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Artículo
introductorio de la edición 527 (septiembre 2017) de la
revista
América Latina en Movimiento de ALAI, titulado “Los territorios de la guerra”.
Coedición con OLAG. https://www.alainet.org/es/revistas/527
América Latina en Movimiento de ALAI, titulado “Los territorios de la guerra”.
Coedición con OLAG. https://www.alainet.org/es/revistas/527
Los
territorios de la guerra, las
guerras del territorio
Ana
Esther Ceceña
ALAI
AMLATINA, 12/09/2017.-
We are not nation-building again.
We are killing
terrorists.
These killers need to know they have nowhere to hide; that no place is beyond the reach of American might and Americans arms.[1]
These killers need to know they have nowhere to hide; that no place is beyond the reach of American might and Americans arms.[1]
Donald
Trump (21 de
agosto 2017)
Los
territorios son el
centro estratégico de la competencia mundial y las relaciones
de poder.
La
relación con el
territorio es tan vieja como la historia de la humanidad, pero
por primera vez,
con el capitalismo del siglo XXI, el territorio adquiere
signos de finitud. No
sólo tiene carácter de objeto –y es
tratado como tal–, sino que se ha convertido en un objeto
escaso.
El
capitalismo no tiene
más medida que la de su capacidad tecnológica, que se
desarrolla incesantemente
y que lo lleva a convertir la abundancia o suficiencia en
escasez. Su vocación
apropiadora y su dinámica
acumulativa creciente producen escasez ahí donde había
suficiencia, al tiempo
que se sirven de la escasez como instrumento de dominación.
Es
bien sabido que las
riquezas de la naturaleza, particularmente aquellas
indispensables para la
reproducción general, tienen dos modos de ser usadas: como
medios o elementos
de producción o de consumo que garantizan la reproducción; o
como medios de
acaparamiento que hacen posible el establecimiento de
relaciones de fuerza o
extorsión. En ambos
casos se genera una
situación relativa de escasez, sea con respecto a la
competencia, sea al
acaparamiento y monopolización, que otorga herramientas para
la manipulación y
el trazado de jerarquías de poder, que es cuidadosamente
gestionada de acuerdo
con modalidades diversas que se van adaptando al caso
específico.
La
territorialidad
capitalista se juega desde sus orígenes en el territorio
geográfico o físico. La
historia de la colonización es a la vez la
del reparto de territorios. No
obstante,
la colonización ocurre también mediante el sometimiento de
costumbres y de
prácticas comunitarias y corporales, y abarca tanto los
territorios como los sentidos
o percepciones y construcciones semióticas y culturales. Los territorios de la
guerra son los de la
concepción del mundo (territorio mental o semiótico), los de
las modalidades y
adecuaciones del ser (territorio corporal) y los del
asentamiento y relación
con el entorno (territorio geográfico o físico).
El
territorio geográfico o físico
El
territorio planetario,
formado por las tierras, aguas, cascos polares y atmósfera,
alberga todos los
elementos que han hecho posible la vida y en los que se
sustenta la
reproducción material y biológica.
Entre
éstos, los
hidrocarburos, los minerales y cada vez más las tierras raras
ocupan el lugar
central y son objeto de la mayor disputa mundial, orientando
los
desplazamientos geopolíticos y las guerras.
Curiosamente la biodiversidad y el agua, que son las
que portan de
manera directa la expresión viva del planeta y por ello son
absolutamente
esenciales, están siendo dejadas ligeramente de lado por la
voracidad con la
que se desarrolla el proceso de apropiación de los otros tres
elementos y por
la irresponsabilidad con que se asume la degradación y
extinción de la vida por
los señores del capital y de la guerra. En
cierta forma y de manera desafanada, la batalla por agua y
biodiversidad en la
Tierra pretende resolverse a través de la posible colonización
de otros
planetas, o de la conversión de Marte en un gran huerto para
abastecer la
Tierra, proyecto que permite desentenderse del daño ecológico,
en gran medida
irreversible, que está siendo causado principalmente por los
explotadores de
hidrocarburos y minerales, aunque eso no significa que no haya
una enorme
disputa por acaparar las fuentes de agua.
Poder
y dinero van de la
mano del patrón energético y disciplinario vigente que
garantiza altas tasas de
acumulación de capital y gran dinamismo en la esfera de la
producción, por lo
menos desde una perspectiva técnica, y también controlar la
tecnología de
guerra y su mercado. La
apropiación de
territorios sigue el mismo modelo: se buscan y se disputan los
territorios de
alta densidad estratégica, donde se colocan los capitales
gigantes a manera de
pulpos con poderosas mangueras de extracción y donde,
generalmente, se van
creando situaciones de guerra o donde se instalan
decididamente guerras abiertas,
ampliando el negocio de las armas.
El
mapa mundial ha ido
perfilando muy claramente estas tendencias en la última década
en la que se
reactivan guerras pasadas, se inician nuevas o se estimulan
conflictos capaces
de colocar los territorios en condiciones de intervención. La tercera guerra
mundial, si es que la
escalada bélica actual llega realmente a constituirse en tal,
muestra ya
indicios de un diseño transversal que atraviesa todo el
planeta siguiendo
claramente la pista de los yacimientos de hidrocarburos,
minerales y tierras
raras (ver mapa de la portada).
Es
decir, esta guerra tendría lugar en el tercer mundo, fuera del
terreno directo
de las potencias en pugna, excepto, quizá, Rusia.
