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Los naipes están sobre la mesa: Trump
y el retorno de
una realpolitik ortodoxa
Arnaud
Blin, François
Soulard
ALAI AMLATINA,
18/04/2017.- Tras
varias
semanas de incertidumbre en relación a la política exterior de
Donald Trump,
los acontecimientos se precipitaron con, en el espacio de pocos
días, la
intervención militar en Siria y Afganistán unida a un nuevo plan
-informal
todavía- para la gran estrategia de los Estados Unidos. ¿Qué
surge de todo
esto? Muchas cosas.
A pesar de
varias teorías conspiracionistas que no dejaron de mostrar la
arquitectura de
desinformación que se va intensificando a escala planetaria, la
decisión de
intervenir en Siria tras el ataque con gas sarín atribuido, con
o sin razón –
probablemente con razón, pero poco importa ya que los
acontecimientos siguen su
curso - a las fuerzas armadas sirias va a definir de alguna
manera toda la
política de Donald Trump para los próximos años. De hecho, esta
intervención
señala el estruendoso regreso de los Estados Unidos en el juego
de los grandes
y marca una ruptura con la política del presidente Obama, la
cual ha sido muy
lejos de ser menos militarista pero si menos pretenciosa en
términos de
proyección de potencia. Más allá de la retórica oficial sobre la
necesidad de
hacer respetar las normas internacionales, esta intervención
tiene como único
objetivo enviar una señal a la comunidad internacional, y en
particular a Rusia
y a China, que los Estados Unidos piensan volver a ocupar ahora
el primer plano
de la escena.
En forma
paralela, el repentino acercamiento con China, duramente
criticada durante la
campaña de Trump y el brutal enfriamiento de las relaciones con
Putin indican
que Trump va a jugar la carta del equilibrio de las potencias
aliándose con uno
o con otro de los dos otros grandes actores del tablero mundial.
En el gobierno
de Trump, la marginalización repentina del inquietante Steve
Bannon, hasta
ahora principal asesor de Trump, en favor de Jared Kushner
(durante muchos años
cercano al Partido Demócrata) y de Ivanka Trump, respectivamente
yerno e hija
del presidente, anuncian un estrechamiento del epicentro de toma
de decisiones
en torno a un núcleo familiar alrededor del cual girará en
órbita el resto del
gobierno.
Frente a las
dificultades que ya encontró Trump en materia de política
interior, todo lleva
a creer que va a concentrarse en los asuntos exteriores. Por un
lado porque la
Casa Blanca goza en ese área de un poder mayor que en el espacio
interno; por
otro lado porque Donald Trump va a encontrar en las
negociaciones con sus pares
un terreno que le conviene mucho más que el de andar tironeando
por pequeñeces
con el parlamento estadounidense. A través de su política
exterior, donde va a
hacer sentir la potencia de los Estados Unidos, Trump intentará
ganarse un
apoyo del público estadounidense que le permita, eventualmente,
amordazar al
parlamento (recientes encuestas indican una opinión
mayoritariamente favorable
a las medidas de ataque aéreo a Siria en la población
estadounidense).
Así pues,
para resumir, toda la política de Trump parece articularse hoy
alrededor de las
relaciones de fuerza, teniendo por telón de fondo una estrecha
visión del
interés nacional de los Estados Unidos. Por lo que podemos ver
en la
actualidad, es probable que la dimensión ideológica esté
ampliamente ausente de
la ecuación, inversamente a lo que habíamos podido observar con
los
neoconservadores de George W. Bush, que son de aquí en adelante
más
espectadores que actores. Es posible entonces que se plantee una
política en
línea con la tradición de Teddy Roosevelt y de Richard Nixon (y
Kissinger), más
que con la de Reagan o la del segundo Bush. Por otra parte,
olvidemos el
aislacionismo circunstancial evocado por el candidato Trump
durante la campaña
para satisfacer al público estadounidense. Trump será, en los
hechos, cualquier
cosa menos aislacionista.
