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La comunicación
en las elecciones ecuatorianas
Adalid
Contreras Baspineiro
ALAI AMLATINA, 16/02/2017.-
El
proceso electoral ecuatoriano ocurre en un momento particular:
el mundo está
cambiando, desordenándose, poniendo en entredicho su diseño
multipolar, porque empieza
a esbozarse otro, bipolar, bicéfalo y esquizofrénico, con la
innegable
presencia referencial de Pekín en paralelo a Washington; el
libre comercio,
mágica fórmula de la hiperglobalización, se pone a prueba con
las políticas
ultraproteccionistas del modelo Trump y con los esquemas aggiornados de la exclusividad neoliberal
regresiva en algunos países
latinoamericanos; los efectos del cambio climático son
devastadores y la
voracidad del capitalismo no quiere hacerse responsable de sus
causas y menos
de sus soluciones; la inseguridad y la violencia rondan las
cotidianidades, y
los Estados Unidos condicionan su apoyo a la OTAN a cambio de
una mayor
inversión de los países en gastos militares bajo el
justificativo de la
“defensa común”, en un mundo que se lo está haciendo peligroso;
y las
construcciones de murallas son en realidad tendidos xenofóbicos
que pretenden
coartar la circulación humana y encerrar las economías, las
culturas, las
sociedades y las políticas en sí mismas. ¿Dónde queda el mundo
multipolar
abierto a todas las relaciones posibles en el planeta?
En este contexto de inestabilidad
prolongada, profunda y sistemática, se quiere generar en América
Latina una
naturalidad caracterizada por la reprimarización de las
economías, la erosión
de los liderazgos nacionales y regionales especialmente de los
gobiernos
progresistas, la dinamización de procesos destituyentes de
nuestras
democracias, la hostilidad xenofóbica explícita hacia nuestros
ciudadanos, así
como la clasificación de nuestros países como preferenciales o
descartables y
el debilitamiento de nuestros esquemas integracionistas.
Las expresiones de este diseño son
inocultables como propósitos para el Ecuador, país que, junto
con otros de la
región, no se dejó absorber por ese arrasador y desigualador
sistema-mundo de
la globalización excluyente. El mundo bipolar insiste en
desordenar el modelo ecuatoriano
que goza de fuerte arraigo popular. No es fácil para ellos ni
sus
representaciones locales. Por eso la fórmula dominante del
proceso electoral ha
sido la guerra sucia, direccionada claramente a afectar cuatro
espacios: la
desacreditación de la imagen del gobierno del presidente Rafael
Correa; la
desvalorización de la revolución ciudadana como modelo de
desarrollo; el
cuestionamiento de su sistema constitucionalista garantista de
los derechos
ciudadanos y de la naturaleza, así como otras leyes, entre ellas
la de
comunicación; y la desvirtuación de los posicionamientos del
binomio
presidencial del Movimiento Alianza País liderado por Lenin
Moreno y Jorge Glas,
que en todas las encuestas, durante todo el proceso, aparece
como la primera
opción.
En este marco, la comunicación cumple
roles muy activos que se mueven en los vaivenes de una contienda
política
embadurnada de la sofisticación de las estrategias electorales y
la apropiación
mediática de las diversas tecnologías, al punto que podemos
afirmar que en este
proceso se ha transitado de la tradicional estrategia centrada
en la
videopolítica, a una combinación predominante entre el retorno
de la política a
las calles y la inserción más sistemática en el mundo virtual.
Vamos a realizar
una aproximación a las principales características de estas
formas
comunicacionales de construcción de sentidos de sociedad, de
política, de
cultura y de espiritualidades, en estrecha correspondencia con
las prácticas políticas
de un proceso electoral en el que se confrontan proyectos y
estrategias
discursivas pugnando por el poder.
