Elecciones
en México
Jorge
Majfud
ALAI
AMLATINA, 29/06/2018.-
Desde
los tiempos de Porfirio
Díaz, las políticas en favor de los supuestos tecnócratas y de
los que sabían
“cómo funcionaba el mundo moderno”, como las privatizaciones,
fueron hechas en
nombre del progreso y el desarrollo del país. México se
enriqueció hasta
principios del siglo XX, pero no los mexicanos. Durante las
décadas
precedentes, y debido a la arrogante desconsideración de cómo
entendían las
comunidades indígenas el uso de la tierra, entre otras razones,
el 80 % de sus
campesinos, en un país de mayoría de campesinos, terminó sin
tierra y el
exitoso proceso modernizador terminó en la inevitable y violenta
Revolución
Mexicana.
Durante
las últimas décadas, México
hizo algunos progresos (y retrocesos; la corrupción y la
violencia del
narcotráfico son problemas tan graves que a pocos le preocupa la
obscena
desigualdad), como cualquier otro país en un mundo que acumula
conocimiento
científico, tecnológico y social, no gracias a sus “hombres de
negocios” sino a
sus trabajadores, a sus inventores asalariados, ya sean en los
talleres o en
las universidades, y gracias a sus luchadores sociales,
normalmente demonizados
por el poder y por su principal brazo, la gran prensa.
A
principios de 2012 fui invitado en
la Universidad Autónoma de Coahuila, y ante las preguntas de los
estudiantes
les dije que no importaba cuánto se lamentaran de sus políticos,
México iba a
elegir a Peña Nieto, porque tenían más miedo a lo nuevo que a lo
peor del
pasado.
Ahora
México tiene la oportunidad de
dar un pequeño paso hacia una opción diferente, encarnada en la
persona de
Manuel López Obrador y en el movimiento Morena. En política sólo
se puede
elegir el mal menor, y en México, al día de hoy, ese es Morena.
Lo que
significa que, aunque el futuro de México a largo plazo parece
mucho mejor que
el presente (no por ningún cambio de política doméstica sino
internacional,
que, a la inversa, no se ve nada bien), no podemos ser
optimistas en lo que se
refiere al corto plazo.
¿Por
qué? López Obrador puede ser la
mejor opción, pero él no cambiará una vieja cultura de
corrupción que es,
lamentablemente, una seña de distinción de la política mexicana,
alimentada, como
en la mayoría de los países del mundo, por las terribles
desigualdades
sociales. Los muy de abajo se corrompen por necesidad y los muy
de arriba por
ambición.
Esta
cultura y tradición (impunidad,
violencia, corrupción, machismo, abusos sin reacción) se nutre
de las grandes
desigualdades sociales. Ahí radica el centro del problema mayor
y todo lo demás
son colores y sabores regionales. No es imposible cambiarlo,
pero no es algo
que se cambia tan rápido ni tan fácil como un gobierno.
Con
sus virtudes y defectos, Estados
Unidos no debe ser un modelo para México, como lo ha sido en
gran medida y
durante mucho tiempo. Las grandes y crecientes desigualdades en
Estados Unidos
(y en otros países ricos en menor medida) son la fuente del
estrés y las
depresiones de sus habitantes (hay diversos estudios disponibles
sobre este
tema). Más allá de un cierto mínimo, no importa cuán alto sea el
ingreso medio
de un país o el ingreso absoluto de un individuo. Lo que importa
es su posición
relativa en una sociedad y sus percepciones de éxito, fracaso y
justicia. La
mayor ansiedad por el éxito material es muy buena para sus
economías, sobre
todo para aquellos grupos que se benefician del sistema
económico que
redistribuye la riqueza de los más a los menos, pero muy malo
para sus
individuos, que en casos ni siquiera cuentan como individuos. La
epidemia de
alcoholismo, abuso de estupefacientes que cuestan la vida de
decenas de miles
de personas por año, y el incremento de las olas de suicidio que
no se reportan
en las primeras planas de los medios, o, incluso, el aumento del
racismo y del
odio tribal, son alguna de las consecuencias de estas
desigualdades sociales
montadas sobre una atroz cultura materialista y consumista.
No
es este tipo de éxito al que el
mundo debe seguir aspirando.
Aunque
desde hace diez años más
mexicanos vuelven a su país de los que vienen a Estados Unidos a
buscar la
sobrevivencia, México todavía depende demasiado de Estados
Unidos, no sólo en
su economía sino en su cultura y en su dignidad. O Estados
Unidos cambia (algo
improbable, si consideramos que todavía se está viviendo el
trauma de la Guerra
de Secesión) o México empieza a mirar para otro lado. En primer
lugar, debería
mirar hacia esa región siempre olvidada por México, América
Latina. Los mexicanos
no deberían olvidar que ellos son los Estados Unidos para
América Central, con
toda la hipocresía que conlleva esta relación. Luego debería
mirar, en términos
comerciales, más hacia Europa y Asia, y luego relacionarse con
su vecino desde
otra posición más igualitaria. De Estados Unidos no sólo procede
la razón de
los grandes carteles de droga de México, porque aquí está gran
parte de su
mercado consumidor y de provisión de armas (ambos ilegales),
sino también sus
políticas como la Guerra contra las drogas y, más recientemente,
su humillación
étnica y cultural hacia su vecino más importante, como
estrategia de gigante
decadente.
De
otra forma no habrá verdaderos
cambios en México.
En
resumen, en este momento la mejor
opción es votar por Morena. Luego, cuando su candidato y su
partido se pasen al
tradicional bando de los “realistas”, de los “pragmáticos”, de
los
“responsables”, la opción será exigirle cambios radiales para
lograr cambios en
la medida de lo posible. O, mejor aún: dejar de delegar tanto
poder de gestión
social a los políticos y fortalecer las diversas organizaciones
que conforman
el verdadero tejido social.
México,
ese país tan diverso y
maravilloso, tiene un futuro extraordinario. Siempre y cuando
abandone su viejo
complejo de inferioridad y se independice de una vez por todas
de sus fantasmas
históricos, que son muchos desde Moctezuma y Malinche, y ahora
proceden tanto
del norte como de su propio interior.
-
Jorge Majfud es escritor uruguayo
estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.