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La guerra y la paz
en el siglo XXI
Pablo González
Casanova
ALAI AMLATINA,
20/01/2017.- Al
empezar un análisis que en algo
sea útil a la investigación para la paz es menester aclarar cómo
es la guerra
hoy y en qué se distingue de las del pasado inmediato. La lucha
internacional
por la Paz que prevaleció en la Post-guerra puso especial énfasis
en los
peligros de la guerra nuclear y de la guerra convencional entre
las grandes
potencias. En los hechos, durante un largo período se dieron la
“guerra fría”
entre “la democracia” y “el comunismo”, y también los más variados
movimientos
armados de liberación nacional, unos directa o indirectamente
vinculados a las
potencias “comunistas” y otros a un “Tercer Mundo” cuya máxima
expresión se dio
en Bandung.
A la competencia
entre la URSS y
Estados Unidos por aumentar el poder nuclear de uno contra otro,
en medio de
altibajos dramáticos en los descubrimientos de una y otra parte,
se añadió una
guerra ideológica que puso en el centro de las persuasiones y las
persecuciones
al comunismo y el anticomunismo, con purgas de un lado, y cacerías
de brujas,
de otro, que pasaban de exaltar las bondades del socialismo o la
democracia a
castigar pública y penalmente a los disidentes. Tal vez lo que más
distinguió a
la guerra fría de la actual fue la lucha entre dos sistemas, el
capitalista y
el socialista, y tanto su impacto en las luchas de liberación
nacional como en
la posterior restauración del capitalismo y triunfo del
capitalismo y del
llamado “mundo libre”.
Durante ese período,
en las
guerras por mantener su dominio, los antiguos países coloniales e
imperialistas
siguieron varios tipos de políticas, unas de contrainsurgencia,
golpes de
estado, intervención militar abierta y encubierta, y otras de
descolonización
formal y relativa que dio creciente importancia a la categoría de
la “dependencia”.
En todos los casos se emplearon políticas combinadas de cooptación
y represión,
y la vieja teoría de “La zanahoria y el garrote” amplió
considerablemente sus
experiencias.
Al mismo tiempo,
varias metrópolis
del mundo capitalista impulsaron el Estado Social o “Welfare
State”, que en
buena parte fue una formidable arma de guerra, al ofrecer a buena
parte de los
trabajadores obtener por la paz lo que otros querían por la
guerra. El
keynesianismo se volvió un gran paradigma, apoyado por notables
economistas y
por socialdemócratas y numerosos líderes progresistas del Tercer
Mundo.
La estructuración
del “estado
social” o “estado providencialista” se basó en políticas de
impuestos
crecientes al capital con las que éste por otra parte logró que
aumentara la
capacidad de compra de la población al tiempo, que ganaba el apoyo
de buen
número de trabajadores, pues éstos veían en la vida diaria cómo
aumentaban sus
salarios en servicios y derechos con la Salud Pública, la
Educación Pública, y la
Seguridad Social que los gobiernos les proporcionaban, y con la
creciente
fuerza de sus organizaciones sindicales y electorales.
En el “estado de
bienestar” o
“providencialista”, la política constituyó un gran apoyo a la
socialdemocracia como
forma de lucha pacífica que, entre presiones y negociaciones,
parecía asegurar en
lo inmediato y en el curso del tiempo importantes triunfos a los
ciudadanos y a
los trabajadores del “Mundo Libre”. Era, no sólo en palabras, sino
“en hechos”
un poderoso argumento en la Guerra Fría contra las dictaduras
“comunistas”.
Al mismo tiempo, en
la periferia
mundial, las grandes potencias combinaron sus políticas de
“desarrollo
económico social” con otras muchas “intervencionistas” y
golpistas, que aplicaron
alternativa o simultáneamente, mientras, al mismo tiempo
acumulaban experiencias
y conocimientos técnicos sobre estrategias, tácticas y modelos de
guerra contrainsurgente
que dominarían cada vez más en América Latina, África, el Medio
Oriente y Asía.
