Gestión oficial y eclesiástica en la CIDH por militares condenados
El
gobierno pretende que la CIDH reciba a familiares y amigos de militares
juzgados por crímenes de lesa humanidad y a la Iglesia Católica, que
propugna la llamada reconciliación. El gestor es hijo de un juez de la
dictadura y nieto de un marino golpista en 1951 y comando civil en 1955.
También intenta aislar en Mar del Plata las sesiones de la Comisión,
para dificultar el acceso de organismos y denunciantes. La CIDH se
resiste. La foto de Milagro Sala rota por una colaboradora de Avruj.
Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural, Claudio Avruj.
(Imagen: Télam)
(Imagen: Télam)
El
lunes de la semana pasada, luego de las audiencias en la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos sobre la represión de la protesta
social en Jujuy y la modificación regresiva por decreto de la política
migratoria argentina, la delegación oficial encabezada por el Secretario
de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural, Claudio Avruj, interesó al
presidente de la CIDH, Francisco Eguiguren, en la situación de los
militares detenidos por crímenes de lesa humanidad, en una gestión
impulsada una vez más por la infatigable Iglesia Católica Apostólica
Romana, hoy presidida por un argentino. También asistieron a la reunión,
de la que ni el gobierno ni la CIDH informaron, el subsecretario de
Avruj, Brian Schapira; el director de Contencioso Internacional de la
Cancillería, Javier Salgado, y el secretario ejecutivo de la CIDH, Paulo
Abrao. Pero el gestor de la presentación a favor de los represores, que
impulsa la Iglesia Católica, es Siro Luis de Martini, asesor jurídico
del ministro de Justicia y Derechos Humanos, Germán Garavano. De Martini
es hijo de un marino golpista en 1951 y comando civil el 1955 e hijo de
un juez de la dictadura, todos del mismo nombre (Ver Nota
“Generaciones”). Como operador eclesiástico, el año pasado contrarió la
estrategia de la delegación oficial ante el Consejo de Derechos Humanos
de Naciones Unidas, que presentó como un avance el fallo FAL de la Corte
Suprema de Justicia sobre aborto no punible y relativizó su alcance.
En
el juicio por los crímenes? cometidos en el campo clandestino
Automotores Orletti los defensores de los procesados revelaron que
habían presentado una petición colectiva ante la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, que se sumaría a otras veinte peticiones
individuales tramitadas por el general Héctor Cabanillas, el teniente
coronel Juan Daniel Amelong, los comisarios Carlos Gallone y Carlos
Yanicelli, el marino Carlos Guillermo Suárez Mason y el agente civil de
inteligencia Ricardo Alberto Lardone, entre otros. Las demandas varían
de caso en caso, e incluyen violación del debido proceso, a la garantía
de juez natural o de doble instancia, al derecho de defensa, derecho al
recurso, al principio de irretroactividad de la ley penal (por
imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad), a la valoración
de la pena, las condiciones de detención o el plazo razonable de la
prisión preventiva. En el caso de las peticiones individuales la CIDH
dio traslado al Estado Nacional, pero en la colectiva que incluía 120
casos la rechazó in limine, motivo de la preocupación oficial y
eclesiástica. El diario Clarín, es el notificador oficial de la justicia
argentina. En una simpática columna en la que Julio Blank me ascendió a
“comandante estratégico de la operación kirchnerista en la Justicia y,
como tal, superior jerárquico de Gils Carbó” (sic), anunció que la Corte
Suprema se propone conceder el arresto domiciliario tanto a Milagro
Sala cuanto a “los ancianos militares detenidos por violación a los
derechos humanos en la dictadura”. La idea de una “Memoria Completa” fue
echada a rodar en 2000 por el arzobispo porteño Jorge Bergoglio,
durante una reunión con el jefe del Ejército de la primera Alianza,
Ricardo Brinzoni, mientras avanzaban en todo el país los juicios por la
verdad, el juez español Baltasar Garzón pedía la extradición de un
centenar de militares y marinos y el CELS solicitaba la nulidad de las
leyes de punto final y obediencia debida. Esa versión retrospectiva de
la teoría de los dos demonios ideada por Bergoglio fue revelada por el
propio Brinzoni en una entrevista que le realizó en este diario Nora
Veiras. Su idea era organizar una “mesa de consenso” donde se analizaran
las responsabilidades de distintos sectores en la tragedia argentina,
como método superior a la justicia. Cuando el gobierno de Fernando de la
Rúa flameaba ante el vendaval de la historia, Bergoglio promovió desde
el discreto segundo plano que prefería antes de llegar al poder mundial
de su organización, una mesa de diálogo político. Con el apoyo de