Cuando
la telepolítica se pone en entredicho
Siguiendo la tradición de las anteriores
campañas que crearon un estilo y una costumbre electoral, la
población se había
preparado –o más bien resignado- para recibir las avalanchas
publicitarias de
las imágenes y promesas presidencialistas traducidas en spots de
televisión,
cuñas radiales, artes de prensa, posters, vallas publicitarias y
stickers
pegados sin consulta en las ventanas de los carros por
militantes bien
uniformados con sus camisetas color de su partido y sus gorras
con los nombres
y fotos de sus candidatos, bien peinaditos ellos, lado a lado,
en binomios
estilo mormón.
La población se había preparado -o más
bien resignado- para exponerse a la tradición marketizada de la
tele o
videopolítica, que llegó junto con la globalización aligerando
los discursos
comunicacionales, banalizando la vida, trasladando los
acontecimientos
políticos de las calles a los sets de televisión y cabinas de
radio, con
programaciones electoralistas de la extensión de un océano y la
profundidad de
un dedo, además de convertir el acto electoral en espectáculo
regido por los
parámetros y lenguajes de “don rating”, el rey de las
programaciones
mediáticas, que todo lo que toca lo convierte en mercancía.
La población se había preparado –o más
bien resignado- para aquellos espacios mediáticos donde no
mandaban los
candidatos sino los periodistas estrella y sus consabidos
programas donde el
lenguaje político de los oradores en las plazas y los balcones
tuvieron que
someterse a la dictadura del “tiempo televisivo fatal”,
controlado por bocinas,
chicharras, timbres o silbatos que señalan inclementes el tiempo
cumplido. Los
políticos tuvieron que amoldarse a los talk
show bailando, cantando o, como aconsejaban sus asesores
de imagen,
generando empatías con los electorados en base a la
sobrevaloración de las
formas y las estéticas, porque -según argumentaban- ya las
ciudadanías de la
sociedad de la información no gustaban del discurso, sino de las
confianzas subliminales
proyectadas por esas fábricas de “telepresidentes” y
“teleparlamentarios”.
La videopolítica es un tinglado bien
estructurado de investigación y planeación de un estilo de
comunicación
combinado entre difusión y retroalimentación, basado en el
marketing electoral
encargado del posicionamiento de las imágenes de los candidatos
y eventualmente
en el marketing político, responsable de la armonización entre
las expectativas
del electorado y las promesas presidenciales. Por alguna razón
que algún día se
tendrá que saber explicar, la generalidad de las estrategias
parten del
principio que al electorado no le interesan los programas, ni
las ideologías,
ni los debates, sino tan solo mensajes que les den seguridad y
esperanzas en
sus grandes temores como el desempleo, o el encarecimiento del
costo de vida, o
el pago excesivo de impuestos. Y por eso, como ocurre en el
proceso electoral
ecuatoriano, las campañas se limitan a promover la imagen
salvadora de los
candidatos y a exponer promesas celestiales con visos de
eslóganes reiterados
en palabra y simbología hasta el cansancio, “para que calen en
las mentes de
los electores”.
Con la telepolítica, los sets de los
medios ya no eran sólo cabinas de grabación y de difusión, sino
los espacios
mismos de realización de la acción política, donde se hacían y
decidían los
alcances de las tácticas y estrategias electorales. Y, alrededor
de ellos,
revoloteando como aves de rapiña, la agresividad incontrolable
de los spots
reiterados hasta la saciedad, decidían los sentidos políticos en
una guerra
desenfrenada que ilusionaba a los candidatos, encandilaba a los
militantes y
llenaba las arcas de los medios y de los publicistas. En
complemento, los y las
periodistas estrella refulgían más que los candidatos,
fabricando realidades y
decidiendo tendencias electorales apoyados en los datos de las
percepciones
ciudadanas estratégicamente manejadas, a pedido del cliente, por
las empresas
encuestadoras.
