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Venezuela y el eterno retorno conservador: la
violencia
Camila Vollenweider y Lorena Freitez
ALAI
AMLATINA, 26/04/2017.-
Luego de tanto luchar
experimentando nuevas rutas tácticas que le permitieran
construir una base de
apoyo popular para ganar en los pasados comicios
parlamentarios de diciembre de
2015, la oposición venezolana parece haber visto truncadas sus
posibilidades
democráticas y constitucionales de llegar al poder ejecutivo y
regresa a la
violencia como mecanismo inercial de su acción política.
Imbuida en
profundas
divisiones internas y pugnas por el control del hemiciclo, la
oposición cayó en
la trampa del conflicto de poderes con el chavismo.
Obsesionada por la liberación
de los “presos políticos”, despilfarró el instrumento político
más importante
con el que contaba para continuar creciendo bajo la oferta de
“El Cambio”. Seis
meses bastaron para dilapidar el capital político que tenía en
diciembre de 2015
y convertirse en un archipiélago de fracciones con intereses
particulares,
absolutamente inútil para un sector de la población -que
realmente esperaba
sirviera como herramienta efectiva para solucionar los
problemas económicos que
más aquejan al país-. Hoy, la debilidad de las facciones
“electoralistas” y la
impronta divisionista que define a la MUD (Mesa de la Unidad
Democráticas)
frustran todo esfuerzo por el diálogo político nacional,
dejando el terreno
libre para que se impongan los sectores más extremistas de la
oposición
venezolana hegemonizados por el partido Voluntad Popular. Los
mismos creadores
de “La Salida” en 2014 han desplazado a los creadores de “El
Cambio” en 2015,
marcando la agenda de este momento.
Luego de la
gran
movilización que lograra la MUD a comienzos de septiembre de
2016, se dio un
quiebre importante en la expectativas de la base social
opositora respecto a
sus líderes, dada la errónea oferta que hicieran a sus
seguidores luego del
triunfo electoral parlamentario. Vendieron una fantasía: luego
de una gran marcha
en el este de la ciudad de Caracas o de un pronunciamiento en
la Asamblea
Nacional, automáticamente Nicolás Maduro saldría del poder.
Con una frustración
generalizada en su base de apoyo, este quiebre habría sumido a
la oposición a
niveles bajísimos de movilización de calle, abrupta pérdida de
la popularidad
de sus líderes y, lo peor: el incremento de la popularidad de
Nicolás Maduro
que llegó al 30% en enero 2017 luego de un difícil 2016. Este
nivel de asfixia
política les exigió hacerse de una estrategia de polarización
de corto plazo.
En un claro reconocimiento de sus incapacidades para armar
rutas políticas de
sello nacional, retomaron nuevamente el camino más fácil:
buscar apoyo en el
padre imperial (Estados Unidos) y calentar las calles
combinando movilizaciones
de la vanguardia política y grupos de choque que permitieran
construir retratos
de victimización de la oposición y abuso de poder (represión)
por parte del
Gobierno. El objetivo: encender la indignación y el ánimo de
una base social de
apoyo que ya no daba nada por ellos.
Recambio táctico: cualificando los sentidos de la
violencia
Los signos
del recambio
táctico de la derecha se comenzaron a observar desde el 15 de febrero
–pocos días después
de que el gobierno estadounidense sancionara al vicepresidente
venezolano por
sus presuntos vínculos con el narcotráfico- cuando Trump
recibió a Lilian
Tintori. El presidente norteamericano expresó entonces su
preocupación por
Leopoldo López, a quien llamó “prisionero político”. Durante
la semana anterior,
otros opositores viajaron a EEUU: Freddy Guevara, Armando
Armas y José Gregorio
Correa[1].
Aquí se comenzaba a perfilar que la nueva ofensiva
conservadora contaría con un
expedito “apoyo” norteamericano y la pasarían a liderar los
radicales: Voluntad
Popular.
1.
La
explícita presión internacional
Esta vez, Estados Unidos se comprometió
seriamente con
esta tarea: desde el 19 de febrero al 20 de marzo, Estados
Unidos hizo 11
pronunciamientos públicos y emitió 4 documentos (comunicados,
informe sobre
DDHH y resoluciones) sobre la “preocupante” situación
venezolana, desde las más
importantes vocerías: el Presidente Trump, el Departamento de
Estado en voz de Rex
Tillerson y Mark Toner,
el Senado y el embajador en la
OEA. Igualmente, dejó ver sin pruritos su lobby en la OEA y el
sólido respaldo
a su Secretario General, Luis Almagro, quien asume con gran
vehemencia su papel
como agitador y operador internacional de la narrativa y
diplomacia
conservadora en torno a la situación política venezolana.