Alfonsín y del senador bonaerense Eduardo Duhalde, que buscaba entrar
por la ventana al despacho presidencial que le habían negado las urnas,
ese Diálogo socavó la poca autoridad que le quedaba al suegro de
Shakira. Los obispos intentaron colar la denominada “reconciliación” en
esa mesa de consenso que debía “recuperar los valores morales”,
alarmados por la inminente reapertura de todos los juicios. Durante su
interinato a cargo del Poder Ejecutivo, Duhalde llegó a indultar al ex
coronel Mohamed Seineldín y al ex guerrillero Enrique Gorriarán Merlo y
no dictó una medida general sólo porque el presidente electo Néstor
Kirchner le pidió que le dejara tal decisión a él. Pero Kirchner ya
tenía la decisión de basar su gobierno en una política de Memoria,
Verdad y Justicia y dar a esos juicios el respaldo que le habían
retaceado todos los presidentes de la democracia desde el alzamiento
carapintada de 1987. En ocasión del Tedeum del Bicentenario, el 25 de
mayo de 2010, cuando Bergoglio comandaba el episcopado, uno de sus
miembros, el obispo de Mercedes-Luján, Agustín Radrizzani, entregó al
Poder Ejecutivo una solicitud de amnistía firmada por Jorge Videla y
otro centenar de detenidos por crímenes de lesa humanidad. La entonces
presidente CFK ordenó devolverla sin respuesta. En 2012, perdidas todas
las esperanzas por la reelección, Videla reconoció los crímenes en
varias entrevistas, se vanaglorió del apoyo y la cooperación de la
Nunciatura Apostólica y del episcopado argentino y dijo que había
llegado a ser amigo de Primatesta. El Episcopado emitió entonces una
“Carta al Pueblo de Dios”, en la que negó que “nuestros hermanos mayores
que nos precedieron” hayan tenido “alguna complicidad con hechos
delictivos” y repudió “el terrorismo de Estado” y “la violencia
guerrillera”.
Al
llegar al papado, Bergoglio emprendió una rápida reconstrucción de su
virginidad política, recibió a varios dirigentes de organismos de
Derechos Humanos y ordenó la apertura de algunos archivos sobre el
período 1976/83, en un nuevo intento por exhibir bajo mejor luz su
conducta durante la dictadura. La omisión y mutilación de textos es la
técnica que Primatesta y Juan Aramburu usaron en las publicaciones de
1982 y Bergoglio luego. El actual presidente de la Iglesia Católica
argentina, José María Arancedo, vaticinó que con la apertura parcial de
archivos aparecerían más luces que sombras en la conducta episcopal, y
el vicepresidente Mario Poli reveló que el objetivo es “la
reconciliación”. Arancedo agregó que la apertura fue iniciada por el
propio Jorge Bergoglio cuando decidió publicar el libro “Iglesia y
Democracia”. En esa obra, de 2006, se afirma: “No debemos tener miedo a
la verdad de los documentos”, una expresión gemela a la de Poli: “No le
tenemos miedo a los archivos, que contienen la verdad de la historia”.
El antecedente no es alentador, porque aquel libro, que según Bergoglio
se proponía “primerear” a los organismos defensores de los Derechos
Humanos al cumplirse tres décadas del golpe de 1976, ignoró textos
fundamentales, mutiló otros en los que los obispos comunicaban su
adhesión a la dictadura y encomiaban la “imagen buena de las supremas
autoridades”; organizó todo el material en orden cronológico sin indicar
qué piezas fueron públicas y cuáles secretas y sólo resumió en pocas
líneas los encuentros de camaradería entre eclesiásticos y militares.
Poli agregó que “no está ausente el mea culpa y el pedido de perdón por
lo que no se hizo”, lo cual reitera que los prelados mantienen una
extraordinaria autoindulgencia. En 2014 Arancedo grabó el spot “La fe
mueve hacia la verdad”, en el que se limitó a pedir que informen lo que
sepan quienes tienen datos sobre entierros clandestinos o robo de bebés,
como si la Iglesia Católica fuera un tercero neutral que observa los
hechos y exhorta a los responsables. Ya hace cinco siglos, en el
Concilio de Trento, fijó las condiciones de la reconciliación la
penitencia o el perdón, que es uno de sus sacramentos: el reconocimiento
de los yerros, su detestación y la búsqueda de posibles caminos de
reparación. Lo que le sigue costando es llevarlas a la práctica cuando
se trata de yerros, o crímenes, de alguno de sus jerarcas, porque no
parecen arrepentidos. Eso es muy humano. En los hechos, a nada le temen
más que a la verdad. De ahí la constante hipocresía de sus
manifestaciones, un tributo que el vicio rinde a la virtud, según la
definición del Marqués de Sade, y que ahora se escenificará ante la
CIDH, por pedido del secretario Avruj, fruto del ecumenismo concebido
por el papa Bergoglio como instrumento de poder desde que se agotó el
espacio para el triunfalismo tradicional.
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