Si este
esquema se concreta, el principal peligro vendrá de la voluntad
del presidente
de intervenir militarmente, por ejemplo en Siria o en Irak, sin
tomar realmente
en cuenta todos los pormenores de ese tipo de acción. Cabe
recordar que los
actuales conflictos irregulares tienden a dejar a los modos
tradicionales de
intervención militar y "cambio de regímenes" en una situación
paradójica de impotencia. Nada hace suponer que Trump pueda
tener la fineza
política de T. Roosevelt o de Nixon y no se dejará influenciar
por los expertos
o militares, sino que confiará más en su propia intuición, su
conocimiento de
los hombres y los consejos de sus allegados. Por otra parte, sus
relaciones con
Putin podrían degenerar rápidamente, con consecuencias nefastas
en el terreno.
En este juego de tres – EEUU, China, Rusia – Europa no será más
que un socio de
segundo rango obligado a seguir a los Estados Unidos. Es cierto
que, contando
con un voto cada uno en el consejo permanente de seguridad de la
ONU, Francia y
el Reino Unido tendrán al menos voz en el asunto pero,
globalmente, les costará
salir del rol de segundones y no podrán oponerse a Washington de
manera
efectiva.
En relación
a América Latina, seguimos en la línea de la Doctrina Monroe con
una lógica
combinando poder blando y ofensivo capaz de presionar a los
regímenes
recalcitrantes. Aunque sería quizás exagerado hablar de
imperialismo en sentido
clásico de la palabra, no hay duda de que Washington piensa
ejercer todo su
peso para que la geopolítica del continente apoye los intereses
estadounidenses
e intentará dictar sus propios términos, tal como sucede ya con
México. En
Oriente Medio, todo lleva a creer que la política de Trump se
inclinará
ampliamente en favor de Israel y que esa actitud decidirá las
demás alianzas en
la región. El Estado islámico, que por ahora no representa
prácticamente
ninguna amenaza para los Estados Unidos, podría convertirse en
un pretexto para
una intervención en Cercano Oriente. En este sentido, algunos
próximos atentados
podrían servir de chispa disparadora.
Queda por
saber si los Estados Unidos tienen todavía los medios para
implementar una
política de esta naturaleza. Es cierto que la hiperpotencia de
antaño tiene que
negociar ahora con China, pero a pesar de todo cuenta con
algunas ventajas: una
fuerza militar y un presupuesto militar sin comparación en el
mundo, una
economía eficaz y, a fin de cuentas, dinámica, una voluntad del
público
estadounidense de recuperar su rango. En sentido inverso,
Washington puede llegar
a verse aislada en algunas elecciones, con todos los riesgos que
implican las
acciones unilaterales. Trump, cuyo último objetivo es devolver a
su país el
lugar preponderante que ocupó hasta hace unos años, deberá
esquivar los
múltiples obstáculos que puntuarán su ruta en cuanto ponga a
andar los
engranajes. En ese ámbito, Medio Oriente, Rusia, Corea del Norte
e incluso
China son todas trampas potenciales que podrían rápidamente
llevar a Washington
por una pendiente extremadamente resbaladiza, tanto más cuanto
que el
presidente gusta particularmente de la estrategia del caos.
Desde un punto de
vista más general, este paso a la fuerza no resolverá en nada
los grandes
problemas del momento que afectan al conjunto del planeta. Más
bien, todo lo
contrario. Y con esto de “cortarse solo”, finalmente todo el
mundo, incluidos
los Estados Unidos, se arriesga a perder las plumas, e incluso
mucho más. Algo
es seguro ya: la época del “No Drama Obama” se ha terminado
claramente. Se abre
el campo de aquí en más a la realpolitik ortodoxa, a las
relaciones de
fuerza y a las pulseadas de todo tipo.
- Arnaud
Blin (Centro de estudios sobre gobernanza y políticas globales
(Nueva York),
autor de Historia del
terrorismo junto a Gérard Chaliand)
y François
Soulard (Foro por una nueva gobernanza mundial (Buenos Aires),
colaborador del Diccionario del poder mundial)
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