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Artículo
publicado en la Revista América
Latina en
Movimiento de ALAI, No. 533, junio 2018: Educación
popular para reinventar la democracia
¿Qué democracia tenemos y qué democracia queremos?
Oscar Jara
ALAI AMLATINA,
22/06/2018.- Quisiera
compartir cuatro ideas acerca de la problemática actual que vive
la democracia
en nuestra región y luego indicar qué desafíos tienen los
procesos de educación
popular en este contexto.
1. Democracia
desgastada
La primera
idea es que la democracia liberal está
totalmente desgastada en América Latina.
La palabra “desgastada” refleja esa idea que todo aquello
que la
constituía, ya no tiene la misma influencia ni utilidad que
tuvo; significa una
disolución de todos aquellos factores que en su constitución le
dieron
significado, pero que ahora no explican más su sentido: reducida
a un momento
electoral que está totalmente penetrado por la mercantilización
comercial, la
idea de representatividad ha quedado desgastada, y la
construcción de la
participación real en procesos democráticos permanentes, en este
momento no son
ni siquiera considerados.
Muchos
partidos políticos están desligados de la vida
cotidiana y de las problemáticas concretas de las personas; el
espacio político
ha sido ocupado por actores políticos sin relación con las
dinámicas de los
movimientos sociales, sin diálogo, sin vínculos con esas
personas con las que
deben dialogar. La
política pública debe
pensarse más allá de lo gubernamental; es una confusión muy
común el reducir la
política pública a lo que hace el gobierno.
Para que sea pública debe pensarse como una política
donde la ciudadanía
se apropia de ella, discute y toma un papel protagónico en su
formulación, en
su ejecución, en la vigilancia sobre su cumplimento y en su
evaluación; lo
“público” no es sólo lo gubernamental; los gobiernos tienen la
responsabilidad
de dialogar y construir las políticas desde las necesidades y
las propuestas de
la ciudadanía, y ahí, entonces sí, los movimientos sociales
tienen la
posibilidad de aportar a construir la lógica de estas políticas. Los gobiernos no son los
únicos responsables
de las políticas públicas.
2. Vivimos
una creciente desigualdad
La segunda
idea es que tenemos en América Latina una
desigualdad creciente y cada vez más profunda, en términos de
derechos
económicos, sociales, políticos y culturales.
Los modelos que se están implementando en varios países
de nuestra
región después de los procesos de cambio que tuvieron lugar a
comienzos de este
siglo, que no significaron un cambio radical del modelo de
sociedad
capitalista, están siendo volteados para atrás, a través de
nuevas políticas
neoliberales, caracterizadas por profundizar la exclusión social
y creando aún
mayores niveles de desigualdad.
Cuando
hablamos de democracia tenemos que pensar en democracia
económica, en
democracia social, en democracia cultural y esos niveles de
desigualdad y
exclusión que vivimos expresan cada vez más relaciones
antidemocráticas,
autoritarias, discriminatorias y excluyentes.
3. Se
incrementan las situaciones de
polarización y agresividad
Como tercera
idea, es que esta desigualdad está creando
una mayor polarización entre las personas y fuerzas políticas,
que se caracteriza
por expresarse cada vez con una mayor agresividad; no se generan
debates con
argumentaciones reales, sino que se presentan confrontaciones
que expresan una
polarización con elementos chocantes y con agresividad
creciente, que se basan
en una exclusión total de la razón y los argumentos contrarios. Claro, ello está mostrando
que tenemos en
conflicto dos modelos que pertenecen a dos paradigmas en
confrontación total:
un paradigma del lucro, del mercado, del individualismo, valores
que se
posicionan en el centro de la política y de la sociedad y, por
otro lado,
tenemos la propuesta de construir un paradigma de vida, un
paradigma de
solidaridad, de una idea de democracia, donde podamos caber
todas las personas
y se respeten todos nuestros derechos.
Esta polarización expresa un antagonismo de esos dos
modelos. Vivimos una
época donde no tenemos
posibilidad de ser neutrales, sino más bien estamos disputando
cuál de estos
modelos va a guiarnos en nuestras sociedades.
4. Se
promueve tanto la desmovilización como la
intolerancia
Una cuarta
idea es que vivimos procesos de
desmovilización e intolerancia, debido a que es más difícil
llegar a generar
procesos de debate democrático; es un escenario más violento,
verbal y
físicamente hablando; un contexto de violencia especialmente
contra las mujeres
y contra todo aquello que signifique pensar en otro mundo
posible que sea
distinto al existente; la criminalización de la protesta
significa la violencia
contra todo aquel que se opone y crea que se puede cambiar este
modelo. Todo ello
provoca procesos de
desmovilización, procesos de resignación que interiorizan que no
es posible
cambiar las cosas, y evidencia el papel pendiente de nuestra
responsabilidad
que tenemos desde los movimientos sociales, partidos, y desde la
educación
popular de impulsar el papel protagónico de los sectores
populares.
