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América Latina y el Caribe: Postales
de una región en
lucha
Javier
Tolcachier
ALAI AMLATINA, 04/12/2017.- Poco duró la
algarabía clasista en América Latina. La tan mentada “sana
alternancia” – en realidad malsana costumbre de control político
por parte del
poder oligárquico –, aquel publicitado “fin de ciclo progresista
“que parecía
arrollar el panorama político con victorias sucesivas de la
derecha, no tuvo la
anunciada continuidad.
La coyuntura adversa, luego del exiguo triunfo de Macri,
la forzada
elección de Kuczynski y el subsiguiente golpe contra Dilma
Rousseff en Brasil –
precedidos por sendos golpes en Paraguay y Honduras -lejos de
detener la
movilización popular, la ha atizado- Esto augura un ciclo de
activo compromiso
político ciudadano, que podría resolver una de las principales
debilidades de
los procesos de cambio: el alejamiento de los funcionarios de la
base
social.
En un análisis más fino, han quedado debilitados o fueron
momentáneamente relevados aquellos movimientos o gobiernos
considerados
“progresistas”, no así los gobiernos definidamente
revolucionarios o de
izquierda. En algunos lugares como Argentina o Perú, los
representantes del
gran negocio tomaron de forma directa el comando del poder
político. En otros,
como Chile, Uruguay, Brasil e incluso ahora Ecuador, la
concesión hacia
postulados propios del poder económico desdibujaron el perfil
transformador de
esos gobiernos, restándoles apoyo popular y capacidad de
profundizar dichos procesos.
Tal vez debido a la composición más clasemediera de su
población, poco
afecta a apostar por transformaciones de fondo, tal vez en razón
de sus propios
límites ideológicos, el progresismo no ha cuestionado los
límites del
capitalismo como sistema social, ni el individualismo como
esquema existencial.
Sin embargo, la reivindicación popular en pos de una vida mejor
para las
mayorías, no se detiene.
Distintas latitudes, la misma actitud
La valentía del pueblo hondureño, cuya voluntad se quiere
acallar mediante
fraude, represión y un nuevo golpe de Estado, se expresó en las
urnas a favor
de la Alianza de Oposición a la Dictadura y su candidato
Salvador Nasralla. Un
voto casi imposible ante un entramado de poder feroz. En extrema
inferioridad
de condiciones, maltratado por la pobreza y la violencia, contra
todos los
poderes del Estado, el ejército, las redes de narcotráfico, el
Departamento de
Estado estadounidense, los medios serviles y los grupos
económicos, el pueblo
hondureño supo en quien volcar su esperanza.
Venezuela, arrinconada por una estrategia golpista de
guerra económica,
denostada por los medios occidentales, atacada por el apéndice
de los EEUU en
la región, la OEA, con la complicidad de gobiernos vasallos,
salió fortalecida
y victoriosa de los embates que tenían como objetivo derrocar al
presidente
Maduro y acabar con la Revolución Bolivariana. El pueblo
venezolano, dijo
mayoritariamente Sí a la Asamblea Constituyente, rechazando con
contundencia la
violencia de la oposición. El Sí a la paz, el respaldo popular a
los repetidos
intentos del gobierno de instalar un diálogo con la oposición,
enhebró la
victoria en las elecciones regionales, en un resultado hasta
entonces muy poco
probable, obteniendo las fuerzas revolucionarias 18 de las 23
gobernaciones en
juego. A la nueva contienda electoral municipal a realizarse
este 10 de diciembre,
el chavismo acude con viento a favor, impulsado por un logro
largamente
acariciado: en República Dominicana – otro gobierno valiente -
han comenzado
oficialmente los diálogos entre el gobierno y la oposición.
La injerencia, las tácticas conspirativas y el odio con
el que un sector
opositor pretendió sublevar al pueblo y producir un alzamiento
armado,
fracasaron por completo. El gobierno bolivariano permanece
firme, echando por
tierra las expectativas imperiales de derribar el principal
bastión de la
soberanía regional. Dándose la Revolución ahora– medianamente
resuelto el
frente político - a la urgente tarea de resolver las
problemáticas planteadas
por las sanciones financieras y comerciales, la corrupción
interna, el
contrabando, los precios desorbitados, la necesidad de estimular
la producción
y profundizar el modelo comunal.
Chile, país marcado a fuego por la dictadura y el
neoliberalismo,
tampoco logró todavía la tranquila alternancia de gobierno hacia
la derecha
empresarial y sus socios cavernarios. A contracorriente de lo
que parecía ser una
formalidad electoral para Sebastián Piñera, un conglomerado de
partidos y
movimientos contestatarios articulados como Frente Amplio obtuvo
20 % de los
votos con la candidatura de Beatriz Sánchez y logró acabar con
la lógica
duopólica del parlamento chileno. La nueva fuerza apunta a la
construcción popular
de mayorías, rechazando las componendas partidarias y sobre
todo, el tráfico de
influencias con el que las corporaciones se adueñaron de las
leyes y la vida
social en el país trasandino.