En el actual proceso electoral, ya los
spots no sobresaturan los espacios mediáticos y los medios se
han tenido que
reubicar en tres sentidos: Uno que pretende extender el set como
espacio de
realización de la política, para lo cual los medios han
multiplicado programas
de entrevistas de vida efímera, que duran mientras transcurre el
período de las
elecciones. Son programas que no lograron generar debate, salvo
esporádicos
casos en los que la disputa no aparecía como parte normal de la
contienda
política, sino como situaciones que se les escaparon de las
manos a periodistas
más preocupados/as por el control de los tiempos antes que por
la explicación y
análisis de las propuestas. Otro sentido está relacionado con un
retorno de los
medios a la información, con las características de la
construcción discursiva
en procesos políticos, en los que cada periodista y medio
construye sus
verdades seleccionando o enfatizando los temas en palabras e
imágenes. Como
fuere, en la medida que la política volvió a hacerse en las
calles, los medios
tuvieron que salir de los sets para buscar la noticia. Y el
tercer sentido, que
en realidad es un arrastre de la videopolítica, los y las
periodistas no se
resistieron a direccionar las respuestas a sus preguntas
atentamente
preseleccionadas; tampoco dejaron de opinar con intervenciones a
veces más
largas y aguerridas que las de los entrevistados; y no dejaron
de incitar a
tomar acciones.
A modo de cierre de esta parte del
análisis, digamos que las encuestas ya no están pesando tanto
como en
anteriores elecciones, puesto que las verdades tendenciales ya
no dependen sólo
de ellas sino también de las manifestaciones en las calles y de
la información
que navega en el ciberespacio. Finalmente, no podemos dejar de
mencionar que la
identificación política de los periodistas, los cotiza como
personalidades con
popularidad, lo que ha dejado como herencia en estas elecciones
a una legión de
más de una docena de periodistas candidatos/as para
asambleístas.
Entre
la rua y la ciberpolítica
La población se había preparado –o más
bien resignado- para el circo electoral mediático, pero la
historia de las
estrategias electorales, sin anuncio previo, decidió cambiar los
estilos (más
no así tanto los paradigmas), con un retorno de la política a
las calles
(ruapolítica), tomada del brazo de la inserción más sistemática
de la política
en los medios virtuales (ciberpolítica)
Y entonces los candidatos están caminando
las calles y visitando los mercados, gastando sus manos de tanto
saludo
pater/mater-nalista, sus rostros de tanta sonrisa y sus
gargantas de tanto
discurso que, sin embargo no retornó plenamente al lenguaje de
la relación presencial,
porque no se bajó del manejo emocional de las palabras, ni pasó
nunca de las
promesas celestiales a las realizaciones efectivas de programas
políticos que
no se conocen, porque no se los expusieron.
En estas condiciones, se trata de un
retorno simbólico y parcial de la política a las calles, porque
las
construcciones discursivas no se recrean en las cotidianeidades
de la gente,
sino que las utilizan como su argumento participativo, al estilo
feed back o
retroalimentación, que no
influye en las propuestas prefabricadas. Por tanto no se trata
de un cambio de paradigma
del espectáculo al diálogo, sino de un reacomodo del estilo del
espectáculo
televisivo al espectáculo de la calle. Se argumenta y se debate
poco. Prima el
sentido persuasivo del paradigma difusionista de la
comunicación, que busca
modelar conductas y decisiones.
Pero así y todo, con estas limitaciones
el retorno de la política a las calles es una experiencia
renovadora de la
política, de los/las políticos y de la ciudadanía. En estas
situaciones, la
comunicación construye sus discursos en mediaciones de la
palabra que discurre
adaptándose a las formas de hablar, relacionarse, intercambiar y
ser de la
gente en sus contextos particulares. Es distinta la experiencia
de sentarse
frente al televisor para ver/escuchar a los candidatos, que
tenerlos al lado,
estrecharles la mano, medir sus gestos, calibrar su mirada,
apreciar sus
mensajes y, en ocasiones, hasta ser escuchado. Aun con
limitaciones, la
política gana en su “engentamiento” (llenarse de gente)
En una relación todavía diseñada con
caminos paralelos y algunos puntos de contacto, la ruapolítica
se encuentra con
la ocupación más sistemática del ciberespacio con estilos de
ciberpolítica que calzan
bien en el sentido transicional de la política en las elecciones
ecuatorianas,
asentándose más en la catalización de la capacidad
multiplicadora y de
convocatoria de las redes sociales que en estrategias como la
pionera de Obama
en el 2008, que inauguró un estilo de política virtual,
definiendo el sitio web
como eje de la estrategia y fuente de información inagotable con
datos
infinitos divulgados en tiempo real para su consumo y
reproducción por otros
medios, virtuales y masivos.