Un efecto de
esa desmovilización es que aparecen otros
actores políticos no tradicionales: aparecen las iglesias del
movimiento
pentecostal o neo-pentecostal en todos los países de América
Latina como fuerza
política en los parlamentos, municipios e incluso en el poder
ejecutivo. Su propuesta
se caracteriza por un discurso
fundamentalista que gira en torno a los supuestos valores
bíblicos: la familia
tradicional, la vida desde la fecundación y el matrimonio
heterosexual. Como ellos
no tienen propuesta técnica
económica para el país, al tener fuerza electoral conservadora,
se alían a los
equipos neoliberales de los partidos tradicionales. Por eso estamos en un
momento grave de
crisis, donde queda complicado debatir con personas tan
fundamentalistas, que
creen desde su visión religiosa que se encuentran en el momento
propicio para
construir a través de su presencia en los poderes legislativos,
municipales,
judiciales y ejecutivo, el reino de Dios en la tierra. Cuando un grupo de personas
cree que un
candidato ha sido elegido por Dios para esa misión y que su
mensaje es una
manifestación del Espíritu Santo… ¿cómo debatir con estas
personas? Debe
llamarnos la atención que son organizaciones que tienen un
trabajo de base, una
presencia a lado de la gente más necesitada, donde logran
resolver o aliviar
muchos problemas cotidianos mediante políticas asistencialistas:
es el otro
extremo de la política neoliberal, pues mientras el Estado
abandona a estos
sectores, estas sectas trabajan con las personas en sus barrios,
en sus
comunidades y construyen relaciones de confianza, identidad,
seguridad.
¿Y la
educación popular?
Con base en
estas cuatro ideas sobre la democracia
desgastada que vivimos, me gustaría profundizar algunas ideas
sobre la
educación popular, la importancia de la creación de identidad,
de espacios de
construcción común y solidaridad, para pensar una sociedad
equitativa y justa.
Cuando
hablamos de Educación popular hablamos de algo que
siempre debe ser comprendido de acuerdo con los espacios y
contextos históricos
donde fue creada. No
podemos hablar de
“la” educación popular, como un proceso único, homogéneo o
uniforme. Creo que es
mejor hablar siempre de procesos
de educación popular: procesos
que corresponden a momentos particulares, a contextos
particulares. Debemos
comprender qué significa impulsar
procesos de educación popular en cada momento histórico; claro,
la historia de
la educación popular de América Latina nos puede enseñar mucho,
pero no para
repetirla, sino para inspirarnos hacia el futuro, para enfrentar
los desafíos
que hoy vivimos.
Todo proceso
de educación popular en América Latina ha
estado siempre vinculado a un proceso de organización,
participación y de
aspiración de espacios de construcción de democracia. Por ejemplo, en el siglo
XIX cuando se
hablaba de educación popular, se entendía como instrucción
pública y se tenía
la idea que la educación no sólo debía ser un privilegio para
los nobles de la
colonia, sino que debería ser para toda la población. Ya desde entonces,
encontramos en el término
“educación popular” una aspiración democrática.
Cuando la revolución cubana empezó la Campaña Nacional de
Alfabetización, cuando el gobierno de Allende en Chile en los
años setenta creo
un Programa Nacional de Educación Popular, cuando la Revolución
Sandinista en
la Nicaragua de los ochenta creó la idea de que toda la
educación de Nicaragua,
informal, no formal y formal debería ser una educación popular,
estaban en
todos los casos afirmando que los procesos de Educación Popular
están
vinculados a aspiraciones democráticas que fortalecieran el
poder de la
gente. Cuando el
movimiento Zapatista en
los años noventa se levanta y crea procesos de identidad desde
sus raíces
indígenas y hablan de una educación popular para construir un
mundo donde
quepan todos los mundos, está presente esa aspiración
democratizadora que ha
ido acompañando siempre los procesos de educación popular.
Un paradigma
emancipador
Pero es
importante comprender que los procesos de
educación popular no son solamente un método, no responden sólo
a una
metodología o al uso de algunas técnicas, sino que están basados
en una
filosofía, un paradigma emancipador ético, político y
pedagógico. Este
paradigma de la solidaridad, este
paradigma de las personas como sujetos creadores de las
sociedades, es un
paradigma que se expresa desde lo ético en lo político y por lo
tanto
fundamentan una pedagogía, que es la que posibilita construir
espacios y sujetos
que edifican una sociedad democrática por medio del
establecimiento de
relaciones democráticas en todos los campos y niveles.
