogos políticos conservadores les gustaría
aprobar una serie de leyes sobre la organización y el comportamiento de
la familia que alterarían las costumbres establecidas. La relación entre
regímenes autoritarios y control de las mujeres ha sido denunciada pero
no suficientemente estudiada: si en un momento crucial para la
hegemonía jacobina en la Revolución francesa, en el instante de la lucha
de Stalin por controlar la autoridad, en la instauración de la política
nazi en Alemania o con el triunfo en Irán del ayatollah Jomeini, los
nuevos gobernantes hubieran legitimado como masculinos la dominación, la
fuerza, la autoridad central y el poder legislativo (y caracterizado
como femeninos a los enemigos, los instrusos, los subversivos y la
debilidad) y hubieran plasmado ese código en leyes (prohibiendo la
participación política de las mujeres, declarando el aborto fuera de la
ley, prohibiendo el trabajo asalariado a las madres e imponiendo reglas
al atuendo femenino), que hubiera puesto a las mujeres en su sitio52.
Esas acciones y el momento de su apIicación tienen poco sentido en sí
mismas; en la mayor parte de los casos, el .Estado no gana nada
inmediato o material de la sujeción de las mujeres. Las acciones sólo
cobran sentido como parte de un análisis de la construcción y
consolidación del poder. Como política hacia las mujeres, se dio forma
al mantenimiento del control de la fuerza. En esos ejemplos, la
diferencia sexual se concebía en términos de dominación o control de las
mujeres. Esos ejemplos ayudan a discernir las clases de relaciones de
poder que se constituyen en la historia contemporánea, pero este tipo
concreto de relación no es un tema político universal. Por ejemplo, los
regímenes democráticos del siglo xx han constituido también de
diferentes formas ideologías políticas con conceptos de género y las han
trasladado a la política práctica; el estado del bienestar, por
ejemplo, demostró su paternalismo protector en leyes dirigidas a las
mujeres y los niños.53Históricamente, algunos movimientos
socialistas y anarquistas han rehusado por completo las metáforas de
dominación y han presentado con imaginación sus críticas de regímenes
concretos o de organizaciones sociales , en términos de transformaciones
de las identidades del género. En Francia e Inglaterra, los socialistas
utópicos de las décadas de los treinta y cuarenta concibieron sus
sueños de un futuro armonioso en términos de las naturalezas
complementarias de los individuos , tal como se ejemplifican en, la
unión del hombre y la mujer, "el individuo social".54 Los
anarquistas europeos fueron conocidos mucho tiempo no sólo por rechazar
las convenciones del matrimonio burgués, sino también por sus visiones
de un mundo ,en el que la diferencia sexual no implicara jerarquía.
Son
estos ejemplos de conexiones explícitas entre género y poder, pero
constituyen sólo una parte de mi definición de género como fuente
primaria de las relaciones significantes de poder. Con frecuencia, la
atención al género no es explícita, pero no obstante es una parte
crucial de la organización de la igualdad o desigualdad. Las estructuras
jerárquica cuentan con la comprensión generalizada de la llamada
relación natural entre varón y mujer. En el siglo XIX, el concepto de
clase contaba con el género en
su enunciado. Cuando, por ejemplo, los reformadores de la clase media
describieron a los trabajadores en términos codificados como femeninos
(subordinados, débiles, explotados sexualmente como prostitutas),
dirigentes del trabajo y socialistas replicaron insistiendo en la
posición masculina de la clase trabajadora (productores, fuertes,
protectores de sus mujeres e hijos). Los términos de este discurso no lo
fueron, explícitamente sobre el género,
pero contaron con referencias al mismo, a la "codificación" de género
de ciertos términos, para establecer sus significados. En el proceso,
históricamente específico, se reprodujeron definiciones normativas de
género ( que se tomaban como conocidas) , .que se reforzaron en la
cultura de la clase obrera la francesa55. Los temas de la
guerra, diplomacia y alta política aparecen con frecuencia cuando los
historiadores políticos tradicionales cuestionan la utilidad del género
en su obra. Pero también aquí necesitamos mirar más allá de los actores y
del sentido literal de sus palabras. Las relaciones de poder entre
naciones y el status de los sujetos coloniales se han hecho
comprensibles (y de este modo legitimados) en términos de relaciones
entre varón y .hembra. La legitimación de la guerra -de derrochar vidas
jóvenes para proteger el Estado-ha adoptado diversas formas de llamadas
explícitas a los hombres (a la necesidad de defender a las por otra
parte vulnerables mujeres y niños), a la confianza implícita en el deber
de los hijos de servir a sus dirigentes y a su (padre el) rey, y de
asociaciones entre la masculinidad y la firmeza nacional.56 La
propia alta política es un concepto de género, porque establece su
crucial importancia y el poder público, las razones y el hecho de su
superior autoridad, precisamente en que excluye a las mujeres de su
ámbito. El género es
una de las referencias recurrentes por las que se ha concebido,
legitimado y criticado el poder político. Se refiere al significado de
la oposición varón/mujer, pero también lo establece. Para reivindicar el
poder político, la referencia debe parecer segura y estable, fuera de
la constitución humana, parte del orden natural o divino. En esa vía, la
oposición binaria y el proceso social de relaciones de género forman
parte del significado del propio poder; cuestionar o alterar cualquiera
de sus aspectos amenaza a la totalidad del sistema.
Si
las significaciones de género y poder se construyen la una a la otra,
¿cómo cambian las cosas? En sentido general, la respuesta es que el
cambio puede iniciarse en muchos lugares. Las conmociones políticas
masivas, que empujan al caos órdenes viejos y traen otros. nuevos,
pueden revisar los términos (y también la organización) del género en
busca de nuevas formas de legitimación. Pero pueden no hacerlo; los
viejos conceptos de género han servido también para dar validez a los
regímenes nuevos57. Crisis demográficas, ocasionadas por
escasez de alimentos, plagas o guerras, pueden haber cuestionado las,
visiones normativas del matrimonio heterosexual (como sucedió en ciertos
círculos de algunos países en, la década de los veinte) , pero también
han engendrado políticas pronatalistas que insisten en la importancia
exclusiva de las funciones maternal y reproductora de las mujeres58.
Los modelos cambiantes del empleo pueden llevar a alterar las
estrategias matrimoniales y a diferentes posibilidades para la
construcción de la subjetividad, pero también pueden ser experimentados
como nuevos campos de actividad para hijas y esposas solícitas.59 La
aparición de nuevas clases de símbolos culturales puede dar oportunidad
a la reinterpretación o, realmente, a la reescritura del relato
edípico, pero también puede servir para reinscribir ese terrible drama
en términos todavía más significativos. Los procesos políticos
determinarán qué resultados prevalecen -políticos en el sentido de que
diferentes actores y diferentes significados luchan entre sí por
alcanzar el poder. La naturaleza de ese proceso, de los actores y sus
acciones, sólo puede determinarse específicamente en el contexto del
tiempo y del espacio. Podemos escribir la historia de ese proceso
únicamente si reconocemos que "hombre" y "mujer') son al mismo tiempo
categorías vacías y rebosantes. Vacías porque carecen de un significado
último, trascendente. Rebosantes, porque aun cuando parecen estables,
contienen en su seno definiciones alternativas, negadas o eliminadas .
En cierto sentido, la historia política ha venido desempeñando un papel
en el campo del género. Se trata de un campo que parece estable, pero
cuyo significado es discutido y fluyente. Si tratamos la oposición entre
varón y mujer, no como algo dado sino problemático, como algo
contextualmente definido, repetidamente constituido, entonces debemos
preguntarnos de forma constante qué es lo que está en juego en las
plocIamas o debates que invocan el género para
explicar o justificar sus posturas, pero también cómo se invoca y
reinscribe la comprensión implícita del género. ¿Cuál es la relación
entre las leyes sobre las mujeres y el poder del Estado? ¿Por qué (y
desde cuándo) han sido invisibles las mujeres como sujetos históricos,
si sabernos que participaron en los grandes y pequeños acontecimientos
de la historia humana? ¿Ha legitimado el género la aparición de las carreras profesionales?60.
¿Está sexuada (por citar. el título de un artículo reciente de la
feminista francesa Luce Irigaray) la materia que estudia la ciencia?61.Cuál es la relación entre la política de estado y el descubrimiento del crimen de la homosexualidad?62 ¿Cómo han incorporado el género las
instituciones sociales en sus supuestos y organizaciones? ¿Ha habido
alguna vez conceptos genuinamente igualitarios de género en los términos
en que se proyectaban, o construían los sistemas políticos? La
investigación sobre estos temas alumbrará una historia que proporcionará
nuevas perspectivas a viejos problemas (por ejemplo, acerca de cómo se
impone la norma política o cuál es el impacto de la guerra sobre la
sociedad) , redefinirá los viejos problemas en términos nuevos (al
introducir consideraciones sobre la familia y la sexualidad, por
ejemplo, en el estudio de la economía o de la guerra), que hará visibles
a las mujeres como participantes activos y creará una distancia
analítica entre el lenguaje aparentemente estable del pasado y nuestra
propia terminología. Además, esta nueva historia dejará abiertas
posibilidades para pensar en las estrategias políticas feministas
actuales y el (utópico) futuro, porque sugiere que el género debe
redefinirse y reestructurarse en conjunción con una visión de igualdad
política y social que comprende no sólo el sexo, sino también la clase y
la raza.
REFERENCIAS
+ 1996 El género: Una categoría útil para el análisis histórico. En: Lamas Marta Compiladora.El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, México. 265-302p.
La
versión en castellano de este trabajo apareció en Historia y género:
las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, James y Amelang y Mary
Nash (eds.), Edicions Alfons el Magnanim, Institució Valencina d
Estudis i Investigació, 1990. La traducción es de Eugenio y Marta
Portela. Originalmente, este artículo fue publicado en Ingles como
“Gender: A Useful Category of Historical Analysis” en American
Historical review, 91,1986, pp. 1053-1075
Este artículo está dedicado a Elizabeth Weed, quien me enseñó a pensar sobre el género y
la teoría. Fue preparado originalmente para su presentación en la
reunión de la Américan Historical Association, en Nueva York, el 27 de
diciembre 1985. Estoy profundamente agradecida a Denise Riley, quien me
mostró cómo una historiadora puede trabajar con una teoría hasta sus
últimas consecuencias; también a Janice Doane, Jasmine Ergas, anne
Norton y Harriet Whiteead, todas ellas miembros del seminario sobre
"Construcciones culturales del género", que tuvo lugar durante 1982-1985
en el Centro Pembroke para la Enseñanza y la Investigación sobre las
mujeres, de la Brown University. Las urgencias y críticas de los
miembros del Taller de Estudios Históricos, de la New School for Ir
Social Research, en especial de Ira Katznelson, Charles Tilly y Louise
A. Tilly,y, me formaron a clarificar mis argumentos. en varios sentidos.
Los comentarios de otras amigas y colegas tambien me han resultado de
extrema utilidad sobre todo los de Elisabetta Galeotti, Layna Rapp,
Christine Stansell y Joan Vincent. Donald .Scott, como siempre fue una
vez más mi crítico más exigente y de más apoyo. [Nota de la autora.]
1 Oxford English Dictionary, edición de 1961, vol.4.
2
“No se sabe de qué género es, si es varón o hembra, se dice de un
hombre muy reservado del cual se desconocen los sentimientos”, en E.
Littré, Dictionnaire de la Langue Francaise, París, 1876.
3 Raymond Williams, Keywords, Nueva York, 1983, p. 285.
4 Natalie Zemon Davis, “Womens History in Transition: The European Case”, en Feminist Studies, 3, invierno de 1975-1976, p.90
5
Ann D. Gordon, Mari Jo Buhle y Nancy Shrom Dye, “the problem of Womens
History”, en Berenice Carrol (ed.), Liberating Womens History , Urbana .
III. 1976, p. 89.
6 El
ejemplo mejor y más agudo es de Joan Kelly, “The doubled Vision of
femeinist theory”, en su womwn, History and theory, Chicago, 1984, pp.
51-64, en especial p. 61.
7
Para una revisión de la obra reciente sobre la historia de las mujeres,
véase Joan W. Scott, “Womens History: The modern Period”, en Past and
Present, 101, 1983, pp. 141-157.
8
Una discusión contra el uso de género para subrayar los aspectos
sociales de la diferencia sexual puede verse en Moira Gatens, “A
Critique of the sex/Gender Distinetion”, en J. Allen y P. Patton (eds.),
Bellond Marxism? Interventions after marx, Sidney, 1983, pp. 143-160
9
Para un enfoque algo distinto del análisis feminista, véase Linda J.
Nicholson, Gender and History: The limits of social Theory in the
Family, Nueva York, 1986.
10 Mary O Brien, The Politics of Reproduction, Londres, 1981,pp. 8-15,46
11 Shulamith Firestone, The Dialetic of Sex, Nueva York, 1970. La expresión “trampa amarga” es de O Brien, Politics of reproduction, p.8
12 Catherine Mackinnon, “Feminism, Marxism, Method, and the State: An Agenda.
13 Ibid., pp.541, 543.
14
Una interesante discusión de la utilidad y límites del término
“patriarcado” puede verse en el intercambio de punto de vista entre las
historiadoras Sheila Rowbotham, Sally Alexander y barbara Taylor en
Raphael Samuel (ed.), Peoples History and Socialist Theory, Londres,
1981, pp. 363-373
15 Frederick Engel, The Origins of the Family, Private Property, and the State (1884, edición reimpresa en Nueva York, 1972).
16
Heidi Hartmann, “Capitalism, Patriarch, and Job Segregatión by sex”, en
Signs, 1, primavera de 1976, p. 168. Véase también “the Unhappy
Marriage of Marxism and Feminism: Towards a More Progressive unión”, en
capital and class ,8, verano de 1979, pp. 1 -53,; “The Family as the
locus of gender Class, and political Struggle: The example of
Housework”, en Sins, 6, primavera de 1981, pp. 366-394.
17
Los debates sobre el feminismo marxista incluyen a zillah Eisenstein,
Capitalist patrirchy and capital in the famili”, en A. Kuhn y A. Wolpe
(eds.), femeinism and materialism, Londres, 1983, Hilda Scott, does
Socialism Liberate Women?, Boston, 1974; Jane humphries, “working Class
family, Womens Liberation and Calss strugle: The case of
Nineteenth-Century British History”, en Review of radical political
Economics,9, 1977, pp. 25-41, Jane Humphries, “Class Family”, en
Cambrige Journal of Economics,1, 1971, pp. 241.258, vease tambien el
debate sobre la obra de Humphreis en review of radical political
economics, 12, verano de 1980, pp. 76-94
18 kelly, “Doubled Vision of Feminist Theory”, p.64.