Almagro, entre el 28
de febrero y el 19 de abril, desarrolló 4 sesiones
extraordinarias -donde
emitió resoluciones fraudulentas (sin consenso y violando
abiertamente la
normativa interna) sobre Venezuela-, armó un bloque de 11
países (Argentina,
Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras,
México, Paraguay,
Perú y Uruguay) cuyas cancillerías se alinean para fustigar al
Gobierno de
Venezuela e hizo pronunciamientos diarios en la prensa mundial
y en redes
sociales.
Aún cuando
la estrategia
comenzó a mostrarse a mediados de febrero con estos primeros
movimientos, su
desarrollo se evidencia en las calles de Venezuela desde hace
24 días. ¿Qué se
busca? imponer un ambiente de “ingobernabilidad” que retrate
el colapso de una
república o, más bien, coronar una estrategia de asedio
multidimensional a un
país soberano.
2. “La Salida” reloaded
“La Salida”
de 2014 tuvo una
duración de 2 meses, dejó un saldo de
43 muertos y más de 800 heridos y se caracterizó por
barricadas, trampas
mortales para motorizados y transeúntes, asedio e incendio de
instalaciones del
Estado, y atrincheramiento en urbanizaciones de clase media y
alta. Quedó para
la historia de la oposición y del país como la ineficaz
revuelta de los ricos
para asaltar por vías no democráticas el poder político en
Venezuela. A
diferencia de 2014, “La Salida 2017” que tiene casi un mes y
ya cuenta con 26
muertos y más de 300 heridos, se gesta en condiciones
objetivas y subjetivas
distintas: en medio de una difícil situación económica luego
del desplome de
los precios del petróleo, y en el marco de un abierto
conflicto entre los
poderes del Estado que debilita la utilidad de las
instituciones públicas y
restringe el debate político a partidos, generando apatía y
desesperanza en las
mayorías sociales. Esta versión de “La Salida”, entonces,
juega en una arena
socio-política particular y, sobre todo, parece tener claros
los errores
anteriores.
En esta
oportunidad, las
líneas de sentido de la protesta se reorganizaron. Se
combinaron los
recurrentes discursos conservadores sobre “dictadura” y “falta
de libertad de
expresión” junto a apelaciones sobre la crítica situación
económica de las
clases populares y la postergación de la participación
electoral. Sobre todo, se
construyó un discurso de interpelación al bloque conservador
internacional para
que interviniese sobre la situación venezolana: 1)
“Dictadura”, apelando a una
ramplona argumentación liberal sobre la no-independencia de
poderes (aún cuando
la Fiscal General se pronuncia contra el Tribunal Supremo de
Justicia y el Legislativo
opera por cuenta propia en manos de la oposición política), se
achacaron hasta
el cansancio términos como “ruptura del orden constitucional”
con la intención
de buscar convencer, sobre todo internacionalmente, sobre el
colapso del
Estado; 2) “Máxima presión internacional”: el presidente de la
Asamblea
Nacional, Julio Borges, no tuvo consideraciones soberanas de
ningún tipo al
solicitar a Donald Trump intervenir en Venezuela: “es muy
importante para
nosotros que el presidente Trump sea un factor de ayuda para
crear la máxima presión
internacional sobre el gobierno de Nicolás Maduro (…)
Venezuela no es ya un
problema local de gobernabilidad y autoritarismo sino una
enfermedad contagiosa
que tiene raíces y tentáculos en todos los problemas de la
región (…) EEUU
podría prohibir el intercambio comercial o político con
Venezuela, imponiendo
la Carta Democrática Interamericana de la OEA, lo que
significaría el
aislamiento completo de Venezuela: un país bajo cuarentena”[2]; 3)
Recuperar la “Presión de Calle”, la línea argumental de las
movilizaciones
apelaron a un referente chavista para levantarse: “el poder
popular”. Juan
Guido, diputado de Voluntad Popular, fue portavoz de la
usurpación de este
sentido:“Cuando se cierran todos
los caminos el poder originario, que es el poder popular, se
manifiesta a
través de las calles y del ejercicio de la protesta. Es
fundamental que todos
salgan a expresarse, y razones hay miles, porque lo
fundamental es el espacio
completo de participación de la gente”. Es claro
que, combinando
referentes que el chavismo instaló en el sentido común
político y provocando
indignación con violencia, calculaban que podían hablarle a un
chavismo blando,
movilizar a su base de apoyo desmoralizada y lograr retomar el
nivel de
movilización de septiembre 2016. Sus números así lo confirman:
ORC Consultores afirma que desde el 1 de
abril hasta este martes 18, las protestas políticas pasaron a
ser el 92%
de las manifestaciones en el país. Mientras que, en el primer
trimestre del
año, éstas representaron apenas un poco más del 20%[3].
3.