Por eso la
inspiración freiriana de una educación
liberadora que construye las capacidades de las personas como
sujetos comprometidos
con una transformación social de la historia, implica que los
procesos
pedagógicos tienen que ser democráticos para crear capacidades
democráticas:
sería una contradicción llevar a cabo procesos educativos
autoritarios,
verticales o doctrinarios, para lograr procesos de participación
democrática. De ahí la
crítica a la
educación “bancaria”, por vertical y autoritaria. De ahí la propuesta de una
educación
problematizadora, dialógica y horizontal, que vincula la
práctica con la
teoría, que desarrolla el pensamiento crítico, la ecología de
saberes y la
vocación de humanización.
Los aportes
de Freire nos hacen ver que están íntimamente
relacionadas las propuestas de ser sujetos de trasformación
social y ser
sujetos de procesos educativos creadores.
Si nos formamos como personas críticas y creativas, ello
se expresará en
formas de participación social críticas y creativas.
Una idea
clave de Freire, en su libro “Pedagogía de la
Autonomía”, dice: “Enseñar no es transferir conocimientos, sino
crear las
condiciones para su producción”.
Esa
idea no nos la hemos apropiado suficientemente.
Educar no es transferir contenidos, sino crear
condiciones para
producir, para crear, para construir conocimientos
transformadores. Entonces,
la pregunta clave es ¿cómo creamos
condiciones para que sea posible un proceso de aprendizaje, de
reflexión
crítica, para crear capacidad de análisis, comunicación,
sensibilización de
problemas para poder trabajar y comprender lo que acontece en
nuestro
alrededor? En definitiva, para desarrollar nuestras capacidades
protagónicas y
construir el protagonismo popular en la vida social, política y
cultural. Por eso cuando
hablamos de procesos de
educación popular estamos hablando de procesos que se llevan a
cabo en todos
los niveles y espacios, creando capacidades que significan
contribuciones
esenciales para los espacios de democratización, para formar
espacios de
participación efectiva, por lo tanto, para demandar espacios de
institucionalidad y modificar las reglas autoritarias y
excluyentes del
ejercicio de la democracia formal.
Si tenemos
un paradigma transformador, de una sociedad
justa equitativa y democrática, ese paradigma no significa que
es un sueño que
algún día sucederá, sino que es un paradigma que debe guiar
nuestras acciones
cotidianas. Las utopías
deben
manifestarse en la cotidianeidad, expresarse en la acción de las
personas, es
la forma en que las personas lo construyen desde ahora. No es algo que llega de
afuera, sino que se
construye cotidianamente por la propia sociedad a partir de sus
condiciones,
analizando y transformando juntos esa realidad.
No es
posible una sociedad democrática, si no construimos
espacios de democratización en la familia, la casa, el trabajo,
la escuela, en
los barrios, sindicatos, partido, organización… en todas las
dimensiones donde
existan relaciones de poder, tenemos que pensar si esas
relaciones de poder
¿son autoritarias o son democráticas?, ¿construyen capacidades
de
transformación o construyen resignación o pasividad?, ¿qué
hacemos cada día con
nuestro trabajo: estamos favoreciendo esas condiciones para el
protagonismo de
las personas o para su conformismo?
El desafío
que tenemos, entonces, en este momento
histórico es -en todos los espacios posibles- construir las
capacidades democratizadoras,
la posibilidad de crear la utopía desde los espacios concretos y
cotidianos en
que nos toca vivir. Por
eso es
indispensable comprometernos en la transformación de las
condiciones de
individualismo, mercantilización de la vida, consumismo,
violencia y dominación
patriarcal que se expresan en el sistema capitalista actualmente
hegemónico que
oprime a las mayorías del mundo.
- Oscar Jara es Presidente del
CEAAL.
Este artículo está
basado en la presentación que se realizó en la actividad de
convergencia
titulada: ¿Qué democracia tenemos y qué democracia queremos?
en
el Foro Social Mundial 2018, Salvador de Bahía, el día 14 de
marzo. En este espacio
convergieron diversos actores
y movimientos: la Central Única de Trabajadores (CUT), El
Movimiento de los
Trabajadores y Trabajadoras Sin Tierra (MST), Frei Betto, el
Consejo de
Educación Popular de América Latina y el Caribe (CEAAL),
Instituto de Estudios
Socio Económicos (INESC) y la Escuela Nacional de Formación de
la Confederación
Nacional de Trabajadores del Campo (ENFOC / CONTAG).
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