19 Ann Snitow, Christine stansell y sharon Thompson (eds.), Power of Desire: The politics of sexuality, Nueva York, 1983.
20 Ellen ross y Rayna Rapp, “Sex and Society: A Reserch note from Social history and Antropology”, en Powers of Desire, p. 53
21 “Introduction”, en Powers of Desire, p. 1; y jessica Benjamin, “Master and slave: The fantasy of Erotic Domination”, en Power of Desire,p. 297.
22
Johanna Brenner y María Ramas, "Rethinking Womens Opression: en New
Left Review, "Beyond Sexless Class and Classless Sex: Towards Feminist
Marxism", en Studies in political Economy, 10, invierno de 1983, pp.
7-44; Hugh Armstrong y pat Armstrong, ”Comments: More on Marxist
Feminism", en Studies in Political Economy,15, otoño de 1984, pp.
179-184; y Jane Jenson, "Gender and Reproduction: or Babies and the
State", trabajo no publicado, junio de 1985, pp. 1-7.
23
En cuanto a las primeras formulaciones teóricas, véase Papers on
Patriarchy: conferencie, London 76, Londres, 1976. Agradezco a Janes
Caplan que me haya indicado la existencia de esta publicación y su buena
disposición para compartir conmigo su ejemplar y sus ideas acerca de la
misma. En cuanto a la posición psicoanalítica, véase Sally Alexander,
"Women, Class and Sexual Diference", en History Workshop, 17, primavera
de 1984, pp. 125-135. En seminario de la Princeton University, a
principios de 1986, me pareció que Juliet Mítchell volvía a acentuar la
prioridad del análisis materialista del género. Un intento de salir del
atolladero teórico del feminismo marxista se encuentra en Coward,
Patriarchal Precedents Véase también el brillante esfuerzo americano en
esta dirección de la antropóloga Gayle Rubin, "The Traffic in Women:
Notes on the 'Polítical Economy' of Sex", en Rayna R, Reiter(ed.),
Towards an antropólogy of Women, Nueva York, 1975, pp. 167-168.
24
Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psichoanalissi and the
sociology of Gender , Berkeley, California, 1978, p.169.
25 Mi apreciación sugiere que los temas relacionados con el género puede
ser influidos durante el periodo del complejo de Edipo, pero que no son
su único centro o resultado. La gestación de estos temas está presente
en el contexto de procesos más amplios objetos-realcionales y del ego.
Esos procesos más amplios influyen por igual sobre la formación de la
estructura de la estructura psíquica, la vida psíquica y los modos,
relacionales; de hombres y mujeres. Explican los diferentes modos de
identificación y orientación hacia objetos heterosexuales, por las
consecuencias asimétricas del Edipo que describen los psicoanalistas.
Esas consecuencias, como las edípicas, más tradicionales, proceden de la
organización asimétrica de los padres, con el rol de la madre como
elemento primario y el del padre, típicamente de mayor lejanía, con su
inversión en materia de socialización, en especial en áreas relacionadas
con la tipificación del genio”, Chodorow, Reproduction of Mothering ,
166. Es importante hacer notar que existen diferencias de
interpretación y enfoque entre Chodorow y los teóricos británicos de las
relaciones-objeto, que siguen la obra de D.W.Winicott y Melanie Klein.
El enfoque de Chodorow, se caracteriza mejor como una teoría más
sociológica o socializada, pero es la óptica dominante a través de la
cual las feministas; americanas se han acercado a la teoría de La s relacione-objetos . Sobre la historia de la teoría británica de las relaciones-objetos en relación con la política social, véase Denise Riley, War in the Nursey, Londres 1984.
26
Juliet Mitchel Y Jacqueline Rose (eds.), Jacques Lacan and the École
Freudienne, Londres, 1983, Alexander, “Women, class and Sexual
Difference”.
27 Teresa de lauretis, alice Doesn ´t: Femeinism, Semiotics, Cinema, Bloomington, Ind., 1984, p. 159.
28 Alexander, “Women, Class and Sexual Difference”, p. 135.
29
Denise riley, “Summay of Preamble to Interwar feminist History work”,
trabajo no publicado, presentdo al Pembroke Center Seminar, mayo de
1985, p.11.
30 Carol gilligan, in a difference Voice : psychological theory and Womens Development, cambridge, Mass., 1982
31
Son de utilidad las siguientes críticas al libro de Gilligan :
Lauerbach et al., “Conmentary on Gilligans in Different Voice”, En
Feminist Studies 11, primavera de 1985; y “Women and Morality” ,
fascículo especial de social reserarch, 50, otoño de 1983. Mis
comentarios acerca de la tendencia de historiadores a citar Gilligan
proceden de la lectura de manuscritos no publicados y de propuestas de
subvenciones, y no parece correcto citarlo aquí. he seguido la pista de
la referencias durante más de cinco años, son muchas y siguen creciendo.
32 Feminist Studies, 6 primavera de 1980, pp. 26-64.
33
Por "deconstrucción", quiero referirme a la discusión de Derrida que,
aunque seguramente no inventó el procedimiento de análisis que describe,
tiene la virtud de teorizar sobre él de forma que pueda constituir un
método útil. Para una presentación sucinta y accesible de Derrida, véase
Jonathan Culler,On Deconstruction: Theory and Criticism after
Structuralism, Ithaca, Nueva York, 1982, en especial pp. 157-179. Véase
también Jacques Dcrrida, Of Grammatology, Baltimore, 1976; Jacques
Derrida, Spurs, Chicago, 1979; y una transcripción del Pembroke Center
Seminar, 1983, en Subjects/Objects, otoño de 1984.
34 Clifford geertz, “Blurred Genres”, en american Scholar, 49, de octubre de 1980, pp. 165-179.
35
Michelle Zimbalist rosaldo, “The Uses and Abuses of Antropology:
reflections on Feminism and Cros-Culñtural Understanding”, en sins,5,
primavera de 1980, p. 400.
36
Michel Foulcaut, the History of sexuality, vol. i. An Introductión,
nueva York, 1980; michel Foulcaut, Power/Knowledge: Selected interviews
and Other Writings,1972-1977, Nueva York, 1980.
37 En relación con este argumento, véase Rubin, “Trafic in Women”, p.199
38 Rubin, “Traffic in Women”, p. 198
39
Biddy Martin, “Femenism, Criticism and Foulcaut” en New German Critique
,27, otoño de 1982, pp. 3-30; Kathyrn Kish sklar, Catherine Beecher : A
Stududy in American Domesticity, New Haven, Conn., 1973; Mary A. Hill,
Charlotte Perkins Gilman: The MaKing of a Radical Feminist, 18601-1896.
Filadelfia, 1980
40 Lou
Ratté, "Gender Ambivalence in the Indian Nationalist Movement", trabajo
no publicado, Pembroke Center Seminar, primavera de 1983; y Mrinalini
Sinha,
42 Maurice Godelier, "The Origins or Male Domination", en New Left Review, 127, mayo-junio de 1981,p 17.
43
Gayatry Chakravorty Spivak, "Three Women's Texts and a Critique or
Imperialism", en Critical Inquirv,. 12, otoño de 1985, pp. 243-246.
Véase también Kate Millett, Sexual Politics, Nueva York, 1969. Un examen
de cómo operan las referencias, femeninas en texto. importantes de la
fílosofía occidental es llevado a cabo por Luce Igaray en Speculum of
the Oter Woman, Ithaca, Nueva York,1985.
44 Natalie Zenom Davis, “ Women on Top”, en S and Culture in erly Modern France, Standford, California,1975,pp.124-151
45
Caroline Walker Bynum, "Jesus; as Mother: Studies in the Spiritual of
the High Middle Age", Berkeley, California, 1982; Caroline Walker Bynum,
"Fast, Feast, and Flesh: The Religious Significance of Food to Medieval
Women", en Representation, 11, verano de 1985, pp. 1-25; Caroline
Walker Bynum, "Introduction", en Religion and Gender: Essay on the
complexity of Symbols (de próxima publicación, Beacon Press, 1987).
46 Véase, por ejemplo, T J . CIarke, The Painting of Modern Life, Nueva York, 1985.
47
La diferencia entre teóricos estructuralistas y posestructuralistas
sobre esa; cuestión reside en el grado en que consideran abiertas o
cerradas las categorías de diferencias. En la medida en que los
posestructuralistas no fijan un significado universal para las
categorías o las relaciones entre ellas, su enfoque parece conducir a la
clase de análisis histórico del que soy partidaria. 48 Rachel Weil,
“The Crown Has Fallen to thc Distaff: Gender and Politics in the Age of
Catherine de Medici", en Critical Matrix, Princeton Working Papers in
Women's Studies; 1, 1985. Véase también Louis Montrose, “Shaping
Fantacies: Figurations of Gender and Power in Elizabethan Culture”, en
Representatión, 2, primavera de 1983, pp. 61-94 y Lynn Hunt, “Hercules
and the Radical Image in the French Revolution”, en Representation, 2,
primavera de 1983, pp. 95-117.
49
Edmund Burke, Reflection on the French Revolution, 1982; edición
reimpresa en Nueva York, 1909. pp. 208-209, 214. Véase Jean Bodin, Six
Books of the Commonwealth (1606; ed., reimpresa, Nueva York , 1967);
Robert Filmer, Patriarcha Other Political Works, Peter Laslett (ed.).
Oxford. 1949; y John Locke, Two Treatises of Government (1690; ed,
reimprcsa, Cambridge, 1970). Véase tambien Elizabeth Fox-Genovese,
“Property and Patriarchy in Classical Bourgeois Political Theory", en
Radical History Review, 4, primavera verano de 1977. pp. 36-59; y Mary
Lyndon Shanley, “Marriage Contract and social Contract in Seventeenth
Century English polítical Thought”, en Western Polítical Quarterly,32
marzo de 1979, pp. 79-91
50
Agradezco a Bernard Lewis la referencia al Islam. Michel Foucault,
Histoire de la Sexualité, vol. 2. L'usage des plaisirs, París, 1984. En
situaciones de este tipo, uno se pregunta cuáles son los términos de la
identidad del género del sujeto y si la teoría freudiana es suficiente
para describir el proceso de su construcción. Acerca de las mujeres en
la Grecia clásica, véase Marilyn Arthur, "Liberated Woman: The Classical
Era", en Renate Bridenthal y Claudia Koontz (eds.), Becoming Visible,
Boston, 1976, pp. 75-78.
51
Citado en Roderick Philljps, "Women and Famjly Breakdown in Eighteenth
Century France: Rouen 1780- ] 800", en Social History, 2, mayo de 1976.
p. 217.
52 Sobrc la
Revolución francesa, véase Darlene Gay Levy, Harriet Applewhite y Mary
Johnson ( eds.) , Women in Revolutionary} Paris, 1789-1795, Urbana, III ,
1979, pp. 209-220 sobre la legislación soviética, véanse los documentos
en Rudolph Schlesinger, The Family in the USSR: Documents and Reading,
Londres, 1949, pp. 62-71, 251-254; sobre política nazi, véase Tim Mason,
"Women in Nazi Germany", en History Workshop, 1, primavera de 1976, pp.
74-113 y Tim Mason, "Women in Nazi Germany, 1925-1940, Family, Welfare
and Work", en History Workshop, 2, otoño de 1976, pp. 5-32.
53
Elizabeth Wilson, Women and the Welfare State, Londrcs, 1977, Janes
Jenson, “Gender and Reproduction”, Jane Lewis, The Politics of
Motherbood: Child and Maternal welfare in England, 1900-1939, Montreal,
1980 Mary Lynn MacDougall, “Protecting Infants: The French Campaing for
Maternity Leaves, 1890s-1913, en French Historical Studies, 13, 1983,
pp. 79-105.
54 Sobre
los utopistas ingIeses, véase Barbara Taylor, Eve and the New Jerusalen,
Nueva York, 1983; sobre Francia, Joan W. Scott, "Men and Women in the
Parisien Garment Trades: Discussions on Family and Work in the 1830s ;
and 40s", en Pat Thane al (eds ), The Power of the Past: Essays for Eric
Howsbawm, Cambridge, 1984, pp. 67 -94.
55
Louis Devance, "Femme, famille, travail et morale sexuelle. dans
l'idéologie de 1848" , en Mythes el representation. de la femme au XIXe
siecle, París, 1976~ Jacques Ranciere y Pierre Vauday, "En allant al
expo: 1'ouvrier, sa Femme et les; Machines", en Les révolfe logiques, 1.
invierno de 1975, pp. 5-22.
56
Gayatri Chakravorty Spivak, "'Draupadi' by Mahasveta Devi", en Critical
Enquiry, 8, invierno de 1981, pp. 381-402; Homi Bhabha, “of Mimiery and
Man: The Ambivalence of Colonial Discourse", en Octover, 28, primavera
de 1984, pp. 125-133, Karin Hausen, “The Nation's Obligations to
theHeroes' Widows of World War I", en Margaret R. Higonnet et al.
(eds;.), Women War andHistory, New Haven. conn., 1986. Véase también Ken
Inglis, “the Representatión of Gender of Australian War Memorial”,
trabajo no publicdo, presentado en la Bellagio Conference On Gender,
Technology and Educatión, Octubre de 1985.
57
Sobre la Revolución francesa. véase Levy. Women in Revolution Paris,
sobre la Revolución americana, véase Mary Beth Norton. Liberty'.r
Daughters: The Revolutionary Experience of American Women, Boston. 1980
Linda Kerbcr, Wommen of the Republic, Chapel Hill. N.C., 1980; Joan
Hoff.. Wilson, ,”The Illusion ot Change: Women and the American
Revolution", en Alfred Young (ed.), The American Revolution: Exploration
in the History of American Radicalism, De Kalb. III., 1976, pp.
383-446. Sobre la tercera República francesa. véase Steven Hause,
Women's Suffrage and Social Politic in the French Third Republic,
Princeton, N.J., 1984. Un tratamiento extremadamente interesante de un
caso reciente se encuentra en Maxine Molyneux, “Mobilization without
Emancipatión? Women's Interests, the State and Revolution in Nicaragua",
en Feminist, Studies, 11, verano de 1985,pp.227-254.
58
Sobre el pronatalismo, véase Riley, War in the Nursery, y Jenson, ,
“Gender and Reproduction". Sobre el de la década de los veinte. véanse
los ensayos incluidos en Stratégies des Femmes, París, 1984.
59
Para interpretaciones diversas del impacto del nuevo trabajo sobre las;
mujeres, véase Louise A. Tilly y Joan W. Scott. Wommen, Work and
Family, Nueva York, 1978; Thomas Dublin Women at Work: The
Transformation of Work and Conmunitity in lowel, Masachusetts,
1826-1860, Nueva York, 1979; y Edward Shorter, The Making of the Modern
Family, Nueva York. 1975.