Cundirse de pueblo: ganar simbólicamente
territorios chavistas
Con la perfomance de la violencia y del despliegue
territorial también
intentaron agregar valor simbólico a la estrategia. Buscaron
coronar el sentido
del que carecieron en 2014: ocupar simbólicamente territorios
chavistas a
través de acciones violentas de desestabilización a escala
local, para dejar de
mostrarse como una minoría clasista y construirse como pueblo
mayoritario. Para
la tercera semana de “presión de calle” pasaron de protestas
en las grandes
arterias viales, calles y plazas de las zonas acomodadas de
Caracas, a
convocatorias en barrios populares donde históricamente el
chavismo había
hegemonizado.
Territorializar
la violencia
fue la apuesta de la tercera semana de presión de calle: 26
puntos para
emprender protestas en barrios populares de Caracas fue la
pauta que
sostuvieron luego del triunfo democrático del país con las
multitudinarias
marchas chavista y de oposición el pasado 19 de abril. El día
20 amaneció con
escaramuzas violentas en el Este de Caracas (histórico
territorio de la derecha),
barricadas, quema de cauchos, bombas molotov hacia la Guardia
Nacional y fotos.
La Vega y El Valle (lugar donde se crio Nicolás Maduro) fueron
los barrios
elegidos: dirigentes de Primero Justicia y Voluntad Popular, a
oscuras,
cerraron calles, promovieron saqueos y atacaron el Hospital
materno-infantil
“Hugo Chávez Frías”, que tuvo que ser evacuado. Llama la
atención que, pese a
que sostenían que las protestas eran espontáneas porque la
situación país “ya
no se aguanta más”, en las paredes de los edificios se
proyectaron sofisticados
hologramas que decían: “Maduro, el pueblo tiene hambre”,
“Maduro dictador”. Esa
larga noche que contó con la participación de bandas armadas
de la delincuencia
común que acompañaron las “manifestaciones políticas”, dejando
un saldo de 10 muertos
y una decena de heridos. Este experimento de violencia
quirúrgica para generar
miedo y debilitar simbólicamente al chavismo permitió
corroborar la tesis del
gobierno: existe relación entre líderes de estos partidos de
oposición y
factores de la delincuencia organizada en el país. También,
permitió confirmar que
el “apoyo” del norte no sólo implicó respaldo mediático y
diplomático, sino que
había mucho dinero detrás de este recambio táctico.
En los días
subsiguientes, las
protestas volvieron a ser de día, en las grandes arterias
viales. La “Marcha
del Silencio por los caídos” volvió a tener el rostro de las
jóvenes
estudiantes de cabellos rubios y rasgos perfilados, y el
destino fue la
Conferencia Episcopal Venezolana. Los discursos de la “presión
de calle” se
convirtieron en “Elecciones Ya” aún cuando dirigentes del peso
como Capriles
Radonsky y Luis Florido, de Voluntad Popular, expresaron que
no aceptarían
elecciones fraudulentas, y sugieren que la OEA asuma la
organización de las
elecciones. Sin embargo, ese mismo día una declaración de
Henry Ramos Allup, presidente
del partido Acción Democrática, deja en el ambiente
incertidumbre respecto a
una posible escalada de violencia para la cuarta semana de
abril: “hoy es un
homenaje de silencio a todos los caídos y muertos (…) incluso
a las
víctimas potenciales y eventuales que seguramente habrá en los
próximos días”.
El día después, 24 de abril, la oposición convocaba a un
“Plantón Nacional” -tranca
de las arterias viales de las principales ciudades- que en
horas de la mañana
registró una baja participación de manifestantes de oposición,
y en horas de la
tarde sorprendió con hechos violentos en los estados Mérida y
Barinas: personas
en motos dispararon a una manifestación chavista y a otra de
oposición, dejando
un saldo de 3 muertos y 6 heridos. Nuevamente, ante el reflujo
de la
participación en las calles la violencia como instrumento de
polarización reaparece.
Ante tales
acontecimientos,
la opinión pública nacional se pronuncia contra la violencia y
en las redes
sociales se impone la ridiculización de protestas que no
terminan de cumplir la
oferta engañosa que siguen ofreciendo la oposición a sus
bases: sacar a Maduro
del poder. En las calles se comienza a escuchar el hastío por
una cotidianidad en
zozobra que ralentiza a un país que exige respuestas para la
situación
económica.
Mientras
tanto, el Gobierno
de Nicolás Maduro que sigue mostrando el control institucional
y militar,
vuelve a llamar al diálogo político, anuncia su voluntad a ir
a elecciones y
retoma el discurso de las preocupaciones nacionales (los
problemas económicos y
de la producción), sobre las cuales pareciera ser el único
actor político que
se ocupa en el mar de complejidades financieras que afronta el
Estado. El
domingo 23 de abril, el Presidente de la República anunciaba
que en los
próximos días promoverá un “desencadenante histórico popular”
que marcará el
ritmo de los acontecimientos. Veremos.
Camila Vollenweider
Lorena Freitez
Investigadoras CELAG
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