Hablando de corrupción parlamentaria, tampoco en el
Brasil golpista las
cosas están tranquilas para las derechas. El empresariado ha
logrado allí sus
objetivos de corto plazo - pulverizar las conquistas sociales
del pueblo
brasilero, inaugurando un paisaje neoesclavista. Sin embargo,
aun contando con
la complicidad del sistema judicial, el monopolio mediático y de
una mayoría parlamentaria
exenta de toda moralidad, la derecha teme la reacción popular y
no logra
levantar una o varias candidaturas que puedan competir o
socavarla
victoria electoral de Lula en 2018. Una enorme porción del
pueblo brasilero lo
comprende muy bien: si el establishment proscribe a Lula con la
cárcel, la
movilización popular parará el país.
Los mismos movimientos populares han presionado para
conseguir una nueva
candidatura de Evo Morales en Bolivia, venciendo la manipulación
mediática que
torció el resultado del reñido referendo de febrero 2016. En
aquella ocasión,
los principales medios privados inventaron un escándalo
novelesco que afectó la
credibilidad del presidente e incidió en el resultado
desfavorable. Las
mayorías no renunciarán fácilmente a las conquistas sociales y
la soberanía
alcanzada. En ese poder popular se asienta la posible reelección
de Morales.
Otro Morales, pero de signo político inverso, es aún el
presidente en
Guatemala. Sostenido por los sectores más conservadores, el ex
actor fue electo
luego del escandaloso final del gobierno de Otto Pérez Molina,
ex militar
involucrado junto a su ex vicepresidenta en una asociación
delictiva de
contrabando. Las características corruptas de la política
guatemalteca han
suscitado el repudio en los sectores medios de la ciudadanía,
que como nunca
antes, han salido a protagonizar marchas multitudinarias.
La derecha tampoco pudo ganar en Ecuador, a pesar de que
gruesos
nubarrones auguraban la victoria de un representante de la
banca. El pueblo
dijo finalmente que no y encumbró a la presidencia a Lenin
Moreno para dar
continuidad al camino emprendido por la Revolución Ciudadana
encabezada por
Rafael Correa. Ahora un importante sector de la militancia de
Alianza País ha
vuelto a las calles para demostrar apoyo a Correa, reclamando se
respete el
programa por el cual fue electo Moreno.
Tampoco en Nicaragua pudo la derecha desplazar al
sandinismo, que luego
de conseguir la reelección de Daniel Ortega en 2016, ganó las
recientes
elecciones municipales con más del 70% de los sufragios.
Y el pueblo comienza a articular la resistencia en
Argentina, frente al
recorte de derechos sociales que impulsa el gobierno a través de
reformas
laborales, previsionales e impositivas.
El mismo pueblo que exige en Paraguay que Cartes cumpla
los acuerdos con
los campesinos, cada vez con menos tierra y más endeudados,
abandonados a la
lógica del agro-necrocio, exterminador de suelos y posibilidades
de
subsistencia autónoma y digna.
Es la misma falta de tierra que originó la insurrección
en Colombia y
que continúa siendo la piedra angular del proceso de paz y del
incumplimiento
del Estado conservador con lo pactado en los Acuerdos de la
Habana. Allí
continúa con la funesta práctica del asesinato de dirigentes
campesinos y se
intenta, al igual que a comienzos del cincuentenario conflicto,
liquidar toda
posibilidad de que un liderazgo de izquierda pueda abrir las
puertas a un
destino más generoso para el violentado pueblo colombiano.
Violencia extrema en todas sus formas que masacra al
pueblo de México.
Pueblo que se moviliza y empuja la elección de Andrés Manuel
López Obrador en
las próximas elecciones, pero que también, desde sus sectores
más combativos y
oprimidos, levanta la candidatura de María de Jesús Patricio
Martínez – o
simplemente Marichuy – para visibilizar la marginación de los
pueblos
indígenas.
Toda esta marea popular en América Latina y el Caribe
presenta algunas
características novedosas. No es del todo espontánea, pero
tampoco totalmente
orgánica. Deposita su fe en liderazgos personales, pero es
consciente de que su
fortaleza está en lo colectivo. Apoya a los gobiernos
transformadores, pero
conserva una mirada crítica, exigiendo cada vez mayor
profundidad democrática.
Las señales de rechazo a la exclusión social, a la
pérdida de derechos,
a la violencia, a la dominación extranjera, a la mentira
mediática y al
patriarcado marcan el rumbo. Los pueblos de la América Latina y
el Caribe,
luego de siglos de exterminio, despojo y discriminación,
reclaman su plena y
definitiva independencia.
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