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Ecuador ante el espejo argentino
Atilio Boron
ALAI AMLATINA,
14/12/2017.- Sería
difícil
exagerar la trascendencia nacional e internacional de las
elecciones
presidenciales que tendrán lugar en Ecuador el próximo domingo.
En una nota
anterior nos referimos a ellas hablando de una nueva “batalla de
Stalingrado” en donde se juega el futuro de los tan hostigados procesos
progresistas y
de izquierda en América Latina y el Caribe.
Una derrota de la Alianza País
significaría poco menos
que la clausura del ciclo iniciado a fines del siglo pasado.
Caída la fortaleza
ecuatoriana el cerco se cerraría sobre Bolivia y Venezuela,
acosadas por el
recrudecimiento de la virulencia de la oposición y, en el caso
de la segunda,
también por los tremendos efectos de la crisis económica
desatada por una
perversa combinación de factores locales e internacionales. Y
Cuba perdería un
gobierno amigo, cosa que no es una cuestión menor para la isla
en un escenario
internacional como el actual. Por el contrario, una ratificación
general del
curso político seguido por Ecuador desde la elección del
presidente Rafael
Correa sería un valioso y oportuno reaseguro para esos países y
un
significativo aliento para los partidos y movimientos sociales
que resisten a
la restauración conservadora ocurrida en Argentina y Brasil y
para los pueblos
que luchan en contra de gobiernos de inequívoco signo neoliberal
desde México
hasta Chile, pasando por Colombia, Perú y otros países de la
región.
Sería una muy positiva señal que el tan
pregonado “fin de
ciclo progresista” esté lejos de haberse consumado y que es,
antes que nada, un
ardid de la derecha cuyo propósito es muy claro: convencer a los
sujetos de la
rebeldía ante el orden neoliberal que la batalla ya se ha
perdido y que no
tiene sentido seguir luchando. Es bien sabido que la victoria en
el terreno de
las ideas y las conciencias es prerrequisito de la victoria
política. Así, la
muletilla del “fin de ciclo” es una sibilina forma de promover
una rendición
incondicional de las fuerzas del campo popular.
Una eventual victoria de la derecha en
Ecuador
precipitaría un retroceso espectacular de los avances
registrados en los
últimos diez años, con independencia de su caracterización y
valoración. Por
eso el electorado ecuatoriano haría bien en mirarse en el espejo
argentino. En
el país sureño, la derecha llegó al gobierno en un ajustado
ballotage
prometiendo que los logros del período kirchnerista no sólo
serían respetados
sino también profundizados a partir de una supuesta mejor
administración de la
cosa pública.
Mentiras todas que se transparentaron
desde las primeras
horas del gobierno de Mauricio Macri, cuando se puso en
evidencia que la
demagogia de la campaña nada tenía que ver con las políticas que
efectivamente
fueron llevadas a la práctica. El espejo brasileño no es menos
aleccionador que
el argentino, y arroja las mismas o peores enseñanzas. Pensar
que en Ecuador la
derecha se comportará de otro modo, que será fiel a sus
edulcoradas promesas de
campaña y que, en caso de prevalecer, se abstendrá de descargar
un furioso
escarmiento sobre la masa plebeya que instaló a Rafael Correa en
el Palacio de
Carondelet es un acto de imperdonable ingenuidad e
irresponsabilidad políticas,
sobre todo cuando quienes albergan tan inocentes expectativas
son fuerzas
partidarias o corrientes de izquierda.
Si en el orden nacional la
desciudadanización, la pérdida
de derechos y la reconcentración de los ingresos y la riqueza
serían el colofón
inmediato de la victoria de la derecha, las consecuencias en el
terreno
internacional no serían menos nefastas. Aparte de lo que
señaláramos al
principio de esta nota, habría que agregar el enorme impacto de
la previsible
cancelación del asilo diplomático concedido a Julian Assange,
junto con Edward
Snowden el “enemigo público número uno” de Estados Unidos y los
principales
gobiernos y megacorporaciones capitalistas de todo el mundo,
cuyas siniestras
maniobras, estafas y crímenes salieron a la luz pública gracias
a Wikileaks,
fundado precisamente por Assange.
Lo primero que haría un eventual gobierno
de derecha en
Ecuador sería ofrecer en bandeja de plata la cabeza del asilado
en Londres, así
como el gobierno de México hizo lo propio -infructuosamente,
para su desgracia-
al entregarle a Barack Obama la del “Chapo Guzmán” en vísperas
de la elección
presidencial norteamericana, con el objeto de robustecer las
chances
electorales de Hillary Clinton.
