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Estado policiaco global
William I. Robinson
ALAI AMLATINA, 18/01/2017.- Un Estado Policiaco
Global está surgiendo en tanto el capitalismo mundial se hunde
en una crisis sin precedente, dada su magnitud, su alcance
global, el grado de la degradación ecológica y del deterioro
social, y la enorme escala de los medios de violencia que se
despliegan alrededor del mundo.
Estado Policiaco Global se refiere a tres
dimensiones entrelazadas. Primero,
se refiere a la existencia de sistemas cada vez más ubicuos
del control social de masas, de represión y de guerra
promovidos por los grupos gobernantes para contener la
rebelión real o potencial de la clase obrera global y la
humanidad superflua.
Segundo, se refiere a la cada vez mayor
dependencia de la economía global del desarrollo y del
despliegue de estos sistemas de guerra, control social y
represión simplemente como medio para sacar ganancia y seguir
acumulando capital frente al estancamiento – lo que denomino
la acumulación
militarizada, o la acumulación por represión.
Y tercero, se refiere a la emergencia de
sistemas políticos que cada vez más se aproximan a lo que
podemos caracterizar como el fascismo del siglo XXI, o en el
sentido más amplio, al totalitarismo.
El impulso hacia un Estado Policiaco Global
responde a nivel estructural al Talón de Aquiles del
capitalismo: la sobre-acumulación. La economía global
produce crecientes niveles de riqueza que la masa de los
trabajadores no puede consumir, dada la cada vez más aguda
polarización de los ingresos mundiales. Crece la brecha entre lo
que se produce y lo que el mercado puede absorber. Si los capitalistas no
pueden vender (o “descargar”) los productos de sus
plantaciones, sus fábricas, y sus oficinas, no pueden hacer
ganancias. El
resultado es crisis – en estancamiento, recesiones,
depresiones, conmociones sociales y guerra.
La globalización ha tenido el efecto de agravar
enormemente la sobreacumulación.
El nivel de polarización social y desigualdad global es
sin precedente. El uno
por ciento de la humanidad más rica controló más de la mitad
de la riqueza del mundo en 2016 y el 20 por ciento controló el
94.5 por ciento, mientras el restante 80 por ciento tuvo que
conformarse con apenas el 5.5 por ciento, de acuerdo con la
agencia de desarrollo Oxfam.
Esta extrema concentración de la riqueza
significa que la Clase Capitalista Transnacional no puede
encontrar salidas productivas para descargar las enormes
cantidades de excedente que ha acumulado. La Gran Recesión de 2008
– la peor crisis desde los años 1930 – marcó el arranque de
una profunda crisis estructural de sobreacumulación.
En la medida que el capital se va acumulando
sin posibilidades para descargar el excedente de manera
rentable, los grupos capitalistas presionan a los Estados para
crear nuevas oportunidades de sacar ganancias. Ya para principios del
siglo XXI, la Clase Capitalista Transnacional se volcó sobre
todo hacia la especulación financiera junto con la acumulación
militarizada organizada por Estado para sostener la
acumulación global frente a la sobreacumulación.
La secuencia de olas especulativas en el
“casino global” desde los años 1980 ha incluido: inversión en
el emergente mercado global inmobiliario que resultó en la
inflación del valor de los bienes y raíces en una localidad
tras otra; varios ciclos de auges y descalabros del mercado
accionario; el enorme aumento de los flujos de fondos de
cobertura (conocidos como “hedge funds” en inglés), de
especulación en monedas, y de toda clase de derivado, desde
los permutas de deuda, los mercados de futuros, obligaciones
de deuda colateralizada, esquemas de pirámide, y esquemas
Ponzi.
Cada vez que se agota la inversión especulativa
en un sector, la Clase Capitalista Transnacional simplemente
se vuelca hacia otro sector para descargar el excedente. Las salidas más recientes
han sido el sobre-valorado sector de alta tecnología y las
monedas encriptados como Bitcoin. La inversión en el sector
tecnológico subió de apenas $17 mil millones de dólares en los
años 1970, a $175 mil millones en 1990, $496 mil millones en
2000, y luego alcanzó los $674 mil millones en 2017. Asimismo, Bitcoin subió
de menos de un dólar en 2010, a $13 para finales de 2012, y
luego a $1000 para principios de 2017, solo para disparar
vertiginosamente a lo largo de 2017, alcanzando $17,900 en
diciembre del año pasado, valor que no guarda relación alguna
con la economía real.
