En un momento de Los siete locos una súbita palidez invade el rostro de Erdosain: es cuando alguien, no sé quien, acaba de decirle algo humillante. Una situación parecida se puede encontrar, y no falta quienes hayan hecho esa relación, en Humillados y ofendidos de Dostoievski, un maestro en eso de la humillación traducida por la palidez. Y lo que en uno y otros ha provocado ese insoportable sentimiento es una especie de bofetón que no es físico, no es una mano que agrede una mejilla sino una frase hiriente,  que, como lo haría la mano, pone en cuestión al ser entero, a lo que quien es objeto del agravio es como persona. De ahí el temblor, de ahí la palidez: el bofetón sería entonces lo antagónico del respeto que todo ser humano merece. 

Se puede imaginar lo que tal situación desencadena; algunos seguramente se someten, deben sentir que quien los humilla es un superior y que, en algún sentido, le han revelado una verdad, la verdad de su pecado o la pequeñez de su persona; otros enloquecen, no logran tomar distancia ni considerar lo que son y lo que hacen los humilladores y matan o se matan, es seguramente el caso de Erdosain, su grandeza como personaje, su pobreza como persona; otros se rebelan sordamente y preparan la venganza: esa operación puede ser de corta o de larga duración pero siempre será cruenta, el bofetón como deuda que se paga, la pagan quienes lo han propinado. 

Psicoanálisis aparte, esta situación es vivencia pura, lisa y llana y se puede registrar en los más diversos órdenes; valga como ejemplo el renombrado “bullying”, el trato a los homosexuales, el maltrato conyugal a las mujeres, el jefe de la oficina, el cabo primero, debe haber muchas situaciones más provocadas por los diversos tipos de bofetón. Pero la más importante no es individual sino política y social, véase sin ir más lejos ahora, en estos tiempos insólitos, el tremendo bofetón que está dando el delirante empresario norteamericano Donald Trump, incomprensiblemente instalado en la más poderosa presidencia del mundo, a los millones de inmigrantes, a los siete, por ahora, países musulmanes y, sobre todo, algo nunca visto, a México. Por supuesto que hay reacciones y respuestas, en los Estados Unidos y en México donde un registro permite verificar lo que señalé arriba acerca de las consecuencias. Humillación nacional, palidez que cubre el territorio entero y, por fortuna, reacciones, mucha gente no se quiere dejar humillar.

La espectacularidad de esa actuación –lo que ocurre en los Estados Unidos le importa a todo el mundo– oculta, quizás, los bofetones que se producen aquí, en este ahora atropellado país, en cantidad no menospreciable. Son bofetones de diferente alcance y naturaleza, a los intereses nacionales ante todo, al bienestar de la población después, al pensamiento y a la ciencia, incluso a la institucionalidad y a la legalidad y también al buen gusto y, para no hacer la lista larga, al propio lenguaje. En cada caso se pueden dar ejemplos pero no sólo el respetable público los conoce sino que darían lugar a un condenable énfasis, en esta situación uno se va de boca, la tentación es grande, y empieza a adjetivar y, ya se sabe, el adjetivo usado en exceso conduce a la depresión.

Pero no se puede ignorar que hay bofetones con ruido. ¿Cómo no tomar en cuenta los que no cesa de pegar la itinerante señora Bullrich que, hay que reconocerlo, se anticipó a las estrepitosas declaraciones del antiguo socio de Macri, viejos amores neoyorkinos, muchos negocios internacionales? Bolivianos, paraguayos, peruanos y otros, morenos inclusive, a temblar por el bofetón que les dio, tan sobria –es quizás una exageración– los calificó a todos, sin piedad, de traficantes y ladrones por parte baja, un verdadero peligro para la buena gente como ella que nunca medró ni traficó ni mintió, impecable su moral. Si pudiéramos escuchar de la propia boca de dicha señora el relato, que no va a hacer, de su cambiante existencia política aprenderíamos muchísimo acerca de lo que este gobierno, cuyas espaldas protege, se propone conseguir cuando humilla a tanta gente. El bofetón es, sin anestesia, para los inmigrantes, hermanos latinoamericanos y africanos hasta hace un poco más de un año, proveedores de frutas y verduras y del servicio doméstico, así como para el poco de color y sabor que estos humillados le dan a esa insípida sociedad de ricos y satisfechos que miran debajo de la alfombra si la criada pasó la aspiradora. 