57
Sobre la Revolución francesa. véase Levy. Women in Revolution Paris,
sobre la Revolución americana, véase Mary Beth Norton. Liberty'.r
Daughters: The Revolutionary Experience of American Women, Boston. 1980
Linda Kerbcr, Wommen of the Republic, Chapel Hill. N.C., 1980; Joan
Hoff.. Wilson, ,”The Illusion ot Change: Women and the American
Revolution", en Alfred Young (ed.), The American Revolution: Exploration
in the History of American Radicalism, De Kalb. III., 1976, pp.
383-446. Sobre la tercera República francesa. véase Steven Hause,
Women's Suffrage and Social Politic in the French Third Republic,
Princeton, N.J., 1984. Un tratamiento extremadamente interesante de un
caso reciente se encuentra en Maxine Molyneux, “Mobilization without
Emancipatión? Women's Interests, the State and Revolution in Nicaragua",
en Feminist, Studies, 11, verano de 1985,pp.227-254.
58
Sobre el pronatalismo, véase Riley, War in the Nursery, y Jenson, ,
“Gender and Reproduction". Sobre el de la década de los veinte. véanse
los ensayos incluidos en Stratégies des Femmes, París, 1984.
59
Para interpretaciones diversas del impacto del nuevo trabajo sobre las;
mujeres, véase Louise A. Tilly y Joan W. Scott. Wommen, Work and
Family, Nueva York, 1978; Thomas Dublin Women at Work: The
Transformation of Work and Conmunitity in lowel, Masachusetts,
1826-1860, Nueva York, 1979; y Edward Shorter, The Making of the Modern
Family, Nueva York. 1975.
60 Véase, por ejemplo, Margaret Rossiter, Women Scientist in America: Struggle and Strategies to 1914, Baltimorec, Md., 1982.
61 Luce Irigaray, “Is the Subject of Science Sexed?", en Cultural Critique, 1 , otoño de 1985, pp.73-88.
Por Joan W. Scott
Genero:
s. términos estrictamente gramatical hablar de personas o criaturas del
genero masculino y femenino, en el sentido del sexo masculino o
femenino, es una jocosidad (permisible o no según el contexto) una
equivocación.
(Fowler, Dictionary of Modern English Usage, Oxford, 1940)
QUIENES
quisieran codificar los significados de las palabras librarían
unabatalla perdida, porque las palabras, como las ideas y las cosas que
están destinadas a significar, tienen historia, Ni los profesores de
Oxford ni la Academia Francesa han sido capaces de contener por completo
la manera, de capturar y fijar los significados libres del juego de la
invención y la imaginación humanas, Mary WortIey Montagu añadía
mordacidad a su ingeniosa denuncia "del bello sexo" ("mi único consuelo
al pertenecer a este género ha sido la seguridad de no casarme nunca con
ninguno de sus miembros") mediante el uso impropio deliberado de la
referencia gramatical1. A través de los tiempos, las gentes
han hecho alusiones figurativas, mediante el empleo de términos
gramaticales, para evocar rasgos del carácter o de la sexualidad. Por
ejemplo, el empleo que ofrecía el Dictionnaire de la langue francaise,
de 1876, era: "On nesait de quel genre il est,s 'il est male ou
femelle, se dit d'un homme tres-caché, dont on ne connait pas les
sentiments"2.
Y Gladstone hacía esta distinción en 1878: "Atenea nada tiene de sexo, excepto el género, y nada de mujer excepto la forma"3. Más recientemente - demasiado recientemente para encontrar su sitio en los diccionarios o en la Encyclopedia of the Social Sciences- las
feministas, de una forma más literal yseria, han comenzado a emplear el
"género" como forma de referirse a la organización social de las
relaciones entre sexos. La conexión con la gramática es explícita y está
llena de posibilidades inexploradas. Explícita, porque el uso
gramatical comprende las reglas formales que se siguen de la designación
masculina o femenina; llena de posibilidades inexploradas, porque en
muchos lenguajes indoeuropeos existe una tercera categoría: asexuada o
neutra.
En su acepción
más reciente, "género" parece haber aparecido primeramente entre las
feministas americanas que deseaban insistir en la cualidad fundamental
social de las distinciones basadas en el sexo. La palabra denotaba
rechazo al determinismo biológico implícito en el empleo de términos
tales como "sexo" o "diferencia sexual". "Género" resalta también los
aspectos relacionales de las definiciones normativas de la feminidad.
Quienes se preocuparon de que los estudio académicos en torno alas
mujeres se centrasen de forma separada y demasiado limitada en las
mujeres, utilizaron el término "género" para introducir una noción
relacional en nuestro vocabulario analítico. De acuerdo con esta
perspectiva, hombres y mujeres fueron definidos en términos el uno del
otro, y no se podría conseguir la comprensión de uno u otro mediante
estudios completamente separados. Así, Natalie Davis sugería en 1975:
Me
parece que deberíamos interesarnos tanto en la historia de las mujeres
como de los hombres, que no deberíamos trabajar solamente sobre el sexo
oprimido, del mismo modo que un historiador de las clases sociales no
puede centrarse por entero en los campesinos. Nuestro propósito es
comprender el significado de los sexos, de los grupos de género, en el
pasado histórico. Nuestro propósito es descubrir el alcance de los roles
sexuales y del simbolismo sexual en las diferentes sociedades y
periodos, para encontrar qué significado tuvieron y cómo funcionaron
para mantener el orden social o para promover su cambio.4
Además,
y quizá sea lo más importante, "género" fue un término propuesto por
quienes afirmaban que el saber de las mujeres transformaría
fundamentalmente los paradigmas de la disciplina. Las estudiosas
feministas pronto indicaron que el estudio de las mujeres no sólo
alumbraría temas nuevos, sino que forzaría también a una reconsideración
crítica de las premisas y normas de la obra académica existente". Nos
damos cuenta -escribieron tres historiadoras feministas- de que la
inclusión de las mujeres en la historia implica necesariamente la
redefinición y ampliación de nociones tradicionales del significado
histórico, de modo que abarque la experiencia persona! y subjetiva lo
mismo que las actividades públicas y políticas. No es demasiado sugerir
que, por muy titubeantes que sean los comienzos reales, una metodología
como ésta implica no sólo una nueva historia de las mujeres, sino
también una nueva historia".5 La forma en que esta nueva
historia debería incluir y dar cuenta de la experiencia de las mujeres
depende de la amplitud con que pudiera desarrollarse el género como
categoría de análisis. Aquí las analogías con las clases (y las razas)
eran explícitas; claro está que los especialistas en los estudios en
torno a la mujer con mayores intereses políticos, invocaban regularmente
las tres categorías como cruciales para poder escribir una nueva
historia6. El interés por clase social, raza y género
apuntaba, en primer lugar, el compromiso del estudioso con una historia
que incluía las circunstancias de los oprimidos y un análisis del
significado y naturaleza de su opresión, y, en segundo lugar, la
comprensión académica de que las desigualdades del poder están
organizadas en al menos tres ejes.
La
letanía de clase, raza y género sugiere la paridad entre esos términos,
pero de hecho ése no es de ningún modo el caso. Mientras que, por lo
general, "clase" se apoya en la sofisticada teoría de Marx (desarrollada
además entretanto), de la determinación económica y del cambio
histórico, "raza" y "género" no comportan esas connotaciones. No existe
unanimidad entre quienes emplean los conceptos de clase. Algunos
estudiosos emplean los conceptos weberianos, otros usan la clase como
recurso heurístico temporal.
No
obstante, cuando invocamos las clases, trabajamos con o contra un
conjunto de definiciones que, en el caso del marxismo, implican una idea
de causalidad económica y una visión del camino a lo largo del que se
ha movido dialécticamente la historia. No hay la misma claridad o
coherencia en los casos de raza o género. En el caso de género, el uso
ha implicado un conjunto de posiciones teóricas como también de meras
referencias descriptivas a las relaciones entre sexos.
Las
historiadoras feministas, preparadas como la mayor parte de los
historiadores para sentirse más cómodas con la descripción que con la
teoría, han buscado pese a ello de forma creciente, formulaciones
teóricas de posible aplicación; así lo han hecho, al menos, por dos
razones. La primera, la proliferación de estudios concretos (case estudies)
en la historia de las mujeres parece hacer necesaria alguna perspectiva
de síntesis que pueda explicar las continuidades y discontinuidades, y
las desigualdades persistentes, así, como experiencia sociales
radicalmente diferentes. Segunda, la discrepancia entre la alta calidad
de la obra reciente en la historia de las mujeres y la persistencia de
su status marginal en el conjunto de este campo (tal como puede medirse
en los libros de texto, planes de estudios y trabajos monográficos),
indica los límites de los enfoques descriptivos que no se dirijan a
conceptos dominantes de la disciplina, o al menos que no se dirijan a
esos conceptos en términos que puedan debilitar su validez y quizá
transformarlos. No ha sido suficiente que los historiadores de las
mujeres probaran que éstas tenían una historia o que participaron en las
conmociones políticas más importantes de la civilización occidental. En
el caso de la historia de las mujeres, la respuesta de la mayor parte
de los historiadores no feministas ha sido el reconocimiento y luego la
marginación o el rechazo ("las mujeres han tenido una historia aparte de
la de los hombres; en consecuencia, dejemos que las feministas hagan la
historia de las mujeres que no tiene por qué interesarnos"; o "la
historia de las mujeres tiene que ver con el sexo y con la familia y
debería hacerse al margen de la
Historia
política y económica"). En cuanto a la participación de las mujeres, en
el mejor de los casos la respuesta ha sido de un interés mínimo ("mi
comprensión de la revolución francesa no cambia porque sepa que las
mujeres participaron en ella"). El desafío que plantean esas respuestas
es, en definitiva, de carácter teórico. Requiere el análisis no sólo de
la relación entre experiencia masculina y femenina en el pasado, sino
también de la conexión entre la historia pasada y la práctica histórica
actual. ¿Cómo actúa el género en las relaciones sociales humanas? ¿Cómo da significado el género a la organización y percepción del conocimiento histórico? Las respuestas dependen del género en tanto que categoría analítica.
En su mayor parte, los intentos de los historiadores de teorizar sobre el género han
permanecido dentro de los sistemas científicos sociales tradicionales,
empleando formulaciones tradicionales que proporcionan explicaciones
causales universales. Esas teorías han sido limitadas en el mejor de los
casos porque tienden a incluir generalizaciones reductivas o demasiado
simples que socavan el sentido no sólo de la comprensión que tiene la
disciplina de la historia de la complejidad de la causación social sino
también del compromiso feminista a un análisis que conduce al cambio.
Una exposición de dichas teorías pondrá de manifiesto sus límites y hará
posible proponer un enfoque alternativo.7Los enfoques que
utiliza la mayor parte de los historiadores pertenecen a dos categorías
distintas. La primera es esencialmente descriptiva, esto es, se refiere a
la existencia de fenómenos o realidades, sin interpretación,
explicación o atribución de causalidad. El segundo tratamiento es
causal; teoriza sobre la naturaleza de los fenómenos o realidades,
buscando comprender cómo y por qué adoptan la forma que tienen.
En su acepción reciente más simple, "género" es sinónimo de "mujeres".
En
los últimos años, cierto número de libros y artículos cuya materia es
la historia de las mujeres sustituyeron en sus títulos "mujeres" por
"género". En algunos casos, esta acepción, aunque se refiera vagamente a
ciertos conceptos analíticos se relaciona realmente con la acogida
política del tema. En esas ocasiones, el empleo de "género" trata de
subrayar la seriedad académica de una obra, porque "género" suena más
neutral y objetivo que "mujeres". "Género" parece ajustarse a la
terminología científica de las ciencias sociales y se desmarca así de la
(supuestamente estridente) política del feminismo. En esta acepción,
"género" no comporta una declaración necesaria de desigualdad o de
poder, ni nombra al bando (hasta entonces invisible) oprimido. Mientras
que el término "historia de las mujeres" proclama su política al afirmar
(contrariamente a la práctica habitual) que las mujeres son sujetos
históricos válidos, "género" incluye a las mujeres sin nombrarlas y así
parece no plantear amenazas críticas. Este uso de "género" es una faceta
de lo que podría llamarse la búsqueda de la legitimidad académica por
parte de las estudiosas feministas en la década de los ochenta.
Pero
esto es ,sólo una faceta. "Género", como sustitución de "mujeres" se
emplea también para sugerir que la información sobre las mujeres es
necesariamente información sobre los hombres, que un estudio implica al
otro. Este uso insiste en que el mundo de las mujeres es parte del mundo
de los hombres, creado en él y por él. Este uso rechaza la utilidad
interpretativa de la idea de las esferas separadas, manteniendo que el
estudio de las mujeres por separado perpetúa la ficción de que una
esfera, la experiencia de un sexo, tiene poco o nada que ver con la
otra. Además, género ,se emplea también para designar las relaciones
sociales entre sexos. Su uso explícito rechaza las explicaciones
biológicas, del estilo de las que encuentran un denominador común para
diversas formas de subordinación femenina en los hechos de que las
mujeres tienen capacidad para parir y que los hombres tienen mayor
fuerza muscular. En lugar de ello, género pasa a ser una forma de
denotar las "construcciones culturales", la creación totalmente social
de ideas sobre los roles apropiados para mujeres y hombres. Es una forma
de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades
subjetivas de hombres y mujeres. Género es, según esta definición, una
categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado8. Género
parece haberse convertido en una palabra particularmente útil a medida
que los estudios ,sobre el sexo y la sexualidad han proliferado, porque
ofrece un modo de diferenciar la práctica sexual de los roles sociales
asignados a mujeres y hombres. Si bien los estudiosos reconocen la
conexión entre sexo y (lo que los sociólogos de la familia llamaron)
"roles sexuales", no asumen una relación sencilla y directa. El uso de
género pone de relieve un sistema completo de relaciones que puede
incluir el sexo, pero no está directamente determinado por el sexo o es
directamente determinante de la sexualidad.
Esos
usos descriptivos del género han, sido empleados con frecuencia por los
historiadores para trazar las coordenadas de un nuevo campo de estudio.
Mientras los historiadores sociales se enfrentaban a nuevos objetos de
estudio, el género era
relevante para temas como las mujeres, los niños, las familias y las
ideologías de género. Este uso de género, en otras palabras, se refiere
solamente a aquellas áreas -tanto estructurales como ideológicas- que
comprenden relaciones entre los sexos. Puesto que, según las
apariencias, la guerra, la diplomacia y la alta política no han tenido
que ver explícitamente con estas relaciones, el género parece
no aplicarse a ellas y por tanto continúa siendo irrelevante para el
pensamiento de historiadores interesados en temas de política y poder.