La ciberpolítica en las elecciones
ecuatorianas se caracteriza más que por estrategias por un
aprovechamiento
pragmático de las bondades de las conexiones virtuales,
aprovechando su
capacidad de construcción discursiva más emocional que racional
y más
enunciativa que argumentativa, típica de las redes sociales; así
como
dinamizando su capacidad de (auto)convocatoria y de sui géneris
formas de
participación ciudadana.
Como se sabe, las redes sociales promueven
la apropiación productora de discursos por quienes, ubicados en
cualquier punto
del espacio, se convierten en factores de opinión y de
generación de discurso,
y ya no tan solo en electores a ser convencidos, validos de un
soporte
tecnológico, llámese computador, o tablet, o celular, mediante
el cual con un click
se conectan al mundo virtual en
hipervínculos de redes que operan como factores de movilización,
siguiendo,
retocando, complementando o generando los millardos de notas o
memes que se viralizan
y se hacen tendencia, fabricando así sus realidades, sin
importar si éstas son
o no reales, o si son o no medias verdades. Lo que interesa es
que ciudadanos
identificados o anónimos convierten los mensajes en estatuto de
sentidos
políticos.
Aun sin un manejo suficientemente
sistemático ni estratégicamente proyectados, las páginas web y
los portales se
han convertido en fuente inagotable de datos infinitos para
otros medios, al
punto que la mayor parte de los análisis que trascienden la
información y el
relato de los procesos se encuentran en activos blogs que
sostienen puntos de
vista de las diferentes tendencias.
A diferencia de estos mecanismos, la
internet y las redes sociales operan como espacios de
intercambio y circulación
de mensajes legitimando un lenguaje poco alineado a la acción
política o a la
acción comunicativa que se caracterizan por su capacidad
argumentativa. Este
estilo, más emocional que racional, calza bien en un escenario
electoral en el
que no se debaten programas sino sólo se recitan promesas, o en
el que en lugar
de planes de realización se subliman las cualidades de
supermanes o superwomen
de las historias de vida de los/la candidatos/a.
Batallas
por la significación en tiempos de guerra sucia
Lo poco que se ha podido apreciar de los
programas electorales encubiertos por las campañas centradas en
los
posicionamientos de las imágenes presidenciales y de las
promesas electorales,
muestra que la generalidad de las propuestas gira en torno a la
política
estatal vigente con la presidencia de Rafael Correa, que opera
como un espejo
en el que inevitablemente se miran los diferentes candidatos, ya
sea para profundizarlo,
descalificarlo o trozarlo.
Los caminos implícitos dicen que o se profundiza
los rumbos de la revolución ciudadana con el binomio
Moreno-Glas; o se le
entornillan reformas y reubican procedimientos si triunfara el
Acuerdo por el
Cambio liderado por Paco Moncayo; o se retorna al viejo país, el
de los modelos
neoliberales de ajuste estructural con las candidaturas de
Lasso-Páez de la
coalición Creo-Suma o la de Viteri-Pozo del Partido Social
Cristiano. Las otras
candidaturas no están opcionadas como posibilidades para la
presidencia, por lo
que juegan sus cartas a lograr curules en la Asamblea inspirados
en la
experiencia del impeachment
brasilero
y la cotidianeidad venezolana de un parlamento-tranca, aspirando
a desarrollar
acciones más allá de su función legislativa, operando como un
“para-estado”.
Así están las tendencias, que no acaban
de definir un proyecto, otro, de país. Prácticamente no se
debate sobre esto,
porque los posicionamientos discursivos, ganados por la guerra
sucia, están
entrampados en el ataque desacreditador – aclaración – defensa –
contraataque
sobre casos de corrupción intencional y cuidadosamente
escarbados para ser
presentados en los momentos, escenarios, espectáculos y voceros
trabajados con
el propósito de provocar conmociones en un electorado altamente
indeciso.