Pero para bofetones hay para elegir desde el 10 de diciembre de 2016: el regalo a los buitres, el regalo a los sojeros, el regalo a los mineros, parece una lista de casamiento que culmina –seguramente no será el último, tampoco la quita a las jubilaciones lo será– con el que puede ser el peor, el intento de hacerle un regalo suntuoso a la familia Macri que, como se puede colegir, no es homónima de la del Presidente sino la del Presidente mismo. ¿A quien, sino por empezar al Estado y, de paso, a las necesidades y penurias proletarias y de clases medias les inflige el insultante bofetón? 

Todo lo que les falta a estos se le quiere dar a los que tienen todo y que lo han obtenido no de la misma manera en que obtienen lo poco que tienen aquellos a quienes se les saca. En fin, cosas veredes, expresión que aunque no sea del Quijote intenta expresar que esto no termina aquí y que “sorpresas te da la vida”.

Para que el bofetón no nos alcance razonamos; en mis conversaciones domésticas surge, debe surgir por todas partes, una pregunta insidiosa, ¿cómo es posible que puedan hacer lo que se les ocurra y no haya reacciones más potentes que las que, dada la significación que tienen los bofetones, son pocas,no atinan a hacerse, sorprendidos de que eso ocurra? El corralito cavallístico, si no recuerdo mal, arrojó a los depositantes contra las puertas cerradas de los bancos: la evocación de esas descargas de ira da lugar a una pregunta angustiosa: ¿no arrojan estos bofetones a los despedidos, a los pequeños y medianos industriales, a los jubilados contra las puertas cerradas de algo? ¿La sociedad entera está muda y pálida de humillación? No toda desde luego, hay quien grita y protesta, políticos, sindicalistas, científicos, intelectuales, día a día diversos sectores salen del estupor y pretenden no ser humillados, pero Milagro Sala sigue presa, bofetón gigantesco, el Gobierno hace todo tipo de contorsiones para que Macri se salga con la suya, los bancos y los importadores aumentan sus ganancias, el costo de la vida es una afrenta, hasta Tokio debe ser más respetuoso del bienestar de sus habitantes. Bofetones, no sé cómo llamar de otra manera, más elegante, de la que hacen gala los economistas macriofílicos o los presuntos filósofos, a tales tremendos bofetones, nunca vistos en la historia de las tristezas argentinas, ni en la década infame.

Mi interlocutor sobre el tema, Oliverio Jitrik, sugiere una interpretación: este país, contra todas las orgullosas creencias cuya edad es de dos siglos, no es, píldora que se han tragado todas nuestras burguesías, el más europeo de América Latina; por el contrario, es un lastimoso país bananero, pero no porque exporte bananas, exporta soja. No es una expresión despectiva endilgada a países aprisionados por lo que antaño se denominaba el imperialismo sino una manera de comprender la impunidad de los que se hacen cargo del gobierno y de las bananas, figuradamente, al mismo tiempo. 

Me evoca una figura que encarna a la perfección ese destino: Juan Vicente Gómez, el dictador venezolano que reinó durante 35 años: hizo lo que quiso desde el vetusto Palacio Miraflores; más o menos ilustrado, se le reconoce haber modernizado el país –no hizo construir bicisendas en Caracas pero sí aeropuertos–, haber colocado a toda su parentela –tuvo varias decenas de descendientes, entre hijos y nietos– en los puestos del Estado, haber abierto las importaciones y, por supuesto, haber entregado el petróleo y unas cuantas cosas más. Para bananero es suficiente, hubo otros semejantes en la desdichada historia de los dictadores latinoamericanos, siempre ostentosos y al mismo tiempo entreguistas, parece una ley de la naturaleza.

No soy el único en tener esta impresión; tampoco el único que siente que todas las medidas de este gobierno, económicas ni qué hablar, políticas, solapadas y revanchistas, culturales, anticientíficas y mediocrizantes, sociales, discriminatorias y persecutorias, son bofetones que me dan a mí y a millones de argentinos. ¿Qué? ¿Vamos a palidecer y someternos? ¿Vamos a enfermarnos o a salir a matar? ¿O vamos a recuperar el orgullo y a no dejarnos humillar?