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Un espectro
se cierne sobre Davos, el del populismo
Javier
Tolcachier
ALAI AMLATINA,
16/01/2017.- Entre
el 17
y el 20 de enero próximos, el enclave suizo de Davos-Klosters
será sede del 47°
Foro Económico Mundial. Ese encuentro funciona como uno de los
dos clubes
exclusivos donde las principales corporaciones coordinan
directivas y lanzan
lineamientos estratégicos. Junto al Club Bilderberg - un
espacio menos visible
y más reducido pero de características similares - el Foro de
Davos pretende
erigirse en una suerte de gobernanza global paralela de
carácter privado,
colocando al liderazgo, al emprendedurismo empresarial, la
innovación
tecnológica y a las formas verticales de dirección por sobre
esquemas
democráticos nacionales y formas tradicionales de articulación
internacional
como las Naciones Unidas.
En esta
oportunidad, el último día de la cita coincide de manera
sugestiva con la asunción
del cuadragésimo quinto presidente norteamericano, el magnate
inmobiliario
Donald Trump. A pesar de contar con un perfil relativamente
adecuado para el
cónclave – al menos en lo que hace a capacidades monetarias –,
Trump,
mandatario electo de un país perteneciente al G-20, no está
formalmente
considerado en las invitaciones, ya que asume recién después.
Sin embargo, está
previsto que asistan miembros de su gobierno como el designado
Director del
Consejo Nacional Económico Gary Cohn – ex presidente del banco
Goldman Sachs y
participante regular en Davos.
Otras
ausencias significativas – y algo sorpresivas – del mundo
político, serán las
de la canciller alemana Merkel y la del presidente francés
Hollande. Otro
ausente con aviso será el primer ministro canadiense Justin
Trudeau, quien
anunció que tampoco asistirá a los actos protocolares con los
que Trump asumirá
su mandato, decisión por demás relevante, toda vez que ambos
países están
sumamente relacionados a través del espacio económico NAFTA.
En cuanto al
Foro Económico Mundial el participante más destacado será sin
duda alguna Xi
Jinping, siendo la primera vez que un presidente chino acuda a
esta hipercumbre
del capitalismo.
Pero Trump,
el gran ausente, estará presente en todas las mesas,
exposiciones y diálogos.
El fantasma del malestar mundial generado por la hipertrofia
financiera y la
concentración del capital asusta a los miembros del club de
los ricos y tiene
un nombre: populismo.
La sucesión
de triunfos neonacionalistas como el de Trump o el Brexit
junto a la previsión
de los posibles avances políticos de la ultraderecha en las
próximas elecciones
en Holanda, Francia, Alemania o República Checa, hicieron
sonar la alarma de
los regentes del mundo corporativo. La amenaza cierta de que
el proteccionismo
modifique el tablero de la globalización que las corporaciones
construyeron
para facilitar sus movimientos, es un escenario ante el cual
el concilio de
Davos no puede permanecer pasivo.
La
perspectiva de que una parte importante de las poblaciones,
austerizada y
pauperizada por la debacle sistémica, decida dar la espalda a
regionalizaciones
controladas por el poder económico como la Unión Europea, es
una imagen que
difícilmente pueda ser aceptada por los davoístas.
Como lo
señala el texto de convocatoria al Foro de
Davos 2017 cuyo lema es “Liderazgo sensible y responsable”:
“El
debilitamiento de múltiples sistemas ha erosionado la
confianza en los niveles
nacionales, regionales y globales. Y en ausencia de pasos
innovadores y
creíbles hacia su renovación, aumenta la probabilidad de una
espiral
descendente de la economía global impulsada por el
proteccionismo, el populismo
y el nativismo.”
Si no fuera
por los sucesos políticos, el Foro continuaría impasiblemente
avanzando hacia
la reconversión capitalista que propugna y que ha dado en
llamar la Cuarta
Revolución Industrial.