Como consecuencia, se respalda cierto enfoque funcionalista enraizado en
último extremo en la biología, y se perpetúa la idea de las esferas
separadas (sexo o política, familia o nación, mujeres u hombres en la
escritura de la historia). Aunque en este uso el género defiende
que las relaciones entre sexos son sociales, nada dice acerca de por
qué esas relaciones están construidas como lo están, cómo funcionan o
cómo cambian. En su uso descriptivo, pues, género es un concepto
asociado con el estudio de las cosas relativas a las mujeres. El género es
un tema nuevo, un nuevo departamento de investigación histórica, pero
carece de capacidad analítica para enfrentar (y cambiar) los paradigmas
históricos existentes.
Algunos
historiadores, desde luego, se dieron cuenta de este problema y de ahí
los esfuerzos por emplear teorías que pudieran explicar el concepto de
género e interpretar el cambio histórico. En realidad el desafío estaba
en reconciliar la teoría, formulada en términos generales o universales,
y la historia, comprometida con el estudio de la especificidad
contextual y el cambio fundamental. El resultado ha sido extremadamente
ecléctico: apropiaciones parciales que viciaron la capacidad analítica
de una teoría particular o, lo que es peor, el empleo de sus preceptos
sin conciencia de sus implicaciones; o bien explicaciones de cambio que,
por estar encajados en teorías universales, ilustraban sólo temas
inmutables; o estudios maravillosamente imaginativos en los que, sin
embargo, la teoría se encuentra tan oculta que impide que esos estudios
sirvan como modelos para otras investigaciones. Dado que con frecuencia
no se han extraído todas las implicaciones de las teorías que los
historiadores han bosquejado, parece que vale la pena invertir algún
tiempo en hacerlo. Sólo a través de un ejercicio así podemos evaluar la
utilidad de esas teorías y, quizá, enunciar una aproximación teórica más
potente.
Las
historiadoras feministas han empleado diversos enfoques para el análisis
del género, pero pueden reducirse a una elección entre tres posiciones
teóricas.9 La primera, esfuerzo completamente feminista,
intenta explicar los orígenes del patriarcado. La segunda se centra en
la tradición marxista y busca en ella un compromiso con las críticas
feministas. La tercera, compartida fundamentalmente por
posestructuralistas franceses y teóricos angloamericanos de las
relaciones-objeto, se basa en esas distintas escuelas del psicoanálisis
para explicar la producción y reproducción de la identidad de género del
sujeto.
Los teóricos
del patriarcado han dirigido su atención a la subordinación de las
mujeres y han encontrado su explicación en la "necesidad" del varón de
dominar a la mujer. En la ingeniosa adaptación de Hegel que ha hecho
Mary O'Brien, definiría esta denominación del varón como el efecto del
deseo de los hombres de trascender su alienación de los medios de
reproducción de las especies. El principio de continuidad generacional
restaura primacía de la paternidad y oscurece la función verdadera y la
realidad social del trabajo de las mujeres en el parto. La fuente de la
liberación de las mujeres reside en "una comprensión adecuada del
proceso de reproducción", la apreciación de la contradicción entre la
naturaleza de la función reproductora de las mujeres y la mistificación
ideológica (que el varón hace) de la misma.10 Para Shulamith Firestone, la reproducción era también la "trampa amarga" para las mujeres.
Sin
embargo según su análisis, más materialista, la libe ración se
alcanzaría con las transformaciones en Ja tecnología de la reproducción,
que en un futuro no demasiado lejano podría eliminar la necesidad de
los cuerpos de las mujeres como agentes reproductores de la especie11.
Si
la reproducción era la clave del patriarcado para algunas, para otras
la respuesta estaba en la propia sexualidad. Las atrevidas formulaciones
de Catherine MacKinnon eran al propio tiempo suyas y características de
una determinada perspectiva: "La sexualidad es al feminismo lo que el
trabajo al marxismo: lo que nos es más propia, pero más quitada". "La
objetificación sexual es el proceso primario de la sujeción de las
mujeres, Asocia acto con palabra, construcción con expresión, percepción
con imposición, mito con realidad. El hombre jode a la mujer; sujeto,
verbo, objeto"12. Continuando con su analogía de Marx,
MacKinnon, en lugar del materialismo dialéctico, proponía la promoción
de la conciencia como método del análisis feminista. Al expresar la
experiencia compartida de la objetificación, razonaba, las mujeres
vendrían a comprender su identidad común y, por consiguiente, se
aprestarían a la acción política. Para MacKinnon, la sexualidad así
entendida se situaba fuera de la ideología, y podía revelarse como un
hecho experimentado no mediatizado. Si bien las relaciones sexuales se
definen como sociales en el análisis de MacKinnon, nada hay excepto la
desigualdad inherente de la misma relación sexual que pueda explicar por
qué el sistema de poder opera como lo hace. La causa de las relaciones
desiguales entre los sexos son, en definitiva, las relaciones desiguales
entre ]os sexos. Aunque se diga que la desigualdad de la cual la
sexualidad es la fuente está englobada en un "sistema completo de
relaciones sociales", sigue sin explicarse cómo funciona este sistema13.
Las
teóricas del patriarcado se han enfrentado con la desigualdad de
varones y mujeres desde vías interesantes, pero sus teorías presentan
problemas para los historiadores. En primer lugar, mientras ofrecen un
análisis desde el propio sistema de géneros, afirman también la primacía
de ese sistema en toda organización social. Pero las teorías del
patriarcado no demuestran cómo la desigualdad de géneros estructura el
resto de desigualdades o, en realidad, cómo afecta el género a
aquellas áreas de la vida que no parecen conectadas con él. En segundo
lugar, tanto si la dominación procede de la forma de apropiación por
parte del varón de la labor reproductora de la mujer o de la
objetificación sexual de las mujeres por los hombres, el análisis
descansa en la diferencia física. Cualquier diferencia física comporta
un aspecto universal e inmutable, incluso si las teóricas del
patriarcado tienen en cuenta la existencia de formas y sistemas
variables de desigualdad de género.'144 Una teoría que se
apoya en una única variable de diferencia física plantea problemas para
los historiadores: asume un significado consistente o inherente para el
cuerpo humano -al margen de la construcción social o cultural- y con
ello la ahistoricidad del propio género. En cierto sentido, la historia
se convierte en un epifenómeno, que proporciona variaciones continuas al
tema inmutable de la desigualdad permanente del género.
Las
feministas marxistas tienen una perspectiva más histórica, guiadas como
están por una teoría de la historia. Pero cualesquiera que hayan sido
las variaciones y adaptaciones, la exigencia auto impuesta de que
debería haber una explicación "material" para el género,
ha limitado, o al menos retardado, el desarrollo de nuevas líneas de
análisis. Bien se plantee una solución de las llamadas de sistema duales
(que afirma que los dominios del capitalismo y el patriarcado están
separados pero interactúan recíprocamente) o bien se desarrolle un
análisis más firmemente basado; en la discusión marxista ortodoxa de los
modos de producción, la explicación de los orígenes y cambios en los
sistemas del género se plantea al margen de la división sexual del
trabajo, Al final, familias, hogares y sexualidad son todos productos de
modos de producción cambiantes. Así es como concluía Engels sus
exploraciones sobre los Origins of the Family15 y ahí es
donde se basa en último extremo el análisis de la economista Heidi
Hartmann. Insiste ésta en la importancia de considerar el patriarcado y
el capitalismo como sistemas separados pero que interactúan. Sin
embargo, como su razonamiento revela, la causalidad económica tiene
prioridad y el patriarcado se desarrolla y cambia siempre en función de
las relaciones de producción. Cuando sugiere que "es necesario erradicar
la propia división del trabajo para acabar con la dominación del
varón", quiere decir la terminación de la segregación del trabajo por
sexos16.
Las
primeras discusiones entre feministas marxistas giraron en torno al
mismo conjunto de problemas: el rechazo del esencialismo de quienes
argumentaran que las "exigencias de la reproducción biológica"
determinan la división sexual del trabajo bajo el capitalismo; la
futilidad de Incluir los "modos de reproducción" en las discusiones de
los modos de producción (sigue siendo una categoría por oposición y no
asume un status análogo al de los modos de producción); el
reconocimiento de que los sistemas económicos no determinan directamente
las relaciones de género, y de que realmente la subordinación de las
mujeres precede al capitalismo y subsiste en el socialismo; y a pesar de
todo lo anterior, la búsqueda de una explicación materialista que
excluya las diferencias físicas naturales17. Un Importante
Intento por romper este círculo de problemas procede de Joan Kelly,
quien en su ensayo "The Doubled Vision of Feminist Theory", afirma que
los sistemas económicos y de género interactúan para dar lugar a
experiencias sociales e históricas; que ninguno de ambos sistemas fue
causal, pero que "operaron simultáneamente para reproducir las
estructuras socioeconómicas dominadas por el varón, de (un) orden social
concreto". La sugerencia de KeIly de que los sistemas de género
tuvieron una existencia independiente proporcionó una apertura
conceptual crucial, pero su compromiso de permanecer dentro de un
entramado marxista la llevó a acentuar el rol causal de los factores
económicos incluso en la determinación del sistema de género: "La
relación entre los sexos actúa de acuerdo con y a través de las
estructuras socioeconómicas, como también la relación sexo/género."18 Kelly
introdujo la idea de una "realidad social de base sexual", pero tendió a
recalcar más bien la naturaleza social que la sexual de esa realidad, y
con frecuencia, "lo social", según el uso que ella hace, estaba
concebido en términos de relaciones económicas de producción
La exploración de mayor alcance de la sexualidad entre las feministas marxistas americanas se encuentra en Power of Desire, volumen de ensayos publicado en 198319.
Influidas por la atención creciente a la sexualidad entre los
activistas políticos y estudiosos, por la insistencia del filósofo
francés Michel Foucault en que la sexualidad se produce en contextos
históricos, y por la convicción de que la "revolución sexual" en curso
requería análisis serios, las autoras hicieron de la "política sexual"
el centro de su indagación. Al hacerlo así, plantearon la cuestión de la
causalidad y presentaron soluciones diversas al problema; en realidad,
lo más apasionante de esa obra es la falta de unanimidad analítica, su
sentido de tensión analítica. Si bien los autores individuales tienden a
resaltar la causalidad de los contextos sociales (término este por el
que suelen entender "económicos"), sin embargo incluyen sugerencias
acerca de la importancia de estudiar la "estructuración psíquica de la
identidad de género". Si en ocasiones se habla de "ideología de género"
para "reflejar" estructuras económicas y sociales, hay también un
reconocimiento crucial de la necesidad de comprender el complejo
"vínculo entre la sociedad y la estructura psíquica permanente"20.
Por una parte, las editoras respaldan; propuesta de Jessica Benjamin de
que la política debe prestar atención a "los componentes eróticos y
fantásticos de la vida humana", pero por otra, ningún ensayo, aparte del
de Benjamin, trata de lleno o con seriedad las consecuencias teóricas
que plantea.21 En lugar de ello, a lo largo del volumen está
vigente el supuesto tácito de que el marxismo puede extenderse para
acoger debates de ideología, cultura y psicología, y que esta expansión
tendrá lugar a través del tipo de estudio concreto de los hechos
emprendidos en la mayor parte de los artículos. La ventaja de un
planteamiento como éste reside en que evita diferencias marcadas de
posición, y la desventaja en que deja intacta una teoría ya
completamente articulada que reconvierte unas relaciones basadas en los
sexos en relaciones de producción.
La
comparación de los esfuerzos marxistas-feministas americanos,
exploratorios y de contenido relativamente variado, con los de su
contrapartida inglesa, más estrechamente ligados a la política de una
tradición marxista fuerte y viable, revela que los ingleses han tenido
mayores dificultades para desafiar las restricciones de explicaciones
estrictamente deterministas. Esta dificultad puede apreciarse en su
máxima expresión en los recientes debates, aparecidos en New Left Review,
entre Michel Barret y sus críticos, que le reprochaban haber abandonado
el análisis materialista de la división sexual del trabajo bajo el
capitalismo22. Puede verse también en la sustitución de la
wilson", en New Left Review, 150, marzo-abril de 1985, pp147-153; Jane
Lewis, "The Debate on Sex and Class” en New Left Review, 149,
enero-febrero de 1985, pp. 108-120. Véase también Hugh Armstrong y Pat
Armstrong, tentativa feminista inicial de reconciliar psicoanálisis y
marxismo, por la elección de una u otra de esas posiciones teóricas, y
ello en estudiosos que al principio insistieron en la posibilidad de la
fusión23. La dificultad de las feministas inglesas y
americanas para trabajar dentro del marxismo es evidente en las obras
que he mencionado. El problema con que se enfrentan es el opuesto al que
plantea la teoría patriarcal. Dentro del marxismo, el concepto de
género ha sido tratado durante mucho tiempo como el producto accesorio
en el cambio de las estructuras económicas; el género carece de status analítico independiente propio.
La
revisión de la teoría psicoanalítica requiere la especificación de las
escuelas, puesto que los diversos enfoques tienden a clasificarse por el
origen nacional de sus fundadores y de la mayoría de practicantes. Hay
una escuela anglo-americana, que trabaja dentro de los términos de las
teorías relaciones-objeto. En los Estados Unidos, Nancy Chodorow es el
nombre que más fácilmente se asocia con este enfoque. Además, la obra de
Carol Gilligan ha tenido un fuerte impacto entre los estudiosos
americanos, incluidos los historiadores. La obra de Gilligan arranca de
la de Chodorow, aunque está menos interesada en la construcción del
sujeto que en el desarrollo moral y el comportamiento. En contraste con
la escuela anglo-americana, la escuela francesa se basa en la Iectura
estructuralista y posestructuralista de Freud en términos de teorías del
lenguaje (para las feministas, la figura clave es Jacques Lacan).
Ambas
escuelas están interesadas en los procesos por los que se crea la
identidad del sujeto; ambas se centran en las primeras etapas de
desarrollo del niño en busca de las claves para la formación de la
identidad del género. Los teóricos de las relaciones-objeto hacen
hincapié en la experiencia real (el niño ve, oye, se relaciona con
quienes cuidan de él, en particular, por supuesto, con sus padres),
mientras que los posestructuralistas recalcan la función central del
lenguaje en la comunicación, interpretación y representación del género.
(Por "lenguaje", los posestructuralistas no quieren decir palabras sino
sistemas de significados -órdenes simbóIicos- que preceden al dominio
real del habla, la lectura y la escritura)
Otra
diferencia entre las dos escuelas de pensamiento se concentra en el
inconsciente, que para Chodorow es en último extremo sujeto de la
comprensión consciente y no lo es para Lacan. Para los lacanianos, el
inconsciente es un factor crítico en la construcción del sujeto; además,
es la ubicación de la división sexual y, por esa razón, de la
inestabilidad constante del sujeto con género. En los últimos años, las
historiadoras feministas han recurrido a estas teorías porque sirven
para sancionar hallazgos específicos con observaciones generales o
porque parecen ofrecer una importante formulación teórica sobre el género.