Afganistán
Es
un mapa dinámico, en
permanente redefinición, pero las áreas ya marcadas por la
guerra no parecen
restablecer condiciones de funcionamiento “democrático” en
ninguno de los casos. El
ejemplo de Afganistán, con una larga y
devastadora guerra que parecía estar finalizando, hoy vuelve a
colocarse en el
foco. A pesar de las
grandes pérdidas en
vidas –no sólo afganas sino también estadounidenses–, el
subsuelo afgano, lleno
de minerales y tierras raras que los monitoreos expertos han
calculado en un
billón (un millón de millones) de dólares, nuevamente orienta
las baterías
hacia ese país. Como
punto de
comparación, todo el presupuesto militar de Estados Unidos en
2016, que
equivale a un poco más del de China, Arabia Saudí, Rusia, Gran
Bretaña, India, Francia,
Japón, Alemania y Corea juntos, fue de 597 mil millones de
dólares: lejos de lo
que sería su rendimiento con la explotación de los yacimientos
minerales de
Afganistán. Podríamos
hablar de una muy
alta tasa de retorno de las inversiones militares en este y
casi todos los
otros territorios que se ubican dentro de esa franja en
situación de guerra. Pero
además Afganistán se coloca como
territorio prioritario por la importancia que tienen las
tierras raras en la
creación de nueva tecnología civil y militar.
Como
en todos los otros
lugares donde se ha instalado la guerra, en Afganistán son las
mismas empresas
las que buscan apropiarse de los yacimientos mineros y las que
se ocupan de
hacer la guerra mediante el mecanismo de privatización. Es el caso de DynCorp,
particularmente, cuyo
propietario forma parte de la cúpula de diseño estratégico
que, junto con los
altos mandos militares, están trazando las líneas de avance de
la política
norteamericana (NYT, https://www.nytimes.com/2017/07/25/world/asia/afghanistan-trump-mineral-deposits.htm). Lo mismo
concurren los intereses
de todas las otras empresas contratistas del Pentágono y los
propios
laboratorios de investigación del Departamento de Defensa.
Se
juega en estas
guerras u ocupaciones la supremacía militar pero muchísimo más
que eso. La carrera
tecnológica, los mercados, las
rutas de la droga o en general las rutas estratégicas tanto de
hidrocarburos y
armas como de cualquiera de las otras mercancías de alto rango
en el mercado
mundial. Afganistán
nuevamente resalta
en este terreno por ser la mata del opio y heroína del mundo
con el 82 % de la
producción mundial.
Si
examinamos cada uno
de los países o regiones que han entrado en este estado de
guerra, el análisis
arroja datos similares a los de Afganistán.
A Estados Unidos y sus empresas les interesa la guerra
pues abastecen el
55 % del mercado mundial de armas y la guerra es el medio de
posicionarse en
esos territorios. En
conjunto, el área
que ha sido colocada en esta dinámica reúne casi todos los
hidrocarburos del
planeta, además de otras riquezas.
Venezuela
En
la otra punta de la
franja de guerra se encuentra Venezuela, país con los mayores
yacimientos de
petróleo del mundo, segundo lugar en reservas de gas, con
amplias reservas de
oro, coltán y thorium, el llamado uranio verde, además de
agua, biodiversidad y
una posición geoestratégica. Es
difícil
calcular el presupuesto invertido en la desestabilización de
Venezuela. Seguramente
grande pero mucho menor todavía
que el de Afganistán.
En
todo caso la manera
de entrar en Venezuela es muy distinta a la de Afganistán, lo
que revela la
amplitud de modalidades de guerra que se ponen en juego cuando
se trata de
conservar o disputar el control estratégico del proceso
general de reproducción
o, dicho de otro modo, el poder global. El
dato fuerte, en este caso, es que Venezuela es la posible
puerta de entrada de
la guerra al continente americano. Puede
bien ser el Afganistán de América. La diferencia
es la cohesión y conciencia social venezolana, la fuerza
cultural de la
sociedad, frente a la fragmentación cultural en el territorio
afgano,
profundizada por los largos años de guerra a los que ha sido
sometido.
La
perspectiva de una
tercera guerra mundial, no obstante, si bien cuenta con todas
las condiciones
materiales, geopolíticas y tecnológicas, no logra colocar una
narrativa
sustentadora. A pesar
de todos los
dispositivos que se han puesto en marcha para des-sujetizar a
los pueblos del
mundo, éstos conservan y construyen narrativas propias, a
contrapelo del
cuidadoso y sistemático trabajo realizado por los lineamientos
generales de los
programas de estudios impulsados por los organismos
internacionales y por los
relatos de verdad oficial o de postverdades (fake news) colocados por los medios de
comunicación masiva.
No
sólo las guerras,
consustanciales al sistema capitalista de competencia, están
destrozando el
planeta. También lo
hace el patrón
energético y el modelo de organización y relaciones sociales
existente. Una buena
parte de la humanidad está
oponiéndose a la guerra y buscando pistas para despegarse de
este sistema
depredador de alta rentabilidad empresarial, de autoritarismo
exacerbado y de
desprecio total por la vida.
Ana
Esther Ceceña
es Coordinadora del Observatorio Latinoamericano
de
Geopolítica.Investigadora de la Universidad Nacional Autónoma
de México.
[1] “Ya no estamos reconstruyendo naciones.
Estamos matando a
terroristas. Estos asesinos necesitan saber que no
tienen dónde esconderse; que
ningún lugar está más allá del alcance del poder
estadounidense y de las armas
estadounidenses.”
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