Las políticas más
sofisticadas de
contrainsurgencia no sólo acumularon conocimientos directamente
vinculados con
la combinación de las políticas sociales y las políticas de
guerra. También
permitieron a las grandes metrópolis de Occidente cobrar
conciencia de la
importancia que iba teniendo un hecho largamente conocido. En la
mayoría de los
movimientos rebeldes, buena parte de sus dirigentes, cuadros y
clientelas, tras
la toma del poder pasaban a integrar una “nueva burguesía” con
variadas
tendencias a la “colusión” y la “corrupción”. Así, las potencias
imperialistas
fueron actualizando una nueva política de la recolonización y la
restauración
en que se redujeran sus concesiones sociales y al desarrollo.
En los antiguos
países coloniales,
semi-coloniales o formalmente independientes surgió a su vez una
nueva
estructuración de burguesías y oligarquías locales cuyo peso fue
aumentando
conforme se integraban a la misma nuevos contingentes, miembros
que venían de
las propias filas rebeldes. Semejante tendencia se dio también en
los países
del socialismo de Estado, aunque en formas más veladas, y entre
denuncias de
los propios revolucionarios y de autores muy serios, cuyas
críticas era
difíciles de convalidar, dada la furiosa “Guerra Fría” que
libraban los propios
medios intelectuales de Occidente, y la identificación que de sus
críticos
hacían los partidarios del socialismo y el comunismo, acusándolos
de agentes y
plumíferos del imperialismo, ofensiva por demás exitosa. Más tarde
a muchos
tomaría de sorpresa la franca restauración del capitalismo en
Rusia, China y el
inmenso campo socialista, un fenómeno que ocurrió desde la segunda
mitad del
siglo XX y se hizo patente y público con Gorbachov en Rusia y con
la llamada Revolución
Cultural en China. En ambos casos –con las necesarias variantes--
las grandes
potencias aplicaron renovadas políticas de cooptación, colusión y
corrupción,
así como las de divisionismo y desestabilización, de
individualismo,
clientelismo o populismo. Pero la indudable responsabilidad recayó
en quienes
de la dictadura del proletariado en muchos casos hicieron una
nueva tiranía.
El proceso
revolucionario de los
movimientos nacionalistas, comunistas, socialistas llegó en un
momento dado, a
volverse presa fácil de las políticas golpistas --violentas y
pacificas- que
llevaron al neocolonialismo de la “dependencia”, y a impulsar y
lograr la restauración
del capitalismo en el “campo socialista”—con excepción de Cuba y
su heroica
capacidad de resistir un bloqueo y asedio que lleva más de medio
siglo—. Tras
un período de lógica progresista que impulsó durante varias
décadas las
políticas de “desarrollo” contra las del nacionalismo
revolucionario y el
socialismo, la nueva política de las fuerzas triunfantes, en
metrópolis y periferias,
fue la implantación de la globalización neoliberal, encabezada por
Estados
Unidos, y por los países de la OTAN, bajo la preeminencia de
Alemania y Francia,
con Inglaterra como mancuerna entre Norteamérica y Europa
Occidental.