La brecha entre la economía productiva (o sea,
lo que los medios de comunicación califican como la “economía
real”) y el capital ficticio (es decir, el dinero arrojado a
la circulación sin base en mercancías o en la actividad
productiva), ha llegado a niveles alucinantes. Por ejemplo, el producto
bruto mundial - el valor total de los bienes y servicios
producidos en el mundo - era de $75 billones en 2015. Mientras tanto, en ese
mismo año, solamente la especulación en monedas giró alrededor
de $5.3 billones diarios en ese mismo año, y el mercado global
de derivados fue estimado en un increíble $1.2 trillones.
Pero esta especulación financiera es una
solución temporal. No
puede resolver el problema estructural de la sobreacumulación
a largo plazo mientras el traslado de la riqueza de los
trabajadores a la Clase Capitalista Transnacional contrae cada
vez más el mercado. La
especulación financiera tiene sus límites como solución, pero
no así la acumulación militarizada.
Digitalización y Acumulación Militarizada
Independientemente de estas consideraciones
políticas, la Clase Capitalista Transnacional ha adquirido un
mayor interés en la guerra, los conflictos, y la represión
como medios de acumulación. En
la medida que la guerra y la represión Estatal se privatiza,
los intereses de un amplio gama de grupos capitalistas
convergen alrededor de un clima político, social, e ideológico
conductivo a la generación y el mantenimiento de los
conflictos sociales – tal como en el Medio Oriente – y hacia
una expansión de los sistemas de guerra, represión, vigilancia
Estatal y privado, y el control social.
Las llamadas guerras contra las drogas y el
terrorismo, las no declaradas contra los inmigrantes, los
refugiados y las pandillas (y más generalmente, hacia los
jóvenes pobres de la clase obrera), la construcción de los
muros fronterizos, centros de detención de los inmigrantes,
complejos de encarcelamiento, sistemas de vigilancia de masas,
y la extensión de las empresas de seguridad privada y de
mercenarios – todos se convierte en mayores fuentes de
generación de ganancias.
Un rápido vistazo a los titulares de los medios
norteamericanos en los primeros meses del gobierno de Trump
ilustra la acumulación militarizada. El día después del
triunfo electoral de Trump, el precio de las acciones de
Corrections Corporation of América – la empresa con fines de
lucro privado más grande en Estados Unidos para la detención
de los inmigrantes no documentados – disparó en un 60 por
ciento dada la promesa de Trump de deportar millones de
inmigrantes. Otra
empresa con fines de lucro privado que el Estado
norteamericano subcontrata para administrar centros de
detención y vuelos chárter para deportar a los inmigrantes,
Geo Group, experimentó un incremento de 300 por ciento en el
precio de sus acciones en los primeros meses de la
administración Trump.
Los ataques del 11 de setiembre de 2001
marcaron un giro importante en la construcción de un Estado
Policiaco Global. El
Estado norteamericano aprovechó de dichos ataques para
militarizar la economía global mientras otros Estados
alrededor del mundo aprobaron leyes “anti-terroristas”
draconianas a la vez que los gastos militares se dispararon. El presupuesto del
Pentágono se incrementó en un 91 por ciento en términos reales
entre 1998 y 2011, mientras entre la década de 2001-2010, las
ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron. A nivel mundial, los
gastos militares totales crecieron en un 50 por ciento entre
2006 y 2015, desde $1.4 billones a $2.03 billones.
Crucial al Estado Policiaco Global es el
desarrollo de las nuevas tecnologías relacionadas con la
digitalización y con lo que se refiere a la cuarta revolución
industrial. El sector
de la alta tecnología ahora está en la vanguardia de la
globalización capitalista y está impulsando la digitalización
de la economía global en su conjunto. La tecnología de la
computarización y la informática nos ha llevado a la antesala
de esta “cuarta” revolución, basada ahora en la robótica, la
impresión tridimensional, la inteligencia artificial, el
aprendizaje automático, el internet de las cosas, la
computación cuántica y en nube, nuevos mecanismos de
almacenamiento de energía, y los vehículos autónomos.
Esta digitalización está revolucionando la
guerra y las modalidades de acumulación militarizada
organizada por el Estado, incluyendo la aplicación militar de
las nuevas tecnologías y una mayor fusión de la acumulación
privada con la militarización Estatal. Los nuevos sistemas de
guerra y de represión hechos posibles por una digitalización
más avanzada incluyen armamento automático impulsado por la
inteligencia artificial, tales como los vehículos no
tripulados de ataque y transporte, los soldados robot, una
nueva generación de aviones no tripulados, fusiles microondas
que inmovilizan, ataque cibernética y guerra informática,
identificación biométrica, extracción estatal de datos, y la
vigilancia electrónica global que permite el rastreo y control
de cada movimiento.