Cada vez más, los historiadores que trabajan con el concepto de
"cultura de mujeres" citan las obras de Chodorow o de Gilligan como
prueba y explicación de sus interpretaciones; quienes desarrollan la
teoría feminista miran a Lacan. En definitiva, ninguna de esas teorías
me parece completamente operativa para los historiadores; una
consideración más rigurosa de cada una de ellas puede ayudar a explicar
por qué.
Mis reservas
acerca de la teoría de las relaciones-objeto proceden de su literalidad,
de su confianza en que estructuras relativamente pequeñas de
interacción produzcan la identidad del género y generen el cambio. La
división familiar del trabajo y la asignación real de funciones a cada
uno de los padres, juegan un papel crucial en la teoría de Chodorow. La
consecuencia de los sistemas occidentales dominantes es una neta
división entre varón y mujer: "El sentido femenino básico del yo está
vinculado al mundo; el sentido masculino básico del yo está separado"24.
De acuerdo con Chodorow, si el padre estuviera más implicado en la
crianza y tuviera mayor presencia en las situaciones domésticas, las
consecuencias del drama edípico podrían ser diferentes.25
Esta
interpretación limita el concepto de género a la familia y a la
experiencia doméstica, por lo que no deja vía para que el historiador
relacione el concepto (o el individuo) con "otros sistemas sociales de
economía, política o poder. Por supuesto, queda implícito que el
ordenamiento social que requiere que los padres trabajen y las madres se
ocupen de la mayor parte de las tareas de la crianza de los hijos
estructura la organización familiar. No está claro de dónde proceden
esos ordenamientos y por qué se articulan en términos de división sexual
del trabajo. Tampoco en oposición a la asimetría se plantea la cuestión
de la desigualdad. ¿Cómo podemos explicar, dentro de esta teoría, las
persistentes asociaciones de la masculinidad con el poder, el valor
superior asignado a los hombres sobre las mujeres, la forma en que los
niños parecen aprender esas asociaciones y evaluaciones, incluso cuando
viven fuera de familias nucleares o en familias en que las
responsabilidades de los padres se dividen con equidad entre marido y
esposa? No creo que podamos hacerlo sin prestar atención a los sistemas
simbólicos, esto es, a las formas en que las sociedades representan el género,
hacen uso de éste para enunciar las normas, de las relaciones sociales o
para construir el significado de la experiencia. Sin significado, no
hay experiencia; sin procesos de significación no hay significado (lo
que no quiere decir que el lenguaje lo sea todo, sino que una teoría que
no lo tiene en cuenta ignora los poderosos roles que los símbolos,
metáforas y conceptos juegan en la definición de la personalidad y de la
historia humana).
El
lenguaje es el centro de la teoría lacaniana; es la clave para instalar
al niño en el orden simbólico. A través del lenguaje se construye la
identidad de género. Según Lacan, el falo es el significante central de
la diferencia sexual.
Pero
el significado del falo debe leerse metafóricamente. Para el niño, el
drama edípico se manifiesta en términos de interacción cultural, puesto
que la amenaza de castración incluye el poder y las normas Legales (del
padre). La relación del niño con la ley depende de la diferencia sexual,
de su identificación imaginativa (o fantástica) con la masculinidad o
la feminidad. En otras palabras, la imposición de las normas de
interacción social son inherentes y específicas del género, porque la
mujer tiene necesariamente una relación diferente con el falo que el
hombre. Pero la identificación de genero, si bien siempre aparece como
coherente y fija, es de hecho altamente inestable. Como las propias
palabras, las identidades subjetivas son procesos de diferenciación y
distinción, que requieren la eliminación de ambigüedades y de elementos
opuestos con el fin de asegurar (y crear la ilusión de) coherencia y
comprensión común. La idea de masculinidad descansa en la necesaria
represión de los aspectos femeninos -del potencial del sujeto para la
bisexualidad- e introduce el conflicto en la oposición de lo masculino y
femenino. Los deseos reprimidos están presentes en el inconsciente y
son una amenaza constante para la estabilidad de la identificación de
género, al negar su unidad y subvertir su necesidad de seguridad.
Además, las ideas conscientes de masculino y femenino no son fijas, ya
que varían, según el uso del contexto. Existe siempre conflicto, pues,
entre la necesidad del sujeto de una apariencia de totalidad y la
imprecisión de la terminología, su significado relativo y su dependencia
de la represión26. Esta clase de interpretación hace
problemáticas las categorías de "hombre" y "mujer", al sugerir que
masculino y femenino no son características inherentes, sino
construcciones subjetivas (o ficticias). Esta interpretación implica,
también que el sujeto está en un proceso constante de construcción y
ofrece una forma sistemática de interpretar el deseo consciente e
inconsciente, al señalar el lenguaje como el lugar adecuado para el
análisis. En este sentido, la encuentro instructiva.
Estoy
preocupada, no obstante, por la fijación exclusiva sobre cuestiones del
"sujeto" y por la tendencia a reificar el antagonismo que se origina
subjetivamente entre varones y mujeres como hecho central del género.
Además aunque hay apertura en la noción de cómo se construye "el
sujeto", la teoría tiende a universalizar las categorías y la relación
entre varón y mujer. Para los historiadores, el resultado es una lectura
reductiva del testimonio del pasado. Aun cuando esta teoría toma en
consideración las relaciones sociales al vincular la castración con la
prohibición y la ley, no permite introducir una noción de especificidad y
variabilidad histórica. El falo es el único significante: el proceso de
construcción del sujeto genérico es predecible, en definitiva, porque
siempre es el mismo. Si como sugiere la teórica del cine Teresa de
Lauretis, necesitamos pensar en términos de constitución de la
subjetividad en contextos sociales e históricos, no hay forma de
especificar esos contextos dentro de los términos propuestos por Lacan.
Realmente, también en la tentativa de Lauretis, la realidad social (esto
es, "las [relaciones] materiales, económicas e interpersonales que son
de hecho sociales y, en una perspectiva más amplia, históricas") parece
hallarse fuera, aparte del sujeto27. Falta un modo de concebir la "realidad social" en términos de género.
El problema del antagonismo sexual tiene dos aspectos en esta teoría.
Primero,
proyecta una cierta cualidad independiente del tiempo, incluso cuando
se haya historizado tan bien como lo ha hecho Sally Alexander, La
lectura de Lacan llevó a Alexander a concluir que "el antagonismo entre
los sexos es un aspecto ineludible de la adquisición de la identidad
sexual… Si el antagonismo está siempre latente, es posible que la
historia no ofrezca una solución definitiva, sino sólo la remodelación
constante, la reorganización de la simbolización de la diferencia y de
la división sexual del trabajo"28.Quizá mi utopismo incurable
me haga vacilar ante esta formulación o quizá yo no haya abandonado la
"episteme" de lo que Foucault llamó la Edad Clásica. Cualquiera que sea
la explicación, la fomulación de Alexander contribuye a fijar la
oposición binaria de varón y mujer como la única relación posible y como
aspecto permanente de la condición humana. Consagra más bien que
cuestiona aquello a lo que Denise Riley se refiere como "el desagradable
aire de constancia de la polaridad sexual". Escribe: "La naturaleza
construida históricamente de la oposición [entre varón y mujer] produce
entre sus efectos precisamente ese aire de oposición invariable y
monótona hombres/mujeres"29.
Precisamente
esa oposición, con todo su tedio y monotonía, es lo que (para volver al
lado angloamericano) ha fomentado la obra de Carol Gilligan.
Expuso
GilIigan los caminos divergentes de desarrollo, moral que seguían
chicos y chicas, en términos de diferencias de “experiencia (realidad
vivida). No es sorprendente que los historiadores de las mujeres hayan
recogido las ideas de Gilligan y las hayan utilizado para explicar las
"diferentes voces" que su trabajo les, ha llevado a escuchar. Los
problemas derivados de esa apropiación son numerosos y están
relacionados lógicamente30. El primero es un deslizamiento
que se produce a menudo en la atribución de la causalidad: el
razonamiento se mueve desde una afirmación como "la experiencia de las
mujeres les lleva a hacer elecciones morales contingentes a contextos y
relaciones", a esta otra "las mujeres piensan y escogen de este modo
porque son mujeres". En esta línea de razonamiento está implicada la
noción ahistórica, si no esencialista, de mujer. Gilligan y otros han
extrapolado su descripción, basada en una pequeña muestra de escolares
americanas de finales del siglo XX, a una declaración sobre todas las
mujeres. Esta extrapolación es evidente en especial, pero no
exclusivamente, en las discusiones de algunos historiadores sobre la
"cultura de las mujeres", cuando recogen testimonios desde las primeras
santas hasta las modernas activistas de la militancia obrera y los
utilizan para probar la hipótesis de Gilligan sobre una preferencia
universal de las mujeres por lo relacionado31. Este uso de
las ideas de Gilligan contrasta vivamente con las concepciones más
complejas e historizadas de la "cultura de las mujeres" presentadas en
el Symposium de Feminist Studies, de 198032.
Realmente,
la comparación de ese conjunto de artículos con las formulaciones de
Gilligan revela hasta qué punto es ahistórica su definición mujer/hombre
como oposición binaria universal que se autorreproduce, fijada siempre
del mismo modo, Al insistir en las diferencias fijas (en el caso de
Gilligan, al simplificar los datos con resultados distintos sobre el
razonamiento sexual y moral, con el fin de subrayar la diferencia
sexual), las feministas contribuyen al tipo de pensamiento al que desean
oponerse. Aunque insistan en la reevaluación de la categoría "mujer"
(Gilligan sugiere que las elecciones morales de las mujeres pueden ser
más humanas que las de los hombres), no examinan la propia oposición
binaria.
Necesitamos
rechazar la calidad fija y permanente de la oposición binaria, lograr
una historicidad y una deconstrucción genuinas de los términos de la
diferencia sexual. Debemos ser más autoconscientes acerca de la
distinción entre nuestro vocabulario analítico y el material que
deseamos analizar. Debemos buscar vías (aunque sean imperfectas) para
someter continuamente nuestras categorías a crítica y nuestros análisis,
a la autocrítica. Si empleamos la definición de deconstrucción de
Jacques Derrida, esta crítica significa el análisis contextualizado de
la forma en que opera cualquier oposición binaria, invirtiendo y
desplazando su construcción jerárquica, el lugar de aceptarla como real o
palmaria, o propia de la naturaleza de las cosas33. En
cierto sentido, por supuesto, las feministas han estado haciendo esto
durante años. la historia del pensamiento feminista es la historia del
rechazo de la construcción jerárquica de la relación entre varón y mujer
en sus contextos específicos y del intento de invertir o desplazar su
vigencia. Las historiadoras feministas están ahora en condiciones de
teorizar sobre su práctica y desarrollar el género como categoría analítica.
El interés en el género como
categoría analítica ha surgido sólo a finales del siglo XX. Está
ausente del importante conjunto de teorías sociales formuladas desde el
siglo XVIII hasta comienzos del actual. A decir verdad, algunas de esas
teorías constituyeron su lógica sobre analogías a la oposición de hombre
y mujer, otras reconocieron una "cuestión de la mujer", y otras, por
último, se plantearon la formación de la identidad sexual subjetiva,
pero en ningún caso hizo su aparición el género como
forma de hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales. Esta
omisión puede explicar en parte la dificultad que han tenido las
feministas contemporáneas para incorporar el término género en los
cuerpos teóricos existentes y para convencer a los partidarios de una u
otra escuela teórica de que el género pertenece
a su vocabulario. El término género forma parte de una tentativa de las
feministas contemporáneas para reivindicar un territorio definidor
específico, de insistir en la insuficiencia de los cuerpos teóricos
existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y
hombres. Me parece significativo que el uso de la palabra género haya
surgido en un momento de gran confusión epistemológica, que en algunos
casos adopta la forma de una desujación desde los paradigmas científicos
a los literarios entre quienes se dedican a las ciencias sociales
(desde el énfasis sobre las causas a otro centrado en el significado,
con la discusión de los métodos de investigación, frase del antropólogo
Clifford Geertz)34, y en otros casos, la forma de los debates
acerca de la teoría, entre quienes afirma la transparencia de los
hechos y quienes insisten en que toda la realidad se interpreta o se
construye, entre quienes defienden y quienes cuestionan la idea de que
el "hombre" es el dueño racional de su propio destino. En el espacio que
este debate ha abierto y junto a la crítica de la ciencia desarrollada
por las humanidades, y la del empirismo y el humanismo por los
posestructuralistas, las feministas no sólo han comentado a encontrar
una voz teórica propia sino que también han encontrado aliados
académicos y políticos. Dentro de este espacio debemos formular el género como categoría analítica.
¿Qué
deberían hacer los historiadores que después de todo han visto
despreciada su disciplina por algunos teóricos recientes como reliquia
del pensamiento humano? No creo que debamos renunciar a los archivos o
abandonar el estudio del pasado, pero tenemos que cambiar algunas de las
formas con que nos hemos acercado al trabajo, ciertas preguntas que nos
hemos planteado. Necesitamos examinar atentamente nuestros métodos de
análisis, clarificar nuestras hipótesis de trabajo y explicar cómo
creemos que tienen lugar los cambios. En lugar de buscar orígenes
sencillos, debemos concebir procesos tan interrelacionados que no puedan
deshacerse sus nudos.
Por
supuesto, identificamos los problemas que hay que estudiar y ellos
constituyen los principios o puntos de acceso a procesos complejos. Pero
son los procesos lo que debemos tener en cuenta continuamente. Debemos
preguntarnos con mayor frecuencia cómo sucedieron las cosas para
descubrir por qué sucedieron; según la formulación de la antropóloga
Michelle Rosaldo, debemos perseguir no la causalidad universal y
general, sino la explicación significativa: "Me parece entonces que el
lugar de la mujer en la vida social humana no es producto, en sentido
directo, de las cosas que hace, sino del significado que adquieren sus
actividades a través de la interacción social concreta"35.
Para alcanzar el significado, necesitamos considerar tanto los sujetos
individuales como la organización social, y descubrir la naturaleza de
sus interrelaciones, porque todo ello es crucial para comprender cómo
actúa el género,
cómo tiene lugar el cambio. Finalmente, necesitamos sustituir la noción
de que el poder social está unificado, es coherente y se encuentra
centralizado, por algo similar al concepto de poder en Foucault, que se
identifica con constelaciones dispersas de relaciones desiguales,
constituidas discursivamente como "campos de fuerza" sociales36.
Dentro de estos procesos y estructuras, hay lugar para un concepto de
agencia humana como intento (al menos parcialmente racional) de
construir una identidad, una vida, un entramado de relaciones, una
sociedad con ciertos límites y con un lenguaje, lenguaje conceptual que a
la vez establece fronteras y contiene la posibilidad de negación,
resistencia, reinterpretación y el juego de la invención e imaginación
metafórica.