Predomina el discurso de oposición y
está ausente o en extremo debilitado el de proposición. La
fórmula mágica a la
que apelan las oposiciones (en plural, porque están
fragmentadas), es el
eslogan de “cambio”, como anuncio de superación del modelo de la
revolución
ciudadana construido en diez años de gobierno del presidente
Correa. Los
caminos que exponen las oposiciones para el mentado “cambio”,
son
inocultablemente tácticas que guardan consonancia con las
recetas del “golpe blando”
en sus fases de ablandamiento o afectación de las seguridades de
la población y
de desacreditación del gobierno con fines destituyentes.
Desde las oposiciones la campaña de
desprestigio es intensa, densa, dispersa y sobreestimada, al
punto que más allá
de la vocación del marketing político por confirmar militancias
y atraer
indecisos, pretende capturar adherentes del polo contrincante.
Para este
propósito las redes sociales y la ciberpolítica son inundadas de
mensajes sin
emisores identificados, para que el anonimato sea el legitimador
de denuncias
que se lanzan y revuelcan en ecos que despeñan bolas de nieve
hasta
convertirlas en aludes.
Pero a pesar de la intensidad de la
guerra sucia, las encuestas le han otorgado desde un inicio el
primer lugar a
Alianza País liderado por Lenin Moreno, aunque no pareciera que
pudiera ganar
en primera vuelta. De aquí se desprende, además, una aguerrida
búsqueda de la segunda
plaza para entrar en la posible segunda vuelta entre los
conservadores
Guillermo Laso y Cynthia Viteri, además del general Paco Moncayo
que aglutina sectores
de la izquierda y movimientos sociales antisistémicos.
En este ambiente, a diferencia de la
experiencia de otros países en los que los candidatos
oficialistas operaron con
exceso de confianza en sus posibilidades de triunfo, la fórmula
del partido de
gobierno ecuatoriano es proactiva, y no sólo que opera
defendiendo sus
fortalezas, sino que (contra)ataca debilitando las percepciones
sobre las
huestes contrincantes y sembrando dudas sobre su legitimidad, en
el sentido que
“el que esté libre de culpas…”.
No se puede descartar la posibilidad de
una segunda vuelta electoral que, sin duda, tendrá otras
características y
exigencias discursivas. Ya no bastará la descalificación porque
el voto no se
decidirá por oposición sino por la elección de un proyecto. Ya
no será
suficiente argumento basar la descalificación de la revolución
ciudadana
exponiendo en grados extremos las dificultades de la política
venezolana.
Las oposiciones tendrán que quitarse el
velo y exponer sus programas que, más allá de las promesas
celestiales, en su
intencionalidad de “recomponer el país”, tendrán que mostrarse
en la realidad
de sus proyectos de reforma estructural con la misma filosofía,
intensidad y alcance
de lo que se está desarrollando en la Argentina, o en el Brasil,
donde el
desmontaje de los gobiernos progresistas se hace a cambio de
políticas de
ajuste, rentabilidad privada, descapitalización, endeudamiento
externo, alza de
costos en los servicios básicos, rentismo importador,
eliminación de las
conquistas en políticas sociales y ambientales, desempleo,
cuestionamiento del
derecho a la comunicación y desmontaje del constitucionalismo
garantista de
derechos.
La coyuntura electoral y sus
proyecciones, son también una oportunidad para el
reencaminamiento y
profundización de la revolución ciudadana en responsabilidad del
binomio
oficialista. En su campaña han enunciado una serie de medidas
con este destino,
una de las cuales debe ser el reencantamiento de la ciudadanía
con la sociedad
del sumak kausay o
del buen convivir
en plenitud y armonía.
-
Adalid Contreras Baspineiro es sociólogo y
comunicólogo boliviano. Ha sido Secretario General de la
Comunidad Andina - CAN
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