Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo
“El periodista debe ser
indeseable, inoportuno y certero en su impertinencia”, cualidades
odiadas por los detentadores de los poderes político y económico.
16 enero 2017
Gervasio Sánchez junto al maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski.
Empiezo hoy este blog coincidiendo con el décimo aniversario de tu fallecimiento cuando aún no habías cumplido los 75 años. Quiero que los dos primeros textos sean un homenaje al maestro del periodismo que empecé a leer hace 30 años y me sigue guiando cada vez que me siento perdido en la bacanal periodística.
Este primer escrito lo dedicaré a hablar del buen periodismo. Estoy seguro de que tú creías, como yo, que las redacciones están repletas de periodistas enamorados de su oficio, capaces de dar la batalla por los temas que molestan, que no se dejan manosear por las prebendas, que se arriesgan a ser víctimas de la siguiente remodelación de plantilla, es decir, a quedarse sin trabajo a edades peligrosas en tiempos de pocas oportunidades.
Una de tus frases favoritas la repito en todos mis talleres, clases o conferencias: “El periodista debe ser indeseable, inoportuno y certero en su impertinencia“, cualidades odiadas por los detentadores de los poderes político y económico.
En los próximos días aparecerán decenas de textos recordando el aniversario de tu muerte tal como ha ocurrido recientemente tras el fallecimiento de John Berger, la personificación de la decencia intelectual.
Personas que nunca lo leyeron o apenas lo entendieron refríen textos de agencias para demostrar que les interesaban sus textos. Hace unos años le pregunté a Jorge Herralde, el editor de Anagrama, por qué empezó a publicar tus magníficos reportajes y crónicas en español. Me dijo que fue una apuesta personal, pero me confesó que tuvo que conformarse con tiradas muy cortas y ventas ínfimas. Tuvieron que pasar muchos años, incluso décadas, para que tus libros alcanzaran el lugar que se merecen.
Me gusta esta frase de Berger: “Uno debe intentar escribir de tal forma que lo que escriba, aunque crea que tan sólo lo van a leer unos pocos, hable alto y claro si se lee en cualquier parte o en todas partes”. Parece que hable de ti.
Yo no había nacido cuando empezaste a viajar por el mundo en 1956. Muy pronto aprendiste a vivir en los barrios populares de los lugares que visitabas. Aceptaste que “dentro de una gota hay un universo entero” y que “un reportero tiene que vivirlo todo en su propia carne“.
Algunas de tus reflexiones me sirven de sonajero desde hace muchos años. Tus libros son lecciones de vida que se acumulan en cada milímetro cuadrado del papel utilizado. Tus entrevistas sirven de pócima mágica en momentos de pesimismo. Leerte es como recobrar la pasión y el compromiso por este gran oficio.
Tienes toda la razón cuando afirmas que “es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida”. Y me gusta cuando hablas de razones éticas a la hora de escribir sobre países donde la mayoría de la población vive en la pobreza “porque los pobres suelen ser silenciosos”.
En un texto publicado en la revista de la sección española de Reporteros sin Fronteras en noviembre de 2006, apenas dos meses antes de tu muerte, asegurabas que “el reportero es esclavo de la gente. Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de los otros, no existimos. La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos, y somos, los que los otros nos permiten”.
Decías que para ser un buen periodista es conveniente ser buena persona aunque rápidamente matizabas que te referías a los reporteros. Me gustaría estar totalmente de acuerdo contigo en que los cínicos no sirven para este oficio.
Es posible que tengas razón cuando hacemos referencia a la inmensa mayoría de los periodistas. Pero hay un grupo pequeño aunque ruidoso y poderoso que no se adecúa a esta declaración de principios. Al contrario, el cinismo ha sido el leitmotiv de sus vidas profesionales. Pero hoy no quiero hablar de ese porcentaje minúsculo.
Prefiero recordar las palabras que escribió nuestro amigo común Manu Leguineche cuando se enteró de tu muerte: “Kapuscinski leía lo que pocos eran capaces de leer, veía lo que pocos eran capaces de ver y estaba guiado por la compasión, por su amor hacia los pueblos abandonados, por un sentido de la solidaridad propio de su ética del periodismo”.
Alfonso Armada también te dedicó palabras muy emotivas: “Kapuscinski se quedaba cuando todo el mundo se había marchado, que es cuando de verdad empiezan las historias, cuando los crímenes ocurren sin testigos, cuando las víctimas mueren en silencio, en ese olvido que está urdido por nuestra comodidad, entretenida en el asunto que más nos interesa: nosotros mismos”.
A Ramón Lobo le confesaste lo mucho que te desagradaban las grabadoras: “Mi experiencia es que en cuanto la sacas, el lenguaje se burocratiza, se transforma y surge el idioma oficial. Es como si el cerebro del entrevistado buscara la frase adecuada para ser inmortalizada en la cinta”.
Quiero que sepas, querido Ryszard, que muchos jóvenes periodistas españoles siguen tu estela, que no se conforman con “realizar observaciones sobre una pantalla” a miles de kilómetros, que se arriesgan a ir a los lugares donde ocurren hechos muy desagradables, porque como tú nos has enseñado, “el reportero tiene que hallarse en el centro del conflicto y, por consiguiente, exponerse a sus consecuencias” entre las cuales se incluyen a menudo “secuelas y cicatrices de heridas físicas y psíquicas”.
Te hablo de fotógrafos y periodistas que podrían ser tus nietos o mis hijos, que entre sus 30 y 45 años, han dado varias vueltas a África, a Oriente Medio, al Mundo. Algunos forman un auténtico Dream Team del periodismo español: ganan premios como el Pulitzer, el World Press Photo, el Chris Hondros, aunque malviven con lo que les pagan o tienen que dejar de pagar las cotizaciones a la seguridad social porque no llegan a fin de mes.
Pero hoy tampoco quiero hablar de cómo es posible que se paguen miserablemente las colaboraciones mientras algunos directivos se forran. Los mismos que son capaces de ordenar recortes justo por el valor de sus primorosos y execrables salarios de escándalo. Lo haremos mañana cuando hablemos del mal periodismo y reafirmemos que los (algunos) cínicos sí sirven para este oficio.
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