Margarita, ¿quién te creés que sos?
Juguemos con los nombres, dale.
Vos le ponés a tu libro Yo Acuso, como si pudiera existir alguna línea trazable en el universo entre tu escritura y la monumental obra de Emile Zola, J’Accuse, que se convirtió en un antes y un después en la historia humana sobre la justicia y el antisemitismo.
Yo le pondría La insoportable levedad del ser.
Vos decís que tu libro es el Nunca Más.
Así, sin que se te caiga la cara de vergüenza, ponés una recopilación
de denuncias mediáticas a la altura de la investigación de los hombres y
mujeres más nobles y dignos de este país sobre la tragedia más inmensa
de la que tengamos memoria.
Yo lo llamaría La hoguera de las vanidades.
Verte pasear por los canales de
televisión es una clase en vivo de cómo en determinados momentos
históricos, personas ordinarias, que podrían haber sido inofensivas o
hasta buenas personas, cegadas por la obediencia a los poderosos, la
búsqueda de fama o los halagos, se convierten en engranajes necesarios
de maquinarias destructivas.
El rating y la fama instantánea
(superficial, esporádica, pero instantánea) son tan engatusadores como
el dinero y el poder. Vos creés realmente que sos Emile Zola y que
escribiste el Nunca Más. Lo sé, no fingís. Lo creés porque ésa
es la imagen que te devuelve la pantalla del televisor, porque eso es lo
que te dice la sonrisa de los periodistas aduladores que te entrevistan
y hasta seguramente la gente que te saluda por la calle después de
haberse intoxicado con esas imágenes en el televisor.
Contestás entrevistas, te maquillan en
camarines, te besan los microfonistas como viejos conocidos, te recibe
el presidente en la quinta de Olivos y van los dirigentes a la
presentación de tu libro. Llegaste, sos parte. No importa que el
Presidente que te recibe sea un líder moderno de esa derecha fascista a
la que acusó Zola y que se haya enriquecido como partícipe y cómplice
del genocidio retratado en el Nunca Más. En la moderna sociedad de los
medios, no importa el contenido, solo las formas. En la histórica senda
de las debilidades humanas, tampoco: es tan halagador ser recibido por
un Presidente que no importa quién es ese presidente.
Es esa materia que une la debilidad
humana con los mecanismos perversos de los medios, la búsqueda de
reconocimiento personal con las mieles de la fama, la que convierte a
personas con buenas intenciones en instrumentos perfectos para ser
usados y descartados.
No es La metamorfosis. No es me desperté un día y me había convertido en un monstruo. Es paso a paso. Sonrisa a sonrisa. Favor a favor, mimo a mimo. Entrevista a entrevista.
Y un día, vos, que fuiste capaz de
enfrentarte a tu líder y jefe Raúl Alfonsín porque no le perdonaste la
Obediencia Debida y el Punto Final, sonreíste abrazada al socio y
cómplice de los genocidas. Y vos, que denunciaste a los empresarios que
se quedaron con el Estado a través de la Obra Pública primero, y las
privatizaciones después, fuiste primera dama en su Corte. Vos,
Margarita, que presentaste conmigo El Pibe porque pensás de
Mauricio Macri lo mismo que pienso yo, sos ahora su instrumento para
blanquearse y mostrarse como una derecha sensible.
El camino de ida es paso a paso. Pero el de regreso, no.
Un día no les servís más, y entonces te despertás, y no hay más boas, ni plumas, ni cámaras de televisión. Y estás vos sola.
Y el problema, entonces, es que ya no te acordás quién eras.
Buena suerte para ese día, Margarita.
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