La entrega de Assange a las autoridades
norteamericanas
no sólo sería una velada sentencia de muerte para el australiano
sino un
mensaje tan funesto como aleccionador para quienes están
empeñados en descorrer
el velo que oculta los crímenes de los capitalistas. Pero esto
no sería lo
único que haría ese gobierno: seguramente renegociaría el
retorno de las tropas
estadounidenses a la base de Manta para que, de ese modo,
Washington pudiera
establecer un control absoluto del litoral pacífico
nuestroamericano (al día de
hoy Ecuador es una molesta excepción en esa materia). No habría
que descartar
que en tal eventualidad se utilizara el pretexto de la “guerra
contra el
terrorismo” para, como lo hiciera Colombia hace pocos años,
incorporar al país
como aliado estratégico de la OTAN e involucrarlo en las guerras
de pillaje que
esa organización criminal libra en los más apartados rincones
del planeta.
Dejamos a los lectores imaginar que otras iniciativas podría
tomar un gobierno
de esa orientación en el terreno internacional. ¿Seguiría
apoyando, como lo ha
hecho el actual gobierno a la UNASUR, cuya sede está
precisamente en este país
o al proceso de paz en Colombia, facilitando las negociaciones
entre el ELN y
Bogotá?
Ante este razonamiento los infaltables
“doctores de la
revolución” no demorarán en señalar lo que según sus análisis
serían los
insanables vicios y limitaciones del actual gobierno ecuatoriano
y sosteniendo
al mismo tiempo que Alianza País no es diferente de las
expresiones políticas
de la derecha contra las cuales competirá en las elecciones. Una
vez más basta
con observar lo ocurrido en la Argentina o Brasil, donde también
allí sectores
presuntamente radicalizados se golpeaban el pecho asegurando que
Scioli o Macri
eran lo mismo, o que Aecio Neves era igual que Dilma.
Tarde comprobaron su gravísimo error y
reparar el daño
facilitado por su actitud insumirá años de luchas y
sufrimientos, sobre todo
para las grandes mayorías nacionales. En el caso del Ecuador
este predicamento
desconoce dos datos esenciales: la vulnerabilidad externa del
país y sus
limitados márgenes de maniobra ante el despotismo del capital
internacional y
sus aliados y el hecho de que en este mundo realmente existente
-no en el que
construyen las alucinaciones doctrinarias- no existen ni han
existido jamás
gobiernos que puedan presentar una hoja de balance a salvo de
defectos, yerros
y limitaciones, y el de Ecuador no es –ni podría ser- la
excepción. Para ello
se requeriría, como bien lo observaba Jean-Jacques Rousseau, que
los hombres
fueran ángeles pero no lo son. Tal como lo hemos dicho en
numerosas
oportunidades, a la hora de hacer las cuentas de los últimos
diez años los
aciertos del gobierno de Rafael Correa superan ampliamente los
desaciertos, y
este es el dato a partir del cual hay que posicionarse ante el
desafío del
próximo domingo.
La experiencia histórica enseña que hay
sectores de la
izquierda que suelen ser víctimas de dos impulsos profundamente
autodestructivos: la compulsión por la equivocación, misma que
hace que cuando
se enfrenta a una coyuntura política crítica, su miopía la lleve
a ver al árbol
en todos sus detalles –y sobre todo sus defectos- pero a ignorar
el bosque; y,
por otro lado, una temeraria tendencia al suicidio mesiánico que
termina por
facilitar la victoria de sus enemigos. La derecha no padece de
ninguno de estos
dos males, aunque tiene muchos otros; pero nunca se equivoca a
la hora de
identificar a su enemigo de clase. Por eso para la “comunidad de
inteligencia”
de Estados Unidos, con la CIA a la cabeza, el enemigo a derrotar
es Lenin
Moreno. Y no creo que ello se deba a la repulsa que les provoca
su nombre de
pila. Para muchos, con esto nos basta y nos sobra para saber
cómo hay que votar
el próximo domingo.
-
Dr. Atilio A. Boron,
director del Centro
Cultural de la Cooperación
Floreal Gorini (PLED), Buenos Aires, Argentina.
Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2013. www.atilioboron.com.ar Twitter: http://twitter.com/atilioboron
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