Por tanto, la digitalización hace posible la
creación de un Estado Policiaco Global. Los grupos dominantes
aplican las nuevas tecnologías del control social de masas
frente a la resistencia de la población precaria y los
marginados. La función
dual de la acumulación y del control social se juegan en la
militarización de la sociedad civil y en el cruce entre la
aplicación militar y la aplicación civil de los armamentos
avanzados y en los sistemas de monitoreo, rastreo, seguridad y
vigilancia.
Las Zonas Verdes
La profunda reconfiguración del espacio
facilitado por la digitalización se refleja en la extensión
global de las llamadas “zonas verdes.” “Zona Verde” se refiere
al área casi impenetrable que las fuerzas norteamericanas de
ocupación establecieron en el centro de Bagdad a raíz de la
invasión de Iraq en 2003. La
Zona Verde proporcionó al Centro de Mando norteamericano y la
elite Iraquí ubicados al interior de la Zona con un cordón
donde se mantuvieron inmunes a la violencia y el caos que
envolvieron el país.
Ahora surgen nuevas Zonas Verdes en las áreas
urbanas alrededor del mundo. Esta
zonificación abarca el aburguesamiento (gentrificación), las
comunidades cerradas, los sistemas de vigilancia y la
violencia privada y Estatal. Al
interior de las Zonas Verdes, las elites y las capas medias y
profesionales privilegiadas se valen de los servicios sociales
privatizados, el consumo y el entretenimiento exclusivo. Pueden trabajar y
comunicarse por el internet y satélite clausurados bajo la
protección de ejércitos de soldados, policía, y fuerzas de
seguridad privada.
Entre las Zonas Verdes y la guerra abierta, se
encuentran los complejos encarcelamiento-industrial, los
sistemas del control de los inmigrantes y refugiados, la
criminalización de las comunidades marginadas, las campañas de
limpieza social de los pobres, y la escolarización
capitalista. En
particular, los aparatos mediáticos y culturales de la
economía corporativa persiguen colonizar la conciencia y
socavar la capacidad de pensar críticamente fuera de la lógica
del sistema dominante. Surge
una cultura neo-fascista mediante el militarismo, la
misoginia, la extrema masculinización, y el racismo.
El recrudecimiento de la crisis estructural
resultará en una mayor fusión de la economía digital con el
Estado Policiaco Global. La
nueva tecnología seguramente engrosará las filas de la
humanidad superflua y también impondrá una mayor presión
competitiva sobre la Clase Capitalista Transnacional, y por
ende, su necesidad de imponer formas más opresivas y
autoritarias de disciplina laboral.
Estado Policiaco Global y Fascismo del Siglo
XXI
El Trumpismo en
Estados Unidos, el BREXIT en el Reinado Unido, y la
proliferación de partidos y movimientos neo-fascistas y
autoritarios en Europa y alrededor del mundo, representan una
respuesta ultra-derechista a la crisis del capitalismo global. Los proyectos del
fascismo del siglo XXI buscan organizar una base de masas
entre los sectores históricamente privilegiados de la clase
obrera global, tales como los obreros blancos en el Norte y
las capas medias en el Global, quienes ahora experimentan una
mayor inseguridad e inestabilidad en sus condiciones laborales
y de vida.
Al igual que su
predecesor del siglo XX, este proyecto gira alrededor del
mecanismo psico-social del desplazamiento del temor y ansiedad
de las masas en momentos de aguda crisis capitalista hacia las
comunidades designadas como chivos expiatorios, tales como los
trabajadores inmigrantes, los Musulmanes, y los refugiados en
Estados Unidos y Europa. Las
fuerzas ultra-derechistas efectúan este mecanismo mediante un
discurso de xenofobia, ideologías desconcertantes que abarcan
la supremacía racial/cultural, un pasado mítico e idealizado,
el milenarismo, y una cultura militarista y masculinista que
normaliza y hasta glorifica la guerra, la violencia social, y
la dominación.