Mi
definición de género tiene dos partes y varias subpartes. Están
interrelacionadas, pero deben ser analíticamente distintas. El núcleo de
la definición reposa sobre una conexión integral entre dos
proposiciones: el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es
una forma primaria de relaciones significantes de poder. Los cambios en
la organización de las relaciones sociales corresponden siempre a
cambios en las representaciones del poder, pero la dirección del cambio
no es necesariamente en un solo sentido. Como elemento constitutivo de
las relaciones sociales basadas en las diferencias percibidas entre los
sexos, y el génerocomprende
cuatro elementos interrelacionados: primero, símbolos culturalmente
disponibles que evocan representaciones, múltiples (y menudo
contradictorias) -Eva y María, por ejemplo, como símbolos de la mujer en
la tradición cristiana occidental-, pero también mitos de luz y
oscuridad, de purificación y contaminación, inocencia y corrupción. Para
los historiadores, las preguntas interesantes son cuáles son las
representaciones simbólicas que se evocan, cómo y en qué contextos.
Segundo, conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de
los significados de los símbolos, en un intento de limitar y contener
sus posibilidades metafóricas. Esos conceptos se expresan en doctrinas
religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, que afirman
categórica y unívocamente el significado de varón y mujer, masculino y
femenino. De hecho, esas declaraciones normativas dependen del rechazo o
represión de posibilidades alternativas y, a veces, tienen lugar
disputas abiertas sobre las mismas (debería constituir una preocupación
para los historiadores el conocimiento del momento y circunstancias en
que tienen lugar). Sin embargo, la posición que emerge como predominante
es expuesta como la única posible.
La
historia subsiguiente se escribe como si esas posiciones normativas
fueran producto del consenso social más bien que del conflicto. Ejemplo
de esta clase de historia es el tratamiento de la ideología victoriana
de la domesticidad como si hubiera sido creada de entrada, en su
totalidad, y ante la que sólo se hubiera reaccionado más tarde, en lugar
de considerarse que fue tema constante de grandes diferencias de
opinión. Otro tipo de ejemplo proviene de los grupos religiosos
fundamentalistas contemporáneos, que han vinculado por la fuerza su
práctica a la restauración del rol de las mujeres que se supone más
auténticamente "tradicional", cuando de hecho hay pocos precedentes
históricos para el desempeño indiscutible de tal papel. La intención de
la nueva investigación histórica es romper la noción de fijeza,
descubrir la naturaleza del debate o represión que conduce a la
aparición de una permanencia intemporal en la representación binaria del
género. Este tipo de análisis debe incluir nociones políticas y
referencias a las instituciones y organizaciones sociales, tercer
aspecto de las relaciones de género.
Algunos
estudiosos, sobre todo antropólogos, han restringido el uso del género
al sistema del parentesco (centrándose en la casa y en la familia como
bases de la organización social). Necesitamos una visión más amplia que
incluya no sólo a la familia sino también (en especial en las complejas
sociedades modernas) el mercado de trabajo (un mercado de trabajo
segregado por sexos forma parte del proceso de construcción del género),
la educación (las instituciones masculinas, las de un solo sexo, y las
coeducativas forman parte del mismo proceso) y la política (el sufragio
universal masculino es parte del proceso de construcción del género).
Tiene poco sentido obligar a esas instituciones a retroceder hacia una
posición de utilidad funcional en el sistema de parentesco, o argumentar
que las relaciones contemporáneas entre hombres y mujeres son
construcciones de antiguos sistemas de parentesco, basados en el
intercambio de mujeres37. El género se
construye a través del parentesco, pero no en forma exclusiva; se
construye también mediante la economía y la política que, al menos en
nuestra sociedad, actúan hoy día de modo ampliamente independiente del
parentesco.
El cuarto
aspecto del género es la identidad subjetiva. Estoy de acuerdo con la
formulación de la antropóloga Gayle Rubin de que el psicoanálisis ofrece
una teoría importante sobre la reproducción del género, una descripción
de la "transformación de la sexualidad biológica de los individuos a
medida que son aculturados"38. Pero la pretensión universal del psicoanálisis me hace vacilar.
Aun
cuando la teoría de Lacan pueda ser útil para pensar sobre la
construcción de la identidad de género, los historiadores necesitan
trabajar de un modo más histórico. Si la identidad de género se basa
sólo y universalmente en el miedo a la castración, se niega lo esencial
de la investigación histórica. Además, los hombres y mujeres reales no
satisfacen siempre o literalmente los términos de las prescripciones de
la sociedad o de nuestras categorías analíticas. Los historiadores, en
cambio, necesitan investigar las formas en que se construyen
esencialmente las, identidades genéricas y relacionar sus hallazgos con
una serie de actividades, organizaciones sociales y representaciones
culturales, históricamente específicas. Los mejores esfuerzos en este
campo han sido, hasta ahora, y, el no debe sorprendernos, las
biografías: la interpretación de Lou Andreas Salomé por parte de Biddy
Martin, el retrato que Kathryn Sklar hace de Catherine Beecher, la vida
de Jacqueline Hall escrita por, Jessie
Daniel Ames y el examen de Charlotte Perkins Gilman a cargo de Mary Hill39.
Pero
también son posibles los tratamientos colectivos, como han demostrado
Mrinalini Sinha y Lou Ratté en sus respectivos estudios sobre los
periodos de construcción de la identidad de género en los
administradores coloniales británicos en la India y sobre los hindúes
educados en Gran Bretaña que se revelaron como dirigentes nacionalistas y
antiimperialistas40.
La
primera parte de mi definición de género consta, pues, de esos cuatro
elementos y ninguno de ellos opera sin los demás. Sin embargo, no operan
simultáneamente de forma que uno sea simplemente el reflejo de los
otros, De hecho, una cuestión para la investigación histórica sería
conocer cuáles son las relaciones entre los cuatro aspectos. El esquema
que he propuesto del proceso de construcción de las relaciones de género
podría usarse para discutir sobre clases, razas, etnicidad, o por la
misma razón; cualquier proceso social, Mi intención era clarificar y
especificar hasta qué punto necesitamos pensar en el efecto del género
en las relaciones sociales e institucionales, porque este pensamiento no
se ejerce con frecuencia de modo preciso o sistemático. La teorización
del género, sin embargo, se desarrolla en mi segunda proposición: el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder. Podría mejor decirse que el género es el campo primario dentro del cual o por medio del cual se articula el poder. No es el género el
único campo, pero parece haber sido una forma persistente y recurrente
de facilitar la significación del poder en las tradiciones occidental,
judeo-cristiana e islámica, Como tal, puede parecer que esta parte de la
definición pertenece a la sección normativa del argumento, y sin
embargo no es así, porque los conceptos de poder, aunque puedan
construirse sobre el género,
no siempre tratan literalmente al propio género, El sociólogo francés
Pierre Bourdieu ha escrito sobre cómo la "división del mundo", basada en
referencias a "las diferencias biológicas y sobre todo a las que se
refieren a la división del trabajo de procreación y reproducción", actúa
como "la mejor fundada de las ilusiones colectivas", Establecidos como
conjunto objetivo de referencias, los conceptos de género estructuran la
percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la vida
social41. Hasta el punto en que esas referencias establecen
distribuciones de poder (control diferencial sobre los recursos
materiales y simbólicos, o acceso a los mismos), el género se implica en la concepción y construcción del propio poder. El antropólogo francés Maurice Godelier lo ha expresado así:
No
es la sexualidad lo que obsesiona a la sociedad, sino la sociedad la
que obsesiona la sexualidad del cuerpo. Las diferencias relativas al
sexo entre los cuerpos son evocadas continuamente como testimonios de
relaciones y fenómenos sociales que nada tienen que ver con la
sexualidad, y no sólo como testimonio de, sino también como testimonio
para; en otras palabras, como legitimación42.
La
función legitimadora del género funciona de muchos modos. Bourdieu, por
ejemplo, muestra cómo en algunas culturas la explotación agrícola se
organizó de acuerdo con conceptos de tiempo y temporada que se asentaban
sobre definiciones específicas de la oposición entre masculino y
femenino. Gayatri Spivak ha hecho un análisis agudo de los usos del
género en algunos textos de escritoras británicas y americanas43.
Natalie Davis ha mostrado la forma en que los conceptos de masculino y
femenino están relacionados con la comprensión y crítica de las normas
del orden social en los comienzos de la Francia moderna44. La
historiadora CaroIine Bynum ha arrojado nueva luz sobre la
espiritualidad medieval a través de la atención que ha prestado a las
relaciones entre los conceptos de masculino y femenino, y el
comportamiento religioso. Su obra nos facilita una importante
perspectiva sobre las formas en que dichos conceptos informaron la
política de las instituciones monásticas y a los creyentes individuales45.;
Los historiadores del arte han abierto un nuevo campo mediante la
lectura de las implicaciones sociales de los retratos realistas de
mujeres y hombres.46 Esas interpretaciones se basan en la
idea de que los lenguajes conceptuales emplean la diferenciación para
establecer significados y que la diferencia sexual es una forma primaria
de diferenciación significativa47. Por tanto, el género facilita
un modo de decodificar el significado y de comprender las complejas
conexiones entre varias formas de interacción humana. Cuando los
historiadores buscan caminos por los que el concepto de género legítima y
construye las relaciones sociales, desarrollan la comprensión de la
naturaleza recíproca de género y sociedad, y de las formas particulares y
contextualmente específicas en que la política construye el género y el género construye la política.
La política es sólo una de las áreas en que puede usarse el género para
el análisis histórico. Dos son las razones por las que he escogido los
siguientes ejemplos, relativos a la política y al poder en su sentido
más tradicionalmente aceptado, esto es, en el perteneciente al gobierno y
a la nación-estado. Primera, porque el territorio está virtualmente
inexplorado, puesto que el género ha
sido considerado antitético para los asuntos reales de la política.
Segunda, porque la historia política -todavía estilo dominante de la
investigación histórica- ha sido la plaza fuerte de la resistencia a la
inclusión de material e incluso de problemas sobre las mujeres y el género.
Se ha empleado el género literal
o analógicamente en teoría política para ,justificar o criticar el
reinado de monarcas y para expresar la relación entre gobernante y
gobernado. Podría haberse esperado que los debates de los contemporáneos
sobre los reinados de Isabel I en Inglaterra y Catalina de Médicis en
Francia se detuvieran en el problema de la capacidad de las mujeres para
el gobierno político, pero en el periodo en que parentesco y monarquía
estaban totalmente relacionados, las discusiones sobre los reyes varones
se preocupaban igualmente de la masculinidad y la feminidad48.
Las analogías con la relación matrimonial proporcionan fundamento a los
argumentos de Jean Bodin, Robert Filmer y Jonh Locke. El ataque de
Edmund Burke a la Revolución francesa se construye en torno a un
contraste entre las repugnantes y sanguinarias brujas Sans-culottes;
("furias de infierno, con la forma denostada de las mujeres más viles")
y la delicada feminidad de María Antonieta, quien escapó del populacho
para "buscar refugio a los pies de un rey y marido" y cuya belleza
inspirara un día el orgullo nacional. (Con referencia al papel apropiado
a lo femenino en el orden político, escribía Burke: "Para hacernos amar
nuestro país, nuestro país debería ser hermoso.")49. Pero la
analogía no lo es siempre respecto al matrimonio o incluso a la
heterosexualidad. En la teoría política islámica medieval, los símbolos
del poder político aludían con mayor frecuencia al sexo entre hombre y
muchacho, sugiriendo no sólo formas de sexualidad aceptables, próximas a
las que la última obra de Foucault describía para la Grecia clásica,
sino también la escasa relevancia de las mujeres para cualquier noción
de política y para la vida pública50. Para que este último
comentario no sugiera que la teoría política refleja simplemente la
organización social, parece importante hacer notar que los cambios en
las relaciones de género pueden ser impulsados por consideraciones de
necesidades de Estado. Un ejemplo llamativo es el argumento de Louis de
Bonald sobre por qué fue derogada la legislación acerca del divorcio de
la Revolución francesa:
Lo
mismo que la democracia política "permite al pueblo, la parte débil de
la sociedad política, alzarse contra el poder establecido", así el
divorcio, "verdadera democracia doméstica", permite a la esposa, "la
parte débil, rebelarse contra la autoridad marital" [ . . . ] "Con el
fin de mantener el Estado ( fuera del alcance de las manos del pueblo,
es necesario mantener la familia fuera del alcance de las manos de
esposas y niños".51
Bonald
comienza con una analogía y luego establece una correspondencia directa
entre divorcio y democracia. Al prestar oídos a argumentos muy
anteriores acerca de la familia bien ordenada, como fundamento del
Estado bien ordenado, la legislación que consagraba esta consideración
redefinía los límites de la relación conyugal. De un modo similar, en
nuestros tiempos, a los ideólogos políticos conservadores les gustaría
aprobar una serie de leyes sobre la organización y el comportamiento de
la familia que alterarían las costumbres establecidas. La relación entre
regímenes autoritarios y control de las mujeres ha sido denunciada pero
no suficientemente estudiada: si en un momento crucial para la
hegemonía jacobina en la Revolución francesa, en el instante de la lucha
de Stalin por controlar la autoridad, en la instauración de la política
nazi en Alemania o con el triunfo en Irán del ayatollah Jomeini, los
nuevos gobernantes hubieran legitimado como masculinos la dominación, la
fuerza, la autoridad central y el poder legislativo (y caracterizado
como femeninos a los enemigos, los instrusos, los subversivos y la
debilidad) y hubieran plasmado ese código en leyes (prohibiendo la
participación política de las mujeres, declarando el aborto fuera de la
ley, prohibiendo el trabajo asalariado a las madres e imponiendo reglas
al atuendo femenino), que hubiera puesto a las mujeres en su sitio52.
Esas acciones y el momento de su apIicación tienen poco sentido en sí
mismas; en la mayor parte de los casos, el .Estado no gana nada
inmediato o material de la sujeción de las mujeres. Las acciones sólo
cobran sentido como parte de un análisis de la construcción y
consolidación del poder. Como política hacia las mujeres, se dio forma
al mantenimiento del control de la fuerza. En esos ejemplos, la
diferencia sexual se concebía en términos de dominación o control de las
mujeres. Esos ejemplos ayudan a discernir las clases de relaciones de
poder que se constituyen en la historia contemporánea, pero este tipo
concreto de relación no es un tema político universal. Por ejemplo, los
regímenes democráticos del siglo xx han constituido también de
diferentes formas ideologías políticas con conceptos de género y las han
trasladado a la política práctica; el estado del bienestar, por
ejemplo, demostró su paternalismo protector en leyes dirigidas a las
mujeres y los niños.53Históricamente, algunos movimientos
socialistas y anarquistas han rehusado por completo las metáforas de
dominación y han presentado con imaginación sus críticas de regímenes
concretos o de organizaciones sociales , en términos de transformaciones
de las identidades del género. En Francia e Inglaterra, los socialistas
utópicos de las décadas de los treinta y cuarenta concibieron sus
sueños de un futuro armonioso en términos de las naturalezas
complementarias de los individuos , tal como se ejemplifican en, la
unión del hombre y la mujer, "el individuo social".54 Los
anarquistas europeos fueron conocidos mucho tiempo no sólo por rechazar
las convenciones del matrimonio burgués, sino también por sus visiones
de un mundo ,en el que la diferencia sexual no implicara jerarquía.