El fin del “estado
social”
correspondió también al fin de la política “desarrollista”, y ésta
fue sucedida
por la política neoliberal, agudizada en los países dependientes
para la des-estructuración
y destrucción del precario estado social, que habían logrado, de
las empresas
extractivas, de las industriales, comerciales y de servicios, de
las
instituciones educativas, que habían alcanzado grandes progresos
no sólo en la
alfabetización de los pueblos sino en la educación a todos sus
niveles de
conocimiento, que en el terreno de la investigación científica y
humanística les
habían permitido ocupar posiciones de punta en numerosas áreas… Si
un
desarrollo semejante y en muchos casos superior se había dado en
los países
dominados por el socialismo de Estado, tras que éstos restauraron
el
capitalismo de estado, los principales continuaron impulsando
muchos de sus
antiguos logros, en particular los que son útiles a las
corporaciones del desarrollo
nacional de Rusia, China y los antiguos países del Este de Europa
que dejaron
de ser parte de la Unión Soviética. De otro lado en las áreas del
mundo
periférico y dependiente, codiciadas o ya controladas por las
grandes
corporaciones metropolitanas serían éstas las beneficiarias y
nuevas
propietarias de los recursos y empresas de su interés, mientras
impulsarían con
frecuentes golpes de estado y con la corrupción y represión
macropolítica ampliada,
de la cooptación, el crecimientos de las empresas multinacionales
y
transnacionales, unas y otras impulsoras de la sub-rogación con
pequeñas
empresas en que los trabajadores son explotados sin límite y que
darían al
traste con los variados avances sociales, económicos, culturales y
políticos
logrados en varios países durante el período anterior.
Fue así como se
inició el período
de la guerra y la paz en que vivimos, con algunas características
y tendencias
de carácter general. La primera de ellas es resultado del
comportamiento de las
nuevas burguesías surgidas de los propios movimientos
emancipadores. Siendo más
o menos contradictoria en relación a la globalización neoliberal,
en la mayor parte
de los casos atrajo a la mayoría de las viejas y nuevas
oligarquías, y a los
antiguos líderes “revolucionarios” y sus descendientes.
Así se dio un
inmenso viraje
entre el ideal buscado, y el fenómeno resultante de acumulación
original o por
despojo, de oportunismo y sumisión --en que incurrieron numerosos
dirigentes
antes dizque revolucionarios, y sus estirpes o sucesores. —Si en
muchos de
ellos ya se había dado un comportamiento cada vez más
contradictorio
–represivo, acumulativo—éste se acrecentó de un modo
impresionante. Si muchos
de sus gobiernos en los últimos tiempos mostraban un
comportamiento cada vez
más contradictorio en las políticas del estado social y nacional
con más o
menos éxito en el logro de niveles de desarrollo sustentable,
industrial, cultural,
económico y político (no por ello menos desigual) al mismo tiempo
su creciente
dependencia de préstamos impagables y otras irregularidades se
tornaban cada
vez más evidentes, con crecientes reacciones y protestas populares
y de las
clases y sectores medios que en muchos países serían acalladas por
las fuerzas
militares-.
Las variaciones que
se dieron en
el largo período de la post-guerra anterior al neoliberalismo
llevan también a destacar
el hecho de que en muchos de esos países se formaron amplios
sectores medios, “clases
medias” con niveles educativos y culturales de que sus antepasados
carecían. Esos
cambios siendo estructurales se volvían cada vez más incosteables,
e inaceptables
para el empresariado nacional y extranjero, pues al mismo tiempo
se hallaban en
creciente crisis moral y política muchos de los líderes populistas
de sindicatos,
uniones campesinas y partidos, --en México llamados “charros” que
eran parte de
un estilo de gobernar decadente, y cada vez más contradictorio.
Un proceso semejante
al de los
países en desarrollo del “Sur del Mundo” o del “Tercer Mundo”, se
dio en los a
países del “Socialismo de Estado” dirigidos por los partidos
comunistas. Los
procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios, heroicos unos y
autodestructivos
otros, se dieron en Rusia, China, y el campo socialista, en sus
países o
regiones metropolitanos y periféricos. Los obstáculos y tropiezos.
unas veces
surgieron por haber alcanzado altos niveles de desarrollo y sentir
el freno que
a sus capacitaciones daba el socialismo de estado encabezado por
rusos y
chinos, y otras por haberse iniciado desde arriba y por los
propios patronos
del estado llamado socialista, un proceso contrarrevolucionario
que los llevó a
la restauración abierta del capitalismo y que a fin de cuentas
acabó con la
URSS y con la República Popular China-
En los hechos, la
restauración
del capitalismo correspondió a la mayor “acumulación original” o
por
desposesión y despojo en a historia de la Humanidad, y abrió una
nueva etapa en
la lucha por la paz y en las características de una guerra que a
nivel mundial hoy
ya no se da entre estados capitalistas y estados socialistas, o
estados que con
la liberación tengan como proyecto implantar un verdadero
socialismo.