En este sentido, la ideología del fascismo del
siglo XXI descansa sobre la irracionalidad – la promesa de
restaurar la seguridad y la estabilidad no es racional sino
emotiva. El discurso
público del régimen de Trump del populismo y nacionalismo, por
ejemplo, no guarda ninguna relación a sus verdaderas
políticas. En su
primero año, el “Trumponomics” abarcó la desregulación – el
virtual aplastamiento del Estado regulatorio – un mayor
recorte del gasto social, las privatizaciones, la reforma
impositiva a favor de los ricos y el capital y explícitamente
en contra de los pobres y la clase obrera, y una expansión del
subsidio Estatal al capital: en resumidas cuentas, el
neo-liberalismo con esteroides.
En Estados Unidos, los movimientos
neo-fascistas han experimentado una rápida expansión desde el
viraje del siglo en la sociedad civil, y también en el sistema
político mediante el ala derecha del Partido Republicano. Trump demostró ser la
figura carismática capaz de galvanizar y envalentonar las
diversas fuerzas neo-fascistas, desde los supremacistas
blancos, los nacionalistas blancos, las milicias privadas, los
neo-Nazi y Ku Klux Klan, los llamados “Guardianes del
Juramento” (conformado por ex-militares y policías de la
derecha), el Movimiento Patriótico, los fundamentalistas
Cristianos, y los grupos de vigilancia anti-inmigrante.
Alentado por la fanfarronea imperial de Trump,
su retórica populista y nacionalista, y su discurso
abiertamente racista, estos grupos han comenzado un proceso de
polinización cruzada en un grado sin precedente en las últimas
décadas, y han logrado tener una presencia en la Casa Blanca
de Trump, y en los gobiernos estatales y locales alrededor del
país. Muchas de estas
organizaciones han establecido unidades paramilitares en un
proceso que a menudo entraña una cierta colaboración con las
agencias represivas del Estado.
El fascismo del siglo XXI y Estado Policiaco
Global entraña una triangulación entre: las fuerzas ultra
derechistas, autoritarias y neo-fascistas en la sociedad
civil; el poder político reaccionario en el Estado; y el
capital corporativo transnacional. Respecto a este último,
las fracciones de capital más propensas a un fascismo del
siglo XXI parecen ser el capital financiero especulativo, el
complejo militar-industrial-seguridad, y las industrias
extractivistas – estas tres, a cambio, entrelazadas con el
capital de alta-tecnología/digital.
Los complejos extractivistas y energéticos
deben desalojar a las comunidades para poder apropiarse de sus
recursos, lo que les hace propensos a los arreglos represivos
y hasta neo-fascistas. La
acumulación de capital en el complejo
militar-industrial-seguridad depende de la guerra sin fin y de
los sistemas de represión. Y
la acumulación financiera requiere de cada vez mayor
austeridad, lo que es muy difícil, sino imposible, de imponer
mediante los mecanismos consensuales.
Hemos de recordar que el Trumpismo y las demás
respuestas ultra-derechistas y neo-fascistas a la crisis
surgen a lo largo del mundo reactivamente a la rebelión de las clases
trabajadoras y populares. Una
rebelión global en contra de la Clase Capitalista
Transnacional se ha extendido a lo largo del mundo desde la
Gran Recesión de 2008. Quizás
la tarea más urgente en estos momentos es la organización de
un frente unido contra el fascismo y la guerra global. Será improbable que la
elite transnacional en su mayor parte se oponga a un fascismo
del siglo XXI en el poder político si es que los de abajo
lleguen a amenazar el control desde arriba.
Sin embargo, las elites con mayor sensatez
buscarán proyectos reformistas – hasta reformas radicales – en
aras de rescatar el sistema de sí mismo. Hemos de respaldar dichos
proyectos reformistas en la medida que atenúen las peores
depredaciones del capitalismo global y que nos saquen del
umbral de la guerra y el fascismo. La clase obrera global
necesita amplias alianzas, incluyendo con los elementos
reformistas de la elite transnacional.
Pero la reforma del capitalismo históricamente
se ha logrado menos por la ilustración de las elites, que por
las luchas de masas desde abajo que obligan a las elites a
reformar. La mejor
manera de lograr una reforma del capitalismo global es luchar
en su contra. Si
fracasa el reformismo desde arriba y si la Izquierda no logra
tomar la iniciativa, podría quedarse abierto el camino para un
fascismo del siglo XXI fundamentado en un Estado Policiaco
Global.
- William I. Robinson, Profesor de Sociología, Universidad de
California en Santa Bárbara.
Este artículo es resumen de un ensayo más
extenso sobre Estado Policiaco Global que aparece en el nuevo
libro del autor, Into
The Tempest: Essays on the New Global Capitalism,
publicado por Haymarket Books
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