Esta
“revolución” - en palabras del fundador y presidente del Foro,
el casi
octogenario profesor alemán Klaus Schwab – “se caracteriza
por la fusión de
tecnologías que van borrando las líneas entre las esferas
físicas, digitales y
biológicas.” Las
anteriores
revoluciones tecnológicas, señala Schwab, usaron agua y vapor
para mecanizar la
producción, electricidad para masificarla y a la electrónica y
la informática
para automatizarla.
Los
impulsores de Davos - las principales empresas del planeta -
ven en este “nuevo
mundo” en desarrollo oportunidades exponenciales de negocios.
En el marco de
refinados prospectos empresariales, afectos a destacar las
posibles ventajas
para quien adquiera sus productos y adhiera a sus ilusiones,
es claro que no
puede faltar la alusión a las enormes posibilidades que esto
podría brindar a
millones de personas. En las argumentaciones sobre los
beneficios potenciales, destaca
hasta una posible “y completa (!)” reconversión del proceso
degenerativo
medioambiental - que esas mismas empresas han ocasionado -,
posibilidades
ilimitadas que derivan de la acción combinada e integrada –
Schwab dixit – de “la
inteligencia artificial, la robótica, la internet de las
cosas, los vehículos
autónomos, la impresión 3D, la nano- y biotecnología, las
ciencias de la
materia, los nuevos dispositivos de almacenamiento de
energía y la computación
cuántica.”
Estos
caballeros de la orden (y a la orden) del dinero son atrevidos
y se atreven a
revolucionar el mundo. Lo único que parece permanecer
inalterable en su
imaginario es la existencia y preeminencia del poder económico
por sobre el
bienestar y la decisión soberana de las mayorías.
Sin embargo,
en esta edición de Davos, no parece ser viable poder avanzar
en los planes
absolutistas de tecnologización social sin tomar en cuenta,
mínimamente al
menos, el caos social que produjeron anteriormente. Y
producirán aún más, si
las innovaciones tecnológicas toman la velocidad rasante que
están deseando. Si
hoy la miseria, el hambre y la desigualdad social asolan
vastas latitudes,
éstas corren peligro de incrementarse más aún si la “cuarta
revolución” es
manejada por estas corporaciones y sus lacayos.
Una completa
e integrada automatización en la producción conlleva la
eliminación de millones
de puestos de trabajo. De no mediar una inversión de la
relación de fuerzas
entre el poder efectivo de los pueblos y el poder económico
concentrado, ello
significaría una atroz competencia entre asalariados, que
mendigarían
subsistencia a cambio de su entrega existencial total.
Los mismos
analistas del campo corporativo auguran que es muy posible que
se produzca un
ensanchamiento de las brechas entre los segmentos mejor pagos
– los que
requieren conocimiento y especialización – y otro tipo de
tareas –
esencialmente servicios de poco valor agregado habitualmente
reservados a los
más pobres entre los pobres.
Lo que la
transformación tecnológica podría significar para el ser
humano – viéndolo en
positivo –, una creciente liberación de tareas, un aumento de
opciones y
posibilidades creativas, una extensión de la vida y el
bienestar, lo que podría
llevar a una profunda e interesante reconsideración sobre
perspectivas vitales
que no tengan al trabajo como centro, principal
condicionamiento o propósito
excluyente, redundará tan sólo – de no haber mediación social
y popular real -
en un aumento de los rendimientos empresariales, arrojando a
una gran parte de
la humanidad al basural de la inadaptación y a la consiguiente
descalificación
como material desechable.
Aquello que
preocupados empresarios, académicos y políticos temen en
Davos, asociándolo a
las tragedias del fascismo del siglo pasado, aquello que
desprecian, tildándolo
de “populismo” – evidenciando un rechazo visceral y
plutocrático por lo
“popular” – no es sino una señal clara que están dando las
poblaciones en
rechazo a las visiones empresariales de antaño, que prometían
portentosos
beneficios para todos por la ruta del neoliberalismo.
De algún
modo, en la presente edición de Davos habrá algo que comienza
a socializarse. La
incertidumbre ya no parece ser sólo potestad exclusiva de los
desposeídos.
- Javier Tolcachier, Pressenza.
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