Son
estos ejemplos de conexiones explícitas entre género y poder, pero
constituyen sólo una parte de mi definición de género como fuente
primaria de las relaciones significantes de poder. Con frecuencia, la
atención al género no es explícita, pero no obstante es una parte
crucial de la organización de la igualdad o desigualdad. Las estructuras
jerárquica cuentan con la comprensión generalizada de la llamada
relación natural entre varón y mujer. En el siglo XIX, el concepto de
clase contaba con el género en
su enunciado. Cuando, por ejemplo, los reformadores de la clase media
describieron a los trabajadores en términos codificados como femeninos
(subordinados, débiles, explotados sexualmente como prostitutas),
dirigentes del trabajo y socialistas replicaron insistiendo en la
posición masculina de la clase trabajadora (productores, fuertes,
protectores de sus mujeres e hijos). Los términos de este discurso no lo
fueron, explícitamente sobre el género,
pero contaron con referencias al mismo, a la "codificación" de género
de ciertos términos, para establecer sus significados. En el proceso,
históricamente específico, se reprodujeron definiciones normativas de
género ( que se tomaban como conocidas) , .que se reforzaron en la
cultura de la clase obrera la francesa55. Los temas de la
guerra, diplomacia y alta política aparecen con frecuencia cuando los
historiadores políticos tradicionales cuestionan la utilidad del género
en su obra. Pero también aquí necesitamos mirar más allá de los actores y
del sentido literal de sus palabras. Las relaciones de poder entre
naciones y el status de los sujetos coloniales se han hecho
comprensibles (y de este modo legitimados) en términos de relaciones
entre varón y .hembra. La legitimación de la guerra -de derrochar vidas
jóvenes para proteger el Estado-ha adoptado diversas formas de llamadas
explícitas a los hombres (a la necesidad de defender a las por otra
parte vulnerables mujeres y niños), a la confianza implícita en el deber
de los hijos de servir a sus dirigentes y a su (padre el) rey, y de
asociaciones entre la masculinidad y la firmeza nacional.56 La
propia alta política es un concepto de género, porque establece su
crucial importancia y el poder público, las razones y el hecho de su
superior autoridad, precisamente en que excluye a las mujeres de su
ámbito. El género es
una de las referencias recurrentes por las que se ha concebido,
legitimado y criticado el poder político. Se refiere al significado de
la oposición varón/mujer, pero también lo establece. Para reivindicar el
poder político, la referencia debe parecer segura y estable, fuera de
la constitución humana, parte del orden natural o divino. En esa vía, la
oposición binaria y el proceso social de relaciones de género forman
parte del significado del propio poder; cuestionar o alterar cualquiera
de sus aspectos amenaza a la totalidad del sistema.
Si
las significaciones de género y poder se construyen la una a la otra,
¿cómo cambian las cosas? En sentido general, la respuesta es que el
cambio puede iniciarse en muchos lugares. Las conmociones políticas
masivas, que empujan al caos órdenes viejos y traen otros. nuevos,
pueden revisar los términos (y también la organización) del género en
busca de nuevas formas de legitimación. Pero pueden no hacerlo; los
viejos conceptos de género han servido también para dar validez a los
regímenes nuevos57. Crisis demográficas, ocasionadas por
escasez de alimentos, plagas o guerras, pueden haber cuestionado las,
visiones normativas del matrimonio heterosexual (como sucedió en ciertos
círculos de algunos países en, la década de los veinte) , pero también
han engendrado políticas pronatalistas que insisten en la importancia
exclusiva de las funciones maternal y reproductora de las mujeres58.
Los modelos cambiantes del empleo pueden llevar a alterar las
estrategias matrimoniales y a diferentes posibilidades para la
construcción de la subjetividad, pero también pueden ser experimentados
como nuevos campos de actividad para hijas y esposas solícitas.59 La
aparición de nuevas clases de símbolos culturales puede dar oportunidad
a la reinterpretación o, realmente, a la reescritura del relato
edípico, pero también puede servir para reinscribir ese terrible drama
en términos todavía más significativos. Los procesos políticos
determinarán qué resultados prevalecen -políticos en el sentido de que
diferentes actores y diferentes significados luchan entre sí por
alcanzar el poder. La naturaleza de ese proceso, de los actores y sus
acciones, sólo puede determinarse específicamente en el contexto del
tiempo y del espacio. Podemos escribir la historia de ese proceso
únicamente si reconocemos que "hombre" y "mujer') son al mismo tiempo
categorías vacías y rebosantes. Vacías porque carecen de un significado
último, trascendente. Rebosantes, porque aun cuando parecen estables,
contienen en su seno definiciones alternativas, negadas o eliminadas .
En cierto sentido, la historia política ha venido desempeñando un papel
en el campo del género. Se trata de un campo que parece estable, pero
cuyo significado es discutido y fluyente. Si tratamos la oposición entre
varón y mujer, no como algo dado sino problemático, como algo
contextualmente definido, repetidamente constituido, entonces debemos
preguntarnos de forma constante qué es lo que está en juego en las
plocIamas o debates que invocan el género para
explicar o justificar sus posturas, pero también cómo se invoca y
reinscribe la comprensión implícita del género. ¿Cuál es la relación
entre las leyes sobre las mujeres y el poder del Estado? ¿Por qué (y
desde cuándo) han sido invisibles las mujeres como sujetos históricos,
si sabernos que participaron en los grandes y pequeños acontecimientos
de la historia humana? ¿Ha legitimado el género la aparición de las carreras profesionales?60.
¿Está sexuada (por citar. el título de un artículo reciente de la
feminista francesa Luce Irigaray) la materia que estudia la ciencia?61.Cuál es la relación entre la política de estado y el descubrimiento del crimen de la homosexualidad?62 ¿Cómo han incorporado el género las
instituciones sociales en sus supuestos y organizaciones? ¿Ha habido
alguna vez conceptos genuinamente igualitarios de género en los términos
en que se proyectaban, o construían los sistemas políticos? La
investigación sobre estos temas alumbrará una historia que proporcionará
nuevas perspectivas a viejos problemas (por ejemplo, acerca de cómo se
impone la norma política o cuál es el impacto de la guerra sobre la
sociedad) , redefinirá los viejos problemas en términos nuevos (al
introducir consideraciones sobre la familia y la sexualidad, por
ejemplo, en el estudio de la economía o de la guerra), que hará visibles
a las mujeres como participantes activos y creará una distancia
analítica entre el lenguaje aparentemente estable del pasado y nuestra
propia terminología. Además, esta nueva historia dejará abiertas
posibilidades para pensar en las estrategias políticas feministas
actuales y el (utópico) futuro, porque sugiere que el género debe
redefinirse y reestructurarse en conjunción con una visión de igualdad
política y social que comprende no sólo el sexo, sino también la clase y
la raza.
REFERENCIAS
+ 1996 El género: Una categoría útil para el análisis histórico. En: Lamas Marta Compiladora.El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, México. 265-302p.
La
versión en castellano de este trabajo apareció en Historia y género:
las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, James y Amelang y Mary
Nash (eds.), Edicions Alfons el Magnanim, Institució Valencina d
Estudis i Investigació, 1990. La traducción es de Eugenio y Marta
Portela. Originalmente, este artículo fue publicado en Ingles como
“Gender: A Useful Category of Historical Analysis” en American
Historical review, 91,1986, pp. 1053-1075
Este artículo está dedicado a Elizabeth Weed, quien me enseñó a pensar sobre el género y
la teoría. Fue preparado originalmente para su presentación en la
reunión de la Américan Historical Association, en Nueva York, el 27 de
diciembre 1985. Estoy profundamente agradecida a Denise Riley, quien me
mostró cómo una historiadora puede trabajar con una teoría hasta sus
últimas consecuencias; también a Janice Doane, Jasmine Ergas, anne
Norton y Harriet Whiteead, todas ellas miembros del seminario sobre
"Construcciones culturales del género", que tuvo lugar durante 1982-1985
en el Centro Pembroke para la Enseñanza y la Investigación sobre las
mujeres, de la Brown University. Las urgencias y críticas de los
miembros del Taller de Estudios Históricos, de la New School for Ir
Social Research, en especial de Ira Katznelson, Charles Tilly y Louise
A. Tilly,y, me formaron a clarificar mis argumentos. en varios sentidos.
Los comentarios de otras amigas y colegas tambien me han resultado de
extrema utilidad sobre todo los de Elisabetta Galeotti, Layna Rapp,
Christine Stansell y Joan Vincent. Donald .Scott, como siempre fue una
vez más mi crítico más exigente y de más apoyo. [Nota de la autora.]
1 Oxford English Dictionary, edición de 1961, vol.4.
2
“No se sabe de qué género es, si es varón o hembra, se dice de un
hombre muy reservado del cual se desconocen los sentimientos”, en E.
Littré, Dictionnaire de la Langue Francaise, París, 1876.
3 Raymond Williams, Keywords, Nueva York, 1983, p. 285.
4 Natalie Zemon Davis, “Womens History in Transition: The European Case”, en Feminist Studies, 3, invierno de 1975-1976, p.90
5
Ann D. Gordon, Mari Jo Buhle y Nancy Shrom Dye, “the problem of Womens
History”, en Berenice Carrol (ed.), Liberating Womens History , Urbana .
III. 1976, p. 89.
6 El
ejemplo mejor y más agudo es de Joan Kelly, “The doubled Vision of
femeinist theory”, en su womwn, History and theory, Chicago, 1984, pp.
51-64, en especial p. 61.
7
Para una revisión de la obra reciente sobre la historia de las mujeres,
véase Joan W. Scott, “Womens History: The modern Period”, en Past and
Present, 101, 1983, pp. 141-157.
8
Una discusión contra el uso de género para subrayar los aspectos
sociales de la diferencia sexual puede verse en Moira Gatens, “A
Critique of the sex/Gender Distinetion”, en J. Allen y P. Patton (eds.),
Bellond Marxism? Interventions after marx, Sidney, 1983, pp. 143-160
9
Para un enfoque algo distinto del análisis feminista, véase Linda J.
Nicholson, Gender and History: The limits of social Theory in the
Family, Nueva York, 1986.
10 Mary O Brien, The Politics of Reproduction, Londres, 1981,pp. 8-15,46
11 Shulamith Firestone, The Dialetic of Sex, Nueva York, 1970. La expresión “trampa amarga” es de O Brien, Politics of reproduction, p.8
12 Catherine Mackinnon, “Feminism, Marxism, Method, and the State: An Agenda.
13 Ibid., pp.541, 543.
14
Una interesante discusión de la utilidad y límites del término
“patriarcado” puede verse en el intercambio de punto de vista entre las
historiadoras Sheila Rowbotham, Sally Alexander y barbara Taylor en
Raphael Samuel (ed.), Peoples History and Socialist Theory, Londres,
1981, pp. 363-373
15 Frederick Engel, The Origins of the Family, Private Property, and the State (1884, edición reimpresa en Nueva York, 1972).
16
Heidi Hartmann, “Capitalism, Patriarch, and Job Segregatión by sex”, en
Signs, 1, primavera de 1976, p. 168. Véase también “the Unhappy
Marriage of Marxism and Feminism: Towards a More Progressive unión”, en
capital and class ,8, verano de 1979, pp. 1 -53,; “The Family as the
locus of gender Class, and political Struggle: The example of
Housework”, en Sins, 6, primavera de 1981, pp. 366-394.
17
Los debates sobre el feminismo marxista incluyen a zillah Eisenstein,
Capitalist patrirchy and capital in the famili”, en A. Kuhn y A. Wolpe
(eds.), femeinism and materialism, Londres, 1983, Hilda Scott, does
Socialism Liberate Women?, Boston, 1974; Jane humphries, “working Class
family, Womens Liberation and Calss strugle: The case of
Nineteenth-Century British History”, en Review of radical political
Economics,9, 1977, pp. 25-41, Jane Humphries, “Class Family”, en
Cambrige Journal of Economics,1, 1971, pp. 241.258, vease tambien el
debate sobre la obra de Humphreis en review of radical political
economics, 12, verano de 1980, pp. 76-94
18 kelly, “Doubled Vision of Feminist Theory”, p.64.
19 Ann Snitow, Christine stansell y sharon Thompson (eds.), Power of Desire: The politics of sexuality, Nueva York, 1983.
20 Ellen ross y Rayna Rapp, “Sex and Society: A Reserch note from Social history and Antropology”, en Powers of Desire, p. 53
21 “Introduction”, en Powers of Desire, p. 1; y jessica Benjamin, “Master and slave: The fantasy of Erotic Domination”, en Power of Desire,p. 297.
22
Johanna Brenner y María Ramas, "Rethinking Womens Opression: en New
Left Review, "Beyond Sexless Class and Classless Sex: Towards Feminist
Marxism", en Studies in political Economy, 10, invierno de 1983, pp.
7-44; Hugh Armstrong y pat Armstrong, ”Comments: More on Marxist
Feminism", en Studies in Political Economy,15, otoño de 1984, pp.
179-184; y Jane Jenson, "Gender and Reproduction: or Babies and the
State", trabajo no publicado, junio de 1985, pp. 1-7.
23
En cuanto a las primeras formulaciones teóricas, véase Papers on
Patriarchy: conferencie, London 76, Londres, 1976. Agradezco a Janes
Caplan que me haya indicado la existencia de esta publicación y su buena
disposición para compartir conmigo su ejemplar y sus ideas acerca de la
misma. En cuanto a la posición psicoanalítica, véase Sally Alexander,
"Women, Class and Sexual Diference", en History Workshop, 17, primavera
de 1984, pp. 125-135. En seminario de la Princeton University, a
principios de 1986, me pareció que Juliet Mítchell volvía a acentuar la
prioridad del análisis materialista del género. Un intento de salir del
atolladero teórico del feminismo marxista se encuentra en Coward,
Patriarchal Precedents Véase también el brillante esfuerzo americano en
esta dirección de la antropóloga Gayle Rubin, "The Traffic in Women:
Notes on the 'Polítical Economy' of Sex", en Rayna R, Reiter(ed.),
Towards an antropólogy of Women, Nueva York, 1975, pp. 167-168.