La tragedia no sólo
abarcó a las grandes
potencias del Este que emprendieron el camino al socialismo sino
también a los
países y pueblos del Sur y de la inmensa y creciente periferia. El
triunfo del
capitalismo corporativo en el mundo entero, desde Rusia hasta
China y desde
Vietnam hasta Yugoeslavia, con la rara y significativa excepción
de Cuba,
cambia radicalmente tanto el sentido de la guerra como el de la
lucha por la
paz.
De hecho, ya desde
antes de la
caída abierta, los servicios de inteligencia de Estados Unidos
habían logrado
entre otros acuerdos, uno con China que está relacionado con las
nuevas
características de la “Larga Guerra” a que se refiere hoy la
política del Pentágono.
Los encuentros de Kissinger con Mao Tse Tung hacia finales de los
sesenta son
sin duda origen de las luchas que se dieron entre los comunistas
prosoviéticos
y los maoístas. En esas luchas se insertaron los provocadores con
acciones a
menudo sangrientas, y que entre otros triunfos de sus ofensivas
desestabilizadoras
que lograron la caída de Salvador Allende, y el ascenso de
Pinochet, lo que
significó, por un lado, la última derrota que el mundo ha vivido
del camino
pacífico al socialismo y por otro, el
inicio a nivel mundial de la nueva guerra contra el Estado
Social (el welfare
state), contra el nacionalismo revolucionario y sus legados, e
incluso contra
el desarrollismo, antes auspiciado por las grandes potencias
occidentales.
El gobierno del
golpista Pinochet
fue de hecho el primer ensayo sangriento del neoliberalismo
globalizador, de la
desnacionalización y la privatización de bienes y servicios
públicos, de propiedades
y recursos nacionales, sociales y comunales, financieros,
económicos, culturales
y educativos de los países periféricos. Pocos años después,
Margaret Tatcher, más
tarde baronesa de Kestevok, en su dignidad de Primer Ministro del
gobierno
inglés –y haciendo prueba de su elogiada “mano de hierro”—dio
inicio al
neoliberalismo en los países metropolitanos. El neoliberalismo
globalizador era
otra guerra o un conjunto de medidas político económicas que
partían de la
guerra y desataban la guerra.
Todos los hechos
confirman que en
esos tiempos empezó la nueva guerra-paz en que vivimos, distinta a
la que se
dio durante la “Guerra Fría”, y en la que obviamente triunfaron
los países
capitalistas. Si en esta nueva guerra destacan los ataques
financieros junto y
por encima de los militares, se trata de una guerra integral que
ha pasado a la
ofensiva y que no sólo dispone del notable desarrollo de los
sistemas complejos
autorregulados, orientados a fines, adaptables y creadores,
inteligentes, de
primera y segunda generación, con ésta que corresponde a la
conciencia de los
errores cometidos por el sistema y que el sistema debe corregir
para lograr sus
objetivos. No sólo dispone de ellos sino de una economía política de guerra –empíricamente
comprobable--– que en la toma de decisiones aplica, con todo
el rigor y la
fuerza de que disponen los “complejos
empresariales-militares—políticos y mediáticos”
a los que el propio Eisenhower, en su último discurso como
Presidente,
consideró como una amenaza para la democracia, y eso, con las
limitaciones con
qué él entendía la democracia.
Ver artículo
completo en: http://www.alainet.org/es/articulo/182982
- Pablo
González Casanova
es Ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM).
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