24
Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psichoanalissi and the
sociology of Gender , Berkeley, California, 1978, p.169.
25 Mi apreciación sugiere que los temas relacionados con el género puede
ser influidos durante el periodo del complejo de Edipo, pero que no son
su único centro o resultado. La gestación de estos temas está presente
en el contexto de procesos más amplios objetos-realcionales y del ego.
Esos procesos más amplios influyen por igual sobre la formación de la
estructura de la estructura psíquica, la vida psíquica y los modos,
relacionales; de hombres y mujeres. Explican los diferentes modos de
identificación y orientación hacia objetos heterosexuales, por las
consecuencias asimétricas del Edipo que describen los psicoanalistas.
Esas consecuencias, como las edípicas, más tradicionales, proceden de la
organización asimétrica de los padres, con el rol de la madre como
elemento primario y el del padre, típicamente de mayor lejanía, con su
inversión en materia de socialización, en especial en áreas relacionadas
con la tipificación del genio”, Chodorow, Reproduction of Mothering ,
166. Es importante hacer notar que existen diferencias de
interpretación y enfoque entre Chodorow y los teóricos británicos de las
relaciones-objeto, que siguen la obra de D.W.Winicott y Melanie Klein.
El enfoque de Chodorow, se caracteriza mejor como una teoría más
sociológica o socializada, pero es la óptica dominante a través de la
cual las feministas; americanas se han acercado a la teoría de La s relacione-objetos . Sobre la historia de la teoría británica de las relaciones-objetos en relación con la política social, véase Denise Riley, War in the Nursey, Londres 1984.
26
Juliet Mitchel Y Jacqueline Rose (eds.), Jacques Lacan and the École
Freudienne, Londres, 1983, Alexander, “Women, class and Sexual
Difference”.
27 Teresa de lauretis, alice Doesn ´t: Femeinism, Semiotics, Cinema, Bloomington, Ind., 1984, p. 159.
28 Alexander, “Women, Class and Sexual Difference”, p. 135.
29
Denise riley, “Summay of Preamble to Interwar feminist History work”,
trabajo no publicado, presentdo al Pembroke Center Seminar, mayo de
1985, p.11.
30 Carol gilligan, in a difference Voice : psychological theory and Womens Development, cambridge, Mass., 1982
31
Son de utilidad las siguientes críticas al libro de Gilligan :
Lauerbach et al., “Conmentary on Gilligans in Different Voice”, En
Feminist Studies 11, primavera de 1985; y “Women and Morality” ,
fascículo especial de social reserarch, 50, otoño de 1983. Mis
comentarios acerca de la tendencia de historiadores a citar Gilligan
proceden de la lectura de manuscritos no publicados y de propuestas de
subvenciones, y no parece correcto citarlo aquí. he seguido la pista de
la referencias durante más de cinco años, son muchas y siguen creciendo.
32 Feminist Studies, 6 primavera de 1980, pp. 26-64.
33
Por "deconstrucción", quiero referirme a la discusión de Derrida que,
aunque seguramente no inventó el procedimiento de análisis que describe,
tiene la virtud de teorizar sobre él de forma que pueda constituir un
método útil. Para una presentación sucinta y accesible de Derrida, véase
Jonathan Culler,On Deconstruction: Theory and Criticism after
Structuralism, Ithaca, Nueva York, 1982, en especial pp. 157-179. Véase
también Jacques Dcrrida, Of Grammatology, Baltimore, 1976; Jacques
Derrida, Spurs, Chicago, 1979; y una transcripción del Pembroke Center
Seminar, 1983, en Subjects/Objects, otoño de 1984.
34 Clifford geertz, “Blurred Genres”, en american Scholar, 49, de octubre de 1980, pp. 165-179.
35
Michelle Zimbalist rosaldo, “The Uses and Abuses of Antropology:
reflections on Feminism and Cros-Culñtural Understanding”, en sins,5,
primavera de 1980, p. 400.
36
Michel Foulcaut, the History of sexuality, vol. i. An Introductión,
nueva York, 1980; michel Foulcaut, Power/Knowledge: Selected interviews
and Other Writings,1972-1977, Nueva York, 1980.
37 En relación con este argumento, véase Rubin, “Trafic in Women”, p.199
38 Rubin, “Traffic in Women”, p. 198
39
Biddy Martin, “Femenism, Criticism and Foulcaut” en New German Critique
,27, otoño de 1982, pp. 3-30; Kathyrn Kish sklar, Catherine Beecher : A
Stududy in American Domesticity, New Haven, Conn., 1973; Mary A. Hill,
Charlotte Perkins Gilman: The MaKing of a Radical Feminist, 18601-1896.
Filadelfia, 1980
40 Lou
Ratté, "Gender Ambivalence in the Indian Nationalist Movement", trabajo
no publicado, Pembroke Center Seminar, primavera de 1983; y Mrinalini
Sinha,
42 Maurice Godelier, "The Origins or Male Domination", en New Left Review, 127, mayo-junio de 1981,p 17.
43
Gayatry Chakravorty Spivak, "Three Women's Texts and a Critique or
Imperialism", en Critical Inquirv,. 12, otoño de 1985, pp. 243-246.
Véase también Kate Millett, Sexual Politics, Nueva York, 1969. Un examen
de cómo operan las referencias, femeninas en texto. importantes de la
fílosofía occidental es llevado a cabo por Luce Igaray en Speculum of
the Oter Woman, Ithaca, Nueva York,1985.
44 Natalie Zenom Davis, “ Women on Top”, en S and Culture in erly Modern France, Standford, California,1975,pp.124-151
45
Caroline Walker Bynum, "Jesus; as Mother: Studies in the Spiritual of
the High Middle Age", Berkeley, California, 1982; Caroline Walker Bynum,
"Fast, Feast, and Flesh: The Religious Significance of Food to Medieval
Women", en Representation, 11, verano de 1985, pp. 1-25; Caroline
Walker Bynum, "Introduction", en Religion and Gender: Essay on the
complexity of Symbols (de próxima publicación, Beacon Press, 1987).
46 Véase, por ejemplo, T J . CIarke, The Painting of Modern Life, Nueva York, 1985.
47
La diferencia entre teóricos estructuralistas y posestructuralistas
sobre esa; cuestión reside en el grado en que consideran abiertas o
cerradas las categorías de diferencias. En la medida en que los
posestructuralistas no fijan un significado universal para las
categorías o las relaciones entre ellas, su enfoque parece conducir a la
clase de análisis histórico del que soy partidaria. 48 Rachel Weil,
“The Crown Has Fallen to thc Distaff: Gender and Politics in the Age of
Catherine de Medici", en Critical Matrix, Princeton Working Papers in
Women's Studies; 1, 1985. Véase también Louis Montrose, “Shaping
Fantacies: Figurations of Gender and Power in Elizabethan Culture”, en
Representatión, 2, primavera de 1983, pp. 61-94 y Lynn Hunt, “Hercules
and the Radical Image in the French Revolution”, en Representation, 2,
primavera de 1983, pp. 95-117.
49
Edmund Burke, Reflection on the French Revolution, 1982; edición
reimpresa en Nueva York, 1909. pp. 208-209, 214. Véase Jean Bodin, Six
Books of the Commonwealth (1606; ed., reimpresa, Nueva York , 1967);
Robert Filmer, Patriarcha Other Political Works, Peter Laslett (ed.).
Oxford. 1949; y John Locke, Two Treatises of Government (1690; ed,
reimprcsa, Cambridge, 1970). Véase tambien Elizabeth Fox-Genovese,
“Property and Patriarchy in Classical Bourgeois Political Theory", en
Radical History Review, 4, primavera verano de 1977. pp. 36-59; y Mary
Lyndon Shanley, “Marriage Contract and social Contract in Seventeenth
Century English polítical Thought”, en Western Polítical Quarterly,32
marzo de 1979, pp. 79-91
50
Agradezco a Bernard Lewis la referencia al Islam. Michel Foucault,
Histoire de la Sexualité, vol. 2. L'usage des plaisirs, París, 1984. En
situaciones de este tipo, uno se pregunta cuáles son los términos de la
identidad del género del sujeto y si la teoría freudiana es suficiente
para describir el proceso de su construcción. Acerca de las mujeres en
la Grecia clásica, véase Marilyn Arthur, "Liberated Woman: The Classical
Era", en Renate Bridenthal y Claudia Koontz (eds.), Becoming Visible,
Boston, 1976, pp. 75-78.
51
Citado en Roderick Philljps, "Women and Famjly Breakdown in Eighteenth
Century France: Rouen 1780- ] 800", en Social History, 2, mayo de 1976.
p. 217.
52 Sobrc la
Revolución francesa, véase Darlene Gay Levy, Harriet Applewhite y Mary
Johnson ( eds.) , Women in Revolutionary} Paris, 1789-1795, Urbana, III ,
1979, pp. 209-220 sobre la legislación soviética, véanse los documentos
en Rudolph Schlesinger, The Family in the USSR: Documents and Reading,
Londres, 1949, pp. 62-71, 251-254; sobre política nazi, véase Tim Mason,
"Women in Nazi Germany", en History Workshop, 1, primavera de 1976, pp.
74-113 y Tim Mason, "Women in Nazi Germany, 1925-1940, Family, Welfare
and Work", en History Workshop, 2, otoño de 1976, pp. 5-32.
53
Elizabeth Wilson, Women and the Welfare State, Londrcs, 1977, Janes
Jenson, “Gender and Reproduction”, Jane Lewis, The Politics of
Motherbood: Child and Maternal welfare in England, 1900-1939, Montreal,
1980 Mary Lynn MacDougall, “Protecting Infants: The French Campaing for
Maternity Leaves, 1890s-1913, en French Historical Studies, 13, 1983,
pp. 79-105.
54 Sobre
los utopistas ingIeses, véase Barbara Taylor, Eve and the New Jerusalen,
Nueva York, 1983; sobre Francia, Joan W. Scott, "Men and Women in the
Parisien Garment Trades: Discussions on Family and Work in the 1830s ;
and 40s", en Pat Thane al (eds ), The Power of the Past: Essays for Eric
Howsbawm, Cambridge, 1984, pp. 67 -94.
55
Louis Devance, "Femme, famille, travail et morale sexuelle. dans
l'idéologie de 1848" , en Mythes el representation. de la femme au XIXe
siecle, París, 1976~ Jacques Ranciere y Pierre Vauday, "En allant al
expo: 1'ouvrier, sa Femme et les; Machines", en Les révolfe logiques, 1.
invierno de 1975, pp. 5-22.
56
Gayatri Chakravorty Spivak, "'Draupadi' by Mahasveta Devi", en Critical
Enquiry, 8, invierno de 1981, pp. 381-402; Homi Bhabha, “of Mimiery and
Man: The Ambivalence of Colonial Discourse", en Octover, 28, primavera
de 1984, pp. 125-133, Karin Hausen, “The Nation's Obligations to
theHeroes' Widows of World War I", en Margaret R. Higonnet et al.
(eds;.), Women War andHistory, New Haven. conn., 1986. Véase también Ken
Inglis, “the Representatión of Gender of Australian War Memorial”,
trabajo no publicdo, presentado en la Bellagio Conference On Gender,
Technology and Educatión, Octubre de 1985.
57
Sobre la Revolución francesa. véase Levy. Women in Revolution Paris,
sobre la Revolución americana, véase Mary Beth Norton. Liberty'.r
Daughters: The Revolutionary Experience of American Women, Boston. 1980
Linda Kerbcr, Wommen of the Republic, Chapel Hill. N.C., 1980; Joan
Hoff.. Wilson, ,”The Illusion ot Change: Women and the American
Revolution", en Alfred Young (ed.), The American Revolution: Exploration
in the History of American Radicalism, De Kalb. III., 1976, pp.
383-446. Sobre la tercera República francesa. véase Steven Hause,
Women's Suffrage and Social Politic in the French Third Republic,
Princeton, N.J., 1984. Un tratamiento extremadamente interesante de un
caso reciente se encuentra en Maxine Molyneux, “Mobilization without
Emancipatión? Women's Interests, the State and Revolution in Nicaragua",
en Feminist, Studies, 11, verano de 1985,pp.227-254.
58
Sobre el pronatalismo, véase Riley, War in the Nursery, y Jenson, ,
“Gender and Reproduction". Sobre el de la década de los veinte. véanse
los ensayos incluidos en Stratégies des Femmes, París, 1984.
59
Para interpretaciones diversas del impacto del nuevo trabajo sobre las;
mujeres, véase Louise A. Tilly y Joan W. Scott. Wommen, Work and
Family, Nueva York, 1978; Thomas Dublin Women at Work: The
Transformation of Work and Conmunitity in lowel, Masachusetts,
1826-1860, Nueva York, 1979; y Edward Shorter, The Making of the Modern
Family, Nueva York. 1975.
57
Sobre la Revolución francesa. véase Levy. Women in Revolution Paris,
sobre la Revolución americana, véase Mary Beth Norton. Liberty'.r
Daughters: The Revolutionary Experience of American Women, Boston. 1980
Linda Kerbcr, Wommen of the Republic, Chapel Hill. N.C., 1980; Joan
Hoff.. Wilson, ,”The Illusion ot Change: Women and the American
Revolution", en Alfred Young (ed.), The American Revolution: Exploration
in the History of American Radicalism, De Kalb. III., 1976, pp.
383-446. Sobre la tercera República francesa. véase Steven Hause,
Women's Suffrage and Social Politic in the French Third Republic,
Princeton, N.J., 1984. Un tratamiento extremadamente interesante de un
caso reciente se encuentra en Maxine Molyneux, “Mobilization without
Emancipatión? Women's Interests, the State and Revolution in Nicaragua",
en Feminist, Studies, 11, verano de 1985,pp.227-254.
58
Sobre el pronatalismo, véase Riley, War in the Nursery, y Jenson, ,
“Gender and Reproduction". Sobre el de la década de los veinte. véanse
los ensayos incluidos en Stratégies des Femmes, París, 1984.
59
Para interpretaciones diversas del impacto del nuevo trabajo sobre las;
mujeres, véase Louise A. Tilly y Joan W. Scott. Wommen, Work and
Family, Nueva York, 1978; Thomas Dublin Women at Work: The
Transformation of Work and Conmunitity in lowel, Masachusetts,
1826-1860, Nueva York, 1979; y Edward Shorter, The Making of the Modern
Family, Nueva York. 1975.
60 Véase, por ejemplo, Margaret Rossiter, Women Scientist in America: Struggle and Strategies to 1914, Baltimorec, Md., 1982.
61 Luce Irigaray, “Is the Subject of Science Sexed?", en Cultural Critique, 1 , otoño de 1985, pp.73-88.
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